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USA TU TRILOGÍA MARAVILLOSA


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Cuando joven, tuve el privilegio de conocer a Manuel, empresario próspero con quien trabajé algunos años y con quien establecí una agradable y sincera amistad.
Este amigo era muy calculador, activo y decidido. Iba y venía todo el tiempo y casi siempre ordenaba o señalaba cosas por hacer, corregir o eliminar. Él me enseñó que: “Orden y la disciplina son aspectos que bien manejados, siempre dan resultados favorables”. Tenía dos ranchos y fortuna, se rodeaba de personas cuya intención era disfrutar de sus favores. Manuel se daba cuenta de ello, pero aún así, continuaba organizando comidas y cenas. No le gustaba la soledad, pero por invertir casi todo su tiempo en los negocios, se olvidó de su vida sentimental, no tenía familia y la soledad lo lastimaba.
Me di cuenta de que no era feliz. Estaba preso en su fortuna. Me llamaba a altas horas de la noche para platicar por teléfono, sobre todo los sábados. Le aconsejé que formara una familia, pero siempre me decía que aún no era tiempo, que necesitaba trabajar más para garantizar muy buena calidad de vida, hasta que un infarto lo fulminó. Su empresa fue presa de sus administradores y se disolvió, así que tuve que buscar un nuevo trabajo.
Pasaron dos meses y no lograba colocarme, la oferta laboral estaba deprimida y los compromisos no esperaban. La preocupación me alcanzó y decidí echar mano de lo que Manuel me había enseñado. Orden y disciplina para empezar.
En la banca de un parque me encontraba diseñando un plan para autoemplearme, cuando pasó frente a mi una mujer de la tercera edad de presencia notable y descuido de su aspecto muy visible. Ropa sucia, cabellera generosa, castaña lacia, quien al mirarme escribiendo sobre mi portafolio, tropezó y cayó en el adoquín del camino.
Como resorte me lancé en su ayuda y la senté en la banca que ocupaba. Por fortuna estaba bien, salvo raspones en rodillas. Sus grandes ojos azules miraron mis notas y de inmediato dedujo mi situación.
Me aconsejó que renunciara a todo, que la vida es una ilusión y la realidad un espejismo de la mente. Su triste mirada indicaba sufrimiento, pero sus palabras eran claras, limpias y firmes. Tres veces insistió en que renunciara a todo.
Explicó que ella provenía de una adinerada familia italiana, pero que sus ideas le habían hecho alejarse de todo y todos.
Poseedora de un espíritu poderoso, contradecía su semblante. Su piel presentaba manchas blancas evidencia de anemia; su mano izquierda temblaba levemente y sus labios secos indicaban deshidratación.
Se incorporó y se marchó no sin dejarme una dulce sonrisa sin palabras. Su enseñanza fue sin duda, que el espíritu necesita morar en un cuerpo sano para tener equilibrio.
Siempre consideré estos hechos aislados en dos episodios de mi vida: uno que duró años con Manuel y otro breve con aquella bella mujer senil.
Pero cierta noche me abrazó el mundo de los sueños: en el letargo de mi cuerpo, la visión se manifestó: una niña morena, de brillantes ojos y peinado extraño como moño, dijo con vivaces palabras que “El alma necesita paz, el cuerpo salud y la mente un impulso hacia una dirección sana”.
Y desperté. Nunca he olvidado esas palabras que, en su sencillez, guardan mucha profundidad.
El equilibrio se logra dando salud a nuestro cuerpo en lo que a nuestro alcance esté; direccionando nuestra mente hacia objetivos constructivos decididos con sabiduría y un manejo de nuestro espíritu que propicie la apreciación de los privilegios que concede la consciencia en el milagro de la vida.
Cuerpo, mente y espíritu son la trilogía que da equilibrio. Si cuidamos estos tres aspectos de manera congruente y activa, el efecto siempre será benefactor. Espíritu, mente y cuerpo, son las tres hebras que fortalecen nuestra existencia, el manejar las tres en el cumplimiento de nuestros objetivos, permite la realización de estos en menos tiempo y de manera más duradera.
Teje tus tres fuerzas y crea el más hermoso de los impulsos que te llevará a conocer lo que siempre has querido. Tu trilogía es maravillosa y quien la unifica, es el amor a la vida, a los y lo demás y a nuestra persona.
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