Mi primer beso reekles beth

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tiraba de las comisuras de los labios—. ¿Y cómo te has enterado de la existencia de este lugar? —Yo..., hum... —Carraspeó para aclararse la garganta y se rascó la nuca—. ¿Recuerdas cuando...? No, seguramente no..., pero cuando éramos muy pequeños y leí aquel libro, Charlie y la fábrica de chocolate, se me metió en la cabeza que quería ir a la fábrica de chocolate de Willy Wonka, y mi madre... y la tuya, porque recuerdo que también vino... me trajeron aquí porque dijeron que era lo que más se le parecía. Hace un par de años me acordé de este sitio y cogí un autobús para volver a verlo. Tardé un minuto en asimilarlo. Para empezar, era algo muy poco Flynn que explicara un recuerdo personal así; y, para continuar, pensar en él como un niño tan mono queriendo visitar la fábrica de Willy Wonka me daba ganas de reír. No de forma hiriente, sino por la gracia que me hacía. Aunque no creía que él apreciara que le mencionara que eso era muy mono. Así que le dije otra cosa. —Lo recuerdo. Yo quería el libro para un trabajo del cole. No quedaba ninguna copia en la biblioteca y Lee me dijo que tú tenías una y que no valía la pena comprarlo, pero tú no me la quisiste dejar. —Oh, sí. —Se echó a reír y se mordió el labio, un poco avergonzado—. ¿Y cuál fue mi excusa? —No pusiste ninguna —le contesté al cabo de un momento—. Simplemente no me lo dejaste. Asintió. —Me suena que fue así. —¿De verdad querías ir a la fábrica de chocolate de Willy Wonka? —Un tono burlón se me había colado en la voz y mi sonrisa se hizo de nuevo más amplia. —Tenía como ocho años, ¿vale? No te rías. Ambos soltamos una carcajada, y en ese momento, la mujer regresó a la tienda con una gran caja blanca y plana decorada con una cinta lila alrededor. —¡Aquí tienes! Noah se cogió las manos a la espalda, y durante un segundo se balanceó de adelante atrás sobre los talones. Capté el mensaje y reaccioné de golpe. —¿Es para mí? —¿Qué, de verdad creías que me había olvidado de hacerle un regalo a mi novia por su cumpleaños? —Me lanzó una sonrisa despiadadamente atractiva, y la anciana sonrió amablemente. —Bueno, no..., no se me había ocurrido pensarlo antes. —Shelly, siempre te he comprado un regalo de cumpleaños. —Un año me regalaste un saco de pedos. —Pero era un regalo. Y yo era un niño de doce años, si no recuerdo mal. ¿Esperabas que te comprara algo bonito o importante? Me eché a reír. —Bueno, no. —¿Y de verdad crees que me había olvidado de ti, este año en concreto? Me encogí de hombros, avergonzada. Cuando antes no me había dado ningún regalo, no le pregunté si acaso no iba a dármelo. Eso habría sido increíblemente grosero. Además, como había dicho en su mensaje que «tenía algo pensado para la cumpleañera», pensé que quizá iba llevarme a


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