Las Nieblas de Avalon

Page 101

Marion Zimmer Bradley Libro I

Las Nieblas de Avalón Maestra de Magia

«Es lógico que me maree; aún no he desayunado», se dijo. Y observó la impaciencia con que Galahad contemplaba Avalón. De pronto lo vio persignarse. Viviana se habría enfadado. —Es, en verdad, el país de las hadas —dijo en voz baja—. Y vos, Morgana de las Hadas, como siempre. Pero ahora sois una mujer hermosa, prima. Ella pensó, impaciente: «No soy hermosa; lo que ve es el hechizo de Avalón.» Y su parte rebelde exclamó: «¡Quiero que me vea hermosa sin el hechizo!» Apretó los labios con fuerza para mostrarse severa e intimidatoria, sacerdotisa de pies a cabeza. —Por aquí —dijo secamente. Cuando la quilla de la barca rozó el fondo arenoso, indicó por señas a los remeros que se ocuparan del caballo. —Con vuestro permiso, señora —intervino él—, lo haré yo mismo. No es una silla común. —Como gustéis —dijo Morgana. Y se apartó para observarlo mientras desensillaba al animal. Todo lo relacionado con él le despertaba una curiosidad tan intensa que no pudo guardar silencio. —Sí que es extraña esa silla de montar. ¿Qué son esas correas largas? —Las usan los escitas. Se llaman estribos; con esto dominan los caballos y los frenan en plena carga, de ese modo pueden combatir montados. E incluso con la armadura liviana de los jinetes, el caballero montado es invencible cuando se enfrenta a los que combaten a pie. —La sonrisa le iluminó el rostro moreno y apasionado—. Los sajones me llaman Alfgar, la lanza elfo, que surge de la oscuridad y se clava sin ser vista. En la corte de Ban han adaptado ese nombre a su lengua y me llaman Lanzarote. Algún día tendré toda una legión de caballos así equipados. Y entonces ¡ya pueden temblar los sajones! —Vuestra madre me dijo que ya erais guerrero —dijo Morgana, olvidando el tono serio. Él volvió a sonreír. —Ahora reconozco tu voz, Morgana de las Hadas. ¿Cómo te atreves a presentarte ante mí como sacerdotisa, prima? Bueno, supongo que es voluntad de la Dama. Pero me gustas más así que con la solemnidad de la Diosa —afirmó con su familiar picardía, como si se hubieran separado el día anterior. Morgana se aferró a los restos de su dignidad. —Sí, la Dama nos aguarda y no podemos hacerla esperar. —Oh, por supuesto —se mofó él—. Es preciso correr siempre a cumplir con su voluntad. Supongo que eres una de las que la sirven, siempre pendiente de cada palabra suya. Yo también solía correr a servirla y temblaba ante un gesto suyo, pero al fin descubrí que no era simplemente mi madre, sino que se creía más grande que cualquier reina. —Y lo es —aseveró Morgana, áspera. —Sin duda. Pero he vivido en un mundo donde los hombres no van y vienen según el capricho de una mujer. —Tenía los dientes apretados y de sus ojos había desaparecido el brillo pícaro—. Preferiría tener una madre afectuosa a una Diosa adusta, con el poder de la vida y la muerte sobre los hombres.

100


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.