Isaac Asimov - Hacia la Fundación

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-Escucha -dijo el cabo, y su voz se endureció de repente-, no lo pongas en duda. Somos la única Policía que hay en Billibotton y tenemos el derecho a interrogarte porque nos lo hemos tomado. Dices que le diste una paliza a esos tres hombres y te creo, pero no podrás dárnosla a nosotros. No se nos permite llevar desintegradores... El cabo sacó lentamente un desintegrador de su bolsillo. -Y ahora cuéntame qué has venido a hacer aquí. Raych dejó escapar un suspiro. Si hubiera ido directamente a una sala de sector, tal y como tendría que haber hecho, si no hubiera perdido el tiempo sumergiéndose en la nostalgia de Billibotton y los cocoteros... -Estoy aquí para ver al señor Joranum en relación con un asunto muy importante -dijo-, y ya que ustedes parecen formar parte de su organi... -¿Quieres ver al líder? -Sí, cabo. -¿Con dos cuchillos encima? -Son para defenderme. No pensaba llevarlos cuando fuese a ver al señor Joranum. -Eso es lo que tú dices... Bien, amigo, vendrás con nosotros para ser sometido a un interrogatorio. Llegaremos al fondo de este asunto. Puede que haga falta algún tiempo, pero lo haremos. -Pero no tienen ningún derecho a retenerme. No son ninguna fuerza legal... -Bueno, encuentra alguien a quien quejarte. Hasta entonces eres nuestro. Los cuchillos fueron confiscados, y Raych tuvo que acompañarles. 15 Cleón ya no era el apuesto y joven monarca de los hologramas. Quizá seguía siéndolo -en los hologramas, claro-, pero su espejo le mostraba una realidad muy distinta. Su último cumpleaños se había celebrado con la pompa y el ritual habituales, pero eso no impedía que fuera el número cuarenta de su vida. El emperador no encontraba nada malo al hecho de tener cuarenta años. Su salud era perfecta. Había engordado un poco, pero no demasiado. Su rostro quizás habría envejecido de no ser por los microajustes a que se sometía periódicamente y que proporcionaban a su piel una apariencia ligeramente esmaltada. Llevaba dieciocho años ocupando el trono -su reinado ya era uno de los más prolongados del siglo- y tenía la impresión de que nada le impediría reinar cuarenta años más y, quizás, acabar teniendo el reinado más largo de la historia imperial. Cleón volvió a contemplarse en el espejo y pensó que su aspecto era un poquito mejor si no actualizaba la tercera dimensión. Demerzel, en cambio... El fiel, necesario y siempre digno de confianza, e insoportable Demerzel no había cambiado en lo más mínimo. Seguía teniendo el mismo aspecto de siempre y, por lo que sabía Cleón, no se había sometido a ningúm microajuste. Naturalmente Demerzel era muy reservado al respecto, así que... Y nunca había sido joven, por supuesto. Cuando servía al padre de Cleón y él era el Príncipe Imperial, su aspecto ya no tenía nada de juvenil, y ahora tampoco había ningún signo jovial en su aspecto. Cleón se preguntó si no sería preferible haber tenido aspecto de viejo desde el principio para evitar el cambio posterior. ¡El cambio! Eso le recordó que había llamado a Demerzel por un motivo concreto, y no para que permaneciera de pie mientras el emperador estaba absorto en sus pensamientos. Demerzel interpretaría un exceso de meditación imperial como un indicio de vejez. -Demerzel -dijo. -¿Alteza? -Ese tal Joranum... Estoy harto de oír hablar de él.


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