Ocaso de una utopia

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embargo, necesariamente estático. Una pregunta clave es ¿cuál sería el ritmo adecuado del cambio?, ¿es necesaria la revolución violenta y la confrontación o la reforma gradual?. Sin duda que no es posible prescribir soluciones fuera del contexto real o de naturaleza universal. La estrategia política no podría ser la misma para China que para Polonia (no sólo por diferencias en las relaciones de fuerza, sino por las diferencias culturales e históricas). A veces será posible avanzar rápido, a veces es necesario que sea lento. En mi opinión, lo que sí debería ser una premisa edificante en la definición de estrategias es la búsqueda del cambio a través de los mecanismos que menos desgarramiento y sufrimiento sociales puedan provocar. Las presiones y los choques de fuerza a veces puede que resulten inevitables, pero el asunto debería plantearse a partir de una estrategia global basada en el diálogo y la negociación, existen muchos medios efectivos de presión pacífica, como las manifestaciones diarias que se dieron en las calles de Leipzig o Berlin en 1989. La confrontación violenta y la guerra civil descomponen la sociedad de una manera tan profunda que termina volviéndose imposible la recuperación de los tejidos destruidos y el progreso. Si hemos criticado al marxismo -en este libro- por haberse hecho eco de las tradiciones jacobinas y revolucionarias de la Revolución Francesa, en la búsqueda de la solución a los problemas sociales del capitalismo, no podríamos caer precisamente en esas redes a la hora de referirnos a los problemas de las sociedades comunistas modernas. Los cambios que ya se han dado en algunos de los países "ex-comunistas" son muy profundos, pero han creado situaciones todavía muy lejos de la estabilidad política y social. Partir de una organización económica y social atrasada en busca la modernización capitalista, es una realidad compleja en la que los estallidos y los choques sociales serán muy probables. Debe añadirse que es inevitable el desarrollo de conflictos entre nacionalidades dentro de buena parte de estos países. El régimen estalinista mantenía la unidad "federal" con base en la represión y el terror. El debilitamiento de la opresión, y la creación de nuevos espacios de libertad y de acción ciudadanas, sólo pueden estimular los deseos de soberanía y autodeterminación de estos pueblos apretujados por décadas y hasta siglos. Los aspectos de definición nacional a veces son las religiones, a veces la etnia, a veces la geografía; todos estos elementos van a conjugarse añadiendo conflictos muy serios, que pueden influir en otras partes de Europa (en donde existen tensiones de un género similar). Los casos de Yugoslavia, los países Bálticos, los pueblos del sur de lo que fue la U.R.S.S., han sido una expresión de esta difícil situación que añade más elementos de inestabilidad. A esta altura, no es posible prever ni siquiera si la nueva CEI seguirá integrando en su seno a las mismas naciones y mantendrá las mismas fronteras. La presión nacionalista no se detendrá en consideraciones de conveniencia económica meramente. El reclamo de la vivencia soberana es vital.

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