Sobre un concepto histórico de ciencia. De la epistemologia actual a la Dialectica

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diletantismo, o hipocresía?. Quiero poner en esto un mínimo orden. Nadie, menos un aficionado a la Epistemología, puede arrogarse el papel de guardián de la moralidad pública. Mi problema no tiene que ver con la existencia privada, o la diversión privada. Que cada uno llene el vacío de su existencia como le dé la gana puede ser, por cierto, un problema político interesante. No quiero pensar que este sería un asunto que, políticamente, no me compete. Pero en el ámbito de la Epistemología, que es el que quiero mantener aquí, el estilo de vida de los que argumentan, o suspenden la virtud de argumentar ha llegado a ser significativo. Es sólo en ese sentido que el problema me interesa. En la Universidad, en la discusión teórica posible, es decir, en ámbitos que no tienen, no deberían tener, los vicios comunes de la razón cotidiana, aunque en su propio espacio estos tengan sentido. Si establecemos claramente que lo que nos interesa es la posibilidad de la discusión racional en los ámbitos en que es propia y necesaria, entonces, creo, se puede defender el uso del sentido común ilustrado contra la insensatez. Contraponer la sensatez del sentido común contra la heterodoxia del escepticismo no es poner una forma de saber frente a otra, sino la forma de una experiencia frente a la forma de otra experiencia. La experiencia que está en la base del sentido común ilustrado es la de la sensatez de la vida cotidiana acomodada de las capas medias, la de la vida apacible con matrimonio, hijos, cuentas, una profesión relativamente estable. Antes de despachar todo esto como un sin sentido es bueno mirarse a la cara y preguntarse si estamos dispuestos a abandonarlo, y con qué razones. Por cierto a los sectores postergados de la población, a los marginados de los éxitos del modelo económico, a los que siguen ausentes de la integración tan festejada a los cánones de la cultura mundial, abandonar lo que aparece aún como su horizonte utópico les parece simplemente una locura. Los pobres pueden escuchar y repetir nuestras excentricidades gimnásticas y pintorescas, pero no pueden creerlas seriamente. Cuando se integran a ellas es siempre desde la perspectiva melancólica de los que esperan obtener algo del aparente brillo de las vidas de los privilegiados. El punto importante, sin embargo, es que tampoco las capas medias de este país tienen ningún motivo demasiado fuerte para abandonar los estilos prosaicos de vida que ha construido en forma paralela a la de todos los sectores medios de las sociedades integradas del siglo XX. No hay aquí Guerras Mundiales, no hay jóvenes enviados a Viet Nam, o a Corea, o a Iraq. No hay en este país grandes contingentes de sidosos, ni de hippies, ni de cabezas rapadas. Ni siquiera la Dictadura significó una herida en el alma de los sectores medios que justifique la pérdida de sentido, la experiencia del límite. No hay en nuestros sectores medios el aburrimiento del consumo o del lujo. No hay el desahogo de culturas religiosas, de integrismos éticos, de tradiciones de parquedad e incomunicación. Estamos en Chile. Todos los que pertenecen a los sectores medios se pueden llamar aún "el lucho", "la tere", "la sole", "el tito". Aquí sólo puede haber existencialistas aficionados. Aquí, como siempre en América Latina, el fondo más probable de los ejercicios irracionalistas es el diletantismo, la tradicional siutiquería, el arribismo y la dependencia de los modelos intelectuales europeos. Si esto es así, entonces es posible razonar desde la clásica sensatez media, contraponerla a la insensatez con pretensiones intelectuales. Es posible desarmar muchos argumentos desde el sentido común para luego, sólo luego, ir más allá, a criticar lo que este encubre. Pero quizás la premisa de esta esperanza está pasando de moda. Quizás es cierto que no integramos cada vez más rápido a las formas de la enajenación mundial. Quizás el derrumbe del mundo moderno ya está aquí, en nuestras casas. No sé si por atrevimiento o por terquedad quiero pensar que, aún en el peor de los casos, las capas medias chilenas podrían haber sido un poco más valientes antes de tirar por la borda sus modos de vida y entregarse al cinismo y la decadencia. Supieron defenderse con dientes y uñas de las amenazas reales o ficticias de la izquierda utopista. No dudaron en hundir al país en una Dictadura de ladrones y asesinos con tal de mantener el horizonte de sus posibilidades de consumo. Supieron resistir el extremismo militarista de la Dictadura y pactar una transición democrática. Ahora que parece que sus mejores esperanzas se van cumpliendo, ahora que forman el tercio de país que crece y consume, ahora que pueden volver a acceder con las ventajas de siempre a las granjerías del aparato estatal, ahora que tienen la democracia formal con que se conformaban, algo parece no estar tan bien, algo parece

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