El maestro debe aspirar a ser un artífice, un despertador de fuerzas espirituales, un transformador de potencias informes en capacidades precisas de acción.
por su trabajo, se le honra más. Se exige
La historia milenaria nos enseña, sin
a los colegios que preparen al joven
embargo, que lo fundamental en nues-
victorioso, no en las lides de su propio
tra especie es su afán de supervivencia.
mejoramiento, sino en sus aptitudes
Vivir, seguir viviendo en la cadena irrom-
para asegurarse una mayor opulencia. El
pible de las generaciones, triunfar sobre
progreso del país se mide por la riqueza
la muerte. La vida es más fuerte que
per cápita.
todas las dudas, que todos los errores, que todas las negaciones. No se alcanza
El pequeño maestro de escuela, ilumi-
sin luchas. Pero aun en la derrota más
nado por el anhelo de entregar a su
aciaga, una semilla queda fecunda, un
discípulo el tesoro de la cultura adqui-
resquicio de camino queda abierto.
rida en las generaciones anteriores, se
Y decimos, repitiendo a uno de los
preguntará sin duda sobre la validez y la
humanistas modernos de mayor relieve,
bondad misma de esa cultura y temerá
Theodor Litt: “No existe ninguna misión
que si no se logra clausurar las grietas
más cargada de responsabilidades ni mis
conceptuales que hoy resquebrajan
honrosa que la del maestro que procura
el edificio de nuestra civilización, sus
a los hombres del porvenir las armas para
ilusiones pedagógicas se desharán ante
las luchas que les esperan”.
el choque de la realidad. Avizoramos un porvenir en que el diálogo del hombre consigo mismo alcance angustias mortales.
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