el secrto del adn

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quel día había sido uno de los peores para el cardenal Raúl Tous. En la noche

no podría dormir. Estaba ansioso y exhausto. Su gran inquietud se debía a que estaba perdiendo poder. Poder en la iglesia y poder en el Gobierno Secreto. Necesitaba saber qué pasaba con el capitán Viktor Sopenski en su viaje a Londres, jugaba una gran carta vital con él. El cardenal se sentía encerrado ya que tenía órdenes de estar presente en el Vaticano junto a otros líderes. Su mente no paraba de elaborar estrategias y posibilidades. Sabía que Aquiles Vangelis tenía lo que necesitaba. El Búho se lo había confirmado, tras infiltrarse en las investigaciones del arqueólogo. Tous estaría a punto de lograr su objetivo si Sopenski atrapaba a Alexia. Necesitaba esperar, justo lo que el cardenal odiaba. Era un hombre impaciente, ansioso y determinista; necesitaba que todo se hiciera a su manera, pronto. Necesitaba tener en sus manos aquel poderoso descubrimiento, no sólo conocerlo. “Lo ha buscado todo el mundo durante siglos, será mío”, pensó. Dio vueltas como un tigre enjaulado dentro de su confortable, aunque austera, habitación. Su cama era grande y espaciosa, de roble tallado, con un pequeño crucifijo sobre la cabeza y la Biblia en la mesa de noche. Tenía además una biblioteca con más de mil títulos que habían sido consultados exhaustivamente por él. Abrió la Biblia y consultó el Génesis, el Apocalipsis y las profecías que allí se mencionan. Se sintió impotente. Pensó que las profecías de unos indios precolombinos no podían arruinarle sus planes. Tenía que hallar un error. Una parte de su interior pensaba que aquéllos sólo eran mitos, pero otra, muy fuerte, sentía miedo a lo desconocido. Ese atardecer se había quitado la vestimenta ritual, le pesaba moralmente; se había puesto su elegante y sobrio salto de cama de seda en color granate. Su impaciencia lo llevó a fumarse tres cigarros mentolados en menos de media hora. Tocaba su anillo de oro en su anular derecho como si ese gesto pudiera devolver la fuerza. Se decía a sí mismo: “piensa como El Mago, debes hallar la solución a este problema”. “¿Por qué no he recibido noticias del Cuervo ni del Búho? ¿Qué estará pasando con el arqueólogo?”, su interior comenzó a generar combustión. “Los llamaré inmediatamente”, pensó mientras iba al baño. “Tengo que actuar antes de que sea demasiado tarde. ¿Dónde está mi secretario?” Volvió a sentir la misma desesperación que tenía antes de tomarse unos calmantes, como una fiera herida. El efecto de aquellas pastillas lo serenó. Ahora necesitaba fuerza, inteligencia y astucia. Las voces mentales del cardenal eran un volcán en erupción, el inquieto repicar de un demonio. Cerró los ojos, tomó el aire que entraba por la ventana, necesitaba durante unos minutos paralizar toda la actividad mental. Fue un instante en que Raúl Tous sintió una abrumadora soledad. Un abismo en su interior. “Para hablar con el Papa y con la gente de la organización, tengo que averiguar cómo está el arqueólogo, qué está pasando] Si quiero ganar esta batalla, tengo mucho trabajo por delante.” Se colgó el pesado crucifijo que le llegaba hasta el plexo solar, aunque le dolía cada


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