Los juegos del hambre

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--comenta Rue, después de soltar unas risillas--. Si no, estarías mucho peor. --¡El cuello! ¡La mejilla! --exclamo, casi suplicante. Rue se mete otro puñado de hojas en la boca y, al cabo de un momento, me río a carcajadas, porque el alivio es maravilloso. Veo que la niña tiene una larga quemadura en el brazo. --Tengo algo para eso. --Dejo a un lado las armas y le extiendo la pomada en el brazo. --Tienes buenos patrocinadores --dice ella, anhelante. --¿Te han enviado algo? --pregunto, y ella sacude la cabeza--. Pues lo harán, ya verás. Cuanto más cerca estemos del final, más gente se dará cuenta de lo lista que eres. Le doy la vuelta a la carne. --No estabas bromeando, ¿verdad? Sobre lo de aliarnos. --No, lo decía en serio. Casi oigo los gruñidos de Haymitch al ver que me junto con esta niña menuda, pero la quiero a mi lado porque es una superviviente, porque confío en ella y, por qué no admitirlo, porque me recuerda a Prim. --Vale --responde, y me ofrece la mano. Le doy la mía--. Trato hecho. Por supuesto, este tipo de trato sólo puede ser temporal, pero ninguna de las dos lo menciona. Rue aporta a la comida un buen puñado de una especie de raíces con aspecto de tener almidón. Al asarlas al fuego saben agridulces, como la chirivía. Además, la niña reconoce el pájaro, un ave silvestre a la que llaman «granso» en su distrito. Dice que a veces una bandada llega al huerto y ese día todos comen bien. La conversación se detiene un momento mientras nos llenamos la tripa. El granso tiene una carne deliciosa, tan jugosa que te caen gotitas de grasa por la cara cuando la muerdes. --Oh --dice Rue, suspirando--. Nunca había tenido un muslo para mí sola. Ya me lo imagino; seguro que apenas consigue comer carne. --Coge otro. --¿En serio? --Coge todo lo que quieras. Ahora que tengo arco y flechas, puedo cazar más. Además, tengo trampas y puedo enseñarte a ponerlas. --Rue sigue mirando el muslo con incertidumbre--. Venga, cógelo --insisto, poniéndole la pata en las manos--. De todos modos, se pondrá malo en unos días, y tenemos todo el pájaro y el conejo. --Una vez le pone la mano encima al muslo, su apetito gana la batalla y le pega un buen mordisco--.


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