Los juegos del hambre

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Ya he llegado a la mesa, cojo la mochilita naranja, meto la mano entre las correas y me la pongo en el brazo, porque es demasiado pequeña para encajar en cualquier otra parte de mi anatomía. Me vuelvo para disparar de nuevo cuando el segundo cuchillo me da en la frente. Me hace un corte encima de la ceja derecha, me ciega un ojo y me llena la boca de sangre. Me tambaleo y retrocedo, pero consigo lanzar la flecha que tengo preparada hacia mi atacante, más o menos. En cuanto sale, sé que no acertaré; entonces Clove se me echa encima, me derriba boca arriba y me sujeta los hombros contra el suelo con las rodillas. «Se acabó», pienso, y, por el bien de Prim, espero que sea rápido. Sin embargo, ella quiere saborear el momento, incluso cree tener tiempo. Sin duda, Cato está cerca, protegiéndola, esperando a Thresh y, posiblemente, a Peeta. --¿Dónde está tu novio, Distrito 12? ¿Sigue vivo? --me pregunta. --Está aquí al lado, cazando a Cato --respondo; bueno, mientras hablemos, seguiré viva. Grito a todo pulmón--: ¡Peeta! Clove me da un puñetazo a la altura de la tráquea, lo que sirve a la perfección para callarme. Sin embargo, mueve la cabeza de uno a otro lado, por lo que entiendo que, durante un instante, ha pensado que le estaba diciendo la verdad. Como no aparece ningún Peeta para salvarme, se vuelve de nuevo hacia mí. --Mentirosa --dice, sonriendo--. Está casi muerto, Cato sabe bien dónde cortó. Seguramente lo tienes atado a la rama de un árbol mientras intentas que no se le pare el corazón. ¿Qué hay en esa mochilita tan mona? ¿La medicina para tu chico amoroso? Qué pena que no la vaya a ver. --Clove se abre la chaqueta y veo que está forrada con una impresionante colección de cuchillos. Selecciona con parsimonia uno de aspecto casi delicado, con una cruel hoja curva--. Le prometí a Cato que, si me dejaba acabar contigo, le daría a la audiencia un buen espectáculo. --Me retuerzo para intentar desequilibrarla, pero no lo consigo. Pesa demasiado y me tiene bien cogida--. Olvídalo, Distrito 12, vamos a matarte, igual que a tu lamentable aliada..., ¿cómo se llamaba? ¿La que iba saltando por los árboles? ¿Rue? Bueno, primero Rue, después tú y después creo que dejaremos que la naturaleza se encargue del chico amoroso. ¿Qué te parece? Bien, ¿por dónde empiezo? Me limpia con la manga de la chaqueta la sangre de la herida, sin mucha delicadeza. Me observa la cara durante un momento, volviéndola a un lado y otro, como si fuese un bloque de madera y estuviese decidiendo qué diseño tallar. Intento morderle la mano, pero ella me coge el pelo de la parte de arriba de la cabeza y me obliga a apoyarla en el suelo.


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