El folletín del Foix

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ElfolletíndelFoix Abril 2020

¿Dónde está mi cabeza?

Benito Pérez Galdós

Ese es el título que Benito Pérez Galdós puso a un cuento que publicó la Navidad del 1892 en el diario El Imparcial y que dejó inacabado.

“¿No es triste considerar que solo la desgracia hace a los hombres hermanos?”

Comocelebración del centenario de sumuerte, salen a la luz los diversos finales que dejó escritos. © Copyright 2020

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VII Quedándome maravillado por la belleza de aquella mujer, olvideme del verdadero propósito que me había impelido a entrar en aquel establecimiento de venta de cabezas. Un caballero con sombrero, muy elegante, parecía tener mucha prisa para adquirir una nueva cabeza, lo cual a la sazón no podía comprender, ya que era verdaderamente apuesto y atractivo. La mujer, esbozando una amplia sonrisa, dijome que tomara asiento en la silla, la cual estaba cubierta de cabellos de color azabache; a cualquier persona le podría haber importado aquella suciedad, pero yo no era especialmente maniático. La señora cogió un peine y unas tijeras para hacerme un nuevo peinado, ya que llevaba unos pelos de loco y estos necesitaban un cambio radical. Mi pelo comenzó a caer en el suelo lentamente y, entonces, me percaté de lo desgraciado que era: había perdido mi cabeza y en vez de estar explorando hasta el último rincón de la ciudad estaba allí, sentado como un pasmarote. Un impulso hízome saltar del asiento como un resorte para dejar claro a aquella fémina que no había venido para que pusiérame gallardo, sino para recuperar mi extraviada cabeza. Siéntome injustamente ultrajado, mis palabras brotaron de mi boca cada vez con más fuerza, pero pareciesen desvanecerse antes de llegar a sus oídos. Ignorado por tan lozana dama, no daba crédito a lo que estaba sucediendo: ¿por qué motivo no quería venderme aquella cabeza? Nunca antes me había hallado en una situación tan indignante, comencé a proferir gritos quejumbrosos, pero aquella señorita permanecía totalmente impasible. Esto hizo que comenzase a sentir un fuego que iba devorando poco a poco mis entrañas, consumiendo mi cuerpo hasta salir por mis ojos. Pero ella seguía sin inmutarse, fría como un témpano de hielo; entré en cólera y en un vehemente arrebato agarré la puerta, partiendo presto sin rumbo alguno. Muchos pensamientos repicaron como una letanía en mi cabeza, mientras deambulaba por las rúas intransitadas de mi conocida villa, sin cerciorarme de la hora. Ya no sabía qué más hacer, solamente quería recuperar mi cabeza lo antes posible. ¡Cómo había podido extraviarla! Primero respiré hondo para poner lucidez a mis recuerdos y de tal modo poder confeccionar un mapa mental de todos mis movimientos antes de llegar a esta horripilante tesitura, pero mi remembranza seguía muy menguada. Mis pies me condujeron al único lugar donde mi corazón siempre había encontrado un poco de paz dentro de esta sociedad tan tecnificada. Ese pálpito me transportó a la casa de la 1


Marquesa Elisabeth, viuda de X, lugar recurrente de mis descarríos. ¿Quizá mi cabeza seguía en esos andurriales? Mis ojos, hasta ese momento opacos, cobraron un poco de brillo, mi alma deseaba fervientemente volver a contemplar la belleza de mi amada. Observé una tenue luz que se divisaba en el interior de su alcoba, trepé con ímpetu hasta su balcón y vi a Elisa en manos de un sucio mangurrián. Totalmente aturdido por el fragor de mi mente, mi cuerpo quedose completamente inerte. Desplomeme en el solado con un hilo de vida, desfallecido, cuando súbitamente vino a mi memoria el motivo de la pérdida de mi testa. El arrobamiento por mi amada me hizo perder la razón, mis conjeturas sobre mi amor no correspondido por la Marquesa se habían hecho inconcusas. Mis visitas cada vez más asiduas nublaron mis sentimientos hacia ese ángel de cálida piel, de sonrosados labios, que conocí en el verano de l892. Sus graciables gestos y su cautivadora sonrisa permanecían aún en mi corazón, resquebrajado en mil pedazos, sin posibilidad de poder recomponerse. Ella nunca me había amado. Exasperado por mi desdicha, en la oscuridad de la noche, quise librarme de aquella tristeza que me torturaba arrastrándome al abismo y no vi otra salida que acabar con mi existencia cercenándome la cabeza. Nadie me la usurpó, nadie se hizo con ella, fui yo mismo. Busqué ansiosamente el refugio de mi querida madre, ya fallecida hace tiempo. Me encaminé hacia el cementerio para encontrar, evocando su memoria, un poco de sosiego, necesitaba sentir cerca otra vez aquellos momentos vividos y poder así rememorar el recuerdo de aquel niño que fui antaño, amado y respetado. Al llegar junto su lápida me estremecí atrozmente: vi mi nombre grabado junto al de mi madre y me percaté de mi propia muerte. ¿Había estado deambulando como un fiambre creyendo que podían oírme, verme, sentirme, …? La señorita de aquella tienda no había sido descortés, simplemente no podía avistarme. ¡Qué necio había sido! Y ahora preguntome: ¿Estar vivo sin sentir amor, no es acaso morir en vida?

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Ocurriome que debía entrar en la tienda, inquirir, proponer, y por último, comprar la cabeza a cualquier precio... Pensado y hecho; con trémula mano abrí la puerta y entré... Dado el primer paso, detúveme cohibido, recelando que mi descabezada presencia produjese estupor y quizás hilaridad. Pero una mujer hermosa, que de la trastienda salió risueña y afable, invitome a sentarme, señalando la más próxima silla con su bonita mano, en la cual tenía un peine.

VII

Con cierto nerviosismo senteme donde la bella mujer indicábame y le explique que no requería sus servicios, sino que había irrumpido en el establecimiento porque habíame llamado la atención uno de los artículos que tenían exhibidos. Explíquele que aquella cabeza asemejábase a la que con anterioridad habíame pertenecido. Ella no veíase sorprendida por mis palabras, pero notabase la inquietud en su semblante. Ella disculpose conmigo y levantose para caminar hacia la trastienda de la tienda. Esperé por un par de minutos a que volviera a aparecer, pero al ver que no lo hacía púseme de pie y comencé a recorrer la tienda, observando las diferentes cabezas que reposaban a lo largo y ancho de esta. No había dos cabezas idénticas. Todas ellas eran dispares, nada similares la una con la otra. Lo único en que todas ellas coincidían era en la bregadura que había en la parte central. Acérqueme para ojear la cicatriz con aún más atención. Esta media dieciocho centímetros de largo, y en algunas de las cabezas seguía estando roja como si la intervención quirúrgica hubiera sido realizada recientemente. —Señor—giréme en dirección a la hermosa mujer. Junto a ella había un hombre prominente de facciones toscas mirándome fijamente—Este es el dueño de la tienda, el señor Núñez. El hombre acérqueseme con paso decidido y dirigió su vista al mismo sitio al que yo había estado mirando. Cuando levantó la cabeza dirigióme una mirada turbia que cáusame un gran susto. —Estoy aquí para contestar sus preguntas—dijome, mientras dibújasele una sonrisa tétrica en el rostro—Acompáñeme a mi despacho, por favor. —¿No podemos hablar aquí, señor? Para mí sería mucho más cómodo. El señor Núñez cogióme el brazo con brutalidad y obligóme a caminar unos pasos antes de que yo pusiera resistencia. En ese momento comprendí quien era ese individuo. Relatos horribles acerca de él habían recorrido el pueblo por años. Las habladurías decían que era un lunático que recorría las calles al caer la noche para cortar las cabezas de los 3


sujetos más inteligentes de la villa y más tarde extraer sus sesos para venderlos al mejor postor al precio más alto que fuera capaz de conseguir. Tiré con firmeza, intentando hacer que me soltará, pero no lo conseguí, así que piséle el pie con toda la fuerza que tenía, provocando que me liberará. Serpentee entre su cuerpo y el de la atractiva peluquera quien también intentó empantanarme y desliceme lejos de su alcance. Corrí a gran velocidad hacia el aparador de la barbería y sujeté con fuerza mi cabeza, sintiendo pavor porque esta acabara en el suelo y volviera a perderse. Con premura volví a emplazarla sobre mi pescuezo y como por arte de magia la cabeza acoplose a mi cuerpo, como si supiese que ese era su lugar. Cuando disponiame a esfumarme cual fantasma para huir del pueblo lo más pronto posible, encontréme cara a cara con el señor Núñez frente a la puerta del establecimiento. Cargaba en su mano una pistola de armazón dorado con la cual apuntabame directamente al corazón. Levanté las manos como acto reflejo, pero no sirvió para detener a aquel desequilibrado mental quien disparo. El proyectil impactó directamente en mi torso y la sangre comenzó a emanar a borbotones. Eso fue lo último que vi del mundo terrenal. El sonriente rostro de demente perturbado del señor Núñez.

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VII Senteme en la silla, mientras la peluquera preparaba un peine, le pregunté: ¿Que pretendes hacer

con

ese

peine?,

pues

yo

no

tenía

cabeza

y

ella riose. Rápidamente levantame del sillón y exigí saber más información, ella accedió y obligome a seguirla a la trastienda. A medida que bajábamos unas escaleras la luz iba disminuyendo, de repente asentome un golpe tan fuerte en la espalda, que caí rodando por las escaleras. Cuando desperté estaba atado a una silla, frente a una pizarra y la hermosa peluquera me miro. Tenía mi cabeza entre sus manos y exigí saber que tramaba. Ella comenzó a explicarme su malévolo plan. Ella no era peluquera, la peluquería era una tapadera, realmente ella era una ingeniera adelantada a su época, con la intención de crear una Utopía que gobernara el

mundo.

Esto,

lo

haría

sacando

la

cabeza

a

los

miembros más importantes que conocía, con la excusa de un corte de pelo gratis. Con la cabeza, crearía una especie de robots que trabajarían para ella. Eligió a la gente más lista, para crear la mejor ciudad nunca existida, entre ellos yo y mi Discurso-memoria sobre la Aritmética filosófico – social. Cogió mi cabeza, la miro fijamente y dijo: -Ahora acabare con tu cuerpo. Mi cabeza le dio un bocado en la nariz, pues ella no sabía que aún la controlaba, cayo de espaldas contra el suelo, yo salí corriendo por patas con mi cabeza. Más tarde, una vez ya con la cabeza en su sitio, denuncie los hechos a la policía, me tomaron por loco, pero me siguieron hasta la peluquería. Una vez allí, revisaron el edificio, pero no encontraron nada. Los policías, indignados, se dirigieron hacia mí, me atraparon con unas esposas y me llevaron directamente al loquero más cercano.

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VII No tenía muy claro realmente porque ofreciome sentarme. En ese preciso instante y durante todo el día no poseía mi cabeza. Esa que vi expuesta en esa preciosa mesilla de roble oscuro. Creí que se estaba riendo de mí solo porque no lograba encontrar mi cabeza. Preguntome porque no tenía cabeza, yo expliquele lo que ocurriome: - Nada más levantarme me di cuenta de que no tenía mi cabeza. - ¿Cómo puede ser eso? – me preguntó la bella chica – Realmente yo no sabía que responder, llevaba haciéndome esa pregunta todo el día. Me quedé en blanco, estuve reflexionando un rato, pero no me salían las palabras, nunca en la vida había visto cosa tan estrafalaria. Fue en ese instante en que expliquele que esa cabeza que tenían expuesta era igual a la mía. El hombre que la estaba peinando mirome y dijome que era imposible. Esa cabeza no podía pertenecer a ningún ser humano. Dijome que estaba loco. Yo sorprendido por su dura reacción, expliquele con sólidos argumentos que esa cabeza pertenecíame. No logré comprender porque el hombre no creíame, era raro sí, pero quién dice que era imposible. Yo sentí una conexión nada más verla, sabía que era mi cabeza. La chica entonces echome de la peluquería, yo intenté resistirme, pero no pude. Entonces acudí a comisaria y expliquele a los policías lo ocurrido con mi cabeza. Ellos compartían el mismo veredicto, tratáronme de loco y volviéronme a echar. Volví al lugar donde encontré la que era mi cabeza. Volví a mirar como trataban a mi cabeza y sorprendime. ¡No estaba, ya no estaba! Entré afligido a la tienda y pregunté por ella. Ellos respondiéronme que se habían desecho de ella. Enfurecido por ese acto respondiles: - ¡Denme mi cabeza o la tendremos! La chica se sorprendió al escuchar esas palabras, por algún motivo accedió a darme la cabeza, escondida en un armario. Yo, contento por haberla recuperado, corrí camino a casa con el objetivo de volver a colocar mi cabeza. Una vez delante del espejo, cogí la cabeza y me la intenté colocar de nuevo. Pero era como si una fuerza no permitiérame ponérmela, lo intenté de muchas formas distintas y nada. Era como si ese espacio estuviera ya ocupado. Pero yo no veía lo que tenía, yo no veía nada. Fue entonces cuando pensé en palpar lo que impedía ponerme mi cabeza y entonces me di cuenta. Sí tenía mi cabeza, pero el problema era que mi cabeza se había vuelto invisible.

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VII Sentéme en la silla, era bastante cómoda y el aroma que desprendía la sala era reconfortante, la tienda estaba desierta, como si fuera la primera vez que se hubiera abierto en años. Ella vino con un panfleto, donde se veían muchas cabezas en él, como me falta cabeza indagué sobre lo que ponía en el susodicho panfleto y salía mi cabeza en ese papel. Rápidamente le dije que qué hacía ahí mi cabeza y ella respondiome diciéndome que el establecimiento se encargaba de comprar y vender cabezas por buen precio, vi que mi cabeza valía mucho más que las otras. Le pregunté por qué valía más y respondiome que a los dueños de las cabezas se les cobraba más porque así hacían más ganancias, en ese momento no tenía nada de dinero encima y ella decía que ya tenían otros clientes que pagaban por mi cabeza. Le rogué que me devolviera mi cabeza, pero dijome que el negocio era el negocio y que no podía

dármela,

que

perdería

una

fortuna.

Ella se negaba a dármela así que cogí el peine que tenía a mi vera y se lo clavé en el cuello, fui a por mi cabeza sin apurarme demasiado, pero la policía ya estaba en la puerta. Agarré otra cabeza y me la puse, así la policía no podría reconocerme, el plan fue rotundamente genial y me dejaron escapar, les dije que el asesino hablaba de irse a otro país, ellos necios me creyeron. Ahora soy un hombre de provecho y cometo crímenes cambiando las cabezas que había en aquel local.

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VII Entonces, le hice caso a esa seductora señorita que me ofreció sentarme y eso hice. Me senté justo donde ella me ofreció y me dijo lo siguiente: - ¿Desea usted lo mismo de siempre? Yo me quedé completamente desconcertado. ¿Ella sí que podía verme la cabeza? Tardé un rato en responder y sí, ella me podía ver. Seguramente puse una cara de sorpresa. En cuanto me volvió a llegar la sangre al cerebro, rápidamente le respondí. No le dije nada, solo intenté hacer un movimiento afirmando con el vacío que tenía encima del cuello. Ella, enseguida, encendió la máquina de cortar el cabello y me la empezó a pasar. Hacía ruido como si estuviera cortando pelo. Miré al suelo y vi cómo grandes mechones caían de mi vacío que tenía encima del cuello. Entonces, me quedé sorprendido y recordé cuando yo tenía cabeza no tenía pelo. Era calvo. Entonces, di un brinco y me puse en pie y de mis labios salió: - ¿Que está pasando aquí? Rápidamente, me miré en el espejo más cercano y no, no tenía cabeza. ¿Qué me está pasando? Miré a la peluquera, que me observaba con cara de asombro y de terror al mismo tiempo. Fui al escaparate donde anteriormente había visto mi cabeza y ahí ya no había nada. Fue cuando me vi reflejado en el cristal del escaparate y, ¡PAM! Tenía pelo flotando encima de mi cuello. Poco a poco estaba recuperando mi cabeza. Le pedí agua a la peluquera para aclararme un poco la garganta. Ella me dio un vaso de agua clara y cristalina. Cuando fui a beber no me lo podía creer; podía ver mi rostro. Se me cayó el vaso de la sorpresa ya tenía cabeza. ¿Qué había pasado? ¿Por qué me veía la cabeza? Me da igual. ¡Por fin ya tengo mi cabeza! Me fui feliz, pero la gente miraba raro. ¿Qué pasa, pensé? Entonces, escuché a un niño gritando: - ¡Ese hombre no tiene cabeza! ¿Qué me ha pasado? ¿Ahora solo me veo yo la cabeza?

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VII Al entrar, una remembranza se vino a mi cabeza, cosa sin sentido ya que yo nunca había entrado en ese antro lleno de cabezas falsas con pelo falso. Una mujer de edad media hermosa vínome a atender en cuanto llegue, yo amablemente me dispuse a explicarle mis problemas acontecidos anteriormente, le explique que me levante y había sufrido un terrible robo en mi lar. Ella inquieta preguntome que me habían sustraído y yo ofenso por el horrible ingenio anteriormente comentado me aleje de ese antro con mucha avidez y sentimiento de vindicta. La noche precedente a dichos acontecimientos acérqueme a dicho lugar con la esperanza de encontrar mi objeto robado en dicho antro, ya que esa mujer en hombre pudiera tenerme un parecido. Estaba completamente impepinable esa señora no pudiere ser mujer, esa mujer es un hombre, ese hombre me sustrajo dicha cabeza mía. Yo sentome muchísima rabia por semejante engaño que he sufrí por dicha persona la cual no quiero ni nombrar. Con mucha sed de venganza me dirijo a dicho antro sin otro pensamiento que el de recuperar lo que es mío. Al llegar lo ve allí dentro de espaldas suyo, asique me adentre sigilosamente y le arranque la cabeza de cuajo y su cuerpo callo redondo al suelo. ¿Al tener mi cabeza por fin entre mis manos me la intento recolocar y esa no encajaba NO ENCAJABA no podía estar pasándome eso y ahora que hacía? Presa del pánico dejo la cabeza y huyo, huyo espantado porque he vuelto al principio otra vez y sigo sin saber dónde estará. Volviendo a hacia mi hogar algo en mis pensamientos cambia y la rabia se vuelve a apoderar de mi ser. Pienso si yo no tengo algo que me pertenece como es mi cabeza, nadie tiene el derecho de tenerla también. Se que mis pensamientos no son los correctos y no me identifico con ellos, pero como no tengo mi cabeza estos pensamientos me los puede estar implantando alguien asique no es culpa mía, yo no haría esto si tuviese lo que pertenéceme. Al día siguiente tome una decisión todas esas personas que me miraran raro, por algo por lo cual yo no tengo culpa seria castigado con el mismo castigo que se me puso a mí.

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Varios días después era todo un misterio, el asesino roba mentes me llamaban, era la persona que andaba en boca de todo el mundo, creo que nunca había hablado tanta gente de mi y estoy completamente seguro de que si fueran conscientes de quien es la persona de la que hablan inmediatamente dejarían de hablar todos y serian mudos. En realidad, es una sensación maravillosa que todo el mundo este expectante de que es lo que hago y además yo no estoy matando a nadie porque la culpa la tiene cuya persona que tenga mi cabeza y la esté controlando, yo solo soy culpable de estar en boca de todos. Por otro lado, empecé a profundizar en la investigación de quien era el probable ladrón de mi cabeza y por tanto consecuente de todas las muertes que lo acompañan, realmente si fuese yo el culpable de todas estas muertes no podría vivir con ello y de mientras sigo a lo mío. 3 MESES DESPUÉS “SE DESCUBRE EL ASESINO ROBA MENTES, QUE SE SUICIDO AL SER CONSCIENTE DE QUE EL MISMO SE ARRANCO SU CABEZA PARA DEJAR DE PENSAR EN MATAR A GENTE”.

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VII Hizo sentarme en una silla muy cómoda y confortable y sin preguntarme cogió una peluca rubia, la cual tenía pinta de ser de un tacto muy sedoso, me la coloco y sorprendentemente para mí, esta se quedó sujeta en el aire, encima del espacio en el que tendría que estar mi cabeza. Seguido de esto empezó a pasarme cuidadosamente un peine, y tras este unas tijeras que cortaban pequeños mechones de cabello. Mientras la risueña joven procedía a cortar el cabello de aquella fantástica peluca, fíjeme en el espejo que tenía delante y dime cuenta que se reflejaban unos penetrantes ojos, los cuales tenían la mirada fijada en mí. Imagineme que ese reflejo solo era una mala pasada de mi mente, así que decidime a ignorarlos y contando hasta diez creí que, al volver a mirar, lo más seguro seria que ya no estarían. Pero para sorpresa mía, cuando llegué a diez y rápidamente volví a mirar al espejo, ya no solo había reflejado unos ojos, sino que también se reflejaban unos labios y una oreja. Para mi estupefacción, cada vez se reflejaban más partes de una cara. Y eso me provocó una fuerte sensación de rechazo y asco. No podía soportar la desfachatez y arrogancia de la expresión de la cara de la imagen reflejada. No obstante, fíjeme que esa cara me resultaba familiar, así que me resolví a averiguar a quien pertenecía. Me evocaba unas sensaciones de desagrado que debían pertenecer a alguien con quien, sin duda, no congeniaba. De repente, un escalofrío me recorrió mi espina dorsal y en el mismo instante la expresión del rostro del espejo era del horror más absoluto y de viva desolación, porque finalmente habíame reconocido. Aunque pugné por volver al anterior estado de ausencia, ya no era posible. Recordeme de todo lo acaecido la noche anterior, cuando fui testigo de una brutal paliza que mi vecino había infringido a su mujer y yo en lugar de defenderla, interponerme o denunciarlo, por miedo, había ignorado. Ahora entendía porque mi psique había jugado conmigo. Era más aceptable carecer de cabeza que aceptarme como lo que realmente era, un miserable cobarde que anteponía su seguridad y

confort

a

la

dignidad

y

seguridad

de

otra

persona.

Que fácil resulta no hacer nada ante la injusticia que no nos afecta directamente, siempre y 11


cuando carezcas de conciencia. En ese momento la joven barbera había concluido su trabajo y preguntábame que me parecía. Le agradecí su buen trabajo, le pagué y salí de allí sabiendo a donde dirigirme, que era lo único que tenía que hacer a continuación.

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VII La mujer se acercó al hombre y se presentó. Su nombre era María y llevaba trabajando ahí 3 años desde que se mudó a la ciudad. Una chica joven de unos treinta años delgada con un pelo muy bien recogido con un sombrerito. Ideal para la ambientación de la tienda, ya que cuadraba mucho con el estilo de los muebles. La distribución del local era curiosa. Se realizaban cortes de cabello y una sección dirigida a encontrar sombreros para los clientes que lo desearan. El local constaba de una zona justo al entrar a la derecha con una recepción para las citas y la organización de la peluquería que se encontraba más al fondo. En cambio, a la izquierda, había una tienda de sombreros con más escaparates con sombreros tanto estrafalarios como elegantes. De todos los colores y formas, de copa baja o alta, para mujer o infante. Realmente era una tienda especializada y la mujer sabía de lo que hablaba. Me comentó las principales ofertas porque la señorita no me dejaba entonar ni una sílaba por su astucia. -

Oiga señorita, yo no he venido a buscar un servicio o producto en concreto de lo que ustedes venden - señala la cabeza -. Yo he venido porque quiero recuperar la cabeza de ahí.

La mujer se quedó en blanco al señalar la cabeza y justo seguido el hombre empezó a quitarse toda la ropa de abrigo y dejarse ver el cuello aun con marcas no muy agradables. -

La cabeza la consiguió el dueño esta semana - dijo la mujer- Si quieres hablar con él yo podría darte su dirección.

Se encontraba muy ocupada atendiendo a las clientas mientras explicaba que el dueño suele coleccionar cosas inusuales. Trajo la cabeza al local, aunque la dependienta no sabía lo que era realmente, la usó como decoración del establecimiento. Creía que la cabeza se la habría comprado a un ladrón de la calle o encontrado en la basura. El señor, al ver que no podía hacer nada para recuperar la cabeza al instante, decidió preguntarle cuando visitaría el dueño el local. Pasaron los días y el señor decidió visitar el sábado, el día que le indicó la dependienta después de la charla. Era atemorizante salir a la calle. El descabezado caminaba desconfiado de su horrible apariencia. Él no podía aguantar más días sin su cabeza. Finalmente, llegó al establecimiento 13


de nuevo y el dueño se encontraba en los escaparates fumando un puro. Era un hombre mayor de unos 50 años alto y corpulento, vestido con traje y zapatos elegantes. Le colgaba un reloj de bolsillo del pantalón como si ya le estuviera esperando. -Buenos días - dijo el dueño-. Supongo que tú eres el dueño de esta cabeza -se fija en la cabeza del escaparate -. Se la compré a un tipo que vino al anticuario de al lado de la tienda de sombreros. Parecía ser que el dueño se encargaba de varios locales cercanos y tenía una gran fortuna como emprendedor y anticuario de segunda mano. Se llamaba Romualdo Velázquez, descendiente de una gran familia de comerciantes. Romualdo era mucho más astuto que la dependienta del otro día la cual ni trabajaba hoy y no se le encontraba ahí metida atendiendo a los muchos clientes que querían su nuevo corte de pelo y sombrero. Romualdo era muy terco y buscaba el dinero por encima de todo. Después de conversar y explicar la situación del pobre descabezado decidió venderle la cabeza por el triple del precio que la había comprado. Finalmente, llegaron a un acuerdo y el pobre hombre pudo recuperar su cabeza. Después de la compra, se colocó la cabeza de una y se empezaron a recolocar todos los nervios. La escena era un poco descabellada pero el dueño parecía serle de lo más normal. Era la primera vez que tenía una cabeza en su anticuario. Eran objetos preciados que podría revender a mucho a postores relacionados con la medicina. El caballero ya con su cabeza le agradeció al dueño por conservarla tan bien, se dirigió hacia su casa felizmente de haber recuperado su rostro hermoso. Había sido una semana muy difícil sin su cabeza y ya no era lo mismo sin ella.

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VII Decidí sentarme, total que podía pasar. Nada más sentarme en esa cómoda silla, la bella mujer me preguntó qué era lo que quería. A ello, respondí: -

Bueno señorita, lo que quiero es mi cabeza, ¿No la habrá visto usted por aquí?

Al parecer la señora me tomó por loco y me echó de esa peluquería; ya no sabía qué hacer. ¿Dónde estaba mi cabeza? No paraba de preguntármelo. Realmente, la cabeza de ese escaparate era igualita la mía, aunque ahora que lo pienso, tenía una especie de peluquín que yo no tenía. Triste y molesto, decidí irme a mi casa. Ya me había rendido. No tenía ni idea de dónde podía estar mi cabeza. Pero bueno, ya la buscaría a la mañana siguiente. Decidí ir a darme una ducha y olvidarme un poco de todo lo sucedido, pero antes tenía que ir al baño a hacer mis necesidades. Una vez acabé me dispuse a dar un baño y así saber si se me pasaba un poco lo que me había sucedido. Salí de la ducha y realmente pensé que tampoco era para tanto, pues todos hemos perdido la cabeza alguna vez, ¿verdad? Como siempre, después de darme mi baño, me dispuse a ponerle la comida y el agua a mis perros, lo que no podía creer es lo que iba a ver en unos instantes. Mis bonitos perros estaban ahí, acurrucados en mi bonita cabeza, eran tan bonitos… Finalmente decidí dejarles mi cabeza para que pudieran descansar tranquilos, ya la recogería otro día. Tantas vueltas, tantas preocupaciones y mira dónde estaba mi cabeza, la tenían los más bonitos de la casa. Madre mía, ¡vaya cabeza tengo!

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VII Senteme en la silla que me ofrecían sus manos y la tan hermosa mujer aproximose. Al ver mi reflejo en el espejo sobresaltose. Sus ojos abriéronse dejando ver un gesto de incredulidad. - ¡Usted no tiene cabeza! ¿Cómo quiere ser peinado? Su razón tenia, avergonzado pensé “menos mal que no me puedo sonrojar”. Raudo procedí a explicarle, sentía como su incredulidad transformábase en temor. - Hoy amanecí sin cabeza. Me ha sido arrebatada o perdida. Tocase el cuello con horror en sus ojos. Su cabello ostentoso y abundante debía ser su bien más preciado y ahora sabía que podíale ser arrebatado. - ¡Un crimen! Cayó en histeria y empezó a respirar erráticamente. Sus finas y maltratadas manos iniciaron una danza nerviosa que acompasarle sus balbuceos. Sus gestos tenianme absorto. Levantame y agarrale de los hombros, zarandeándola hasta volver a ver su mirada risueña. - Escúcheme. En su escaparate hay una cabeza igualita a la mía: mismos lunares, misma expresión, mas diferente peinado. Sus ojos perdiéronse en su cabeza en un gesto de duda, señalome una pequeña puerta que supuse daba al escaparate. Sin un momento de dubitación me encamine hacia la que creía mi cabeza. Ahí estaba reposando, esperando a ser colocada sobre mis hombros. El miedo se apoderó de mí antes de poder siquiera rozar mis mejillas, ¿si no era mi cabeza?, me sentía perdido y aterrado, noté una mano reposar en mi hombro y su suave voz susurrarme al oído. - Si no lo intenta jamás lo sabrá... Tras su cabellera había una buena sesera, mis dos manos temblantes se encaminaron hacia mi cabeza y una vez en mis manos fueron derecho a mi cuello. Encajaba. Encajaba perfectamente. Volví a sentir el aire pasar por mis fosas nasales, noté mi sangre subir a mis mejillas, dándoles un tono rojizo. Trague saliva dolorosamente y pregunte. - ¿De dónde la sacó? Su rostro cambio en milésimas de segundo a un rostro de asombro, no se esperaba la pregunta. 16


- Yo no fui, lo juro. Yo solo peiné la cabeza que me trajo el señor de los maniquís. Una fugaz idea recorrió, mi ahora presente, cabeza. Tal vez el tan adorado artesano, reconocido en toda la ciudad, no vendía maniquís tallados en madera, eran cuerpos robados. - Es un fraude.

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VII Al instante me senté en la silla que me indicó la mano de aquella bella mujer. Al esperar que me atendieran, me quedé embobado al pensar en aquella mano, aquel peine que sostenía, pero al minuto siguiente de mi tontería, me atendió una empleada de la tienda, la cual me preguntó qué buscaba. Yo le contesté nervioso y ansioso, que venía a averiguar si aquella cabeza que se situaba en ese lugar, expuesta, era mía o no, que en el caso de que lo fuera, la quería recuperar. Me ofreció probármela y yo, sin duda alguna, le respondí rápidamente que me encantaría. Me la trajo y me la colocó ella misma con mucha delicadeza, aunque se le notaba nerviosa por sus pequeños temblores que sentía desde sus manos. En ese momento no tenía valor para mirarme al espejo y averiguar si esa, de verdad, era mi cabeza o en realidad no lo era. Por ese motivo que se me notaba a kilómetros, aquella bella mujer me agarró de la mano y me susurró al oído que no me preocupara, que era normal tener miedo. Contó despacio del cero a tres y cuando llegó al tres no tuve más remedio que mirarme la espejo. A mis ojos se les empezaron a caer lágrimas y mi sonrisa fue tan grande que luego me dolía la mandíbula. ¡Era aquella mi preciosa y perfecta cabeza que tanto añoraba! Al instante, me dirigí con la cabeza puesta al mostrado. Las dos empleadas, con un tono de tristeza, me dijeron que ese producto, mi cabeza, era la cosa más cara del local. Yo en ese momento, está dispuesto a pagar cualquier precio para volver a tener mi quería cabeza. Saqué del bolsillo de mi pantalón un gran fajo de billetes y se lo puse delante de sus caras. A las dos se les pusieron los ojos como platos de grandes. Antes de salir de la tienda, les hice una pregunta; de dónde sacaron mi cabeza, a lo que ellas me respondieron a la vez que un día por la mañana, justo en frente de su local, se la encontraron con una nota a su lado. Les hice una última pregunta la cual su respuesta me mataba de curiosidad. -

¿Qué ponía en aquella nota?

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Esa era la pregunta que me ansiaba preguntarla. Me respondieron al segundo siguiente que, en aquel trozo de papel ponía que, con esta cabeza podríamos por fin llegar a fin de mes durante bastante tiempo, sin preocuparnos del dinero. Yo me quedé sin saber qué decir. Quizás, la persona que me robó la cabeza no era un mal hombre. Quizás, no era la única víctima de esa persona, era posible que hubiera más gente como yo, con dinero, que le habían robado su cabeza y la había tenido que buscar y comprar en cualquier lugar con falta de dinero. Esas preguntas y muchas más me recorrían por la cabeza en cada segundo. Nada más volver a casa, recibí una carta. En ella se podía observar que el ladrón de mi cabeza era el mismo que me escribió aquel papel tan bien presentado. La leí en voz alta. En ella ponía que lo que había hecho era por una buena causa, que me planteara de que me servía que tener dinero hasta el punto de que me sobrara, si no ayudaba a la gente que de verdad lo necesitaba haciéndoles felices tanto a ellos como a mí al hacer algo que de verdad valía la pena. Y después de la pregunta que me hizo para que me planteara, escribió que no era la única víctima, que pretendía hacer lo mismo que hizo conmigo a las personas con dinero para cambiar de un mundo injusto a uno justo. Cuando termine de leerla no sabía cómo actuar ni qué pensar. Pasaron días desde que recibí y leí aquella carta y, al fin de tanto reflexionar y pensar, me dispuse a ayudar a la gente que de verdad necesitaba mi ayuda. Aquella persona que robó mi cabeza me hizo reflexionar tanto que hasta cambié mi forma de ser: de ser una persona mala y egoísta, a una persona buena y bondadosa. Fue el mejor cambio que pude hacer. Desde aquel momento era más feliz que nunca.

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