El toro de soga de Rubielos de Mora

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Maestro de Rubielos

El Toro de soga de Rubielos de Mora. Algunas notas acerca de su singularidad histórica

David Montolío Torán

Estudios y ensayos de Arte Revista digital · nº 11, junio de 2018 ISSN 2172-7570


Los editores de “Maestro de Rubielos” hacen constar que esta revista, absolutamente gratuita y sin ningún ánimo de lucro, tiene una finalidad eminentemente científica, para la divulgación del patrimonio histórico y artístico, sirviendo al estudio y enriquecimiento cultural de nuestros pueblos. Todos los contenidos, citas e imágenes reproducidas en sus estudios se acogen al artículo 32.1 de la Ley de Propiedad Intelectual, por la que “Es lícita la inclusión en una obra propia de fragmentos de otras ajenas de naturaleza escrita, sonora o audiovisual, así como la de obras aisladas de carácter plástico o fotográfico figurativo. Tal utilización sólo podrá realizarse con fines docentes o de investigación e indicando la fuente y el nombre del autor de la obra utilizada.”


CRÉDITOS © Revista Maestro de Rubielos · MdR Textos: David Montolío Torán Fotografías: Los autores y las Instituciones Edita: Revista Maestro de Rubielos

https://independent.academia.edu/DavidMontolioiToran http://www.davidmontoliotoran.es/maestro-de-rubielos/ Correo mail: maestroderubielos@gmail.com ISSN: 2172-7570 Portada: Toro de soga de Rubielos (principios del siglo XX). Col. Pichán. 5



PUBLICACIÓN DE MAESTRO DE RUBIELOS REVISTA DE INVESTIGACIÓN, ESTUDIOS DE ARTE Y ENSAYO · ISSN 2172-7570 ·

El toro de soga de Rubielos de Mora Unas notas acerca de su singularidad histórica CONFERENCIA PRONUNCIADA CON MOTIVO DEL CONGRESO NACIONAL DEL TORO DE CUERDA. CUENCA, JUEVES 7 DE JUNIO DE 2018, 20 HORAS

POR

DAVID MONTOLÍO TORÁN

11 Aragón · Valencia, junio de 2018


EL TORO DE SOGA DE RUBIELOS DE MORA UNAS NOTAS ACERCA DE SU SINGULARIDAD HISTÓRICA


MAESTRO DE RUBIELOS REVISTA DE INVESTIGACIÓN ESTUDIOS DE ARTE Y ENSAYO Directio: Camino Rl Valencia-Aragón · Administratio: MdR · Maestro de Rubielos · issn 2172-7570

El toro de soga de Rubielos de Mora Unas notas acerca de su singularidad histórica David Montolío Torán Dr. en Historia del Arte

Que la fiesta del toro en general, y de cuerda en particular, asienta sus raíces en la antigüedad asimilado a las profundas creencias religiosas de la antigüedad parece una realidad unánime para todos los investigadores de la historia de la tauromaquia. Y es que el componente religioso del festejo, a lo largo de los siglos y hasta los inicios de la secularización de nuestra sociedad con la influencia de la mentalidad ilustrada, desde mediados del siglo XVIII, siempre constituyó la esencia inquebrantable de este tipo de celebraciones, hasta que el nuevo pensamiento quiso asociar e imponer lo taurino como pagano, un sentimiento que ya se venía advirtiendo desde el renacimiento, y que creían opuesto a los dogmas y sistema de vida puramente cristianos. Como bien aprecian autores como Louis Reau, la Iglesia, con la evangelización de los primeros siglos, tuvo la necesidad de discernir sobre qué hacer con las culturas anteriores de sus pueblos en misión, optando definitivamente por asimilar y asumir sus tradiciones, creencias o lugares de culto antes que destruirlos, permitiendo que esa transición “cultural” fuera menos traumática. Así como las Iglesias se instalan o sustituyen en la misma localización de templos y lugares sagrados paganos, santificándolos, de la misma manera se vincula a ciertos santos con el culto primitivo a dioses y héroes para que la conversión a la nueva fe no suponga una ruptura completa con el pasado sino una adopción de costumbres; lo que dicho estudioso francés de la iconografía denominó como politeísmo cristiano. 1 De esta manera, nuestras nuevas festividades cristianas vinieron a sustituir a las paganas, evitando choques con las creencias locales, manteniéndose conmemoraciones religiosas anteriores asociadas a mercados, fiestas patronales, o comidas comunitarias, la mayoría deudores de los ritos y prácticas funerarias y agrarias romanos. En este sentido, verbi gratia, se

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consagró el día del sol, el domingo, al día del Señor, así como el sábado al Sabbat judío, manteniendo el resto de días dedicado a las deidades paganas. También las Feriae romanas, marcadas por el equinoccio y solsticio, fueron el inicio de las cuatro estaciones que hoy en día conocemos. O el uso de los cirios e incensarios, una herencia del mundo romano a través de la iglesia oriental bizantina. Por todo ello, en el caso del toro, animal de sacrificio en los templos paganos, agente fecundación y principio de vida en la antigüedad es el animal del rapto de Europa, el toro Júpiter que acabará siendo vinculado a la figura de Cristo expiatorio que toma sobre sí los pecados del mundo. Como el toro de Creta que Heracles somete con su cuerda en su séptimo trabajo [fig. 1], como podemos apreciar en el ánfora del Museo Arqueológico Nacional, del Staatliche Antikensammlungen de Munich o Edimburgo, así como en otros muchos ejemplos de la historia del Arte universal, así se repite el rito en las renovadas festividades cristianas.

[fig. 1] Heracles somete al toro de Creta con una cuerda. Cerámica, ca. 520 a. C. © Museo Arqueológico Nacional.

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Y es que las fiestas populares desde antiguo, aun marcadas por sus connotaciones religiosas, constituían un modo de ruptura de la rutina diaria del trabajo y de las actividades, condicionando en gran medida los mismos espacios urbanos y su utilización. Los ciudadanos básicamente se entretenían en toros, comedias, teatros, bailes o pelota. 2 También los clérigos, tanto regulares como seculares, 3 conociéndose los nombres de diversos religiosos y religiosas toreros y ganaderos e incluso prelados presidentes de estos eventos; 4 hasta el propio Goya retrató algún personaje disfrazado de fraile en alguno de sus lienzos de temática taurina [fig. 2]. Sin embargo, con el tiempo, el control de dichas festividades constituyó una constante preocupación para las autoridades, pues el bullicio producido por las aglomeraciones humanas podía desembocar, fácilmente, en tumultos o peligrosas alteraciones del orden. Una historia de siglos que conjuga toros y religión, censuras taurinas y festividades religiosas muy en boga incluso en nuestros días. 5

[fig. 2] Francisco de Goya: “Niños jugando a los toros”. Ca. 1777-1785, óleo sobre lienzo. © Linsday Fine Art Ltd., Londres.

A través de los años se ha ido planteando y discutiendo sobre el principio de esta fiesta tan popular en la villa de Rubielos y sobre cuál podría ser su origen. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la documentación más antigua se conserva en los fondos del Archivo Municipal de Rubielos, que todavía tiene que ofrecer muchos más datos pues, en un primer momento, las noticias sobre correr toros en la localidad son escuetas y

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esporádicas aunque no por ello menos importantes, y se ciñen únicamente a referencias de su existencia durante las festividades y al reflejo de las mismas en los apuntes económicos de la villa. Toros y fiestas han venido a ser, a lo largo y a lo ancho de la geografía española, terminologías casi sinónimas, muy asentadas en la esencia de nuestra particular historia. Los festejos populares, desde antiguo, conformaban un modo de ruptura de la rutina diaria del trabajo y de las actividades, determinando los mismos espacios urbanos y su utilización. Y es que, a pesar de la existencia de otras alternativas para el escaso tiempo libre y de ocio, como la pelota, las danzas, el teatro o los bailes, los antiguos rubielanos, como muchas poblaciones peninsulares, fundamentalmente se entretenían corriendo toros por sus calles. Autores como Francisco de Goya, evocando tiempos pretéritos e inspirado en la Carta Histórica sobre el origen y proezas de las corridas de toros en España de Nicolás Fernández de Moratín (Madrid, 1777), ya realizó una composición del tema con el toro, con un lazo de cuerda en los cuernos y amarrado a un árbol, mientras dos hombres tiran de la soga. Un jinete, el pastor, le pica en el morrillo [fig. 3].

[fig. 3] Francisco de Goya: La tauromaquia: Modo con que los antiguos españoles cazaban los toros a caballo en el campo. Grabado. © Museo de Zaragoza.

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Es bien sabido que los primeros intentos de regular la fiesta por parte de las autoridades son muy antiguos, como así lo encontramos en el IV Concilio de Letrán (1215) 6 o en las propias Partidas de Alfonso X el Sabio (1256-1265), centrándose en el impedimento a la participación de eclesiásticos. Si bien en Castilla, por esos tiempos, uno de los precedentes del toro enmaromado fue el toro nupcial o del misacantano, representado en las famosas Cántigas de Santa María [fig. 4], 7 donde el animal permanecía atado durante una lidia popular sin muerte, su celebración corrió pareja a la fiesta de la primera misa o del misacantano, de donde parece haber salido el tan taurino término actual de “toricantano”, término posiblemente acuñado por el ingenio del propio Quevedo para designar al torero nuevo en la plaza o de alternativa. En este sentido, si bien eran habituales los impedimentos de paso de ganado bravo por las ciudades, éstos lo eran menos si su destino era la celebración de una boda o misa. Así lo regulaban conocidos textos jurídicos aragoneses, como la Compilación de Huesca o los fueros de Jaca y Tudela. 8

[fig. 4] Miniatura de la Cántiga CXLIV. Cántigas de Santa María, de Alfonso X el sabio.

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En Rubielos, como en muchas otras poblaciones, las celebraciones taurinas, documentadas desde tiempos medievales y, con mucha intensidad, a partir del siglo XVI, estaban vinculadas, en un primer momento, a las celebraciones religiosas, sobre todo a la principal del pueblo, la Santa Cruz del 14 de septiembre y, probablemente, el Corpus Christi, en la que se corrían los toros de cuerda al igual que en otras muchas grandes poblaciones de la Corona de Aragón. Hasta finales del siglo XIV Rubielos poseía una población muy diseminada por su término, con diferentes núcleos, masías y un casco urbano todavía en definición, que no acabó de delimitarse, en parte, hasta la guerra de los Pedros, en que la nueva muralla acaba por fijarlo definitivamente en el casco histórico que hoy todos conocemos. Como la celebración taurina estaba vinculada a la vuelta de procesión desde aquellos lejanos momentos, que se definía a lo largo de las calles que conformaban la ronda de la muralla y era un recorrido demasiado extenso, difícil y costoso de cerrar con barreras y entablados, que eran generalmente competencia municipal, se optaba, como en otras villas del Reino, realizar el festejo con un toro de soga, que no suponía la muerte del animal y que, a la vez, servía de despeje previo de las calles para los actos religiosos callejeros. Aunque el ganado bravo era traído de lejos, sobre todo con motivo de las grandes efemérides, en la mayoría de casos, los toros empleados solían ser de labranza, unas veces alquilados otras prestados, procedentes de las diversas masías del pueblo o de otras localidades vecinas, éstos llegaban sueltos a las proximidades del casco urbano, portados por los propios masoveros o pastores. También muchos animales de la fiesta procederían de los arrendadores de la carnicería de la villa, mediante compromisos capitulados entre los mismos y la propia villa, tal vez incluidos por el uso del boalaje o dehesa comunal donde pastaba el ganado de todos los vecinos del pueblo. Aunque a veces se alquilaban, habitualmente, ya en el siglo XVI, el avituallador de dichas carnicerías tenía la obligación en dar los toros para la fiesta. El traslado de los toros y su cuidado se encargaba a pastores, a quienes se les pagaba, además de un salario, la carne, el pan y el vino que tomaban durante su estancia. En algunas ocasiones, la ciudad enviaba otras personas para acompañarlos o guardarlos durante su estancia en el pueblo; sin duda el origen de las cuadrillas y actuales sogueros, hoy en día parte de la Asociación del Toro de Soga de Rubielos.

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Pensamos que el inicio de la festividad en Rubielos pudo ocasionarse ocasionalmente por la necesidad de asegurar la entrada y el traslado del ganado bravo, asido a una maroma, desde los corrales fuera de las murallas a la plaza de toros del interior de la villa, evitando en lo posible los accidentes y los conflictos con los habitadores. En Rubielos, como en otros lugares conocidos, los toros se guardaban desde antiguo en un recinto ubicado junto a la muralla,-por motivos de seguridad y sanidad-, que aquí hoy conocemos como Corralico [fig. 5], aunque pudiera haber otras localizaciones provisionales y temporales.

[fig. 5] Salida del toro desde el “Corralico”. Fotografía, mediados del siglo XX.

Sabemos que durante la celebración del Concilio de Trento (1545-1563), que en sus sesiones ejerció una labor principal de la defensa de la doctrina ante la amenaza del protestantismo, también se abordó, una vez más, el estado relajado de las costumbres del clero que tanto se vislumbraba en las visitas pastorales de aquel siglo en los episcopados hispanos. En el pontificado de Pío V (1566-1572) [fig. 6], con su bula “De salutis gregis dominici” (1567), se condenaba a excomunión a los organizadores o participantes en los actos taurinos. El Papa dominico, comprometido con las pragmáticas de Trento, dispuso un esquema de reforma de hábitos eclesiásticos, entre los que se encontraba la censura y eliminación de los festejos taurinos que el concilio no había plasmado como leyes, teniendo como base la supresión llevada a cabo en los Estados Pontificios y en el concilio de Toledo (1566), que había prohibido los torneos. 9 Felipe II, informado por el nuncio, no acogió la medida con entusiasmo, temiendo la respuesta de su pueblo, 10 pese a urgir a los obispos españoles a convocar concilios provinciales, entre ellos el de Zaragoza, que trataron el tema. En Rubielos todas estas medidas coinciden con el verdadero auge y

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asentamiento popular de la fiesta del toro. En realidad, los empeños del pontífice respondían a las malas y crueles experiencias que los actos taurinos habían tenido en la vecina Italia desde su auge durante el gobierno del español Alejandro VI, y sus sucesores Julio II y León X, además de la opinión de algunos religiosos y teólogos españoles como el general de los jesuitas, San Francisco de Borja.

[fig. 6] Michele Parrasio: Cristo yacente adorado por el papa Pío V. Óleo sobre cobre, Ca. 1572. © Museo del Prado.

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A partir del siglo XVI, la afición era tan grande que la fiesta no sólo se mantuvo, sino que se popularizó. Es el siglo XVII el momento de mayor notoriedad, donde evolucionó hasta el punto que, en las fiestas de consagración del nuevo templo parroquial, encontramos la primera aparición documentada de un festejo ya muy arraigado en la población, que en ese junto momento, con la construcción del nuevo templo parroquial, acabó por fijar definitivamente el itinerario actual, que hasta ese momento sería aleatorio. El antiguo documento: “Relación de la

erection y edificio de la Yglesia de Rubielos, y de su dedicación y fiestas en ella hechas el Año 1620. Copiada por mi Mossen Juan Gil de Palomar y Mosqueruela, indigno benefficiado de ella. A 23 de Febrero del Anno 1659”, 11 relata la celebración de aquellos días de fiestas, con bailes, danzas, teatros, etc. y corridas de toros y toros embolados. Y entre todos ellos, la noche del 13 de septiembre, día anterior de la festividad de la Exaltación de la Cruz, fiesta principal de Rubielos desde antiguo, “Después de cerrada la noche hubo muchos fuegos por las calles, y un toro ensogado” [fig. 8]. Unos actos taurinos, presididos por el Obispo de Teruel en la plaza de los Toros [fig. 7], que contaron con el visto bueno de las autoridades eclesiásticas y municipales del momento, compartiendo protagonismo con la celebración religiosa. Un auge que continuó, incluso, tras la erección en Secular e Insigne Colegiata la Iglesia parroquial de Rubielos en 1698, siete años después de la prohibición.

[fig. 7] Toro de cuerda en la antigua plaza de los toros, actual Igual y Gil. Fotografía. Principios del siglo XX. © Col. F. Pichán.

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[fig. 8] José Gonzalvo: “…Después de cerrada la noche hubo muchos fuegos por las calles, y un toro ensogado, …”. Plumilla sobre papel. 1980.

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En el siglo XVIII, en tiempos de la ilustración, en un panorama cada vez más laico, la actitud de las autoridades eclesiásticas y civiles del estado ya no resultaba meramente religiosa sino económica, tanto por la necesidad de destinar amplios terrenos a la cría de estos animales, mermando capacidades a la agricultura, como por el gran absentismo laboral que suponía la asistencia a los festejos taurinos. Tal era así que, en la diócesis vecina de Segorbe, de gran influencia histórica en Rubielos y su entorno por su vecindad, el obispo Alonso Cano, haciéndose eco de las ideas de muchos prelados de siglos anteriores y también del ideario ilustrado de la Corona, prohibía los toros poco tiempo antes del propio Carlos III [fig. 9], con la Real pragmática de 9 de noviembre de 1785. Se vetaban, con algunas excepciones, este tipo de festejos de toros de muerte en los pueblos que también, según su criterio, daban una mala imagen del país en el exterior. La concesión de algunas licencias en Valencia hizo que el propio monarca se ratificara en una real orden de 7 de diciembre de 1786, incluso sin tener en cuenta las excepciones de ningún tipo, salvo en la capital. Una orden que volvió a darse el 30 de septiembre del año siguiente, ante los oídos sordos de algunas poblaciones y autoridades locales.

[fig. 9] Anthon Rafael Mengs: Carlos III. Ca. 1765, óleo sobre lienzo. © Museo del Prado.

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La picaresca española hizo que diversas poblaciones burlaran la prohibición corriendo toros de soga, sin muerte, ya prohibido en Valencia en 1691, por las víctimas que ocasionaba en la víspera de la celebración del Corpus Christi. 12 Realidad que el propio monarca cortó de raíz con una real provisión de 30 de agosto de 1790. Sin embargo, una vez más, la realidad era que se continuaban corriendo ensogados, por lo que el nuevo rey Carlos IV, con asesoramiento de su ministro Godoy, el 20 de diciembre de 1804, con cédula de 10 de febrero de 1805, decretó la prohibición completa en toda España. Pese a todo, cofradías, instituciones, pueblos, ciudades siguieron dirigiéndose a la Corona argumentando los beneficios misericordiosos de los festejos. Es de imaginar el poco seguimiento que debió tener el mandato cuando en las propias cortes de Cádiz, presididas en su sesión final por el clérigo rubielano Vicente Pascual y Esteban, se trató el tema acaloradamente. Sin duda resulta interesante que, habiendo el gobierno español censurado las corridas de toros, fuera José Bonaparte [fig. 10] quien, en 1811, tornó a consentir la fiesta nacional, aunque lo hiciera para ganarse el fervor popular, aunque tan sólo fuera por escaso tiempo, pues pronto tuvo que huir de la capital, el 22 de julio de 1812, tras la derrota de la batalla de los Arapiles. Sin embargo, aunque el decreto de 1805 nunca fue anulado y, pese a intentos concretos, las autoridades siempre han venido a ejercer un papel de resignada tolerancia, siendo Rubielos una de las pocas poblaciones en que el festejo ha tenido continuidad histórica.

[fig. 10] François Gérard:

José Bonaprte, rey de España. Ca. 1808, óleo sobre lienzo.

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Nuestra fiesta, realizada desde tiempos bajomedievales y documentada desde, al menos, 1620, se continuó celebrando durante ese siglo y los posteriores, en un principio sin la espectacularidad que posteriormente fue adquiriendo, sobre todo desde finales del siglo XIX y XX, donde ya constituyó un verdadero acontecimiento plasmado ampliamente en las crónicas como verdadera esencia intrínseca de Rubielos. Lo que comenzó como un acto secundario que consistía simplemente en conducir al toro con menor peligro desde el toril extramuros en el Plano a la plaza de toros intramuros (actual plaza de Igual y Gil) para devolverlo después sin la necesidad de barreras, a lo largo de los siglos XIV y XV, en los que debió aparecer como práctica común, pronto adquiriría una enorme popularidad que ha llegado, con intermitencias de guerras y conflictos, prohibiciones y oposiciones, hasta la actualidad, dejando incluso el nombre de sus grandes personajes para la inmortalidad.

[fig. 11] Toro de soga en el rincón de la plaza de la Sombra. Fotografía. Principios del siglo XX. © Col. F. Pichán.

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En el presente, el espectáculo repite los parámetros y la bonita liturgia de tiempos pasados. Tras el pasacalles popular con la soga y la banda de música [fig. 14], el torilero, recibiendo órdenes del jefe de cuadrilla, abre la puerta del Corralico, dando paso al toro ensogado, con una única baga de veinticinco metros de cáñamo puro frotada en alfalfa para proteger las manos, sin presión por la testuz y llevado y controlado así por los sogueros, habitualmente seis, que tienen el compromiso de correr siempre delante del animal por el habitual recorrido procesional, a la carrera rápida por las calles [fig. 13] y lidiado a cuerpo en las plazas, como en el rincón de la plaza de la Iglesia [fig. 11], donde un grupo de valientes y ancianos se agrupa a pecho descubierto ante la mirada diestra de los sogueros desde hace siglos. Tras la lidia en plazas y la carrera en las estrechas calles, el toro vuelve a su querencia del corral, extramuros [fig. 12].

[fig. 12] Toro de soga de vuelta al Corralico en el Plano. Fotografía. Principios del siglo XX. © Col. F. Pichán.

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[fig. 13] Inicio de la carrera en la calle San Antonio. Fotografía. Mediados del siglo XX. © Col. F. Pichán.

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Aunque en la actualidad, se corre el toro de cuerda en otras festividades importantes del pueblo, como La Virgen del Carmen (16 de julio),-por influencia de las camareras del Carmen, de las principales familias del pueblo, herederas de los frailes carmelitas en la gestión de las fiestas tras la desamortización y que pagaban los toros y los festejos a los trabajadores tras la finalización de las cosechas-, el Toro de las Higas (mañana del 15 de septiembre), la Virgen del Pilar (12 de octubre) y otras fechas dispares, el origen del festejo está vinculado esencialmente y recogido como un acto tradicional dentro de las Fiestas de Toros que normalmente se han venido celebrando alrededor de las Fiestas Patronales de la Santa Cruz del 14 de septiembre desde tiempo inmemorial, posiblemente en conmemoración del día de la conquista de Rubielos, influenciado por la gran popularidad que tuvo su celebración en la Corona desde antiguo, de la que Rubielos es uno de sus últimos exponentes en situación auténtica y, por lo tanto, un verdadera reliquia de la historia y un patrimonio inmaterial aragonés donde el animal es especialmente respetado y cuidado.

[fig. 14] Pasacalles del toro de soga a su llegada al Plano. Fotografía. Principios del siglo XX. © Col. F. Pichán.

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Pepe Gonzalvo: Toro de soga de Rubielos. Dibujo. Finales del siglo XX.

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Bibliografía -Archivo de la Corona de Aragón. -Archivos Municipal y Parroquial de Rubielos. -COSSÍO, Los Toros, T. IV. -SERRANO, L., Correspondencia diplomática entre España y la Santa Sede durante el pontificado de S. Pio V, T. II, Madrid, 1914. -FERNÁNDEZ COLLADO, á., Gregorio XIII y Felipe II en la nunciatura de Felipe Sega (1577-1581). Aspectos político, jurisdiccional y de reforma, Toledo, 1991. -OLARRA GARMENDÍA, J. y LARRAMENDI, M. L., Índices de la correspondencia entre la nunciatura en España y la Santa Sede, durante el reinado de Felipe II, Madrid, 1948. -MARTÍNEZ RONDÁN, J., El templo parroquial de Rubielos de Mora y fiestas que se hicieron en su dedicación (1604-1620), Rubielos de Mora, 1980. -MONTERO AGÜERA, I., “Las «Cantigas de Santa María», primer testimonio literariopictórico de las corridas de toros”, en Boletín de la Real Academia de Córdoba, 1984.

-Synodicon Hispanun, T. III, Astorga, León y Oviedo, Madrid, 1984. -MENENDEZ PIDAL, G., La España del siglo XIII leída en imágenes, Madrid, 1986. -RUÍZ MORALES, D., “Toros en Madrid por la proclamación de José Bonaparte”, en

Papeles de Toros. Sus libros. Su Historia I, Madrid, 1991. -BADORREY MARTÍN, B., “Primeras disposiciones jurídicas sobre las fiestas de toros”, en VV. AA., La fiesta de los Toros ante el Derecho, Madrid, 2002. -BADORREY MARTÍN, B., “Las fiestas de toros en el derecho medieval español”, en Aula

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NOTAS

1

REAU, L., Iconografía del arte cristiano, introducción general, Barcelona, 2000, pp. 6570. 2

GUERRA Y RIBERA, fray M., en la censura que publica al principio del libro Sexta parte de las Comedias del celebre poeta español don Pedro Calderon de la Barca… (Madrid, 1715) escribe que para él era pecado los toros pero no las comedias, y que en la sociedad se tenía el vicio de hacer pecado lo que no era y al contrario. 3

MACHADO DE CHAVES, J., Perfecto confesor y cura de almas, Barcelona, 1641, p. 91. Donde se indica la prohibición religiosa en tanto que referida a que los sacerdotes vayan a ver corridas de toros. 4

DEL CAMPO, L., La iglesia y los toros, curas toreros, Pamplona, 1988.

5

Pereda, s. j., Los toros ante la Iglesia y la Moral, Bilbao, 1945.

6

SÁNCHEZ-OCAÑA, A. L., Las prohibiciones históricas de la fiesta de los toros, vol. 189, nº 763, 2013. 7

MONTERO AGÜERA, I., “Las «Cantigas de Santa María», primer testimonio literariopictórico de las corridas de toros”, en Boletín de la Real Academia de Córdoba, 1984, 209214. 8

BADORREY MARTÍN, B., “Las fiestas de toros en el derecho medieval español”, en Aula de tauromaquia, Universidad San Pablo-CEU, Curso académico 2001-2002, pp. 179-194 y pp. 189-192. 9

SERRANO, L., Correspondencia diplomática entre España y la Santa Sede durante el pontificado de S. Pio V, T. II, Madrid, 1914, pp. 30-31. 10

FERNÁNDEZ COLLADO, á., Gregorio XIII y Felipe II en la nunciatura de Felipe Sega (1577-1581). Aspectos político, jurisdiccional y de reforma, Toledo, 1991. P.239; OLARRA GARMENDÍA, J. y LARRAMENDI, M. L., Índices de la correspondencia entre la nunciatura en España y la Santa Sede, durante el reinado de Felipe II, Madrid, 1948. 11

Transcrito en, MARTÍNEZ RONDÁN, J., El templo parroquial de Rubielos de Mora y fiestas que se hicieron en su dedicación (1604-1629), Rubielos de Mora, 1980. 12

Archivo de la Corona de Aragón, ACA, Consejo de Aragón, Legajos, 0839, nº 035.

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Fernando Casanova: Toro de soga de Rubielos de Mora. 2017. Óleo sobre lienzo

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