Los juegos del hambre

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Algo va mal. ¿Me engaño al pensar que tengo patrocinadores? ¿O los he perdido por el comportamiento de Peeta? No, no lo creo. Ahí fuera hay alguien que quiere comprarme agua, pero Haymitch no se lo permite. Como mentor, él controla el flujo de regalos de los patrocinadores, y sé que me odia, me lo ha dejado claro. ¿Me odiará lo suficiente para dejarme morir? ¿Así? No puede hacerlo, ¿no? Si un mentor no trata bien a sus tributos, será responsable frente a los telespectadores, frente a la gente del Distrito 12. Ni siquiera Haymitch se arriesgaría a eso, ¿no? Que digan lo que quieran de mis socios comerciantes del Quemador, pero no creo que le permitiesen volver a entrar allí si me deja morir de este modo. ¿De dónde iba a sacar entonces su alcohol? Por tanto, ¿de qué va esto? ¿Intenta hacerme sufrir por haberlo desafiado? ¿Está dirigiendo los regalos a Peeta? ¿Está demasiado borracho para darse cuenta de lo que está pasando? Por algún motivo, no lo creo, y tampoco creo que esté intentando matarme. De hecho, a su manera, ha intentado de verdad prepararme para esto. Entonces, ¿qué? Me tapo la cara con las manos. No corro el peligro de llorar, no podría producir ni una lágrima aunque me fuese la vida en ello. ¿Qué está haciendo Haymitch? A pesar de la rabia, el odio y la suspicacia, una vocecita dentro de mi cabeza me susurra una respuesta: «Quizá te esté enviando un mensaje». ¿Un mensaje para decirme qué? Entonces lo entiendo; Haymitch sólo tendría una buena razón para no darme agua: saber que estoy a punto de encontrarla. Aprieto los dientes y me levanto. La mochila parece pesar el triple de lo normal. Cojo una rama rota que me sirva de bastón y me pongo en marcha. El sol cae a plomo, es aún más abrasador que en los dos primeros días, y me siento como un trozo de cuero secándose y agrietándose con el calor. Cada paso me supone un gran esfuerzo, pero me niego a parar, me niego a sentarme. Si me siento, es muy probable que no vuelva a levantarme, que ni siquiera recuerde cuál es mi objetivo. ¡Soy una presa muy fácil! Cualquier tributo, incluso la pequeña Rue, podría acabar conmigo ahora mismo; sólo tendría que empujarme y matarme con mi propio cuchillo, y a mí no me quedarían fuerzas para resistirme. Sin embargo, si hay alguien más en esta parte del bosque, no me hace caso. Lo cierto es que me siento a millones de kilómetros del resto de la humanidad. En cualquier caso, no estoy sola, no, seguro que me sigue una cámara. Pienso en los años que pasé viendo cómo los tributos se morían de hambre, congelados, desangrados o deshidratados. A no ser que haya una buena pelea en alguna parte, debo de ser la protagonista.


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