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El Precio de La Salvaci贸n

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MOISE-JARA

El Precio de La Salvación Autor: MOISE-JARA Writing: 2012 Edition Copyright 2012: José Maria Aguiar G. Dirección General y Diseño de Portada: Cesar Leo Marcus Windmills International Editions Inc. www.windmillsedition.com windmills@windmillsweb.com

ISBN 978- 1-105-64764-2 Renuncia de Responsabilidad: Windmills International Edición Inc., sus directores, empleados y colaboradores, no se responsabilizan del contenido de este libro. Los puntos de vista, opiniones y creencias, expresados en el mismo, representan exclusivamente, el pensamiento del autor, y propietario del Copyright. Todos los derechos reservados Es un delito la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, su préstamo, alquiler o cualquier otra forma de cesión de uso del ejemplar, sin el permiso previo y por escrito del titular del Copyright. Únicamente, se podrá reproducir párrafos parciales del mismo con la mención del titulo y el autor. All Rights Reserved It is a crime the total or partial reproduction of this book, his computer treatment, nor the transmission of any form or for any way, already be electronic, mechanical, neither for photocopy, for record or other methods, his lending, rent or any other form of transfer of use of the copy, without the previous permission and in writing of the holder of the Copyright. Only, they can play the same partial paragraphs with reference to the title and author 2


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MOISE-JARA

Windmills International Edition Inc. California - USA – 2012 3


MOISE-JARA

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Biografía del Autor José María Aguiar G. es la persona real que proyecta a Moise-Jara, nació en Barcelona-España en el año 1946, esta será su primera novela publicada. A los 21 años, cuando aún estaba en la Universidad, se vio obligado de abandonar España por motivos políticos, en esa época regía el sistema franquista. Se refugió en Francia, donde al poco tiempo ocurrió la Revolución de Mayo 68, en la que participó en Marsella y París. Terminado mayo 68 y como consecuencia de la represión del gobierno de Pompidour, nuestro ser real se embarco en un mercante de bandera pirata en el puerto de Rouen y durante tres años viajó por el mundo. En 1971 desembarca en Amberes, conoce una francesa, se casa y se instala en Francia, en la zona de Lille. En 1981, como ya había muerto el general Franco y habían pasado más de tres años...sin que resucitara; decide regresar a España y se instala en Madrid, donde sobrevive con cierta comodidad hasta que en 1989 fallece su esposa. En 1990, abandona España definitivamente y su deseo profundo es de no volver a retornar a la Europa "civilizada"....y llega a América Latina, por algún tiempo viaja por diferentes países, tiene un periodo de tres años de reflexión en Cuzco-Perú y finalmente regresa a la civilización, se instala en Ecuador-Quito y en el 2001 se casa de nuevo con una ecuatoriana. En el curso de su vida ha intentado escribir y publicar varias veces, pero una extraña fuerzas se lo ha ido impidiendo.... La primera vez muy joven se presenta al premio Nadal de Barcelona con un ensayo "Viaje por el Universo ", la censura franquista lo prohíbe y le ponen una multa de 100.000,- Pesetas y tres meses de prisión.....

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En los años 90, ya residiendo en América, presenta una novela al premio Planeta de Barcelona "Viaje a través de las Realidades", pero tiene la mala suerte que en ese premio se presenta Camilo José Cela, escritor español que hacía poco había obtenido el premio Nobel de Literatura. Nuestro ser real, espera que en el 2012, tiempo de los tiempos, la fuerza que le impedía publicar se haya terminado. Y que en esta ocasión se establezca su conexión definitiva con el resto de la Humanidad. J.M.Aguiar.G / MOISE-JARA

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Esta novela está dedicada a mi verdadera madre, Isis, ella al mismo tiempo de ser mi madre, lo es también de Moise Jara y en consecuencia de toda la humanidad. Si bien en este plano de manifestación, nos da la sensación, que José María es el que proyecta a Moise Jara, la verdad profunda es que Moise también es el que proyecta a José María, con lo cual el circulo queda cerrado llevando a la Consciencia hacia el conocimiento que la madre común, es la pachamama, que en el pensamiento andino, (circular) se define como el espacio en que nos movemos y tenemos nuestro Ser. La mitología antigua occidental, conocedora de estas cosas hasta la época de Pitágoras, Sócrates y Platón, definió este movimiento continuo con el vocablo de ISSIS.SI, la madre originadora de todas las cosas en este, nuestro espacio universal. Con todo mi verdadero Amor Cósmico le dedico esta obra. MOISE-JARA

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Índice 11-I- La Misión 23-II- El pesimista planeta Tierra 31-III- Primer vuelo sobre Vieu- Chateau. 51-IV- Lo que pasó en París con Jean Paul Gassol 75-V- Como hizo su fortuna Monsieur Petit 99-VI- Solange Curie y el teniente francés 125-VII- Las tertulias de Vieu-Chateau 159-VIII- Louise de la Foret y Jean Paul Gassol 189-IX- La triste historia de Isaac el judío 235-X- El extraño suceso de Vieu-Chateau 259-XI- Segundo vuelo sobre Vieu-Chateau 289-XII-El alba del penúltimo día. 305-XIII- La mañana del penúltimo día. 325-XIV- El mediodía del penúltimo día. 335-XV- La tarde del penúltimo día. 361-XVI- Tercer vuelo sobre Vieu-Chateu. 377-XVII- Lo que sucedió en Vieu-Chateau 391-XVIII- Lo que sucedió en París. 399- Epilogo

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I- La Misión Mis párpados se abrieron súbitamente, estaba saliendo de un largo sueño. Sentí la sensación de estar naciendo otra vez; aunque, esto no era nada nuevo para mí, me sucedía en cada ocasión que realizaba un viaje espacial de ese tipo. Comencé a mover ligeramente los dedos de mis manos, luego hice lo mismo con los de mis pies... mi cuerpo funcionaba correctamente. Como consecuencia de mis movimientos, el censor de la cabina activó la apertura automática de la misma; el vidrio protector comenzó a elevarse lentamente. Ya recuperados todos mis sentidos, me levanté y comencé a desplazarme por la nave; todo se encontraba en perfecto orden. Me hallaba cerca del sistema cuya estrella era conocida con el nombre de sol. Me pasé la mano por el rostro, mientras maquinalmente reverificaba, los instrumentos de vuelo, involuntariamente mis dedos rozaron los labios, haciendo que mi mente viajara hacia un cercano pasado. Volví a sentir, el cálido beso que Rowena, mi esposa, me había dado como despedida, la extraña vibración que emitía su cuerpo, siempre que se encontraba muy pegado al mío; la paz de su luminosa mirada, su ternura, y alegría de vivir... Y sentí que el latido de su corazón golpeaba al unísono con el mío. - ¡Te cuidarás! - Dijo Rowena. - ¡Te amo! - Le respondí. - ¡Pero ten cuidado! y sigue las instrucciones. - Continuó ella. - ¡Te amo, te amo y te amo! - Le grité haciendo una mueca cómica. - ¡Loco! Yo también te amo mucho...muchísimo. Y su rostro se iluminó con una sonrisa.

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Entré en la nave, la imagen de Rowena desapareció de mi campo de visión, no obstante, aun pude escuchar sus últimas palabras. -

Que el amor te guie. - Dijo mi esposa.

Ya se estaba cerrando la puerta de mi vehículo espacial, recogí toda la fuerza que me permitieron mis pulmones... -

Y que él, esté siempre contigo. - Le respondí.

Cada vez que pensaba en Rowena, me maravillaba de la inmensa suerte que había tenido...en un Universo tan grande, con miles y millones de planetas habitados...por billones y billones de Chispas de Vida... Yo, Moise Jara, reportero intergaláctico del planeta Utopía, tenía la esposa, la compañera más fabulosa del Universo. Yo, Moise Jara, reportero..."Pensé”...y ello me llevó a recordar mi última entrevista con Hilarión, mi jefe... y todo el extraño misterio que rodeó el objetivo de esta misión. Aquella mañana fue como tantas otras, llegué a la redacción y me puse a revisar en mi computadora archivos del pasado. En el juego un tanto tedioso de ver títulos ya archí conocidos, apareció una referencia que llamo mi atención; nunca la había visualizado. Estaba filmada por el propio Hilarión, en aquel antaño en que mi jefe era un simple reportero intergaláctico. Planeta Tierra...Título Segunda Guerra Mundial...Año terrestre 19391946...Época: quinta raza de la cuarta ronda...Fenómeno a destacar: los terrícolas llegan a la descomposición del átomo. Ordené a la computadora que me proporcionara un resumen de imágenes; descubrí un planeta lleno de odio, de falso orgullo, en el que los moradores dedicaban su tiempo y sus esfuerzos a destruirse los unos a los otros. No obstante, el gusanillo de la curiosidad se había despertado en mi interior y a pesar de que aparecían escenas que llegaban a herir mi 12


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sensibilidad... quise conocer más al respecto; intentar comprender a esos humanoides que se mataban los unos a los otros, hallando en ello motivos de estímulo y de honor... Pero, ¿era posible tanta barbarie?.. Debía necesariamente haber algunos de entre ellos, que hubieran descubierto y supieran aplicar...esa gran fuerza que había sido capaz de crear el Universo... “El Amor ". Activé la pantalla tridimensional que se encontraba en mi oficina y acomodándome en un sillón, intenté adoptar la posición de observador, procurando aquietar mi espíritu, con el fin de recibir las imágenes de la forma más imparcial posible. Me encontraba entremedio de disparos, bombas, bayonetazos y mucha sangre; cuando Lara, mi secretaria, entró bruscamente en mi despacho. - ¡Moise! Hilarión te reclama de urgencia en su oficina. - Dijo Lara, quedando sorprendida por las escenas que se estaban desarrollando en la pantalla. - “¿Qué querrá el jefe ahora?"…- Pensé, con cierto fastidio. - Dile que voy enseguida. - Respondí a Lara, un poco de mal talante, me levanté y apagué la pantalla. - ¡Oye Moise! ¿Qué era ese galimatías que estabas viendo? Preguntó Lara. - Algo que sucedió en un planeta llamado Tierra, la tercera esfera de un sistema que se conoce con el nombre de solar. - Le respondí, en un tono algo nervioso, siempre me inquietaba que Hilarión reclamara con urgencia mi presencia. -

¿Y qué hacían esos seres con tanto ruido? -

Continuó

cuestionando Lara inocentemente. - ¡Se mataban mujer! Se mataban los unos a los otros. - Le respondí bruscamente. 13


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Lara quedó atónita, en un gesto de asombro se llevó una de sus manos a la boca, mordió sus nudillos, repitiendo con incredulidad. -

¡Se mataban! ¡Se mataban! ¡Qué barbaridad! - Dijo Lara.

-

Que el amor te guie. - Dije, cruzando el umbral de la estancia

donde se encontraba mi jefe. -

Y que él, esté siempre contigo. - Respondió Hilarión y con

un gesto me invito a tomar asiento; cosa que hice de inmediato, colocándome en posición de espera...y alerta. Siguieron unos instantes de profundo silencio, en los cuales Hilarión no parecía prestarme la más mínima atención. Yo, ya conocía lo suficiente a mi jefe, como para saber que se estaba preparando para soltarme “algo", fuera de la rutina habitual, procuré serenar mi nerviosismo, aparentar calma... y esperar. Finalmente Hilarión rompió el silencio, levantó su cabeza y fijando la mirada en mí, comenzó diciendo. -

¡Querido Moise! - Dijo el jefe.

-

¡Malo!. Cuando empieza por mí querido...esto augura una

misión en algún lejano planeta. - Pensé. -

Querido Moise, te he mandado llamar, porque tengo una

misión que encomendarte. - Dijo Hilarión. -

Soy todo oídos ¡jefe! - Le contesté burlón.

El semblante de Hilarión enrojeció ligeramente, pude percibir como un torbellino de cólera le subía desde lo más profundo de sus entrañas, aunque finalmente era retenido, a pura fuerza de voluntad, a la altura de su garganta. -

¡Moise por favor! Ya sabes que... me desagrada la palabra....

Je...fe...Llámame por mi nombre, Hilarión...H.I.L.A.R.I.O.N. - Dijo él, despacito, reteniendo, casi comiéndose la ira que sentía. El planeta Utopía, es una esfera habitada por humanoides, parecidos a los terrícolas, que yo había visto en la filmación Segunda Guerra Mundial. 14


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Nuestro planeta ocupa también el tercer lugar, en un conjunto de siete esferas que giran alrededor de una estrella llamada Ilusión; todo el sistema se encuentra en un lugar de la Galaxia, que los terrícolas denominan Vía Láctea, en la constelación de Sagitario; o sea hacia el centro galáctico, relativamente cerca de la Unidad difusora de Luz y Vida. Nuestra civilización está constituida por humanos con cuerpos físicos, la materia que los constituye es más liviana que la de los habitantes de la Tierra, siendo la de los terrestres un compuesto básico de Itrio con agua y pequeñas proporciones de minerales. La nuestra, Hidrógeno solidificado con vapor de agua, helio y pequeñas proporciones de minerales. Utopía se encuentra en estos instantes históricos, en la Sexta Raza de la Quinta Ronda; mantiene comunicación con todos los planetas liberados de la Galaxia y recibe información de todos los centros del Universo. Tenemos una idea bastante clara de las intenciones de la Madre, en la creación y en su continuo sostenimiento del Universo. Siendo nuestra divisa y forma de vida..." El Amor "; es por ello que la cólera y el rencor, casi han desaparecido en nuestras relaciones; no obstante somos humanos, de tanto en tanto aparecen esos síntomas del pasado, aunque nos es relativamente fácil el llegar a controlarlos. Yo también me sentí responsable por mi ligereza, que fue sin duda el motivo que provocó la cólera de Hilarión. -

Bueno, Hilarión...H.I.L.A.R.I.O.N., te ruego me disculpes -

Dije con humildad. El semblante de mi jefe volvió a recobrar el dominio de sí mismo. -

Ejem, Ejem,.. Como te decía querido Moise...Y tengo que

aclararte que ha sido por decisión del Consejo de Ancianos...y un poco en contra de mi opinión...que se te ha designado para esta misión. - Continuó Hilarión. 15


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-

¡Pero jefe!... - Iba a decir... aunque conseguí que el logo que

salió de mi garganta fuera… -

¡Pero querido Hilarión!, yo humildemente creo que en los

trabajos que realizo pongo toda mi atención, que los enfoques son correctos...incluso artísticos, que se refleja la verdad, la objetividad y que... Iba yo diciendo, hasta que mi interlocutor decidió poner fin a la carrera de alabanzas que sin lugar a dudas me estaba haciendo. -

¡Veras Moise!, reconozco que eres un excelente reportero

galáctico; el problema no está en la forma de tu trabajo...el verdadero problema se encuentra en las reminiscencias un tanto “anarquistas” de alguna de tus antiguas reencarnaciones. - Dijo Hilarión en tono paternal, pues sabía bien que me estaba dando en el clavo... y continuó. -

Nuestra misión en la Galaxia es la de filmar, con la Cámara

de la Vida, los eventos extraordinarios que suceden en los planetas habitados y archivar estas filmaciones en nuestra Biblioteca Cósmica, siempre a la disposición de los estudiantes y viajeros del espacio. Pero, en ningún caso... Y digo, querido Moise, en ningún caso nos está permitido intervenir en el curso de la historia que estamos filmando. Y tú, debes admitir que... en más de una ocasión, te has dejado llevar por tu cuerpo de los deseos...Recuerda tu trabajo en el planeta Cresson. - Dijo mi jefe. -

¡Pero jef!... ¡Digo amado Hilarión! en esa ocasión, sino

intervengo los cressonianos iban a ejecutar a un inocente, le acusaban de cosas que nunca había cometido. - Protesté, dejando en libertad al enanito anarquista y justiciero, que efectivamente aún moraba en algún recóndito lugar de mí ser. -

¡Moise! ¡Moise! - Me reprimió Hilarión, aunque esta vez sin

cólera, todo al contrario, con mucha ternura en su expresión. 16


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-

No, si mi jefe en el fondo era una entrañable persona, quizá

demasiado estricto con la obediencia de las reglas, pero una entrañable persona. - Pensé. -

Moise, sabes bien que nosotros nos hallamos por encima de

toda sensiblería, que somos observadores de las imágenes de la vida, pero en ningún caso nos es permitido intervenir...Tú tienes el suficiente adelanto mental como para ser consciente de ello...No intervención...No intervención. - Dijo Hilarión. Ya empezó el sermón… ¡adelanto mental! De lo que este hombre no se da a veces cuenta, es que me hace pasar por tonto. - Pensé. -

¡Mira!, yo reconozco que eres el mejor reportero de esta

redacción— Decía el jefe. -

¡Menos mal! ¡Ya era hora que lo reconocieras! - "Me dije

mentalmente” -

Y aunque no estuve muy de acuerdo con el Consejo de

Ancianos en tu elección para esta misión... - Decía Hilarión. -

¡Perdona Hilarión! ¡A propósito! ¿Cuál

es la famosa

misión? - Esta vez le interrumpí fonéticamente. -

¡Ejem! ¡Ejem! - Gruñó mi jefe y procurando retener toda mi

atención, cosa que no era nada fácil, e interpretando

un aire de cierto

misterio. - Debes ir a filmar un extraño suceso que se va a producir... - Dijo Hilarión, al mismo tiempo que sujetaba en su mano un cristal piramidalinformativo, lo consultó para finalmente seguir en su enigmático tono. Lugar...tercer planeta de un sistema llamado solar. - Dijo el jefe Ir a la Tierra; cruzó por mi mente.

¡Qué extraño!, solo hacia unos

momentos, que por primera vez había descubierto imágenes de ese planeta. ¡La casualidad!... aunque una voz profunda me sopló al oído...La casualidad no existe... fue la causalidad... ¡Cuan descuidado era!, con el nivel de encarnación que tenía en estos instantes. Los habitantes de Utopía 17


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sabíamos ya muchas cosas sobre las leyes del Universo...pero yo, continuaba siendo un aprendiz de aprendiz. Aunque estos descuidos, que la mayor parte de veces me llegaban de la forma más inocente...eran una de las cosas que más le atraían de mí...a Rowena...Hay Rowena. Cada vez que en mi pensamiento aparecía su nombre...todo mi ser se estremecía. Hilarión seguía hablando y hablando, me vi obligado a detener mis pensamientos y concentrar toda la atención en mi jefe; regresé justo en el momento que decía. -

Y te recuerdo Moise Jara, que por ningún concepto... - Decía

Hilarión. -

“No debes intervenir” - Le corté...interviniendo.

-

Eso, eso...y no me cansaré de repetirlo. - Agregó él.

-

¡Oye Hilarión! ¿Y el libreto de la historia? – Pregunté.

-

Esta vez no habrá libreto, esa fue la condición...bueno, mejor

dicho la petición que yo hice al Consejo de Ancianos, en esta ocasión, tú no conocerás el desenlace de la historia. - Respondió Hilarión que se apuntaba un tanto. -

¿Y cómo haré para saber quiénes son los personajes?

¿Donde debo filmar? ¿Qué, es lo que debo filmar? - Pregunté en tono molesto. -

- Utiliza tu intuición. Además de la forma que preguntas,

creo que ha habido un momento, en que no me has estado escuchando...Te voy a repetir los datos que debes saber...y haz el favor de poner atención... Lugar, tercer planeta del sistema solar lo llaman La Tierra; la historia va a acaecer en un pueblecito...Vieu-Chateau (Castillo Viejo), que se encuentra situado en un país llamado Francia, cerca de en un lugar geográfico con el nombre de montañas de los Alpes.

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Precisamente Vieu-Chateau, aunque pertenece a Francia, se encuentra haciendo frontera entre tres países, Francia, Italia y Suiza. - Dijo mi jefe. -

¿Qué son países, jef...? - Volví a cortarle en su explicación

para preguntarle inocentemente. Hilarión en lugar de enfadarse, adoptó su paternal expresión, sonriéndose ligeramente (cosa que me hizo volver a tener la sensación de que me tomaba por tonto). - Y respondió. -

Aquí en Utopía todo el planeta es una sola nación, dirigida

por el Consejo de Ancianos...El planeta Tierra, que tú vas a visitar, se encuentra en la Quinta Raza de la Cuarta Ronda. - Dijo él. -

Si, eso lo sé...He visto... - Volví a interrumpir, pero mi jefe

siguió como si tal cosa, haciendo caso omiso de mi interferencia. -

El planeta Tierra se encuentra dividido en multitud de

estados, cada uno con su propio gobierno... algo así como su propio Consejo, cada nación tiene su identidad particular, su idioma, sus fronteras. - Dijo el jefe. -¿Quiere decir que cada nación tiene su Consejo de Ancianos ?..¿Su propia administración?..Etc.Etc. - Pregunté. -

Así es. - Respondió él.

-

Eso debe ser costosísimo...y además muy poco práctico. -

-

¡Bueno! ¿Me vas a dejar terminar? - Dijo Hilarión, esta vez

Añadí. con marcado acento de enfado. -

¡Disculpa Jef...! ¡Ya me callo! - terminé.

Y aproveché para reacomodarme en mi asiento...con el firme propósito de permanecer en silencio, escuchar y aprender.

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-

¡Bueno!..¡Ejem!..¡Ejem!... ¿por dónde iba? - Dijo Hilarión,

el cual después de tomarse unos segundos de pausa, prosiguió poniendo énfasis en sus aseveraciones -

Planeta Tierra....Vieu-Chateau....época 1968 a partir del

nacimiento del último Avatar que los terrícolas conocen con el nombre de Jesús el Cristo...débase filmar lo que va a suceder en Vieu-Chateau, no debes intervenir en nada... En nada y para nada...Tienes tu Cámara de la Vida, tienes tu nave espacial...tienes el permiso sideral para cruzar el Cosmos...y tienes mi bendición....Ahora, por favor, ya no preguntes nada más....Y te me largas... ¡Ya!.. - Dijo Hilarión. Salté de mi asiento, tuve la sensación de estar hartando a mi jefe. -

¡Está bien! ¡Está bien!, ya me voy Hilarión... ¡Ah! y no te

preocupes, ¡amado jef...!. Esta vez estarás completamente satisfecho con mi trabajo. - Dije, mientras me decidía a abandonar la estancia. -

Así lo espero. - Agrego secamente Hilarión.

Cuando ya casi me encontraba fuera del despacho de mi jefe, su voz me detuvo haciendo que me volteara. -

¡Moise! - Dijo Hilarión.

-

Sí - Respondí sorprendido.

-

Que el amor te guie. - Dijo él.

-

Que él, esté siempre contigo. - Le respondí.

Una tierna sonrisa se cruzó entre nosotros, al fin y al cabo éramos habitantes del planeta Utopía. El viaje había sido relativamente rápido, después de mi despegue del espacio-puerto de Infos, ciudad de mi residencia en el planeta, establecí la aceleración de 3,535335 que me permitió alcanzar el Límite de No Pasarás , allí me encontraba fuera del espacio-tiempo; programé las coordenadas para situar mi nave en el límite del sistema solar y me acosté tranquilamente. 20


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Un zumbido en la pantalla de comunicación me regresó al presente. Alguien estaba intentando contactar conmigo. Activé el mando, apareció la imagen de un hombre alto, delgado, de canosos cabellos, que lucía el uniforme de la Hermandad Blanca. -

Por favor, tenga la bondad de identificarse, está Ud. en el

límite del sistema planetario solar, donde existen esferas habitadas de bajo nivel vibratorio...Por favor. Identifíquese. - Dijo el oficial de la Hermandad Blanca. Debo confesar que por mi trabajo, ya había tenido la ocasión de encontrarme con estos enigmáticos seres...Los caballeros de la Hermandad Blanca; no obstante cada vez que uno de ellos aparecía en mi pantalla, me hacía sentir una extraña sensación de asombro y admiración. Esos seres que dedicaban su existencia a sillonar con sus naves los espacios intergalácticos. Fieles guardianes en el respeto del libre-albedrio de cada planeta, asiduos vigilantes y consejeros de todos los viajeros del Cosmos. -

Mi nombre es Moise Jara, reportero de Utopía. - Respondí.

Al mismo tiempo que introducía mi tarjeta de identificación en la computadora, junto con la autorización sideral que acreditaba mi misión para el planeta Tierra. -

Todo es correcto hermano Moise. Tendrás cuidado en la

tercera esfera del sistema solar; no es aún un planeta liberado, sus habitantes desconocen por completo la existencia de otras civilizaciones en la Galaxia. Dijo el caballero. -

Así lo haré hermano. - Le respondí.

-

Adelante, puedes entrar en el sistema solar; una vez dentro,

te recomiendo silencio total en tus comunicaciones. - Dijo el vigilante. -

¿Hace mucho que te encuentras en esta zona?... ¿Por cierto,

cuál es tu nombre? - Pregunté, en parte por curiosidad y también con la intención de prolongar un poco, la última conversación que me era permitida. 21


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Me fascinaba, poder dialogar con aquellos seres, austeros, elegantes, llenos de ternura y belleza. -

Trescientos tiempos galácticos, en cuanto a tu primera

pregunta. A la segunda, mi nombre es Libertad. - Respondió el caballero, al mismo tiempo que practicaba el saludo de la Hermandad Blanca, la mano diestra en el corazón. -

Evitarás en tu ruta a la Tierra, acercarte demasiado a Júpiter,

se encuentra en periodo de tempestad

neutrónica, para el resto de los

planetas que debes cruzar, todas las rutas están despejadas. Procura no aterrizar en ningún otro lugar del que tienes asignado para tu misión; utiliza el distorsionador

vibracional con el fin de que tu nave quede siempre

invisible a los ojos de los nativos y cuando te desplaces por el lugar, hazlo en el interior de tu burbuja protectora. En el planeta Tierra todas las precauciones son pocas, es una esfera sumergida en una época de Kali, lo negativo impera sobre lo positivo. ¡Buen viaje! y, Que el amor te guíe. Terminó diciendo mi buen guía. -

Que él, esté siempre contigo. - Le respondí como despedida,

la comunicación se cortó. Sentí la agradable sensación de no hallarme solo en la inmensa negrura intersideral.

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II-El pesimista planeta Tierra Cuando apareció en mi pantalla el globo terráqueo, mi primera visión fue la de una esfera que reflejaba colores entre verde y azul. El agua de sus mares, de sus ríos, ascendía continuamente en forma de vapor y se condensaba en nubes de algodón. Nubes blancas que adoptaban la forma de extrañas figuras. Nubes blancas, que viajaban sin descanso a través de la atmosfera del planeta mecidas en el viento. Nubes blancas, que todos los días se abrazaban a los picos de las montañas, haciendo posible el Amor entre el Cielo y la Tierra. Las nubes, se volvían a veces grisáceas, perdían su ligereza apretujándose hacia el interior de ellas mismas; el gris podía convertirse en suave negro, hasta en negro azabache; finalmente entre gritos de dolor y luces de esperanza, terminaban llorando sobre la tierra. De este modo con la muerte de su ser-forma, entregaban la esencia para la continuación del ciclo; de forma que el ser que había sido; pudiera volver a ser. El agua que recibían los picos de las montañas, era el fruto de ese encuentro del Cielo con la Tierra; sus gotas saltaban, descendiendo en loca carrera desde las alturas hacia las zonas bajas. Los ríos que formaban eran las venas de la Tierra, el agua era su sangre. Un armonioso cántico se desprendía de toda esta danza, un cántico de paz en donde se podía encontrar con facilidad LA PRESENCIA. No obstante, pocos humanoides de la Tierra prestaban atención a estas cosas en esos años de 1968... De la civilización judeo-cristiana. La mayoría de los terrícolas se pasaban corriendo todo el día, para no ir a ninguna parte; corrían cabizbajos, en raras ocasiones levantaban su mirada hacia el cielo o se detenían a escuchar el canto de los ríos. La Humanidad que en realidad era un solo ser, aunque en su manifestación de la Quinta Raza de la Cuarta 23


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Ronda, lo hacía en millones de Chispas de Vida, individualizada cada una de ellas, había descendido al planeta hacía ya millones de años y desarrollado un sinfín de civilizaciones. En la Primera Ronda, la Humanidad había sido piedra; en la Segunda Ronda vegetal; en la Tercera Ronda animal; en la Cuarta Ronda animal racional mejor llamado hombre. Cada Ronda desarrollaba siete Razas principales, con un sinnúmero de sub-razas cada una de ellas. Toda la evolución se realizaba muy lentamente, en relación al tiempo en que cada Chispa de Vida permanecía encarnada. La Unidad (Humanidad) se diversificaba hacia lo múltiple para efectuar la experiencia de la vida (algo así como realizar un juego) para finalmente regresar hacia lo Uno. Este fenómeno no era diferente al que sucedía en todos los otros planetas habitados, como tampoco era distinto el arquetipo de humanoide, igual para todo este Universo. Cuando una Raza culminaba su tiempo, comenzaba a desaparecer para dar paso a la Raza siguiente, no obstante las subrazas que pertenecían a una Raza, no desaparecían todas al mismo tiempo, algunas de ellas se entremezclaban con las subrazas de la siguiente Raza, aportando algunos elementos para la nueva civilización, aunque gran parte de ellos terminaban siendo considerados solamente-como mitos. En el planeta Tierra la Quinta Raza de la Cuarta Ronda, comenzó con el éxodo de Rama (un druida que vivía en las planicies de lo que ahora se conoce con el nombre de Francia) hacia el continente asiático, a un lugar llamado la India, en aquel entonces habitado por humanoides negroides pertenecientes a la Cuarta Raza Rama y sus seguidores, más conocidos con el nombre de Arios, desalojaron a los últimos negroides y ocuparon la India, estableciendo la primera civilización de la Quinta Raza y también las bases de las creencias de las que a posterior surgirían todas las religiones. Todo ello quedó recopilado en los Vedas-Brahmaputra- Ramayana, cuyos textos llegaron 24


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solamente en forma parcial a éstos tiempo en que yo estoy visitando el planeta. En la zona conocida por Mar Mediterráneo quedaron instaladas dos subrazas pertenecientes aun a la Cuarta Raza, los egipcios y los judíos que de alguna forma participaron en la última manifestación de la civilización de la Atlántida (hundida aproximadamente 12.OOO años A.D.Jesús) siendo su posterior expresión el misterioso Knosos (hundido solamente 2.000 años A.D.Jesus) y cuyas últimas ciudades supervivientes fueron arrasadas por los griegos. (Arios procedentes de Asia) cuando aún en su primer periodo en estado bárbaro, intentaban instalarse en el Peloponeso. La historia de la civilización heleno-judeo-cristiana, comienza con la mezcla de las tres subrazas egipcia-judía-griega, siendo los egipcios los últimos tenedores de los secretos atlantes. La misteriosa frase de Hermes... “El sol es el padre, la tierra es la madre, el viento lo portó en su seno, desciende a la tierra, vuelve a ascender a los cielos, cuando finalmente desciende por segunda vez, es la fuerza más grande del Universo". Quizá tenga algo que ver...o mucho que ver, con ese hacer el amor de las nubes con las montañas. Pero bueno, a lo que nos interesa, los helenos-judeo-cristianos, desarrollaron su civilización sobre las bases de los filósofos griegos. Herodoto visito Egipto, los sacerdotes egipcios le mostraron libros antiguos de 12.000 años procedentes de la desaparecida Atlántida. Los judíos aportaron la idea del Dios único, también esto lo obtuvieron en Egipto. La civilización comienza a desarrollarse en las orillas del Mar Mediterráneo, las subrazas arias que aún han quedado en el continente asiático, progresivamente van retornando a su continente de origen por medio de múltiples y sangrientas invasiones. Europa se convierte en el crisol receptor de todos sus hijos pródigos. El último Avatar aparecido en el planeta une a todos estos pueblos bajo una sola creencia, el Cristianismo. Aunque no por ello los bárbaros arios dejan de matarse los unos a los otros, a veces utilizando el mismo nombre del 25


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Cristo. De todas formas Jesús de Nazaret, también da otro mensaje; un mensaje cósmico “El Amor”, este último no es escuchado demasiado por todas las subrazas que continuaran el moderno mundo de 1968. Y es que en el fondo los habitantes del planeta Tierra son marcadamente pesimistas, claro está, que como se hallaban las cosas en esos momentos y analizando un poco lo que contaban los representantes de las distintas religiones. Después de la segunda guerra mundial, el planeta había quedado dividido en dos grupos ideológicos. El capitalismo, cuyo lema era la libertad, la sociedad de consumo, todos querían ser ricos, su representante en el mundo eran los Estados Unidos de América. El socialismo- comunismo, cuyo lema era la igualdad, todos parejos con las mismas oportunidades, todos querían ser pobres, su representante era La Unión Soviética. No obstante y a pesar de sus diferencias ideológicas, ambos bloques tenían muchas cosas en común, como todos los extremos del mismo polo. Tanto los unos como los otros se armaban hasta los dientes en previsión de una posible agresión del contrario. Los dos dominaban a un conjunto de países satélites, un grupo por las armas, la ideología y el miedo, el otro por las armas, los bienes de producción y la coca cola. La ideología de la libertad proyectaba un mundo de consumismo, que se podía definir como "El Sueño Americano". La otra era más parca y gris, aunque también tenía sus adeptos y hasta sus mártires, no se podía definir como el sueño de nada, por miedo de que algunos se quedaran dormidos. En 1968 hacía 22 años que se había terminado la segunda guerra, los sobrevivientes del holocausto, se habían lanzado a una frenética carrera por reconstruirlo todo y no solo reconstruyeron sino que hicieron de más. En Francia, cuna de la civilización Europea, las generaciones de postguerra, se 26


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levantaban en una multitudinaria protesta, diciendo en una palabra que gran parte de lo reconstruido, no les gustaba. Era el mayo-68 francés. El mundo que les ofrecían los adultos, el sistema, los gobiernos, no era de su agrado. Querían libertad pero también querían igualdad....bueno no sabían muy bien lo que querían. La sociedad dicha de libertad, y el sueño americano, ya no eran exactamente su utopía. En Checoslovaquia, la generación de post-guerra corría por las calles alborotando y fletando libertad. Ellos querían lo que los franceses ya no querían....consumismo y "sueño americano". Era el mayo-68 de Praga. No obstante tanto los jóvenes de uno, como los del otro lado, consecuencia de la generosidad que les proporcionaban sus 20 años; todos querían un mundo mejor y más justo para todos los humanos. Los jóvenes que se encontraban dentro del bloque del "sueño americano" dejaron un día de levantar adoquines y de pelear con las fuerzas policiales, la mayor parte de ellos se adaptaron al sistema, incluso hubo algunos que abrazaron el "sueño "....Pero casi ninguno llegó a ser feliz. Los jóvenes del otro lado también se sometieron, claro que no les quedaba más remedio; era difícil luchar con piedras contra los blindados soviéticos y por aquel entonces, no encontraron entre sus filas a ningún David. Por ello los jóvenes de Praga, tampoco fueron muy felices durante los años que precedieron a mayo 1968. La historia que continuó a esa frustración fue marcadamente pesimista y es que las religiones refugio para el hombre después de sus fracasos políticos y económicos, tampoco ofrecían mayores consuelos y esperanzas. Del miedo que tenían los europeos de que la guerra fría se volviera de repente caliente y otra vez tuvieran que aguantar las bofetadas, pasaron a las calamidades y horrores que contaban ciertas Profecías. Y es que 27


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de repente a los escritores y filósofos les dio por traducir e interpretar todo lo que hablaba de la posibilidad de un lúgubre futuro para el planeta, haciendo competiciones a ver quién de ellos lo pintaba más negro. Comenzaron a aparecer interpretaciones de las Centurias de Nostradamus, algunas de ellas con planos y todo, sobre las operaciones militares de la próxima guerra mundial y con detalles de cómo serían destruidas las principales ciudades de Europa. La predicción del futuro se puso de moda, del futuro tenebroso y es que los terrícolas tenían una fuerte tendencia hacía lo macabro. Las propias religiones se habían pasado dos mil años explotando el miedo a las bombas....bueno, en lugar de bomba, lo llamaban infierno, no solo se contentaron con la condenación después de la muerte. Apertura del Sexto sello Apocalipsis de San Juan Y vi cuando abrió el sexto sello, y ocurrió un gran terremoto; y el sol se puso negro como saco de pelo, y la luna entera se puso como sangre, y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como cuando una higuera sacudida por un viento fuerte hecha sus higos aún no maduros. Y el cielo se aparto como un rollo que se va enrollando, y toda montaña y toda isla fueron removidas de sus lugares. Y los reyes de la tierra y los de primer rango y los comandantes militares y los ricos y los fuertes y todo esclavo y ¡toda! persona libre se escondieron en las cuevas y en las masas rocosas de las montañas. Y siguen diciendo a las montañas y a las masas rocosas " Caigan sobre nosotros escóndannos del rostro del que está sentado en el trono, y de la ira del Cordero, porque ha llegado el gran día de la ira de ellos, y ¿quién puede estar de pie? Aunque había unos cuantos terrícolas que no eran tan pesimistas, decían. 28


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Todo esto está muy bien...”pero hecha la ley...hecha la trampa" ¿Porqué no fijarse en otras partes del mismo libro? Historia de Elías. 2Reyes Y cuando Jehová había de llevarse a Elías a los cielos en una tempestad de viento, aconteció que Elías y Eliseo procedieron a partir de Guligal. Y Elías empezó a decir a Eliseo: Siéntate aquí por favor porque Jehová mismo me ha enviado aún hasta Betel" Pero Eliseo dijo: "Tan ciertamente como que vive Jehová y como que vive tu alma, yo ciertamente no te dejaré. De modo que bajaron a Betel. Entonces los hijos de los profetas que se hallaban en Betel salieron a Eliseo y le dijeron: "¿Realmente sabes tú que hoy Jehová va a quitar a tu amo de la jefatura sobre ti?" A lo que él dijo: " Bien lo sé yo también. Guarden silencio”. Elías ahora le dijo: Eliseo siéntate aquí, por favor, porque Jehová mismo me ha enviado a Jericó pero él dijo: "Tan cierto como que vive Jehová y como que vive tu alma, yo ciertamente no te dejaré". De modo que llegaron a Jericó. Entonces los hijos de los profetas que se hallaban en Jericó se acercaron a Eliseo y le dijeron: "¿Realmente sabes tú que hoy Jehová va a quitar a tu amo de la jefatura sobre ti?”. A lo que dijo: Bien lo sé yo también. Guardad silencio. ". Elías ahora le dijo: " Siéntate aquí por favor, porque Jehová mismo me ha enviado al Jordán”. Pero el dijo: “ Tan ciertamente como que vive Jehová y como que vive tu alma, yo ciertamente no te dejaré." De modo que los dos siguieron adelante. Y había cincuenta hombres de los hijos de los profetas que fueron y se quedaron parados a la vista, a cierta distancia, pero en cuanto a ellos dos, estuvieron parados junto al Jordán. Entonces Elías tomo su prenda de vestir oficial y la envolvió y golpeo las aguas, y estas se dividieron gradualmente para acá y ara allá de manera que ambos cruzaron por el suelo seco. 29


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Y aconteció que en cuanto habían cruzado. Elías mismo dijo a Eliseo: “Pide lo que he de hacer por ti, antes de que sea quitado de ti.”A lo que dijo Eliseo “Por favor, que dos partes de tu espíritu vengan a mí.”A lo que él dijo: “Has pedido una cosa difícil. Si me ves cuando sea quitado de ti, te sucederá así, pero si no (me ves), no sucederá. Y aconteció que mientras ellos iban andando hablando al andar pues ¡mire! Un carro de guerra de fuego y caballos de fuego, y estos procedieron a hacer una separación entre los dos, y Elías fue ascendido a los cielos en la tempestad del viento. Durante todo este tiempo Eliseo estaba viendo esto, y clamaba ¡Padre mío, padre mío, el carro de guerra de Israel y sus hombres a caballo! Y no lo vio más. En consecuencia asió sus propias prendas de vestir y las rasgo en dos pedazos. Distinción entre justo e inocuo. Elías. Miren les envió a Elías el profeta antes de la venida del día de Jehová, grande e inspirador de temor. Y él tendrá que volver el corazón de padres hacia hijos, y el corazón de hijos hacia padres, para que yo no venga y realmente hiera la tierra con un dar (la) por entero a la destrucción. Quizá todo este enredado jeroglífico se me llegara a aclarar con los extraordinarios hechos que iban a acaecer en el pueblecito de Vieu-Chateau. El bueno de Hilarión con su extremoso celo

de respetar las

instrucciones al máximo, por temor del pequeño enanito anarquista de mi interior…. Me había enviado a esta misión sin libreto….Yo iba a ser espectador y participe de los eventos. Eso si, por nada del mundo me dejaría tentar de intervenir.

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III-Primer vuelo sobre Vieu- Chateau. El pueblo tenía una avenida principal adoquinada, bien adoquinada; la rué de la Victoire; donde se encontraban siete edificaciones, cuatro a la derecha y tres a la izquierda... ¡claro!, que eso dependía de en que extremo de la calle se ponía uno. De espaldas a la plaza, donde venía a morir la rué de la Victoire, la verdad es que eran cuatro casas a la derecha y tres casas a la izquierda, pero desde el otro extremo era al revés. Vieu-Chateau tenía solamente una plaza central, se la conocía con el nombre de Place de la Liberté o Place du General De Gaulle, dependiendo del que la nombrara, fuera de izquierdas o de derechas. A vuelo de pájaro sobre Vieu- Chateau. Era de noche cuando mi nave se poso en una colina cercana a VieuChateau, exactamente la Una y once minutos, hora local. En el centro de la plaza un monumento a los héroes de las pasadas guerras. Dominando el lugar, el moderno edificio de la Casa Consistorial, obra y orgullo del actual alcalde Monsieur Alain Petit; a su lado izquierdo el Café de Jean, finalmente al frente a unos ciento ochenta grados aproximadamente una pequeña capilla que Monsieur Petit había hecho reformar un poco para que adquiriera la categoría de iglesia. Aunque el pueblo no disponía de párroco en permanencia, sólo se oficiaban misas de vez en cuando. El resto de la plaza era prácticamente carente de construcciones, excepto los límites de dos casas situadas al extremo de la rué de la Victoire, dos señoriales mansiones. La de la izquierda perteneciente a Monsieur Petit, el actual alcalde, su opuesta de la derecha a madame Curie, una viejecita de pasados los setenta, hija del anterior alcalde. Aparte de la rué de la Victoire, cinco calles más venían a terminarse en la place de la Liberté, aunque ya 31


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ninguna de ellas estaba adoquinada, ¡perdón miento!, si habían unos cuantos adoquines en la rué de Marsella que además era el camino de salida... o de entrada...del pueblo hacía la carretera que lo unía con el resto de Francia. Mirando la plaza de frente desde la rué de la Victoire, la primera calle que venía a morir en la plaza, empezando por la izquierda y limitando con la propiedad de los Curie, era la rué de la Sena. Un poco más arriba, antes de llegar a la capilla, la rué de L´Eglise; seguía la rué de Marsella, donde se encontraba la residencia de la familia De La Foret, que no viene a cuento ahora, pero que ya vendrá. Antes del Café de Jean, la rué de la Riviere...porque terminaba en él rio. Después del ayuntamiento, la rué Grande, allí vivía Escargot, que tampoco viene a cuento, pero.... Mi intuición me dijo que los personajes de esta historia debían estar concentrados en las siete edificaciones de la rué de la Victoire. Vieu- Chateau se encontraba en la mitad alta, de la falda de una montaña, a considerable altura sobre el nivel del mar. A pesar de encontrarnos en el mes de mayo, cercanos al verano; el pueblo estaba completamente cubierto de nieve y rodeado por un conjunto de extrañas nubes que lo hacían permanecer completamente incomunicado del resto del país. La abundante nieve impedía el acceso por la única carretera, que en forma serpenteante unía Vieu-Chateau con el hexágono francés. Este fenómeno ocurría todos los años durante el periodo invernal, prolongándose a veces dos o tres semanas, hasta que finalmente aparecía el ejército y despejaba la ruta. En este año 1968, el fenómeno se había producido como de costumbre en invierno...pero de forma poco normal se había repetido desde hacía un par de días en pleno mes de mayo. Y con tal fuerza esta segunda vez, que a Vieu-Chateau no llegaban las ondas de radio, ni las de televisión, ni tan siquiera el fluido eléctrico. A partir de las siete de la tarde, los habitantes del pueblo entraban en una siniestra penumbra, que solo lograban 32


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alegrar con la luz de alguna que otra vela. A las ocho de la noche, todos a dormir...y sin poder ver ninguna telenovela. Vieu-Chateau, desde hacía dos días, desconocía por completo si La Francia había cambiado de Gobierno, si la huelga nacional continuaba vigente, si los estudiantes seguían levantando adoquines en las calles de París. Una vez hube instalado mi nave convenientemente sobre una nevada colina, activé el protector vibratorio que me permitía permanecer invisible ante los ojos de los terrícolas. Cargando la cámara de la vida, me introduje en la burbuja espacio-temporal y me dirigí hacía la rué de la Victoire, con el fin de conocer, a vuelo de pájaro, a los personajes de esta historia. Descendí sobre la place de la Liberté, frente a mí la avenida principal, cubierta de nieve y de oscuridad. La primera casa de la izquierda, era una suntuosa mansión, con regios muebles, aunque colocados con poco estilo; todo en ella daba la sensación de abundancia... era la propiedad de Monsieur et madame Petit. Comencé a fisgonear, recogiendo imágenes con mi cámara de la vida. Pensé que a esas altas horas de la noche, todo el mundo se hallaría durmiendo. ¡Pero me equivoqué! Alain Petit, se encontraba solo, sentado o más bien dejado caer sobre un lujoso sillón de cuero, junto a una chimenea en la que crujían algunos troncos de madera; nuestro personaje era de escasa estatura, gordito, con un voluminoso abdomen, que le obligaba siempre a hacer nuevos agujeros en sus cinturones; tenía un ligero bigotito, que más que adornar su labio, parecía ensuciar su boca; su piel era granulosa, sus dedos cortos y regordetes, su boca pequeña y picuda, desentonaba con su rostro circular. Debajo de los ojos le nacían unas enormes y abultadas bolsas que demostraban su extrema 33


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afición por las artes culinarias; también tenía afición por los c..., aunque esto último nada tenía que ver con la comida. Monsieur Petit mordisqueaba un cigarro habano, manteniendo su mirada perdida hacía el hogar en donde se quemaban los troncos; aunque ni su vista, ni su pensamiento, estaban enfocados allí. La mente de Monsieur Petit vagaba entre recuerdos de aquella tarde, emociones y deseos albergados en lo más profundo de su corazón. Y es que el alcalde de Vieu-Chateau, después de terminada la segunda guerra, había conseguido ir acumulando una considerable fortuna. El Alain de los años treinta, era un joven, hijo de padres agricultores y de escasas posibilidades. No obstante, Alain Petit, a pesar de no poseer más que los estudios primarios, había tenido el coraje de abandonar la casa paterna, para irse a vivir una temporada a Marsella. Durante los años que precedieron a la invasión alemana, nuestro personaje hizo un poco de todo... aprendiz de albañil... cargador en el puerto... mesero en un bar...etc...etc. Siendo su única obsesión el aprender todos los manejos modernos para ganar dinero. El, sería un día el hombre más rico e importante de Vieu- Chateau. Cuando se declararon las hostilidades entre Francia y Alemania, nuestro amigo Alain, en aquella época con mucha menos panza, que en la actualidad, vendió la tienda de alimentación que poseía en Marsella, y con su pequeño peculio, encaminó sus pasos de regreso a Vieu- Chateau; en dónde se instaló como comerciante de tierras y ganado; aún tenían que pasar muchas vicisitudes y acontecimientos, antes de llegar al Monsieur Petit alcalde, en el año de gracia de 1968, pero todo ello será mejor dejarlo para más adelante; interesémonos en el personaje que se debatía en estos instantes frente a nuestra cámara de la vida. Alain, mordisqueaba su cigarro, cambiando de posición en su sillón mientras lanzaba incoherentes gruñidos. Nuestro alcalde, que bien se podía 34


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juzgar por las apariencias, había conseguido prácticamente todas las ambiciones, que fueron sus sueños en los años treinta... no obstante, algo le mantenía en incómoda tensión todas las noches.....Y es que... Alain Petit, a sus cincuenta y seis años; primer mandatario de VieuChateau; con su fortuna; su oronda barriga; su nombre; su prestigio; su bella y sensual esposa Louise... Sí, Alain Petit...sufría de insomnio, y las noches de Vieu- Chateau se habían convertido para él, en interminables secuencias de recuerdos, de proyectos, de ambiciones, de nostalgias. Durante los instantes, que permanecí invisible enfocándole con la cámara de la vida, un torbellino de pensamientos cruzaron por la mente del alcalde; sus ideas saltaban por el espacio, provocándole emociones y sentimientos contradictorios, su cerebro funcionaba demasiado deprisa, sin ningún orden, todo se mezclaba y se confundía a la vez. Hubo un momento en que la sensación se fijo por un instante, era un recuerdo de la tarde precedente....la sensación parecía satisfacerle. Adapté el espacio-tiempo de mi cámara y me situé en la escena. La mansión del señor alcalde era un gran rectángulo, con la entrada hacia la rué de la Victoire; de la parte posterior salían dos apéndices, uno en el lado derecho y otro en el izquierdo, dando a la construcción la forma de una U. Los apéndices, contenían dos habitaciones o cuartos de trastos, cada uno de ellos, también disponían de salidas individuales al jardín; un gran jardín que ocupaba la parte trasera del caserón. En los acuerdos establecidos entre el señor alcalde y su esposa, para el buen funcionamiento de su vida en común... uno de ellos, decía...que el apéndice de la derecha era propiedad privada de Monsieur Petit, allí tenía instalado su cuarto de "Reflexión", sus viejas cosas, sus recuerdos, etc...Territorio prohibido para la señora alcaldesa. Esta concesión, le había costado a Monsieur Petit, la reciprocidad con respecto al apéndice de la izquierda para con su esposa Louise. Y a pesar que 35


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él, nunca comprendió muy bien, porqué madame de Petit, también había reclamado un espacio de "soledad", terminó aceptando...para no discutir.... y con el fin de así poder tener él, su "Cámara de Reflexión”. La cámara de reflexión, del primer mandatario de Vieu-Chateau, consistía en una pequeña habitación, cuyo mueble central era un catre en forma circular; un par de espejos, uno en el techo y otro en una estratégica pared; un sistema de luces que recordaban a algún cabaret barato y un mueblecito-bar, que en su parte superior contenía abundantes botellas de licor (de los mejores licores) y en su parte inferior revistas eróticas. Monsieur y madame Petit, eran la primera pareja de Vieu-Chateau, los más importantes, los más ricos, los más respetables...los más todo... era natural que nadie debía de saber acerca del secreto cuartito del señor alcalde... ¡bueno!, nadie, a excepción de su secretario, Charles Escargot, confidente, secretario del ayuntamiento, criado, pelota...y hasta a veces esclavo....lo de esclavo....solo a veces. Escargot era el encargado del transporte de las mozas, que de vez en cuando, eran llevadas en secreto, a visitar la "cámara de reflexión del señor alcalde”... ¡Eso sí, Escargot! ¡Sobre todo sin que nadie se entere! La imagen, que recogí en el pasado, se situaba alrededor de las seis de la tarde. Alain, se encontraba en su secreto lugar de recogimiento, excitándose, en un ojear nervioso de ciertas revistas; hoy tenía cita con Clotis, una muchacha de otro pueblo, que había venido como sirvienta de madame Curie. La Clotis era la última presa de Monsieur Petit. Mucho le había costado al señor alcalde convencer a la muchacha, para que por fin ésta, se decidiera a visitar la "cámara de reflexión”; pero ya todo estaba preparado; el fiel Escargot, en sus funciones de guía, ya estaba trayendo a la Clotis, hacía los brazos de su amo. - Toc-Toc. - Sonó en la puerta; el corazón del alcalde comenzó a latir con fuerza...no es que de repente, se hubieran despertado nobles sentimientos 36


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en Monsieur Petit...o ¡Que su alma estuviera llena de amor!... Es que la lujuria también activa la circulación sanguínea. El señor alcalde lanzó la revista hacia un rincón de la estancia, y todo él, con su flotante panza bamboleándose al viento, se apresuró a abrir. Una de las cosas, que más excitaban a nuestro personaje, era el placer de descubrir un par de nuevas nalgas. Y debemos de reconocer, que la mencionada Clotis poseía un par de ellas, bastante bien puestas. Lo que sucedió, a continuación en la cámara de reflexión, lo dejamos a la imaginación del lector; que cada uno se construya sus propias escenas de acuerdo con su gusto y grado erótico. Regresé mi atención a la estancia, al tiempo, en donde se encontraba Alain intentando agotar la noche; le dejé en medio de sus tumultuosos pensamientos y continué recorriendo la casa en busca de más imágenes. En el primer piso, encontré una mujer de entrados los cuarenta, aún estaba de buen ver, dormía apaciblemente en una hermosa cama, acomodada con sábanas de buena calidad. Louise, nacida de la Foret, en la actualidad madame de Petit, era la hija mayor de una familia de abolengo de Vieu-Chateau. Louise había sido, aún era en la actualidad, un bello ejemplar femenino, alta, de un metro setenta centímetros, con formas proporcionadas; había heredado la belleza y el porte, de alguna antepasada suya de origen italiano. La pareja de Petit, no era lo que exactamente se dice..."una pareja bien proporcionada” ¡oh Mira que buena pareja hacen! Ella alta, con figura de mujeraza; él pequeño, redondito y panzón...Cuando Monsieur y madame Petit se encontraban uno al lado del otro... parecía que el punto se había caído de la i...Aunque eso sí...eran la pareja más respetable y respetada de VieuChateau. Claro que Louise en sus años jóvenes tuvo ilusiones y amoríos con 37


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hombres que la superaban en talla... pero, en el fondo toda la culpa de lo que paso, fue del padre de Louise. Monsieur René de la Foret, caballero alto, enjuto, de excelente porte, heredo las tierras de su abuelo; de su padre el rango el apellido y la tendencia por el nada hacer Monsieur De La Foret, a pesar de todo, llego a constituir una familia, se caso pasados los treinta años y procreo dos hijas y un varón. Lo que sucedió después, es que Monsieur De La Foret estaba convencido de que las tierras (que le dejo su abuelo, eran elásticas, que las rentas que producían también eran elásticas) y de tanto irlas estirando en el transcurso de su vida... de repente, se encogieron; un buen día,.. No tan bueno para René, el enjuto caballero se despertó a la realidad y constato que las tierras que le dejara su abuelo, ya no eran suyas, sino del banco que le había concedido hipoteca sobre hipoteca, y que toda la fortuna que poseían los De La Foret, consistía más o menos en unos quinientos mil francos antiguos; no por ello perdió el tino, ni tampoco el porte. El enjuto caballero. Recogió sus dineros, despidió se dé su esposa con toda dignidad, prometiéndole su pronto regreso de un viaje que se veía forzado a realizar a Marsella y abandonó Vieu- Chateau al frescor de una mañana de verano. El medio millón de antiguos francos, lo utilizó Monsieur De La Foret, para organizar una fabulosa juerga en un prostíbulo de la ciudad; así como correspondía a su rango de caballero francés, con amigos de farra, con prostitutas, con comida y hasta con champagne. En los anales de la bohemia de Marsella, se recordó esta fiesta durante mucho tiempo. A la mañana siguiente un vagabundo, que se había levantado temprano debido a una mala digestión y que caminaba sin rumbo por el extremo de la Canabiere cerca del viejo puerto, encontró el cuerpo de un hombre, alto enjuto, de buen porte, 38


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que aparentaba mucha elegancia y buena salud, pero que desgraciadamente tenía un agujero de bala en la sien derecha. Cuando la noticia llegó a Vieu- Chateau, después de la conmoción, del duelo y una vez al corriente de la realidad económica en que Monsieur René De La Foret había dejado a su familia; la mamá de Louise aconsejó a su hija que aceptara la oferta de matrimonio que le proponía desde hacía algún tiempo, el entonces rico comerciante en ganado, tierras y flamante nuevo alcalde Monsieur Alain Petit. Y Louise, nacida De La Foret...aceptó la proposición de Alain y aunque bien a pesar suyo, abandonó sus sueños; de llegar al gran amor...de las noches de pasión al lado de un cuerpo, que fuera capaz de inspirarle, lo que ella, inspiraba a la mayoría de los hombres...Louise cambio el De La Foret por el de Petit y al principio hasta le puso su mejor voluntad y todo. Lo que sucedió es que Monsieur et madame Petit no tuvieron descendencia...ningún hijo nació de su unión...Y los días pasaron... y luego las semanas, los meses, los años. Alain seguía acumulando dinero, tierras, visitaba su “cámara de reflexión". Louise consolaba sus frustraciones con la buena ropa, con la comida; hay que reconocer que la De La Foret, hizo lo que pudo para mantenerse a la altura de la situación, de la educación recibida. Pero, tanta comida y golosina se llevo a la boca...y tan poca por..., que un buen día Louise se dejo tentar y se echó una canita al aire... y otro día otra canita y así de día en día y de cana en cana, llegó a tener una relación con Pascal, un muchacho de veinticinco años, vecino del pueblo, que será motivo de nuestra atención en otra de las casas de la rué de la Victoire. Abandoné la mansión del alcalde para introducirme en la segunda propiedad, la casa número dos siempre por la izquierda. No tomé mucho interés en la distribución de las estancias, mis sensores me indicaban que el lugar estaba habitado por un solo ser viviente y este se hallaba sentado en un sofá-sillón, 39


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junto a la chimenea; parecía que en esta noche de Vieu-Chateau ninguno de los personajes, eran capaces de dormir. La estancia, estaba proyectada en una especie de salón-comedor-sala de estar, todo a la vez, con muebles mucho más sencillos que los de la casa anterior. Una biblioteca, en parte hecha por un ebanista, después continuada con pedazos de tablas, ocupaba la mayor parte de los muros de la estancia, habían libros, revistas, publicaciones, apuntes, un poco por todas partes, mezcladas unas cosas con las otras, en un verdadero desorden. Era la casa de Jean Paul Gassol, filósofo, anarquista, pensador y bebedor, maestro en la escuela de Vieu- Chateau. Jean Paul era un hombre bien parecido, rostro agradable dentro de un aire melancólico, anchas espaldas, piernas ágiles y la suficiente altura como para quedar pasablemente bien en cualquier reunión. El maestro se encontraba ya cercano a los cincuenta abriles, era el único habitante del pueblo que había estudiado en París. En los momentos que se realizaba mi visita, Jean Paul dormitaba, mal acomodado sobre el sofá. Me acerqué para enfocarle con la cámara de la vida. En realidad lo que sucedía, es que Jean Paul estaba consolidando en su sangre una fuerte dosis de alcohol que acababa de ingerir... ¡Estaba borracho! Además de los vapores etílicos que se desprendían de su cuerpo, también se percibían los vapores de una profunda tristeza, algo cercano a un vacio desesperante. Jean Paul Gassol había estudiado en la Universidad de París, había sido un brillante estudiante de filosofía; devorando durante años, desde Platón hasta Sartre, desde Kafka hasta Khan... Y Jean Paul Gassol había escrito "Un Tratado", en el que demostraba la No Existencia de Dios. ¡Claro! que al final de cuentas, por esos azares de la vida...su "Tratado" nunca se llegó a publicar, pero eso fue, por esos azares de la vida. Hombre apasionado, inteligente en lo abstracto, inquieto, soñador; demasiado convencido de sus 40


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conceptos, amante de la vida, tímido en el amor. Se refugió, de sus fracasos, de sus decepciones, regresando a su pueblo natal, para convertirse en el hombre más culto. “El loco filósofo de Vieu-Chateau”. La mente de Jean Paul, un poco como la del alcalde, pensaba y pensaba; la diferencia es que Alain lo hacía sobre cosas concretas; el maestro sobre cosas abstractas. Tanto y tanto pensaba Jean Paul Gassol, que para detener un poco el flujo de sus ideas, cada noche bebía y bebía vasitos de aguardiente; finalmente caía rendido sobre el sofá de la estancia, así conseguía descansar por algún tiempo y acallar a ese gran tirano que tenía por mente. En el estudio de las cosas y los dichos del planeta Tierra, yo había encontrado uno, que me resultó gracioso. Viendo al sufrido Jean Paul, necesitando el embrutecerse en alcohol para poder acallar su espíritu, me vino a la mente el dicho. “No por mucho tempranar, amanece más madrugo." y esta frase me recordó un proverbio de mi natal Utopía. “No por mucho utilizar el flujo del pensamiento, se adquiere conocimiento, sino se sabe pensar.". Dejé al maestro-filósofo sumido en el sopor que le producía su estado y aunque recordaba muy bien las martillantes palabras de mi querido jefe… ¡no intervención! ¡No intervención!

El enanito anarquista de mi

espíritu se compadeció de ese pobre Gassol, esclavo de su mente. Chasqueé mis dedos, proporcionándole al sufrido personaje, un sueño sin ensueños... ¡Buenas noches! Jean Paul Gassol, ¡que descanses! La tercera casa estaba habitada por la familia Dupont. Jean el padre, Ana María la madre y sus tres hijos. Ana María la hija mayor, con veinte años de edad, piel extremadamente blanca, como la de su mamá, ojos verdes claros, pequeña nariz respingona, alguna que otra peca, tinte pelirrojo. La niña-mujer 41


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guardaba un gran secreto en su corazón; un secreto que lo era de verdad, pues no se lo había confiado a nadie. Ana María-hija, estaba enamorada de Jean Paul Gassol, su vecino y estaba, muy, muy, muy, enamorada. Lo que pude descubrir, con la sensibilidad de mi cámara de la vida, es que ese amor, que albergaba en lo íntimo de su corazón la joven Ana María, era de un alto nivel vibratorio, muy raro de encontrar en el planeta Tierra de los años 1968. Claudette, era la hermana que la seguía, ella tenía catorce años y por el momento no estaba enamorada de nadie. Henri, el único varón, con doce años. Jean Dupont, que en estos momentos, se encontraba durmiendo muy pegadito al cuerpo de su esposa Ana María-madre. Y que estaba soñando, que se encontraba durmiendo muy pegadito al cuerpo de su esposa. Jean Dupont, era un hombre cuarentón y relativamente feliz; poseía una linda familia, unas pocas tierras, algo de ganado, no demasiados problemas...que siempre terminaba resolviendo...Aunque había uno que... ¡ese sí le fastidiaba! Era la diferencia de criterio que existía entre él y su esposa. La diferencia de criterio, sobre una cosa sencilla... pero que Ana María-madre se esforzaba en complicar...por su falta de soltura,...de no tener una visión amplia... Jean Dupont estaba convencido, de que el anisete y el tabaco, no eran perjudiciales.... Ana María-madre, " que sí lo eran." No obstante, en el hogar de los Dupont se respiraba un aire de equilibrio y de paz...con sus pequeños problemas...como todo el mundo...Sobre todo cuando el cabeza de familia se pasaba en las copas, regresando a la casa demasiado optimista. Su esposa, que no tenía pelos en la lengua, le repetía. -¡Qué desgracia! ¡Ya vienes borracho! ¿No te da vergüenza? Y Jean terminaba por sentirse culpable, le pedía perdón a su esposa y durante unos cuantos días, ni lo olía; pero cuando volvía a encontrarse con el 42


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maestro en el Café de Jean, que por cierto, nada tenía que ver la propiedad del café con la similitud de su nombre y Jean Paul Gassol le decía... -¡Vamos Jean, tómate uno, que uno no hace daño! Comenzaba a fastidiarse el asunto, Jean Dupont volvía a sentir el agradable sabor del anisete en su paladar, se le calentaba la boca y se olvidaba de Ana María-madre y de los sentimientos de culpabilidad que a posteriori le destrozarían el alma. La mujer también dormía sosegadamente al lado de su esposo; a pesar de las iras que le producían las apariciones de su cónyuge en estado etílico. Cuanta gracia y cuanta ternura sentía por él, cuando Jean, con cómicos gestos, intentaba por todo medio obtener su perdón. El corazón de Ana María-madre se abría de par en par, su cuerpo comenzaba a vibrar al unísono con el del hombre, y la complicidad era un hecho entre los dos esposos, que por unos instantes se olvidaban del resto del mundo, para convertirse en amantes. El cuerpo de Ana María se adaptaba perfectamente al de Jean, los besos eran suaves, las caricias un rito, el juego lo suficientemente prolongado como para que la mujer nunca saliera de él insatisfecha. Después se entregaba en los brazos de Morfeo, siempre muy pegadita a la piel del hombre. La primera casa, por el lado derecho, también era una gran mansión con amplios aposentos adornados con muebles de calidad. La casa había sido la residencia de Albert Curie, el anterior alcalde de Vieu- Chateau; en la actualidad, después del fallecimiento de éste, la habitaba su única hija Solange Curie, una viejecita de pasados los setenta años, enfermera de profesión y comadrona del pueblo. Solange Curie dormía plácidamente en el centro de una gran cama estilo Luis quince, a su alrededor flotaba un aura de inmensa dulzura, no obstante el recuerdo más importante registrado en su memoria, era un sentimiento de gran tristeza. 43


MOISE-JARA

Solange Curie, hija única de Monsieur Albert Curie y de su esposa Solange, había gozado de una niñez de ensueño; bien atendida por su mamá, adulada y protegida por su papá. La muchacha estudio en Montpellier, fue precisamente durante uno de sus viajes de regreso a Vieu-Chateau que conoció al joven y apuesto Jean Luc de la Ferriere, lo que la condujo a una apasionada, aunque breve y triste, historia de amor. A pesar de los pesares, la entereza de Solange y su positivismo frente a los reveses que le dio la vida; hicieron que ella fuera capaz de transmutar el recuerdo del dolor en generosidad y alegría para con todos aquellos que se le acercaban en busca de apoyo y consuelo. Así Solange Curie curó heridas, vio y participó en la venida al mundo de más de la mitad de la población que actualmente albergaba el pueblo, fue capaz de vivir la realidad, las necesidades diarias de los otros, sin por ello perder la fidelidad al recuerdo de su gran Amor, Jean Luc el teniente del ejército francés, muerto en combate en la primera batalla de la primera guerra mundial. Solange Curie era menuda, pero no pequeña, frágil de cuerpo, fuerte de espíritu, parecía no ocupar mucho espacio, pero hacía sentir su presencia, unos lindos senos decoraban su pecho, ella estaba orgullosa de ellos; no era coqueta aunque siempre andaba bien arreglada, no era impositiva pero sabía expresar sus pensamientos con tal claridad y franqueza que convertía sus ideas...en ideas universales. Sus ojos no excesivamente grandes eran vivos, expresivos, recorriendo ágiles todos los detalles del mundo que la rodeaba, depositando su interés en los seres y en las cosas. Solange Curie llegó a conocer bastante sobre la condición humana a lo largo de su existencia. En la habitación de servidumbre de la misma mansión, pude encontrar a Clotis, que en estos momentos también se hallaba profundamente dormida. La empleada doméstica de madame Curie desprendía un fuerte sentimiento de náusea... La experiencia, que la muchacha había vivido 44


El Precio de La Salvación

aquella tarde con Monsieur Petit, no había sido nada grata para ella. Era evidente que Clotis, no buscaba nada espiritual en el señor alcalde, más bien, una que otra ventaja material. También era evidente que Clotis ya había pasado por las manos de otros hombres, antes de llegar a las de Alain Petit. ¡Pero!, aquella tarde, nada había funcionado para ella. El contacto de su piel con la del señor alcalde de Vieu-Chateau producía un estado de plena discordancia. Y a pesar, de que la Clotis se forzó todo lo que pudo para aparentar amabilidad. A medida que iban avanzando los devaneos sexuales de

Monsieur

Petit,

la

muchacha

se

iba

crispando,

encerrándose

progresivamente dentro de sí misma. Clotis sintió un inconmensurable alivio, en el instante, que por fin la situación le permitió abandonar el catre y comenzar a colocarse sus braguitas. El resto de la ropa, se la puso la muchacha, a la velocidad del relámpago; saliendo con rapidez de la " cámara de reflexión"; odiándose a sí misma y con la desagradable impresión de sentir una pegajosa humedad en los muslos y en las nalgas. Cuando la Clotis, llegó a la casa de su patrona, se duchó una y otra vez, no logrando hacer desaparecer la náusea que sentía, ni con el jabón, ni con el agua...ni con nada. No comió prácticamente en la cena, cosa bien poco habitual en ella, antes de retirarse a descansar volvió a pasar por debajo de la ducha; finalmente se acostó, quedándose dormida mientras mordía uno de los extremos de su manta con un fuerte sentimiento de ira. Clotis poseía ese cuerpo un tanto irregular que gusta a ciertos hombres, busto mediano, caderas anchas, grupa pronunciada, ojos grandes y labios gruesos y muy sensuales. No había realizado estudios, pero si tenía mucha ambición, a su manera, era una especie de Alain Petit de los años treinta A sus veintisiete años caminaba por la vida convencida de que un día le llegaría su 45


MOISE-JARA

oportunidad, de que la conseguiría gracias a su cuerpo y de que no se jubilaría como sirvienta doméstica. La segunda casa de la derecha, era por así decirlo, bien de derechas, sus ocupantes, Monsieur y madame Boulart...muebles tipo medio, decoración tipo medio, espíritu tipo medio; sin lujos, sin excesos. El clima general olía a mucho orden, hasta, una cierta austeridad. Gastón el marido, alto, delgado, de tez grisácea, de aspecto siempre serio, de derechas; hombre de pocas palabras, pocas bromas y mucho sentido de la responsabilidad, bueno, eso al menos, era lo que él creía reflejar hacia los demás. Germaine de Boulart, también alta, delgada, casi seca, estrecha de cuerpo. Se había pasado desde los siete años hasta las dieciocho, interna en un colegio de monjas; a su salida del colegio regresó a la casa familiar. Le presentaron a Gastón, y después de un corto noviazgo, se celebro la boda. Germaine, había pasado de obedecer lo que decía su mamá a obedecer lo que decía Sor Teresa; de obedecer lo que decía Sor Teresa a obedecer lo que decía Gastón. Y así pasaron lentamente los años...El matrimonio Boulart tampoco tenía descendencia, con lo cual el aspecto de la esposa nunca dejó de ser seco y estrecho, ya que no tuvo la alegría de engordar un poco, ni tan siquiera por los efectos de un embarazo. El mundo de la mujer era bastante reducido, aparte, de la excitante lectura de algún que otro Readers. Digers que la señora llegaba a procurarse por la esposa del alcalde, su visión de las cosas y del mundo, era exclusivamente lo que su marido le permitía ver...todo dentro de la rectitud, el orden y las buenas costumbres. La tercera casa de la derecha estaba ocupada por el joven Pascal, de veinticinco años de edad, vivía solo, había perdido a sus padres cuando se encontraba en los dieciocho años. 46


El Precio de La Salvación

Monsieur Pascal Diderot-padre; era ya un hombre de cincuenta y cinco años, cuando se caso con la mamá del futuro Pascal. Ella tenía cuarenta y cinco en aquel entonces...y permanecía soltera... Por esos raros azares de la vida, la buena mujer quedo inmediatamente embarazada, dando a luz a sus cuarenta y seis años a un sonrosado y hermoso niño, al que se bautizó con el nombre del papá...Pascal. La realidad era, que Monsieur y madame Diderot, nunca había ni tan siquiera soñado, que un día llegarían a ser padres... Es por ello, que la llegada del pequeño Pascal, no cambio demasiado la rutina de los hábitos de sus progenitores. Monsieur Diderot continuo dedicado a su trabajo en la agricultura. Madame Diderot a las cosas de la casa, a la cría de los animales domésticos; entre los cuales, agrego la alimentación del bebé. La buena señora hizo lo mejor que pudo, ella estaba acostumbrada a la cría de ganado...crió y elevó a su hijo como lo hubiera hecho con un buen becerro...con el conejo o la gallina preferidos. Pascal creció fuerte y sano...aunque en muy pocas ocasiones tuvo la oportunidad de dialogar con sus padres. Un día de invierno, Monsieur Diderot abandonó este mundo de la forma más silenciosamente posible; a los pocos meses, madame Diderot imitó a su marido. El pobre Pascal, se quedó solo, sumergido en el más completo silencio. No es que los viejos hicieran mucho ruido en la casa, pero no le quedó al muchacho, ni tan siquiera ese habitual zumbido, que sus padres producían, durante sus silenciosos desplazamientos por las estancias del hogar. Ni,...el - ¡Cuidado Pascal!... ¡Cuidado con esto! o ¡Cuidado con lo otro! - que en escasísimas ocasiones, su padre le aconsejaba... Sólo silencio y soledad...Aunque ésta circunstancia ayudó a forjar el carácter del joven Pascal...que al contrario de dejarse amedrentar, se esforzó en todos los 47


MOISE-JARA

campos. Consiguió superar los trabajos de agricultura, salir adelante con la cría de los animales...Y hasta consiguió tiempo libre para formarse en forma autodidacta. Pascal devoró todas las lecturas que cayeron en sus manos, también las que en forma generosa, le proporcionó Jean Paul Gassol, que en su calidad de loco y solitario filósofo de Vieu-Chateau, vio en el joven muchacho la oportunidad de continuismo. Pascal llegó a tener, gran admiración, respeto y porque no decirlo, hasta un profundo cariño por el estrafalario maestro; al que consideraba el único amigo apto de confianza...A pesar de ello, cuando acaeció la relación afectiva entre Pascal y la esposa del alcalde. El muchacho guardó el hecho en el máximo secreto,..Nunca se lo dijo a su amigo Jean Paul... ¡cómo debe ser un secreto! ... ¡Cómo debe ser un hombre que se cepilla a escondidas a la mujer de otro! ¿Y qué otro? Nada menos que el primer mandatario de VieuChateau... ¡Muy hombre ese joven Pascal! ¡Mucho valor!... ¡Mucha decisión! ¡Mucho deseo!; un poco de inconsciencia, también. Hay que decir que VieuChateau carecía un poco de mujeres con garbo, que son el sueño-ideal de los jóvenes como Pascal, solitarios, idealistas, tenaces y un tanto " salidos " a sus veinticinco años. La cuarta y última casa de la derecha, estaba ocupada por un viejecito completamente encorvado sobre sí mismo. Era Isaac el judío, de calva cabeza pelada en forma, que recordaba a un pepino, una protuberante barbilla que parecía querer juntarse con el extremo de su copiosa nariz. Isaac era ya un anciano de pasados los ochenta años, sordo como una tapia, se pasaba los días en zapatillas, correteando de aquí para allá por el interior de su casa; espiando, desde sus ventanas, el ir y venir de las gentes del pueblo; adivinando e interpretando los dimes y diretes de los unos y de los otros. 48


El Precio de La Salvación

Isaac era también el prestamista de Vieu-Chateau. Ahora le avanzaba dinero a fulanito...ahora a zutanito...etc. La verdad es que a casi todos los vecinos del lugar habían en alguna que otra ocasión sido deudores del viejo Isaac... ¡Y de que buenos apuros, les había sacado el condenado! Cada tarde, cuando se ponía el sol, el viejo avaro cerraba con cautela todas las puertas de su casa, se acercaba ceremonialmente hacia un secreto escondrijo, situado al lado de su chimenea y extraía un pequeño cofrecillo de metal. Luego colocando el cofre sobre una alfombra en frente al cofrecito...Lo abría...Y la expresión del rostro de Isaac se transformaba, iluminándose de repente....llegando a un estado de excitación, muy parecido al del señor alcalde observando las nalgas de la Clotis. Las manos del viejo se introducían lentamente dentro del cofre, sus dedos temblaban al contacto con las piezas de Luises de oro...Era un placer casi sexual.... Este rito, Isaac lo efectuaba todos los días, aunque no lo prolongaba demasiado tiempo...Súbitamente, se levantaba lanzando una rápida mirada a su entorno, como si temiera ser visto por un millón de escondidos ojos; recogía celosamente su tesoro y volvía a guardarlo en el escondrijo. Poco a poco su ánimo iba lentamente aquietándose, se comía con rapidez la sopa, al tiempo que repasaba en una libreta su lista de deudores, calculando los intereses que le debían hasta ese día. Ya en su habitación, cambiaba su ropa de diario, que siempre era la misma, por un confortable pijama de pura lana con gorro y calzón largo. Se introducía en una altísima cama que al menos disponía de tres colchones, para terminar cubriéndose con un sinnúmero de mantas. El viejo Isaac, era muy friolero, necesitaba de un Tullido lecho, de mucho peso sobre su pequeño cuerpo para poder al fin, aquietar su atormentada alma. Ya había visitado las siete principales casas de Vieu-Chateau, apagué la Cámara de la Vida y ordené a mi burbuja de abandonar la residencia de Isaac el judío. Me encontré flotando sobre la noche de aquel frío mayo, a la que aún le 49


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quedaban muchas horas antes de llegar a terminarse. De la tierra salía un humo vaporoso que sabía a agua y olía a flores; las nubes cubrían pesadamente el cielo del pueblo impidiendo la visión de las estrellas, que ciertamente permanecían en su lugar del firmamento. Decidí regresar a la nave con el fin de poner un poco de orden en todas esas imágenes recogidas con mi Cámara, ¡Buenas noches habitantes de Vieu-Chateau! ¡Os deseo felices sueños!

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IV- Lo que pasó en París con Jean Paul Gassol Una vez cómodamente instalado en mí nave, me puse a ordenar las imágenes captadas con la cámara de la vida...Para ello introduje la película en el censor-visualizador-alfa-tres, que al mismo tiempo que reproducía las escenas, también era capaz de transmitir las emociones de los personajes. Y a partir de esas emociones, por medio del fluido acumulativo del pensamiento, adentrarse en los recuerdos del sujeto, reconstruyendo las imágenes de dichos recuerdos. Es cierto, que la memoria humana, no reproduce la escena de un recuerdo en forma completamente objetiva, sino todo al contrario, lo hace muy subjetivamente, en función del propio sujeto que está recordando. Pero de todas formas con este sistema se podía viajar hacia el pasado de un personaje y filmar las escenas de los actos que más le habían afectado en su existencia, o al menos, de los que él pensaba que más le habían influenciado. Si bien las secuencias no eran totalmente ciertas a cien por cien, pues el subjetivo del personaje influía en ellas; lo que se lograba obtener, daba una idea bastante aproximada del sujeto; que en el fondo era lo que me interesaba. Existía otro método, mucho más preciso que el anteriormente citado, de trabajar sobre imágenes del pasado, aunque resultaba mucho menos cómodo. Cuando se captaba una emoción interesante en fuerza y calidad, había que detener el visualizador, determinar las coordenadas de tiempo y lugar. Poner en marcha el vehículo espacial, obtener una aceleración de 3,535335, abandonar el planeta y colocarse fuera del límite " No Pasarás"; con ello se cruzaba la barrera del tiempo y se lograba llegar al lugar y fecha del recuerdo.

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MOISE-JARA

Por otro lado la objetividad en la filmación de una escena, siempre ha sido motivo de discusión entre Hilarión y mi persona. Yo mantengo que una misma imagen toma matices diferentes de acuerdo con el observador que la está captando, no existe la imagen absoluta...La imagen no existiría, sino fuera por el hecho de que existe un observador capaz de visualizarla. ¡Bueno! pero ya estoy yéndome por los cerros de Úbeda. Sigamos con la historia de nuestros personajes de Vieu-Chateau. En mi repaso de escenas y emociones; el primer humano, que despertó mi atención, por la intensidad de sus pensamientos, fue Jean Paul Gassol. Detuve la visualización del censor alfa-tres y lo programé con la intención de lanzarme en un raudo viaje hacia el pasado del extraño maestro. La primavera de 1949 comenzaba a florecer en París; la primavera florece en muchos lugares del planeta Tierra, pero la mayor parte de los terrícolas están de acuerdo, que la primavera de París es algo muy especial, seguramente tendrán algo de razón. Jean Paul Gassol, caminaba altanero, con paso decidido, bordeando los contornos del Sena; los pintores, los vendedores ambulantes, las floristas, comenzaban a instalar sus puestos sobre las aceras que dan al rio, todos tenían la esperanza de vivir un próspero día de abril. Notre Dame, se despertaba de los fantasmas de la noche, dejándose observar por un turista americano obsesionado en ver aparecer la figura de Quasimodo en alguna de sus torres. El General De Gaulle, se encontraba monásticamente retirado en Colombey-Les-Deux-Eglises,

esperando

que

le

llegara

su

próxima

oportunidad para volver a dirigir los destinos de Francia. Los parisinos comenzaban a habituarse a disfrutar de una ciudad liberada del desagradable ruido del pisar de las botas alemanas; a algunos de ellos el recuerdo de los años de ocupación les producía aún terribles pesadillas; despertándose por las mañanas empapados en medio de un mar de 52


El Precio de La Salvación

frió sudor, tenían que pellizcarse con el fin de tomar consciencia, de que aquella siniestra época, ya se había felizmente terminado. No obstante, todas estas cosas se encontraban bien lejos del universo mental de Jean Paul Gassol, nuestro hombre, que hacía pocos días acababa de recibir su flamante título de Doctor en Filosofía, avanzaba altanero, (bueno lo de altanero ya lo había dicho...pero les prometo que era verdad), sin prestar la más mínima atención al entorno que le rodeaba; su mente estaba completamente ocupada por dos ideas. La persona de la bella Jacqueline. Y su obra filosófica sobre la No Existencia de Dios, siendo prioritaria, a veces una, a veces la otra. En esa mañana de primavera de 1949, Jean Paul Gassol tenía una cita con Monsieur Ducolombier; director y propietario de la editorial Ducolombier, donde nuestro héroe había confiado su “Tratado" con la esperanza de que fuera publicado. Claro, que Jacques Ducolombier era un pequeño editor más bien dedicado a la publicación de novelas policiacas. Pero ¡Era un Editor!...Además, el único editor de París que se había interesado en nuestro personaje... Y Jean Paul, había recorrido y llamado a muchas puertas de otros editores, pero todos ellos se habían negado a leer el mamotreto que les presentaba el joven filósofo. Alegaban que no disponían de tiempo...que se hallaban reorganizando sus empresas...Etc.; y es que el tratadito de Jean Paul Gassol se las traía, desde luego no era cualquier novelita para leer durante el tiempo que uno pasa en el escusado. La cosa, comenzaba por un serio análisis de la conducta humana; del miedo ancestral del hombre hacia lo desconocido, lo sobrenatural; el mito primitivo de los hijos que mataron al padre, luego arrepentidos de su terrible acto...lo deificaron. Nuestro pensador desarrollaba un estudio comenzando por los filósofos griegos a los que consideraba los cimientos de la actual civilización, hasta llegar a los librepensadores que habían abierto la puerta hacia la Revolución Francesa. 53


MOISE-JARA

Atacaba con dureza a la religión católica, justificando los mártires de Roma, por los causados por la Iglesia durante la oscura época de la dicha “Santa Inquisición”. También se adentraba en los pensadores modernos, que gracias a la diosa Razón, instaurada por la Revolución, habían podido librarse del temor a la experimentación y con ello desbloquear esa parte del cerebro humano, que las iglesias querían dominar a toda costa con el miedo hacia un tiránico dios, el dios del castigo, el dios del " no se puede”. Había un largo capítulo dedicado al pensamiento de Bakunin y a las experiencias anarquistas realizadas en la España de antes del franquismo; en ese capítulo, Jean Paul hacia resaltar la frase de Valle Inclán " El anarquismo es la máxima expresión." El futuro maestro de Vieu-Chateau establecía la diferencia entre anarquismo físico y anarquismo filosófico; el primero llevaba al hombre a la acción violenta contra las instituciones y los gobiernos establecidos; el segundo partía de la reflexión del humano sobre sí mismo, de su desesperante deseo hacia la libertad absoluta. Tan libre podía aspirar a ser el hombre, que su propio cuerpo físico le hacía sentirse atrapado en la materia y le era un impedimento para alcanzar la absoluta magnificencia de la completa libertad, con lo cual Jean Paul llegaba prácticamente a la conclusión que la única salida para el anarquista filosófico era el suicidio. Un lento y consciente suicidio, razonado, observado. Quizá un poco lo que el maestro de Vieu-Chateau estaba intentando hacer en esos años de 1968. En la última parte del tratado se estudiaba los postreros conocimientos sobre el átomo, al que Jean Paul consideraba como un pequeño sistema solar. Era aquí donde comenzaba la demostración de la No Existencia de Dios. Apoyado sobre conceptos de la teoría de la relatividad de Albert Einstein, el autor del "Tratado" entraba en largas y complicadas explicaciones, que en resumen querían demostrar, que así como todo lo 54


El Precio de La Salvación

conocido está formado por átomos (pequeños sistemas solares). Él sol, con sus planetas/ no son otra cosa que un átomo de un cuerpo mayor, que a la vez forma parte de otro superior, así en forma infinita hacia lo grande y hacia lo pequeño. Como todo el Universo que nos rodea es relativo en función a la capacidad de observación del sujeto-observador. El átomo infinitamente grande sería en realidad el átomo infinitamente pequeño y de esta forma nuestro inteligente filósofo cerraba el círculo de cuerpos contenidos los unos en los otros. Pero aún proseguía, de la misma manera que un humano...Ejemplo Monsieur Pierre, está compuesto de átomos (pequeños sistemas solares) cuyos electrones (planetas) pueden estar habitados por minúsculas civilizaciones de seres vivientes. Y no por ello Monsieur Pierre es consciente de ser el dios de esos seres, de la misma forma el sol y sus planetas son un átomo de un ser superior, inconsciente de la existencia de la civilización terrestre. No cabía en la teoría de Jean Paul Gassol, una voluntad capaz de haber pensado el sistema, al mismo tiempo que fuera su permanente observador y que pudiera hallarse presente en cada punto de su creación. Cerré el libro, “Tratado" del loco filosofo y me alegré de haberlo terminado. Ahora tenía dos cosas claras en mi mente. "No debía intervenir" ese era el consejo de mi jefe Hilarión, y tampoco iba a volver a leer el "tratadito" de Jean Paul Gassol, les garantizo que por nada del mundo lo iba a volver a leer otra vez. Aunque debo de confesar que muchos de los conceptos que en él aparecían, son realidades a partir de la cuarta-quinta dimensión de consciencia. En los humanoides anclados en la tercera dimensión era excepcional el llegar a estos conceptos, solo muy pocos de ellos, como Jesús de Nazaret, Diofanto, Kepler, Davinci y en la época moderna Einstein, habían sido capaces, algunos solo por instantes, de visualizar la esencia y funcionalidad de nuestro universo. (Pido disculpas por los aquí no nombrados) 55


MOISE-JARA

Mientras en mi mente aún flotaban los átomos grandes y los pequeños; nuestro personaje ya se encontraba a la altura de Notre Dame de París, quedando a su izquierda el barrio latino, donde se hallaban las oficinas de Monsieur Ducolombier. Tan ensimismado en sus pensamientos iba el joven Jean Paul que casi se dio de bruces con el turista americano, que aún seguía esperando la aparición de Quasimodo...Parece que alguien de su agencia de viajes le contó, un tanto transformada, la historia del jorobado de París. La última sensación agradable, que recibió el futuro maestro de Vieu-Chateau, antes de entrar en el despacho del editor, fue un exquisito olor a pan fresco que se filtraba por una mal cerrada ventana del despacho de la secretaria de Monsieur Ducolombier. Esto me recuerda que no he desayunado.

Se dijo mentalmente

nuestro personaje; pero pronto olvidó la idea y concentró toda su atención en el editor. -

Buenos días, mi querido Jean Paul. - Dijo Ducolombie,

mientras con un gesto muy a la francesa, invitaba a tomar asiento al recién llegado. Jacques Ducolombier era un hombre de estatura mediana, de cuerpo corriente y que vestía en forma un tanto vulgar; aunque él opinaba lo contrario; se atrincheraba detrás de una gran mesa que había hecho colocar sobre una tarima de madera, de esta forma aparecía como un coloso frente a sus interlocutores. Jacques, en realidad, había vivido toda su vida del producto de la pequeña imprenta que le dejó por herencia su padre al morir, el verdadero oficio de Monsieur Ducolombier era el de impresor...Pero Jacques siempre había soñado en convertirse en un gran editor...lo de impresor le parecía demasiado vulgar...él estaba hecho para lo importante....Eso creía el hombre. Lo que sucedió, fue que durante la ocupación, un primo suyo que trabajaba en la Prefectura, le consiguió a Jacques, grandes cantidades de 56


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pedidos, la mayor parte de ellos panfletos de propaganda Nazi; con ello el impresor hizo su agosto. Cuando París iba a ser prontamente liberada por las tropas del General Leclerq...El primo de Jacques se subió a la cúpula de la Prefectura y cambió la bandera del Tercer Reich por la tricolor de la Francia-libre, con lo cual, siempre el primo de Jacques, transformó su apariencia de colaboracionista por la de secreto resistente...de esta forma continuó trabajando en la Prefectura, le dieron una medalla y guardó todos sus años de presencia para un día poder gozar de una justa y merecida jubilación de funcionario. Siendo el primo de Jacques, el único en estar al corriente, en el asunto de la propaganda Nazi, nadie reclamó nada a Monsieur Ducolombier una vez terminada la guerra. Ni tan siquiera Antón, uno de los obreros del impresor, ahora editor, de abiertas tendencias comunistas y que por su trabajo en la imprenta había estado al corriente de todo el manejo...Y es que, Antón era de Clemont Ferrand, en la época de la liberación ya había sobrepasado los sesenta y cinco años, además siempre permaneció soltero... Eso de compartir su sueldo con una mujer y con niños que le iban a terminar quitando el goce de sus pequeñas costumbres...Eso, no le gustaba nada a Antón...Una cosa era ser comunista...otra muy diferente y demasiado penosa...esposo y padre de familia. El obrero de Jacques Ducolombier, viéndose envejecer en solitario, añoraba con todas sus fuerzas pasar los últimos años de su existencia en su tierra natal... Y Monsieur Ducolombier, que ya dijimos, era un individuo mediano, pero nunca dijimos que fuera tonto, vio la jugada con toda claridad... Fue generoso con Antón; Antón dejó que Monsieur Ducolombier lo fuera. Después que el impresor, siempre ayudado por su primo de la Prefectura, le consiguió una excelente jubilación al fiel de su empleado; el 57


MOISE-JARA

viejo comunista se marchó a “la chita callando” hacia su adorado Clemont Ferrand; Jacques Ducolombier se instaló como editor en pleno barrio latino de París, dando con ello el primer paso hacia una vida de "hombre importante". Todas estas cosas estaban en la mente del editor, en los instantes en que Jean Paul Gassol, descendía su cuerpo, para finalmente tomar asiento y nuestro héroe constataba que se encontraba bien bajo con respecto a Monsieur Ducolombier. -

El motivo de mi visita. - Comenzó Jean Paul, lentamente,

mientras con su mirada observaba a su elevado interlocutor, con el fin de intentar adivinar...; pero el hábil editor, le interrumpió. -

Sabe amigo, que su presencia, la posibilidad de conversar

con un hombre tan culto como Ud. Es para mí un motivo de satisfacción. Dijo Jacques y se detuvo un momento para tomar aire; pero viendo que Jean Paul se disponía a hablar...continuó. -

Ud. Durante todos estos años que pasó estudiando, siempre

ha sido un magnífico colaborador mío, gracias a su dominio del idioma inglés... Le puedo asegurar que es Ud. un perfecto traductor. -

Decía

Monsieur Ducolombier, pero se detuvo otro instante, volvió a faltarle aire. En esta ocasión, el editor, se levantó y acercándose a un mueblecito cercano de su escritorio, extrajo una botella de anisete y dos vasos. -

¿Le apetece un pastis, Monsieur Gassol? - Dijo sonriendo

Jacques, que hacia todo lo posible para no entrar en el tema que era el motivo de interés del loco filósofo... Jacques Ducolombier, que había ojeado el tedioso "Tratado " de Jean Paul Gassol y que por cierto no había entendido ni jota, no se encontraba dispuesto a publicar la obra...pero la persona del futuro maestro de Vieu-Chateau, le interesaba. Era un buen traductor...y el editor, lo que tenía en mente para los próximos cinco años, era publicar muchas novelas policiacas de autores anglosajones...muchas novelas que le 58


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proporcionaran mucho dinero...y la importancia que sin lugar a dudas conlleva el éxito. Jean Paul consultó con su reloj...eran las ocho y cuarenta y cinco de la mañana...demasiado temprano para lanzarse al rito del Anisete; él hubiera preferido un buen bocadillo de mantequilla con jamón...; pero no se sentía con ánimos de contradecir a su futuro editor. -

“Si Monsieur Ducolombier, se está mostrando con tanta

amabilidad, es seguramente porqué ha leído mi obra, ha reconocido su calidad y me está proponiendo que celebremos el éxito de su publicación." Pensó Jean Paul. -

“¡Qué remedio, me toca!...Tendré que aceptar su anisete" -

Terminó pensando el futuro maestro de Vieu-Chateau. Fue después de terminar con su cuarto vaso, que Jean Paul, armándose de valor, aprovechó uno de los respiros de Monsieur Ducolombier y le colocó con rapidez la estratégica pregunta. -

¡Perdón, amigo Jacques!, pero lo que me interesa ¿es el saber

sí vas a editar mi libro? - Dijo el filósofo, que ayudado por los efectos del pastis, comenzó a tutear al editor. Monsieur Ducolombier, intentó en un principio evadir el asunto, utilizando una frase muy francesa, que en realidad no es más que un anglicismo. -

¿Coment? ¿Cómo?) - Dijo Jacques poniendo cara del que

acaba de caer de las nubes sobre una trinchera enemiga, -

¡Sobre mi libro Jacques!... ¿Qué sí me lo publicas o qué? -

Repitió Jean Paul con acento molesto. -

¡Bueno! - Respondió el editor...Y comenzó a gesticular con

sus manos, transformando su apariencia muy a la francesa...por otra que parecía más bien...a la italiana. 59


MOISE-JARA

-

¡Bueno! - Repitió Jacques, sin dejar de gesticular...como si

quisiera coger en el aire las palabras que le faltaban para completar su frase. -

¡Bueno! - Dijo por tercera vez y aspirando todo el aire que

-

¡Verá querido Jean Paul! En la actualidad las cosas están

pudo... muy difíciles...Su escrito...Qué es de gran calidad...Pero,...en estos momentos,

lo

que

el

público

quiere

es

novela

de

aventuras,

acción...detectives…sexo. Los anglosajones están de moda. - Decía Jacques. -

Jean Paul Gassol comenzó a perder el conato de alegría que

le había acompañado durante toda aquella primaveral mañana de París...No obstante y adoptando la clásica postura de filósofo incomprendido, nuestro héroe intentó con todas sus fuerzas defender su " Tratado”. -

De todas formas, Monsieur Ducolombier...tengo que decirle

que… - Intervino Jean Paul y aunque habían un sinnúmero de ideas y argumentos en la mente del futuro maestro de Vieu-Chateau, el astuto editor le cortó con rapidez. -

¿Otro anisete, querido Jean Paul? - Dijo Jacques...y continuó

hablando y hablando de los escritores anglosajones; de forma que todos los argumentos de Gassol quedaron almacenados para siempre en su mente, sin tener el filósofo, la posibilidad de poder exponerlos a la luz del día. Eran aproximadamente las once horas y ocho minutos, cuando Jean Paul Gassol, abandonaba la oficina de Jacques Ducolombier, con doce vasos de Anisete en el cuerpo, el convencimiento de que ediciones Ducolombier no iban a publicar su "Tratado", un voluminoso texto de un escritor anglosajón que debía traducir y también unos cuantos francos de adelanto en el bolsillo. Al pisar otra vez la calle del barrio latino, el delicioso aroma a pan, inundó las narinas de Jean Paul; el filósofo se acordó que no había desayunado, que aún no cumplía los treinta años, que estaba en primavera... ... y que se encontraba en...París. 60


El Precio de La Salvación

Entró en la panadería y compró mantequilla y pan; entró en la carnicería y adquirió salchichón, queso y vino...Pensó en Jacqueline..., la bella rubia, que le estaría esperando en su pequeña buhardilla. -

"Todo está listo para la fiesta” ¡Qué caramba! me voy a casa.

Se dijo. Cuando el filósofo incomprendido llegó al extremo del barrio latino, donde el Sena baña los pies de Notre Dame, se extrañó de ver al paciente turista americano, prácticamente en el mismo lugar donde casi se dan de bruces. Jean Paul, se acercó al hombre e intuyendo su nacionalidad, sobre todo por la forma de vestir del sujeto, le preguntó en perfecto inglés. -

Disculpe señor. ¿Está Ud. esperando algo? Hablo su

idioma... ¿Quizá pueda ayudarle? - Dijo Jean Paul. A medida que el turista le iba relatando la historia que le había contado su agente de viajes; Jean Paul sentía cada vez más ganas de reírse. - ¡Ah! No se preocupe Míster. - Dijo el filósofo, consultando su reloj. - Lo que ocurre es que ahora son las once y cincuenta y tres y en época de primavera Quasimodo sale a pasear a la Una y quince en punto. Pero tenga Ud. un poco de paciencia. - Dijo Gassol, aguantándose la risa. - ¿Entonces seguro que aparecerá a la una y quince en punto? - Dijo el americano, que también comprobó la hora en su reloj. - Seguro Míster...Seguro. - Respondió Jean Paul. - Merci Monsieur, Merci...vous etes...muy amable. - Dijo chapurreadamente el ignorante turista. Gassol se despidió recomendándole mucha paciencia...Solo los pacientes llegan a obtener sus propósitos...Lo que Jean Paul no dijo al norteamericano, seguramente porque él tampoco lo sabía, es que si quería obtener imágenes de Quasimodo tendría que esperar algunos años hasta que llegara un cineasta de su país y rodara la película con Anthony Quin y Gina Lolobrigida.... 61


MOISE-JARA

Mientras el futuro maestro se alejaba del paciente turista convencido que había hecho su canallada del día, pensó. "Este debe de ser de los que van a un restaurant francés, piden un steek a la pimienta y reclaman la salsa de Kétchup" Y comenzó a reírse solo mientras aceleraba el paso, su mente había comenzado a recordar a Jacqueline. Jean Paul subió de dos en dos los peldaños que le separaban de su bohemia morada. El corazón le latía con fuerza. Ya había olvidado su fracasó de la mañana. El pequeño apartamento se encontraba en penumbras, las dos piezas que constituían todo el hogar del joven filósofo; la primera cocina-comedor con un reducido W.C., este último, situado en el rellano exterior de la escalera. Un segundo cuarto, el más importante “La chambre a coucher", también bautizado con el nombre de laboratorio de experimentación; en ésta segunda estancia se encontraba Jacqueline, que a pesar de ser las doce pasadas, la muchacha aún dormía plácidamente. Jacqueline se hallaba introducida en un vaporoso “des-habiller” que proporcionaba más encanto a sus bellas y proporcionadas formas. Era una espléndida rubia natural que a sus veinticuatro años representaba el sueño físico y erótico de todo hombre europeo ha tenido en algún instante de su vida. Sus carnes eran blancas salpicadas con gracia de pequeñas pecas...sus labios sensuales, sus ojos grandes entre verde y azul. Sabía lanzar una sutil mirada de gata y ponía morritos. Su pierna aparecía provocadora entre un manojo de sábanas que cubrían parcialmente su cuerpo. Jean Paul permaneció unos instantes de pie, contemplando la imagen de su bella compañera. Quería que la escena permaneciera eternamente grabada en su mente. Jacqueline comenzó a moverse entre gestos de pereza mientras decía confusamente. 62


El Precio de La Salvación

-

¿Hay alguien ahí? – dijo ella.

-

Soy Yo, el lobo. - Respondió el hombre con dulzura.

La muchacha hizo un brinco, sentándose en la cama. -

¿Qué hora es? -

preguntó Jacqueline, al tiempo que se

restregaba los ojos con sus manos En la posición que había adoptado al sentarse, la mujer aun apareció más radiante ante Jean Paul. Se adivinaba el esplendor de sus senos parcialmente cubiertos por su camisa de dormir...Estos se hinchaban y reducían siguiendo el armónico ritmo de su respiración, su cabellera rubia parecía un enjambre de rayos del sol alborotados en una tarde de fiesta. Jean Paul continuaba inmóvil, mirándola embelesado. -

¿Qué me miras? - Dijo ella para romper el silencio.

-

Cada día eres más hermosa. Estoy loco por ti. - contestó él.

A toda mujer le agrada sentirse admirada por su belleza. A toda mujer le gusta ser amada hasta la locura, el loco filósofo había dado en el clavo sin tener que esforzarse en grandes lucubraciones mentales. A la Jacqueline de veinticuatro años las palabras de Gassol la complacieron, la excitaron. Le lanzó al hombre su clásica mirada de gata y frunciendo el ceño hizo morritos. Jean Paul abandonó su estado contemplativo, lanzó su chaqueta hacia cualquier lugar, al tiempo que se deshacía de sus zapatos y se desabrochaba la camisa....Y voló hacia la mujer. -

¡Vida mía! ¡Cuánto te quiero! - Dijo él, mientras las manos

de cada una de ellos acariciaba el cuerpo del otro, sus labios se buscaron con frenesí, sus lenguas navegaron juntas. Terminado el primer

tiempo.

Jacqueline se tendió suavemente sobre el lecho (mesa de operaciones del laboratorio de experimentación) y dejó que Jean Paul explorara con lentitud centímetro a centímetro todo su cuerpo. 63


MOISE-JARA

El rostro del hombre volvió a la altura de la faz de la mujer, la atención de sus miradas se cruzaron un instante cómplices en el placer. Entonces ella sintió toda la fuerza del hombre en su interior, sus uñas se clavaron en la espalda de él, con sus piernas le rodeó las caderas en un loco afán de retenerlo en su interior por todo el resto de la eternidad, mientras musitaba. -

¡Encoré! i Encoré Cherí! – dijo ella.

Y los cuerpos del hombre y la mujer se apretaron el uno contra el otro en un inalcanzable deseo de fundirse en un solo cuerpo. Todos los ritos del amor se repitieron una y otra vez, hasta que al final Jean Paul y Jacqueline se quedaron dormidos en los brazos uno del otro. Los terrícolas después de estas cosas casi siempre terminaban durmiendo; algunos, fumando un cigarrillo. El sol cansado de esperar hacía ya rato que había abandonado el cielo para retirarse a su cotidiano lecho. Un agradable frescor entraba por la ventana semi-abierta de la cocina-comedor trayendo olor a menta; un viejo reloj de pared, que no funcionaba hacia años, marcaba las once treinta...pero si hubiera funcionado sus agujas hubieran indicado las siete treinta y cuatro de la tarde. Una mosca experimentaba con su compañera, después de haber estado observando lo que hacían los amantes humanos; la mosca quería hacer igual, pero le salió más a lo bruto. Gassol abrió un ojo, con el que observo la mancha, que una antigua gotera había dejado en el techo...acto seguido abrió el otro ojo, el tamaño de la mancha creció " Un día tengo que darle una capa de pintura a este cuchitril pensó. Mientras con su mano buscaba en la penumbra el cuerpo de Jacqueline...La muchacha dormía profundamente satisfecha, eso pasa a 64


El Precio de La Salvación

menudo a los veinticinco años, menos a los cuarenta y raras veces a los sesenta... ¡No lo de dormir! ¡Lo de satisfecha! -

¿Qué

hora

será?

-

Se

dijo

Jean

Paul,

lanzando

maquinalmente una mirada al reloj de pared, que impertérrito continuaba marcando sus eternas once treinta. Con su mano izquierda, Jean Paul buscaba a tientas sus calzoncillos por entre los pliegues de la cama; con su derecha acariciaba las nalgas de la mujer que seguía durmiendo tendida de bruces. Como Jacqueline parecía no querer despertarse a pesar que los dedos de Jean Paul corrían juguetones por sus intimidades…Y por otro lado, el hombre había conseguido encontrar sus calzoncillos, la cosa se quedo ahí. En un acto de voluntad, Gassol dio un salto, comenzó a vestirse. Fue entonces cuando recordó que no había desayunado, ni tampoco almorzado, y sintió hambre...mucha hambre. Acomodándose en la mesa de la cocina-comedor comenzó a hacer el mejor uso posible de la baguete (del salchichón, del queso y del vino). En esta faena se encontraba nuestro personaje, cuando apareció el cuerpo de Jacqueline llevando como única prenda su famoso “des-habiller”. Volvió a comenzar el juego entre el hombre y la mujer. Jean Paul comía un bocado, al mismo tiempo que hacía gestos para liberar a su amiga de la única prenda que la cubría... Ella reía, se alejaba del alcance del hombre solo unos instantes, para volver a acercarse provocando la continuación de los desmadres de él. -

¿No quieres comer algo? - Le preguntó Jean Paul.

-

No tengo mucha hambre...Y además el pan engorda. -

Respondió Jacqueline -

Tu comes mucho pan... de aquí unos años estarás gordo.

¡Así! - continuo ella, al tiempo que hacía una mueca colocando sus manos frente a su vientre. 65


MOISE-JARA

-

¡Ah! y al paso que vas, también estarás calvo. - continuó

Jacqueline riéndose alocadamente, mientras con una mano simulaba la futura gordura de Jean Paul y con la otra se frotaba la cabeza para indicar la futura calvicie. Y todo ello, dentro del transparente camisón que dejaba ver la desnudez de su cuerpo. Aunque Jean Paul sentía verdadera hambre, termino por dejar los alimentos sobre la mesa y se lanzó a la persecución del payasito que ya había conseguido despertar su deseo. Como por casualidad, fue otra vez cerca de la cama, que Jean Paul consiguió atrapar a Jacqueline, cayendo los dos abrazados sobre el lecho, aún caliente. De repente la muchacha tomó una expresión más seria y dijo. -

¡Es verdad!, me olvidé decirte que hoy ha llegado una carta

de tu madre... ¡Es raro!...Hacía mucho que no te escribía. – dijo ella. -

Bueno, después la leeré. - Respondió él, mientras la

besuqueaba en el cuello. -

¡No cariño, debes leerla ahora! ¡No sé porqué!, pero algo me

dice que hay algún problema. - replicó ella, aplicando su intuición femenina. -

¡Después! - Gruñó Jean Paul con tono de niño caprichoso.

Pero Jacqueline comenzó a zafarse de él y mientras se colocaba sus prendas de ropa interior y añadió -

¡Ahora! ¡Muchacho! ¡Ahora! desde que te conozco, paso la

mayor parte de mi vida sobre ésta cama... ¡Además hoy prometiste llevarme a cenar fuera!... ¡Lo prometiste! - Dijo Jacqueline. Jean Paul rasgó con gesto nervioso el sobre que contenía la carta de su madre; se llevó un pedazo de pan con un trozo de salchichón a la boca y de poca gana, comenzó a desplegar la hoja de papel. A medida que iba leyendo su rostro palidecía progresivamente, su mandíbula dejó de masticar. Jacqueline, en la habitación contigua, se había vestido, sentada frente al espejo de su peinadora, se maquillaba ilusionada ante la posibilidad de 66


El Precio de La Salvación

salir a cenar en esa noche de primavera en París, claro que la cena, sería algo sencillo en el café Antoine, un localito cercano a la buhardilla, que reunía a los jóvenes bohemios de la post-guerra que disponían de poca calderilla en el bolsillo. El prolongado silencio de Jean Paul, inquietó a la muchacha que dejó de soñar en la cena, apresurando la terminación de su maquillaje. -

¿Pasa algo, cariño? - preguntó ella.

Pero no obtuvo respuesta, cosa que la inquieto aún más, abandonando sus útiles de belleza, se dirigió a la habitación continua, allí, descubrió a un Jean Paul con el rostro completamente descompuesto, la tez blanca como papel. -

¿Qué sucede? - repitió ella.

El hombre levantó su mirada. Una mirada de desconcierto y tristeza. -

Mi padre ha muerto. - Dijo Jean Paul.

Pero no era ésta afirmación lo que más preocupaba al futuro maestro; las relaciones con su padre nunca habían sido de lo más cordiales. Lo que verdaderamente inquietaba a nuestro hombre era la responsabilidad que le caía encima. El, era hijo único, se veía en la obligación de regresar a Vieu- Chateau, de hacerse cargo de los trámites de la herencia, de ocuparse de su madre; en fin un sinnúmero de cosas para lo que sabía perfectamente que no estaba hecho...Además ¿qué pasaría con Jacqueline? -

¿Qué edad tenía tu papá? - Preguntó ella.

-

¿Qué edad? - repitió Jean Paul y fue incapaz de responder.

La verdad era que desconocía la edad de su padre. La verdad era que desconocía la mayor parte de cosas referentes a su progenitor. -

¿Pero, era joven o viejo? - Insistió la muchacha, sin

percatarse aún del estado de pánico en el que se hallaba su amante. -

Supongo que viejo. - Respondió lacónicamente él. 67


MOISE-JARA

-

¿Y te ha dejado algo? - continuó ella.

Entonces Jean Paul se dio cuenta de que Jacqueline aún no comprendía nada de lo que iba a suceder; se levantó bruscamente y colocándose muy cerca de la muchacha, la miro fijamente mientras le preguntaba en forma inquisidora. -

¿Sí, me amas? – dijo Jean Paul

-

¡Sí, Claro que te amo cariño! - Respondió ella, poniendo sus

ojos de gatita. Era su manera de garantizar que lo que decía era cierto. -

¿Te casarías mañana conmigo? - Continuó él.

-

¿Para qué tanto formalismo?..Si estamos bien así…

L’Amour c'est simplement l'amour - Respondió ella un tanto asustada. -

Creo que no entiendes Jacqueline...Lo que va a pasar, es que

voy a tener que viajar a Vieu- Chateau. Es que durante un tiempo tendré que arreglar los papeles de la herencia, ocuparme de mi madre... ¡Casémonos ahora! - Dijo Jean Paul. -

¡Ah no! mon petit...Lo que tú quieres es enterrarme en vida

en ese minúsculo pueblo...que no viene ni en los mapas...No cariño, no...Yo he nacido para vivir en París....En la ciudad luz...En París mon cherí...viviendo en Vieu-Chateau, antes de los treinta estaría muerta. ¡No mon cherí! ¡No! - Agregó la muchacha. -

Pero si yo tengo que marcharme... ¿Qué vas a hacer tú? -

continuó él. -

No te preocupes por mi volveré a trabajar de camarera en el

café de Antoine. Allí me conociste y esperaré tu regreso. No te vas a ir para siempre. ¿Verdad? - Dijo ella. -

No me gusta la idea de que trabajes de camarera. Tampoco

me gusta la idea de separarme de ti. - Dijo Jean Paul con tristeza. 68


El Precio de La Salvación

-

Bueno tampoco te vas a quedar allí para siempre. Ve

tranquilo, arregla las cosas deprisa y regresa a mis brazos. Yo te estaré esperando. - Dijo la muchacha, haciendo su característica mirada de gata con todos los gestos incluidos. Hombre y mujer se abrazaron con ternura. La tarde termino en el café de Antoine; la noche en un descomunal alarde de besos y caricias, que mantuvo despiertos a los dos amantes hasta la aparición de los primeros rayos de luz del siguiente día. Una Jacqueline en la plenitud de su edad y su belleza, fue la imagen que Jean Paul Gassol se llevo grabada en su mente cuando el tirano tren le separaba inexorablemente de su amada. -

Te esperaré mon cherí. - decía ella desde el andén.

-

¡Te amo! - Decía él desde la ventanilla.

-

¡TTUU. TTUUU! - Decía el tren que comenzaba a avanzar

decidido sobre los railes de la Gare d’Austerlitz. La hermosa Jacqueline se fue haciendo pequeña a los ojos de Jean Paul; cuando el tren comenzó la curva. Jacqueline desapareció. El hombre quedó solo. Bueno le acompañó unos instantes el TUUUTUUU. Poco le gustaba a Jean Paul Gassol todos los actos y trámites que se vio obligado a vivir desde su llegada a Vieu- Chateau, definitivamente él, no estaba hecho para esas cosas...Y su madre estaba tan afligida, que le costó más de dos años al futuro maestro poner todo en orden. Convencer a su mamá que era absolutamente necesario su regreso a París. Encontrar a las gentes apropiadas para cuidar las pocas tierras que decidió guardar; el resto las vendió...Agrupar el peculio que dejó su padre con el de las tierras vendidas y conseguir una renta vitalicia para su mamá y muchas cosas más, todas puramente materiales, que eran un verdadero martirio para el filósofo.

69


MOISE-JARA

Es cierto que Jean Paul, durante todo ese tiempo, escribió muchas cartas a su amada, pero nunca recibió una de Jacqueline, aunque era sabida la poca afición de su amante hacia la escritura. Lo que comenzó a inquietar a Gassol, fue cuando comenzó a recibir de retorno sus propias cartas con la mención “Domicilio Desconocido”. Corrían los primeros días del año de gracia 1952, (Quizá de no tanta gracia para el filósofo); cuando los pies de Jean Paul Gassol pisaron nuevamente los andenes de la Gare D’Austerlitz. Una rápida visita al café de Antoine le permitió averiguar la última dirección conocida de Jacqueline. Un taxi llevo a nuestro personaje al lugar indicado, cerca de la rué de Crimee, era una casa de apariencia modesta. -

Toc- Toc. - golpeo Jean Paul con los nudillos en la puerta...

Apareció una vieja desgreñada. -

¡Perdón señora! ¿Vive aquí Jacqueline Dubois? - preguntó

-

No, no quiero nada, tengo de todo. - Respondió la vieja

-

¡No soy vendedor señora, solo quiero saber! - Dijo sin poder

Gassol.

terminar Gassol, que fue interrumpido por la vieja. -

¡Ahí hijo! yo también querría saber muchas cosas, pero ya

me ves a mi edad y después de todo lo que he vivido. - Agregó la vieja. -

¿Por qué será que cuando uno tiene un fuerte deseo de

averiguar algo con urgencia? Aparecen seres como esta vieja que empiezan a contar cosas que no venían para nada a cuento. - Pensó Jean Paul. -

Mire...buena señora...Yo sólo deseo saber sobre Jacqueline

Dubois. - Repitió Jean Paul -

Yo antes vivía en un barrio mejor que éste; pero las cosas se

pusieron muy duras después de la guerra. Y buena señora, si soy, aunque tuve mis amantes... ¡Ahí! ¡Aquellos tiempos! - Continuaba contando la vieja, contenta de haber encontrado un apuesto caballero que la escuchara. 70


El Precio de La Salvación

-

¡Señora! ¡Por favor!, le daré mil francos si me informa sobre

Jacqueline Dubois. - Interrumpió Gassol. -

¡Esto está mejor guapo joven, haberlo dicho enseguida! -

respondió la vieja al tiempo que alargaba la mano para asegurarse la cantidad prometida. Después de guardarse el dinero que le entregó Jean Paul, resultó que Jacqueline efectivamente había vivido de realquilada de la vieja desgreñada, pero de eso hacía mucho tiempo. Jacqueline se había marchado sin informar de su nueva dirección. Nuestro hombre se quedó sin conocer la dirección y sin los mil francos, regresó al café de Antoine y como los clientes del café ya no eran los mismos que tres años antes; casi todos habían cambiado; la vida de París había cambiado, la gente corría más deprisa; los automóviles habían cambiado, hasta el mismo Antoine había perdido su poesía, ahora ya no le interesaban los bohemios del barrio, aspiraba a montar una cadena de establecimientos de Self-Service. Más de tres meses permaneció Jean Paul recorriendo las calles de la capital francesa en busca de una cabellera rubia, debajo de la cual, se encontrara el cuerpo de su amada. Cuando Gassol comenzaba a estar convencido de lo infructuoso que resultaba su esfuerzo, un día de primavera, en el que caminaba melancólico a lo largo de las aceras que bordean el Sena; los pintores y las floristas seguían allí; Notre Dame también, el turista americano no...Felizmente había regresado a su país. Apareció de repente, como salido de la nada, Monsieur Jacques Ducolombier. -

¡Querido Jean Paul! ¡Cuánto gusto de encontrarle después de

tanto tiempo! - Dijo Jacques 71


MOISE-JARA

-

¡Monsieur Ducolombier! - Dijo sorprendido Jean Paul, que

enseguida pensó en la última traducción que le dio el editor y que nunca la había realizado...y se había quedado con el adelanto. -

Me dijeron que había fallecido su papá, reciba mi sentido… -

Dijo Jacques, suponemos que por decir algo. -

Si, así fue, ¡Monsieur Ducolombier!, por eso tuve que

marcharme de urgencia hacia Vieu-Chateau. - Respondió Gassol intentando disculparse. -

¿Hace mucho tiempo que ha regresado a París? ¿Por qué no

vino a verme? Las cosas no me van mal del todo. La novela anglosajona...Se acuerda que yo siempre le decía...la novela anglosajona. - Dijo Monsieur Ducolombier. Entonces una pequeña luz se ilumino en el cerebro del futuro maestro, recordó la frase de Jacques "le habían dicho". ¿Quién le habría dicho? -

¡Perdón Monsieur Ducolombier! ¿Quién le informó de mi

súbita partida? - Preguntó Jean Paul, esperando que la respuesta fuera“Jacqueline” -

Jaqueline me lo dijo - verificó Jacques.

¿Y sabe Ud. su dirección actual? - agregó nerviosamente Gassol -

¡Claro!...Conozco la… - respondió Jacques, pero no terminó

la frase. El editor había podido percibirse de que Jean Paul desconocía el hecho de que Jacqueline se encontraba casada con un empleado de banca. Jacques Ducolombier viendo como el rostro de Gassol se iluminaba de júbilo. No se atrevió a decirle lo de la boda, solo le informo de la dirección de la mujer y dejó que la bomba estallara sola...lejos de él. Jacqueline Dubois no solo estaba casada con un empleado de banca, además era ya madre de un pequeño rubito y se encontraba en cinta de otro. 72


El Precio de La Salvación

Todo esto lo descubrió Jean Paul Gassol cuando se abrió la puerta de una casita situada hacia las afueras de París. Apareció en el umbral una Jacqueline panzona, en bata, con los cabellos desarreglados y un mocoso que colgaba de su mano derecha. -

¡Jean Paul! - Dijo sorprendida la mujer.

Él no dijo nada, solo se la quedo mirando, como si le fuera difícil reconocerla. Lo último, que se esperaba Jean Paul, era encontrar a Jacqueline casada. Lo último, que se esperaba Jacqueline, era ver aparecer a Jean Paul delante de su puerta aquella mañana de primavera en París. -

Bueno…Regresé. - Dijo él, rompiendo el silencio.

-

Demasiado tarde. - Respondió ella con cierta amargura.

Jean Paul quería decir un sinnúmero de cosas, pero de la misma forma que aquella mañana, hacía dos años en el despacho de Monsieur Ducolombier, terminó por no decir absolutamente nada...silencioso, se quedó mirando a la mujer. -

¿Qué me miras? - Dijo ella.

Los dos se sonrieron recordando el pasado...Pero ya no había la viveza de antaño en la mirada de Jacqueline...ni tan siquiera nada que se pareciera a la expresión de una gata. La situación se puso tensa, ninguno de los dos ex-amantes sabía lo que tenía que decir...quizá no había gran cosa que pudieran decirse. Se despidieron dándose la mano. Cuando Jean Paul comenzaba a alejarse del lugar, Jacqueline le gritó de lejos. -

¡Te esperé, sabes! ¡Te esperé!...Pero tardaste demasiado. –

dijo ella. Jean Paul Gassol se volteó enviándole una sonrisa un tanto forzada cargada de ternura, pena y desesperación; le hizo un amigable gesto de despedida con la mano...En su corazón, el hombre, agradeció la frase de su antigua amante; en su mente, no se la creyó. 73


MOISE-JARA

-

¿Por qué no te viniste conmigo a Vieu-Chateau? - Pensó él.

-

¿Porqué no regresaste enseguida ?..¡Te necesitaba tanto! -

Pensó ella. Jean Paul Gassol, introdujo sus manos en los bolsillos de su cazadora, sintió el sabor del fracaso en su garganta, sintió como ese amargo sabor le ascendía lentamente hasta llenarle toda la boca; apretó con fuerza sus mandíbulas una contra la otra y comenzó a caminar. De todas maneras, esa Jacqueline que acababa de aparecer, no era su Jacqueline, la mujer que él había amado, aún debía de encontrarse perdida por algún rincón del inmenso París. - Pensó nuestro hombre. -

Toc-Toc. - Hizo el sonido del martillo de un albañil, que se

encontraba trabajando en la construcción de una casa cercana. Esta ciudad está creciendo a ritmos agigantados, se construye por todas partes, se dijo el futuro maestro de Vieu-Chateau. Jean Paul sintió un ligero escalofrió recorrerle todo el cuerpo. No me voy a quedar aquí...mirando...Tendré que seguir caminando. Pensó. Jacqueline vio como Jean Paul se iba haciendo cada vez más pequeño en la lejanía. -

¡Mami! ¡Mami! - Dijo el pequeño rubito que colgaba del

brazo de la mujer...Jacqueline cerró la puerta de su casa.

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El Precio de La Salvación

V- Como hizo su fortuna Monsieur Petit Las noticias, de que una próxima guerra se avecinaba, comenzaban a recorrer todas las tierras de Francia. Después de la visita de Daladier y Chamberlain a Múnich, donde tanto Francia como Inglaterra dieron la impresión de ser los hermanitos pequeños del ogro alemán; si a Adolfo, le quedaba alguna duda acerca de su magnetismo y poder sobre los hombres, la duda se esfumo...ratificándole en su adorada idea de un III Reich que duraría mil años. Todas estas cosas, las seguía de cerca Alain Petit, que en esa época comenzaba a despuntar con su propia tienda de alimentación en Marsella. Monsieur Petit, vendía aceites, verduras, frutas y mantecas. Todo ello con balanzas amañadas para obtener un mayor y rápido beneficio; nuestro amigo ya se encontraba de lleno en el camino que le conduciría hacia la riqueza...Y digo riqueza, porqué ciertamente la riqueza de algún modo la consiguió Monsieur Petit con su trabajo y con sus balanzas...Lo de la fortuna...eso es otra historia...la fortuna le cayó del cielo, al futuro señor alcalde de VieuChateau. A pesar de que nuestro hombre, nunca cursó estudios universitarios, no por ello, dejaba de ser, lo que vulgarmente se llama un individuo “Vivo”, más bien en su caso se podía afirmar que “Vivísimo”. Alain Petit había estudiado todo lo ocurrido en la guerra civil española; también se interesó en la carrera de Mussolini hacia el poder. El comerciante en frutas y verduras, no era nada optimista frente a la posibilidad de un conflicto armado entre su país y Alemania; su espíritu se encontraba muy lejos de los nobles principios. “Se debe defender la Patria a toda costa, incluso con la sangre de sus hijos”.

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MOISE-JARA

Monsieur Petit consideraba que él, había nacido para llegar un día a ser hombre rico “no un soldado pobre”...o lo que era aún peor “soldado muerto”. Los soldados muertos por la Patria obtenían la Gloria; él prefería la Moneda, que también era femenino; dolía menos y era más práctico en la obtención de sus deseos y necesidades. Por todas estas cosas, el futuro alcalde de Vieu-Chateau, dándose perfecta cuenta que los vientos no iban a ser propicios para los galos, comenzó a buscar un posible comprador para su tienda de alimentación. Al principio nuestro personaje pensó en emigrar hacia las Américas, pero le parecieron demasiado lejos...también vio la posibilidad de instalarse en España... Pero reflexión hecha, el régimen del general Franco se encontraba demasiado cerca de los de Alemania e Italia; nada le garantizaba, que una vez comenzado el conflicto, el pequeño Paquito se mantendría neutral. En el

transcurso de una mañana, en la que Monsieur Petit se

encontraba en su cotidiana tarea de engañar a las marsellesas. -

¡Y! Guapa señora, acérquese, tengo la mejor verdura. Si

preciosa, ¡qué bien le queda su vestido! ¿Es nuevo?..¿Cuánto le pongo una o dos libras? - Todo esto iba diciendo Monsieur Petit, mientras pesaba, hacia paquetes, cobraba y controlaba la calidad de los traseros de las nuevas sirvientas que aparecían por el barrio. Y es que Alain Petit no se perdía una, estaba muy decidido en el camino hacia la riqueza. Un hombre que cruzaba la calle cerca de su tienda, llamo la atención de Alain. Era Monsieur Albert Curie, entonces alcalde de Vieu-Chateau. El tendero dejo lo que estaba haciendo y después de encargar a Pierre, su aprendiz; para que se ocupara unos instantes del negocio, salió 76


El Precio de La Salvación

corriendo en pos de Monsieur Curie... al que logro alcanzar en el extremo de la esquina. -

¡Buenos días Monsieur Albert! - Dijo Alain mientras lo

abordaba. El señor alcalde se volvió, pero en un principio no reconoció a Alain. -

¿No me reconoce Monsieur Curie? Soy Alain Petit, hijo de

Antón Petit de Vieu-Chateau. Monsieur Albert Curie dibujo una tenue sonrisa en su rostro, mientras respondía. -

Discúlpame Alain... Pero mucho has cambiado en estos años.

- Dijo Albert. -

¿Y cómo esta todo por Vieu- Chateau? – Preguntó Monsieur

-

Todo sigue igual. Vieu-Chateau es un remanso de paz en

Petit. medio del torbellino que se nos avecina. - Dijo el alcalde. -

¿Cree Ud. que habrá guerra, Monsieur Curie? - Continuó

-

Hijo, yo pienso que la guerra es inevitable, si Francia no

Alain. actúa con rapidez y decisión. Vamos a terminar viendo a los alemanes paseando por los Campos Elíseos. - Dijo Monsieur Curie. -

¿Piensa que la cosa es tan grave? - Continuó preguntando

-

Mira Alain en el catorce fuimos capaces de pararles a las

Alain. puertas de París...Esta vez lo hubiéramos tenido que hacer en Múnich, pero parece que la Francia de ahora, ya no es la Francia del catorce. Contra más estos politiqueros hablan de paz, más yo estoy convencido de que ese loco de Hitler no se detendrá hasta tener a toda Europa bajo su bota. Veo la cosa mal, muy mal Alain. - Dijo Monsieur Curie, cuyo semblante se había vuelto rígido y apesadumbrado. 77


MOISE-JARA

Cuando los dos hombres se despidieron, Albert Curie siguió su camino hacia la Prefectura de Marsella, sin tener la más remota idea en su mente, de que acababa de ser el instigador de la histérica decisión que tomaría Monsieur Alain Petit, su sucesor como alcalde de Vieu-Chateau. Se podía decir que fue una conversación entre alcaldes, sin saberlo ninguno de los dos interlocutores. La venta de la tienda de alimentación, le proporciono a Monsieur Petit, su primer capital en efectivo. Después de despedirse de algunas amigas que habían hecho más grata su estadía por las tierras de Marsella; nuestro hombre, ahora “hombre de negocios”, en lugar de simple tendero, se encaminó de regreso hacia su pueblo natal, convencido que por mucha guerra que hubiese, difícil sería que esta llegara hasta Vieu-Chateau. Y si las cosas se ponían demasiado feas, siempre le quedaba la solución de darse una escapadita a la vecina República Helvética; él conocía todos los caminos y pasos, había pasado gran parte de su niñez cuidando los animales de su padre, en un interminable corretear por las montañas fronterizas. Alain Petit, alquiló una casa en Vieu-Chateau, no consideró conveniente el regresar a vivir con sus padres, que por aquellos entonces continuaban en el mundo de la agricultura; instaló un pomposo letrero frente a su casa que decía. “Alain Petit, negociante en tierras y ganados”. Las cosas comenzaron a ir bien para Monsieur Petit, antiguo tendero, minorista. Ahora convertido en “mayorista “; con todo lo que nuestro hombre, había aprendido en la ciudad, actuaba con más rapidez y decisión que sus conciudadanos, demasiado acostumbrados al lento y tranquilo Tran-Tran del pueblo. En poco tiempo Monsieur Petit se hizo el dueño de todo el negocio comercial que se realizaba en el pequeño pueblo de la frontera. 78


El Precio de La Salvación

Cuando Francia se sintió en peligro y llamó a todos sus hijos para defenderla, Alain Petit pensó que la cosa no iba con él, cogió sus dineros y se marchó una temporada a Suiza, llegando hasta Lausane, donde permaneció un tiempo a la espera de que la situación se tranquilizara un poco. El futuro señor alcalde de Vieu-Chateau, se paseó, hizo turismo, se entretuvo con las sirvientas suizas y estableció algunos contactos interesantes con hombres de negocios del lugar. ¡Claro! que por aquellos entonces Monsieur Alain Petit desconocía aún, que serían precisamente

esos

contactos con sus homólogos suizos los que le permitirían más adelante llegar a obtener su extraordinaria fortuna. Una vez conocido el desastre de Dunkerque y la división de Francia en dos, la una, bajo el control de los alemanes desde París, la otra con un inexistente gobierno en Vichy. Monsieur Petit consideró por terminado su exilio en Suiza, cogió sus maletas y regresó a Vieu-Chateau. Mientras desempolvaba su letrero de negociante en tierras y ganados, le llegó la noticia de que Monsieur Curie se encontraba muy enfermo, postrado en su lecho y con pocas esperanzas de vida. -

¡Pobre Monsieur Albert! - Dijo Alain, dirigiéndose a

Escargot, que había sido su informante y que por aquel entonces, ya era el único empleado del ayuntamiento. -

Por cierto Monsieur Petit. ¿Ud. no ha pensado nunca en ser

alcalde de Vieu-Chateau? - Dijo Escargot, con la idea de encontrar a alguien que le asegurara su continuación en el empleo. -

¿Alcalde de Vieu-Chateau? - Repitió Alain con cierta

indiferencia, la verdad es que hasta entonces, nuestro personaje nunca había pensado en ello. El quería ser el hombre más rico de Vieu- Chateau, ¿pero alcalde? no le veía la utilidad. -

Ud. haría un buen alcalde Monsieur Petit. - Continúo

Escargot y viendo que Alain no terminaba de reaccionar, prosiguió. 79


MOISE-JARA

-

Además el registro de tierras se hace en el Ayuntamiento

bueno y ahora con todo lo que pasa en Francia. Todo se va hacer desde el Ayuntamiento. - soltó, como el que no quiere la cosa. Escargot. ¡Puf! la bombilla se encendió con rapidez en el cerebro del negociante en tierras y ganados. -

Así Escargot, ¿cree Ud. que yo? - Dijo Monsieur Petit.

-

¡Hombre! Ud. Monsieur Petit es un ganador. - Contestó

Escargot. Claro que Monsieur Curie aún es el alcalde. - Dijo Alain. -

Pero si Monsieur Albert Curie fallece. - Agregó Escargot.

-

Sí. Sería conveniente estar preparado. - Siguió Monsieur

-

Yo, podría indicarle algunos señores de Vichy...que son

Petit. actualmente los que cortan el bacalao. - Dijo Escargot. -

¿Y Ud. Cree Escargot que? - Insinuó Monsieur Petit.

-

Estoy seguro Monsieur Petit. Seguro. - confirmó Escargot.

Así comenzó el plan de Petit- Escargot que, duraría muchos años. Al cabo de una semana de esta conversación, fallecía Monsieur Albert Curie, alcalde de Vieu-Chateau. Quince días después, se recibía un oficio de Vichy nombrando a Monsieur Alain Petit, alcalde de Vieu-Chateau. Pasaron los años, la guerra continúo en Europa, en Rusia, los Estados Unidos se comprometieron en el conflicto, Alemania comenzó a perder terreno en todos los frentes. Monsieur Alain Petit continuaba consolidando su riqueza en la tranquilidad que ofrecía el pueblecito de Vieu- Chateau. No obstante un día el señor alcalde y los habitantes del pueblo se despertaron sorprendidos por el ruido que provenía de una columna alemana que se acercaba por la serpenteante carretera que ascendía hacia VieuChateau. 80


El Precio de La Salvación

Un automóvil transportaba a un mayor alemán, seguido de siete camiones. Todo ello acompañado por diez soldados; los primeros signos de una guerra que si bien ya tenía algunos años de existencia, nunca se había hecho presente en el tranquilo pueblecito. Monsieur Petit, muy a pesar suyo, se puso la banda de primer mandatario y bien derecho, procurando no manifestar él tembleque que le recorría todo el cuerpo, se dispuso a hacer frente al invasor. Un hombre delgado, con amables ademanes que vestía el uniforme de mayor de las S.S., descendió del automóvil y se dirigió a Monsieur Petit en perfecto francés. -

¡Buenos días! ¿Supongo que es Ud. el alcalde de este

pueblo? - Dijo el oficial alemán. -

Alain Petit, alcalde de Vieu-Chateau. - Respondió Monsieur

Petit. Yo soy el mayor Hans Strauss al servicio del III Reich. - Dijo el oficial, efectuando el clásico saludo con claqueo de talones y brazo derecho en alto. El alcalde se quedó confundido unos instantes...No sabía muy bien lo que debía hacer en esa situación; ¿levantar el brazo; ofrecerle la mano? Finalmente reaccionó e hizo un gesto mixto, que consistió en levantar la mano derecha, pero con el brazo doblado para rápidamente extender el brazo hacia el oficial. -

Sean Uds. bienvenidos a Vieu- Chateau ¡Este es un pequeño

pueblo, que nada ha tenido que ver con la guerra! - Dijo Alain Petit y recordando la frase que le dijera Monsieur Albert Curie en Marsella, prosiguió. -

Un remanso de paz en medio del torbellino de la contienda. -

Terminó Alain; después se calló, centrando toda su atención en el mayor, 81


MOISE-JARA

estudiando sus reacciones, intentando adivinar porque lado le iban a llegar los tiros. Hans Strauss tenía también su mirada puesta en el alcalde, al que indiscutiblemente estaba analizando a fondo. Después de unos breves instantes de silencio por parte de los dos hombres, el oficial alemán comenzó a hablar. -

Puede estar Ud. Tranquilo Monsieur Petit; yo pertenezco al

servicio cultural de las S.S....Y no estoy al mando de ninguna operación bélica. Solo necesito instalar a mis hombres unos pocos días en su pueblo, luego seguiremos nuestro camino hacia Alemania. - Dijo Hans Strauss. Monsieur Petit reflejó una sonrisa que le salió de lo más profundo de su ser (Se oían tantas historias de pueblos puestos a sangre y fuego por los Nazis). Escargot, que se hallaba junto al alcalde, le dio un ligero golpecito a su jefe para insinuarle que invitara a entrar al ayuntamiento al oficial alemán, el alcalde comprendió. -

¡Pero mayor! ¡Por favor! Sírvase entrar en el edificio

Consistorial, mi secretario se ocupará de acomodar a sus hombres. - Dijo Monsieur

Petit, procurando hacer grandes gestos que probaran su

amabilidad. La mirada de Hans Strauss recorrió observadora, todas las estancias y recodos que le iba mostrando el señor alcalde. Finalmente el oficial alemán, decidió instalarse en el despacho del propio Alain Petit, donde se hizo confeccionar una cama provisional con las butacas del lugar. Después de pronunciar algunas frases sin importancia, Strauss despidió cortésmente al alcalde, confiándole que deseaba estar solo. Una vez el resto de visitantes fueron acomodados por el fiel Escargot, el pueblo volvió a su habitual calma de siempre. 82


El Precio de La Salvación

Lo único que mantenía despierta la curiosidad del señor alcalde, era el hecho de que dos centinelas permanecían constantemente de guardia, custodiando los siete camiones...que habían sido colocados, muy ordenadamente, en un llano a la derecha del ayuntamiento y cubiertos con grandes lonas. Los guardias alemanes no permitían que nadie se acercara al improvisado garaje, ni tan siquiera los niños, que debido a su edad, desconocedores de los azares de la guerra, intentaron descubrir audazmente el contenido de aquellos grandes carromatos, que aparecían ante sus ojos por primera vez. -

¿Qué es lo que contienen esos malditos camiones? - Se

preguntó una y otra vez Alain Petit, desde su improvisado despacho consistorial que a toda rapidez se había visto obligado de instalar en su casa, que por aquel entonces, aún no era la suntuosa mansión que visitamos en 1968. A las once cuarenta y cinco, Charles Escargot se presento ante su jefe. -

Todo listo Monsieur Petit...Ya instalé a los soldados

repartidos por algunas de las casas del pueblo; la única que me puso pegas para alojarlos fue madame Curie, pero finalmente logré convencerla, explicándole que los alemanes estarían pocos días en el pueblo...Y que de acuerdo a como se hallan las cosas...era mejor no buscarles las cosquillas. Dijo Escargot, satisfecho de sus logros. Monsieur Petit le escuchaba cabizbajo, sin prestarle mucha atención...pero como eso ya era habitual en las entrevistas entre el señor alcalde y su secretario. Escargot continuó hablando como si tal cosa y siempre procurando alabar sus méritos de ejecutor en las órdenes de su jefe. 83


MOISE-JARA

-

¡Oye! Charles. ¿No te has fijado en los camiones de los

alemanes? - Dijo de repente el señor alcalde, cortando el rosario de méritos que su secretario se estaba atribuyendo. -

¿Los camiones? Sí, señor alcalde. Son siete camiones con

motor mercedes y parecen bastante nuevos, aunque hay dos que tienen los neumáticos de atrás bien usados. - Dijo ingenuamente Escargot. -

¡No! Charles. Los camiones y su estado de conservación,

me tiene sin cuidado. Lo que me interesa saber, ¿es lo que contienen? - Dijo el señor alcalde de Vieu-Chateau. -

¡Ah! ¿Lo que contienen? - Repitió Escargot; que frunció el

ceño, en actitud pensativa y continuó. -

Ziz, Pues deben contener armas, ametralladoras, asientos

para transportar a los soldados, etc., etc. - Escargot se quedó agradablemente satisfecho de su razonamiento. -

Para transportar diez soldados de los cuales siete conducen

cada uno un camión, un octavo el automóvil del mayor. - Dijo el señor alcalde. -

Tiene Ud. razón señor alcalde, bueno casi siempre tiene Ud.

razón. Dijo Escargot con su risita de pelota. -

Casi siempre ¡no! Charles. Siempre. Siempre. - rectifico

Monsieur. Petit. -

Eso es lo que quise decir

Siempre “Siempre” - Dijo

Escargot más pelota todavía. -

Así está mejor Charles...Veo que vas aprendiendo. - Dijo el

-

Volviendo a esto de los camiones. ¡Aquí hay un misterio! -

alcalde. Dijo Escargot y dejándose llevar por su fantasía, continuó. 84

¿Quizá un arma secreta? - Terminó Escargot.


El Precio de La Salvación

El alcalde podía haber dicho, “Tú has visto muchas películas de James Bond”, Charles, pero como en aquella época aun no las habían rodado... (El alcalde no lo dijo...Pero sí, en lugar de eso, dijo). -

El mayor me dijo que no venían con ninguna misión bélica.

-

Fue lo que de verdad dijo Monsieur Petit, que aún no había

tenido ocasión de ver ninguna película de James Bond. -

¡Pero vaya Ud. a saber! Los alemanes mienten como

respiran. - Dijo Escargot que no abandonaba su idea de arma secreta. -

¡Esto es lo que yo querría! - Gimió el alcalde.

-

¿Mentir como respira? - Dijo Escargot

-

¡No! ¡Tonto! ¡No!...Saber lo que contienen esos dichosos

camiones. - Contestó Monsieur Petit. Por fin comprendió el secretario lo que quería su jefe. Raudo y veloz se dispuso a complacerle. -

No se preocupe señor alcalde. Yo me hago cargo del asunto, voy de inmediato a averiguarlo. - Dijo Escargot, tomando la pose de Bogart en el Halcón Maltés. -

Irás con cuidado Charles, que estos, cuando se enfadan,

fusilan a la gente. - Le advirtió el alcalde -

¡Ah! - Gimió Escargot. Que dejó la pose de Bogart por la de

-

Sólo te lo digo, para que seas prudente. - Continuó el alcalde.

-

No

Laurel. se

preocupe

Monsieur

Petit...Utilizaré

toda

mi

diplomacia...toda mi mano izquierda. - Dijo Escargot. -

¡Mejor utiliza tus dos piernas! - Agregó con sorna el alcalde.

-

¿Mis dos piernas? - Repitió ingenuo Escargot.

-

Si tonto...Tus dos piernas, por si tienes que salir corriendo. -

Dijo riendo el alcalde. 85


MOISE-JARA

-

¿Ud. cree que la cosa es tan peligrosa? - Dijo Escargot, entre,

dándose importancia y con bastante pánico. -

¡Anda ve! A ver lo que sacas en claro. - Dijo el alcalde.

-

¡Bueno! ¡Bueno! Ya voy. - continuo Escargot, con el ánimo

mucho menos convencido que al principio de la conversación. Hora y media dedicó el secretario del ayuntamiento a su tarea detectivesca. Tiempo en el cual, Monsieur Petit aprovecho para dedicar toda su atención a tres platos de excelentes viandas que le había preparado su cocinera; acompañando el festín con una botella de Borjolais, que casi había conseguido vaciar, cuando apareció Escargot, sudoroso, con aire preocupado y su clásica expresión en el rostro, que reflejaba el poco éxito de su gestión. -

Jefe

he

hablado

con

todos

los

soldados

que

he

podido...Bueno en realidad solo hay dos de ellos que chapurrean un poco el francés. - Dijo Escargot. -

Está bien Charles ¡Cálmate!, siéntate y toma una copa de

vino. - Dijo Monsieur Petit, viendo el estado de excitación de su acólito. -

Gracias señor alcalde. - Respondió Escargot, se sentó, se

sirvió prácticamente el resto del Borjoláis, llevándose con rapidez el vaso a los labios y vacilándolo de un solo trago. Luego respiro un momento. -

Haber, cuenta lo que has averiguado. - Dijo Monsieur Petit

que comenzó a bostezar, consecuencia de la modorra que le estaba entrando después de las tres viandas. -

Verá señor alcalde...Lo que se dice averiguar...averiguar...Le

diré uno de los soldados me dijo que se llamaba Peter...Pues resulta que nació en un pueblecito del Rhin cerca de la Alsacia y de pequeño. - Iba diciendo Escargot. El alcalde, sentía sus párpados terriblemente pesados, lanzando otro bostezo, tomó la decisión de detener a Escargot antes de que su secretario le contara las mil y una noches. 86


El Precio de La Salvación

-

¡Concreto! ¡Concreto! Escargot. ¿Qué averiguaste? - Dijo

Alain Petit. -

Verá señor alcalde. Sobre el contenido de los camiones, no

averigüé nada. Lo único que pude sacarle a Peter. Es que están viniendo de Italia. - Dijo tímidamente Escargot, -

¿De Italia? - Repitió interrogativamente Monsieur Petit.

-

Si jefe; de Italia. Parece que allí las cosas van mal para los

alemanes. - Dijo Escargot. -

Y para Benito. - Agregó el alcalde, que de vez en cuando

escuchaba al otro Charles hablar desde Londres. -

¿Para quién? - Pregunto Escargot con cara de desconcierto.

-

Mussolini ¡Hombre! Benito Mussolini - Aclaro Monsieur

-

¡Ah! - Dijo por todo Escargot.

-

Así que de Italia. - Repitió el alcalde.

Petit.

Luego mirando a su secretario sintió que su corazón le impulsaba a una buena obra. ¡Cosa rara en él! Debía encontrarse en un bajo biociclo. -

Bueno, ve a la cocina y come algo. Supongo que debes estar

muerto de hambre. - Dijo el alcalde, mientras pensaba. -

“Y muerto de miedo”. – Pensó.

Cuando Escargot desapareció de su presencia, el señor alcalde se abandono al fuerte deseo de dormir, convencido de que por la tarde, conseguiría averiguar el secreto escondido en los camiones. Hans Strauss se dejo caer pesadamente en una de los sillones del despacho del alcalde y colocando sus pies sobre una silla cercana, comenzó a reflexionar acerca de su pasado. El mayor S.S. Hans Strauss había llegado al mundo hacía cuarenta y tres años, justo con la entrada del siglo. 87


MOISE-JARA

Hans vio la luz en la ciudad alemana de Colonia; hijo de Frank Strauss, profesor de matemáticas y de Frida de Strauss, profesora de piano. Sus primeros años transcurrieron dentro de la

agradable monotonía

de una familia burguesa de comienzos de siglo. Su primer conflicto le llego a los ocho años, con la llegada al mundo de su hermanita Frida, la cual acaparo durante largo tiempo el interés de sus padres. El joven Hans aprendió a vivir una vida en solitario y quizá lo más importante, a sentir una gran desconfianza hacia las mujeres...No por ello se convirtió en un afeminado, ni mucho menos. Pero hasta tal punto le llegó a fastidiar su hermanita Frida, que Hans Strauss nunca llegó a casarse. Siguiendo los consejos de su padre, estudió ingeniería industrial, también lo hizo, porque ello le permitió viajar a Berlín, librándose así durante unos años de su “querida” hermana Frida. Cuando un hombre algo loco comenzó a hablar, “que había que recuperar el honor de Alemania”, en los cafés de Múnich. Hans Strauss se encontraba trabajando de ingeniero en una fábrica, en la ciudad de la cerveza. A pesar de que el joven Strauss no tenía nada de violento, ni de fanático, ni tan siquiera de hombre de acción; aceptó con buenos ojos la proposición que le hizo su amigo Muller seguidor acérrimo de Adolfo Hitler. Hans Strauss se encontró frecuentando las juventudes Hitlerianas. -

Está naciendo un nuevo orden. - Le decía con entusiasmo

Muller. Lo del orden sí le gustaba a Hans; fue seguramente por ello que el día que conoció personalmente a Himler, que además coincidía el hecho de haber nacido los dos el año 1900. Hans Strauss acepto gustoso la propuesta del futuro jefe de los servicios secretos del III Reich, entró a formar parte de las S.S. Cuando al loco de Múnich, se le dejo de considerar tan loco, ofreciéndole la Cancillería de la República Alemana; Hans Strauss se 88


El Precio de La Salvación

encontró dentro de un flamante uniforme de capitán S S frecuentando los despachos y salones de Berlín, en el propio centro del lugar donde se comenzaban a cocer las habas. Su porte elegante, su refinamiento, su gran capacidad de trabajo, fueron del agrado de Erich Himmler que rápidamente le considero entre sus hombres de confianza. Pero, como resueltamente, el capitán Strauss no era amante de los actos violentos. En una ocasión con motivo del arresto de un supuesto espía, Hans Strauss tuvo que abandonar los locales de la Gestapo, para vomitar copiosamente en el hueco de un árbol situado al frente. El tratamiento que sus compañeros le daban al espía, le había revuelto las entrañas. Definitivamente, Hans Strauss no es un hombre para estas cosas. -

Comento Himmler. - con uno de sus ayudantes.

-

Pero

será

un

magnífico

colaborador

para

asuntos

diplomáticos, culturales. Las S.S. y el III Reich necesitan mostrar diferentes facetas, según que los casos las requieran. - Continuo Himmler, que había tomado aprecio al refinado ingeniero. Con este criterio, Hans Strauss fue ascendido a mayor, durante la contienda siempre se encontró lejos de los lugares de acción, nunca participó en el trabajo sucio. La primera misión del mayor S.S. lejos de Berlín, librado a su propia responsabilidad, había sido la que le ocupaba actualmente. Himmler le había convocado a su oficina. -

Mayor Strauss, quiero que viaje Ud. a Italia. Las cosas se

están poniendo duras allí, su misión consiste en recuperar ciertas obras de arte que son tesoros de la humanidad. No podemos permitir que caigan en manos de esos perros yankees. - Dijo el jefe supremo de las S.S. Así comenzó la aventura del mayor Strauss, viéndose obligado a abandonar su confortable despacho en Berlín; para, primero volar en un 89


MOISE-JARA

incómodo avión militar, luego recorrer museos, en ciudades que se habían convertido en verdaderos frentes de batalla. Mantener serias discusiones con los mandos de la Vermach, que en un principio, le negaban rotundamente los camiones necesarios para el transporte. De todas estas vicisitudes, había conseguido salir airoso, el mayor Strauss, que después de seleccionar cuidadosamente a los diez hombres que debían acompañarle, comenzó su odisea hacia el norte de Italia, procurando viajar de noche por itinerarios poco concurridos, lo más lejos posible de los lugares de combate. La caravana “cultural”, había cruzado la frontera con Francia para finalmente llegar a Vieu-Chateau. ¡Claro!, que en el camino de retorno hacia Alemania, no era necesario para nada salirse de la carretera, desviándose más de treinta kilómetros, con el fin de deleitarse con los “buenos aires” de VieuChateau. Pero Hans Strauss, lo considero oportuno por varias razones. Era conveniente tomar unos días de descanso; después de lo que los ojos del mayor habían visto de cerca en el frente italiano. Hans Strauss, que no poseía, en lo más mínimo, la vocación de guerrero, se comenzaba a hacer una idea de lo que iba a ser la continuación de la guerra. Además el mayor Strauss comenzó a percatarse que la realidad de lo que sucedía en el frente, en nada se correspondía con las entusiastas noticias, pero falsas, que difundían las oficinas de información en Berlín. La capacidad de raciocinio que le habían proporcionado sus estudios de ingeniería industrial, también su carácter un tanto frió, le hacían ver con toda claridad, que Alemania había comenzado a perder la guerra. Hans conocía lo suficiente a Hitler; como para suponer que el Furer no estaría dispuesto a admitir este hecho, con lo cual, la contienda duraría todo el tiempo que fuera capaz de aguantar el viejo austríaco. 90


El Precio de La Salvación

Ahora, el teatro de operaciones ya era en Europa, pronto sería en la propia Alemania, la lucha se convertiría en una desesperada resistencia, metro a metro...casa a casa. Y según el criterio del mayor Strauss para nada positivo, porque al final se terminaría perdiendo la guerra. ¿Qué pintaba él, en toda esta tragicomedia? Hans, no se veía en lo más mínimo, con una ametralladora en los brazos, defendiendo adoquín por adoquín las calles de Berlín. Y ésta había sido la otra razón, que le decidió en su visita a VieuChateau; un pueblecito en lo alto de las montañas, relativamente cerca de la frontera con Suiza. Hans Strauss había seleccionado cuidadosamente a los diez hombres que lo acompañaban; todos solteros, con expedientes militares en los que se podía constatar, que ninguno de ellos eran fanáticos seguidores de la guerra, ni locos entusiastas del III Reich. En estos pensamientos se encontraba el mayor de las S.S., cuando sonaron unos tímidos golpecitos en la puerta del despacho. -

¿Quién es? - Preguntó Strauss, desde el asiento en que se

encontraba. -

¡Ud! Me permite mayor - Dijo una voz

-

¿Pero diga quién es? - Grito Hans llevando la mano a su

cartuchera. -

Soy Alain Petit...el alcalde - Continúo la voz.

-

Pase señor alcalde. Pase tranquilo, en el fondo está Ud. en su

casa. - Dijo el oficial alemán abandonando el sillón de sus reflexiones. -

¡Buenas tardes Mayor! - Dijo Monsieur Petit, entrando con

una botella de buen coñac en las manos. -

Tome asiento señor alcalde. - Dijo el alemán colocándose

detrás del escritorio consistorial con el fin de mostrarle a Monsieur Petit que 91


MOISE-JARA

aunque Alemania perdía terreno en todos los frentes de Italia; en Francia aún eran ellos los dueños. -

Gracias mayor, ¿le apetece una copita de coñac?, es de la

mejor calidad. Lo tenía guardado para una ocasión como ésta. - Dijo el alcalde con marcada coba. -

¡Ah! Los buenos licores de Francia. - Respondió el mayor,

que tampoco se quedaba corto en eso de saber dar coba. -

Bueno Alemania también posee unos excelentes vinos. -

Continuo Monsieur Petit. -

Pero Francia... ¡C’est la France! - Dijo el mayor y dio tanto

énfasis a esta última frase, que parecía ser él, el que estaba haciendo la pelota a Monsieur Petit. Mientras saboreaban el coñac, los dos hombres, se pasaron más de media hora, mandándose halagos a sus respectivos países. La cosa se parecía bastante al juego de un partido de tenis; la pelota era el verbo, las raquetas las mentes de los personajes; el resultado estudiarse el uno al otro; el final, bueno el final es lo que vamos a ver... o mejor dicho a leer, aunque con un poco de imaginación espero que Uds. sean capaces de ver las imágenes como en la cámara de la vida. Cuando Monsieur Petit consideró, que ya había obtenido el suficiente grado de confianza con el alemán, comenzó a lanzarle indirectas con el fin de satisfacer su curiosidad sobre el contenido de los camiones. Hans Strauss se percato rápidamente de las intenciones del señor alcalde, pero fingió no darse por enterado; entonces comenzó lo que podríamos llamar una “Corrida”. Petit embestía con sus preguntas. Hans Strauss le daba amablemente unos pases. Ahora uno de pecho. Ahora una manoletina. El oficial alemán quería conocer al máximo a la persona que tenía como interlocutor; cada vez su intuición le confirmaba más, que quizá había 92


El Precio de La Salvación

encontrado al personaje justo para realizar lo que hasta el momento no había sido

más

que

un

somero

pensamiento.

Porque, desde que Hans Strauss había comenzado su viaje de regreso Alemania, sinceramente…aún antes; ya en el momento en que realizó la selección de sus diez hombres. ¿Quizá ese día? en que cerca del frente su automóvil cruzando un encharcado camino casi atropello a un soldado alemán herido en el vientre y con sus intestinos flotando en el barro de la cuneta. Fuera lo que fuera, la verdad, es que la idea fija, que rondaba por la cabeza del mayor de las S.S., era la de largarse de aquella estúpida e inútil matanza. Marcharse hacia algún país neutral...Suiza por ejemplo... Y ahora tenía la oportunidad de hacerlo y no de vacío. El contenido de los camiones

valía una fortuna. Y hasta dos

fortunas. La suya y la del señor alcalde de Vieu-Chateau. Porque al mayor de las S.S. Hans Strauss solo le faltaba, tener la suerte de encontrar a alguien corno Alain Petit, pues según lo que le contaba el señor alcalde, que no paraba de hablar de que él. No se había presentado al llamado a filas y de que había visto claro, para muestra lo de Dunkerque y que había estado un tiempo en Suiza...que conocía todos los pasos por la montaña...que tenía buenos amigos en el país Helvético...etc.etc. Todo esto lo decía Alain Petit con el fin de ganarse la confianza del serio y elegante oficial alemán. Lejos se hallaba del espíritu

del señor

alcalde, que tanta palabrería le serviría como cimiento para obtener su verdadera fortuna. No obstante la prudencia del oficial alemán pedía más información sobre el sujeto. Hans Strauss se pasó el resto de la tarde con el juego de capa y muleta, sin soltar prenda del precioso contenido de los camiones. Eran pasadas las nueve de la noche, cuando Monsieur Petit, se despidió del mayor 93


MOISE-JARA

Strauss, tan ignorante sobre el asunto que le tenía en vilo como lo estaba a su llegada. Por el contrario el oficial de las S.S. había sido capaz de recopilar un buen número de informaciones sobre la personalidad del señor alcalde de Vieu-Chateau. También Strauss había captado el ansia de ambición y poder del primer mandatario del pueblo, en estos instantes, primer mandatario después de él, bien entendido... Esta condición era también una ventaja para el oficial alemán; una ventaja que debía explotar con rapidez, no obstante, Hans se mantuvo en sus trece, no soltó prenda al alcalde; lo único

que hizo, fue invitarlo

cordialmente al almuerzo del siguiente día en el despacho de la alcaldía; la comida sería proporcionada por el propio Alain Petit naturalmente, pero la invitación vino del mayor. Monsieur Petit se pasó parte de la noche observando discretamente, desde detrás de los cristales de su ventana, el estacionamiento de los camiones. Dos centinelas fueron turnándose cada cuatro horas, no hubo la más remota posibilidad de acercarse al misterioso cargamento. Finalmente,

Alain,

abandono

su

empeño,

durmiéndose

profundamente; por aquellos entonces, el señor alcalde aún no sufría de insomnio. Hans Strauss también durmió complacido, en su improvisada cama, complacido y convencido, que el mañana le aportaría la solución que tanto él había estado esperando durante las últimas semanas. El resto de Vieu-Chateau durmió como de costumbre, sin que la presencia de las tropas invasoras llegara a impedir el sueño de sus habitantes. A las ocho de la mañana del siguiente día, Monsieur Petit, se encontraba dando órdenes, en la cocina de su casa; el señor alcalde quería a toda costa, que el almuerzo con el mayor S.S., fuera un verdadero éxito. 94


El Precio de La Salvación

A las once treinta, se personó Alain en el ayuntamiento para entrevistarse con su “ya amigo” Hans Strauss. A las doce en punto, una comitiva, encabezada por Escargot, seguido por la cocinera, dos doncellas y cuatro soldados alemanes, transportaba las cazuelas, los utensilios y demás pertrechos, desde la casa del señor alcalde hasta el ayuntamiento. A las doce y catorce minutos comenzó el almuerzo...¡bueno!, más que almuerzo aquello fue, una pantagruélica comilona; pescados, carnes de res, de ave, foigras y hasta caviar, hubo en aquella improvisada fiesta de amistad germano-francesa, que muy a título personal, habían organizado el señor alcalde de Vieu-Chateau y el mayor de las S.S. Hans Strauss. Un pequeño armisticio se firmó en aquel pueblecito de las montañas de los Alpes, lástima que el resto de Francia nunca se enteró. La opípara comida, regada con un sinfín de diferentes vinos, permitieron al mayor alemán recorrer la casi totalidad de regiones de Francia en un cortísimo espacio de tiempo, con su paladar, indiscutiblemente, al final del banquete, Hans Strauss sintió deseos de decir. (Te pasaste, amigo Alain-), pero se contuvo. ¡Excelente señor alcalde...Excelente! - Dijo solamente Hans. Y dándose cuenta que los ojos del señor alcalde comenzaban a mostrar signos de cansancio. -

Yo también acostumbro a dar una cabezadita después de las

comidas. - Dijo amablemente el mayor. -

¿Qué le parece si nos reposamos un poco en estos

magníficos sillones? - Continuó diciendo Hans Strauss. Los dos hombres se acomodaron en sendas butacas, se podría decir que durmieron juntos. ¡Ojo!, juntos en la misma estancia... ¡Aclaremos! Hacia las seis de la tarde, cuando el mayor Strauss y Monsieur Petit, ya recuperados de su siesta y prestos para abrir la segunda botella de coñac, 95


MOISE-JARA

habían desarrollado un clima de mutua confianza. Fue entonces que el alemán comenzó a insinuarse al señor alcalde; poco a poco, por medio de sutiles temas de conversación, que Hans había estado preparando durante toda la mañana. El mayor de las S.S. fue confiando a Monsieur Petit, el contenido de los camiones y su proyecto de desaparición en la nómina de los oficiales alemanes de activo en la segunda guerra. Hans Strauss había bautizado su idea con el nombre de “Operación Relámpago”. A las ocho treinta y siete de esa misma tarde, el señor alcalde de Vieu-Chateau sentía satisfecha su curiosidad y era bastante consciente, de lo que iba a ser el mayor negocio de su vida. A las ocho y cincuenta y tres minutos, Monsieur Alain Petit y el mayor Hans Strauss brindaban con champagne, el acuerdo secreto entre un francés y un alemán, que permitiría llevar a cabo la “Operación Relámpago". La única que nunca quedó registrada; ni fue descubierta por los servicios de información de los Aliados. Tampoco se equivocó el mayor Strauss, con respecto a la actitud que adoptaron sus hombres al ser informados de las intenciones de su superior; todos ellos estuvieron unánimemente de acuerdo en participar en la “Operación Relámpago". Nadie discutió la parte que les ofreció el mayor. Hans Strauss había calculado minuciosamente el valor que se podía obtener por aquel tesoro en el mercado e incluso los porcentajes que cada participante recibiría, es posible que el mayor hubiese sido ladrón de guante blanco, en alguna anterior de sus reencarnaciones. Un día, fue necesario para transformar los camiones, despojándolos de todos los signos que mostraran indicios de pertenecer a un ejército. Muy al alba del segundó día, Hans Strauss, Monsieur Petit y los diez soldados alemanes, todos, vestidos de paisano, abandonaban Vieu-Chateau. Una semana más tarde el mismo Hans, siempre en ropa civil, con gafas de sol y una gran sonrisa en el semblante; se despedía con un gran 96


El Precio de La Salvación

gesto de su brazo, que nada tenía que ver con el saludo Nazi; desde la escalerilla de un avión que le llevaría con destino a Rio de Janeiro. Alain Petit contestaba al signo del alemán con un “Au revoir mon ami”. La portezuela se cerró tras el último viajero; el aparato comenzó a deslizarse por la pista del Aeropuerto de Lausane. El ex-mayor de las S.S. Hans Strauss se acomodó en su asiento con un maletín negro muy pegado a su cuerpo, una sonrisa de satisfacción iluminó el rostro de Hans. En ese; mismo instante Monsieur Petit se frotaba las manos. Acto seguido el señor alcalde de Vieu-Chateau abandonaba la sala de visitantes del Aeropuerto de la ciudad Suiza. Todo había salido a la perfección. Ya nunca más volvería a ver a su amigo Strauss. Aunque en el poco tiempo que lo había conocido. - Pensó Monsieur Petit. Cuan productivo que había sido para él ese antiguo viaje por las tierras Helvéticas. Nunca habría podido imaginar, que los contactos de entonces. Esperaba que no aparecerían más alemanes por Vieu-Chateau en busca del desparecido mayor de las S. S. y de su precioso cargamento; aunque Hans le había garantizado que absolutamente nadie tenía conocimiento de porque lugares había pasado el convoy, después de cruzar la frontera entre Italia y Francia. Y si aparecían otros alemanes como el mayor Hans...Alain iba a terminar más que multimillonario. - Se dijo para sí, riendo el señor alcalde. Un tren llevo a Alain Petit hasta un pueblecito cercano a la frontera, el resto del camino el señor alcalde lo realizo a pie por aquellos misteriosos pasos que solo él conocía. El producto de la “Operación Relámpago " había quedado depositado en un banco suizo. Monsieur Petit llegó a las cercanías de Vieu-Chateau y se detuvo prudentemente, haciendo avisar a Escargot por un rapaz que jugueteaba en el lugar. 97


MOISE-JARA

-

¿Qué le sucedió señor alcalde? - Dijo Escargot, llegando a

los pocos minutos de recibir el aviso. -

Tuve que ausentarme unos días. ¿Cómo esta todo por el

pueblo? - Preguntó Alain, que no las tenía todas consigo. -

En el pueblo todo bien señor alcalde, ninguna novedad.

Bueno, parió la vaca de madame Curie...y ella tan comadrona que es...tuvo que pedir ayuda a Jean Dupont. Y los alemanes también se esfumaron como por arte de magia, prácticamente el día que Ud. se ausentó. - Informó Escargot. -

¿Y no han aparecido más alemanes? - Continuó interrogando

el alcalde. -

¡Qué yo sepa! no, señor alcalde. A menos que hayan llegado

de incógnito. - Respondió el Secretario. -

¿Por qué dices eso Charles? ¿Ha llegado alguien

desconocido al pueblo? - Continuó, aún con cierto miedo, preguntando Monsieur Petit. -

No nadie. - Dijo Escargot.

-

Entonces como dices eso del incógnito... ¡Tonto! ¡Mas que

tonto! - Terminó Alain Petit, con su ánimo más tranquilo y encaminando sus pasos hacia Vieu-Chateau. Detuve por unos instantes la proyección, con el fin de prepararme una bebida.-

¿Será verdad eso de que los humanos se quejan a veces?,

diciendo que Dios no escucha a los buenos, que solo los vivos y los sinvergüenzas tienen suerte en este planeta Tierra.

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El Precio de La Salvación

VI- Solange Curie y el teniente francés. Cuando la voz grave de Monsieur Albert Curie, anunciaba su presencia en la casa, avenue de la Victoire. La pequeña abandonaba rápidamente sus juegos infantiles, corría alocada para terminar lanzándose a los brazos de su padre; se sentía feliz, segura, protegida cerca de aquel hombre de aspecto severo que abandonaba toda su rigidez contemplando a su única y preciada hija...Solange. Cuantas tardes, Monsieur Albert había dejado de lado sus obligaciones de alcalde de Vieu- Chateau, para pasarlas jugando o haciendo tonterías con su pequeña progenitura de ocho años. La infancia de Solange Curie transcurrió como un cuento de hadas, rodeada de calor, cariño, belleza; sin problemas económicos, sin problemas sentimentales. En una palabra, sin problemas de ningún tipo. Fue a los dieciséis años, cuando corría el año 1908, que Solange recibió el primer golpe duro de su vida. La muerte repentina de su mamá. El maravilloso equilibrio que rodeaba el mundo de la muchacha, se vio; súbitamente interrumpido. Solange de Curie había sido una fiel y callada compañera de su esposo; un ser que con poco ruido y aún menos palabras había dedicado su vida, toda su atención, al bienestar de Albert y de la joven Solange. Sin que el resto de los miembros de la familia lo percibieran, la buena señora había sido sin lugar a duda, el alma de la primera casa de la derecha de la rué de la Victoire. Solange Curie comenzó a descubrir la inmensa labor que realizaba su madre, con poco ruido y aún menos palabras. Para la joven muchacha el cuento de hadas había terminado, tuvo que hacerse cargo de las responsabilidades de la casa; de su padre, que por un 99


MOISE-JARA

largo período se abandonó en una muy triste nostalgia; de todas esas extrañas cosas que les suceden a las jovencitas cuando llegada una edad y comienzan a transformarse en mujeres...y un sinfín más de duras experiencias. No obstante, todo soportó Solange Curie con serena entereza, si bien se comenzaron a esfumar muchas inocentes ilusiones de infancia; el reto de salir adelante, de superarse a sí misma, le dio la fuerza para triunfar... siempre con dulzura y sin mucho ruido. Había heredado las mejores cualidades de su madre. A pesar de que Monsieur

Albert Curie se sentía feliz con la

presencia de su hija en casa, Solange era la única alegría en la vida del alcalde de Vieu-Chateau. Un buen día el padre llamó a su hija y le habló en la siguiente forma. -

¡Mira Solange!, pienso que sería conveniente para ti, que

fueras un tiempo a estudiar a Montpelier, se bien que en la actualidad la mayor parte de señoritas de sociedad, no proyectan otra carrera que no sea la de llegar a ser amas de casa y el matrimonio; pero yo pienso que el mundo está evolucionando muy deprisa, este siglo veinte traerá muchas sorpresas a la humanidad. Sería conveniente para ti un período de estudios superiores. ¿Qué te agradaría estudiar? - Dijo Monsieur Curie, que en ciertas ocasiones, debemos reconocer, tenía una visión casi profética del futuro. -

Si, ¡Pero papá! Ud. sabe que yo soy feliz aquí en Vieu-

Chateau. ¿Y qué va Ud. a hacer solo, si yo me marcho? - Replicó la joven. -

Solo será por un tiempo, además podrás venir a pasar las

vacaciones conmigo. Tengo unos buenos amigos en Montpelier, vivirás en su casa. Y la Universidad de Montpelier es reconocida por su calidad de enseñanza. De la misma forma que un día se marcho tu madre, hay que pensar que, yo…bueno. Yo estaré orgulloso de tener una hija universitaria ¡Qué caramba! - Dijo Monsieur Albert Curie. 100


El Precio de La Salvación

Ese, fue el segundo golpe que recibió Solange Curie, que viendo la firmeza con que su padre le planteaba las cosas, no le quedo más remedio que tener que aceptarlas. Una vez instalada en la casa de la familia Vendrell, los amigos de su papá en Montpelier. Solange necesito solamente de tres meses para conocer la pequeña ciudad de provincia y analizar cuál iba a ser la facultad de su elección. No se decidió por la más fácil, así era de terca la muchacha. Solange quería ser nada más y nada menos que, doctor en medicina. Lo que la joven desconocía, es que en 1911 en la facultad de medicina de Montpelier no había, ni había habido ninguna mujer que cursara estudios para llegar a ser doctor. Todo el mundo consideraba lógico y racional que los mencionados estudios eran del dominio exclusivo de los varones. Por eso cuando Solange anuncio sus intenciones al señor Vendrell, para el buen amigo de Albert Curie, comenzaron serios problemas. Monsieur Vendrell deseaba complacer en todo lo posible a la hija de su amigo Albert; por otro lado si así lo hacía, se iba a ver enfrentado a los dimes y diretes de toda la sociedad burguesa de Montpelier. Después de estudiar en todo lo posible los pros y los contras, se puede afirmar que los burgueses de comienzos del siglo XX, disponían de bastante tiempo para dedicarlo al estudio de los pros y los contras. Después de los años sesenta, el tiempo se aceleró; ya lo dijo la biblia; y los burgueses tuvieron menos tiempo para los pros y los contras, tenían que utilizarlo, para pensar en qué forma harían para poder pagar sus letras, mantenerse en la apariencia de hombres de bien. ¡Sueño americano! Bueno, como decía.

Monsieur Vendrell optó por una solución

salomónica. Solange, cursaría primero un curso de enfermera, que precisamente se realizaba en la misma facultad de medicina; una vez con ese título obtenido, el señor Vendrell, que era íntimo del Decano de Medicina, 101


MOISE-JARA

obtuvo la promesa de este último, de que Solange ya graduada de enfermera sería aceptada como estudiante en la facultad de medicina. La primera mujer médico, o médica de la promoción de Montpelier. En fin todo este complicado plan de Monsieur Vendrell no era perfecto; pero era una buena táctica para la época en que fue concebido. Solange Curie comenzó el camino desde abajo; lo que fue una suerte para la joven estudiante; pues las circunstancias del futuro no le permitieron llegar a poder lucir el diploma de doctor en medicina, pero sí, el de enfermera diplomada. Cosa que consiguió en un par de años sin mayor dificultad. Con motivo de las vacaciones de 1913, nuestra flamante enfermera se instaló en un compartimento completamente vacío, de un tren que hacía el trayecto de Montpelier a Marsella. Solange iba a pasar unos meses a VieuChateau en compañía de su padre. El compartimento permaneció con la única presencia de la muchacha durante un par de estaciones. Fue en la tercera parada del tren, que la puerta corrediza comenzó a chirriar y apareció un joven militar que lucía los galones de teniente del ejército francés. -

¡Perdón

señorita!

¿Hay

asientos

libres

en

este

compartimento? - Preguntó un tanto estúpidamente el recién llegado. Era obvio que de los ocho asientos existentes, solo el de Solange se encontraba ocupado. Todos están a su disposición, menos el mío. - Contestó irónicamente la muchacha. El teniente optó por colocarse junto a la ventana, frente por frente a Solange. -

Este tiene ganas de conversar. - Pensó ella, mientras le

observaba de reojo, al tiempo que pasaba tranquilamente la página del libro que estaba simulando leer. 102


El Precio de La Salvación

El joven oficial buscó nervioso en su desordenada maleta, de la que finalmente extrajo un libro de poemas, acto seguido, tomó la pose más intelectual que pudo y también fingió colocar toda su atención en lo que hacía, como debía ser en 1913, cuando se viajaba en el compartimento de un tren, a solas, con una señorita desconocida. No obstante el teniente también miraba a menudo de reojo a la joven Solange. ¡Claro! que esto no estaba prohibido en 1913, lo de mirar de reojo. Aun fue necesario que el tren se detuviera en tres ocasiones más; antes de que el teniente se atreviera a romper el silencio. Y lo que ayudo al evento, fue que un muchachito se acercó a la ventana ofreciendo bebidas y golosinas. -

¿Desea Ud. unos caramelos señorita? - Preguntó el teniente

haciéndose el galante. -

Me llamo Solange Curie y voy de vacaciones a la casa de mi

padre, en Vieu-Chateau. - Contesto ella, poniéndoselo fácil. El oficial se olvido de las golosinas y del muchachito de la ventana; el cual permaneció unos instantes plantado esperando, finalmente se alejó profiriendo improperios y sin entender nada del extraño comportamiento de los adultos. -

Yo me llamo Jean Luc de la Ferriere, también voy de

vacaciones a la casa de mis padres que viven en Niza. ¡Ah! y precisamente acabo de obtener los galones de teniente. - Dijo él, en tono entusiasta, no sabemos si por lo de los galones de teniente, o, porque Solange le había abierto la puerta hacia la conversación. -

Pues yo acabo de obtener los galones de enfermera. - Dijo

ella con cierta ironía, aunque rápidamente pensó que lo de enfermera, podía ser interpretado por el oficial como “mujer fácil”. Ya en 1913 las enfermeras tenían dudosa reputación; por lo que Solange se apresuró a clarificar con rapidez las cosas. ¡Por sí acaso! 103


MOISE-JARA

-

Bueno, me vi obligada a estudiar para enfermera, porque a

los obtusos señores de la facultad de medicina de Montpelier, les parecía inaudito que una señorita de sociedad cursara estudios de medicina. Ahora que conseguí el título de enfermera ya me han permitido matricularme en primero de medicina, Empiezo después de estas vacaciones de verano. - Dijo Solange; pero aún no quedó del todo convencida con su explicación. -

¡Ah! Y mi padre es el alcalde de Vieu-Chateau. - Agregó la

muchacha. Otra casualidad señorita Curie, el mío, es el alcalde de Niza. Respondió Jean Luc. Y de casualidad en casualidad. De conversación en conversación... De estación en estación, el teniente del ejército francés y la enfermera de Vieu-Chateau fueron congeniando, conociéndose el uno al otro, casi sin ellos darse cuenta, fueron enamorándose. Y la cosa fue tan en serio y tan fuerte; que cuando el tren llego a Marsella, lugar en que cada uno de ellos debía tomar distinto rumbo, los dos jóvenes decidieron que ya les era imposible separarse. Jean Luc telegrafió a su padre dándole escusas por el retraso que se iba a producir en su llegada, colocando una coletilla al final que decía. “Te explico todo en próxima carta Stop Soy feliz papa” firmado Jean Luc. Su padre que había sido combatiente en

guerras de ese tipo,

comprendió el mensaje. Monsieur Albert Curie recibió con alegría la llegada de su hija, pero su rostro cambio a la sorpresa, luego a su característica expresión de severidad al descubrir la presencia del joven oficial que la acompañaba. Cuando Solange abrazó con fuerza a su padre, le dijo suavemente al oído. -

Le traigo otro hijo, papá. - dijo Solange, aún no era muy del

estilo de 1913, que las jóvenes señoritas de sociedad presentaran en forma 104


El Precio de La Salvación

tan brusca a sus futuros maridos. Pero Solange era tan especial que lo difícil para ella era normal, lo imposible un excitante reto. -

Así que Ud. Quiere casarse con mi hija. - Dijo secamente

Monsieur Curie, dirigiéndose a Jean Luc. -

¡Ejem!. - Respondió el teniente con timidez.

-

Ya sé que parece un poco extraño señor, pero debo decirle

que yo amo sinceramente a Solange y deseo hacerla mi esposa. - Terminó armándose de valor el teniente del ejército francés. -

Yo también amo a mi hija. - Respondió el alcalde.

Jean Luc se quedó unos instantes callado. El padre de Solange parecía querer hacerle un examen de aptitud y poner especial interés en que el joven teniente no consiguiera aprobarlo. Finalmente el oficial reaccionó y dijo. -

Un Amor es una gran alegría señor. Y una alegría para dos

personas, son dos alegrías. Una pena para esas dos mismas personas es media pena para cada uno. - Terminó osadamente Jean Luc Siguieron unos minutos de silencio, al teniente le parecieron un siglo; finalmente Albert Curie dibujó una sonrisa en su rostro. -

Me parece que Ud. y yo, llegaremos a entendernos bien. -

Dijo el alcalde. -

No le defraudaré Monsieur Curie. - Respondió Jean Luc.

Una agradable corriente de vibraciones comenzó a circular entre los dos hombres. Solange la captó enseguida y ello le produjo una inmensa satisfacción a la muchacha. Dos meses pasó, Jean Luc de la Ferriere en calidad de invitado del señor alcalde de Vieu-Chateau. Aquel verano de 1913 fue el más generosos de la historia del sur-este de Francia, las rosas se abrieron con mayor esplendor que nunca; los atardeceres parecían prolongarse al máximo, celosos que la noche les 105


MOISE-JARA

arrebatara su belleza, los arboles, los prados, los pájaros, cantaban una armónica melodía de luz y color. Jean Luc y Solange gozaron de uno de los mas maravillosos noviazgos que pocas parejas terrestres han tenido la ocasión de vivir. La naturaleza entera rendía pleitesía a los jóvenes enamorados. En aquellos dos meses de verano no hubo una sombra de tedio. El Teniente y la enfermera no se separaban para nada durante el transcurso de la jornada, bueno, casi para nada. ¡Tampoco hay que exagerar caramba! Los dos jóvenes mantenían interminables conversaciones que parecían no tener nunca fin. Necesitaban comunicarse el uno al otro millones de sensaciones, de ideas, de pensamientos. Hablaban, reían, jugaban, se acariciaban y se besaban. Se habían encontrado. Eran el uno para el otro, no hubiera podido ser de otra manera. Monsieur Curie se sentía complacido por la situación, les dejaba corretear libres por ese mundo que estaban descubriendo. A veces les molestaba con alguna pequeña broma, pero en el fondo se sentía satisfecho al ver la felicidad que irradiaba su hija. -

“No creo que llegues a doctor en medicina” - Pensaba Albert

Curie acerca de su hija. “Pero al menos ya tienes tu título de enfermera; pronto te graduaras de ama de casa, de esposa y espero que de buena amante...Todo eso fue tu madre para mi...Ojalá tu lo logres igual querida pequeña”. Y con estos pensamientos el señor alcalde de Vieu-Chateau llegaba a sentir; humedad en sus lagrimales. El recuerdo de su esposa le producía a Monsieur Albert una triste añoranza; el pensar sobre el futuro de su hija una gran alegría. Paradójicamente ambas cosas despertaban las lágrimas en los humanos terrícolas de la quinta raza de la cuarta ronda. 106


El Precio de La Salvación

Finalmente Jean Luc tuvo que marcharse; debía hacer, aunque corta, una visita a la casa de sus padres. Además Jean Luc estaba destinado a un cuartel de Lille para realizar sus primeros seis meses de prácticas como teniente de la República Francesa. Todo quedó arreglado para encontrarse en Niza durante el período navideño. Allí, el joven teniente aprovecharía para presentar oficialmente a Monsieur Albert Curie y a su hija Solange a sus padres, y fijar la fecha de la boda; para esto último, Jean Luc debía obtener la autorización de sus superiores. Ningún oficial podía casarse sin la autorización por escrito del ejército francés. Después de la partida del teniente, los días se volvieron un tanto grises para Solange. Como bien había visto Monsieur Curie, su hija, se quedo en Vieu-Chateau, renunciando a sus estudios de medicina en Montpelier. Para la Navidad de ese año los Curie se trasladaron a Niza, donde fueron

magníficamente

recibidos

por

los

padres

de

Jean

Luc.

Desgraciadamente el teniente no pudo estar presente, su unidad permaneció acuartelada durante todo el período de fiestas, los servicios de inteligencia franceses comenzaron a sospechar la posibilidad de un conflicto armado con Alemania. Solange fue bien aceptada por la familia de la Ferriere, mientras que Monsieur Albert

tuvo la posibilidad de conversar ampliamente con su

homologo y comprobar el moderno sistema de funcionamiento de un ayuntamiento que superaba al suyo en número de habitantes y número de problemas. El sol de la costa azul no logro consolar a Solange del desengaño que le produjo la ausencia de Jean Luc. No obstante, justo el día en que el alcalde de Vieu-Chateau y su hija comenzaban a preparar sus maletas con la intención de emprender el camino de regreso a su casa, llegó un telegrama del teniente del ejército francés. 107


MOISE-JARA

-

¡Querida Solange!, primero debo decirte que te amo mucho

Stop. Imposible venir ahora Stop. Espérame en Vieu-Chateau Stop. Yo iré en cuanto pueda con papeles boda Stop. Sabes una cosa Stop. Te amo. MuchoMucho- Mucho- Mucho- Mucho- Mucho- Mucho- Mucho- Mucho- MuchoMucho- Mucho- Mucho- Mucho. Firmado Jean Luc. Parece que al joven oficial le costó más, los muchos, que el resto del telegrama. Solange no sabía si llorar o reír. Corrió con lágrimas en los ojos para mostrarle el telegrama a su padre. -

No te preocupes hija. El está constantemente pensando en ti.

Es un muchacho excelente. Dijo Monsieur Curie. -

Regresemos a casa. Verás cómo antes de lo que te imaginas

le tenemos en Vieu-Chateau. – Terminó Monsieur Albert Curie, consolando a su hija. Pero lo que no dijo el viejo alcalde, es que él, también estaba preocupado por la situación que se estaba desarrollando en la Alemania del Káiser. Monsieur Curie olía la proximidad de la tragedia, desgraciadamente, Jean Luc, formaba parte del ejército y para colmo de males, estaba destinado en una guarnición al Norte del país. Inevitablemente de los primeros que se verían obligados a entrar en combate. Los padres de Jean Luc despidieron con toda clase de amabilidades a Solange perecía que fueran ellos los culpables de la ausencia de su hijo, en lugar de los eventos que se producían en la Patria. Una vez de regreso a Vieu-Chateau, los días parecieron aún más grises y aburridos para la joven prometida. Solange bordaba, leía, repasaba

sus libros de medicina, para

finalmente terminar en un rincón del invernadero, situado en la parte superior de la casa, desde donde se podía divisar parte del serpenteante camino, que unía Vieu-Chateau con el resto de Francia. 108


El Precio de La Salvación

La tarde se iba haciendo noche; la vista de la joven se forzaba con la esperanza de descubrir la silueta de su amado teniente perfilarse en el horizonte, pero la carretera que conducía hacia el pueblo, era de una aplastante y solitaria monotonía, rara vez era pisada por ser humano alguno. Finalmente un par de lágrimas recorrían el rostro de la muchacha, que afanosamente buscaba el telegrama en alguno de sus bolsillos. -

¡Querida Solange! y sobre todo ese cómico final. Mucho-

Mucho-Mucho- - veía y reveía Solange en el papel del telegrama. -

Ven pronto cariño. - Decía la mujer mientras apretaba la

hoja de papel, con fuerza contra su pecho. -

Ven pronto, te necesito tanto. – Repetía Solange.

Durante el transcurso de la cena de una de aquellas noches; Monsieur Albert Curie se mostró desmesuradamente alegre, contó chistes, hasta se tomo un par de copas de coñac, cosa muy rara en él. El padre de Solange estaba al corriente de la situación del país, se preocupaba todos los días de hacer desaparecer los periódicos y noticias que anunciaban la posibilidad de un conflicto con Alemania. Aquella noche en especial, después de sus chistes y de sus coñacs; Monsieur Albert se había puesto a hacer payasadas con la intención de distraer la atención de su hija; a tal punto había llevado su grado de comicidad, que Solange, muerta de risa, se vio obligada de levantarse de su asiento en la mesa del comedor. A la joven muchacha le dolía el estómago de tanto reírse. -

Deténgase un poco papá. Deténgase que voy a terminar

enferma de tanto. - Suplicaba Solange, que llevándose las manos a la boca del estómago, se vio obligada apoyarse en una pared de la estancia, para finalmente dejarse caer en un pequeño silloncito situado al extremo del comedor. La excesiva risa había hecho comenzar a brotar lágrimas de los ojos de la muchacha. Fue a través de una especie de cortina acuosa, que Solange 109


MOISE-JARA

descubrió la borrosa silueta de un hombre que se mantenía inmóvil en el umbral de la sala-comedor. El recién llegado la contemplaba fijamente, traía las ropas mojadas, una capa le cubría los hombros, en su chaqueta se podían percibir insignias militares...Era Jean Luc...Jean Luc de la Ferriere. La muchacha se froto los ojos con sus manos, volvió a fijar la mirada en el hombre, quería estar segura, convencerse de que no lo estaba soñando. Era él, era bien él; empapado hasta los huesos la contemplaba con ternura. -

Parece que todo el mundo está muy contento esta noche. -

Dijo el teniente. Quizá Jean Luc estaba dispuesto a hacer algún otro comentario, pero le fue imposible, los brazos de Solange se colgaron con fuerza de su cuello; fue tal la sacudida, que el respetable teniente del ejército francés, tuvo que realizar grandes esfuerzos para no caerse de espaldas. La muchacha comenzó a besarlo por todo el rostro mientras repetía. -

Eres tu Jean Luc, eres tú. – decía Solange.

Monsieur Albert Curie se puso de pie. -

¡Ejem! – dijo Monsieur Albert.

Pero nadie le hizo el menor caso; fue en el segundo. -

¡Ejem!, ¡Ejem! – que repitió, Monsieur Albert, que Solange

se detuvo en su frenético besuqueo, volviéndose hacia su padre. -

¡Perdón papá! Me dejé llevar por la emoción. - Dijo la

muchacha y un ligero color sonrosado comenzó a invadirle el rostro. -

¡No!. Si yo considero natural todo esto, lo único que quiero

decirles es que voy a retirarme un momento a mi despacho...Sigan...Sigan. Dijo el alcalde. Solange. 110

Papá no era mi intención ofenderle. Estoy confusa. - Agregó


El Precio de La Salvación

-

¿Y yo ni tan siquiera le he presentado mis respetos? - Dijo

Jean Luc. -

Miren polluelos...Ya les dije que considero natural que dos

enamorados se expresen su amor. Y en cuanto a mí; mejor me retiro, no sea que de tanto presenciar expresiones afectivas, me lleguen a cojan celos. Respondió cómicamente Monsieur Curie. -

Todos mis respetos Monsieur Albert. - Dijo Jean Luc.

-

¡Bienvenido hijo...Ah! Y después de un rato, cuando Solange

se retire a descansar; te agradeceré me visites en la biblioteca, allí estaré. Terminó el alcalde, para luego retirarse discretamente dejando solos a los enamorados; que volvieron rápidamente a su sinfonía de besos. Las manos de Solange y de Jean Luc parecían no querer separarse. Cuando el teniente acompañó a su prometida hasta la puerta de su habitación. -

Aún no termino de creérmelo... ¡Estás aquí! - Dijo la

muchacha que con su mano derecha acariciaba el rostro del hombre. -

Todo está bien ¡Mi vida! He traído todos los documentos y

el permiso de mis superiores. Durante mi estancia en Vieu-Chateau efectuaremos nuestra boda. Pronto serás madame de la Ferriere, esposa de un oficial del ejército francés... ¡Te amo! ¡Te amo vida mía! - Dijo Jean Luc. -

Yo también te amo cariño...Tengo un montón de proyectos

que ahora realizaremos juntos. Hay un sinfín de lugares en Vieu-Chateau que no conoces...Un sinfín de escondrijos hechos por la naturaleza expresamente para los enamorados como tú y yo. - Dijo Solange entusiasmada; el mundo que la rodeaba había perdido su color gris y ahora todo brillaba dentro del rosa intenso del amor. -

Para todo habrá tiempo ¡Mi vida!, vivamos un día a la

vez...Ahora descansa, tu padre me está esperando en la biblioteca...Terminará poniéndose celoso. - Dijo Jean Luc con ironía. 111


MOISE-JARA

-

¿Ya me quieres dejar sólita? - Dijo caprichosamente ella.

-

El teniente por toda respuesta, llevo sus manos a la cintura

de la muchacha, y acercándola hacia su cuerpo la besó con pasión en los labios. -

A dormir señorita. - Dijo Jean Luc.

-

A sus ordenes mi teniente. - Respondió Solange, haciendo

graciosamente el saludo militar. Verdaderamente los dos jóvenes habían comenzado sus días de vino y rosas, el “bonjour tristese” sería para más tarde, pero seamos optimistas por el momento; bebámonos el vino y deleitémonos con el perfume de las rosas. Las botas del oficial resonaban en los peldaños; Jean Luc bajaba las escaleras de la mansión de los Curie para dirigirse al despacho de Monsieur Albert. Lo que no se había atrevido el teniente a confesarle a su prometida, era que el permiso de que gozaba, se lo había tenido que arrancar casi a la fuerza a su coronel; y que disponía solamente de cinco días para permanecer en Vieu Chateau. A su llegada en tren a Marsella se consiguió un caballo, galopó sin descanso, llegando al pueblo a esa hora tardía. Monsieur Albert Curie estaba sentado en su despacho-biblioteca con la mirada perdida en el vacío. La exuberante alegría demostrada por Solange frente a la llegada de su prometido, había hecho recordar a Monsieur Albert aquel lejano periodo en que conoció a Solange-madre. De cómo la había cortejado, cómo la había enamorado, de la ilusión que despertó en él la novia, la pasión que despertó en él la mujer. Albert Curie había pasado unos años muy felices al lado de su esposa, aunque mientras los vivió no se dio mucha cuenta de ello. Ahora que 112


El Precio de La Salvación

veía que su hija comenzaba a transformarse en mujer; añoraba con fuerza la presencia silenciosa de la fallecida Solange-madre. Albert Curie cerraba los ojos y le parecía sentir la suavidad de la piel de su esposa acariciándole con ternura, las imágenes de cuando la mujer se desvestía en la habitación mientras le contaba los problemas que había tenido durante la jornada. También aquella noche extraña que después de haber hecho el amor, Solange madre le abrazó muy fuerte y dijo -

Albert “hoy hemos concebido un hijo ". dijo ella.

Y era verdad nueve meses más tarde nació la niña. Las nostalgias de Monsieur

Curie fueron interrumpidas por

el

sonido que producían las botas, del teniente del ejército francés. -

Jean Luc, ¡Hijo! Ven a sentarte aquí junto al fuego. ¡Pero

estás empapado! Estoy seguro que la egoísta de mi hija, no te ha dejado ni tiempo para cambiarte de ropa. - Dijo Monsieur Curie. -

No se preocupe Monsieur Albert, en realidad yo también

deseaba hablar con Ud. Y creo que este es el momento y el lugar indicados. Respondió Jean Luc, acercándose al fuego, para finalmente sentarse en un pequeño taburete frente al señor alcalde. -

¿Sucede algo malo? - Preguntó Monsieur Curie.

-

No me he atrevido a decirle nada a Solange, pero solo

dispongo de cinco días para permanecer en Vieu-Chateau. - Agregó el joven. -

¿Porque tan poco tiempo? - siguió preguntando Monsieur

-

En realidad no querían concederme el permiso, ni tan

Curie. siquiera un día. La situación está bastante mal, se cree que de un momento a otro Francia será atacada por las tropas del Káiser. Tuve que insistir, rogar, suplicar, casi amenacé a mi coronel con desertar, si no me concedía este permiso para casarme. - Dijo Jean Luc. 113


MOISE-JARA

-

¿Y quieres organizar la boda en estos cinco días? - Dijo

-

Quiero su consejo, Monsieur Albert, no llego a discernir con

Albert. claridad lo que es mejor para Solange, si llegara a sucederme algo. - Dijo el teniente, que iba a continuar hablando, pero Monsieur Curie, que habida comprendido, le interrumpió. -

Que te recuerde como su prometido...o que lo haga como su

esposo. - Dijo Monsieur Albert. -

Eso es lo que exactamente quería expresarle, señor. - Agregó

Jean Luc. Albert Curie se enderezó un poco sobre su sillón, un conato de lágrimas humedecieron sus ojos; intentó disimular un poco su emoción. La emoción que le producía la honestidad, la grandeza de corazón de Jean Luc, que en aquellos momentos de dificultad, dedicaba su única preocupación hacia el bien de Solange. Albert Curie pensó que no se había equivocado, que aquel teniente francés era un excelente caballero. -

¡Pero continuas mojado hijo!, tómate un coñac, te calentará

el cuerpo...Yo que no bebo casi nunca; esta noche ya voy por la cuarta copa. - Dijo Monsieur Curie. -

Gracias señor. - Respondió Jean Luc, sirviéndose, al mismo

tiempo que ponía toda su atención en la esperada opinión de su futuro suegro. -

Veras hijo, te voy a contar algo que nunca he hablado con mi

hija, ni con nadie y que precisamente esta noche antes de que tú aparecieras por el despacho, ocupaba mis pensamientos. Durante unos instantes he revivido los dieciocho años de mi vida que compartí con Solange, la madre de tu prometida. Mi esposa era una mujer tímida, que se la oía tan poco, que muchas veces daba la impresión de no estar en el lugar. Aunque dedicaba toda su jornada, toda su atención en organizar todo, de forma, que la vida de los seres que la rodeaban se colmara 114


El Precio de La Salvación

de felicidad. Yo no me di del todo cuenta mientras vivió conmigo, pero así fue. Mientras yo jugaba a ser alcalde, a ocuparme de mi hacienda. A ser hombre, pero en realidad todo lo que yo hacía dependía de ella. Ella era la que organizaba el clima, para que yo me sintiera realizador. Cuando me casé con mi esposa. Yo, como muchos jóvenes, ya había tenido algunas experiencias con mujeres. La primera noche, la noche de bodas, y te cuento esto porque yo creo que tu y Solange debéis casaros en estos próximos días. Bien, prosigo, la primera noche es algo muy especial para la mujer. Está cargada de tabús, de miedos, me sorprendió que mi esposa lo afrontó con extraordinaria valentía, entregándose a mí con toda su confianza. Además de que por un lado me hizo sentir importante, por otro me liberó de mis propios tabús, creándose una extraordinaria complicidad entre ella y yo. Ella supo sublimar el acto sexual para convertirlo en un acto de verdadero amor. Fue sin duda la grandeza de su corazón, su capacidad de entrega, que hacía posible que todo lo sublimara con la mayor sencillez. Hay hombres que convierten el acto del sexo en una especie de guerra, creen que el macho está dominando a la hembra, en una lucha desesperada que en el fondo no hacen otra cosa que buscarse cada uno a sí mismo. Otros menosprecian a la mujer, solo la utilizan, si ella goza demasiado la consideran prostituta; esos son los pobres impotentes que descargan sus propias frustraciones en el otro ser. Con mi esposa aprendí y solo ahora me doy cuenta, que en realidad fue ella la que quizá en forma inconsciente, me lo enseño. La sencillez de las cosas que basadas en la previa confianza salen perfectas. Y eso es lo que ocurre, en las relaciones humanas todo el mundo desconfía el uno del otro. El hombre de la mujer y viceversa. ¡Perdona hijo!, 115


MOISE-JARA

estoy pensando en voz alta...A lo que iba. Yo no pienso que sea mala la relación física entre hombre y mujer, siempre que esté basada en el amor. Pienso que mi hija te ama sinceramente y tú también a ella, creo no equivocarme. Deseo sinceramente que mi hija viva toda la experiencia de ese verdadero amor. Si hijo, si...Yo te aconsejo que si mi hija debe recordarte de alguna manera, que te recuerde como su esposo. El hombre que la hizo muy feliz en todos los aspectos. - Dijo el alcalde. Jean Luc le escuchaba emocionado, “¡Cuánta belleza! había en el corazón de aquel hombre de aspecto severo”. Además de la Ferriere. “FER ", en nuestra lengua hierro; estoy convencido que no existe ningún cabeza cuadrada capaz de hacerle daño a mi yerno. - Continuó Monsieur Albert en tono animado. -

Gracias Monsieur Albert...Muchas gracias por todo lo que ha

contado y por lo que me ha hecho ver y sentir. - Dijo Jean Luc. -

¡Bien! Pues vamos a descansar y no te preocupes por nada,

yo me encargo de organizar la boda, de ir a buscar al sacerdote y de todo. Tú aprovecha los pocos días de que dispones para estar cerca de mi hija. Concluyó Monsieur Curie. Al día siguiente el alcalde de Vieau-Chateau comenzó a movilizarse de tal forma, para organizarle a su hija una boda, que ésta recordaría con cariño durante el resto de su existencia. Jean Luc y Solange aprovecharon la jornada para seguir jugando a los enamorados, la muchacha le contó el sinfín de proyectos que habían ido germinando en su mente durante todos esos meses de separación. El teniente la escuchaba paciente sin atreverse a su vez a informarle, que solo disponía de cinco días para estar con ella. 116


El Precio de La Salvación

Jean Luc, quizá, un poco en consecuencia de lo que le había contado su suegro la noche anterior, no quería consumar el matrimonio antes de la boda, deseaba que todo fuera como un maravilloso cuento de hadas para Solange. Pensaba que si le comunicaba a su prometida el corto tiempo de que disponía, ella quizá quisiera complacerle antes... La verdad es que desde su llegada a Vieu-Chateau, tanto él como ella estaban extremadamente fogosos. Algo extraordinario sucedía entre los dos, que demostraba que estaban, hechos el uno para el otro. Durante la cena del tercer día desde la llegada de Jean Luc; Monsieur Curie anunció con alegría, a los dos jóvenes. -

Bueno polluelos, tengo el honor de comunicaros que todo

está preparado para vuestra unión. – dijo Albert. Y dirigiéndose al teniente agregó. -

El único pero, es que la boda será pasado mañana, no ha

sido posible antes. Será en tu último día Jean Luc. - Dijo Albert Curie. -

¿En su último día de qué? - Saltó Solange con rapidez.

Monsieur Albert Curie miró sorprendido a su futuro yerno. -

¿No le has dicho nada a Solange? - Dijo el alcalde.

-

No me has dicho nada ¿de qué? - Pregunto ella inquieta.

El semblante de Jean Luc se entristeció. A pesar, de que lo sabía perfectamente, su mente se negaba a recordarlo durante aquellos cinco preciosos días. -

¡Cariño!. No te he dicho que solo dispongo de cinco días de

permiso. - Respondió el teniente. -

O sea que si entiendo bien, nos vamos a casar el último día

de tu estancia aquí. - Dijo Solange, en tono irritado. -

¿Ya no deseas ser mi esposa?

- Preguntó un poco

estúpidamente Jean Luc. 117


MOISE-JARA

-

¡Claro que deseo ser tu esposa! Pero me hubieras podido

decir, que nuestro tiempo esta contado. - Respondió ella, siempre enfadada. -

¿Y qué hubieras hecho…Acaso alargar las horas? - Agregó

Jean Luc, intentando poner un poco de humor en el enrarecido ambiente que se había producido a causa de la noticia. -

Bueno, bueno lo que entiendo es que sólo tenemos dos días.

- Continuó la muchacha. -

Cuando una pareja se casa, generalmente tiene toda una vida

delante de ellos. - Intervino Monsieur Curie. -

Si pero, a mi el ejército francés, me roba a mi esposo el día

siguiente de mi boda. - Dijo Solange en tono de lamento. -

Pero es sólo ahora, mi vida. porque estoy acuartelado. Pronto

podremos estar juntos, a pesar de tu opinión, el ejército francés no pone ningún impedimento para que los oficiales vivan con sus esposas y tampoco les impide tener hijos. - Continuó Jean Luc, intentando dulcificar en lo posible la situación. -

No me gusta el ejército francés, en realidad no me gusta

ningún ejército...Creo que será mejor que comiences a pensar en dedicarte al oficio de alcalde, mi padre nunca se vio obligado a abandonar a mi madre. Decididamente me gusta más para ti, el oficio de alcalde que el de oficial del ejército. - Dijo Solange un poco más tranquila. -

Está bien querida, en cuanto haya una plaza vacante de

alcalde, te prometo que cambiaré de oficio. - Dijo Jean Luc sonriendo. -

Mañana llegan tus padres Jean Luc, pasarán una sola noche

en Vieu-Chateau se regresarán a Niza la misma tarde de vuestra boda. En fin, de todas formas ya todo está organizado. - Dijo Monsieur

Curie,

mientras se levantaba de la mesa y abandonaba la estancia. burlón. 118

¡Eres un canalla! - Dijo Solange a su prometido en tono


El Precio de La Salvación

-

Y tú la más bella flor de la tierra. - Respondió él.

-

Eres un demonio mentiroso, que me has ocultado lo de tu

permiso. - continuó ella. -

Y tú la más hermosa de toda Francia. - Dijo él.

-

Te amo Solange. - Continuó Jean Luc.

-

Yo también te amo...mi amor. - Agregó ella.

Todo termino en un beso; Jean Luc aguanto con verdadera hombría sus deseos pasionales, se despidió de su prometida acompañándola como todas las noches hasta la puerta de su habitación. Solo hasta la puerta. Los párpados de Solange se abrieron lentamente, apareció ante su vista el techo de la habitación, estaba pintado de blanco-crema, la muchacha hizo un gesto de pereza estirando su cuerpo en el interior de la cama, la luz del sol entraba radiante por la ventana, iba a hacer un esplendido día. Y era el día de su boda. Solange saltó con rapidez de su lecho y accionó el cordón con el que llamaba a su doncella. Sonaban las diez de la mañana en el reloj del ayuntamiento, cuando Solange, entro con un blanco vestido de novia, el mismo que había utilizado su madre, del brazo de Monsieur Albert Curie, con el corazón ilusionado por la puerta de la casa consistorial de Vieu-Chateau. Una larga alfombra ocupaba el centro del edificio, a ambos lados todo el pueblo se hallaba concentrado para presenciar la ceremonia. Solange era consciente del instante que estaba viviendo y lo gozaba plenamente, cada paso que la acercaba a Jean Luc; la muchacha lo fue realizando como en un movimiento de cámara lenta, quería retener toda la sensación, no solo vivirlo, sino, ¡VIVENCIARLO! En el mismo recinto se celebró la boda civil y la eclesiástica, con misa cantada y todas esas cosas. 119


MOISE-JARA

A las once y media volvió a aparecer la joven Solange en el umbral del ayuntamiento, aunque ésta vez del brazo de Jean Luc de la Ferriere, elegante teniente, en uniforme de gala del ejército francés. El resto de clásicos actos de estos acontecimientos transcurrieron con rapidez y sencillez. Se podría haber dicho, que había sido Solange madre la organizadora de todo; la verdad es que el autor físico fue Albert Curie. Pero quizá el espíritu de su fallecida esposa actuó desde otra dimensión. Abundantes mesas y sillas se encontraban instaladas en el jardín de la mansión de los Curie; todo el pueblo de Vieu-Chateau participó de alguna manera; unos con la música, otros ayudando en el servicio y los más vivos sentaditos calladamente comiéndose los manjares. -

Es una ventaja ser alcalde de un pequeño pueblo. - Dijo el

padre de Jean Luc dirigiéndose a Monsieur Curie -

¿Porque dice eso, Monsieur de la Ferriere? - Preguntó

Monsieur Albert. -

Aquí en Vieu-Chateau, Ud. ha podido invitar a todo el

pueblo a la boda. A mí, en Niza me hubiera sido imposible. - Respondió Monsieur de la Ferriere. -

Eso también es verdad. - Dijo Monsieur Albert.

Alrededor de las cuatro de la tarde, los padres de Jean Luc, abandonaron Vieu-Chateau...Hacía las seis, Monsieur Albert se encargó de despedir con buenos modos a los rezagados de la

fiesta. Después

dirigiéndose a los recién casados. -

¡La casa es vuestra muchachos! - Dijo el alcalde.

-

¿Y Ud. que va ha hacer, papá? - Preguntó Solange.

-

Tengo todo organizado, hija...He acomodado una parte de

los sirvientes en el ayuntamiento; los otros y yo mismo en el café de Jean. Todo está organizado, es mejor que Uds. estén solos. - Respondió Monsieur Curie, y añadió en tono irónico. 120


El Precio de La Salvación

-

Tuya es, Jean Luc, pero sin derecho a devolución. - Dijo

Albert Curie. Cuando su padre desapareció por la puerta, Solange sintió un pequeño escalofrío. Todo un mundo se terminaba para ella en aquellos momentos. Recordó la sensación de seguridad que sentía de pequeña cuando oía la voz de su padre, el maravilloso mundo de hadas que había sido su niñez, la pena que le producía el hecho de que su mamá no pudiera presenciar este radiante día de su boda; en todo esto estaban los pensamientos de Solange; cuando volviendo a la realidad se percató que Jean Luc la estaba contemplando con ternura y en silencio. -

¿Tienes miedo? - Le dijo el teniente.

-

No, sólo recordaba. Quizá es la primera vez en que pienso en

mi vida, ¡qué rápido ha sucedido todo! - Dijo ella. -

La vida es un montón de imágenes que se suceden. - Dijo él.

-

Un montón de imágenes no siempre agradables. - Respondió

ella, pues en su mente flotaba aún el recuerdo de su mamá. -

De nosotros depende hacerlas o no agradables...No solo

agradables, sino hasta bellas. - Agregó Jean Luc. Los dos se miraron más allá de sí mismos...Se sonrieron el uno al otro en lo más profundo de sus corazones...Y se amaron con toda la fuerza que son capaces de amarse, dos jóvenes generosos y sinceros. Los rayos del sol anunciaron el alba del sexto día; Jean Luc y Solange permanecían abrazados en la cama nupcial, después de una noche de vigilia. El reloj marcaba tiránicamente el avanzar del tiempo. -

Todo son imágenes ¡mi vida! - Dijo Jean Luc.

-

Las que acabo de vivir no las olvidaré nunca. - Dijo ella.

-

Yo tampoco. - Agregó el teniente.

Luego todo se desarrolló con rapidez, el teniente se introdujo en su uniforme, beso con dulzura a su esposa y abandono la estancia. 121


MOISE-JARA

Solange quedo unos instantes intentando retener todas las sensaciones y los olores dentro de sí y para siempre...Después corrió al invernadero desde donde vio la imagen del teniente del ejército francés, montado en su caballo blanco, desaparecer poco a poco por el serpenteante camino de Vieu-Chateau. Lo que se debe precisar es que el caballo blanco, de Jean Luc, tenía unas ligeras manchas negras. Eran para diferenciar un poco, sino la escena hubiera sido demasiado parecida a la de Alfonso Doce entrando en Madrid. Jean Luc de la Ferriere se incorporo, el día que le habían señalado sus superiores, a su regimiento de Lille. Ya nunca más regresó a VieuChateau, porqué el teniente del ejército francés, murió de un balazo el primer día de la primera batalla de la primera guerra mundial. (Moraleja...No hagas siempre lo que te dicen tus superiores. Mejor para tu bien ¡Haz lo que te dé la gana! y punto.) Todas estas cosas no supo la enfermera de Vieu-Chateau hasta mucho tiempo después; en que otra gran calamidad se sumo a la pérdida de su esposo, sus días de vino y rosas habían terminado...Empezaba para ella el “Bonjour Tristese”. Los días grises que aparecieron de inmediato en la vida de Solange, se volvieron menos grises, hasta llegaron a un dorado luminoso, cuando la flamante señora de la Ferriere descubrió que se encontraba en cinta. Pero el año 1914 no fue bueno para Francia, ni tampoco para Solange, que a partir del momento que estallo la guerra, no tuvo noticia alguna de Jean Luc. Difícil estaba que el teniente escribiera, dado que se encontraba muerto, pero el ministerio de defensa francés no realizó la comunicación de su fallecimiento hasta seis meses después de ocurrido, con lo cual durante todo este periodo no hubo más, que absoluto silencio.

122


El Precio de La Salvación

Para colmo de males, Solange tuvo un aborto, con lo que también se perdió la semilla que el teniente francés había puesto con todo amor en su vientre. Monsieur Albert Curie quedó muy afectado por el dolor que le había tocado vivir a su hija. Comenzó a sentir un fuerte rencor hacia el Hacedor de los destinos de los hombres. Monsieur Albert, se hizo asiduo lector de los filósofos ateos, era su revancha contra ese tiránico dios, que se llevaba a sus seres queridos. Fue el señor alcalde de Vieu-Chateau el que quizá sin ser demasiado consciente de ello, llevo al joven Jean Paul Gassol, hacia los caminos de la filosofía, que llevarían al futuro maestro a la realización de su tratado sobre la no existencia de Dios. Solange, gracias a la herencia espiritual de su madre, pudo transmutar su dolor, realizando una magnifica actividad de enfermera comadrona en Vieu-Chateau y a pesar de ser la viuda de la Ferriere, todo el mundo la llamo...madame Curie...quizá por la similitud de su nombre con el de la extranjera que ayudo a su esposo en el descubrimiento del Radium. Un extraño fenómeno se produjo en la vida de la solitaria enfermera y fue que a pesar de que Solange nunca volvió a casarse ni convivió con persona alguna, después del fallecimiento de su padre la comadrona de VieuChateau nunca se sintió sola. Ella le hablaba a Jean Luc todos los días, lo hacía en voz alta, como si efectivamente el teniente del ejército francés se encontrara aún presente en la mansión de los Curie. Una misteriosa voz profunda y que solo se dejaba sentir en el corazón de Solange, contestaba a menudo a las palabras de Solange...y la cosa llegó a convertirse en algo tan usual... que al principio que la Clotis entró al servicio de madame Curie; la pobre muchacha se pegaba tremendos sustos, cuando veía a su patrona dialogando con las paredes. -

“Esta mujer debe estar loca” - Se decía la Clotis. 123


MOISE-JARA

Pero como el trato en la casa de los Curie era cordial y sin demasiadas exigencias, la Clotis terminó por acostumbrarse a las extravagancias de Solange. Aunque en una ocasión en que no sólo se trató de palabras... sino que la sirvienta pudo ver con sus propios ojos.... Pero ya me estoy adelantando a la historia. ¡Tranquilo Moise! ¡Tranquilo!, cada cosa a su tiempo.

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El Precio de La Salvación

VII- Las tertulias de Vieu-Chateau No siempre el pueblecito de Vieu-Chateau se encontraba sumergido en situaciones climáticas tan extrañas como las del día de mi llegada. Utilicé mi censor alfa-tres y retrocedí en el tiempo con el propósito de situarme en una mañana, de un cálido domingo de verano de 1967. Quizá, en un pasado cercano, podría encontrar algún indicio de la extraordinaria historia anunciada para Vieu-Chateau. Se oía el canto de un gallo, mezclado con el sonido de las pisadas de Jean Paul Gassol; el maestro, con grandes ojeras, rostro demacrado y cabellos revueltos, se encaminaba a hora temprana hacia el café de Jean. Debo remarcar que el café de Jean, existía en Vieu-Chateau, desde siempre; aunque el actual dueño en realidad se llamaba Claude y no tenía ningún parentesco con el Jean Galois, primer propietario, constructor y fundador del Café de Jean. Jean Galois, fue uno de los primeros sujetos que emigró de VieuChateau; un valeroso pionero, que en su época moza, viajo a pie hasta Marsella y desde allí, con sus propias piernas hasta París. La capital francesa, que descubrió Jean Galois, aún no disponía de una correcta red de alcantarillado; los viernes había feria de ganado, sus habitantes habían descubierto que los polvos de talco disimulaban, hasta cierto punto, el fétido olor que despedían sus cuerpos; en las calles también se olía la porquería...lo de las calles era por la falta de alcantarillas. Monsieur Condón comenzaba sus cálculos para inventar el preservativo, pero le faltaba que se inventara el plástico. Guillotine ya tenía preparado el primer prototipo de su máquina infernal.

125


MOISE-JARA

Los habitantes de París, molestísimos por todas estas cosas (en especial por los malos olores y por lo de la falta de plástico para fabricar condones), se estaban organizando con la firme intención de cortarle el cuello a su Rey. El Soberano, inconsciente

frente a lo que se le aproximaba,

continuaba tranquilamente jugando con sus osos de peluche. Jean Galois, pequeño provinciano perdido entre la muchedumbre y la algarabía de la gran ciudad, al principio, lo pasó bastante mal; hizo de mozo, de aprendiz de droguero, de alcahuetero; durmió en las calles y recibió más de una patada en el trasero. Cuando todos los malhumores, que habían ido acumulando los Galos desde que fueron invadidos por los romanos hasta le llegada de Luis Dieciséis al trono de Francia, reventaron en aquella frenética locura, que llevó a los pobres de 1789, a hacer una histórica revolución, que cambió el orden establecido y aprovechó únicamente a la burguesía. Jean Galois, decidió dejar de recibir patadas, para convertirse primero en observador, luego en partícipe, de la sangrienta venganza de los parisinos. A nuestro emigrante de Vieu- Chateau, le impresionó mucho la declaración de derechos del hombre y del ciudadano, sintió gran satisfacción en poder cambiar su mentalidad de siervo por la de hombre LIBRE, más aún por la de CIUDADANO. Y Jean Galois se quitó los pantalones para alistarse a las filas de los SANS COULOTTE. Muchas cosas presenció el soldado de fortuna durante aquellos siniestros años, donde el odio y la cólera se habían apoderado del corazón de los hombres. Al principio, cuando Jean Galois cortaba la cabeza de algún noble lo hacía por vocación; convencido de la justicia, de la triunfante revolución; pero pronto se dio cuenta de que después de la excitación del momento, después de las pomposas frases de Libertad, Igualdad y Fraternidad...Los que 126


El Precio de La Salvación

continuaban moviendo los hilos del mundo eran los poderosos que tenían el DINERO.... Entonces nuestro hombre llegó a la conclusión que más valía dejar de lado la excitación del momento y comenzó a salvar a algunos nobles, de perder sus augustas cabezas, a cambio de buenas bolsas de oro. Cuando las cosas comenzaban a mejorar económicamente para Jean Galois, apareció el cabo corso convertido en general, con la fija idea de llegar a emperador y le fastidió el negocio al amigo Jean. No por ello se desanimó el aventurero de Vieu-Chateau, su experiencia en los Sans Coulotte le valió el grado de sargento en el ejército imperial; ahora del lado de Bonaparte, Jean Galois conoció las tierras de Europa; ¡claro! no exactamente de turismo, pero...Nuestro hombre conoció días de alegría, de grandeza, de victoria. Aunque también conoció le Bonjour Tristese. Un sargento con el cuerpo entumecido por el cansancio, caminaba arrastrando su fusil, por aquellos fríos caminos que llevaban al ejército francés en retinada desde Rusia. Jean Galois, con el ánimo bajo, la moral por los suelos, recordaba con añoranza aquellos felices días en París, donde cortaba cabezas. De repente, se detuvo a su lado la carroza en que viajaba de retorno a Francia, el emperador Napoleón colocó sus pies en los estribos del carricoche y como la distancia de los estribos al suelo era bastante elevada; el emperador se apoyó en el hombro de Jean Galois para poder bajar con comodidad... Bonaparte tenía unas atroces ganas de orinar. Una vez que el vencedor de Austerlitz se sintió más relajado, después de haber eliminado el agua sobrante en su cuerpo, llevó su atención unos instantes hacia el buen sargento. 127


MOISE-JARA

-

¿Cuál es tu nombre soldado? - Preguntó Bonaparte que por

aquel entonces ya era un poco corto de vista y no se había percibido de los galones que lucía nuestro héroe. -

Sargento Jean Galois, Señor. - Respondió Jean.

-

Mejor nos vamos pronto, mucho nos queda aún por recorrer

y parece que pronto lloverá. - Dijo Napoleón, mientras volvía a apoyarse en el hombro de Jean para hacer la operación inversa, o sea subir a su carroza. -

Si, majestad. Creo que lloverá. - Dijo el sargento.

El emperador cerro de un portazo y la carroza salió a toda prisa hacia la frontera más cercana con Francia. Jean Galois tuvo que dar muchos pasos, para poder regresar a la patria, en cada uno de ellos su mente reconstruía la escena de su encuentro con el emperador de los franceses, con lo cual, la realidad del hecho iba tomando más y más matices...Y no todos ellos reflejaban la estricta verdad del acontecimiento. Para colmo, Napoleón había estado en lo cierto, a los pocos instantes comenzó a llover con tal fuerza que Jean Galois temió la llegada de otro diluvio. Cuando el sargento de Vieu-Chateau llegó a Paris, además de cargar con un catarro crónico. Su versión del encuentro con el emperador distaba ya bastante del estricto hecho, de la satisfacción de una necesidad biológica. Los amigos de Jean le añadieron de su cosecha cuando repitieron la anécdota a otros amigos. Así de boca en boca, la versión que le llegó a los oídos de Víctor Hugo, ya en nada se parecía a la verdad histórica. El emperador fue desterrado a Córcega; Jean Galois decidió que ya tenía bastante de vida aventurera, recogió sus ahorros y se encaminó de regreso hacia su pueblo. Esta vez lo hizo en el servicio de diligencias que recorrían la Francia. Ya estaba hasta las narices de tanto andar.

128


El Precio de La Salvación

En el camino de retornó a su paso por Marsella conoció a una jovencita de color recién llegada de las colonias. No lo pensó dos veces...La tomó por esposa y se la llevó consigo a Vieu-Chateau. Jean Galois compró un terreno junto a la entonces Place du Roy; los habitantes de Vieu-Chateau no habían estado muy al corriente de todo el galimatías ocurrido en Francia durante las últimas dos décadas. Jean construyó una gran posada, colocando en la puerta un letrero que decía “Café de Jean”, en el interior un pedestal con el busto del corso y otro con su casaca de sargento, la misma que había tocado la mano del emperador, cuando este descendió de la carroza con la firme intención de orinar. Jean Galois no hizo grandes negocios como posadero, ya hemos explicado que Vieu-Chateau nunca había sido un pueblo de paso para los viajeros de Francia, pero Jean Galois se lo pasó bastante bien con su joven esposa de color. Y alguna que otra vez tuvo la oportunidad de contar su anécdota con el emperador, a los raros inquilinos que llegaron a su posada. A la gente del pueblo, se la había contado tantas veces que cuando Jean Galois comenzaba a hablar de la campaña de Rusia, todos huían asustados. Un día el sargento murió. Ese maldito catarro crónico. Su esposa, que aún estaba de buen ver, vendió el café de Jean, incluyendo en el precio el busto del corso y la casaca, y con su dinerito se regresó a Marsella. Todas estas cosas estaban bien lejos de los pensamientos de Jean Paul Gassol en aquella mañana de domingo. El maestro era siempre el primer cliente del café de Jean en los días festivos, en los días de semana rara vez se le veía por el lugar, Jean Paul los dedicaba a sus clases en la escuela, en la que era el único maestro. Las tardes a sus lecturas, sus apuntes, sus reflexiones. Y desde hacía un tiempo a su botella de aguardiente. 129


MOISE-JARA

Jean Paul Gassol, el maestro, el sabio, el loco filósofo de VieuChateau, el hombre que había demostrado la no existencia de dios, se estaba poco a poco alcoholizando. La puerta del café de Jean aún permanecía cerrada cuando Jean Paul llegó frente a ella. -

¡Claude! Se te han pegado las sábanas. - Gritó el maestro al

tiempo que golpeaba en los cristales. -

¡Ya va! ¡Ya va! - Dijo Claude, abriendo la puerta, aún en

camisa de dormir. -

¿No tienes ganas de trabajar esta mañana? - Replicó Jean

Paul, entrando en el local y acomodándose en una de las mesas cerca del busto del emperador, que impertérrito permanecía en el lugar. Uno de los antiguos dueños del café de Jean

que ciertamente

desconocía la historia de la famosa casaca, la hizo añicos, utilizándola como trapos de cocina, con lo cual el pedazo del hombro, donde Bonaparte había colocado su ilustre mano, se perdió en la noche de los tiempos entre manchas de aceite y manteca de cerdo. -

¿Le sirvo un cafecito señor maestro? - Dijo Claude,

apareciendo por una puerta que daba a la cocina y ya convenientemente vestido. -

Bueno, un pequeño café...Y una gran copa de aguardiente. -

Respondió Jean Paul. -

¿No es muy pronto para el licor? - Dijo inocentemente el

tabernero. -

Nunca es pronto para el aguardiente. Es lo único que me

calienta el corazón. - Respondió Jean Paul que se puso a ojear los periódicos, que siempre llegaban a Vieu- Chateau con una semana de retraso. -

Yo lo decía porque son las seis cuarenta y cinco de la

mañana. - Dijo con acento de justificación Claude. 130


El Precio de La Salvación

-

No pienses demasiado, amigo Claude, la mente es uno de los

peores enemigos que tenemos; tú a lo tuyo a servir anisetes, cafés, aguardientes, sobre todo aguardiente. - Dijo el maestro con cierta amargura en su voz. -

Para mí el peor enemigo no es la mente. - Dijo Claude.

-

¡A no! ¿Y cuál es? - pregunto Jean Paul.

-

Mi peor enemigo es mi mujer. - Respondió el tabernero

irónicamente. En la entrada apareció la figura de Ana María, todos los días festivos la muchacha traía la leche al café de Jean, lo extraño del asunto es que durante la semana nunca quería hacerlo, siempre se las arreglaba para que fuera uno de sus hermanos el que lo hiciera. Pero los domingos, como conocía los hábitos de Jean Paul Gassol, la muchacha se las ingeniaba para aparecer por el café, todas las veces que le era posible. -

Buenos días profesor. - Dijo Ana María, mientras entregaba

la leche a Claude, pero tenía la atención puesta en el maestro de VieuChateau. -

¿Cómo te va Ana María? - Dijo Jean Paul, levantando por

unos instantes su mirada de los periódicos y aprovechando para tomarse un sorbo de aguardiente. -

¿Y a Ud. como le va? ¿Está escribiendo algo nuevo? - Dijo

la muchacha con ánimo de retener la atención del hombre. -

¿Escribiendo algo nuevo? - Repitió Jean Paul.

El maestro estaba convencido que con su tratado de la no existencia de dios, ya lo había escrito todo en la vida. -

No, nada...Nada nuevo. - Siguió Jean Paul.

En realidad hacía ya muchos años que el filósofo de Vieu-Chateau no escribía nada de nada...A veces garabateaba alguna idea en un papel, que guardaba a la vista durante un par de días. 131


MOISE-JARA

Finalmente la hoja iba a englobar el montón de apuntes que se encontraban dispersos por todos los rincones de la sala-comedor de su casa. -

¿Y tú Ana María, alguna nueva poesía? - Dijo Jean Paul.

-

Si, unas tres o cuatro que Ud. no conoce. - Respondió la

muchacha satisfecha de retener el interés del maestro. -

Lo que no entiendo es por qué no vas a proseguir tus

estudios a Marsella o a Montpelier. Le he dicho muchas veces al cabeza hueca de tu padre, que tienes condiciones para realizar estudios superiores. Escribes bien, ¡muy bien! - Replicó Jean Paul. -

No si mi padre y toda la familia están de acuerdo para que yo

vaya a estudiar afuera. - Dijo Ana María. -

Entonces ¿Qué esperas mujer? Quizá llegues a ser otra

Colette. - Dijo Jean Paul, que realmente estaba convencido del talento de la joven. -

Lo que ocurre es que yo no quiero marcharme de Vieu-

Chateau, aquí me siento bien. - Dijo ella -

No lo entiendo, tienes la oportunidad frente a ti y no la

aprovechas. - Dijo, en forma que pareció una perfecta estupidez, el maestro, dado que se encontraba en la más absoluta inopia acerca de los sentimientos de Ana María hacia su persona. -

Ud. también podría marcharse de este pequeño pueblo; pero

no lo hace. - Contestó ella. -

Una vez me marché....Hace muchos años, me marché. - Dijo

Jean Paul con nostalgia, mientras en su mente aparecía un tanto borrosa la imagen de Jacqueline. -

Pero regresó para quedarse aquí definitivamente. - Replico

ella, que con toda la fuerza de sus veinte años hubiera querido añadir. -

“Te quedaste aquí definitivamente cerca de mí” - Pero no se

atrevió; además en aquellos instantes acababa de entrar Pascal Diderot, que 132


El Precio de La Salvación

también era un asiduo cliente del café de Jean los domingos por la mañana, para poder conversar con Jean Paul Gassol. -

Buenos y radiantes días a todos y a todas. - Dijo Pascal.

-

Buenos días Pascal. - Respondió el filósofo.

-

¿Cómo estás Pascal? - Dijo Ana María, con un tanto de

fastidio, pues sabía que el recién llegado acapararía rápidamente la atención de su amado. -

No tan bien como tú. ¡Pero! - Agregó Pascal en tono pícaro.

-

¡Tonto! - Respondió Ana María contrariada por el hecho de

recibir un piropo de un hombre que no fuera Jean Paul y aprovecho para abandonar el lugar. Aunque con la firme intención de regresar más tarde. Mientras Pascal se instalaba en la mesa donde se encontraba Jean Paul; Claude, que había permanecido todo el tiempo detrás del mostrador, dijo en tono irónico dirigiéndose al maestro. -

Lo que Ud. necesita para calentarse el corazón Jean Paul, es

una Ana María, en lugar de tanto aguardiente. - Dijo Claude. -

¿Ana María?...Si podría ser mi hija. - Replicó el maestro que

seguía en la completa inopia. -

Ana María estaría bien para ti. - Continúo Jean Paul

refiriéndose a Pascal. Y entonces sucedió algo extraño en la mente del maestro de Vieu-Chateau; después de que había dicho esto, por unos instantes sintió unos inmensos celos de solo pensar que otro hombre pudiera tocar a Ana María. Pero todo esto lo guardó para sí mismo, no le prestó demasiada atención. -

No me busquen planes, que tengo edad de conseguírmelos

solo. - Replicó Pascal, que por aquellos entonces comenzaba sus pinitos con la mujer del alcalde y aunque lo mantenía en el mayor de los secretos, su orgullo de macho le hacía sentirse de lo más. ¡Hombre! 133


MOISE-JARA

-

Además las mujeres son un verdadero fastidio. - Agregó aún

Pascal, los dos hombres que se hallaban en el café de Jean, estuvieron de acuerdo con la aseveración del muchacho. Pero fue solamente al tabernero Claude, que se le ocurrió intervenir diciendo en voz alta. -

Las mujeres son un fastidio y todo terminan complicándolo.

- dijo esto Claude en el momento más inoportuno posible, pues el descomunal cuerpo de su oronda esposa, acababa de aparecer por la puerta de la cocina. -

¿Qué tonterías estás diciendo, Claude? - Dijo con severidad

la mujer. -

No…Yo hablaba de las mujeres en general. ¡Pichoncito! -

Dijo, intentando arreglar la cosa, el tabernero, que comenzó a sentir que aquel domingo sería trágico en su existencia. Porque a pesar de que Claude llamaba a su esposa

Pichoncito “la señora no tenía nada, que llevara a

pensar cierta similitud con el citado animalito”. De compararla con un animal, se la hubiera podido llamar, elefantito por su tamaño; leoncito por su carácter, serpientita por la calidad de sus mordidas. Pero nunca desde luego Pichoncito. -

Tu lo que debes hacer es hablar menos e ir a la cocina a

limpiar. - Dijo la mujer con voz de sargento. -

Estoy atendiendo a estos caballeros. ¡Pichoncito! - Replicó

con voz de lamento el tabernero. -

Estos caballeros. ¡Para lo que consumen! Que llamen cuando

te necesiten. He dicho a la cocina Claude y no quiero repetirlo, gruñó el elefantito, leoncito, serpientita, o como se le quiera llamar. -

Sí pichoncito, si. - Dijo obedientemente Claude, sin llegar a

comprender que el calificativo con que denominaba a su esposa, sonaba de lo más ridículo. 134


El Precio de La Salvación

-

Ya leí el libro de Sartre, que Ud. me prestó profesor. Aunque

debo confesarle que me gusta más Albert Camus que Sartre. - Dijo Pascal. -

Quizá Camus es más vital...pero considero que Sartre es más

profundo. - Respondió Jean Paul. Comenzaron a llegar nuevos personajes al café de Jean, algunos vecinos de Vieu- Chateau, que rápidamente ocuparon dos mesas donde comenzaron sendas partidas de velotte, en una de ellas se encontraba Escargot que además de no ser un excelente jugador, fastidiaba todo lo que podía y hacía trampas. También apareció Gastón Boulart, él, nunca perdía el tiempo en estúpidos juegos de azar, eso no estaba nada bien, ni de acuerdo con la rectitud y el orden de un caballero burgués que siempre había votado por el general De Gaulle, convencido de que el militar representaba las derechas francesas, Gastón Boulart se permitía un pequeño asueto los domingos por las mañanas, pero nada más. -

Pichoncito, tienes el café repleto de clientes. - Gritó Pascal,

al tabernero. Claude apareció en la puerta de la cocina con aire contrariado. -

Menos guasa Pascal...Menos guasa. - Dijo Claude, secándose

las manos en el delantal que traía puesto. Al darse cuenta de lo del delantal, se lo quito con rabia lanzándolo hacia un extremo del mostrador. Entro en el café Jean Dupont que fue a instalarse en compañía de Jean Paul y Pascal. -

¿Cómo van las cosas Monsieur Jean? - Pregunto Pascal.

-

Todo como siempre, en este pueblo nunca pasa gran cosa,

excepto cuando se me va la mano con el anisete y mi mujer me organiza la trifulca. - Respondió el padre de Ana María. -

¿Y qué vas a tomar Jean? - Dijo el maestro con sarcasmo.

-

¿Quizá un café? - Dijo Pascal con sorna. Jean Dupont

consulto su reloj de pulsera. 135


MOISE-JARA

-

Creo que es la hora del pastor...Claude sírveme un anisete. -

Dijo Jean convencido de que este domingo no se dejaría calentar la boca con la bebida. Poco a poco el café se fue llenando de visitantes, unos jugaban animadas partidas de cartas; el maestro y Jean Dupont bebían como cosacos, el primero aguardiente, el segundo anisete. Pascal Diderot les acompañaba, pero se mantenía prudente con respecto a la bebida. Claude tuvo que llamar a su pichoncito para que le ayudara en las tareas del bar. El pichoncito, vino acompañada por sus dos retoños, un par de adorables monstruitos que se dedicaron a servir en las mesas, que es, lo que les gustaba. Como el café se hallaba repleto, las mesas abarrotadas de clientes, los maravillosos pichoncitos retoños, encontraron la fórmula ideal para realizar un rápido servicio de las comandas. Se acercaban silenciosamente hacia la mesa donde debían efectuar el servicio, propinando patadas en las espinillas a los usuarios que les estorbaban. -

¡Huy! ¿Niño que haces? - Decía el cliente, al tiempo que se

movía de sitio. El improvisado camarero lanzaba el vaso o la taza hacia el consumidor y después lanzando un gruñido se alejaba del lugar. Gastón Boulart tomaba café con unas ligeras gotas de coñac y hacía esfuerzos para intentar conversar con Isaac el judío, que debido a su sordera, entendía al revés todo lo que Monsieur Boulart intentaba explicarle. -

Si apreciado amigo, es casi seguro que el hombre llegará

pronto a la luna. - Dijo Gastón Boulart. -

¿Que los niños duermen ahora fuera de la cuna? - Respondió

-

No, que ya estamos llegando a la luna. - Dijo Gastón alzando

Isaac. la voz. 136


El Precio de La Salvación

-

Qué cosas más raras cuenta Ud. a veces, querido Gasón. -

Replicó el viejo. -

Lo que pasa es que cada día está Ud. más sordo. - Dijo

Monsieur Boulart. -

En eso tiene Ud. razón Gastón...Hoy no me he puesto mi

gorro. - Dijo Isaac. Hacia las diez de la mañana hizo su solemne entrada Monsieur Alain Petit, Monsieur Petit se tomaba muy en serio su posición de alcalde de VieuChateau y los domingos por la mañana se dedicaba a recibir la pleitesía de sus queridos conciudadanos. Esto era algo, que Monsieur Petit no se perdía por nada del mundo. ¡Claro!, que había algunos ingratos que no le paraban bola, en especial Jean Paul Gassol. Pero su vanidad quedaba compensada por un montón de estúpidos, que en cuanto llegaba Monsieur Petit al café de Jean, dejaban todo lo que estaban haciendo, procurando sentarse lo más cerca posible del señor alcalde con el fin de estar al corriente de los secretos de palacio. Allí estaba siempre Escargot que era un especialista en dar coba a su jefe, también había un tal Roger, aspirante a pelota, con miras a reemplazar a Escargot el día de su jubilación. En Vieu-Chateau los puestos de trabajo debían prepararse con mucha antelación. A la entrada del señor alcalde, solo le faltaba que se hiciera sonar el himno de la marsellesa para que la cosa fuera del todo un acto oficial de la República. Alain disfrutaba sentándose cada domingo en una mesa distinta y contemplando como el populacho se afanaba y a veces hasta se peleaba, para conseguir su plaza, lo más cerca posible del hombre más rico de VieuChateau. 137


MOISE-JARA

-

¿Y qué nos cuenta hoy de interesante el señor alcalde? -

Preguntó Roger, anticipándose a Escargot que se había demorado unos instantes en su mesa de juego, intentando buscar a alguien que le reemplazara en su lugar. -

¿Quiere Ud. ocupar mi puesto Monsieur Boulart? - Dijo

Escargot. -

Yo no Juego juegos de azar. - Respondió con sequedad

-

No, sino estamos jugando al azar. Estamos jugando a la

Gastón. velotte. - Dijo inocentemente Escargot. -

No gracias. - Repitió Monsieur Boulart y pensó

-

“Este fulano además de idiota, es un perfecto ignorante”.

-

¿Ya nos dejas, Pascal? - Dijo Jean Dupont, cuyo rostro ya

empezaba a colorearse por los efectos del anisete. -

¿Ya te marchas? - Agregó Jean Paul.

-

Tengo que ocuparme de mis vacas. - Dijo con acento un

poco inseguro Pascal. -

Ya será alguna vaca de dos patas, o mejor dicho de dos

piernas. - Dijo Jean Dupont. -

Los animales no conocen de fiestas ni de domingos. -

continuó Jean Paul, saliendo a la defensa de su amigo Pascal. El cual, dentro de una fingida sonrisa, abandonó el café de Jean, para encaminarse con rapidez y prudencia hacia la parte posterior de la casa del señor alcalde. Pascal, una vez se encontró junto al muro de piedra que protegía y delimitaba la mansión Petit, lanzó un pequeño silbido. -

Por aquí. - Dijo la voz de Louise, que se encontraba

esperando del lado interior del muro.

138


El Precio de La Salvación

Pascal se coló por una pequeña brecha que había en la construcción (esas benditas y oportunas brechas que evitan más de una rotura de huesos a los alocados amantes). Louise, apareció ante los ojos del muchacho, radiante de belleza; la mujer, estaba vestida con tan solo una bata de fantasía que dejaba adivinar, incluso fantasear sobre el contenido que podía haber en el interior En todas las entrevistas que hasta el momento habían mantenido, Louise y Pascal, ella siempre le recibió convenientemente vestida. A parte de caricias, besos y toqueteos, nunca las cosas fueron más lejos. Louise se complacía en gozar de la ardiente pasión que despertaba en el muchacho, procurando prolongar la opereta trágico-cómica al máximo. No obstante, aquella mañana la esposa del alcalde se había quedado dormida, tuvo el tiempo justo de colocarse una bata por encima de su ropa interior, aunque su fino instinto de mujer, hizo que se pusiera también unas medias que sujetó con un sexy liguero. -

Te he estado soñando toda la mañana. - Dijo Pascal, mientras

intentaba abrazarla. Cosa que no pudo llegar a consumar; Louise le cogió, en un rápido gesto, de la mano para arrastrar al muchacho hasta el apéndice izquierdo de la propiedad; donde ella tenía su rincón privado. Pascal era el primer hombre que tenía acceso al refugio secreto de la señora alcaldesa; los anteriores devaneos de Louise de la Foret, nunca se habían producido con personajes del pueblo y sus encuentros amorosos, siempre se realizaron fuera de Vieu-Chateau. Louise, introdujo a Pascal en una pieza coquetonamente arreglada, que más parecía un saloncito de recepción, que otra cosa, desde luego nada que ver con la “vulgar” “cámara de reflexión” de Monsieur Alain Petit. La mujer se sentó en un sofá y dejó que Pascal lo hiciera a su lado; él volvió a comenzar con la frase que ya tenía ensayada. 139


MOISE-JARA

-

Te he soñado toda la mañana. ¡Qué digo! Te sueño todo el

tiempo. - Dijo Pascal -

Yo también pienso mucho en ti...no sé qué me pasa...soy una

mujer casada. - Dijo ella en tono de melodrama, cosa que le gustaba mucho e indiscutiblemente hacía más excitante la escena. -

¡Oh! Louise! Estoy locamente enamorado de ti. - Eso

también lo tenía ensayado el muchacho, que debido a su juventud aún no era un experto en eso de contar mentiras a las mujeres, además, lo de locamente enamorado, se iba a convertir en una triste realidad para Pascal; si bien en esos momentos el joven muchacho, se sentía más motivado por los fuertes deseos de poseer a la mujer, que por los espirituales conceptos del amor, en un futuro cercano, Pascal Diderot pagaría caro su devaneo con Louise, nacida de la Foret. El muchacho, que por cierto, poseía una extrema sensibilidad, se enamoraría verdaderamente de la esposa del señor alcalde; lo que al principio sólo era un sentimiento de orgullo de macho, de macho capaz de ponerle los cuernos al primer mandatario del pueblo...lentamente se transformaría en un desesperante dolor. Pascal se sentiría corroído por los celos hacia el ignorante y abusado Monsieur Petit. Pero bueno, en aquellos momentos en el apéndice izquierdo de la casa de los señores de Petit, las cosas aún no se encontraban ahí. Pascal flotaba en el limbo de las ilusiones, su cuerpo, encendido como una antorcha, despedía calor y pasión; Louise comenzó a percibirlo con fuerza, la mujer se sentía atraída cada vez más hacia el juego del pecado. -

Cuando pienso Pascal, que tengo veinte años más que tú.

¿Qué locura? Eres como un demonio tentador. - Dijo ella consciente de que iba perdiendo su firmeza. Lo de demonio, lo dijo para poder mandarle las culpas de lo que iba a suceder, al pobre y siempre mal comprendido Satanás. 140


El Precio de La Salvación

-

¡Te deseo Louise!, te quiero con toda la fuerza de mi

corazón, quiero vivir toda mi vida a tu lado. - Dijo él en forma espontanea, saliéndose por completo del libreto, pues esto último no lo tenía ensayado. Al mismo tiempo que hablaba, Pascal comenzó, a buscar con su mano, el emplazamiento de los botones que cerraban la bata de fantasía de Louise. Ella se dejó hacer...Al poco tiempo, la bata se encontraba en el suelo, Louise en sujetador y slip y naturalmente con el sexy liguero que sujetaba sus medias. La imagen de la mujer en ropas menores, terminó de excitar a Pascal, que se desnudó con rapidez, mostrando la protuberancia que distingue a los hombres de las mujeres. Ya completamente desnudo comenzó con el rito de terminar de desvestir a Louise; esta se hallaba encantada con el descubrimiento de la masculinidad de Pascal, lo asió entre sus manos, lo acarició y finalmente se lo llevó a su boca. El hombre se sintió desvanecer complacido, luego recuperando un poco su ánimo, imitó a su maestra. Todo se embrolló en un galimatías de placer y lujuria. La esposa del señor alcalde, se encontraba tendida en el sofá, con sus piernas bien abiertas y ligeramente levantadas. Pascal, navegaba encima de ella, buscando la entrada. -

¡oh! Así...Así. - Dijo la mujer.

El joven hizo el último esfuerzo y...adentro. Fue en aquel instante, que el señor alcalde se detuvo un momento en el discurso que estaba ofreciendo a sus conciudadanos. Monsieur Petit sintió un ligero escozor en la frente, a la que llevo su mano, dándose un par de pequeñas palmaditas. - Una mosca. - Pensó el señor alcalde. - Y, como iba diciendo. - Prosiguió el honorable Monsieur Petit.

141


MOISE-JARA

Jean Dupont, continuaba sentado al lado de Jean Paul Gassol, pero contrariamente a las buenas intenciones que traía a la hora de su llegada, ya se le había calentado la boca. El padre de Ana María y el maestro de Vieu-Chateau, se encontraban lanzados en una silenciosa carrera, con el fin de establecer ¿quién de los dos? ingería más alcohol. El aguardiente, que en un principio, iluminaba la mente del filósofo, siempre terminaba dejándolo triste y melancólico. Jean Paul se encontraba en el comienzo de esta segunda fase, muy al contrario Jean, con su anisete se sentía cada vez más contento y eufórico. -

Siéntese un rato con nosotros, Monsieur Boulart. - Dijo Jean

Dupont dirigiéndose a su austero vecino; que se encontraba de pié en el salón, pues había abandonado su lugar junto a Isaac, convencido de que le era completamente imposible el llegar a conversar con el viejo usurero. -

Gracias Monsieur Dupont, pero ya sabe Ud. que yo no bebo.

- Respondió Gastón. -

Pero, siéntese un rato para conversar. Una cosa es que no

beba, otra que no hable. - Insistió Jean Dupont, que ya se encontraba un tanto cargado y cuando esto sucedía, se ponía terriblemente pesado. Gastón Boulart consultó su reloj de bolsillo y encontró la escusa. -

Son más de las once y media, Monsieur Dupont. Germaine

me espera para la comida. En mi casa siempre comemos a las doce en punto, es bueno mantener el orden y la disciplina en todo. Si no, adonde iríamos a parar. - Dijo Gastón Boulart y se retiró. -

¡Oye Jean Paul!, éste cuando lo hace, debe de ser todo un

número, con orden y disciplina. Primero me saco los calzoncillos. Segundo… - Dijo el padre de Ana María, que ya estaba lo suficiente borracho, como para empezar a tutear al maestro. Jean Paul también se encontraba entrando de lleno en su segunda fase. 142


El Precio de La Salvación

-

¿Qué es la vida? un frenesí, una sombra, una ficción. En

realidad, la vida lo que es...es una m...., querido Jean. - Dijo el maestro. -

¡Hombre! Te diré. Depende del día y del momento, por

ahora a mí me parece bella. De aquí un rato, llegará mi hija, me llevará a la casa. Una vez que me encuentre delante de mi esposa, seguro que me llamará borracho, me sentiré culpable. Entonces la vida me parecerá...eso que tú has dicho, ¿Pero sólo un ratito?, hoy es domingo y tengo derecho a mi siesta. Por la noche ya estaré bien, después de haber dormido la mona. – dijo filosofando, Monsieur Dupont. Gastón Boulart caminaba con paso tranquilo en dirección hacia su casa, allí le esperaba su fiel y disciplinada esposa, con la sopa de legumbres de los domingos, unas legumbres que habían sido elevadas con mucha rectitud en el huerto de Monsieur Boulart, todas derechas...ninguna torcida. No obstante, tanta rectitud, tanto orden, tanto concepto de derechas y tanta monserga. Algo sonaba a falso, en ese enjuto caballero, que parecía vivir solamente en función del respeto a las normas establecida. Además, establecidas por los otros. Le enfoqué de cerca con la cámara de la vida...y me adentré en sus íntimas vivencias. -

Germaine, mañana debo hacer mi viaje mensual a Marsella;

tendrás preparada mi maleta. - Dijo Gastón, mientras ojeaba un libro de cuentas. -

Ya está todo preparado Gastón, siempre lo hago con

anticipación. ¡Oye querido! ¿Por qué no me llevas un día contigo a Marsella? - Dijo Germaine, que si bien aceptaba como normal desde hacía años la austeridad que le imponía su cónyuge. No por ello, había dejado por completo de ser mujer. Mujer con sus pequeñas fantasías , sus deseos, de poder llegar a pasar un día entero paseando por una gran ciudad, curioseando los escaparates en donde se podía apreciar la ropa a la moda. Ella no había 143


MOISE-JARA

tenido nunca un vestido elegante, ni ropa interior, como la que había visto en las revistas. Todo en su vida había siempre sido de color gris, en días grises...hasta gris, era el camisón que muy de tanto en tanto, Gastón se dignaba levantar, para buscar a tientas. (Porque los actos conyugales entre los esposos Boulart, siempre se efectuaban en la más estricta oscuridad). Como debe ser en una católica pareja de derechas. ¡Claro!, que Germaine, tampoco era muy aficionada a estas cosas del sexo. La verdad es que nunca lo había gozado. Más bien lo consideraba como un deber, un deber de su condición de esposa. Y aunque últimamente había conseguido leer en un Reader's Digers, unas cosas que la turbaron un poco al respecto...No podía ser verdad, que la buena de su mamá y el perfecto de Gastón, la hubieran estado engañando durante todo este tiempo. Ese Reader's Digers debía de contar muchas mentiras. -

¡Pero Germaine! Nunca llegas a comprender que nuestra

situación económica, no nos permite fantasías. Yo, voy a Marsella solo con el fin de negociar nuestros productos, ya es bastante fastidioso y caro el viaje. - Agregó Gastón. -

Entonces por qué no los negocias aquí. - Dijo Germaine con

esa lógica aplastante que a menudo utilizan las mujeres. -

Porqué en Marsella se obtiene un treinta por ciento más en el

precio. - Respondió Monsieur Boulart...Eso era verdad. -

Todo lo hago con el fin de traer el máximo para el hogar. -

Continuó Gastón en tono lastimero... Eso era mentira. -

Lo sé cariño, lo sé. Disculpa mi insistencia. Es que me

gustaría tanto conocer Marsella. - Dijo Germaine, convencida de que no iba a ser en esta ocasión. 144


El Precio de La Salvación

-

Te prometo que un día te llevaré a Marsella...mujer. - Dijo

Gastón, aunque esta promesa ya se la había hecho a su esposa en múltiples ocasiones. En realidad, Monsieur Boulart nunca había precisado el día. Quizá lo tenía previsto para el día del fin del mundo. A la mañana siguiente, Gastón se marchó como era su costumbre cuando viajaba a la ciudad. Abandonó Vieu-Chateau a las cuatro de la madrugada; montado en su caballo galopó hasta llegar al pueblo de Geraldine. Por Geraldine pasaba la vía del tren que desde Niza llegaba hasta Marsella. Allí Monsieur Boulart cambió su montura por un asiento en el ferrocarril. El enjuto caballero arribó a Marsella, alrededor de las diez de la mañana. La primera cosa en que se ocupó Gastón, después de abandonar la Gare de Saint Charles, fue el visitar a Monsieur

Antoine

Peletini, un

marsellés de origen italiano, que se ocupaba de vender los productos que nuestro hombre le enviaba desde Vieu-Chateau. -

¡Buenos días Monsieur Antoine! - Dijo Gastón, entrando en

un despacho, hecho con tablas de madera, viejos sacos y papeles de periódico, que Peletini tenía instalado en el mercado de abastos de la ciudad. -

¡Y, Gastón! ¿Otra vez aquí? - Dijo el comerciante.

-

Ya ha transcurrido un mes desde mi última visita, Monsieur

Antoine. - Respondió Monsieur Boulart. -

¡Qué rápido pasa el tiempo! no se da uno cuenta y le pasa a

uno la vida. ¿No es así Gastón? - Dijo Peletini. -

Si, Monsieur Antoine. - Respondió Gastón, que no tenía ni

la más remota intención de contradecir a su cliente. -

Vengo por mi dinero. Por la pasta, como dice Ud. Monsieur

Antoine. - Continuó Gastón, muy a lo suyo. 145


MOISE-JARA

-

Siéntate un momento, enseguida hacemos cuentas. -

Contestó el comerciante. Antoine Peletini y se puso a remover un sinnúmero de papeles y facturas, que desordenadamente se encontraban sobre la mesa que le servía de escritorio. -

¿Siempre me pregunto, cómo llega Ud. a encontrarse en

medio de todo este lío? - Comentó Gastón -

Aquí nada se pierde, querido amigo. Y todo este jaleo de

papeles me es muy conveniente, cuando aparecen los inspectores de impuestos. - Dijo en tono burlón Monsieur Antoine, que consiguió encontrar una libreta, con grandes manchas de aceite, en la que guardaba su contabilidad. Una vez la hubo consultado dio la suma a Monsieur Boulart. -

Estás de acuerdo Gastón, esto, es lo que te debo. - Dijo

Peletini. -

Exactamente Monsieur Antoine. Aparte claro, del dinero

que le tengo prestado. - Dijo Monsieur Boulart. -

Bueno por eso, este mes te pagaré los intereses. A partir del

próximo te lo devolveré en tres cuotas. ¿O.K.? - Dijo Antoine. -

Me parece bien. - Respondió Gastón.

Mientras Peletini extraía de un cajón un montón de billetes y se los entregaba a Gastón Boulart. -

Hasta el mes próximo Monsieur Antoine. - Dijo Gastón

después de haber contado el dinero. -

¿Hasta la próxima? - Respondió el comerciante.

Gastón Boulart, desde el mercado de abastos, se dirigió a la Caja de Ahorros en donde ingresó la mayor parte de la suma que le había dado Peletini. -

Aquí tiene su libreta de ahorros Monsieur Boulart. - Dijo el

empleado, después de haber registrado el ingreso. 146


El Precio de La Salvación

-

Venga a abrirme mi caja de seguridad por favor. - Pidió

Gastón al empleado, los dos hombres se dirigieron juntos hacia el sótano de la entidad. -

Disculpará señor Boulart., pero tanto tiempo que le veo venir

solo a ingresar. - Preguntó el empleado. -

¡Bueno!...Mis pequeños ahorrillos. Algo para la vejez. -

Respondió Gastón. -

¡Ahorrillos! Señor Boulart. Tiene Ud. en esa libreta una

verdadera fortuna, puede comprar la Opera de París con actores y todo. - Dijo el empleado. -

¡Ud. que exagera!..¡Ah! Y no hace falta que se retire, solo

deposito la libreta y ya me marcho. - Dijo Gastón, con una pequeña sonrisa interior que demostraba; que su interlocutor estaba en lo cierto con respecto a lo de la Opera. -

Su esposa debe ser muy feliz con un marido tan rico. -

Continuó el empleado, mientras los dos hombres se encaminaban hacia la salida. -

¿Mi esposa?...Mi esposa no sabe en realidad de esta libreta.

Por eso está abierta únicamente a mi nombre, si lo supiera ya estaría fastidiando. Cómprame esto. . .cómprame lo otro. - Dijo Gastón -

Es verdad que las esposas mucho fastidian. - agregó el

empleado. -

No sabe Ud. cuanto fastidian...Y hasta joden. - Dijo Gastón

utilizando una palabra poco corriente en su esmerado vocabulario de hombre de derechas. -

Aunque como dice el dicho...Mujer que no jode…es hombre.

-

Respondió el empleado, con intención de hacerse el

gracioso, delante de aquel cliente, que siempre mostraba “cara de pocos 147


MOISE-JARA

amigos", pero Gastón Boulart no le prestó ni la más mínima atención, sin apenas despedirse, abandonó la entidad financiera con la mayor rapidez. A partir de ese momento, nuestro personaje, parecía transformado. Todo comenzó a hacerlo a un ritmo mucho más acelerado; en primer lugar, se detuvo en una floristería de la Canabiere, donde adquirió un espléndido ramo de rosas, pero no se las llevó consigo, solo las pagó, pidiendo que hicieran el favor de guardárselas. Después se dirigió a un lujoso restaurant, que se encontraba en la misma avenida principal de Marsella, un poco más abajo de la floristería, o sea en dirección hacia el Viejo Puerto. Gastón se acomodó en una mesa del establecimiento, la silla y el mantel le recibieron con familiaridad...lo que demostraba que nuestro hombre era asiduo conocedor del lugar. -

¡Que gusto de verle por aquí! Monsieur Boulart. - Dijo el

maître, con una amplia sonrisa en su rostro. -

¿Que tiene de bueno, para ofrecerme, François? - Preguntó

-

Como siempre...lo mejor para el señor. - Respondió el maître

Gastón. y comenzó a enumerar la lista de sus exquisitos platos. Gastón escogió excelentes guisos, acompañados por sus respectivos y lujosos vinos. Por todo ello, pagó una excelente y lujosa cuenta. Monsieur Boulart iba realizando todos sus gestos, en el interior del restaurant, con una extraordinaria parsimonia. La clásica parsimonia que tienen los cretinos...cuando muy conscientes de lo cretino que son, dedican toda su atención a darse gusto a sí mismos. Terminada la opípara comida, que en nada se parecía a la dieta que le exigía a su esposa en Vieu-Chateau. Gastón Boulart, sacó un sobre del bolsillo izquierdo de su chaqueta; del derecho un fajo de billetes, contó una cantidad determinada del fajo y los introdujo en el sobre, guardando el resto en su bolsillo derecho. 148


El Precio de La Salvación

-

Henriette avec amour. - garabateó Gastón en el sobre, y lo

guardó en su bolsillo izquierdo; después se levantó y abandonó el local. A bordo de un taxi, Gastón Boulart se detuvo frente a la floristería, descendió unos instantes y recogió su encargo, de nuevo instalado en el vehículo, ordenó al taxista de conducirle a una dirección, cerca del Viejo puerto. El automóvil de alquiler, depositó al enjuto caballero de derechas, frente a un pequeño callejón, cercano a Notre Dame de la Gare. Gastón pagó la carrera, se apeó y consultando su reloj, comprobó que eran las dos en punto de la tarde. Ya en el interior del callejón, Monsieur Boulart se detuvo frente a una mal cuidada puerta de madera, golpeó con los nudillos. -

¡Henriette!, Soy yo. - Dijo Gastón.

La puerta se abrió y apareció una provocativa rubia en ropa interior de color negro, que le cubría escasamente, sus abultados senos y su incitante grupa; la mujer llevaba también un corto camisón de nylon por encima, para poner un poco más de ambiente al asunto... A primera vista, daba el golpe. Pero si se la miraba detenidamente, se podía percibir, que no era rubia natural, que sus carnes comenzaban a pasarse, quizás por el uso intensivo de… En fin que de lejos, bueno... ¡pero de cerca!, de cerca nada de nada. -

¡Querido Gastón! ¿Cuánto te he extrañado? - Dijo Henriette,

eso era mentira. -

Pero, pasa, pasa cariño. - Continuó la mujer, lo de pasa, pasa,

era verdad. Lo de cariño. Ni fu, ni fa. -

¿De verdad me has extrañado? - Preguntó Gastón, al que

parecían gustarle las mentiras de Henriette, mucho más que las verdades de Germaine. Y es que por los años 1968, había muchos hombres en el planeta 149


MOISE-JARA

tierra,

a

los

que

les

gustaba

el

masoquismo

mental.

Después del año 1968, también. Gastón entró en la casa de Henriette, como Pedro por su casa, con lo que nos estaba delatando, que no era nada primerizo, en eso de visitar a la Henriette. ¡Menudo sinvergüenza! -

¡Claro que te he extrañado! - Dijo la mujer con un poco de

-

Vienes a verme, ¡tan poco! - Esto lo dijo la misma mujer, lo

retraso. dijo de corridito y también era mentira. Gastón se sentó en un silloncito, tapizado en rojo-granate, que se encontraba en el salón Nuestro hombre se mantenía muy erguido, con las piernas juntitas y aguantando la pose; como debe ser todo un caballero francés. Monsieur Boulart alargó su brazo en una forma bien extravagante y que no venía para nada a cuento, quería que Henriette se diera cuenta, que le había traído flores. -

Solo vienes una vez al mes. Eso es tan poco para mí. -

Continuó mintiendo la rubia desteñida; que ya se había dado cuenta de lo de las flores. Henriette terminó por coger el ramo y lo colocó, mejor dicho, lo dejó caer en una mesita cercana. Monsieur Gastón, sintió un gran alivio, por el hecho de poder volver a colocar su brazo en una posición normal. En cuanto a la frase “Solo vienes una vez al mes”...con la que Henriette quería hacer ver a Gastón, que le estaba reprochando su poca asiduidad. Eso también era mentira, no sólo mentira. Si no, eso precisamente era lo que más le gustaba a Henriette del señor Gastón, que solo apareciera una vez al mes y que lo hiciera con tal orden y regularidad, que le fuera fácil a la mujer tenerlo previsto de avance. 150


El Precio de La Salvación

Porque Henriette, antigua prostituta, que había conseguido retirarse de las calles, entretenía una corte de pueblerinos, tipo Gastón, que la visitaban regularmente a cambio de una cuota fija al mes. A todos hacía creer, la astuta mujer, que les dedicaba sus encantos en exclusiva. Con Gastón Boulart no había habido nunca ningún problema, pero había otros, verdaderos anarquistas. Se presentaban en el momento en que menos se les esperaba y Henriette tenía que inventarse, de esas escusas. Que ni en las más intrincadas comedias de vodevil. -

¡No, hoy no puedo Charles! No, no puedes entrar, he tenido

que traer a mi madre a la casa, está enferma. Ven pasado mañana. -

Decía Henriette, cerrando la puerta en las narices de Charles,

después subía a toda prisa hacia su habitación. -

¿Quién era, Henriette? - Preguntaba Claude, que se

encontraba completamente desnudo sobre la cama. -

La estúpida de mi vecina, que siempre viene a pedir cosas,

en los momentos más inoportunos. Ya me la saqué de encima. ¡Por cierto Charles! - Dijo Henriette metiendo la pata. -

¡Nena! Yo me llamo Claude. ¿Quién es ese Charles? - Decía

-

¡Pero qué grandota la tienes, Claude! Ya está a punto para

Claude. que tu ¡nena! se la coma. Decía disimulando Henriette, que quitándose con rapidez la poca ropa que le cubría el cuerpo, se lanzaba sobre la cosita de Claude, la cual sometía a una aspiración profunda. -

¿Quién es eeesssseeeee? - Quería repetir Claude, pero ya no

podía, la voz se le perdía por la punta de... -

¿Quieres café, Gastón? - Preguntó Henriette, otra vez en el

presente de la escena que estábamos siguiendo. -

No cariño; hoy vengo decidido a destrozarte. - Dijo Gastón. 151


MOISE-JARA

-

¿A destrozarme? - Repitió ella con picardía...Henriette,

conocía bien los hábitos y las posibilidades de sus clientes. -

Estoy de lo más caliente...Te lo voy hacer seis o siete veces.

- Dijo Gastón Boulart, muy convencido, quizá por eso de que sólo venía una vez al mes, el hombre quería aprovechar al máximo. La verdad fue que el segundo le costó lo suyo, el tercero, ni lo intentó. No obstante, Henriette continuaba haciéndose la remolona, ya había recibido las flores, aunque eso no le importaba demasiado. Las flores no se comían, lo que estaba esperando Henriette, era ver aparecer el sobrecito que Gastón tenía en su bolsillo izquierdo. A la mujer, le había quedado la costumbre de cobrar siempre por anticipado, costumbre de aquellos días en que Henriette se veía forzada a ganar su pan en las calles de Marsella. ¡Claro que no exactamente con el sudor de su frente! Cuando finalmente Gastón, cuyos pensamientos se encontraban inmersos en un mundo de lujuria, maquinalmente se llevó la mano al bolsillo izquierdo de su chaqueta, extrajo el sobre, y lo depositó discretamente sobre la mesita, donde aún permanecían tiradas las flores. Henriette exhaló un suspiro y bajándose el sujetador, le mostró sus abundantes senos al austero caballero de Vieu- Chateau. -

¡Y mi palomito! ¿Qué esperas? - Dijo ella, nunca mejor

dicho lo de palomo. En esta ocasión, Henriette incluso hubiera podido decir, pichoncito, cándido pichoncito. -

Así me gusta, mi bella gatita. - Dijo Gastón entusiasmado.

Ahí, cabía la posibilidad de decir. “Mi bella vaquita.", por la abundancia que sin lugar a dudas, poseía la señora. Dejé a Gastón en su erótica aventura, parecía que el justo, ordenado y metódico, caballero de derechas. en realidad era un cretino con dos caras, incluso con dos actitudes, diametralmente opuestas. Enjuto personaje, 152


El Precio de La Salvación

ahorrativo, escrupuloso, disciplinado, con rectitud, hasta con estúpida monotonía, lo que se dice “un hombre de bien”, todo esto con Germaine. Vicioso, con desparpajo, mal hablado y lujurioso, con Henriette. Además con esta última “palomo”, que en lenguaje terrícola, parece que es algo así como “tonto” o “primo”, en una palabra, el que paga. Porqué Henriette, además de su corte de pueblerinos, los paganos; la mujer mantenía relaciones con un tan Jules, un macho marsellés con cara de malo y gorro apache, tipo duro a lo Belmondo, que según él, decía, no había nacido para cosas tan vulgares, como es la de “trabajar”. Jules se dedicaba a llevar la contabilidad de la gatita y de un par de gatitas más, que menos inteligentes que Henriette, estaban obligadas de ganárselo en la calle. Y resulta que el tal Jules, a pesar de su apariencia, de rompe todo, lo que en realidad deseaba en el fondo de su corazón, era ser amado, todo lo que obtenía de sus fervientes trabajadoras se lo entregaba a Pierrot, que era el único que había comprendido, “la necesidad de amor” de Jules; de esta forma, el dinero de Monsieur Boulart y los demás paganos.iba a terminar. Bueno, la verdad es que yo, ya me encontraba hecho un lío, con ese galimatías terrícola de los amores cruzados. Cargué con mi cámara de la vida y me regresé a Vieu-Chateau. El alcalde volvió a sentir la mosca en la frente, en un par de ocasiones más. Ana María, apareció acompañada de su hermana Claudette, ambas muchachas, en busca de su progenitor, el cual, viendo acercarse el temporal, insistió en invitar a Jean Paul al almuerzo. Cosa que le pareció una excelente idea a Ana María. -

¡Vamos profesor! No vas a comer solo en tu triste guarida. -

Dijo Jean. -

Tu lo que quieres, es que te pare los golpes. - Respondió el

maestro. 153


MOISE-JARA

-

Estoy segura que mamá estará encantada con su presencia. -

Dijo Ana María. -

Venga con nosotros maestro, la comida está preparada. -

Dijo Claudette, siguiendo el ritmo de todos los miembros de su familia. Jean Paul Gassol, aceptó la invitación, todos se dirigieron hacia la casa de los Dupont. Ana María-madre, no dijo nada viéndoles llegar, pero en un instante de descuido de Jean Dupont justo cuando éste salía del baño, después de haberse lavado las manos; la mujer le propino un gran pellizco y dijo bajito al oído del hombre. -

¡Eres un borracho! - Dijo ella.

-

¡Ay! - Dijo Jean, que comenzó a sentirse culpable.

-

¿Qué te sucede, papá? - Pregunto Henri.

-

Nada hijo...que por aquí están disparando con bala. -

Respondió Jean. -

Lo que pasa, es que otra vez tu padre viene borracho. - Dijo

Ana María-madre, en esta ocasión, a plena voz, para que la oyeran todos -

Solo unas pequeñas copitas. - Intervino Jean Paul,

defendiendo. -

Ud. tampoco está nada claro. - Replicó la mujer.

-

¡Ah! si es así, me marcho. - Dijo el maestro, haciendo la

acción de levantarse de su asiento, aunque en realidad no tenía ninguna gana de hacerlo; Jean Paul comenzaba a ver pequeñas mariposas que flotaban en el aire. -

No

Jean Paul, si Ud. sabe que en ésta casa todos le

apreciamos, pero la verdad, es la verdad. - Dijo Ana María-madre y volviéndose hacia su esposo, prosiguió. -

Pero tú, eres un borracho, debería darte vergüenza, delante

de tus hijos. - Agregó la esposa. 154


El Precio de La Salvación

Jean Dupont se sintió aún más culpable, ese era el momento, en que el anisete se convertía en arsénico. Jean no dijo nada, en verdad le dio vergüenza, se sentó y ya no despegó los labios, más que para comer. -

Bueno...entonces, me quedo. - Dijo Jean Paul Gassol, un

poco a destiempo y volvió a afianzar su posterior en la silla. La comida fue armoniosa y a partir de ese momento se desarrollo con calma. Jean Paul, miró al techo distraídamente cuando Ana María-hija, bendijo la mesa y dio gracias al Supremo por el sustento. A pesar de ello, el maestro de Vieu-Chateu, comió sin ningún tipo de escrúpulos. Ana María-hija, se desvivió para que el filósofo estuviera bien atendido, cosa que sorprendió un poco a su madre, aunque sin llegar por ello a sospechar nada acerca de los sentimientos que su hija profesaba a Jean Paul. Terminada la comida, Claudette y Henri, se marcharon a los cursos de catecismo que todos los domingos por la tarde, organizaba madame Curie. Jean Paul y Jean Dupont, se dieron una cabezadita en un par de sillones que se encontraban junto al hogar. Ana María-madre y Ana María-hija, se ocuparon de las faenas de la cocina, una vez terminadas, la madre se acomodó delante del televisor, la hija delante de donde dormía Jean Paul, fingió bordar, aunque su atención estuvo, más pendiente del maestro que de la aguja y el hilo. El filósofo de Vieu-Chateau, durmió más de dos horas, las durmió tranquilo y relajado, cosa que hacía mucho tiempo no conseguía, cuando despertó, las maripositas habían desaparecido. -

¡Qué bello es! - Se decía para sus adentros Ana María-hija,

contemplando al durmiente filósofo. Y tantas veces lo repitió la muchacha durante las dos horas que duró la cosa, que ya no pudiendo resistir más, me acerqué con la cámara de la vida a unos tres palmos del personaje. Yo no llegaba a captar toda esa belleza que repetía la muchacha. 155


MOISE-JARA

Si era verdad que Jean Paul se había quedado dormido con el rostro ligeramente inclinado, mostrando su ángulo más fotogénico, pero todo y así, no era para tanto. También de la parte de Ana María-madre pude percibir una exclamación interna que venía a significar algo así como ¡Qué guapo! Supuse que se refería a su marido. ¡Cuanta obsesión había en estas mujeres terrícolas hacia sus hombres!, que llegaban a ver las cosas con un tanto de exageración. Acerqué mi cámara hacia la madre, ¡ojo!, me había equivocado, el ¡Qué guapo! no iba por Jean Dupont. Ana María-madre estaba viendo en la televisión una película de Paul Newman. Lo primero que vio Jean Paul Gassol cuando abrió sus ojos. No, ya no fueron mariposas. Vio el rostro de Ana María-hija que lo contemplaba; al principio lo vio un poco borroso, la estancia se encontraba semi

en

penumbras, por eso de que la madre estaba viendo la película de Paul Newman; cuando los ojos del maestro, se habituaron al ambiente, el rostro de la muchacha le recordó a alguien. Aunque no fue a Jacqueline. Jean Paul Gassol vio en el semblante de Ana María-hija una gran belleza, le recordó a la muchacha que se encuentra dibujada en los potes de leche condensada la lechera; Jean Paul, siempre había sido un fanático de la leche condensada. Jean y Ana María Dupont hicieron las paces por la noche, los terrícolas dicen que las parejas arreglan cantidad de sus problemas en la cama. ¡Quizá sea verdad! Lo que también parece cierto es que este capítulo es sin lugar a dudas el más erótico del relato. Pascal y Louise se despidieron con un abrazo. Lo demás ya lo tenían todo hecho; el muchacho parecía estar flotando en nubes de algodón, franqueó el muro de un solo salto, se sentía hombre-hombre, se sentía contento, se sentía feliz, se sentía guapo, se sentía supermán, se sentía 156


El Precio de La Salvación

enamorado. Ya casi ni se sentía. En el abrazo de despedida Louise también experimentó mucha ternura, era una cosa que no le sucedía desde hacía muchos años. -

¡Cuidado te vas a enamorar de este muchacho! - Pensó

Louise. Y ello sería extremadamente peligroso para ti, Louise. - siguió pensando, mientras regresaba a la casa para darse un baño, que terminaría en una ducha fría con el fin de quitarse el sofoco. -

¿Y la señora? - Preguntó Monsieur Petit a su regreso del

-

Está tomando un baño señor alcalde. - respondió la doncella.

-

¿Un baño ahora?, dile que se dé prisa para comer. - Dijo

café.

Alain Petit.

157


MOISE-JARA

158


El Precio de La Salvación

VIII- Louise de la Foret y Jean Paul Gassol El agua de la ducha acariciaba la piel de Louise; desde la habitación contigua, la voz de la doncella, le anuncio la llegada del señor alcalde, y que éste la estaba esperando para el almuerzo. -

Dile que voy enseguida. - Respondió Louise, saliendo de la

ducha y rodeando su cuerpo con una toalla de baño. Un gran espejo reflejo la imagen de la mujer. Su mirada y la del espejo se convirtieron en una sola mirada...Louise...Louise de la Foret. -

¿Qué haces tanto tiempo en el baño? - Dijo la voz de

madame de la Foret, desde el corredor de la casa familiar. -

Me estoy arreglando un poco, mamá. - Respondió Louise,

una Louise de veintidós años. -

¿Vas a salir hija? - Preguntó la madre.

-

Un ratito mami...un ratito. - Dijo la muchacha.

-

Seguro que te vas a encontrar con ese...Gigoló. - Añadió la

-

Se llama Georges, que en italiano es Giorgio. - Respondió

mamá. Louise, saliendo del baño y casi tropezando con su mamá que se había quedado detenida en medio del corredor. -

¡Estás perdiendo el tiempo Louise! ...el Giorgio o Georges

ese, es un don nadie. Tu eres una de la Foret. si tu padre se entera de tus andanzas con ese Giorgio...o como se diga. - Le regaño la madre. -

George mamá, en francés se dice Georges y ahora me voy un

ratito y tu ¡querida mamaíta!...no le vas a decir nada de esto a papá. ¿Verdad mamaíta? - Dijo zalamera la muchacha. -

¡Ay hija! Mejor harías fijándote en alguien de más categoría,

alguien como Jean Paul, él ha estudiado en la Universidad y su mamá me 159


MOISE-JARA

dijo el otro día que en cuanto termine la guerra, Jean Paul piensa ir a París para realizar el Doctorado. Eso si es un partido para ti y no el Gigoló...ese. Replicó la madre. -

Mira mamá; ni Jean Paul me interesa en lo más mínimo, ni

por otro lado, yo, le intereso a él, se pasa el día metido en la casa de los Curie. - Dijo Louise. -

Parece que el muchacho es muy amigo de Monsieur Albert.

- Dijo la mamá. -

A lo mejor está más interesado por la hija, que por el alcalde.

- Dijo riendo Louise. -

¡Estas loca Louise!...Solange...Solange Curie, podría ser casi

la mamá de Jean Paul. - Respondió madame de la Foret. -

Complejo de Edipo mamá, complejo de Edipo. - Dijo la

muchacha. -

¡Ay hija mía! Dices unas cosas. A veces no te entiendo nada.

- Dijo la madre. -

Regreso pronto mami ¡Chao! - Se despidió Louise,

abandonando la casa de sus padres. El día era tenue; el sol salía, se escondía, repitiendo la operación una y otra vez. De hecho la jornada no hacía juego con el esplendoroso cuerpo de Louise, ni tampoco con las ilusiones que emanaban de su corazón. La muchacha recorrió un trecho del camino montada en bicicleta... parecía una amazona, con la única diferencia que se veía obligada a pedalear. Louise descendió un pedazo del serpenteante camino que conduce a Vieu-Chateau; cuando llegó al árbol torcido, justo en la sexta curva, la muchacha descendió de su bicicleta y sujetándola del manillar con su mano derecha, se perdió a pie, por un pequeño camino montaña adentro. Un silbido la orientó hacia el lugar exacto, donde la estaba esperando Giorgio. 160


El Precio de La Salvación

Georges o Giorgio, era un ejemplar humanoide bastante bien conseguido, con relación a la moda que gustaba en aquellos tiempos; alto, con abundantes cabellos castaños, un amplio bigote y unos ojos grandes de color marrón oscuro. En resumen un clásico latino, que además, por la ventaja que le proporcionaba su altura, hubiera conseguido gran éxito entre las mujeres nórdicas. Louise de la Foret estaba radiante aquella mañana; ceñía un vestido floreado de una sola pieza que mostraba sus desnudos brazos, sus firmes y puntiagudos senos; una pequeña cintura que marcaba con gracia sus formas de mujer y una amplia falda mantenida por unas enaguas más que almidonadas. Giorgio y Louise hacían una excelente pareja. -

Temía que no pudieras venir. - Dijo el hombre.

-

Mi mamá me entretuvo un poco. Ella es la única que sabe. -

Respondió Louise. -

Pronto conseguiré dinero, mucho dinero y tu familia me

aceptará. - Dijo él. -

Yo te acepto Giorgio, eso es lo importante. No debes

obsesionarte tanto por el dinero. - Dijo ella. Los dos jóvenes se miraron con ternura y deseo. El la acerco y cogiéndole el rostro con sus manos la besó. Y la besó largamente a lo Rodolfo Valentino, Giorgio lo había visto en una película y la cosa le salió bastante bien, bastante parecido a la película. A Louise se le cayó la bicicleta que sujetaba con la mano derecha. Y, ahí, quedó la bicicleta tendida sobre la hierba; después los dos jóvenes pasearon un rato a lo largo del camino; él le coloco su brazo por encima de los hombros, ella con el suyo rodeó la cintura de él. Así como debe ser en una pareja bien proporcionada. El hombre emanaba calor y deseo. La mujer ternura y dicha, los dos estaban ilusionados el uno en el otro. La grandeza y generosidad del estado 161


MOISE-JARA

de enamoramiento, en el que todas las esperanzas y proyectos parecen posibles. -

Esta guerra se terminará pronto Louise; entonces habrá la

posibilidad de hacer una fortuna, todo estará por reconstruir y yo estaré allí. No voy a perder la oportunidad. - Dijo Giorgio. -

¿Vamos hasta el río? - Dijo la muchacha que soñaba con

cosas más románticas. -

Como tú quieras, tesoro. - Respondió él, mientras su mente

seguía fantaseando en el mundo de las cifras. Se sentaron al borde del río; durante un ratito lanzaron piedras al agua; la muchacha las lanzaba hacia arriba, en forma que caían en picado para terminar haciendo. -

¡Chaap! - y hundiéndose rápidamente...Giorgio lo hacía en

forma horizontal, buscando piedras planas que lamían el agua saltando varias veces. -

¡Shiiisss! - Hacían las piedras que lanzaba el muchacho;

algunas llegaban a alcanzar la otra orilla del río. Fue Louise, esta vez que tomo la iniciativa, apoyo la cabeza en el hombro de Giorgio y acercando la de él hacia ella (La cabeza claro) la mujer buscó la boca del hombre. Dos salivas se mezclaron, pura reacción química, parece que a los humanoides terrícolas les encantan este tipo de reacciones químicas. Giorgio comenzó a olvidarse de las cifras y también de las piedrecitas. Por su corazón comenzó a fluir más sangre hacia sus venas. La mano izquierda de Giorgio busco el borde de la falda de Louise, primero tropezó con las almidonadas enaguas, luego comenzó a acariciar las rodillas de la joven; ella se dejo, al tiempo que introducía su mano en, el pecho de él.

162


El Precio de La Salvación

Los dos seres se apretujaron con fuerza el uno contra el otro. Giorgio, animado en su exploración, continuó avanzando hasta llegar a los muslos. Louise de la Foret sentía la plenitud de su cuerpo; ella había nacido para la sensualidad, su mano se perdía en el velludo pecho del hombre; su piel vibraba la extraña danza de la excitación; las caricias eran el rito de los dioses. Ya la mano de Giorgio se había introducido por debajo de la ropa interior y acariciaba las nalgas de la muchacha. Louise sintió que perdía todo control de sí misma. ¡Cuánto deseaba a aquel hombre! ¡Cuántas noches, se dormía soñando en momentos como ese! ¡Qué sensación! de felicidad le producía, que su cuerpo motivara de tal modo a su compañero. ¡Que maravilloso tenía que ser, el poder pasar una noche entera, juntos, desnudos, jugando al amor! No obstante, quizá recordando la educación recibida; también el miedo que siente toda muchacha, aun virgen. Louise retiro la mano de Giorgio y mirándole a los ojos con ternura. -

Así no cariño...Así no. - Dijo ella.

La frustración del hombre tuvo que ceder frente a la tierna mirada de la mujer...Giorgio volvió a buscar piedras planas y a pensar que lo que verdaderamente necesitaba, era mucho dinero. -

¿Estas enfadado? - Pregunto Louise.

-

No - Respondió él, que había vuelto a eso, de lanzar las

piedras, aunque esta vez le hacía por el método en picado. -

Sí estas enfadado. - Prosiguió ella.

-

Lo que sucede es que ya no puedo más...quiero que nos

casemos de una vez. Que seas mi esposa definitivamente. - Dijo Giorgio. -

Bueno tendremos que reunir algo de dinero. - Dijo ella. 163


MOISE-JARA

-

¡Ves!, como yo tengo razón, el dinero. Para todo el dinero. -

Dijo el hombre, levantándose y efectuando unos pasos sin sentido, como si estuviera buscando el lugar donde iba a encontrar su tan deseada fortuna. -

No te enfades Giorgio. Si quieres te dejo que lo hagas,

aunque no es así como yo lo he soñado contigo. - Dijo la muchacha levantándose también. Él la miró con ternura, era verdad que una mujer así, merecía algo mejor para su primera vez, que un colchón de hierba mojada; no quedaba más, había que conseguir el Money, mucho dinero. La pareja comenzó a regresar hacia el lugar donde había quedado la bicicleta. -

¿Nos vemos mañana a la misma hora? - Preguntó Louise.

-

No cariño, mañana no puedo. Esta noche salgo hacia la

frontera, voy a pasar un pequeño cargamento. - Respondió él. -

¿Contrabando? - Continuó preguntando Louise.

-

Es el único trabajo rentable, que se puede conseguir en estos

días, mi amor. - Dijo él. -

Tengo miedo Giorgio, tengo miedo que te llegue a ocurrir

algo. - Agregó ella. -

¡Cariño! es la única forma de hacer dinero rápido, cuando

consiga lo suficiente, me dedicaré a otra cosa. Estaré de regreso el martes próximo. ¿Podrás venir el martes a esta hora? - Dijo él. -

Cada vez que vas a la frontera, tiemblo por ti. - Dijo Louise.

-

No soy el único que busca este camino. Mira Monsieur

Petit, ¿de qué crees que tiene tanto

dinero? Todos dicen que del

contrabando. - Dijo Giorgio. ella. 164

¿De qué le sirve todo ese dinero? Siempre está solo. - Dijo


El Precio de La Salvación

-

El si sería un buen partido. Soltero y ricachón. - Dijo Giorgio

sonriendo, sin saber para nada, que estaba anticipando el futuro. -

¡Estás loco! Giorgio, tiene la piel parecida a la de un sapo, es

pequeño y barrigudo. ¡Está loco! - Dijo Louise; que en aquellos instantes no podía imaginarse; que el panzudo, pequeño y con piel de sapo Monsieur Alain Petit, por esos azares de la vida se convertiría un día en su esposo y aunque la bajaría de la Foret, a de Petit, por otro lado la convertiría en la muy respetada primera dama de Vieu-Chateau. -

¿Quizá tus padres prefieren al joven Jean Paul Gassol? -

Continuó Giorgio, que pareció disfrutar con su ataque de cuernos. -

¿Me estas buscando marido? - Respondió graciosamente

-

Por qué no. Te casas con un ricachón y yo seré tu amante. -

ella. dijo él, con desparpajo; aunque esta última afirmación le dolió en lo profundo de su ser. La posibilidad de que otro hombre tocara a Louise, le producía una siniestra amargura. Lo extraño del asunto era que Giorgio estaba anticipando una imagen que se iba a producir en el futuro. He podido notar que existen terrícolas, que a pesar de no sentirse complacidos por el dolor, no obstante se sienten atraídos por él. Como si el estado natural de las cosas tuviera que ser necesariamente negativo. Giorgio formaba parte de este grupo de seres, estaba convencido que para ganar dinero, necesitaba del contrabando; que para hacerse aceptar de los padres de Louise, necesitaba demostrarles que tenía mucho dinero; que los que tenían dinero como Monsieur Petit todo les salía bien y los pobres, eran pobres, porque por ser pobres, todo les salía mal... Todo consistía en saltar la barrera. Una vez del otro lado, se terminaban las dificultades y los problemas. Una vez del otro lado, ya se era 165


MOISE-JARA

optimista en forma natural. Era la condición, lo que definía al hombre, no el hombre, capaz de crear su condición. A la cita del siguiente martes, Giorgio apareció de buen humor; además de un ramo de flores, también le trajo a Louise una cajita de bombones y hasta un jamón italiano. La muchacha se vio en serias dificultades para poder entrar el jamón en su casa, sin ser vista por sus padres, viéndose obligada a esconderlo durante un par de días en el interior de un cobertizo cerca de la propiedad. Cuando definitivamente todo el mundo se encontraba ausente en la mansión de la Foret; Louise se acercó al cobertizo en busca del jamón; cual no sería su desilusión, al descubrir que el perro de la casa había organizado un excelente festín con el regalo de su novio. Giorgio, poco a poco, iba mejorando en su situación económica, aunque sus operaciones no eran de gran envergadura. Una mañana Giorgio, apareció a la cita que tenía con Louise, montado sobre una nueva y flamante motocicleta. -

¿De quién es esa moto? - Preguntó ella.

-

Es mía, la he comprado. - Dijo orgullosamente Giorgio.

-

Pero no quedamos en ahorrar para la boda. - Se lamentó

-

Verás mujer, con este medio de transporte me desplazó

Louise. mucho más rápido. Pronto voy hacer una gran operación. - Respondió él. -

También es más fácil que te descubran con el ruido que hace

este artefacto. - Dijo ella. -

¡Vamos Louise! Termina con tus aprensiones. Pronto voy a

comenzar a ser rico de verdad. ¡Vamos a probar la moto! - Dijo él. La muchacha se pegó al cuerpo de Giorgio, olvidándose por un momento de sus temores. 166


El Precio de La Salvación

La motocicleta voló por los estrechos senderos de los bosques que rodean Vieu-Chateau. Los enamorados volaron también en sus fantasías, convencidos de que se acercaba el día que por fin verían realizados sus íntimos sueños. El de Louise, el perderse noche tras noche en el cuerpo de su amado, que en el sueño ya se habría convertido en su marido. Giorgio, ya se encontraba picado por el gusanillo de la ambición, todo lo asociaba a la previa obtención de su fortuna; todo le sería posible cuando fuera rico; la paz era dinero; la tranquilidad era dinero; incluso el llegar a Louise pasaba por el dinero y tanto y tanto Giorgio estaba obsesionado con estas cosas de la moneda; que en una de las citas con Louise, ni tan siquiera se dio cuenta, que la muchacha traía consigo un gran chal, hasta tal punto grande, que hubiera podido servir como una manta para tenderse sobre la húmeda hierba y quizá para eso era por lo que la muchacha había venido aquel día, aportando tan extenso chal. Louise estaba dispuesta, hasta muy deseosa, que Giorgio la tumbara sobre la hierba e introdujera su mano por debajo de la falda. Ese día Louise no iba a decirle nada, le iba a dejar avanzar y avanzar hasta donde el hombre quisiera llegar; pero Giorgio no fue capaz de captar el mensaje. Cuando Louise tendió el chal sobre la húmeda hierba y se sentó encima. Giorgio contemplaba su moto, reflexionando si era mejor dejarla donde se encontraba, o moverla un poco hacía debajo del árbol. Cuando Louise le besó apasionadamente, mientras desabrochaba los botones de su camisa para acariciarle el pecho, Giorgio pensó, que necesitaría de tres viajes como el último realizado (operaciones grandes), para sentirse con la suficiente seguridad (dinero) como para poder comenzar a pensar en la boda. Cuando Louise se quedo tendida sobre el chal esperando ardientemente que el hombre se propasara. Giorgio se sentó y comenzó a 167


MOISE-JARA

lanzar piedrecitas al río. ¿Quizá hagan falta cuatro, o mejor cinco viajes? Quiero sentirme completamente seguro cuando hable con el padre de Louise. -

No estoy dispuesto a que el viejo me humille. ¿Que no soy

nadie? Mire Monsieur de la Foret, observe la gran suma de dinero que poseo. ¿Qué si todo es mío? ¡Claro que es mío! Monsieur de la Foret y no estoy dispuesto aceptar una negativa de su parte. Quiero que me conceda la mano de su hija. Y la quiero ahora. Pensaba Giorgio, que muy a lo suyo, continuaba con su juego de piedrecitas. -

¿Pareces preocupado amor? - Dijo la muchacha en un último

-

¿Preocupado? No. - Respondió él, mientras se levantaba de

intento. un brinco; luego le tendió la mano a Louise para que ella también se levantara. -

Estaba calculando, cuando estaré listo para enfrentar a tu

padre. - Dijo Giorgio, que había cogido a la muchacha por la mano con la intención de comenzar a caminar; sin haber captado nada en absoluto del estado de predisposición de su ardiente novia. -

Un momento. - Dijo ella, que soltándose de la mano,

retrocedió para recuperar su chal, el camino de regreso fue lleno de ilusiones. Giorgio ya se veía delante del padre de Louise, mostrándole su peculio y aceptando las escusas del caballero de la Foret, por no haberle concedido antes la mano de su hija. En realidad Giorgio nunca se la había pedido. Louise, soñaba en toda una noche pegada al cuerpo de su amado, también soñaba en el gran chal, en lo que hubiera podido ser, en lo que seguramente sería en la próxima ocasión. Todos estos proyectos e ilusiones, iban a perderse en la noche de los tiempos, aunque quizá la parte de belleza que algunos contenían, dicen los 168


El Precio de La Salvación

expertos que nunca llega a perderse. Sino que pasa a formar parte del Amor Universal. La guerra ya había terminado en Europa, los aliados permitieron que Italia se reconstituyera como una República; en el primer viaje, de los cinco que calculaba Giorgio para su objetivo; el joven contrabandista cayó en manos de los carabineros, consecuencia de la recién instalada administración de la República italiana, con las deficiencias que ello ocasiono. El preso fue trasladado a la capital para ser sometido a juicio; los nuevos magistrados, que se tomaban muy en serio eso de ser magistrados, condenaron a Giorgio a seis años de cárcel, después por eso de llamarse Giorgio y aunque el joven había nacido en Francia y su padre era italiano. El ejército se mezclo en el asunto; además de contrabandista, a Giorgio también se le consideró desertor. A los cuatro años de cumplir régimen penitenciario, el muchacho fue liberado de la cárcel para entrar a cumplir su servicio militar en el ejército italiano; en su condición de presunto desertor, se le envió a Sicilia a un pelotón de castigo. Cuando Giorgio, recibió su libreta militar, con su licencia y su documentación de ciudadano italiano, había dejado de ser un muchacho, de ser un joven que soñaba en construir un imperio de riqueza, similar al de Monsieur Alain Petit. Giorgio se había convertido en un hombre-adulto, con la gran incógnita por delante, ¿de cuál sería su futuro? En sus primeros pasos por la Roma de postguerra, le llegó la noticia de que Louise se había casado con el señor alcalde de Vieu-Chateau; no sintió deseos de saber si le iba bien o mal a su antigua novia con el de la piel de sapo. Se consiguió un pasaporte y emigró a Suecia. Fue uno de los primeros Latin-man en instalarse por las nórdicas tierras; se casó con una rellenita viquinga de rubias trenzas e instaló la primera pizzería que hubo en su país de adopción. Lo de la pizzería fue un 169


MOISE-JARA

éxito y aunque Giorgio, no llegó a tener una gran fortuna, tampoco le fue del todo mal. La viquinga le dio dos hermosos muchachos que heredaron las facciones de su padre, cosa que les hizo gozar de gran éxito entre las jovencitas suecas. También el papá hizo lo que pudo en sus incursiones extramatrimoniales; con eso de que fue el primer italiano en llegar al lugar, las vecinas, incluso las amigas de su esposa, se lo rifaron todo lo que pudieron. Giorgio nunca se opuso. Al pasar de los años comenzaron a llegar italianos por montones; parece que a Giorgio se le había ido la lengua, en un par de vacaciones que pasó en Roma. En el fondo no se puede guardar un secreto todo el tiempo. Se cuenta un poco y todo el mundo rápidamente lo exagera. Tanto italiano llegó a Suecia, que las señoritas suecas comenzaron a hartarse de los Latin-man, dedicaron sus preferencias a los hombres de color y a los turcos. Pero por esa época, Giorgio ya había recorrido mucho camino y ¿quién le iba a quitar lo bailado? Y siempre le quedó, al infortunado ex-novio de Louise, su viquinga de grandes ojos azules y trenzas doradas. Louise había esperado toda la mañana en el lugar de siempre, pero Giorgio no apareció, la moto tampoco. Pasó una semana de incertidumbre, hasta que comenzaron a correr rumores por Vieu-Chateau, de que al muchacho lo habían detenido los carabineros italianos. Louise se desesperaba, quería abandonar la casa de sus padres para irse a Italia. ¿Pero de dónde sacaba los medios para el viaje? la muchacha había sido educada para ser señorita de sociedad; no sabía escribir a máquina, no sabía coser, no sabía cocinar, en una palabra no se encontraba preparada para defenderse sola en la vida y menos sola en Italia. 170


El Precio de La Salvación

Tampoco podía contar con la ayuda de sus padres, que por supuesto se hubieran opuesto tajantemente a la idea. Louise consiguió establecer contacto con una hermana de Giorgio. Una tal Lucy, que muy de vez en cuando, aparecía por Vieu-Chateau con algunas mercancías, para comerciar. -

Entonces Ud. Lucy se podrá encargar de hacer llegar mi

carta hasta su hermano Giorgio. - Dijo Louise. -

No se preocupe señorita, .haré todo lo posible para que le

llegue lo más rápido. - Respondió Lucy. -

No sé qué hacer, ni como, para poder establecer contacto con

Giorgio. - Dijo la de La Foret, extendiéndole los pocos francos que tenía ahorrados a la hermana del presó. -

Ud. tranquila señorita, yo me encargo de todo. - Respondió

la tal Lucy. Y de hecho se encargó, se encargó de tirar la carta que le había dado Louise, pero no la tiró al correo, por aquellos entonces lo del correo no era demasiado seguro... Lucy guardó la carta en uno de los cajones de la cómoda de su casa, allí seguro que no se perdería. Además lo de la cómoda salía más barato que el buzón, no era necesario comprar sellos. -

Oiga Lucy... ¿no tiene noticias de su hermano? ¿No ha

recibido contestación para mí? - Insistió en otra ocasión Louise. -

No señorita. Fíjese que a mí tampoco me escribe. -

Respondió Lucy. Finalmente la hermana de Giorgio dejó de ir por Vieu-Chateau. El tiempo continuó pasando inexorablemente; Monsieur Petit comenzó a frecuentar la casa de los de la Foret, con el pleno consentimiento de los padres de Louise, la muchacha no le prestaba la menor atención, 171


MOISE-JARA

procurando alejarse o encerrarse en su habitación, cuando aparecía el primer mandatario de Vieu-Chateau. Monsieur René de la Foret, a pesar de recibir complacido, las cada vez más frecuentes visitas del señor alcalde, nunca se imaginó la posibilidad de que Monsieur Petit, pudiera llegar un día a ser su yerno. Quizá si Monsieur

René, hubiera sido consciente, de dicha

posibilidad, se lo hubiera pensado, dos veces, antes de hacerse aquel agujerito de tan mal gusto, en la sien derecha. Madame de la Foret, mucho más perspicaz que su cónyuge, sí, había visto, las intenciones que motivaban las visitas de Monsieur Petit; pero nunca lo había comentado con su esposo. Lejos del pensamiento de la mamá de Louise, se encontraban los trágicos eventos que se le avecinaban, ella no tenía ni la menor idea de la situación financiera por la que estaba pasando la familia. La buena señora, despidió con toda tranquilidad a su marido, en aquella mañana, que el augusto caballero emprendió su viaje hacia Marsella, un viaje que no tendría retorno. Cuando madame de la Foret, se vio encima el temporal, con rayos, truenos y relámpagos, la cosa le vino tan de nuevas, que la respetable señora, no tenía ni idea, de la forma en que debía actuar. Un poco más tarde, ya calmadas las primeras emociones y viendo que Monsieur Petit, redobló la asiduidad de sus visitas. La mamá de Louise, comenzó a pensar. -

Louise, yo creo, que en ti

está la solución a nuestros

problemas. - Dijo la madre a la hija. -

¿En mi, mamá? ¿No sé cómo? - Respondió ingenuamente

-

¿No te das cuenta, de que Alain Petit te pretende? - Dijo la

Louise. mamá. 172


El Precio de La Salvación

-

No sé, si me pretende o no...Lo que si se, es que me lo

encuentro hasta en la sopa. - Respondió la hija. -

Pues si seguimos así, pronto no habrá en la casa ni sopa. -

Dijo la viuda de la Foret. -

¿Tan mal estamos, mamá? - Preguntó inquieta Louise.

-

Ya no podemos estar peor, hija mía...Porque no le haces una

sonrisa de vez en cuando al señor alcalde. - Dijo la mamá. -

¡Ay mamá! ¿No querrás que yo y ese gordinflón? - Dijo la

muchacha. -

Yo no quiero nada Louise...solo que pronto no habrá ni sopa

y no sé que voy hacer con tus hermanos. Tu padre nos dejó en la más absoluta miseria, cualquier día llegan los alguaciles y nos embargan la casa. - Dijo trágicamente la señora viuda de la Foret -

¿Qué nos van a quitar la casa, mamá? - Dijo horrorizada

-

Tu padre lo hipotecó todo...todo. - Agregó la señora.

-

¿Pero la casa de la familia de la Foret? - Insistió Louise

Louise.

incrédula. -

Las tierras, la casa...todo, hija, todo. - Repitió la madre.

A partir de aquella conversación, en la que Louise se quedó aterrada, consecuencia de las confesiones de su mamá, la muchacha comenzó a sonreírle, ligeramente y de vez en cuando, al señor alcalde. Al cabo de transcurridos dos meses, Louise de la Foret se convertía en Louise de Petit; primera dama de Vieu-Chateau. Al principio la señora de Petit puso su mejor voluntad para llegar a soportar el contacto de la piel del sapo; incluso en algunas ocasiones llego a gozar de su marido; después paso el tiempo, nada cuajó de esa unión; la mujer hubiera deseado ser madre, seguramente el señor alcalde también. 173


MOISE-JARA

Bueno Monsieur Petit lo que hubiera deseado es ser padre, pero nada se produjo. Un día Louise se enteró de lo de la cámara de reflexión de su marido, además, de que una de las primeras víctimas del centro de experimentación, había sido una de sus propias doncellas. Anette. Otro día, en un viaje de compras que la señora alcaldesa realizó, conoció a un apuesto caballero que le recordó de inmediato a su malogrado Giorgio; la verdad es que el apuesto caballero no tenía casi nada en común con el contrabandista; era un poco más bajo, no llevaba bigote, era viajante de comercio y residía con su esposa y sus tres hijas en Douai, una pequeña ciudad del norte de Francia. De todas formas Louise tomó la decisión, despidió discretamente a Anette; después se las ingenió para inventarse una escusa que le permitiera quedarse sola dos días en Marsella; con lo cual tuvo la oportunidad de pasarse toda la noche desnuda junto al viajante de comercio. . La cosa quizá no llegó al éxtasis que hubiera podido sentir con Giorgio; pero el viajante de comercio hizo lo que pudo y llegó a satisfacerla en tres o cuatro ocasiones. Luego de esta primera aventura, la señora primera dama de VieuChateau, tuvo algunas más, aunque ella no se ataba a ninguno de sus amantes, a los que nunca confesaba su verdadero nombre. Eran encuentros esporádicos con el fin de alegrar su monótona vida. Lo de Pascal Diderot fue distinto a todo lo probado por la señora alcaldesa hasta el entonces. También Pascal era el primer hombre del pueblo con el que Louise mantuvo una de sus secretas relaciones. Madame Louise esposa de Petit siempre procuraba que sus furtivos amantes fueran originarios de los más remotos rincones de Francia, lo más alejados posibles de Vieu-Chateau. 174


El Precio de La Salvación

Pascal terminaría resultando un serio problema. Era tan joven y apasionado; le recordaba la fuerza del deseo de Giorgio, las ilusiones perdidas, la vehemencia, la vida. ¡Y era tan emocionante! En fin cuando llegara el problema con Pascal, ya se le ocurrirá a la esposa del señor alcalde, la forma de solucionarlo. ¡Todo tenía siempre una solución! A lo largo de su vida había habido una solución para el terrible dolor que vivió con lo de Giorgio. También a la penuria en que les dejó su padre al morir, hasta había encontrado una solución de modus vivendi para soportar a Alain Petit. Jean Paul Gassol también había sido joven y no solo el joven honorable que vivió su apasionada historia de amor con Jacqueline; sino más joven aún, antes de conocer a la rubia parisina. Jean Paul Gassol nació niño y era pequeñito como casi todos los niños y cuando era muy pequeñito no se le notaba casi nada. Pero cuando Jean Paul Gassol ya fue un niño, lo que se dice niño, o sea que ya sabía hacer pipi solo, comenzó con sus rarezas; no le gustaba jugar al fútbol o al aro, como era normal en todos los otros terrícolas contemporáneos de su edad. ¡No!, a Jean Paul Gassol lo que le gustaba era montar complicados rompecabezas que eran un verdadero fastidio para su mamá. -

¿Oye mamita donde crees que va colocada esta pieza? -

Preguntaba el niño Jean Paul. -

No se hijo, quizá la tercera, por la parte derecha. -

Respondía su mamá. Al rato aparecía el niño con aire contrariado. -

Te equivocaste mami, me has hecho perder, siete minutos y

treinta y dos segundos en la construcción del dibujo. - Decía el repelente niñito. 175


MOISE-JARA

Por la noche cuando el niño Jean Paul se encontraba ya dormido, la mamá se pasaba horas controlando los rompecabezas, para terminar diciéndole a su esposo. -

Querido por que no le compras al niño juegos más sencillos.

Me trae loca con esos tan complicados. - Decía la mamá de Jean Paul. -

Los sencillos los hace enseguida y entonces aún fastidia más

con sus extrañas preguntas. El otro día me pregunto si Dios está en todas partes; le respondí que sí naturalmente. – dijo el padre. -

¿Entonces tu eres dios papa, yo soy dios, la piedra es dios? –

replicó el niño. -

No fui capaz de decirle nada más. - Dijo el padre,

dirigiéndose a su esposa. -

Y sólo tiene ocho años, querido, si sigue así; será un genio. -

Dijo orgullosa la madre. -

O un ¡loco! - Añadió el padre.

La verdad es que a medida que el futuro filosofo de Vieu-Chateau, crecía, cada vez se iba distanciando más de sus progenitores, sobre todo de su padre, que ya no disponía de respuestas capaces de contentar la enorme sed de conocimiento del joven Jean Paul Gassol. La única compañera que fue capaz de seguirle en sus juegos y en sus fantasías, fue Louise de la Foret, la cercanía de edades de los dos niños les hizo inseparables durante una época; la niñita, sin comprender demasiado, seguía los extravagantes juegos del niño Jean Paul. Una vez, la pequeña Louise, escucho de corrida y sin pestañear el relato de la guerra de los mundos de H.G.Wells, que le leyó el niño filósofo, durante una lluviosa tarde de Vieu-Chateau. Poco a poco los niños se fueron convirtiendo en adolescentes, entrando en el mundo de la pubertad y todas esas cosas. 176


El Precio de La Salvación

En una ocasión, Jean Paul con diecisiete años acompañado de su amiga de juegos Louise con quince años. La llevó a la casa de ella y resulta que en la mansión de los de la Foret, no había nadie, ni padres, ni hermanos, ni tan siquiera el personal de servicio. -

Espérame un momento en el saloncito. Voy a cambiarme. -

Dijo Louise dirigiéndose a Jean Paul, la muchacha ya comenzaba a dibujar las formas que terminarían haciéndola una muy hermosa mujer. -

Bueno. - respondió él, mientras curioseaba por su alrededor

con miras de encontrar algo que poder leer. Jean Paul vio desaparecer a Louise por la puerta de su habitación, entonces en la memoria del joven se reprodujo la frase de ella “Me voy a cambiar” y el futuro filósofo se sintió mordido por la chispa de lo prohibido; en aquella época un extraño tabú, que se debatía entre su parte física y su parte mental. Jean Paul, comprobó que la casa estuviera vacía; una vez seguro de ello; se acercó a hurtadillas hasta la puerta del dormitorio de Louise, se agachó y miró por la cerradura. Justo a tiempo, la muchacha se encontraba prácticamente desnuda. Louise comenzaba a esa edad a sentir su cuerpo, es por ello que llegaba a cambiarse de ropa tres o cuatro veces al día; sentía placer en modificar su vestuario y sentía placer, mientras lo estaba haciendo, porque aprovechaba para observarse en el espejo. Esto fue lo más erótico, que sucedió entre el futuro maestro y la futura alcaldesa de Vieu-Chateau. Ella continuó desarrollando sus formas, sintiendo cada vez más su cuerpo. El continuó desarrollando todas sus posibles formas de pensar y cada vez más, sintiendo su mente y además fue por aquellos entonces, que Jean Paul Gassol comenzó a mantener largas conversaciones con el entonces alcalde de Vieu-Chateau, Monsieur Albert Curie. 177


MOISE-JARA

Monsieur Curie después de vivir las tragedias, que tanto habían afectado a su hija y a él mismo; se había lanzado a la ardua lectura de toda la filosofía conocida, a medida que iba avanzando en sus conocimientos acerca de las diferentes teorías de la creación, iba naciendo en él, un terrible sentimiento de rencor hacia el principio creador... Y es que Albert Curie, no admitía en lo más profundo de su corazón, porqué el destino se había ensañado de aquella forma. Solange, aquella maravillosa niñita, a la que él, había dado la vida, con el propósito de que fuera el ser más feliz de la tierra. ¡Claro!, que Monsieur Curie, nunca llegó a establecer una teoría, que demostrara la no existencia de dios. Él, en el fondo no lo negaba, sólo lo odiaba. Toda esta acumulación de conocimientos y razonamientos, aparte de producirle un constante dolor en el alma; no le servían de gran cosa, al entonces, señor alcalde de Vieu-Chateau. Hasta que llego a su existencia, el auditor ideal. El joven Jean Paul Gassol; entonces todo lo acumulado por Monsieur Albert Curie, durante aquellos años, comenzó a fluir como un río hacia el mar. El sediento Jean Paul, se quedaba embelesado, escuchando hora tras hora, las explicaciones de su improvisado instructor; cualquier tema de conversación, que el joven abordara, el señor alcalde, le facilitaba todas las respuestas, habidas y por haber. Esas famosas respuestas, que su padre, hacía años, era incapaz de ofrecerle. El futuro filósofo de Vieu-Chateau se pegó con toda la fuerza que le proporcionaban sus jóvenes años a aquel monstruo del conocimiento, para decir toda la verdad, Jean Paul Gassol, tenía un segundo factor de interés, que le motivaba a dirigir siempre sus pasos, hacía la mansión de los Curie y es que, el joven estudiante de la vida, se había quedado prendado de la fragilidad, la dulzura, de la personalidad también, de Solange Curie, viuda de la Ferriere. 178


El Precio de La Salvación

Era obvio, que la mujer le aventajaba en más de veinte años; pero por aquellos entonces, en que el joven, tenía diecisiete y aparentaba al menos, unos veinticinco y Solange Curie, cerca de los cuarenta, aparentando a lo máximo treinta, bueno, así es como lo veía, la desbordante mente de Jean Paul Gassol. Y es que, Solange, con su pequeño cuerpo, sus formas delicadas y su inconmensurable ternura, parecía flotar en el espacio, llenándolo todo dentro de un halo de armonía. Había conseguido superar la tragedia, vivida en su juventud; entregándose de lleno al servicio de los demás. Se ocupaba de su oficio de enfermera, era la comadrona siempre presente en los nacimientos de Vieu-Chateau; enseñaba el catecismo a los niños y dirigía con soltura la mansión de los Curie. La única cosa, en la que Solange no pudo ayudar, fue en el progresivo endurecimiento del corazón de su padre; el trato entre Monsieur Curie y su hija, siempre se realizó de forma cordial, pero la buena comadrona de Vieu-Chateau, nunca logró ser enfermera, en las dolencias espirituales de su progenitor. Albert Curie, murió maldiciendo al hacedor de los destinos de los hombres y sin permitir que sacerdote alguno se acercara a su último lecho. Solange veía con agrado, la presencia de Jean Paul; las asiduas visitas del joven, eran una distracción para su padre, que cada vez parecía estar más sumergido, en las profundas negruras de su propio vacío. Ciertamente por eso, del interés que mostraba Jean Paul hacia Monsieur Curie, que la comadrona de Vieu-Chateau otorgaba ciertas deferencias al joven. Aunque para decir toda la verdad, esa que los seres piensan, pero raramente...dicen. La mayor parte de veces no se lo dicen ni a sí mismos. Jean Paul Gassol, se había convertido en un apuesto caballero, con tacto, con inteligencia, con sensibilidad. Una gran y emotiva sensibilidad, que emanaba constantemente por sus grandes ojos de inquieto observador y 179


MOISE-JARA

hay que reconocer, que Jean Paul ponía un toque de color en la vida de Solange Curie; aunque esto último, le fuera difícil de admitir a la enfermera de Vieu-Chateau. Y así, en el pasar de los días, viéndose hoy y también mañana, Solange fue considerando normal, el hecho de que Jean Paul se encontrara siempre allí, cerca de ella, conversando con su papá, flirteando, muy disimuladamente con la enfermera. Naturalmente en lo referente al flirteo, ella, no se daba cuenta, no se daba cuenta, o no quería darse cuenta. Digamos que la situación platónica que mantenía Jean Paul, no la molestaba en lo más mínimo, incluso halagaba el pequeño gusanillo interno, que Solange tenía, como toda mujer. Cuando la comadrona de Vieu-Chateau, comenzó a preocuparse por el asunto, fue un mediodía, en que se descubrió a sí misma, arreglándose el cabello y poniendo color en sus mejillas, frente al espejo de su tocador. Por la tarde estaba prevista la visita de Jean Paul Gassol, incluso había sido ella misma, la que le invitó al café. -

¿Qué estás haciendo Solange? - Se dijo, lanzando la polvera

a lo lejos. -

¿Qué estoy haciendo, Jean Luc? ¿Porque me has dejado? -

Dijo Solange, en voz alta, dirigiéndose hacia su fallecido teniente, con el que a menudo hablaba, siempre que se encontraba sola. -

No te preocupes, ¡vida!, no hay nada de malo en empolvarse

la nariz. - Le respondió la voz de Jean Luc de la Ferriere. -

Pero, es que me estaba empolvando, para él. - Dijo Solange,

con un gran sentimiento de culpabilidad. -

El...Yo...Tu... Todos somos la misma cosa...Aquí en donde

me encuentro, se comprende el verdadero amor. No te culpes y empólvate la nariz tranquila. El hecho de que sientas ternura...hasta amor, no es ningún 180


El Precio de La Salvación

pecado. La falta consiste solamente, en el egoísmo humano, que quiere convertir el sentimiento en posesión. Amar es dar, es buscar la felicidad del otro, de los otros, por encima de la tuya propia. No tengas miedo, amándolo a él, me estas amando a mí. Dijo la voz. -

¿Pero y si llegara a pasar algo? La verdad, es que no me

disgusta como hombre. ¡Perdona! Aunque a ti, te lo puedo decir todo. ¿Verdad cariño? - Dijo ella. -

Si llegara a pasar algo y fuera sincero...Para tu bien...Para su

bien... ¿Qué habría de malo en ello? - Respondió la voz. -

¡Ay! Jean Luc. A veces no te entiendo. - Dijo Solange.

-

Estoy en otro plano, ¡mira!...Tú te hallas encarnada...lo que

en la tierra se dice, estar vivo. Debes seguir viviendo, sabes que la vida no es otra cosa, que la experiencia de ciertas imágenes. ¡Te amo y te amaré siempre! - Dijo la voz. De los ojos de Solange comenzaron a brotar unas ligeras lágrimas, no eran de tristeza, más bien de alegría, si bien, la mujer se dirigía a menudo a su querido Jean Luc. No era muy habitual, que éste le respondiera, en la mayor parte de ocasiones, las palabras de Solange se perdían en el vacío. Pero esta vez, la voz del teniente del ejército francés, se había oído fuerte y clara. Aún iba a tener la enfermera de Vieu-Chateau, la oportunidad de oírla una vez más. -

Se te están poniendo ojitos de lechuza. Deja de llorar y

empólvate la nariz de una vez, para ir a ver a ese maestrillo. - Dijo la voz. -

¿Qué maestrillo? - Preguntó Solange, pero ya no hubo

respuesta. Al espíritu de Jean Luc, se le había ido la lengua, sin darse cuenta había anticipado el futuro oficio de Jean Paul. 181


MOISE-JARA

Aquella tarde, cuando Jean Paul Gassol se sentó, en su habitual silloncito y entre gestos tímidos tiernos, termino por colocar la fuerza de sus dos grandes ojazos en la persona de Solange, .la mujer sintió que la sangre le recorría bulliciosa en el interior de sus venas. Quizá, los últimos hálitos de la juvenil pasión. -

La semana próxima salgo hacia Montpelier. - Dijo Jean Paúl.

-

¿Hacia Montpelier? - Repitió sorprendida Solange.

-

Tu padre, me ha aconsejado acerca de la Universidad de

Montpelier, creo que es lo mejor. Bueno, seguramente lo mejor debe de estar en París, pero Montpelier se encuentra mucho más cerca y para mí, es mucho más realizable que París. - Continuó Jean Paul. Solange sintió tristeza por la cercana partida de Jean Paul, sintió tristeza por su padre, que seguramente volvería a encerrarse en su negro mundo de soledad, también sintió tristeza por ella, se había acostumbrado a tener cerca la presencia de Jean Paul. Aunque por otro lado un fuerte alivio inundó su espíritu, la marcha del joven, pondría tierra por medio, a ese sentimiento de ternura, que estaba creciendo demasiado en su interior. Finalmente una alegre paz reino en el ánimo de la enfermera, que incluso permitió que Jean Paul le diera un beso de despedida. Cuando el joven ya se había colocado su abrigo y sus guantes, Solange, lo abrazo, ante la propia sorpresa de este. -

¡Buena suerte Jean Paul!..Verás, como todo marchará bien

para ti. - Dijo Solange. -

Gracias. - Respondió él, un tanto atónito.

Aunque ésta no fue la única despedida que sostuvieron, la comadrona y el futuro maestro de Vieu-Chateau. Jean Paul, pasó dos años y medio en Montpelier, durante todo ese tiempo nunca regresó a su pueblo; aprovechó de los períodos de vacaciones, para adelantar cursos, de vez en cuando escribió alguna que otra carta a 182


El Precio de La Salvación

Solange,

ella

siempre

le

contestó,

nunca

hubo

nada

demasiado

comprometedor en esas cartas. Tres meses antes de declararse la guerra, el futuro maestro, obtuvo su título de Licenciado en Filosofía, como él, estaba convencido de que nada se le había perdido en el ejército francés, metió el título en una de sus maletas y se regresó a Vieu-Chateau. Inmediatamente se encontró con la dura crítica de su propio padre. -

No lo entiendo, Jean Paul. Francia está en peligro y tú aquí

sin hacer nada. - Dijo su padre. -

Pero papá, la guerra es una estupidez, yo no veo nada claro

en lo que está sucediendo, no concibo que los hombres se tengan que matar los unos a los otros. - Respondió el ya filósofo. -

Lo que sucede, es que los alemanes nos quieren invadir y

cuando alguien se quiere meter en tu casa, hay que defenderla con el fusil. Continuó el padre. -

Me parece una tontería defender con un fusil, la necedad de

los gobiernos. - Replicó Jean Paul. -

Porque yo ya no tengo edad, pero me parece una gran

vergüenza el que no haya un Gassol, para cumplir con el deber de la Patria. Dijo el papá. -

Pues a mí me parece una idiotez, el hacerse matar sólo

porque según tú, cada veinte años debe haber un Gassol preparado para ello. Y por cierto. ¿Estuviste tú, en la guerra del catorce? - Dijo el hijo. -

Tu tío Fernand, fue el que representó a la familia, sólo

pedían uno por familia. - Respondió el padre. -

Mi tío Fernand... ¿No fue el que desertó y se marchó a vivir

a la Guinea? - Dijo Jean Paul

183


MOISE-JARA

-

No desertó...no desertó...solo que cuando se terminó la

guerra tuvo un cambio de palabras con tu abuelo. Después se marchó a la Guinea. - Dijo el padre. -

A mí siempre me dijeron que se fue a Guinea, porqué había

desertado harto de ver tanta muerte. - Replico Jean Paul. -

No desertó...Te garantizo que no desertó. - Insistió el padre

que ya comenzaba a coloreársele el rostro. -

Está bien papá... dejemos las cosas como están. Ya pensaré

en eso de hacerme matar para mantener la Gloria de los Gassol. - Terminó Jean Paul, apresurándose en abandonar la casa paterna. Tanto y tanto, su progenitor le repitió la escena de la Gloria de la Patria, en las semanas que siguieron, que un día, en que Jean Paul huía como de costumbre de la casa de sus padres y en el que la mente del joven licenciado comenzaba a dudar. Sobre si en el fondo su padre tenía la razón. Nuestro hombre se encaminó decidido hacia la casa de los Curie, quería consultar con Monsieur Albert. No podía confiar solamente en el criterio de su padre, ese viejo de derecha, que durante tantos años, se había negado a responder a sus preguntas. -

¿Qué opina Ud. de esta guerra, Monsieur Albert? - Preguntó

a bocajarro Jean Paul. -

Que la vamos a perder. - Respondió pesimistamente

Monsieur Curie. -

¿La van a ganar los alemanes? - Siguió preguntando Jean

-

No hijo, los alemanes también la van a perder. Esta locura,

Paul. la va a perder toda Europa. La ganarán los americanos.

- Dijo

proféticamente, Monsieur Albert Curie. -

¿Y Ud.?

terminar Jean Paul. 184

Piensa, que un hombre como yo. - Dijo sin


El Precio de La Salvación

-

Otra vez la guerra...otra vez los hombres se vuelven locos y

sólo piensan en destruir, en matarse los unos a los otros. Si todos los humanos se negaran a coger un fusil desaparecerían los estúpidos gobiernos, que como padres desnaturalizados, mandan a sus hijos hacía el matadero. Intervino Solange Curie, que en esos instantes llegaba a la salita en donde se encontraban los dos hombres y había escuchado una parte de la conversación. -

La verdad, es que estoy hecho un lío, no veo con claridad lo

que debo hacer. - Dijo Jean Paul. -

¡Se un hombre!, Jean Paul. Sí sé un verdadero hombre...de

los que se niegan a empuñar un arma en contra de otro ser humano. Continuó Solange. Monsieur Albert asintió con un signo de su cabeza. Nada más tenía que oír el aprendiz de filósofo, para convencerse de que sus razonamientos, se encontraban en lo justo. Era cierto que la opinión de la familia Curie, contaba más en la mente de Jean Paul que la de su propia familia; aunque lo que más le influyó en su toma de decisión, fue el hecho de que había sido Solange la que lo había dicho primero. Jean Paul Gassol, se quedo en Vieu-Chateau y continúo otro período de charlas con Monsieur Albert y de agradables cafés con Solange; el sentimiento de afecto que sentía, el filósofo hacía la enfermera, fue creciendo hasta convertirse en un desbordante Amor; claro que en Jean Paul, todo era desbordante. Solange Curie, había resistido con éxito la primera embestida, cuando ahora, después de tres años, volvía aparecer Jean Paul, la enfermera de Vieu-Chateau, ya había cumplido sus cuarenta años; veía con claridad que su padre se le iba marchando día a día y había comprendido bastante bien, cuál era su misión para su actual encarnación. 185


MOISE-JARA

Durante el tiempo en que Jean Paul Gassol permaneció en VieuChateau, Solange, le apoyo en todo lo que pudo, le invito a menudo, le animó, gozó de su compañía e incluso se podría decir, que le amó, con ese amor, que va mucho más lejos de los deseos materiales. Pero el día, en que tomando café. Solange y Jean Paul; Monsieur Curie, se encontraba en la cama, indispuesto por el cáncer que le llevaría a la tumba. El futuro maestro, después de leer unos breves poemas, se decidió y le confesó de corrido, todo lo que sentía por ella. Solange Curie, viuda de la Ferriere, le miró con dulzura. -

Jean Paul, tu sabes que te tengo mucho afecto...creo que

debes considerarme como a tu hermana mayor. Me gustaría que la belleza de nuestro sentimiento, pudiera continuar inmaculada para siempre. - Dijo Solange. Y cuando el hombre insistió, expresando toda la fuerza de su pasión, ella intentó defenderse -

Tu eres aún joven, encontrarás una mujer que te dará lo

mejor de ella; si yo interviniera en tu vida, te quitaría esa oportunidad. Además, tienes que pensar en nuestra diferencia de edad; ahora aún no se ve demasiado, pero, cuando tú seas un hombre de cuarenta años, yo tendré sesenta...cuando tu tengas cincuenta...yo tendré setenta. - Iba diciendo Solange y eso que como toda mujer, se quitaba algunos años. -

Y cuando tú Solange, tengas mil años, los dos tendremos mil

años por toda la eternidad. - La interrumpió Jean Paul. La mujer se sintió emocionada, por la belleza de la frase, que expresaba la gran fuerza y pasión que Jean Paul le profesaba. No obstante reaccionó con rapidez. -

Pero querido Jean Paul. Yo, ya tengo a alguien, que está

recorriendo el camino de los mil años y lo que más deseo, es el poder un día, recorrerlos junto a él. - Dijo Solange Curie, viuda de la Ferriere. 186


El Precio de La Salvación

Jean Paul Gassol se calló, nunca más hablo al respecto, había descubierto que tenía un contrincante, al que no iba a poder vencer. A pesar de los años transcurridos, la presencia de Jean Luc de la Ferriere, continuaba esculpida, en el fondo del corazón de Solange. El filósofo, absorbió las últimas gotas de café que quedaban en la taza y le lanzó una mirada de afecto y tristeza, a aquella mujer, que en lugar de ocupar un lugar en el espacio, parecía flotar en él. -

No estés triste, Jean Paul, nada te impide, amarme como yo

te amo; no todo amor pasa necesariamente por la posesión. - Dijo Solange. En aquellos momentos, el futuro maestro, no comprendió gran cosa; las hormonas de sus veinte años, le pedían consumar el amor en la cama, años después, siguió sin entenderlo; cuando regresó a Vieu-Chateau, decepcionado de encontrarse a una Jacqueline, casada con un empleado de banca; ya no buscó consuelo en Solange, ni tan siquiera fue nunca más, a tomar café a la casa de la comadrona de Vieu-Chateau. De todas formas, cada vez que Jean Paul y Solange, se cruzaban por alguna de las calles del pueblo, siempre se saludaban cortésmente y una pequeña luz, llena de pureza, sinceridad y ternura, irradiaba luminosa, cuando sus miradas se encontraban en el espacio. Aun habría otra despedida entre Solange y Jean Paul Gassol; porque

Solange Curie, volvería a

intervenir en la vida del loco filósofo de Vieu-Chateau, en el momento preciso.

187


MOISE-JARA

188


El Precio de La Salvación

IX-La triste historia de Isaac el judío Isaac, que en realidad no se llamaba Isaac, sino Bengurion Sirquella; era no obstante judío, de padre judío, de madre judía, de abuelita judía, tatarabuela judía y me detengo en su árbol genealógico, porqué con tanta judía, terminaré haciendo un cazoleta. Isaac-Bengurion, nació en Vieu-Chateau, aunque fue por casualidad. Lo que sucedió, fue que la familia Sirquella, poseía una casa vacacional en Vieu-Chateau; cuando la mamá de Isaac se quedo en cinta, sintió fuertes trastornos. Lo que vulgarmente se dice un mal embarazo; su esposo, decidió instalarla en la casa vacacional cuidada por tres doncellas, convencido de que los aires del campo, le sentarían bien. De ésta forma, el 10 de Junio de 1888, llegó al mundo, el pequeño Bengurion en el pueblo de Vieu-Chateau. Desde su llegada, se pudo observar su puntiaguda nariz que pretendía juntarse con el afilado mentón de su barbilla. -

¡Es un niño señora! - Dijo una de las doncellas.

La madre, aún sumergida en los sudores del esfuerzo que venía de realizar, contempló satisfecha a la pequeña criatura. Las doncellas se apresuraron en acicalar al recién llegado, Paulette, una de las empleadas, entregó el bebé en los brazos de su madre. -

Es pequeñito, ¡sólo pesa dos quilos y medio! Pero es lindo. -

Dijo la muchacha...Lo de lindo, un poco para complacer a la mamá. Isaac, como es natural, no pudo retener nada en su memoria de aquellas maravillosas imágenes, pero si le quedó grabado en lo más profundo de su subconsciente, la ternura con que su madre le recibió cerca de ella. Ese clásico olor, mezcla de cuerpo con matices de leche, que todas las parturientas emiten después de haber dado a luz. Es la sublimación de la mujer. 189


MOISE-JARA

-

¿Ya puedo entrar? - Dijo la voz del padre, proveniente del

otro lado de la puerta. -

Entra querido, entra. - Respondió la mamá.

Un hombre alto, vestido con levita negra y con marcado aspecto hebraico se dibujo en la estancia. -

Es un varón, querido, es un varón. - Dijo la madre,

mostrando satisfecha a Isaac. -

Nuestro primer hijo. -

Dijo él, mientras con curiosidad

analizaba con su mirada al recién llegado. Isaac sintió la profundidad de la mirada de su padre, percibió que en ella había cariño y dulzura. Había arribado al seno de una buena familia. Hizo un pequeño suspiro y cerrando sus ojitos, se durmió confiado. Cuando sus padres, comprobaron que el pequeño, ya se había afianzado en el planeta y se encontraba apto para viajar regresaron a Lyon y lo instalaron en la casa familiar. Una excelente mansión, situada boulevard de la Republique, en pleno centro de la burguesía lyonesa. Y es que el papá de Bengurion, era un acomodado comerciante, propietario de unos grandes almacenes, donde se vendían, al mayor y al detall, tejidos de todas clases y tipos. Los primeros años de Bengurion, fueron de lo más normal, al principio el niño pensó que los elefantes volaban, luego se dio cuenta de que no era así, aunque esto les sucede a muchos niños de la tierra. Bengurion tuvo suerte, llegó el primogénito de su familia, siendo precedido por otros dos nacimientos, ambos de sexo femenino; todo esto le llevó a un sinfín de ventajas. Ser el único varoncito de la familia, el preferido de su mamá y al que su papá, dejó en herencia los almacenes Sirquella.

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El Precio de La Salvación

El joven muchacho cursó estudios en caros colegios particulares, en donde todo era siempre de lo mejor. Se acostumbró a comer bien y a ser atendido por un equipo de sirvientes. Bengurion no realizó estudios universitarios superiores, no le gustaba demasiado quemarse las pestañas delante de los libros, el joven tenía un sentido práctico de la vida. Se limitó a cursar estudios de comercio, algo que le fuera útil, para cuando tuviera que tomar a su cargo los negocios de su padre. Este, a pesar de su condición hebraica, no era nada tacaño en lo referente a las necesidades de su hijo. Vengarían Sirquella, se dedicó a vivir, a vivir bien su juventud. Gracias a la generosidad de su progenitor, el joven caballero gozó de todas las comodidades que le brindaba la época. Coche de caballos propio, su pequeña garconiere y el suficiente dinero en el bolsillo, como para ser bien aceptado en todos los lugares que brindaban diversión en la ciudad de Lyon. Centurión, con su capa, su sombrero de copa y su bastón, descubrió las delicias de las noches lyonesas de principios de siglo; no hubo teatro, reunión, fiesta o cabaret, que nuestro joven amigo no llegara a visitar. No obstante debido a su forma de ser era tranquila, nunca se metió en peleas, ni hizo estúpido alarde de su posición, sólo disfrutó del champagne, de las mujeres y de todo aquello que hacia la vida agradable. Su lema era, lo malo, en la vida, llega por sí solo; lo bueno hay que ir a buscarlo. Y todos los días, Centurión Sirquella, salía a las calles de Lyon, en busca de lo bueno. Una de aquellas noches, al salir de uno de los cabarets. Centurión despidió a su cochero. Deseaba regresar hacia su casa dando un paseo. La noche era fresca, el hombre comenzó a caminar lentamente, su mente vagaba sobre las cosas de la vida, poco a poco sus pasos le llevaron hasta el borde de uno de los ríos que bañan la ciudad de Lyon. 191


MOISE-JARA

Las aguas corrían con fluidez por el cauce del río, la luna, en toda su redondez reflejaba sus últimos hálitos, el vacío invadía las calles y las piedras que rodeaban el espacio en donde se encontraba Centurión. -

¡Qué silencio! ¡Qué soledad! - Pensó nuestro héroe, al

tiempo que se cubría con la parte superior de su capa. -

Ahora las gentes duermen y sus vidas avanzan sin que ellos

mismos sean capaces de darse cuenta de ello. En realidad todo avanza en esta vida, al igual que las gotas de agua que se deslizan por el río; en una loca carrera que las llevará finalmente a perderse en el océano. Mi existencia también avanza de forma irrefutable. Y no me doy ni cuenta, de que estoy existiendo, consumiendo mi vida. – Pensó el caballero. -

¿Qué será de mi vida? ¿Cómo será el mañana? - Continúo

pensando Centurión Sirquella. Su ánimo se encontraba sumido en una cierta melancolía, era quizá una de las primeras veces en su existencia, que el joven hebreo, se detenía unos instantes para reflexionar sobre sí mismo. La imagen del hombre estaba erguida sobre el muelle que delimita la tierra con el agua del rio, a pesar de la escasa altura de Centurión, la sombra, que la luna le hacía proyectar, era desmesuradamente grande. Toda la escena se diluía un poco mecida por la suave brisa del cercano amanecer. -

¡Extraordinario silencio! - Dijo una voz, que parecía salir de

ninguna parte. Centurión regresó al mundo de la realidad y buscó con su mirada la procedencia de la voz. Un hombre con aspecto de anciano, vestido con ropa moderna, pero mal cuidada; se encontraba a unos escasos metros de él. La mirada del recién llegado también se perdía en el correr de las aguas. -

Pensé que me encontraba solo. - Dijo Centurión.

-

Hace ya un rato que estoy aquí. Supongo que Ud. estaba

muy sumido en sus pensamientos. - Respondió la voz. 192


El Precio de La Salvación

-

Efectivamente caballero, la tranquilidad de la noche, le hace

a uno reflexionar sobre las cosas de la vida. - Dijo Centurión. -

Ud. a su temprana edad, sólo puede tener agradables

recuerdos. - Agregó la voz. -

Inquietudes e incógnitas sobre ¿qué

será mi futuro? -

Continuó Centurión Sirquella y dio unos pasos con el fin de acercarse hacia su desconocido interlocutor. Ya más cerca de él, Centurión pudo darse cuenta que el anciano, tenía un aspecto fuertemente demacrado, y desprendía una extraña vibración de tristeza. -

Parece Ud. apenado. - Dijo Centurión.

-

Más que apenado. Estoy desesperado. Horrorizado de mi

propio destino. - Respondió el anciano. -

¿Tan grave es lo que le ha sucedido? - Pregunto Centurión.

-

He perdido a mi esposa y a mis dos hijas y todo por esa

maldita guerra. - Respondió el desconocido. El joven hebreo, sintió como si le clavaran una espada en el corazón. Toda la tristeza que proyectaba su interlocutor, fue asumida por unos instantes por el propio Centurión, sin saber el porqué, se quedó callado y un terrible dolor le recorrió lo más profundo de sus entrañas. -

Pero parece que mis palabras le han perturbado... Ud. es aún

joven. no se entristezca. Tiene por delante una vida llena de posibilidades y de color. No preste demasiada atención a un viejo como yo. Mejor continúo mi camino. Y disculpe, en verdad que lejos de mi intención estaba el hecho de apenarle a Ud. - Dijo el anciano, y comenzó a alejarse de nuestro personaje, bordeando el muelle del rio. A medida que la imagen del viejo se iba alejando. Centurión recobraba lentamente su ánimo. Un montón de preguntas le afloraron en la mente. 193


MOISE-JARA

-

¡Oiga señor! ¿En qué guerra perdió Ud. a su familia? - Gritó

Centurión, que él supiera, en aquella época no había ninguna guerra. - En la última guerra muchacho. Siempre hay una última guerra. - Respondió el desconocido y continuó su camino. -

¡Espere un momento, caballero!, no se vaya sumido en esa

terrible tristeza. ¡Espere! ¿A dónde se dirige Ud. ahora? - Agregó Centurión, dando unos pocos pasos con intención de alcanzar al anciano. -

¿A dónde voy a ir? ...Regreso a Vieu-Chateau, esa es mi

única solución. - Dijo el desconocido, que sin detenerse en su paso, terminó por desaparecer entre las brumas de la noche. -

Yo también nací en Vieu-Chateau. - Dijo Centurión...pero ya

el anciano, no le respondió. -

¡Qué extraño personaje! - Se dijo Centurión, mientras se

protegía el cuerpo en el interior de su capa. -

Y qué rara sensación de desaliento me ha producido. -

Continuó pensando. Luego encaminó sus pasos hacia su casa. Como a las once de la mañana, Centurión fue despertado por el ruido que produjo su mayordomo, al entrarle en la habitación los periódicos. -

¿Qué hora es, Marcel? - Preguntó nuestro personaje.

-

Más de los once, señor. - Respondió el mayordomo.

-

¿Y cómo ha amanecido el día? - continuó

Centurión,

estirándose en el interior de su lecho, para aprovechar los últimos instantes del goce de la cama. -

La mañana ofrece un espléndido sol señor, pero creo que la

jornada será lúgubre para Francia. - Continuó Marcel. -

¿Lúgubre para Francia? - Repitió, saliendo de la cama de un

-

La guerra señor, la guerra con los alemanes. Parece que es

brinco. inevitable. - Dijo Marcel. 194


El Precio de La Salvación

Por la mente de Centurión, pasaron de nuevo las escenas vividas la noche anterior sobre los muelles del río. -

Siempre hay una última guerra, había dicho el anciano.

En los días que se sucedieron, la vida de Centurión Sirquella, se vio del todo transformada; tuvo que abandonar su sombrero de copa, su capa y su bastón y vestido de un caqui, que no le quedaba nada bien, se encontró hundido en el barro de una incómoda trinchera de la línea Marginot; lo del color del uniforme, aún podía pasar, pero las botas, que debido a la corta talla de nuestro personaje, eran grandes en un par de números y ese molesto casco que tenía la manía de írsele hacia delante, tapándole los ojos. -

Ahí están. Disparen, disparen. - Decía la voz del sargento.

Centurión no veía a nadie, quizá por lo del casco, la voz seguía repitiendo. -

Disparen, disparen...que no quede ni uno. – decía la voz.

Entonces Centurión, sacaba la cabeza por el borde de la trinchera y comenzaba a disparar, debido a su corta estatura, se veía obligado a subirse sobre una gran piedra, de esta forma llegaba justo a la orilla de la trinchera. -

Ya se retiran, ya huyen. ¡Vamos a por ellos! - Continuaba

con entusiasmo el sargento. En ese momento comenzaba el drama para Centurión. Salir del hueco en donde se encontraba, era para él, toda una proeza. Cuando por fin lo conseguía, intentar avanzar con sus pequeños pies, en el interior de las enormes botas, era algo así, como esquiar en el desierto del Sahara; finalmente, nuestro hombre, no sin gran número de dificultades, lograba llegar hasta la barrera de alambradas, que con tan poca gracia, colocaban los enemigos. Entonces, nuestro soldado, se encontraba con

sus compañeros,

regresando de la incursión. 195


MOISE-JARA

-

¡Eh, Isaac, que te pasa siempre el último! - Le dijo Herve,

un fortachón criado en las calles de Marsella. -

Isaac si sigues así, no vas a matar nunca a un alemán. - Dijo

Pierre, campesino de la Normandía. Fue precisamente en el ejército, durante la primera guerra mundial, que sus compañeros, comenzaron a llamarle Isaac; lo de Centurión, era demasiado largo y complicado, para aquellos bravos e ignorantes defensores de la patria. Para Centurión, lo de llegar a matar a un soldado alemán, era otro poema; primero Isaac, tendría que poder llegar a verlo, dentro de la trinchera y metido en su casco, hasta el momento, no había sido capaz de ver a ningún enemigo desde el comienzo de la guerra... Una noche, en la que nuestro personaje, se encontraba de guardia, apareció la oportunidad tanto esperada. Hacia el lado derecho de la trinchera, como a unos cien metros, Centurión escuchó unos extraños ruidos. -

Será el enemigo que se acerca. - Se dijo.

La noche carecía de luna, la oscuridad invadía todo alrededor de nuestro soldado. -

Por el sonido, parece ser un solo hombre, quizá un

explorador o un espía, que está localizando nuestras posiciones. - Continuó diciéndose Isaac, que se despojó de su molesto casco y alzándose sobre la piedra que le servía de taburete. -

Ñic...Ñac. - Se oyó en la tenebrosa negrura.

-

¡Ahí está! - Dijo Isaac, en voz baja y continuó mentalmente.

-

Ya le localicé, al próximo ruido, disparo y me lo cargo. –

continuó Isaac, apoyó su fusil en el borde de la trinchera, apuntó cuidadosamente hacia la dirección de donde procedían los sonidos. Isaac no veía nada, pero en aquella época oía perfectamente. 196

Ñic, Ñac. - Se oyó otra vez.


El Precio de La Salvación

-

¡Puuummmm! - Hizo el disparo de nuestro soldado, que fue

capaz de percibir el sonido de un cuerpo cayendo sobre la tierra; antes que el retroceso del fusil, le hiciera perder el equilibrio, lanzando su persona sobre el fango, .al otro extremo de la trinchera. -

¿Qué pasa? ¿Qué pasa? - Dijo Pierre, saliendo en

calzoncillos del interior de su manta y con un fusil en su mano derecha. inútilmente

¿Nos ataca el enemigo? - Preguntó el sargento, buscando con su mirada a Isaac; este, por la posición en que había

quedado en el fango, resultaba invisible a los ojos de su superior. Todos los hombres del pelotón, se apoyaron en el borde de la trinchera, intentando ver algo en la oscuridad de la noche. -

No se ve nada. - Dijo Herve.

-

Yo creo que no hay nadie. - Replicó Pierre.

Isaac ya había conseguido levantarse para colocarse al lado de sus compañeros. -

Oí claramente el ruido de alguien que se estaba acercando. -

Dijo Centurión. -

¿No estarías soñando? - Replicó el sargento.

-

No mi sargento, estoy seguro, por eso disparé. - Dijo Isaac.

-

De todas maneras, está muy oscuro para ir ahora a

averiguarlo. - Intervino Pierre. -

Mañana, si los boches nos dejan tranquilos, echaremos un

vistazo. - Dijo el sargento. Todos se fueron a dormir, dejando que Isaac continuara su guardia. Al día siguiente amaneció esplendido, a pesar de ello, los alemanes no aparecieron; al sargento, Pierre, Herví e Isaac, abandonaron la trinchera hacia las nueve de la mañana. Avanzaban agachados a unos veinte metros de distancia el uno del otro; Isaac iba en última posición, siempre el problema de sus enormes botas. 197


MOISE-JARA

-

¡Compañeros! Venir a ver, lo que ha matado Isaac. - Dijo

Pierre, incorporándose detrás de un pequeño arbusto; todos se acercaron hacia el lugar, cuando llegó Isaac, el sargento y Pierre se reían a pierna suelta. -

Mira tu enemigo. - Dijo Pierre, señalando a un cerdo que

yacía junto al pequeño arbusto. -

Has matado un cochino. - Continuó Pierre, que no dejaba de

reír. Bengurion se sintió confundido, noto, que los colores le cubrían el rostro, había disparado contra un cerdo, bueno en el fondo, no es que nuestro personaje tuviera especial interés en segar la vida de un humano, pero se encontraba en la guerra y lo que más fastidiaba a Isaac, era al no lograr adaptarse al medioambiente en el que se hallaba, en el fondo era un judío; perteneciente al único pueblo de la tierra, que había sido capaz de sobrevivir en todos los medios. Si en esa guerra, había que matar al menos a un enemigo ¿porqué él, no lo había conseguido esa noche?, de esa forma ya se podría olvidar de esa especie de obligación. -

Estáis confundidos camaradas. - Dijo Herve que se

encontraba a unos treinta metros a la derecha del grupo, al lado de un matorral debajo de un amplio árbol. -

¡El muchacho si ha matado a un boche! ¡Venid a ver! -

Continúo Herve; todos acudieron hacia el matorral, efectivamente un tanto inerte, escondido, entre el árbol y una planta, se encontraba el cuerpo de un soldado alemán, llevaba una gorra de lona en lugar de casco; Herví le levantó la cabeza con su mano derecha, mostrando al grupo, la perforación, que la bala había hecho al penetrar por la parte superior de la frente. 198

¡Mirad el hueco de la bala! - Dijo Herve.


El Precio de La Salvación

Isaac lo vio con toda claridad; pero también vio la mirada perdida en el vacío, del joven enemigo. Un muchacho, que no parecía haber alcanzado aún los veinte años, al que le había quedado los parpados completamente abiertos, por la inesperada sorpresa de una muerte que le llegaba desde la oscuridad de la noche. Entonces Isaac se dio cuenta que hubiera preferido, aún teniendo que soportar las burlas de Pierre, haber matado al cerdo en lugar de a ese joven enemigo. -

¿Y quién mató al cochino? - Continuo fastidiando Pierre.

-

Cuando estuve al lado del cerdo no pude ver orifico alguno,

por eso seguí buscando. - Aclaró Herve. -

¿Pero quién lo mato? - Insistió Pierre con su tozudez de

normando y con la clara intención ofuscar, el éxito de Isaac. Debió morir de la triquina o de una patada en los… - No pudo terminar Herví; sonó un disparo y Pierre se desplomó lanzando una maldición. -

¡Hijos de perra! ¡Me han herido! - Dijo Pierre.

Apareció un grupo de cinco alemanes, que con bayoneta en mano cargaron contra los franceses. El sargento fue el primero en disparar consiguió tumbar a dos enemigos; Herve se enzarzó con otro de ellos en una lucha cuerpo a cuerpo, el sargento lo hizo con el cuarto alemán a pesar de que éste había conseguido clavarle la bayoneta en el brazo izquierdo. El quinto hombre se lanzó hacia Pierre, que permanecía inmovilizado en el suelo. Isaac viendo a Pierre en inminente peligro, cogió su fusil por el extremo del cañón, o sea al revés, porque con la prisa fue lo primero que consiguió, dio un brinco y se situó entre el herido y el soldado enemigo. Ante el asombro de todos los presentes, Isaac utilizando el fusil como un bate de béisbol, le propinó un tal golpe al soldado alemán, que éste, cayó desplomado hacia su lado derecho perdiendo por completo el conocimiento. 199


MOISE-JARA

Luego el pequeño judío cargó como pudo a Pierre y lo fue alejando del lugar. A veces arrastrándolo otras empujándolo con las manos, con las piernas, con los pies, hasta conseguir, llevarle a la trinchera. Los compañeros del pelotón, salieron rápidamente en ayuda del sargento y de Herve, que al rato, aparecían de retorno y vivos. Aquella tarde Pierre, con una gran venda alrededor de su pecho; se hallaba sentado en un rincón de la trinchera, todos los hombres hacían coro a su alrededor mientras tomaban café. Pierre levantó la cabeza y fijando sus grandes ojos de campesino en Isaac. -

Sabes muchacho, eres enclenque y pequeñajo, pero eres todo

un hombre. Gracias, Vengarían o como te llames, gracias amigo. - Dijo con emoción Pierre; el gran y fornido normando se convirtió desde aquel día; en el protector de Isaac y no permitió que nadie se burlara nunca más de él. La guerra, se terminó con el armisticio de Versalles, el Káiser huyó a Holanda. Alemania se vio obligada a firmar un ultrajante tratado, que la hundió, durante algunos años en el paro y la miseria. Isaac, Pierre y Herví habían logrado sobrevivir al holocausto; se despedían en un cuartel situado a las afueras de Paris; a pesar de haber pasado casi cinco años juntos, poco conocían, el uno del otro, de sus vidas de antes de la guerra. -

Bueno, aquí termina la aventura. ¿Hacia dónde vas tú Isaac?

- Preguntó Herve -

Yo voy a ver si encuentro a mi mujer y a mis tres hijos. -

Interrumpió Pierre. -

Regresaré, a la casa de mis padres en Lyon. - Respondió

-

¿Tú, a que te dedicabas antes de la guerra? - Pregunto Herve

Isaac. a Pierre. 200


El Precio de La Salvación

-

Tenía un pequeño pedazo de tierra y lo cultivaba...Labrador,

eso fue mi padre y eso fue lo único que me enseñó. Supongo, que mi mujer me habrá esperado. Regresaré con ella y mis hijos. - Dijo Pierre. -

¿Y tú que hacías antes de esto? - Preguntó Herve a Isaac.

-

Bueno, no hacía gran cosa, me dedicaba a vivir la vida. -

Respondió Isaac. -

Yo también, la calle me enseñó muchos trucos; aunque, no

sé si ahora las mujeres seguirán fijándose en mí. - Dijo Herve comprobando la imagen de su rostro en un pequeño espejo de bolsillo. -

Si entiendo bien, he estado viviendo cinco años, al lado de

un par de chulos, ¡macarras! para decirlo mejor. - Agregó con sorpresa Pierre. -

No amigo Pierre, yo no quise decir lo mismo que Herví; en

realidad, yo no hacía nada, nada de nada. Mi padre es dueño de almacenes en Lyon. Ahora a mi regreso creo que ya se acabo la dolche vita; llegó el momento de tomar la vida en serio, trabajar y quizá casarme. - Respondió Isaac. -

Así, que lo que tú eras, un niño bonito. Ya decía yo, que tú

no tenias pinta de macarra. – Dijo inocentemente Pierre. -

¡Hombre!, gracias por lo que me toca. - Dijo a Pierre.

-

Perdona compañero; pero la verdad, es que, tu. - Dijo Pierre.

-

Sinceramente no puedo mentir a mis compañeros de armas y

menos hoy, el día de nuestra despedida; de aquí a un rato, cada uno partirá con distinto rumbo y lo más seguro es que ya no nos volvamos a encontrar más. Tienes razón Pierre; yo antes de la guerra, era un macarra, vivía de las mujeres y vivía bastante bien. - Dijo Herve

201


MOISE-JARA

-

Lo que me preocupa; es que la guerra me ha envejecido.

¡Mira, mira! cuántas arrugas. - Terminó Herví. -

Si quieres te puedes venir conmigo a Lyon, en los almacenes

de mi padre, siempre hay trabajo. - Dijo Isaac, -

Gracias compañero, pero no me veo yo haciendo un trabajo

de ocho de la mañana hasta las seis de la tarde; de todas maneras, te lo agradezco mucho Isaac. - Respondió Herve. -

Se llama Bengurion, con lo que me costó

aprender su

nombre. - Dijo Pierre. -

De todas formas si te va mal, aquí te escribo la dirección. -

Dijo Isaac y le dio un trozo de papel a Herve. Quiero probar suerte en Marsella, pero nunca se sabe, ¡gracias! -

Terminó Herví, guardando la

dirección en el bolsillo. Hacía las cuatro de la tarde; los tres hombres se despidieron en la estación de Austerlitz. Herví probo suerte en Marsella, le fue bien durante unos seis años, un día en una redada, cayó preso, paso ocho meses en la cárcel, cuando fue liberado, se acordó del pedazo de papel, que un día le entregó su amigo Bengurion; cogió sus cuatro trastos y se presentó en el despacho de Isaac, trabajó para los almacenes Sirquella y fue de gran ayuda para Bengurion, cuando la verdadera gran catástrofe cayó sobre su existencia. Pero las cosas, aún no se encontraban ahí en 1919, Isaac con sus treinta años ya cumplidos, llegó a Lyon, dispuesto a tragarse el mundo. Su padre le recibió con alegría y acepto gustoso, la idea de jubilarse, para darle la alternativa a su hijo; Centurión después de seis meses de trabajar en colaboración con su padre, estableció un evalúo del negocio y compró la parte que les podría corresponder a sus hermanas. Una de ellas, se casó con un inglés y se fue a vivir a Gran Bretaña, la otra con su parte de la herencia, emigró a los Estados Unidos. 202


El Precio de La Salvación

A la edad de treinta y dos años, Bengurion Sirquella, era el único propietario de los almacenes Sirquella de Lyon; también en esa época, conoció a una linda jovencita, hija de un rabino, que poseía unos adorables pómulos, no era muy alta, tenía la piel suave y se llama Débora. Bengurion y Débora se casaron por el rito judío, con todas las de la ley, claro, la ley hebraica naturalmente; fueron de viaje a Inglaterra y se establecieron, en una cómoda mansión, que compró Ben, así lo llamaba su joven esposa, en la rué del Armnistice, también en el barrio elegante de la burguesía lyonesa. Todo funcionaba sobre ruedas, para el nuevo hombre de negocios, parecía que, Jehová le había bendecido con los mejores dones. A los dos años de matrimonio, Débora, le dio su primera hija, que bautizaron, siempre en el rito judío, con el nombre de Raquel, al siguiente año nació Ruth. Ben, se olvidó por completo de su vida de antes de la guerra; ahora, vestía traje con chaqueta cruzada, sombrero moderno y frecuentaba los salones de reuniones familiares y el club de hombres de negocios de Lyon; Ponía gran atención, en los problemas y necesidades de la vida corriente; pasaba las horas del día, entre su despacho de los almacenes Sirquella y se dedicaba a jugar con sus hijas, lo único que le fastidiaba un poco era el no tener un hijo varón, que fuera capaz de continuar con los almacenes y hacer que el apellido Sirquella no se perdiera. Pero aún así corrían los años veinte; aún él y Débora, eran jóvenes y todo podía llegar; no obstante, en esta cosa, parece que Jehová no le quiso escuchar. Débora tuvo dos abortos, en el último fue preciso intervenirla quirúrgicamente, por ello. Débora quedó con la imposibilidad de volver a ser madre; con lo cual la ilusión de Ben, se esfumó para siempre; no le quedaría más remedio, que entregar un día la administración de sus almacenes, a alguno de sus futuros yernos. 203


MOISE-JARA

Una mañana de primavera, mientras se encontraba trabajando en su despacho, su secretaria, le informó que un tal Monsieur Delplace, quería verlo. -

¿Monsieur Delplace? No lo conozco. - Dijo Ben, por el

interfono. -

El señor insiste, dice que es amigo suyo. - Respondió la

secretaria. Ben se levantó de su asiento, acercándose personalmente a la puerta de su despacho, con el fin, de ver si reconocía al misterioso Monsieur Delplace. Cuando su mirada se puso en el hombre, que humildemente vestido, esperaba sentado en la ante sala, el corazón de Bengurion dio un brinco de alegría. -

¡Herví! - Dijo Ben, invitando de inmediato a Herví a entrar a

su despacho; los dos hombres se acomodaron en unos sillones, que con una mesita y un mueble bar, formaban un rincón íntimo en el interior del gran despacho del propietario de los almacenes Sirquella. -

Pensé que ya no me reconocerías. - Dijo Herví que

presentaba un triste semblante. -

Como no iba a reconocerte Herví. Lo que yo no sabía, es que

te apellidabas Delplace. - Dijo sonriente Bengurion. -

¿Te va bien, verdad? - Dijo Herví en tono amargo, no por

celos hacia su antiguo compañero, sino mas bien por compasión hacia sí mismo. -

¿Y a ti te va mal, verdad? - Dijo Ben.

-

He tenido muchos problemas, incluso termine en la cárcel.

Encontré tu dirección y me dije. - Agregó Herví. -

Y te dijiste bien, querido amigo, puedes estar por seguro, que

tus problemas se han terminado. - Dijo Centurión. 204


El Precio de La Salvación

-

Me conformaría con un pequeño empleo de ayudante de

almacén o algo por el estilo; no he venido aquí para aprovecharme. - Dijo Herví un poco confuso. -

¿Y trabajar de ocho a seis de la tarde? No eres hombre para

eso Herví pero tómate un whisky y arriba los ánimos, amigo. - Dijo Bengurion. -

Algo tengo que hacer, en lo otro me ha ido de lo peor; me

siento cansado y viejo; tendré que comenzar a acostumbrarme de ocho a seis. - Replicó Herví, pensando que su amigo le estaba negando el trabajo. -

Primero tómate tranquilo el whisky, después iremos los dos a

comprar un poco de vestuario nuevo, nos detendremos un rato en un restaurant que yo conozco y mañana estarás trabajando conmigo, como mi hombre de confianza. - Dijo Ben sonriendo. -

Pero Isaac...digo Bengu...en el fondo tú no me conoces

demasiado... no tengo estudios y mis cualidades. - Dijo Herví. -

He vivido cinco años cerca de ti; día tras día. Estoy

convencido, que mi intuición no me traiciona. Además, de verdad que lo que más necesito en este momento, es tener a alguien de verdadera confianza. Dijo Ben. -

¿Te casaste? - Preguntó Ben a Herví.

-

¡No! - Respondió éste.

-

Quizá encuentres alguna buena señorita aquí en Lyon. - Dijo

-

No quiero saber nada de mujeres. - Respondió Herví.

-

Pues yo tengo tres. - Dijo Ben.

-

¡Ah sí! - Agregó Herví, sorprendido.

-

Mi esposa Débora y mis dos hijas. - Dijo Ben. Los dos

Ben.

hombres sonrieron. 205


MOISE-JARA

La intuición de Bengurion no se equivocó en lo más minino, Herví se convirtió en un excelente colaborador y en un sincero amigo que siempre estuvo presente en los momentos difíciles. Durante los años que siguieron, las hijas del matrimonio Sirquella, crecieron con normalidad, hasta convertirse en dos esplendidas señoritas, todo parecía augurar, que pronto se cumpliría el pensamiento de Ben, llegaría algún espabilado joven, que sería capaz de reemplazarle al frente del negocio. La extrema derecha francesa, comenzó a levantar vientos de antisemitismo por todo el país; aunque ello, no afecto a Bengurion Sirquella, que se encontraba bien afianzado entre la burguesía de su ciudad; seguramente fue por ello que nunca le pasó por la cabeza la posibilidad de venderlo todo y marcharse a otro lugar, Estados Unidos o Canadá. Además él era francés, excombatiente de la primera guerra; mundial; aquel era su país. Tampoco vio Ben, el peligro que podía suponer la ocupación alemana del cuarenta; al principio el ejército

invasor

se comporto

cortésmente con la población civil; el único problema, que le ocasionaron a Bengurion, fue el hecho, de que los nazis le pidieron; mejor dicho le incautaron, una parte de los locales de sus almacenes, donde instalaron un centro de suministros para el ejército; aunque esto también lo hicieron, con otros comerciantes de Lyon, que no necesariamente era judíos. -

No había nada porque inquietarse. - Pensaba Ben.

Al capitán Gunter, le conoció Bengurion, precisamente el día, en que el propietario de los almacenes Sirquella, entregaba algunos de sus locales a disposición del ejército alemán. Gunter, le pareció a Ben, un tipo simpático; no tenía el porte, ni la rigidez, de los encopetados oficiales de ocupación, que pasaban su tiempo en las terrazas de los cafés; el capitán, tampoco era un acérrimo fanático de la 206


El Precio de La Salvación

doctrina del tercer Reich, más bien parecía, un individuo extremadamente práctico, hasta un hombre de negocios aunque a algunos historiadores les parezca extraño, también habían individuos así; que les importaba más el dinero y lo que podían sacar de aquella guerra, que seguir las fantasías de su paranoico Furer. El capitán Gunter, era uno de ellos y el capitán Gunter, caía simpático a todo el mundo, sobre todo si ese mundo, formaba parte de la gente acomodada del lugar. Bengurion, invito en varias ocasiones al capitán a los mejores restaurantes de Lyon, este último siempre acepto y los problemas que se derivaron de la ocupación de los locales, propiedad de Ben, se arreglaron siempre, en términos cordiales. Al segundo año de ocupación alemana, volvieron a aparecer los brotes antisemitas, esta vez no solo instigados por la extrema derecha francesa, sino también por los nazis, seguidores de las consignas de Adolfo. El capitán Gunter se incorporo a las S S y paso a manejar una parte de la Gestapo de Lyon; lo que por el momento, fue una suerte para Bengurion, que tuvo

digamos, un amigo del lado del poder, claro que a

partir de ese momento, al propietario de los almacenes Sirquella, le costó algo más caro, que simples invitaciones en lujosos restaurants; de hecho, Gunter hizo todo lo posible para que Ben y su familia no fueran inquietados; pero ya no quiso que se le viera en público con el judío, sus contactos, se realizaron desde entonces, en el más absoluto secreto. Gunter pedía cada vez, sumas más elevadas, a Centurión. Herví le aconsejó a su patrón y amigo, de alejarse de Lyon por una temporada; de esconderse, con toda su familia, en algún pequeño pueblo en el campo. Ben, pensó en la propiedad que le había dejado su familia en Vieu-Chateau; pero cuando por fin se decidió a organizar la huída, ya era demasiado tarde; consecuencia de la desorbitada extorsión que sufría por parte del capitán de 207


MOISE-JARA

las S S, se vio obligado a hipotecar sus almacenes e incluso a conseguir algunos préstamos privados; su negocio prácticamente se paralizo en 1942. Dado que Ben, siempre se rehusó, hacer tratos de suministro con el ejército invasor, de todas formas en esto último, quizá vio claro, porque otros comerciantes judíos de Lyon que aceptaron suministrar al ejército, nunca fueron pagados. A los judíos de Lyon se les comenzó a obligar a llevar la estrella de David, como distintivo de su pertenencia a la raza maldita. Empezaron a realizarse algunas detenciones. Los arrestados, eran deportados en vagones de carga, por vía férrea hacia Alemania; corrían rumores de la existencia de terribles campos de concentración donde se imponía a los judíos trabajos forzados. A menudo en las calles de Lyon se ocasionaban incidentes, un grupo de miembros de la extrema derecha francesa, apaleaba en pleno día, a algún pobre transeúnte portador del fatídico emblema judío; la policía permanecía indiferente, ante las protestas del apaleado y terminaba deteniéndole a él. Todos los individuos, de origen judío, que se veían forzados a visitar las comisarias jamás volvían a sus casas, solo desaparecían. La protección que Gunter brindaba a la familia Sirquella, aunque era extremadamente costosa, se debe de reconocer, que era efectiva; ningún miembro de los Sirquella, se vio obligado a ponerse en el pecho la estrella de David. Dos soldados S S custodiaban, a una cierta distancia y con algo de disimulo, la mansión de Bengurion, con el fin, que los exaltados, propios franceses, pertenecientes a las juventudes hitlerianas, no se acercaran demasiado a la familia Sirquella. No obstante, se les aconsejó, el no abandonar la casa, a Gunter, le era imposible mantener la protección en las calles. 208


El Precio de La Salvación

Débora, Raquel y Ruth, permanecían toda la jornada confinadas en la mansión, se debía utilizar a las criadas para efectuar las compras de alimentación,

con

la

correspondiente

perdida,

por

la

sisa

que

sistemáticamente efectuaban; algunos empleados del servicio doméstico, entre ellos el chofer, desaparecieron un buen día sin ninguna explicación y llevándose lo que pudieron con ellos. Todo el mundo, parecía querer aprovecharse al máximo de la situación; incluso la cocinera madame Charlotte, ya no consultaba con su patrona, los menús a realizar, hacía lo que le venía en gana; el desorden y la zozobra dominaban en la mansión de los Sirquella... Era el precio del miedo. Solamente Herve permanecía fiel al hombre que un día le había ayudado, sacándole de la miseria. Herve conducía el automóvil, en las raras ocasiones, en que Ben se desplazaba hasta su despacho de los almacenes. Herve, supervisaba y mantenía a raya, a los empleados del negocio y también era él, que realizaba los contactos con Gunter. -

Ben, no puedes seguir así, te estás hundiendo, debes tomar

una decisión. Coge a tu familia y márchate lejos de Lyon. - Le repetía Herve. -

Si Herve, tienes razón, esta misma noche reuniré a Débora y

a las niñas para hablarles de la situación. La próxima semana, estaremos todos en Vieu-Chateau. - Respondió Ben. Efectivamente, aquella misma noche, después que el servicio se hubo retirado a descansar. Monsieur Sirquella reunió a su esposa y a sus dos hijas, en el salón biblioteca de la casa. El otoño había llegado con inusitada rapidez, las noches comenzaban a ser frías, aquella en especial, estaba regada por una intensa lluvia que hacía caer las gotas en forma inclinada sobre la tierra.

209


MOISE-JARA

Centurión cerró con cuidado las puertas corredizas que separaban el salón biblioteca del resto de la casa, la estancia se encontraba en semi penumbras. Las tres mujeres permanecían sentadas en un sofá cerca del hogar, en donde algunos troncos proporcionaban calor y la única iluminación. Ben, nervioso, se acercó hacia una de las ventanas y cerró las cortinas, todo comenzó a desarrollarse dentro del clima de una película de misterio, mejor dicho de horror. El cabeza de familia comenzó su explicación; a medida que iba hablando, en el rostro de las mujeres se comenzó a reflejar la inquietud. Fue Raquel la que se sintió más afectada por las explicaciones de su padre. Un intenso pavor comenzó a dominar el cuerpo de la muchacha, se sentía paralizada por los efectos del miedo. El efecto de un relámpago, dejó pasar unos tenues rayos de luz a través de las rendijas de las cortinas. Centurión se detuvo un momento en su explicación y contempló con dulzura a su esposa. Débora parecía la más fuerte frente a aquella situación. Por la mente de Monsieur Sirquella, cruzaron por unos instantes, un sinfín de recuerdos y de sensaciones. La ternura de encontrarse en los brazos de Débora, el calor de su cuerpo, el olor de su piel. Ben pudo ver con claridad la imagen de su esposa, mostrándole orgullosa a la pequeña Raquel, recién nacida. Habían transcurrido casi veinte años, veinte años pasados sin apenas darse cuenta, veinte años de paz y confortable tranquilidad. ¿Porqué las cosas se complicaban ahora...porqué la situación se estaba convirtiendo en un terrible peligro? Decididamente había que actuar rápido. En realidad él había estado un poco ciego delante de los eventos que estaban acaeciendo en Francia. 210


El Precio de La Salvación

-

¿Cómo no se había dado cuenta antes? - Pensó Centurión.

Volvió a colocarse en el centro de la estancia para proseguir con sus explicaciones. Otro relámpago hizo acto de presencia. -

¡Vaya nochecita! - Dijo Ben.

-

Esperen un momento, enseguida termino de explicarles mi

plan. - Continuó nuestro personaje, que ahora se dirigió inquieto hasta una de las ventanas y corriendo ligeramente su cortina, miro hacia el exterior. Se veía el jardín de la casa, a una distancia de algo más de treinta metros, la verja de la puerta, todo se encontraba desierto; ni tan siquiera el rastro de los dos centinelas, que habitualmente, se instalaban cerca de un pequeño cobertizo en el extremo del jardín. -

¡Cálmate un poco papá! - Dijo Ruth con acento inquieto.

-

Tranquilízate cariño, regresa y sigue contándonos lo que has

decidido. - Dijo Débora. Centurión volvió a colocarse en el centro de la estancia, procuro dibujar en su rostro, una tranquilizadora sonrisa e intento comenzar a hablar. Pero esta vez fue interrumpido, por el sordo chirriar de los frenos de varios vehículos, la nariz de Ben, volvió a pegarse tras los cristales de la ventana. -

¿Qué ocurre querido? - Preguntó Débora con aire asustado,

Raquel se levantó de su asiento en un desesperado acto de miedo y se acercó al lado de su padre. -

¡Chiss! No hagáis ruido. - Replicó Ben, sin abandonar su

lugar de observación. -

Unos camiones del ejército y un automóvil negro, acaban de

detenerse junto a la verja del jardín. - Dijo Centurión a media voz. -

¿Qué vamos hacer? - Grito Raquel, a la que ya le era

imposible controlarse. -

No grites mujer. - Dijo Ben. 211


MOISE-JARA

-

¿Pero qué vamos hacer?=== Repitió la muchacha en tono

histérico. -

¡Cállate de una vez! - Agregó Centurión soltándole una

bofetada a su hija. Raquel se alejó de su padre con las manos en su rostro, luego se abandonó en un silencioso llanto. Era la primera vez que Centurión le alzaba la mano a una de sus hijas. Decididamente la situación había llegado a un extremo, en que ya nada se controlaba. Débora se acercó hacia su esposo y se refugió en sus brazos. Centurión se sintió apenado y sobre todo, Centurión se sintió impotente, frente a lo que estaba sucediendo. Dos soldados comenzaron a manipular la cerradura de la puerta del jardín, que consiguieron abrir con extraordinaria rapidez; todos los vehículos penetraron por el empedrado camino que conducía hacia la mansión, comenzaron a sonar inquietantes golpes en la puerta. -

¡Abran! policía militar alemana. ¡Abran la puerta, policía! -

Dijo una estridente voz desde el exterior de la casa. -

Uds. permanezcan aquí tranquilas. Yo voy a ocuparme de

esto. - Dijo Centurión, que abandonó la estancia, cerrando tras de sí las puertas corredizas del salón biblioteca. Cuando entreabrió

la hoja de madera de roble, que protegía la

entrada de su mansión, pudo ver la siniestra figura de tres hombres, que seriamente erguidos, se dibujaron ante sus ojos. Un oficial alemán, luciendo el brazal de las S S ; un hombre algo más bajo, con sombrero y abrigo de cuero, que apestaba de lejos a Gestapo y finalmente,

un

estúpido

jovenzuelo,

dentro

de

un

uniforme

de

colaboracionista, que le venía grande, no solo en talla, sino también en envergadura. 212


El Precio de La Salvación

-

¿Es Ud. Centurión Sirquella? - Preguntó el oficial S S.

Centurión pudo percibir los potentes ojos azules de su interlocutor, su mirada de acero, le penetró terroríficamente hasta lo más profundo de su interior; también le sorprendió la extraordinaria fineza de sus labios. El oficial S S, tenía los labios tan sumamente finos, que su boca, parecía ser simplemente una línea trazada a lápiz. -

Sí, soy yo. - Dijo el judío con voz temblorosa y terminó de

abrir la hoja de la puerta. -

Debe

Ud.

Acompañarnos.

-

Intervino

el

joven

colaboracionista, que debido a su temprana edad, a un ridículo bigotito con que se adornaba el rostro y a su aspecto un tanto imberbe, decididamente, no se hallaba nada a tono, con la siniestra imagen de la situación. Como la puerta ya estaba completamente abierta, el hombre de la Gestapo, que hasta el momento no había pronunciado palabra alguna, dio un par de pasos al frente, con intención decidida de querer entrar. Ben dio un par de pasos hacia atrás. Los tres recién llegados irrumpieron en la casa. -

Permítanme coger mi chaqueta y mi abrigo y despedirme de

mi familia. - Dijo Ben, que comenzaba a recuperarse de la sorpresa. -

Coja lo que necesite. - Respondió el oficial alemán con cierta

cortesía. -

No hace falta que se despida de su familia, ellos también

vienen con nosotros. - Volvió a intervenir el colaboracionista. La Gestapo, seguía sin decir palabra, ahora observando los muebles y cuadros que contenía la mansión. El hecho de darse cuenta, que su familia también sería molestada... hizo reaccionar a Centurión, que recobrando un poco el aplomo, se dirigió hacia el oficial S S, que al menos parecía un tanto cortés. -

Permítame solicitarle, el poder hacer una llamada telefónica.

- Dijo Ben. 213


MOISE-JARA

-

¿A quién pretendes llamar, quizá a tu dios Jehová? Tenemos

prisa, cojan rápido sus cosas y vámonos. - Volvió a intervenir el colaboracionista, en tono abiertamente grosero. -

Haga su llamada y tome su tiempo. - Dijo el oficial S S,

desacreditando la supuesta autoridad del joven imberbe. Cuando Ben se alejó hacia la biblioteca, pudo oír parte de la conversación que mantenían el oficial SS y el colaboracionista. -

Ud. es demasiado exaltado Jacques, no es necesario asustar a

estos judíos. - Dijo el alemán de los finos labios. -

¡Estos perros! son los que han traído la desgracia a Francia. -

protestó el citado Jacques. -

Sí, por necesidades de seguridad, estas

gentes son

desplazadas de lugar, es más práctico que las cosas se hagan sin dramatismo. - Dijo el alemán. -

¿Desplazadas

de

lugar?

-

Agregó

riéndose

el

colaboracionista. Esto fue todo lo que pudo oír Ben, que ya se encontraba frente a las puertas de su biblioteca, las corrió y entró en la misma. Después de informar de la situación a Débora y a las niñas, Ben se acercó al teléfono descolgó el auricular con intención de llamar a Gunter. -

¿Como no lo había pensado antes?, desde el instante que vio

aparecer los camiones a través de la ventana. ¡Gunter! ¡Gunter! él arreglaría aquello, ¡Para eso le pagaba! - Pensó Centurión. Con su índice, buscó nerviosamente el orificio del primer número, entonces se dio cuenta, que el aparato no indicaba tonalidad alguna. Ben colgó el auricular, volviéndolo a levantar inmediatamente, seguía sin anunciar la línea, comenzó a dar unos agitados golpecitos en el intercomunicador, nada, sólo silencio. 214

El teléfono está cortado. - Dijo desesperado Ben.


El Precio de La Salvación

-

Pues se halla al corriente de pago, tengo el último recibo. -

Agregó ingenuamente Débora. -

Ellos lo han cortado. - Continuó Ben, expresando en voz alta

un terrible pensamiento que comenzaba a invadirlo. -

Por eso me dijo tranquilamente. Haga su llamada. Sabía

que me iba a ser imposible. Este es peor que el otro. - Dijo Ben. Débora se acercó a su esposo, el corazón de la mujer se llenaba de terribles presagios, viendo el nerviosismo en que estaba sumido su conjugue. -

Saldremos de ésta, no te preocupes amor. - Dijo Débora,

mientras abrazaba a su marido con ternura, de los ojos del hombre comenzaron a brotar un par de lágrimas. Raquel y Ruth hicieron intención de aproximarse hacia sus padres, pero la escena fue interrumpida por la aparición del colaboracionista. -

¡Mira que lindas señoritas!, tiene aquí escondidas el viejo

judío. - Dijo con voz chillona el grosero personaje. Entonces apareció también el oficial alemán, que siempre en tono mono-corde, sin alterarse lo más mínimo. -

Monsieur Sirquella, si ya ha efectuado su llamada, les rogaré

a todos, que tengan la amabilidad de recoger sus efectos personales y seguirnos. - Dijo el oficial alemán; la fría indiferencia del S S, producía más temor en Ben, que la estrafalaria mala educación del joven imberbe. Cuando la familia Sirquella descendía por las escaleras, después de haber recuperado sus ropas de abrigo, la casa se encontraba repleta de soldados, que recogían algunos muebles y objetos de valor, siguiendo las indicaciones del silencioso Gestapo. -

¿Qué están haciendo estos hombres? - Increpó Centurión.

-

Recogen

algunos

efectos,

servirán

para

su

futuro

alojamiento. - Respondió el oficial alemán. 215


MOISE-JARA

-

Si, les arreglaremos una linda casita, bien decorada y con

florecitas. - Dijo irónicamente el tal Jacques, que se acercó petulante hacia Raquel. La muchacha había sido la primera de su familia en descender la escalinata; el miedo la dominaba a tal punto, que le era imposible permanecer quieta. -

Y tu monada. ¿Cuál es tu nombre? - Preguntó Jacques; la

muchacha se puso a temblar. -

Deje tranquila a mi hija. - Intervino Ben.

-

¡Tú cállate!, perro judío. - Respondió Jacques y sacando su

pistola apuntó amenazadoramente a Centurión. -

Te voy hacer la piel, cochino burgués. - Dijo con rabia

Jacques. -

Calma, calma, tranquilízate. - Intervino el oficial S S.

-

¡Vámonos ya! - Dijo secamente y con autoridad la Gestapo.

Toda la familia Sirquella fue obligada a subir en uno de los camiones que se encontraban aguardando junto a la puerta. En el interior se encontraban sentadas un grupo de personas de diferentes edades, todos de raza judía. El camión no disponía de luz alguna, las gentes se apretujaban en la oscuridad y permanecían en silencio. Cuando el funesto transporte se puso en marcha, del fondo del vehículo surgió una tímida voz. -

¿Ben, Centurión, eres tú? - Dijo la voz.

-

¿Quién habla? - Preguntó Ben, esforzándose en adaptar sus

ojos a la penumbra del lugar. -

Soy yo, Jacob Disraeli. Tu amigo Jacob. - Dijo la voz.

Jacob Israelí, era un viejecito jubilado, catedrático de matemáticas, que solía frecuentar la oficina de Ben, con el ánimo de charlar un poco con su 216


El Precio de La Salvación

antiguo alumno y también el de saborear, el excelente whisky, que el propietario de los almacenes Sirquella, sabía brindarle en cada ocasión. Jacob había sido profesor de Ben, cuando este, cursaba sus estudios de comercio. Después que el ambiente se había enrarecido en Lyon, las visitas del profesor Disraeli, se habían espaciado cada vez más. Hacía casi seis meses que Centurión no había vuelto a ver al respetable anciano. -

¡Profesor Disraeli! ¿Qué hace Ud. aquí? - Preguntó Ben con

sorpresa. -

No se hijo, estaba tranquilamente en mi casa, cuando

aparecieron estos energúmenos y me obligaron a seguirles. No me gusta nada esto. - Dijo Jacob Israelí. -

¿Dónde nos llevarán? - Preguntó una señora, que se

encontraba sentada frente a Ben y que tenía un niño de corta edad sobre sus rodillas. -

Primero nos obligan a llevar el emblema en el pecho,

finalmente nos sacan de nuestras casas. ¡Esto es una locura! - Intervino un hombre, que debía estar sentado un par de lugares a la derecha de Ben. Poco a poco fueron apareciendo más y más voces, el camión estaba lleno de personas. El soldado alemán, que montaba guardia en la parte trasera del vehículo, hizo un gesto amenazador con su ametralladora. -

¡Schuuut! ¡Chillennttio! - Dijo el soldado.

Todos callaron; Débora apretó con fuerza su cuerpo contra el de su marido; Raquel lloraba en silencio. La noche continuó avanzando cargada de malos presagios. El transporte se detuvo frente a una especie de viejo castillo, hacia las afueras de Lyon.

217


MOISE-JARA

Los judíos fueron forzados a bajar y a medida que entraban en el patio del recinto, dos guardianes hacían que se separaran, los hombres por un lado y las mujeres y niños por otro. Continuamente llegaban más camiones con prisioneros, parecía que los alemanes, habían escogido aquella noche, para agrupar a todos los judíos de Lyon. Los carceleros obligaban a los reunidos a permanecer de pie, en dos grandes grupos; soldados con distintivos de las SS, les vigilaban constantemente, cual perros rabiosos, alrededor de cada formación. También el desagradable Jacques, caminaba a grandes zancadas de un extremo a otro del patio, observando a los prisioneros y dándose aires de importancia. En uno de sus trayectos, se detuvo de repente, fijando su mirada en Centurión; el odio volvió a su memoria, se sonrió siniestramente, mientras intentaba acariciar su ínfimo bigote; después haciendo un signo autoritario, pidió la ayuda de uno de los vigilantes y ambos hombres se aproximaron hacia el lugar en donde se encontraba Centurión. -

Ya no eres tan valiente, viejo judío. - Dijo Jacques.

Centurión alzó la cabeza y lanzando una mirada que taladró al joven imberbe. -

¡Traidor!, eres lo peor que se puede ser. ¡Eres un vendido! -

Dijo Ben, a media voz. La ira se anunció en el rostro de Jacques, su orgullo había quedado herido frente a todos los detenidos. Cientos de ojos, clavaron con rabia sus miradas al unísono en el colaboracionista. -

¡Sígueme, viejo estúpido! - Dijo Jacques haciendo un gran

-

¡Que te siga tu madre! - Respondió Ben, con valentía; hubo

gesto. un coro de sonrisas procedente de los judíos, ciertamente la única nota de humor, en aquella siniestra noche de los cuchillos largos. 218


El Precio de La Salvación

Loco de furia, Jacques, se llevó a Ben a empujones, ¡claro! , ayudado por el fornido centinela alemán. Del grupo de los hombres detenidos, salió un estruendoso abucheo hacia el traidor, las protestas sólo se detuvieron,

por la presión de los

guardianes, que comenzaron a culatazos con los manifestantes. Ben fue conducido a una pequeña sala, que parecía haber sido utilizada como gimnasio, aún había algunos aparatos para ese efecto. Jacques, ayudado por el alemán, colocó a Ben encima de un potro, de forma que la cabeza le colgaba por un lado y las piernas por otro, atándole las muñecas a los tobillos. -

¿Estás cómodo así, perro israelita? - Dijo con ironía el joven.

-

Algún día nos encontraremos. - Respondió Ben, que sentía

como la sangre se le iba acumulando en la cabeza. -

Espera que ahora viene lo bueno. - Dijo Jacques, mientras le

bajaba los pantalones y los calzoncillos. -

¡Asqueroso pervertido! - Gritó Ben, loco de furia en su

impotencia. No te hagas ilusiones, viejo cerdo, que a ti no te voy a violar, eso lo haré de aquí un rato con tu hija, quizá con las dos. - Dijo Jacques, riéndose; cogió una fusta y comenzó a azotar en los glúteos de Centurión con todas sus fuerzas. -

Algún día te encontraré frente a frente. ¡Juro que te mataré! -

Gritó Ben, finalmente se desvaneció. Cuando Monsieur Sirquella recuperó el conocimiento, su cuerpo se encontraba tendido en el extremo de una gran sala. El lugar servía de provisional celda a un grupo de unos cien judíos. Jacob Disraeli se encontraba acurrucado a su lado, parece que el hombre, le había curado como buenamente había podido, colocándole otra 219


MOISE-JARA

vez sus pantalones, no sin antes, protegerle la zona afectada con un trozo de su propia camisa. Un tenue rayo de luz, se proyectaba por una ventana situada a unos tres metros de altura. Ben, movió la cabeza, un fétido olor inundó sus narinas; el lugar no disponía de servicios higiénicos, con lo cual, el grupo de hombres que ocupaba, se veían obligados hacer sus necesidades en donde podían. Un tumulto de inquietantes pensamientos irrumpió en la mente de Ben. -

¿Qué habría sucedido con Débora y las niñas? ¿Cuánto iba a

durar aquel horror? Tenía que encontrar la forma de salir de allí. ¡Quizá ofreciéndole dinero a alguno de los guardianes! Aunque la idea le parecía poco realizable. - Pensó Ben. Un fuerte dolor le recorrió todo el cuerpo, Centurión tuvo la sensación que iba a perder de nuevo el sentido, durante unos momentos permaneció completamente quieto. El recuerdo de lo sucedido con Jacques, le llenaba el corazón de ira, una tremenda rabia que le confirmaba en su idea, de que debía encontrar rápidamente una solución. La cosa iba muy en serio. Los alemanes estaban decididos

a

exterminar a la raza judía de la faz de la tierra. -

¿Y Gunter, que debería estar haciendo en aquellos

momentos? ¿En qué forma podía hacer para conseguir llegar hasta él? Era imprescindible el poder llegar a poner en movimiento su tullido cuerpo. El futuro de Débora y de las niñas dependía por completo de su capacidad de acción. Tenía que ponerse en pie. - Siguió pensando Ben. Hizo otro intento, pero los músculos de su cuerpo no le obedecieron, le era completamente imposible levantarse de su posición de tumbado sobre el suelo. 220


El Precio de La Salvación

La rabia volvió a invadirlo, esta vez consecuencia de su propia impotencia. Esa impotencia que Centurión sentía desde hacía ya un tiempo, esa misma impotencia que lo había paralizado, impidiéndole tomar sus decisiones con mayor rapidez. Si, sólo se hubiera decidido un par de días antes. En estos momentos toda su familia se encontraría a salvo en Vieu-Chateau. ¿Por qué no había escuchado los consejos del bueno de Herve ?... ¿Por qué estúpida razón había tenido que esperar tanto tiempo? El alma de Ben comenzó a atormentarse con sentimientos de culpabilidad. -

¿Estás despierto Centurión? - Dijo la voz del profesor Jacob.

-

Creo que estoy inmerso en una pesadilla. - Respondió Ben.

-

Es el comienzo de la barbarie, la hora del fin del mundo. - Se

lamento el profesor Jacob. -

¡Ay! - Grito Ben, que intentaba incorporarse.

-

Mejor no te muevas hijo; para lo que hay que ver, mejor

quédate cómo estás y descansa un poco mientras puedas. - Agregó con melancolía Jacob Disraeli. -

¿Qué hora es profesor? - Pregunto Ben.

-

No lo sé hijo, antes de meternos en esta habitación de lujo,

nos despojaron de todo, relojes, anillos, dinero. En fin todo lo de valor. - Dijo el viejo profesor. -

Pero yo si tengo mi reloj de pulsera en la muñeca izquierda,

lo puedo sentir. - Dijo Ben, el profesor se acerco gateando y cogiéndole el brazo de su antiguo alumno, lo levantó intentando colocarlo cerca del rayo de luz. -

Son cerca de las nueve de la mañana. - Dijo finalmente

Jacob.

221


MOISE-JARA

Un ruido de cerrojos, hizo que todas las miradas se concentraran en la puerta, en la que aparecieron dos soldados, uno con una metralleta al ristre, apuntó a los presentes, el otro leyó un papel. -

Centurión

Sirquella. - Dijo el alemán; como no hubo

respuesta de inmediato. -

Bengurion Sirquella ¿Está en esta sala? - Repitió el soldado a

puro grito. -

Estoy aquí. - Dijo Ben, desde el lugar en que se hallaba.

-

Aquí está, pero no se puede mover. - Ratificó el profesor

Jacob. Los soldados se acercaron, viendo el estado del judío, le cargaron y abandonaron con rapidez la fétida estancia, mientras que Ben, que gracias a su pequeño cuerpo no representaba gran dificultad para sus portadores, era sacudido como un saco de patatas. -

¿Qué va a pasar ahora? ¿Dónde estarán Débora y las niñas? -

Pensaba Centurión, al ritmo de las sacudidas. Los soldados lo introdujeron en una pequeña estancia; por lo que pudo ver Ben, desde la tortuosa posición en que se hallaba, perecía un despacho. Cuando sus portadores lo enderezaron, sosteniéndolo por los sobacos, comprobó que efectivamente era un despacho; tras el escritorio se encontraba el oficial S S el de los finos labios, a su lado de pie, estaba, Gunter y al fondo había un individuo con el clásico impermeable de cuero negro de la Gestapo; a Ben le fue imposible verle el rostro, la habitación se hallaba simplemente iluminada por una lámpara instalada sobre el escritorio y ese maldito castillo carecía de ventanas. -

Lo siento capitán Gunter, pero por el momento, solo puedo

entregarle al judío, las mujeres no están en disposición de viajar, quizá pasado mañana. - Dijo el oficial SS con su monocorde voz. Gunter insistió en 222


El Precio de La Salvación

que deseaba llevarse a toda la familia, que todos eran vitales en su interrogatorio. -

Le repito capitán Gunter, que las chichas judías han pasado

por las manos de ese exaltado de Jacques, es mejor que vuelva Ud. por ellas en un par de días. Además le estoy entregando al judío, por ser Ud. quien es. No trae ninguna orden escrita. - Dijo el SS de los finos labios. Finalmente, Gunter acepto la propuesta del oficial, el Gestapo permaneció todo el tiempo en silencio, sin moverse de su rincón. De todas maneras, Centurión no se enteró de nada, porque toda la conversación se desarrolló en alemán. Gunter hizo signo a los soldados para que llevaran al prisionero hacia su automóvil, que permanecía estacionado en la entrada del castillo. Mientras el capitán Gunter se despedía del oficial SS, el Gestapo avanzó un par de pasos, colocándose al lado del escritorio; el rostro se le iluminó un poco desde la lámpara instalada sobre la mesa del despacho. ¿Cuál no sería la sorpresa de Ben? al comprobar que el misterioso individuo, no era otro que su amigo Herve. Pero en ese momento, los guardianes le cargaron con brusquedad para conducirle hacia el automóvil del capitán Gunter. ¡Otra sorpresa! Aquel vehículo, era su propio automóvil. Todo le fue aclarado por Herve, durante el camino de regreso; enterado de su detención, Herve, había ido en busca de Gunter, que al principio se había negado, para finalmente aceptar, movido por las dos razones que Herve le esgrimió. La primera, una buena suma de dinero, la segunda, una pistola que Herve mantenía constantemente en su bolsillo, con una bala, que llevaba el nombre de Gunter. Las dos razones, habían terminado por convencer al capitán Gunter. Antes de llegar a Lyon, el automóvil se introdujo por un pequeño camino en el bosque, allí permanecía escondido el mercedes de Gunter. 223


MOISE-JARA

El capitán se apeó, tomó el sobre que le tendió Herve e hizo un signo de despedida con la mano. -

¿Qué pasará con mi familia? - Preguntó Centurión, que se

hallaba tendido en el asiento posterior. -

Pasado mañana los recuperaremos, por el momento Ud.

desaparezca de la circulación. - Dijo Gunter, guardándose bien de comentar lo ocurrido a las hijas Sirquella en manos de Jacques. Herve salió a toda prisa del lugar, dirigiéndose a una granja situada en pleno bosque, donde se refugiaba un grupo de la resistencia, con el que había entrado en contacto, desde hacía ya un tiempo. Allí dejó Herve a su amigo Centurión, al cuidado de François, que era el jefe del grupo. Naturalmente Ben, discutió largamente con su amigo, pero Herve, finalmente le convenció, de que su presencia no podía ser de ninguna utilidad, no se encontraba en condiciones de desplazarse. Herve regresaría solo a Lyon, para efectuar el segundo rescate con Gunter. Todo iba a salir bien. Cuando Herve subía al auto para abandonar el lugar, Ben le gritó. -

Me diste el pego con tu disfraz de Gestapo. - Dijo Ben.

-

Pasado mañana te traeré a tu familia. ¡Quédate tranquilo! -

Dijo Herve, luego abordando el vehículo, desapareció con rapidez. Pero nada sucedió como estaba previsto; el oficial SS, el de los finos labios, había informado telefónicamente a la dirección de la Gestapo de Lyon, de la entrega efectuada de un prisionero judío al capitán Gunter. Cuando este llegó a su oficina, dos de sus superiores le aguardaban inquisidora mente. Comenzaron las preguntas, poco a poco Gunter fue cediendo y acabó por descubrir todo el pastel. El capitán Gunter fue arrestado, degradado a sargento y enviado a primera línea en el frente de Rusia. 224


El Precio de La Salvación

Herve intentó comunicarse telefónicamente con el capitán Gunter; una agradable voz femenina le contestó en perfecto francés, que el oficial estaba ocupado en aquellos momentos, pero que ella, era su secretaria y se ofrecía para que le dejara cualquier mensaje. Herve,

viejo

astuto,

desconfió

de

inmediato,

cortando

la

comunicación. Aquella misma tarde, Herve se hallaba al corriente de lo sucedido a Gunter; tuvo el tiempo justo de recoger las cosas de valor de su apartamento y salir a toda prisa; desde la esquina de la calle, pudo ver cómo se detenía un automóvil de la Gestapo, frente a la entrada de su casa; Gunter ya lo había denunciado. Cuando Herve le comunicó la situación a Centurión, el judío se hizo blanco como papel. Herve temió que le fuera a dar un síncope a su amigo, por el momento se calló lo sucedido a sus hijas. A partir de aquel instante, comenzó la frenética locura de Centurión Sirquella. Le ofreció sumas astronómicas a François, para que su grupo atacara el castillo y liberara a su familia. François le respondió, que lo haría con gusto y sin necesidad de recibir cantidad alguna; él, no era resistente por dinero, sino por amor a su patria, pero le parecía imposible, que con sólo cinco hombres, pudiera lograr algún éxito, contra una fortaleza protegida por más de doscientos soldados alemanes. No obstante, frente a la des conmensurada insistencia de Centurión. François, termino por prometerle que lo estudiaría. A la mañana siguiente, Ben le comento un estrafalario plan a Hervé. El y Hervé, entrarían en el castillo disfrazados de oficiales SS (ninguno de los dos hablaba una palabra de alemán).

225


MOISE-JARA

Hervé, que ya lo había hecho una vez, pero con la ventaja de hallarse acompañado por un verdadero capitán de las SS. Herví le respondió a su amigo la verdad, su idea era completamente irrealizable. Entonces Ben, entro en una extraña depresión; era capaz de pasar días enteros sentado en una silla repitiendo. -

Mi esposa se llama Débora, mis hijas Raquel y Ruth. – decía

Ben, a medio tono y con su mirada en el vacío. O por el contrario dormía sin despertarse, dos o tres días seguidos. Una mañana, François comunicó a Centurión, que había averiguado que los nazis, tenían la intención de enviar a todos los judíos del castillo en un tren especial hacia Alemania; el tren se estaba formando en la estación de Lyon. ¿Quizá en el momento del traslado del castillo a la estación? François había tomado contacto con otros grupos de la resistencia, para efectuar una operación conjunta. Esto animó bastante a Centurión, su comportamiento mejoró, para satisfacción de su amigo Hervé, que ya estaba muy preocupado. La operación de la resistencia se llevó a cabo, dos semanas después, Centurión y Hervé participaron en ella; pero fue un verdadero fracaso, sólo tres prisioneros lograron darse a la fuga. El andén de la estación de Lyon, que había sido previamente cerrada al público, con motivo del embarque de los judíos, se convirtió en un campo de batalla mal organizado, un galimatías de disparos aportaron como balance, ocho soldados alemanes muertos, cinco resistentes, entre los cuales figuraba François; y un sinnúmero de cuerpos de los propios prisioneros judíos, tendidos sobre el andén, algunos muertos y otros con graves heridas. Hervé tuvo que golpear a Centurión, para poder sacarlo con vida del lugar. Finalmente el tren partió, con su triste carga humana. Después de ese trágico acontecimiento, Centurión se lanzó a una frenética persecución del tren de los judíos, siempre acompañado por Hervé, que no lo dejaba un solo 226


El Precio de La Salvación

instante. Los dos hombres se desplazaron constantemente de un lugar a otro, siempre tras la pista del tren. Cuando éste, cruzó la frontera con Alemania, los dos amigos se encontraron en la imposibilidad de continuar. Bengurión hizo un giro de ciento ochenta grados y decidió regresar a Lyon. Hervé no comprendía nada, pero seguía fiel a su amigo y antiguo patrón. Una vez de regreso a la ciudad de los dos ríos, Ben le confió a Hervé. -

Por el momento no he podido alcanzar el tren, pero lo que si

voy a hacer, es cargarme a ese malnacido colaboracionista, que violó a mis hijas. - Dijo Ben, que por esos entonces, ya se encontraba al corriente de lo ocurrido a sus pequeñas. El judío respiraba odio por todos los poros de su piel. A Hervé, le pareció bien la idea de su amigo, esta si era realizable. Una noche que Jacques salía solo de un prostíbulo de la ciudad, a altas horas de la madrugada. Hervé se aproximó al imberbe colaboracionista, con la escusa de pedirle fuego; antes de que Jacques pudiera reaccionar, Hervé le propino un tremendo gancho derecho y lo arrastro a un callejón cercano. Cuando los párpados de Jacques volvieron a abrirse, lo primero que apareció ante sus ojos, fue una nariz torcida, que parecía quererse juntar con una puntiaguda barbilla. El colaboracionista se hallaba tumbado en el suelo y tenía el cañón de una pistola metido en su boca. Hervé vigilaba en el extremo del callejón. -

¿Qué esperas Ben? ¡Mátalo de una vez! - Dijo Hervé a

media voz. Al joven imberbe, se le heló la sangre. -

Quiero que se cague. ¿Verdad que te vas a cagar de miedo? -

Dijo Bengurión moviendo nerviosamente la pistola, hasta el punto, de que Jacques sintió que un par de dientes abandonaban su lugar. 227


MOISE-JARA

-

¡Ah! ¡Ah! - Intentó decir Jacques.

-

Creo que ya te cagaste. - Dijo Ben, mientras apretaba el

-

¡Paang! - Sonó el disparo; Jacques sintió que su alma era

gatillo. arrebatada hacia los infiernos. La cólera de Bengurión, se apaciguó unos instantes. Cuando Lyon fue abandonada por los alemanes, Bengurión recuperó su casa o lo que quedaba de ella; nada pudo hacer por los almacenes, que fueron completamente comidos por las hipotecas. Ben vendió su casa y con el dinero obtenido, se marchó tras los ejércitos de liberación, quería ser el primero en llegar a Alemania. Hervé continuaba siguiéndole en silencio. Gracias al favor de un general norteamericano de origen judío; Ben y Hervé, llegaron al mismo tiempo que las tropas estadounidenses, a las puertas del campo de prisioneros de Teblinka, allí había sido el último destino del tren, que tanto persiguió el judío Sirquella. La situación, aún no estaba completamente dominada por los norteamericanos, si bien la mayor parte de alemanes habían huido del lugar, aún permanecían unos pocos francotiradores. Bengurión saltó del jeep y corrió enloquecido hacia uno de los primeros barracones de madera, las avenidas estaban desiertas, los pocos sobrevivientes que quedaban en el campo, no se atrevían a salir de sus míseras construcciones. Se producían esporádicos disparos. El espectáculo que descubrió Ben, le pareció espantoso, un puñado de hombres en estado esquelético, se acurrucaba temeroso en un extremo del barracón. -

¿Alguien conoce a Débora de Sirquella? - Pregunto Ben,

nadie respondió; la voz de Hervé a su espalda le hizo reaccionar. 228


El Precio de La Salvación

-

Aquí no hay nada que sacar, Ben. - Dijo su amigo; los dos

hombres salieron para continuar en el segundo, tercero, cuarto barracón. Aquello parecía una ciudad construida en el mismísimo infierno. -

¿Ben Bengurión eres tú? - Dijo una voz que provenía de un

cadavérico viejecito. -

¿Me conoce? - Dijo Ben, al que se le ilumino el semblante

con la luz de la esperanza. -

¿Y tú, no me reconoces? - Continuo el viejo.

Bengurión se acercó al fantasmagórico personaje, le miró de cerca, tenía la piel completamente hundida en su cuerpo, no le recordaba a nadie. -

Soy Jacob...Jacob Israelí, aún recuerdo mi nombre. - Dijo el

-

¡Profesor! - Exclamó Ben.

viejo. El viejo catedrático de matemáticas, había conseguido sobrevivir. -

Si Jacob había podido resistir aquel holocausto, quedaba la

esperanza de encontrar a Débora y a las niñas. - Pensó Ben. -

Profesor Jacob, ¿Sabe Ud. si están vivas mi esposa y mis

hijas? - Preguntó nerviosamente Bengurión. -

Soy Jacob Disraeli, me acuerdo de mi nombre. - Respondió

el viejo que ciertamente se encontraba en un estado muy cercano a la alienación. -

Por favor profesor, ¿recordó mi nombre? ¡Responda!

¡Responda! - Dijo exaltadamente Ben. -

Cálmate Ben, déjale un poco de tiempo. - Intervino Hervé,

que dirigiéndose a Jacob, le preguntó con delicadeza. -

¿Ud. es el profesor de matemáticas, Jacob Disraeli de Lyon?

- Dijo Hervé. -

Si soy Jacob Israelí, profesor y vivía en Lyon. - Respondió

Jacob. 229


MOISE-JARA

-

¿Y Ud. conocía a Bengurión Sirquella? - Continuó Hervé.

-

¿A Ben?, ¡Claro!, no estoy loco, Ben es este. - Respondió el

viejo, señalando hacia Bengurión. -

¿También conocía a Débora de Sirquella y a sus hijas? -

Siguió insistiendo Hervé. -

¡Claro muchacho, no estoy loco! Débora, la esposa de Ben y

Raquel y Ruth, sus hijas. Me llamo Jacob Disraeli y soy de Lyon. Ves ¡no estoy loco! - Dijo Jacob. Haciendo intención de marcharse, como cansado de la conversación. -

Espere un momento Jacob, aún falta una pregunta. ¿Vio a

Débora, Raquel y Ruth, en este lugar? - Continuó preguntando Herve. -

Creo que las trajeron aquí, pero ya en el viaje del tren,

hombres y mujeres fuimos separados. Aquí siempre estuvimos también separados. Yo soy Jacob Disraeli... ¡Je.je.je! - Dijo el viejo. -

¿Sabe si Débora está viva? - Dijo Herve.

-

Si lo está, estará con las mujeres. - Respondió Jacob.

-

¿Y donde están las mujeres? - Continuo Herve.

-

Fácil muchacho, fácil; desde la entrada principal del campo,

las barracas de la izquierda, hombres, las de la derecha, mujeres. Soy Jacob Disraeli y vivo en Lyon. - Dijo el viejo. Bengurion, salió corriendo del lugar, todo lo inspeccionado hasta el momento, había sido del ala izquierda del campo, por eso sólo había encontrado cadavéricos hombres. -

Ud. no se mueva de aquí, quédese quietecito y tranquilo, que

enseguida regresamos para llevarle a casa. - Dijo Herve .Y tras acomodar a Jacob, salió en pos de su amigo. Bengurión corrió desesperadamente en dirección de la avenida central para por fin, llegar sudoroso al primer barracón de las mujeres; estaba desierto, ni una sola sombra de vida se percibía en el interior. 230


El Precio de La Salvación

Ben regreso a la entrada y se apoyo unos instantes en el marco del umbral, su corazón latía a cien por hora, un frío sudor le empapaba todo el cuerpo; desde el lugar donde se encontraba, vio como Herve se aproximaba a paso ligero intentando localizarle. -

Aquí estoy. - Gritó Ben; su amigo se detuvo un instante,

dirigiendo su mirada hacia el primer barracón de las mujeres. Sonó un sordo disparo; Ben vio como Herve se doblaba lentamente sobre sí mismo. Se oyeron las voces de unos marines norteamericanos que decían. -

Allí está el alemán...Allí. - Después el sonido de varias

ametralladoras. Ben corrió hacia Herve, que yacía de bruces, en medio de la avenida, cuando Bengurión volteó el cuerpo de su amigo, descubrió que la bala le había penetrado justo a la altura del corazón. Herve estaba muerto. -

¡No! - Grito Benqurión Sirquella con toda la fuerza y la

rabia de sus pulmones, y cayendo de rodillas al lado de su amigo, comenzó a sollozar. La sombra de Ben, se reflejó sobre el polvoriento suelo de la avenida principal del campo de concentración de Teblinka. Todas las gestiones que hizo Bengurión con el fin de hallar a su familia resultaron infructuosas. No obstante, el judío siguió con su desesperada búsqueda en Alemania, visitó otros campos de concentración. Llegó a localizar a los padres del capitán Gunter, los cuales le informaron que su hijo había muerto en el frente de Rusia. En 1950, Bengurión Sirquella, con sesenta y dos años de edad, aunque la verdad, es que parecía un viejo de ochenta, se encontraba de regreso en Lyon, sentado en el saloncito de la casa de su primo Jerome. -

Ben, ¿cuándo llegaste? Esta mañana, casi no te reconocí. -

Dijo Jerome. 231


MOISE-JARA

-

Creo que ni yo mismo me reconozco. - Dijo Ben

marcadamente agotado. -

¿Qué piensas hacer? ¿Tienes dinero ? - Pregunto Jerome.

-

He gastado hasta el último céntimo; supongo que estoy

completamente en la ruina. Es más, te diré, que no me importa en lo más mínimo. - Agrego Ben. -

Sabes que puedes contar con la comunidad, cualquier

proyecto, negocio que quieras emprender. Todos te ayudaremos. - Dijo el primo. -

No tengo ánimo para emprender nada, y no quiero la ayuda

de nadie. Solo quiero poder encontrar un lugar donde haya tranquilidad y paz. - Dijo Ben. -

Tienes que recuperarte, querido primo, aún tienes edad para

salir adelante; quédate una temporada en mi casa. - Dijo con voz lastimera Jerome. -

Me quedaré una semana Jerome, gracias por tu hospitalidad;

una semana para reflexionar. Luego decidiré hacia donde encaminar mis pasos. - Dijo Ben. -

¡Qué cosas tiene el destino! Un hombre como tú, uno de los

más ricos de nuestra comunidad y ahora sin nada, sin dinero sin patrimonio, ¡nada! - Dijo Jerome. -

Y todo lo hubiera dado gustoso si al menos me quedaran

Débora y las niñas, pero ellas también. - No pudo terminar su frase, Ben cayó en un mar de sollozos. -

Descansa hermano, descansa el tiempo que haga falta. - Dijo

Jerome fuertemente conmovido. Aquella noche, Bengurión no fue capaz de conciliar el sueño, alrededor de las tres de la mañana, se levanto y vistiéndose con rapidez salió a la calle, sus pasos le llevaron instintivamente hacia los muelles del rio. 232


El Precio de La Salvación

El agua, seguía corriendo como de costumbre, indiferente a los sufrimientos de los humanos. Bengurión se acercó al borde del río y contempló el reflejo de su rostro en las aguas. Entonces Bengurión

Sirquella recordó aquel misterioso episodio

ocurrido hacía más de treinta y siete años. Ben pudo reconocer a aquel hombre con aspecto de anciano que se había cruzado en su camino, la famosa noche en que Bengurión, en sus jóvenes años, meditaba cerca del río. El anciano, era él mismo, vestido con ropa moderna pero mal cuidada, fuertemente demacrado y desprendiendo una extraña vibración de tristeza. El judío de sesenta y dos años, pudo ver claramente la silueta de aquel joven caballero, envuelto en su capa de seda negra, que lleno de incógnitas sobre el futuro, se erguía proyectando una gran sombra en una noche de Lyon de comienzos de siglo. Ahora Bengurión Sirquella, había abierto la mayor parte de puertas y así descubierto casi todas las incógnitas que le reservaba su destino. -

Tengo que regresar a Vieu-Chateau. -

Se dijo el

apesadumbrado personaje. La luna llena, volvió a reflejarse en las aguas del río, las gotas siguieron corriendo ansiosas de llegar al océano, la brisa de la madrugada acaricio el rostro del hombre. Al día siguiente, Jerome se alegro de ver a su primo más animado; Ben le comunicó su deseo de instalarse en la única propiedad que aún le quedaba, en Vieu-Chateau. Por mediación de Jerome, la comunidad hizo llegar a las manos de Bengurión una suma de dinero, también le regalaron un cofrecito repleto de Luises de oro. Tres días después, Jerome despedía a su primo en la estación de Lyon, Bengurión Sirquella, partía en tren hacia su último destino. 233


MOISE-JARA

Cuando los habitantes del pueblo vieron aparecer al diminuto personaje, caminando encorvado y con aspecto de usurero, comenzaron a acribillarle a preguntas.... -

¿Cómo se llama? - le preguntaron

-

Bengurión. – respondió el judío.

-

¿Cómo ? – insistieron los vecinos de Vieau-Chateau.

-

Bengurión. – volvió a decir Ben.

-

¿Ben…qué? – siguieron los pueblerinos.

Entonces el viejo judío recordó a sus compañeros de la guerra, sobre todo a su estimado Herve. -

Me llamo Isaac. Así de fácil. Isaac. – terminó afirmando

-

¡Ah! ¿Y de dónde viene? ¿Y a qué se dedicaba? ¿Y dónde

Ben. está su familia?, etc.etc. – continuaron las preguntas. Bengurion Sirquella no deseaba contestar todas aquellas preguntas y mucho menos contar su triste historia a los conciudadanos de Vieu- Chateau. Ben, comenzó por hacerse el sordo. Poco a poco fue descubriendo que todo aquel mundo de los oyentes, era un verdadero fastidio; que a él, ya no le interesaba, el sinfín de verborrea que utilizan las gentes, para finalmente no decirse nada interesante. Bengurión Sirquella. Isaac el judío, cerró un día sus tímpanos al mundo y efectivamente, perdió el oído.

234


El Precio de La Salvación

X-El extraño suceso de Vieu-Chateau Detuve el visualizador censor alfa tres; había acumulado un montón de imágenes, pero seguía desconcertado en lo referente al extraño suceso que debía acaecer en Vieu-Chateau. En el fondo, solo ha transcurrido una noche. Me dije. Había que admitir que el censor alfa tres, era una verdadera maravilla; con su capacidad de retroceder en el tiempo, me había permitido explorar y hasta vivenciar, las historias de los principales personajes. Y todo en solamente, unas tres horas terrestres. Por una de las ventanas de mi nave, comprobé, que estaba amaneciendo sobre Vieu-Chateau. Eran las seis treinta y dos, hora local. La nieve seguía acumulada, formando una barrera natural e infranqueable, en los accesos del pueblo; en las calles del interior, los vecinos habían despejado algunos caminos, por los que dificultosamente se podía circular. Espesas nubes se mantenían apelotonadas contornando el lugar. Se podía augurar una jornada gris. Una lucecilla intermitente comenzó a emitir señales en el panel de control. Me avisaba de que el indicador espaciotemporal, estaba recibiendo un mensaje. Conecté la pantalla de la computadora. Y vi aparecer. -

¡Querido Moise!, prepárate, el suceso de Vieu-Chateau, va a

comenzar, a las siete horas terrestres del día de hoy. -

Recuerda, ninguna intervención. ¡Que el amor te guíe! –

firmado Hilarión. Cuando en el reloj de la casa consistorial, comenzaron a sonar, las siete de la mañana. Yo sobrevolaba, protegido en mi burbuja, la rué de la Victoire. Monsieur Petit, salía de su casa, introducido en una canadiense de 235


MOISE-JARA

piel de borrego; un cubre montañas, que sólo disponía de dos pequeñas hendiduras para los ojos, le cubría la cabeza. El señor alcalde, cuya intención era dirigirse hacia su despacho del ayuntamiento, comenzó avanzar lentamente. -

Lo difícil será cruzar la plaza. - Pensó Alain Petit; que

mantenía su mirada fija en el suelo, con la sana intención de no romperse la cabeza. Pero cuál no sería la sorpresa del primer mandatario del pueblo, que llegando a la intersección, de la rué de la Victoire con la place de La Liberté, descubrió que la plaza se encontraba carente de nieve. En el centro, junto al monumento a los héroes caídos por la patria; le pareció divisar a Monsieur Petit a dos desconocidos personajes, que se encontraban de pie, al lado de un extraño bulto. El señor alcalde, pensó por un instante que estaba soñando; se quitó el pasa montañas y pudo darse cuenta que el frío que le rodeaba era real. -

Efectivamente son dos hombres. Y parecen vestidos como

con túnicas. Se diría salidos de otra época .Lo extraño es que hayan llegado hasta Vieu-Chateau. ¡Es imposible entrar o salir del pueblo! - Pensó Monsieur Petit. Que comenzó a caminar hacia los desconocidos. Los ojos del señor alcalde se agrandaron en un intento de observar mejor a los dos sujetos. Uno era alto, con largos cabellos dorados, barba del mismo color, el otro aproximadamente un palmo más bajo que su compañero, con cabello y barba negra, los dos vestían largas túnicas que les llegaban hasta los pies. -

¡Buenos días caballeros! - Dijo el señor alcalde, cuando ya

se encontraba a unos tres metros de distancia del centro de la plaza. -

¡Buenos días Alain! - Dijo el de cabellos dorados.

-

¿Me conoce Ud.? - Preguntó Monsieur Petit, que ya se

encontraba frente a los dos hombres. 236


El Precio de La Salvación

-

Tú eres Alain Petit, alcalde de Vieu-Chateau. - Respondió el

de cabellos dorados. -

¿Y tu quién eres? - Dijo Monsieur Petit, disgustado por la

confianza del tuteo. -

Yo soy Elías y mi compañero es Enoch. - Respondió el de

cabellos dorados. -

¿Elías y Enoch. Cómo en la biblia? - Dijo sorprendido

Monsieur Petit. -

No como en la biblia. Somos el Elías y Enoch que tú has

leído en la Biblia. - Dijo Elías. -

¡Hum! – dijo Alain Petit y abrió la boca para hablar, pero no

le salieron las palabras. Su mente, superactiva en los asuntos de negocios, no llegaba a asimilar aquella situación. Escargot se estaba acercando al grupo; el secretario también se hallaba extrañado por la desaparición de la nieve. -

¡Excelente idea señor alcalde! ¿Buenos días señores? - Dijo

Escargot. -

¡Buenos días, Charles! - Dijo Elías.

-

¿Qué idea? - Preguntó el alcalde a su secretario.

-

El haber hecho limpiar la plaza durante la noche. ¡Jefe!

¡Vaya trabajo! - Dijo Escargot. -

Yo no he hecho nada; quizá estos señores te aclaren lo

ocurrido. Son Elías y Enoch. - Dijo Monsieur Petit. -

Mucho gusto, yo me llamo Charles Escargot. - Dijo el

secretario mientras les tendía la mano. -

Ya saben cómo te llamas, acaban de pronunciar tu nombre.

No te digo que son Elías y Enoch, los de la biblia. - Dijo el alcalde.

237


MOISE-JARA

-

Y yo soy el mariscal Tito. ¡Vamos jefe! A veces soy duro de

entender, pero no soy idiota. - Agregó Escargot; que comenzó a examinar detenidamente a los desconocidos. -

¡Lo que eres... es un! - Dijo el alcalde, pero no terminó.

-

No te exaltes, Alain. Y sobre todo no pronuncies palabras

ofensivas. - Intervino Elías; cortando la cólera del señor alcalde. -

Y dale con el tuteo. - Pensó Monsieur Petit.

Aunque si en verdad aquel hombre era quien decía ser. ¿Quizás, Elías era capaz de poder leer en su mente? El alcalde comenzó a sentir miedo. Hubo unos instantes de silencio. Escargot, viendo que su jefe parecía tomar la situación muy en serio, fue el primero en romperlo. -

¿De verdad que Ud. es Elías? ¿El que fue arrebatado en el

carro de fuego? - Preguntó Escargot. -

Así es Charles, el mismo Elías, que el Padre prometió enviar

para anunciar el fin del mundo. - Dijo Elías. -

¿El fin del mundo? - Repitió el alcalde, que cada vez estaba

más confundido. -

Pienso que sería conveniente hablar con el señor alcalde en

el ayuntamiento. ¿No crees Enoch? – Dijo Elías. -

Claro...Claro. Vayamos a mi despacho. - Intervino Monsieur

Petit. Elías, Enoch y el señor alcalde, comenzaron a caminar hacia la casa consistorial. Escargot se acercó con curiosidad hacia el misterioso bulto, que quedaba en medio de la plaza. -

¡Ni te atrevas a tocarlo...Charles! - Dijo Enoch, volteándose

repentinamente y dirigiéndose al secretario. -

Yo...No... Que va...sólo miraba. - Respondió Escargot, que

asustado corrió, hasta alcanzar al grupo. 238


El Precio de La Salvación

Una vez instalados todos, en la oficina del alcalde; Elías, que permaneció de pie en el centro de la estancia, comenzó a explicar. -

Ha llegado el tiempo de la apertura del sexto sello; que con

tanta sabiduría, el hermano Juan contó en el Apocalipsis. ¿Supongo que como buenos cristianos, habéis leído repetidas veces los Evangelios? - Dijo Elías. Monsieur Petit y Escargot, asintieron con un signo de sus cabezas; los dos hombres, se encontraban sentaditos, con los brazos cruzados y en actitud de niños obedientes, sin atreverse a gesticular demasiado. -

Las trompetas han sonado. - Continuó con énfasis Elías.

Escargot se estremeció; Monsieur Petit se iba resbalando en su sillón de primer mandatario. Cada vez parecía más pequeño. -

Los pecados de la humanidad se han acumulado, hasta

formar un gran peso, que generará la reacción atómica, que destruirá la tierra. El sol se volverá rojo y caerá sobre este planeta, con la luna y las estrellas. Ha sonado la hora de la ira del Padre. - Dijo Elías. Para Monsieur

Petit, cada vez más pequeño en su asiento, las

palabras del profeta, se iban transformando poco a poco en un film de horror cuyas escenas tomaban vida en su imaginación. Y es que en las largas noches de insomnio del señor alcalde, a menudo era atormentado por la idea de la muerte, su sólo pensamiento le aterrorizaba; él, que había conseguido todo lo que se había propuesto y que ahora a sus cincuenta y pico de años, gozaba día a día de su fortuna y de su poder. Pensar que eso podría tener un fin. En esos momentos de inquietud, Alain Petit se tranquilizaba diciéndose. Con cincuenta y tantos años. Aún eres joven Alain. ¡La muerte! ¡La muerte! falta mucho para eso.

239


MOISE-JARA

Ahora este profeta...O lo que fuera, parecía decir que lo que tanto temía el señor alcalde, era para mañana. ¿Quizá para hoy? Monsieur Petit se escurrió aún más en el sillón. -

Pero el Padre, en su infinita misericordia, prometió mandar

dos emisarios, para hacer llegar a ciertos hombres su palabra. Yo Elías y mi hermano Enoch, hemos sido enviados al pueblo escogido para comunicarles la verdad del Altísimo. Aun queda un poco de tiempo. ¡Arrepentíos! - Dijo Elías. -

¿El pueblo escogido? Pero nosotros no somos judíos. Bueno

hay uno entre nosotros Isaac; pero es sordo. - Dijo a media voz Escargot. -

El pueblo judío era el elegido en el Antiguo Testamento.

Desde la llegada del Mesías comenzó el Nuevo Testamento. El pueblo que ha sido elegido ahora es, Vieu-Chateau. - Agregó Elías. El corazón de Monsieur Petit volvió a latir con normalidad se incorporó en su sillón, empezando a entrever una oportunidad de continuismo. -

¿Quiere decir, que Vieu-Chateau, que sus habitantes, que

nosotros hemos sido elegidos para ser salvados? - Preguntó el alcalde. -

¿Cuál es la población de Vieu-Chateau? - Preguntó Elías.

-

¡Vamos Escargot! ¿Cuál es la población de Vieu-Chateau? -

Dijo el señor alcalde. El secretario se apresuró en ir a consultar el registro civil. -

Según mis cálculos 173 habitantes, jefe. - Dijo Escargot

regresando de su gestión con una larga lista en las manos. -

A ver, a ver, trae esa lista. - Dijo Monsieur Petit, que se

puso a verificar los nombres. No sabemos, si porque le parecían muchos o porque le parecían pocos; lo cierto es que el señor alcalde no estaba muy conforme con el número indicado por su secretario. 240


El Precio de La Salvación

-

Ves diciendo los nombres en voz alta, Alain. - Dijo Elías. El

alcalde obedeció de inmediato, comenzando a dictar la lista. -

Pierre Gaumont, su esposa y sus tres hijos, hace años que ya

no viven en Vieu-Chateau. - Cortó Elías la recitación del alcalde. -

Si, es verdad ¿por qué los tienes anotados, Escargot? - Dijo

Monsieur Petit. Otros nombres más, fueron eliminado. Elías iba interviniendo cada vez para aclarar los errores de Escargot, ante el asombre del señor alcalde. Parecía que el profeta conocía perfectamente a todos los habitantes del pueblo. -

¡Claro por eso era profeta! - Pensó Alain Petit; que cada vez

se convencía más de la autenticidad de Elías y Enoch. -

¿Cuántos quedan? - Dijo Elías, una vez terminadas todas las

rectificaciones. -

Veamos, menos cinco, menos tres, menos. ¡Haz la cuenta tu

Escargot! - Dijo Monsieur Petit pasándole la lista a su secretario. El cual después de tomarse el tiempo de contar y recontar. -

148; quedan 148 en la lista. - Dijo por fin con aire de

satisfacción Escargot. -

Verifica tus cuentas Charles. Te has equivocado. - Dijo

-

No si estoy seguro...que. - Replicó Escargot.

-

Vuelve a contar, ¡idiota! Ellos no pueden equivocarse. -

Elías.

Intervino el señor alcalde. -

Bueno, bueno. Aunque estoy seguro que. - Refunfuñó el

secretario, mientras volvía a lanzarse a la jerga de los números. Al rato. -

Ahora sí, 146. Ahora si estoy seguro. - Dijo Escargot.

-

Bien 146, menos Isaac el judío; menos Jean Paul Gassol el

ateo. 241


MOISE-JARA

¿Cuántos quedan? - Dijo Elías, con una pequeña sonrisa en su expresión. -

144 - Respondió Escargot, que ganó de mano al alcalde.

-

¿Y? - Dijo Elías.

-

¿Y? ¿Qué? - Agregó Escargot, que no comprendía nada

como de costumbre. -

La biblia dice que los elegidos serán 144.OOO - Intervino

Monsieur Petit, que por su calidad de jefe, tenía que demostrar siempre, que era más culto que su secretario. -

¡Ah! - Dijo Escargot.

-

Efectivamente, el hermano Juan escribe 144.000, pero los

múltiples pecados de la humanidad, han hecho que en este último concilio celebrado en el cielo, se decidiera reducir la cifra a solamente 144,.los 144 habitantes de Vieu-Chateau. - Dijo Elías. -

¿Los 144 habitantes de Vieu-Chateau? - Repitió Escargot,

poniendo carita de estar seriamente reflexionando, finalmente se le ilumino el rostro. -

¡Somos nosotros! - Grito Escargot; convencido de que había

descubierto la penicilina. -

¿Qué es exactamente lo que va a suceder, señor Elías? -

Preguntó Monsieur Petit. -

Llámame hermano, Alain. Llámame hermano. - Dijo Elías.

-

Bien, ¿Qué va a suceder señor hermano Elías? - Repitió el

alcalde, que en ocasiones no se hallaba muy distante de la mentalidad de Escargot. -

Lo que va a suceder. Es que pasado mañana a las doce en

punto del mediodía, el planeta tierra. ¡Boom! - Dijo Elías. El corazón del alcalde al unísono con el de su secretario se pusieron a palpitar enloquecidos, cuando lo del ¡Boom! 242


El Precio de La Salvación

-

Y todo se terminará. ¡Ha llegado la hora final! La hora de la

cólera de Jehová. - termino Elías. -

Yo pensaba que Vieu-Chateau se salvaría.

- Dijo con

tristeza el señor alcalde. -

Hemos venido para salvar a los humanos; no sus bienes ni

posesiones. - Aclaró Elías. -

Entonces, ¿Moriremos todos? - Preguntó Escargot, que

lentamente se iba acercando hacia Elías. Otra gran idea se había iluminado en la mente del secretario. -

¿De qué estaban hechos los profetas? ¿Por qué no intentar

tocarlos? – pensaba Escargot. En su primer encuentro en la plaza, cuando Escargot le tendió la mano a Elías, éste no le había correspondido al saludo. -

¡Hermano! Ves a consultar la hora. - Dijo Elías dirigiéndose

a Enoch; y al hacerlo, el profeta quedó dándole la espalda a Escargot. -

Voy de inmediato hermano Elías. - Respondió Enoch,

levantándose y mirando fijamente a su compañero. -

Si quieres tocarme, puedes hacerlo, Charles. - Dijo Elías, sin

volverse de la posición en que se encontraba. Algo así como si tuviera ojos en la nuca. Escargot se quedó inmóvil, sintió un fuerte cosquilleo en sus venas y casi se desvaneció. El señor alcalde se confirmó en su idea, de que, el tal Elías era capaz de leer en el pensamiento. -

¿Estaría al corriente, de lo de su cámara de reflexión? Mejor

no pensar en ello, por si Elías se lo leía en la mente. El profeta se volteó lentamente, puso su mirada en Escargot, que había quedado petrificado como una estatua. Elías se acercó al secretario y cogiéndole las manos con las suyas. -

¿Qué sientes hermano Charles? – Preguntó Elías. 243


MOISE-JARA

-

¡Miedo! - Respondió Escargot. Que había dejado de ser

estatua para convertirse en hoja; una hoja que tiembla con el viento. -

¿No sientes mi piel, el calor de mis manos? - Continuó Elías.

-

Si, tiene Ud. las manos calientes. - Respondió Escargot, sin

dejar de temblar. -

Tengo un cuerpo físico como el tuyo. Yo fui arrebatado en

un carro de fuego en vida. No tuve necesidad de morir para ver la gloria del Padre. - Dijo Elías. -

¿Quiere decir que los elegido no moriremos? - Preguntó el

-

Así es; los de vosotros que os arrepintáis, obedeciendo, la ley

alcalde. y la voluntad del Padre. ¡No moriréis! Seréis llevados, pasado mañana, a las diez de la mañana en autobuses de fuego, hacia vuestras residencias celestiales. - Dijo Elías. La primera esperanza del alcalde se venía un poco por los suelos; él, hubiera preferido que Vieu-Chateau se salvara entero, con pueblo, casas, ayuntamiento, la Clotis. ¡Huy!. Era verdad...En esas cosas no había que pensar. Alain observo con atención al profeta. Quizá Elías se encontraba distraído y no había captado su último pensamiento. -

¿Así que en el cielo hay residencias? - Preguntó Escargot,

que ya parecía algo más tranquilo. -

¡Claro! En el cielo hay un tiempo para gozar de la presencia

del Altísimo. Luego los bienaventurados se retiran, cada uno con su familia a su residencia. - Respondió Elías. -

¿Y qué debemos hacer para arrepentirnos; para cumplir con

la ley y la voluntad de dios? - Preguntó Monsieur Petit, que ya sentía un terrible complejo de culpabilidad. 244


El Precio de La Salvación

-

Jesús lo dijo claramente. Abandona tus bienes materiales y

sígueme. - Dijo Elías. Monsieur Petit comenzó a palidecer. -

¿Y habrá que confesarse? - Pregunto Escargot.

-

No es necesario; nosotros ya conocemos todos vuestros

pecados, basta con que cada uno de vosotros pida sinceramente perdón al Padre. - Dijo Elías. Enoch, apareció en el umbral de la puerta, de regreso. -

Son las ocho y tres minutos. - Dijo Enoch.

-

Bien, podemos reunir al pueblo para las doce en punto. -

Agregó Elías. Escargot consulto con su reloj, él tenía las ocho y siete minutos, al principio pensó en intervenir; pero finalmente se dijo. -

Quizá voy adelantado. Y se calló.

-

¿Debemos venderlo todo y repartirlo entre los pobres? -

Preguntó el alcalde, al que le estaba trabajando duro eso de abandonar los bienes. -

En realidad, después de pasado mañana ya no quedará nadie

en la tierra; de hecho no quedará ni tierra. - Respondió Elías. -

¿Entonces todo se perderá? - Agregó Monsieur Petit.

-

No deberéis entregarnos vuestro dinero, vuestras joyas,

vuestros bienes, en prueba de renuncia, para conseguir cada uno su residencia en el cielo. - Respondió Elías. -

¿Cómo comprar una parcela? - Intervino Escargot.

-

Una parcela con residencia en el cielo. - Dijo Enoch que

hablaba prácticamente por primera vez. -

¿Y el que no esté dispuesto a hacerlo? - Preguntó el alcalde.

245


MOISE-JARA

-

Vieu- Chateau ha sido el pueblo elegido; sus habitantes,

serán congregados, a las doce en la plaza, a excepción de Isaac,

por

pertenecer a otra religión y Jean Paul Gassol por ser ateo. Yo les explicaré y les demostraré que el mundo toca su fin; pero el Padre respeta el libre albedrío del hombre; de los 144 elegidos solo serán salvos los que se arrepientan y obedezcan la ley. Los otros, pasado mañana, después del mediodía, descubrirán con terror el rostro de Satanás; el demonio los tomará a su cargo por toda la eternidad. - Dijo Elías. Monsieur Petit y Escargot volvieron a estremecerse al unísono. -

Es la hora. - Dijo Enoch dirigiéndose a Elías.

-

En este momento el Padre va a enviar su primera señal. -

Dijo Elías hablando muy lentamente. A la última palabra del profeta, le precedió un gran trueno, que estremeció a todo el pueblo; algunos cristales se hicieron añicos. -

Alain, es el momento que mandes a Escargot, para que

convoque a todos los habitantes de Vieu-Chateau. A las doce en punto en la place du general De Gaulle. - Dijo Elías. -

¡Ah! Y no debes decirle nada a nadie sobre el motivo de la

reunión. ¡A nadie! Recuerda lo de la mujer de Lot. - Dijo la fría voz de Enoch. -

Si, si, si...Sí señor. - Respondió Escargot que acto seguido

se quedó mirando al señor alcalde, esperando su consentimiento. -

¡Haz lo que te dicen! Y no se te ocurra irte de la lengua. -

Dijo Monsieur Petit; que empezaba a reflexionar sobre la forma en que le contaría todo aquello a su esposa. -

En cuanto a tu esposa; Louise de la Foret, será conveniente

que la hagas venir con anterioridad aquí, a tu despacho. - Dijo Elías como leyendo en el pensamiento del señor alcalde. 246


El Precio de La Salvación

-

¿No sé si este debe saber lo de la Clotis? - Se dijo Alain para

sus adentros. -

Oye Charles, avisa a Madame de Petit para que venga con

rapidez al ayuntamiento. - Dijo el alcalde, antes de que Escargot desapareciera de la escena. -

Y obedeciendo con la ley ¿nos son perdonados nuestros

pecados? ¿Todos? ¿Todos? - Pregunto temerosamente Monsieur Petit. -

Hasta los de lujuria. - Respondió Elías.

-

¡Claro que lo sabe! De saber, seguro que lo sabe. - volvió a

repetirse el alcalde, mientras con sus regordetas manos, buscaba nerviosamente, un cigarro, habano en uno de los cajones de su escritorio; cuando al fin lo encontró, se lo llevo a la boca; pero justo en el momento que lo iba a encender, se detuvo dubitativo. El señor alcalde, consulto con su mirada, la actitud de Elías al respecto. -

Puedes fumar Alain...Eso no es un pecado; solo produce

cáncer, pero no creo que te llegue a afectar de aquí a pasado mañana. Después en el cielo ya no existen enfermedades. - Dijo Elías. -

Bueno, alguna ventaja tenía que tener aquella extraña

situación. - Pensó Monsieur Petit. Pero mirando otra vez al profeta se dijo. Alain, no pienses. No pienses, que éste te lo pesca todo. -

Fuma Alain...Fuma tranquilo. - Le dijo Elías sonriendo.

-

¡Ves Alain! ¡Ves! - Volvió a decirse interiormente el señor

alcalde; mientras con temblorosa mano encendía el cigarro puro. El humo penetró con fuerza por su garganta, llegó a sus pulmones y hasta dio un largo paseo por el interior de su oronda panza. -

¡Cáncer! Ja. Ja. - Pensó Alain. Había sus ventajas,

¡Caramba! 247


MOISE-JARA

La aparición de Louise puso una nota de color en el entristecido ánimo del señor alcalde de Vieu-Chateau. La atención de la alcaldesa se centró rápidamente en el alto individuo de cabellos dorados -

¡Guapo hombre! - Pensó Louise, que poco a poco fue puesta

al corriente por el propio Elías y algunas esporádicas intervenciones que hizo su marido. Louise nacida de la Foret, aprovechó una pausa que se produjo durante el fantástico relato, para irse a acomodar en una butaca que se encontraba en un extremo de la estancia. Una vez sentada, la señora alcaldesa encendió un cigarrillo y contempló a los tres hombres que se encontraban en la oficina. Todo aquello le pareció muy irreal; claro que Louise no había vivido las transmisiones de pensamiento que sufrió su esposo. Entonces Elías se acercó a la esposa del alcalde y aproximó su rostro muy cerca del de ella. -

¡Este me va a besar! - Pensó Louise y a pesar que la idea no

le desagraciaba, se sentía violenta delante de su esposo. -

Debes terminar con lo de Pascal. - Dijo Elías al oído de la

mujer, en lugar de besarla. El cigarrillo que fumaba Louise se le rompió en los dedos; su rostro se coloreó con un rosa encendido; apareció la confusión en su mente. -

¿Qué te sucede. Cariño? - Preguntó Alain intrigado por todo

aquel extraño movimiento. -

Nada...Nada Alain. - Respondió Louise, que ahora miraba

fijamente a Elías. -

Seguro que te adivino lo que pensabas. - Continuó Monsieur

Petit, que ya tenía psicosis al respecto.

248


El Precio de La Salvación

-

Así fue Alain. - Dijo Louise que continuaba con su vista fija

en Elías, temiendo que este repitiera en voz alta, lo que le acababa de decir al oído. -

Bien, cuando efectúe mi anuncio al pueblo; será conveniente

la presencias de ustedes dos a mi lado. Dijo Elías. -

¿Qué anuncio? - Preguntó Louise.

Entonces el señor alcalde se lanzo a una complicada perorata; que si los 144.000, que ya no eran 1000 sino solamente 144; que el registro civil decía que en Vieu-Chateau tenía 173 habitantes, pero que la verdad era que sólo tenía 146 y sin Isaac, ni Jean Paul Gassol quedaban 144. Y etc. etc. etc. Durante todo el monologo de Alain Petit, se esposa no le prestó mucho interés; la atención de la mujer, estaba centrada en ese alto hombre de cabellos dorados, que decía llamarse Elías. Cuando el señor alcalde termino con su galimatías de conceptos y de cifras; Elías volvió a dirigirse a Louise. -

No debes ser incrédula, mujer. Aún estás a tiempo para

conseguir tu salvación. - Dijo Elías. Ella sintió como un rayo que cruzaba por su consciencia y tuvo miedo. Y es que Elías hablaba con dulzura, pero puntualizaba en tal forma las verdades, que asustaba. Escargot apareció, como siempre satisfecho de su gestión; todo el pueblo se iba a concentrar en la plaza para las doce en punto; ni Isaac ni Jean Paul habían sido avisados. Cuando los habitantes de Vieu-Chateau, vieron aparecer aquellos dos extraños personajes, estrafalariamente vestidos; muchos creyeron que se trataba de una demostración de feria. A medida que Elías explicaba el motivo de su presencia en el pueblo, las reacciones de las gentes resultaron de lo más dispares. 249


MOISE-JARA

Una viejecita se santiguo, al tiempo que decía ¡Madre de Dios! Un grupo de mujeres cuchicheaban acerca de la apariencia del profeta; Monsieur Boulart escuchaba, en su clásica pose de caballero de derechas, madame Curie comenzó a pensar que la hora de reunirse con su amado teniente estaba cerca. Alguno, entre los hombres, se sonrió, en especial el simplote de Roger, que fiel discípulo de Escargot, no entendía ni jota. Monsieur Jean Dupont si entendía todo lo que Elías estaba contando; Jean, a pesar de su afición por la bebida, era creyente, aunque todo aquello, le parecía ¡muy raro! Tenía que conseguir la opinión de Jean Paul Gassol. Su amigo, el filósofo ateo, tendría seguramente una respuesta lógica que oponer al supuesto profeta. Isaac contemplo desde detrás de su ventana al inmenso gentío concentrado en la plaza. -

¿Será hoy, la celebración de alguna fiesta? - Pensó el viejo,

que después de consultar el calendario, se quedó en las mismas. Sin saber el por qué de tanta gente. Un grupito de niños, jugaban a la pelota, convencidos de que el cielo dispondría de mejores campos de fútbol, que el ridículo que poseía VieuChateau y por encontrarse en el otro extremo del pueblo, les era imposible utilizar, debido a la abundante nieve. -

Y el sol se puso negro como saco de pelo. - Dijo Elías.

-

Y para que los incrédulos tengan la oportunidad de ver el

poder del Creador de los cielos y de la tierra. ¡Ábrete cielo! - Enfatizó el profeta. Otro gran trueno se produjo con gran resonancia y entonces las nubes, que se encontraban apelotonadas sobre el cielo de Vieu-Chateau, comenzaron a separarse, mostrando el astro rey ante los atónitos ojos de los habitantes del pueblo. 250


El Precio de La Salvación

Lo del trueno ya se podía considerar un signo, pero eso de que se separaran las nubes obedeciendo a la voz de Elías. El señor alcalde y su esposa se quedaron boquiabiertos ante el inesperado espectáculo, los demás también. La viejecita, que había dicho ¡Madre de Dios!, cayó postrada de rodillas; esta vez dijo -

¡Milagro! – dijo la viejecita.

Jean Dupont se confirmó en la necesidad de avisar a su amigo Jean Paul; pero aún permaneció un rato más, para ver lo que pasaba. El grupo de cuchicheadoras, dejó de cuchichear de inmediato, algunas de ellas se arrodillaron temerosas, la que menos se santiguó tres veces. -

¡Mierda! Esto va en serio. ¡Hay perdón! – dijo Roger, esto

último, lo de perdón, lo dijo acordándose de que había comenzado con lo de ¡mierda! Isaac que continuaba espiando desde su ventana, pudo ver, lo de la gente que se arrodillaba; lo de la separación de las nubes, no lo vio, porque el ángulo de su ventana no le permitía ver el cielo que cubría la place de la Liberté; como además era sordo y nada había oído del retumbar del trueno. A Isaac tampoco se le ocurrió levantar su vista hacia arriba. -

Ahora se arrodillan. Sera alguna fiesta a esas vírgenes que

los cristianos veneran con tanto interés. - Se dijo el viejo usurero. Una musiquilla salida de ninguna parte, comenzó a flotar en el ambiente. A medida que Elías repetía. -

¡Arrepentíos! ¡Arrepentíos! - La música iba aumentando de

volumen. A medida que la música aumentaba, más y más de los asistentes caían de rodillas.

251


MOISE-JARA

El sol se oscureció unos instantes, como si hubieran puesto una mancha de tinta en la película, ya todo Vieu-Chateau se hallaba postrado, hasta el señor alcalde y su esposa. -

Ahora es cuando van a sacar a pasear la estatua de la Virgen.

¡Serán estúpidos! ¡Adorando ídolos de madera! - Continúo diciéndose Isaac, siempre en zapatillas, saltando nervioso de una ventana a otra de su casa. A alguno de los asistentes se le ocurrió comenzar el padre nuestro, los demás siguieron todos al unísono. Enoch, que hasta el momento había permanecido silencioso junto a Elías, se acerco al extraño bulto y comenzó a desempaquetarlo. Un misterioso artefacto con una cierta semblanza a un telescopio, apareció entre el montón de papeles de embalaje. Enoch, lo instalo correctamente, apuntándolo hacia el sol que ya había, recobrado otra vez su característico brillo. -

Haga el favor señor alcalde, Ud. será el primero en mirar a

través del telescopio. - Dijo Enoch. A Alain, le gusto más el trato de este segundo profeta que al menos no lo tuteaba. El primer mandatario de Vieu-Chateau se acercó y pegó su ojo derecho a la mira del artefacto. -

¿Qué ve Ud. señor alcalde? - Preguntó Enoch.

El sol tiene unas grandes manchas negras, parece que todo está en plena ebullición. - Respondió Alain Petit. -

¿Nada más? - Insistió Enoch.

El señor alcalde, volvió a colocar su ojo en la mira convencido de que le faltaba algo por descubrir. Pero Alain Petit no fue capaz de aumentar nada a su explicación. Después del señor alcalde, fue Louise la siguiente invitada y a partir de ella, todos los habitantes del pueblo fueron desfilando uno por uno, progresivamente. 252


El Precio de La Salvación

Otro hecho insólito fue que el profeta Elías los iba llamando por sus nombres, como si los conociera de toda la vida. Cuando le llego el turno a Escargot. Enoch intervino otra vez. -

¿Qué ves, Charles? - Pregunto el profeta Enoch.

-

¡Hm! Lo de las manchas negras que dijo mi jefe. También da

la sensación como si el sol se estuviera aproximando hacia la tierra. - Dijo Escargot y lo dijo, porque así le pareció y también para decir algo. -

Así es. El sol se está aproximando al planeta tierra, y el sol y

la luna y todas las estrellas del cielo; caerán con fuerza sobre la humanidad; el día de la ira del todopoderoso. - Dijo Elías, a partir de ese momento, ya todos los que pasaron por el telescopio vieron con pavor, que el sol se estaba aproximado a la tierra. -

¿Quiénes son Uds.? - Preguntó Jean Paul Gassol, que

repentinamente se había personado en la plaza, prevenido por Jean Dupont que ya comenzaba a dudar, sobre su primera idea de que aquello era una comedia. -

¿Qué vienes tu a hacer aquí, Jean Paul? - Dijo Elías.

-

¿Cómo que vengo hacer? ¿Lo que quiero saber, es quién

demonios es Ud.? ¿Y que es todo este cuento del fin del mundo? - Replicó el filósofo. -

¡Hay! ¡Pobre Jean Paul Gassol! ¿Qué puedes comprender tú?

que durante años, no has hecho otra cosa que despotricar contra el hacedor de tus días. – Respondió Elías que permanecía completamente calmado. Jean Paul comenzó a alterarse un poco; la clásica alteración que demuestran los alcohólicos, cuando son contradecidos. El maestro de Vieu-Chateau se colocó frente con frente al profeta de los dorados cabellos, le miró de arriba a abajo y se dispuso a enfrentarlo con sus sabios argumentos. 253


MOISE-JARA

Enoch, se acercó un poco hacia el loco filósofo de Vieu-Chateau, quedándose quieto y de pié a un metro y medio por el lado izquierdo de Jean Paul. -

¿A ver dónde está la demostración de tu dios? ¿Cómo se

llama, Jehová, Yavé, Buda, Krisna? - Comenzó a preguntar Jean Paul. Los habitantes de Vieu-Chateau se agruparon en torno de los dos interlocutores; se avecinaba un match interesante. -

Mi dios es el padre que está en los cielos. - Respondió Elías,

siempre con aspecto tranquilo. -

¿Y por qué no baja él mismo en lugar de enviar payasos? -

Dijo Jean Paul apuntándose un tanto a su favor. Por la mente de muchos de los asistentes circuló con rapidez la dubitativa pregunta ¿Porqué no baja él mismo? Lo de payasos solo por algunos pocos, los más recalcitrantes. -

Escrito está. ¡Miren! Les envío a Elías el profeta antes de la

venida del día de Jehová, grande e inspirador del temor. Y él tendrá que volver el corazón de padres hacia hijos; para que yo no venga y realmente hiera la tierra con un darla por entero a la destrucción. - Respondió el profeta Elías. Con lo que el marcador podría decirse, se igualó un empate a uno. -

Malaquías...Capítulo cuarto, Versículo cinco. - Respondió en

forma desconcertante el maestro, que entre sus lecturas, también había figurado la biblia, quizá por eso, de conoce bien a tu enemigo. -

Además, todo eso no son más que paparruchas; la biblia, no

es otra cosa, que una copia de los Vedas. Una copia mal hecha; realizada por los judíos cuando se encontraban prisioneros en Babilonia. Jehová, un dios guerrero, que les llevará a consumar su venganza para con sus enemigos? ¡Paparrucha! - Terminó diciendo Jean Paul, que se apuntaba un nuevo tanto a su favor. 254


El Precio de La Salvación

Alain Petit, observaba silencioso el magno combate; el alcalde no llegaba a decidir, cual iba a ser su contrincante favorito. Jean Dupont era de los del bando del loco filósofo; su hija Ana María, sufría por su amado maestro. ¡Pero qué romántico! Eso de que llegara la hora de la verdad. ¿Quizá ella pudiera convencer a Jean Paul, de que dios era un hecho irrefutable? Y de esta forma, partirían los dos juntos, hacia una eterna vida de amor en los parajes celestiales. -

Yo soy el enviado del Padre. Tu eres un acólito de Satanás. -

Replicó Elías, con firme dureza en su voz. -

Tu lo que eres. Eres un. - Comenzó a decir el maestro, pero

le fue imposible terminar su frase; el profeta alzó súbitamente su brazo derecho y elevando su mirada al cielo. -

¡Padre, aleja a Lucifer! - Gritó con fuerza Elías.

Otro impresionante trueno, casi consiguió dejar sordos a la mayoría de los asistentes. Jean Paul se desplomó sobre el suelo de la plaza, perdiendo completamente el sentido, el pánico cundió entre los habitantes de VieuChateau. -

¡Está muerto! - Gritó alguien.

-

¡La ira de dios ha caído sobre el ateo! - Dijo Roger, que por

su afición al peloteo, hacía lo que podía, para hacerse ver bien de los predicadores, que sin lugar a dudas, habían terminado por ganar el partido. -

Solo está desvanecido. Respira con un poco de dificultad,

pero respira. - Dijo Jean Dupont, que rápidamente había intervenido, con vistas de ayudar a su amigo. -

¡Llevémosle a su casa! - Agregó Ana María-hija, que ya se

encontraba de cuclillas al lado de su padre y con la desvanecida cabeza de Jean Paul en sus brazos. Jean Dupont consulto con su mirada la opinión de Elías. 255


MOISE-JARA

-

Pueden dejarlo en su casa. Hoy no es aún ni el día, ni la hora.

Jean Paul Gassol a pesar de su gran pecado podrá vivir hasta pasado mañana, solo está desvanecido, de aquí a unas horas se recuperará. - Dijo Elías con gravedad; luego volviéndose a los presentes. -

A todos Uds. les confío la vigilancia de este pobre ateo, que

no se le permita salir de su domicilio, hasta la hora final. - Termino pomposamente el profeta de los cabellos dorados. ¡Ah! y la barba ¡también dorada!. Una ligera lluvia comenzó a salpicar la blanca nieve que adornaba el pueblo; a los castillo-viejeces también los salpico. El señor alcalde propuso de continuar la reunión en el café de Jean. Jean Dupont ayudado por Pascal y Ana María (la madre y la hija) se llevaron al maestro y lo depositaron sobre la cama de su casa, después de un pequeño intercambio de opiniones... -

¿Me quedo yo? – dijo alguien.

-

No, me quedo yo. – dijo otro.

-

Si quieren yo me quedo. – dijo un tercero.

Finalmente, se quedo Ana María hija cuidando el buen sueño de Jean Paul Gassol, como debía de ser para continuar con el interés de la obra. Pascal, aprovecho para dirigirse al muro de la cerca de la casa del señor alcalde, por si había suerte y conseguía encontrarse con la esposa del primer mandatario. Louise también había aprovechado lo de la reunión en el café de Jean, para despistarse del tumulto y regresar a su casa; la mujer, deseaba encontrarse con Pascal, aunque por motivos completamente opuestos a los del muchacho. las frases del profeta Elías habían despertado en ella una inusitada vocación hacia el arrepentimiento.

256


El Precio de La Salvación

Mientras Louise de la Foret atravesaba la place Du General De Gaulle, pudo ver la furtiva sombra de Pascal doblando la esquina que conducía a la parte posterior de la mansión de los de Petit. -

Este ha pensado lo mismo que yo. - Se dijo la señora

alcaldesa, que apresurando su paso, llego rápidamente a su casa y de allí al jardín de la misma. -

Pasa por la brecha, Pascal...Pasa rápido. - Dijo Louise en

tono nervioso. -

¡Vida mía; me estaba volviendo loco en esa plaza! ¿qué

hacías tú, todo el tiempo al lado de tu marido? Ni tan siquiera me miraste una sola vez. - Lamentó se el joven, cuyas manos fueron en busca de las de su amada, pero no las encontró, lo que si encontró Pascal fue una Louise, que con mucha sequedad le anunciaba al muchacho su firme decisión de romper. -

¡Pero no lo entiendo Louise! Ayer mismo me decías, que ya

no existía nada entre tú y el alcalde, que el verdadero compañero de tu vida. Era yo. - Siguió lamentándose Pascal. -

Hoy he visto con claridad, la monstruosidad de mi pecado. -

Agregó Louise, que por el momento nada confesaba acerca de lo que Elías le había revelado. -

¡Me voy a volver loco, vida mía!...No es posible que esto

suceda. - Dijo el muchacho. -

De todas formas, pasado mañana, todo habrá terminado. -

Dijo Louise, con acento verdaderamente convencido. -

¿Tú crees en esa fantástica historia? - Dijo él.

-

Y tú también debes creerlo Pascal. – dijo Louise.

-

Te garantizo que ese Elías, es en verdad un profeta. Tienes

que comprar tu parcela en el cielo. Aunque no podamos estar juntos; al menos quiero que seas de los que se salven. – Terminó diciendo la mujer, con cierta ternura. 257


MOISE-JARA

-

Pero Louise ¡Por favor! - Insistió el muchacho; pero no hubo

nada qué hacer. Louise, nacida de la Foret, esposa de Petit, no cedió ni un milímetro en lo relativo a su decisión. Los terrícolas tenían un dicho; que también leí en alguna parte, no recuerdo dónde. Que decía algo así. Es que no hay nada con más voluntad hacia el bien, que una adultera o una p...arrepentida. En la reunión del café de Jean, se organizaron todos los parámetros, que a la mañana siguiente se seguirían, en lo referente a la compra de parcelas en el cielo. Todos los asistentes estuvieron de acuerdo en el precio de la salvación. Isaac, se comió su sopa, solo, como de costumbre y además el viejo, estaba molestísimo por no haber podido descubrir. ¿Cuál era la virgen que paseaban esos locos de sus conciudadanos? Jean Paul Gassol, durmió toda la tarde y gran parte de la noche, cuándo el filósofo se despertó, Bueno, eso es para el próximo capítulo. Pascal se refugió en su casa, en esa casa, que había sido la casa de sus progenitores; con el ánimo desesperado por la frialdad de Louise y la imposibilidad de poder hablar con su único amigo Jean Paul Gassol. El muchacho comenzó a darle un poco al aguardiente, se animó, luego se animó más y terminó liquidándose dos botellas, con lo que les puedo garantizar, que Pascal esa noche, si durmió. Monsieur y madame Boulart comieron sopa de verduras, como si aquella jornada fuera feriada. La pequeña lluvia se convirtió en aguacero, después en tempestad e hizo que los habitantes de Vieu-Chateau, se retiraran a sus casas con más prontitud, de lo que en esos días, les obligaba la nieve.

258


El Precio de La Salvación

XI- Segundo vuelo sobre Vieu-Chateau La reunión en el café de Jean, se prolongó hasta aproximadamente las cinco de la tarde; a esa hora la tempestad tomo tal brío, que los pobres conciudadanos de Vieu-Chateau comenzaron a temer; que en el cielo se hubiera adelantado el día del fin del mundo. -

No temáis. Todo sucederá como está previsto. Aprovechad la

oscuridad de esta tarde, para recogeros en vuestros hogares...Meditad y ¡Arrepentíos de vuestros pecados! - Dijo Elías. -

¿Quieren instalarse en mi casa? - Propuso el señor alcalde a

los visitantes. -

Aquí también dispongo de excelentes habitaciones. -

Intervino Claude. -

No, muchas gracias, nosotros no necesitamos dormir. Nos

quedaremos en tu despacho del ayuntamiento. - Respondió Elías. -

Pero allí no hay comodidades. Además en la casa, les haría

preparar una exquisita cena. - Prosiguió Monsieur Petit, que todo procuraba arreglarlo con comida y bebida. -

El de los cabellos dorados, fijó sus azules ojos en el señor

alcalde de Vieu-Chateau. No lo entiendes Alain, tanto mi hermano Enoch, como yo mismo. No necesitamos comer, ni dormir. Lo que ahora necesitamos, es recogernos para poder hablar con nuestro Padre. - Dijo Elías con angelical dulzura. Monsieur Petit recordó aquel antiguo encuentro que había tenido con el mayor Hans Strauss. ¡Claro que la cosa no era igual! Aunque había cierta similitud, cuando lo de Hans, le cayó la fortuna del cielo. Ahora parecía que sería la Salvación.

259


MOISE-JARA

De todas maneras, Monsieur Petit, ya estaba viendo, que a estos, no les iba a convencer con su coñac de reserva, ni con la buena comida. -

Les esperamos a todos, a partir de las seis de la mañana en el

ayuntamiento. - Aclaró Enoch. Antes de que las gentes del pueblo, se decidieran a atravesar la tupida cortina de agua, que se divisaba a partir de la puerta del café de Jean. -

Estaremos bien en tu oficina. Llévanos ya. - Dijo Elías.

-

Escargot, consigue en par de paraguas. - Ordenó Monsieur

-

Si jefe. - Respondió el secretario, que raudo se encaminó a la

Petit. casa consistorial, regresando a los pocos minutos con el encargo del señor alcalde y empapado hasta los huesos. Una vez los profetas se encontraron instalados. Alain Petit acompañado por su fiel secretario, ambos se dirigieron hacia la casa del alcalde. -

¿Qué piensa Ud. de todo esto? - Pregunto Escargot a su jefe,

una vez que los dos hombres, se encontraron en la sala recibidor de la mansión Petit. -

¿Es que aún dudas, Charles? - Contestó con otra pregunta el

señor alcalde. -

¿Ud. no?, señor alcalde. - Dijo Escargot.

-

Después de todas esas demostraciones. Además, no te fijaste

de que Elías conocía a todo el pueblo por su nombre. - Agregó Monsieur Petit. -

Entonces pasado mañana, Ud. y yo seremos hermanos. - Dijo

Escargot. Alain Petit se quedo unos instantes reflexionando. -

¿Pasado mañana? ¡Ahora! ¡Escargot! ¡Los profetas! –

balbuceó Alain Petit. 260


El Precio de La Salvación

-

De repente todo le pareció muy irreal. Como un sueño.

-

Supongo que habrán categorías. Hay profetas mayores y

profetas menores. - continuó el señor alcalde. -

Pero hermanos. Seremos hermanos. - Insistió Escargot, que

cada vez le gustaba más la idea de dejar de ser siervo. -

Pero eso será pasado mañana. Ahora márchate a descansar.

Temo que mañana será un día bien duro para nosotros. - Dijo Alain Petit. -

Si jefe, como Ud. ordene. - Respondió Escargot, aceptando

que lo de hermano no era para ese instante. El secretario se retiró. -

¿Desea comer algo el señor? - Le preguntó la doncella a

Monsieur Petit, cuando éste, entro en la sala comedor de su casa. -

¿Dónde se encuentra la señora? - Respondió Alain, que

quizás por primera vez en su vida, no deseaba nada que fuera comida. -

La señora se retiró muy temprano a su habitación. - Dijo la

doncella. Alain Petit subió con rapidez las escaleras que conducían al primer piso de su mansión, donde se encontraban los dormitorios. Y ello, lo hizo el señor alcalde, a pesar de su voluminosa barriga, que siempre era una molestia, para estas inusuales proezas de Monsieur Petit. -

¿Qué te sucede, Louise? - Preguntó Alain, viendo a su

esposa hincada de rodillas, en posición muy piadosa, al lado de la cama conyugal. -

Estoy rezando. - Respondió la mujer.

-

¿Tienes algún problema en especial? ¿Algo que quieras

contarme? - Preguntó Monsieur Petit, extrañado por la actitud de su esposa. Las palabras del señor alcalde, aumentaron los sentimientos de culpabilidad y los negros remordimientos, que atormentaban el corazón de la bella la Foret. Louise, miró a su esposo y sin poder pronunciar palabra estalló en sollozos. 261


MOISE-JARA

Monsieur Petit se sintió desconcertado, en realidad había estado desconcertado durante toda aquella extraña jornada. Entonces, el señor alcalde de Vieu-Chateau, sintió ternura hacia aquella hermosa mujer, que lloraba desconsoladamente, apoyada en su hombro. Ella de rodillas y él de pie a su lado, para equilibrar alturas. Lo de la ternura que sintió el señor alcalde, eso sí era nuevo. -

No tengas miedo cariño. Verás como yo lo arreglo todo. -

Dijo Alain, mientras acariciaba el suave cabello de Louise. Era verdad, que en el fondo, aquel pequeño y orondo personaje, siempre había sido capaz de solucionar todos los problemas de la familia de la Foret. Alain Petit había ayudado económicamente a la mamá de Louise, permitiéndole continuar con el tren de vida, que su abolengo le exigía; también había organizado y financiado los estudios de los hermanos de Louise; que por cierto, una vez que éstos obtuvieron sus diplomas, nunca más regresaron a Vieu-Chateau, ni tan siquiera para darle las gracias a su generoso cuñado. -

¡Ay! Alain. - Dijo solamente Louise, quizá, con la intención

de confesarse con su marido, de todos aquellos pecados que la atormentaban; pero no lo hizo. El señor alcalde cogió entre sus regordetas manos el húmedo rostro de su mujer y lo besó con dulzura. Esto también hacía mucho tiempo que Monsieur Petit, no lo había hecho. -

¡Ay! Alain. - Volvió a repetir ella. En estos últimos tiempos

Alain Petit, no le había prestado mucha atención a su esposa. Ahora, contemplaba esa belleza, que hacía unos años le había cautivado. Esa belleza que pensó...que nunca llegaría a poder hacer suya. Finalmente, como muchas otras cosas, terminó cayéndole del cielo, en el momento en que ya menos lo esperaba. 262


El Precio de La Salvación

-

Bueno, hacerlo con la propia esposa. Eso, no puede ser

pecado. - Se dijo el primer mandatario del pueblo. Alain Petit volvió a besar a Louise, de todas maneras, al señor alcalde, le era fácil, eso de besar a su esposa, ella continuaba de rodillas...él de pie. No había problema de alturas. Como decía, la volvió a besar y la abrazó con fuerza. -

No te preocupes Louise, yo arreglaré todo. - Repitió

Monsieur Petit, en voz de susurro, mientras cada vez más animado, de los besos, ya había pasado a otras cosas. Los esposos Petit, cumplieron con el sagrado acto del matrimonio, que por ninguna razón podía ser pecaminoso. Ella,

encontró

algo

de

consuelo

para

sus

atormentadores

remordimientos. Él, se lo pasó a lo grande. Quizá fue el primer acto de Amor, de verdadero Amor, que experimento en su vida, Alain Petit. Terminado el juego, Louise se quedo dormida sobre la cama; Alain la abrigo con delicadeza y después de besarla por última vez. El señor alcalde descendió a la sala biblioteca y se dispuso a afrontar la larga noche de insomnio que aún le quedaba por delante. -

¿Qué estarían haciendo en estos momentos, Elías y Enoch? -

Se pregunto mentalmente el señor alcalde, mientras se servía un abundante whisky. Alain coloco un par de troncos en la chimenea y termino dejándose caer en su habitual sillón. Ese sillón que a ciertas horas de la avanzada noche, se convertía en una verdadera silla de torturas. Monsieur Boulart había comido su sopa de verduras en silencio, su esposa también. Una vez terminada la función de comer. -

Habrá que organizar todo para el viaje. - Dijo Gastón. 263


MOISE-JARA

-

Todo está siempre organizado en esta casa. - Respondió

Germaine. -

Yo tengo que dejar mis cuentas al día. - Continuo Gastón.

-

¡Y Gastón! ¿Te das cuenta que esto se termina? - Dijo ella,

con cierta tristeza. Germaine se iba a marchar de este mundo, sin haber podido conocer Marsella. -

De todas maneras el cielo debe estar muy bien organizado,

todo estará en su sitio. Todo con disciplina y orden. - Dijo Gastón. -

No sé si habrá todo eso que tú dices. Lo que yo espero es que

haya color, muchos colores y que ninguno de ellos sea gris. - Respondió Germaine, que cada vez iba tomando más conciencia, de que su vida había sido, un monótono aburrimiento. -

Bueno, bueno. Voy a terminar de ordenar. - Dijo Gastón,

levantándose de la mesa y dirigiéndose hacia su despacho. -

¡Haz lo que quieras! - Respondió Germaine .

Gastón Boulart abrió un pequeño secreter que se encontraba instalado al lado de su escritorio, de un escondido del mismo, extrajo algunos papeles. Allí se encontraba la libreta de ahorros. En el último viaje que Monsieur Boulart había efectuado a Marsella; el empleado, que siempre le acompañaba a la caja de seguridad y que al mismo tiempo era el mismo que atendía en la ventanilla de cobros y pagos, se encontraba ocupado con una larga fila de clientes delante de su Caja. Gastón Boulart, que en esa ocasión, estaba muy retrasado con relación al horario, que había establecido para su programa. Gastón, terminó metiéndose la libreta en el bolsillo y se dijo. Pensó Gastón. 264

En el próximo viaje, la guardaré en la caja de seguridad. –


El Precio de La Salvación

Entre los otros papeles, que Gastón, mantenía escondidos en el secreter, se encontraban dos notas de Henriette. No eran exactamente cartas de amor, más bien escritos un poco obscenos, que Gastón le pedía escribir a la mujer, con el fin de poder leer en sus momentos de soledad, durante el mes, que Monsieur Boulart pasaba en su otra personalidad de doctor Jenkins. También había un documento de préstamo a Antoine Peletini y la escritura notarial de un terreno cerca de Niza, propiedad del señor Gastón Boulart. En fin, todas las cosas que Germaine desconocía por completo, pues de haberlo sabido la buena señora, hubiera tenido otra idea de la situación económica, en la que se encontraba el patrimonio familiar. Gastón, pasó largo tiempo ordenando sus diferentes documentos, poniendo su contabilidad al día y de tanto en tanto. Excitándose con las notas de Henriette. En estas ocasiones, Germaine, ignorante de lo que su marido hacía, se refugiaba en la cocina, obsesionada en sacarle brillo hasta a los limpiametales. Aproximadamente hacia las seis cuarenta y cinco de aquella tarde de Vieu-Chateau; cuando todos los actos que realizaban los esposos Boulart, debían hacerlos a la luz de las velas y de pocas velas, por eso de la economía. Monsieur Gastón Boulart, sintió un súbito retortijón en sus tripas. Era la acción de la sopa de verdura. Un segundo retortijón, hizo que el disciplinado caballero de derechas, se viera obligado a levantarse con rapidez y salir a toda prisa de su despacho en dirección del escusado. Gastón Boulart se sintió más aliviado, una vez que la parte posterior de sus muslos, sintieron el frió contacto con el mármol del inodoro. -

¿Gastón deseas un café? - Preguntó Germaine, entrando de

improviso en el desierto despacho de su esposo. -

¿Gastón? - Repitió Germaine, verificando, que efectivamente

su cónyuge no se encontraba en la estancia, ya iba la mujer a abandonar el 265


MOISE-JARA

lugar, para regresar a su querida cocina. Cuando por esos azares del destino. Una ráfaga de viento, apagó la vela que se encontraba encima del escritorio del despacho. Si creyéramos en los espíritus, diríamos que fue un espíritu burlón, el autor de tal casualidad. Germaine, digna esposa del disciplinado y ordenado caballero de derechas, siempre disponía de una caja de cerillas en uno de los bolsillos dé su delantal. La mujer, se acercó a tientas, hacia el escritorio de su esposo, con la intención de encender la apagada vela; las manos de Germaine palparon en la oscuridad por encima del escritorio. Y ahí, sí que fue el espíritu burlón. La libreta de la Caja de Ahorros, se cayó al suelo, sacudida inconscientemente por una de las manos de Germaine. -

¡Chasss! – Izo la libreta de ahorros cuando toco con el piso,

con lo cual, la esposa de Gastón se dijo. -

Germaine, algo has hecho caer. – murmuró ella.

Durante todo ese tiempo, Monsieur Boulart seguía sentado sobre el inodoro, ya más tranquilo y completamente a oscuras. Tan rápida había sido su urgencia, que Gastón no tuvo prácticamente, ni tiempo ni ocasión de conseguirse una vela. -

¡Risss! - Hizo el fósforo al frotarse con la caja, después la

luz se hizo. Pero no solamente se hizo la luz en la vela que había sobre el escritorio. También se hizo la luz, en la mente de Germaine. Gastón regresó hacia su despacho con la consciencia tranquila; hasta el momento, ninguna religión consideraba pecado, el hecho de defecar. La escena que apareció delante de los ojos de Monsieur Boulart, fue verdaderamente fantasmagórica. Unas diez velas se encontraban encendidas sobre su escritorio. 266


El Precio de La Salvación

Germaine, que parecía haber crecido en tamaño, hurgaba en un montón de papeles esparcidos por el lugar. Gastón Boulart sintió en su interior, el instante del fin del mundo. -

¡Germaine! - Dijo él, tímidamente.

-

¡Cretino! - Respondió ella, con seguridad y desparpajo.

-

¡Es que! - Dijo él, y ya no dijo nada más.

-

Quiero todo lo que es mío, todo lo que me pertenece. - Dijo

la mujer; que veía concentrado en aquel mequetrefe, toda la opresión que había soportado desde su niñez, él tenía que pagar, las mentiras de su madre, las humillaciones que le impuso sor Teresa, todos aquellos años de estúpida austeridad. -

Quiero que firmes de inmediato el traspaso de todo el dinero

de esta libreta de ahorros a mi nombre. - Ordenó Germaine. -

¡Pero! - Intentó decir Gastón.

-

Ni pero, ni nada, ¡Malnacido! ¡Desgraciado! - Agregó ella,

que a medida que hablaba, iba guardando los diferentes documentos en el bolsillo de su delantal. En el momento en que una de las notas de Henriette, se encontraba en las manos de Germaine; Gastón Boulart quiso intervenir para dar una explicación. -

Yo te explicaré, Germaine. - Comenzó Monsieur Boulart.

-

Qué pretendes explicarme, lo de esta zorra. Si esto en el

fondo, es lo que menos me importa. Lo que no te perdonaré nunca, son todos los años que me has hecho vivir en la estrechez, con privaciones, con mentiras. Y además, vas a pagarlo de una y ahora. - Dijo decidida la esposa Boulart quizá, ya no por mucho tiempo. -

Pero, sé razonable querida. - Dijo Gastón, temiendo lo peor.

-

Razonable, razonable lo he sido durante veinte años. Bueno,

no razonable, lo que he sido, es una idiota. 267


MOISE-JARA

No tengas miedo que no voy a lastimarte físicamente. Te digo que me importa un rábano lo de la Henriette esa. Solo un eunuco impotente como tú, para esas cosas. Siéntate ahí, delante mío y comienza a escribir y a firmar. Lo quiero todo ahora. - Dijo Germaine. -

Pero mujer, después de todo. Esto del fin del mundo. Yo me

arrepiento. - Dijo en tono lastimero, Gastón Boulart. -

Yo también me arrepiento; me arrepiento de haberte

conocido, me arrepiento de veinte años de engaño. Fin del mundo o no, quiero que todo quede claro. Ahora, ¡Escribe eunuco! - Dijo ella. Y Monsieur Gastón Boulart. Escribió, escribió todo lo que Germaine le dictó, firmando lo que la mujer le impuso. Gastón Boulart desconocía por completo la escondida firmeza de su esposa, también el vocabulario que esta, utilizó en esa terrible noche. Cuando Germaine, tuvo en su poder todo lo que consideraba que le pertenecía, abandonó la estancia para encerrarse en su habitación, lo último que Gastón escucho de su ex-sumisa esposa. -

Y mañana te buscas alguna Henriette, que te haga la comida

y todo lo demás. No quiero que aparezcas cuando yo esté en la casa. Terminó Germaine. A Pascal Diderot, no le interesó lo más mínimo la reunión que el pueblo de Vieu-Chateau, celebraba en el café de Jean, cuando el muchacho se separó de Louise de la Foret, su primera necesidad, fue la de poder hablar con alguien. La única persona capaz de entenderle, era Jean Paul Gassol. Pascal regresó a la casa del filósofo. -

¿Cómo va Jean Paul? - Preguntó Pascal a Ana María-hija, la

muchacha se había acomodado en un pequeño asiento, cerca de la cama donde el maestro seguía desvanecido. Ana María no estaba dispuesta a dejarle solo, ni un instante. 268


El Precio de La Salvación

-

Continúa inconsciente, aunque parece que ahora ya respira

mejor, con toda normalidad. - Respondió ella, pendiente de cualquier detalle que pudiera sucederle al loco filósofo. -

¿No regresaste a la reunión con los profetas? - Preguntó Ana

-

No, no regresé. - Respondió Pascal, que reflejaba un aire de

María. gran tristeza; mejor dicho de profunda amargura. -

¿Tienes miedo de lo que va a suceder? - Continuó

preguntando ella. -

Tengo asco de lo que ya ha sucedido. - Respondió Pascal,

que cada vez sentía más la inmensa necesidad de comunicarse con alguien. -

De todas formas, mi padre se encuentra presente en el café

de Jean, él nos contará todo al respecto. - Dijo Ana María. -

Poco me importa lo que va a suceder. - Dijo Pascal.

-

Te veo muy deprimido, Pascal, tienes que sobreponerte, de

aquí a poco tiempo, todos estaremos liberados de la esclavitud que nos produce, nuestros propios cuerpos. - Respondió Ana María en un tono extraño; daba la sensación de que la muchacha ya no pertenecía al planeta tierra. -

A sí. - Agregó Pascal, que se encontraba completamente

sumergido en la parte pasional de su cuerpo de los deseos. -

Si Pascal, sí, de nosotros depende el realizar nuestros más

bellos sueños de amor. - Dijo Ana María, cuyo espíritu perdía peso y elevaba su fantasía hacia los recónditos parajes, donde habitan los más puros ideales. Un lugar que ciertos terrícolas, despectivamente llaman limbo; pero que en realidad es el verdadero cielo. -

No creo que dependa de mí, la realización de los míos. -

Respondió siempre con amargura, Pascal, que por unos breves instantes, 269


MOISE-JARA

estuvo tentado de explicarle todo a Ana María. Aunque finalmente se lo callo. -

Yo voy a realizar los míos. - Dijo la muchacha con firmeza,

al mismo tiempo que ponía su tierna mirada, en el durmiente maestro. -

Bueno, Ana María, espero que nuestro común amigo se

reponga con rapidez. Voy a ir un rato a mi casa. - Dijo Pascal. -

Ve con Dios, Pascal. - Respondió ella.

-

Mejor me iría con Louise, pero ella ya no quiere. - Pensó

Pascal y abandonó el lugar. -

¿Qué le estaba pasando a Louise? Ya había transcurrido casi

un año, desde aquel domingo de verano en que la había poseído por primera vez. Sus relaciones se intensificaron al máximo, ella se consideraba prácticamente su esposa, dándole escusas al señor alcalde, las raras veces que este quería ejercer su derecho matrimonial Al menos así es como se lo contaba Louise. Esa Louise que le esperaba detrás del muro, era una Louise tierna, llena de ilusiones, joven otra vez. – balbuceó en su mente Pascal. -

Y él, no era capaz de quedarse con la idea, de que todo lo

acaecido, solo fuera una relación pasajera en su vida, que un día u otro iban a terminar. - Pensaba el muchacho. Pascal se había enamorado de verdad de aquella hermosa mujer de cuarenta y cinco años. Durante el último período de su relación; él sentía unos terribles celos. -

Dices que me amas a mí, pero continúas viviendo con él;

comes en su casa; te pones los vestidos que él te ha comprado; duermes todas las noches en la misma cama que él. - Reprochaba Pascal a su amante. -

Pero tesoro, ya te he dicho que hace casi un año, que no hay

nada entre Alain y yo. - Respondía ella. 270


El Precio de La Salvación

-

Déjalo todo mi vida. Marchémonos los dos juntos de este

terrible pueblo. Comencemos una verdadera vida en otra ciudad; los dos unidos para siempre, para siempre. - Decía Pascal. Y todo esto, el muchacho lo decía completamente convencido, seguro de que al lado de aquella mujer, su vida se convertiría en lo que siempre había soñado, un eterno estado de belleza. Cuando Pascal se hallaba cerca de ella y le decía estas cosas. Louise, había momentos en que llegaba a dudar; se sentía tan bien al lado del joven muchacho; le parecía retornar a aquella época de sus veinte años, cuando llena de sinceras ilusiones, se arreglaba nerviosa, para correr al encuentro de Giorgio. Había tanta o más intensidad en el desearlo, que en el mismo instante de cumplir el deseo. Y es que los habitantes de la tierra de los años sesenta a setenta, eran seres, dentro de un espacio-tiempo relativo, que desesperadamente tendían hacia el absoluto, cosa que desgraciadamente ninguno de ellos conseguía, hasta el momento que les llegaba, lo que ellos llamaban la muerte. -

El día de Navidad, fue un verdadero martirio. No pude verte

ni un solo instante. - Replico Pascal. -

Mi madre vino a comer a la casa. - Respondió Louise.

-

Me estoy volviendo loco, Louise...Loco de amor por ti. -

Decía él; entonces ella dudaba. No, del muchacho, sino de su propia decisión; se sentía tentada a tirarlo todo por la borda y seguirle. Finalmente Pascal se marchaba. Louise, ya sola, analizaba los pros y los contras con más serenidad. -

Ella tenía veinte años más que el joven Pascal, por ahora

todo parecía funcionar bien, pero ¿Y de aquí a diez años? o ¿A veinte años después? Un día u otro, Pascal terminaría abandonándola. - Pensaba la mujer. Además, Louise de la Foret, aparte del fuerte sentimiento que sentía por el muchacho. También amaba la comodidad que le proporcionaba aquella 271


MOISE-JARA

lujosa mansión de la rué de la Victoire. Un confort tranquilo, burgués; que si bien no le había permitido vivir plenamente sus sueños de un sensual y desbordante amor, en algo la había reconfortado, con todas las cosas materiales que una mujer desea obtener en la vida. En estos últimos tiempos, Louise, lo había conseguido todo. Por un lado el continuar gozando las tranquilas ventajas de su casa y por otro las inquietantes emociones, de la ¡locura del amor! ¡Claro, que ella no había pasado la Navidad sola! ¡Pobre Pascal! ¡Solito! en su caserón, sólito y desesperado, pensando en ella. Y volvía la confusión en la mente de la mujer, por una parte, su deseo de dar, de ofrecer al hombre lo mejor de ella misma, por otra parte ese egoísta recibir, el profundo " Pro y Contra " del asunto. Pascal, salió de la casa de Jean Paul Gassol, con el intenso deseo de entrar en la casa que tenía a su derecha, la mansión Petit, y volver a ver a Louise, delante de quien fuera y pasara lo que pasara. La lluvia comenzó a arreciar con violencia, la cabeza y el rostro del muchacho se empaparon en unos pocos instantes, la ira de los celos se amalgamo con la generosidad del bien profundo ¿Lo que él deseaba o lo mejor para ella? La mente de Pascal no se detuvo, su cuerpo si y se dejo rociar por el llanto que descendía de las nubes. Pascal, en lugar de tomar el camino de la derecha, cruzo la calle y se refugió en el viejo caserón de sus padres. Después lleno de tristeza y melancolía, Pascal se emborracho por primera vez. Solange Curie mantenía una febril actividad en la recámara de su habitación, todo se encontraba revuelto, vestidos de ella sobre la cama, sobre los muebles, cartas de Jean Luc su uniforme. Un verdadero alboroto. -

No debo olvidarme nada. ¡Ah!, la espada, sin la espada es

como si el uniforme no estuviera completo. Y el libro de poesías. Ese que Jean Luc había sacado de su maleta en el tren, el día en que se habían 272


El Precio de La Salvación

conocido. Ese, que al final el teniente nunca leyó. - Pensaba la comadrona de Vieu-Chateau, que afanosamente organizaba sus maletas para el próximo y esperado encuentro con su marido, fallecido hacía cincuenta y cuatro años. ¡Qué rápidos habían pasado aquellos cincuenta y cuatro años de soledad para Solange! Todas las imágenes y situaciones que habían precedido a aquella última escena de Jean Luc sobre su caballo blanco. ¡Como un sueño! un ensueño con sus pesadillas y sus ratos de humor. -

La vida es un montón de imágenes que se suceden. -

Recordó Solange lo había dicho su amado aquella única noche en que sus almas y sus cuerpos se habían encontrado. Precisamente en aquella habitación. -

Un montón de imágenes no siempre agradables. - Había

respondido ella. -

De nosotros depende el hacerlas o no agradables. No sólo

agradables, sino bellas. - Había dicho Jean Luc. Ella, había intentado con todas sus fuerzas vivenciar los deseos de esas frases de Lean Luc, manifestando la belleza en su sereno caminar a través de esas imágenes que se había ido sucediendo durante los últimos cincuenta y cuatro años. Y debemos reconocer que Solange Curie viuda de la Ferriere, lo había conseguido. Solange con su menudo cuerpo, con sus frágiles manos, con su silenciosa presencia. Había soportado y triunfado en todas las situaciones que su existencia le había obligado a vivir. La joven Solange. La madura Solange. Ahora la vieja Solange, ninguna de ellas se había sentido completamente sola. En todas las circunstancias, en todas las imágenes, siempre en un momento u otro, la presencia de Jean Luc, la había acompañado. 273


MOISE-JARA

Y es que Solange, durante todos aquellos años, no había permitido que en su mente se borrara el recuerdo del hombre, ni un solo instante. Es por ello que Jean Luc, en su condición de cuerpo desencarnado, continuaba viviendo en la mansión de los Curie de Vieu-Chateau. -

Pasado mañana estaremos otra vez juntos. ¡Mi vida! Se decía

ilusionada la vieja comadrona, que por otra parte, había recuperado la ligereza que tenía, hacía cincuenta y cuatro años antes. Jean Dupont, regreso a su hogar, después de finalizada la reunión del café de Jean, miro a su esposa con aire preocupado. -

¿Qué sucede? - Pregunto Ana María-madre, que se había

quedado en la casa, después de ayudar a acomodar a Jean Paul Gassol. -

No sé, no sé, creo que esto va en serio. - Dijo él.

-

No estés triste, tampoco es tan grave, incluso quizás, sea una

magnífica suerte. ¡Algo maravilloso! - Dijo la esposa. -

¿Algo maravilloso? - Repitió Jean, que no comprendía la

razón de esa alegría en Ana María-madre. -

Jean, ¿nunca has pensado, que un día íbamos a envejecer?,

incluso por ley lógica de la vida a morir. - Agregó ella. -

Bueno, quizá alguna vez. Pero no le veo lo maravilloso. -

Siguió él. -

Tu ibas a morir un día, yo en otra ocasión, los niños, quizás

ya adultos, se quedarían solos para morir a su vez más tarde. - Dijo ella. - Es la lógica normal de nuestras existencias en la Tierra. - Dijo Jean. - Era, la lógica en la Tierra. Pasado mañana nos iremos todos juntos. ¿Comprendes? Todos juntos hacia la eternidad. ¿No es eso una verdadera maravilla? Terminó Ana .María-madre, rebosando de emoción por todos los poros de su piel. Jean, se dio cuenta de que tenía la mirada puesta en su esposa, pero que en realidad no la había estado viendo; un tupido nudo oprimió la garganta del 274


El Precio de La Salvación

padre de familia; avanzó dos pasos y estrechó fuerte a Ana María en sus brazos. -

¿Qué sucede? - Dijo Henri, que en ese instante salía de su

habitación. - Sucede, que somos una verdadera familia. - Respondió Jean Dupont. -

Una familia para toda la eternidad. - Agregó la madre.

-

Me parece bien. - Respondió Henri, que a él lo que de verdad

le interesaba, era eso de los campos de fútbol en el cielo. Una esplendida cena, adornó la mesa de los Dupont, aquella noche; todo respiraba una serena armonía. -

Habrá que avisar a Ana María para cenar. - Dijo Ana María-

-

Ya voy. - Respondió Claudette sin demasiado ánimo.

-

Deja hija. Yo voy a ir; quiero ver si Jean Paul ya se despertó.

madre.

- Intervino Jean Dupont. Como la casa del maestro de Vieu-Chateau, se encontraba muro con muro con la de los Dupont. Jean se deslizó por debajo de un pequeño cobertizo en la parte posterior de su propiedad y penetró en la de su amigo por detrás; con ello evitó el tener que salir a la calle, en donde la lluvia seguía arreciando con fuerza. -

¡Jean Paul! ¡Ana María! - Gritó, Jean Dupont, una vez que se

encontró en el comedor de la casa del maestro. -

¡Chut! Papá, no grites tanto, que Jean Paul aún está

durmiendo. - Le dijo a su padre Ana María, desde lo alto de la escalera que conducía al primer piso de la casa. Jean subió los peldaños, para por fin llegar al lado de su hija. -

¿Cómo se encuentra el filósofo? - Preguntó Monsieur

Dupont en forma bromista, viendo la preocupación que reflejaba el semblante de Ana María- hija. 275


MOISE-JARA

-

No se ha despertado para nada papá. Estoy muy inquieta.

Aunque el profeta garantizó, que no le iba a ocurrir nada. - Dijo la muchacha. -

Yo le veo bien. ¡Eh! Bello durmiente despiertas o ¡que! -

Dijo Jean Dupont, que ya se encontraba junto a la cama de Gassol y le dio un par de amigables palmaditas en el rostro. Jean Paul, continuó con los ojos cerrados, sin despertarse, ni a la voz, ni a los golpecitos que le dio su amigo. -

De todas formas respira normalmente. - Dijo Jean Dupont,

con ánimo de tranquilizar a su hija. ¡Ah! Vine a verte, porque la cena ya está servida. Tu madre ha echado hoy la casa por la ventana. Ha hecho una cena digna de reyes. ¡Vamos un rato! Luego si quieres regresas. - Dijo Jean Dupont. -

No, papá por favor. ¿Cómo le voy a dejar solo? - Replicó la

muchacha en un tono, que Monsieur Dupont tuvo la sensación de haber dicho la mayor barbaridad del mundo. -

¡Pero hija! Jean Paul se ha pasado solo, los casi cincuenta

años que cargan sus pierna, por un ratito más, no le pasará nada. - Agregó Jean Dupont, que no comprendía muy bien la actitud de su hija. -

No, papá no...No lo voy a dejar solo ni un instante. Por favor

papito, dile a Claudette que me traiga la comida aquí. ¿Verdad que lo harás, papito mío? - Dijo la muchacha, utilizando su simpatía, con el fin de obtener su propósito. -

Está bien, hijita mía, veré si Claudette acepta

venir. -

Respondió con ironía Jean Dupont. Cuando el padre descendía por las escaleras de regreso a su casa; Ana María se acerco a Jean Paul y acariciándole dulcemente los cabellos. -

Despierta amado mío...Despierta. Tienes que venir conmigo

por el camino de la gloria. ¡Cuánto te amo, Jean Paul! - Dijo Ana María. 276


El Precio de La Salvación

La verdad, es que Jean Dupont, no oyó ni media palabra de lo que su hija le estaba diciendo al maestro de Vieu-Chateau. Y sin embargo el hombre pensó. -

¡Que rara la actitud de Ana María! Da la sensación de que la

nena estuviera. - Aunque Monsieur Dupont, no llego a admitir la palabra enamorada, y continuo con su trayecto por debajo de los cobertizos. -

De todas formas ¡a mí, no me la pegan!, por raro que

parezca, Ana María siente algo con respecto a Jean Paul. ¡Aquí hay gato encerrado! - Continuó pensando, el cabeza de familia de los Dupont -

¿Y...no viene Ana María? - Preguntó Claudette, al ver llegar

a su padre en solitario. -

Vas a tener que terminar yendo, Claudette. - Respondió

-

¿Por qué no viene la niña? - Preguntó la mamá.

-

Porque creo que la niña, ya dejó de ser

Jean. niña, para

convertirse en mujer. Una hermosa mujer como su mamá. - Respondió Jean Dupont, con una gran sonrisa que le iluminó todo su rostro. -

Ya estás diciendo tonterías. - Dijo Ana María-madre, que se

encontraba muy lejos de sospechar nada. De todos modos, ningún otro personaje de la familia Dupont, prestó atención a la ausencia de Ana María-hija, ni durante la cena, ni por la noche, en que la muchacha informó que se quedaba junto a Jean Paul. Y se quedó. El clima de las relaciones humanas se encontraba tan enrarecido, aquel día en Vieu-Chateau; que las cosas insólitas parecían normales; las raras y extrañas, también parecían normales. A pesar de la proximidad de la hora final, el señor alcalde continuaba sin poder pegar ojo, o quizás, por la proximidad de la hora final, al señor alcalde, le era imposible el poder dormir. Cualquiera que fuera la razón, la verdad es que aquella noche, le pareció a Monsieur Petit, la más larga de 277


MOISE-JARA

toda su vida. Alain ya había vaciado tres vasos de whisky, encendido dos cigarros habanos, que terminaron estrujados en el cenicero, a medio fumar; comiendo cacahuetes y paseado un sinnúmero de veces, por el interior de su salón biblioteca. Los pensamientos del señor alcalde estaban sumergidos en plena ley del péndulo. Pero del péndulo acelerado. Tanto le parecía posible, incluso concreto y real, aquello del fin del mundo, de Elías, de Enoch, del sol que se acercaba a la tierra, como unos instantes después, lo mismo, se convertía en algo completamente insólito. ¡Cuánto hubiera deseado Monsieur Petit, que el antiguo alcalde, Monsieur Albert Curie, estuviera vivo y en su puesto! Seguro que Monsieur Curie, hubiera sabido con certeza lo que debía hacerse. -

¡Ay!, Monsieur Albert, porqué no regresas para aconsejar al

pobre Alain. – susurró el alcalde de Vieu-Chateau. -

Hasta ahora, siempre he sido capaz de encontrar la buena

solución, es verdad que todo me ha ido cayendo del cielo. – se dijo Alain. -

Bueno, cuando iba a comenzar la guerra, tomé la decisión de

vender la tienda, pero eso no fue ninguna acción arriesgada. En el fondo, todo me ha venido solo. - Pensaba el señor alcalde, mientras se daba vueltas y más vueltas por su salón-biblioteca. -

Lo del matrimonio con Louise, al final fueron ellos los que

prácticamente me lo pidieron. Yo tampoco hice gran cosa. ¡Claro! que toda mi verdadera fortuna se la debo a. – continuó la charla de Monsieur Petit. En la mente de Alain Petit, se dibujo la imagen de Hans Strauss, que sonriente se despedía desde la escalerilla del avión. -

¡Ahí! sí tomé un riesgo. Personalmente acompañé a Hans,

pasamos la frontera. Yo fui quien negoció la venta de todo, incluso de los camiones. Cuando regresé a Vieu-Chateau, recuerdo que temía entrar en el 278


El Precio de La Salvación

pueblo, pensando que hallaría a un pelotón alemán, esperando para fusilarme. Conseguí una fortuna, pero ¡me la jugué! - Se dijo el señor alcalde, siempre mentalmente. Alain se sentó en su sillón y encendió otro cigarro habano. -

¡Eso es lo que debo hacer ahora! ¡Jugármela! - Dijo Alain

Petit en voz alta, aunque el resultado, fue el mismo que si el señor alcalde, lo hubiera pensado en vez de decirlo. Se encontraba completamente solo en la estancia y eran las dos y media de la madrugada. -

¿Por qué no lo pensé antes? La verdad es que todo ha

sucedido demasiado deprisa. En el sótano del ayuntamiento está guardado el radio-transmisor, era el radio-transmisor que formaba parte del equipo de Hans Strauss. Yo lo guardé. Recuerdo en aquella ocasión en que el padre de Escargot sufrió un infarto y el pueblo se encontraba incomunicado. Parecido a lo de hoy. Con ese radio-transmisor conseguí comunicar con la Prefectura de Marsella. ¡Vamos Alain...Valor! Tienes que intentarlo en este preciso momento. ¡No debo esperar a mañana! Lo haré ahora. – dijo el alcalde. -

Aunque ahora estaré solo. ¿Quizá consiga despertar a

Escargot? – terminó el primer mandatario de Vieu-Chateau. Monsieur Alain Petit abandonó su silla de torturas y se acerco a su escritorio, del segundo cajón, extrajo una pistola Luger; la misma Luger que colgaba de la cartuchera de Hans Strauss el día de su llegada a VieuChateau, el señor alcalde la había guardado como recuerdo. Esto no lo he utilizado en mi vida. Se dijo Alain, mientras observaba la pistola. Con un par de ensayos, Monsieur Petit comprendió con rapidez cómo funcionaba el arma. De todas maneras, el señor alcalde había visto muchas películas de acción en sus horas de insomnio, cuando había fluido eléctrico ¡Claro!

279


MOISE-JARA

Alain Petit se colocó la Luger en la cintura de su pantalón; esto también lo había visto en las películas; subió hasta la habitación donde su esposa continuaba durmiendo y volvió a besarla con ternura. -

¿Ya es de mañana? - Murmuró Louise, medio en sueños.

-

Duerme tranquila querida. Aun es muy de noche. - Contestó

Alain. La mujer no se hizo rogar, se dio media vuelta y prosiguió en los brazos de Morfeo. Monsieur Petit, que tenía la sincera sensación de que en aquellos últimos momentos, había crecido un tanto, bordeó lentamente la place de la Liberté, tomando el ángulo derecho de la misma a partir de su casa, llegando por fin al extremo de la rué Grande. A unos diez metros comenzaba la casa de Escargot. La propiedad del secretario del ayuntamiento, poseía un jardincito que comenzaba en una verja e iba hasta la entrada, propiamente dicha de la casa, encontrándose ésta, a unos cinco metros de distancia hacia el interior. La verja se encontraba sellada con un candado, el muro que rodeaba la casa tenía un escaso metro y medio de altura, en su parte superior había pegotes de nieve incrustados. De todas formas, un metro y medio era mucha altura para el señor alcalde de Vieu-Chateau. -

¡Escargot! ¡Escargot! - Gritó Monsieur Petit, aunque no

demasiado fuerte, porque se encontraba muy cerca del ayuntamiento y temía ser oído por los profetas. El silencio más absoluto fue la única respuesta a las llamadas que realizó el señor alcalde. No hubo indicio del más pequeño movimiento en el interior de la casa de Escargot; ni una luz, ni un ruido, ni nada de nada. -

¡Este idiota estará durmiendo como un tronco! Tendré que

hacerlo yo solo. - Se dijo Alain, que abandonando su intención de conseguir 280


El Precio de La Salvación

la ayuda de su secretario, acarició la culata de la pistola, cosa que le dio una cierta sensación de seguridad y encaminó sus pasos hacia la casa consistorial. -

¡Rec! ¡Rec! - Sonó la llave al girar en la puerta de acceso al

ayuntamiento. -

¡Chrisss! - Hizo la misma puerta al ser empujada por el

alcalde. Todo se encontraba a oscuras. Alain Petit subió primero por las escaleras que conducían al primer piso del edificio, donde se encontraba su oficina. Monsieur Petit quería verificar, si los profetas se encontraban bien allí y al mismo tiempo, intentar ver lo que estaban haciendo. Para Alain, conocedor del edificio, que él mismo había hecho construir, no le era demasiado difícil desplazarse por su interior. En cuanto a la oficina del señor alcalde, esta disponía de una gran mampara de madera con pequeñas ventanitas, a través de las cuales, se podía observar el interior. A condición que hubiera luz. El cuerpo de Monsieur

Petit se apoyó en la última esquina

disponible antes del acceso a su despacho. Sí, había luz en el interior. -

La suerte te acompaña, Alain. - Se dijo, al tiempo que se

inclinaba todo lo más que podía con el fin de intentar divisar en el interior. Alain Petit vio claramente la figura de Elías, se encontraba de espaldas a su ángulo de visión, parecía arrodillado y se mantenía inmóvil; más al fondo también se divisaba la sombra del otro profeta. A hurtadillas hizo Monsieur Petit el camino de retorno hacia la planta baja del edificio. Después Alain comenzó a descender por las escaleras que conducían al sótano, la oscuridad se hacía cada vez más latente. El sótano del ayuntamiento de Vieu-Chateau, estaba compuesto por tres grandes habitaciones, que se precedían las unas a las otras; la primera era el Archivo y no disponía de ventana alguna; la segunda estaba 281


MOISE-JARA

prácticamente vacía, en su parte superior derecha tenía un pequeño ventanuco, que a ras del suelo de la calle, daba hacia la Grand rué; la tercera habitación, era una especie de cuarto de trastos, allí se encontraba el radiotransmisor, también poseía un ventanuco cuyo acceso era detrás del café de Jean, hacia el campo. Alain Petit, que no había tenido la buena idea de venir provisto de una linterna, encendió un fósforo, cuando se encontraba más o menos hacia la mitad en su lento descenso al sótano; ello le permitió continuar avanzando con un poco más de comodidad y seguridad también. Todo ello lo consiguió hasta que el fósforo le quemó la punta de los dedos. -

¡Ay! - Dijo el señor alcalde, tirando la cerilla lejos de sí, en

un brusco gesto que le hizo tambalearse durante unos instantes. La pistola se resbalo por el interior del pantalón, quedando con la punta del cañón incrustada en su zapato izquierdo. Alain encendió un segundo fosforo, que mantuvo en su mano izquierda y comenzó a agacharse con la intención de recuperar su arma; a pesar del estorbo que le ocasionaba su voluminosa barriga, el señor alcalde consiguió llegar con su mano hasta el borde de su pantalón. Comenzó a elevarlo lentamente, por unos breves instantes, pudo ver un trozo del negro cañón de la Luger, pero solo fue un corto momento. El segundo fósforo se terminó; Monsieur

Petit que no tenía la

costumbre de tener su cabeza más baja que la cintura, perdió el equilibrio y rodó los cinco peldaños que le faltaban para llegar al sótano. Y digo que el señor alcalde rodó, porqué debido a la estructura circular de su cuerpo, efectivamente rebotó tal si fuera una pelota hasta el frío suelo del sótano. La ventaja que le proporcionó su redondez, es que a parte de hacerse algunas magulladuras y tres o cuatro cardenales; el señor 282


El Precio de La Salvación

alcalde de Vieu-Chateau, salió prácticamente ileso de la aparatosa caída y con la inmensa suerte de no haberse roto ningún hueso. -

¡Booff! - Resopló Alain Petit mientras se incorporaba a

tientas en el interior de la habitación del Archivo, la estancia se encontraba completamente sumida en la oscuridad. La Luger, que en el transcurso del rodamiento de Monsieur Petit, había viajado unas cuantas veces, desde el tobillo a la ingle y viceversa, terminó saliendo despedida de su provisional encierro, haciendo. -

¡Paaff! - sobre el suelo; afortunadamente la pistola no se

disparó. Cuando el señor alcalde ya se encontraba incorporado con un poco más de claridad en su mente, se percató de que en su pirueta, también había perdido la caja de fósforos; no le quedó otro remedio que ponerse a gatear, las regordetas manos de Alain Petit, iban progresivamente palpando el suelo del archivo, fue en ese momento en que pudo ver o le pareció ver, una furtiva sombra que se movía en la tercera habitación, el cuarto de los trastos. Y ello, lo pudo ver el señor alcalde, porque la tercera estancia recibía una tenue luz, que le proporcionaba el ventanuco que daba al campo, por detrás del café de Jean. La mano de Monsieur Petit tropezó con la pistola, que inmediatamente hizo suya; el hombre se incorporó y con la Luger en su diestra, lamiendo con su cuerpo las paredes del cuarto del archivo se fue deslizando poco a poco, hasta la entrada de la tercera habitación. Alain, protegido por el límite del muro y apuntando su arma hacia el cuarto de los trastos, observó por segunda vez, intentando por todos los medios contener su respiración. La sombra, que volvió hacerse evidente, se desplazo hacia la parte izquierda de la estancia. -

¿Quién anda ahí? - Pregunto el señor alcalde, sujetando la

pistola con las dos manos para evitar en lo posible el tembleque. La única respuesta que obtuvo, fue el silencio; aunque Alain pudo oír con claridad el sonido de una respiración agitada. 283


MOISE-JARA

-

¿Será la mía? - Se dijo al principio; volvió a centrar toda su

atención en los sonidos que produce el silencio. -

No, no es la mía. - Se convenció finalmente.

-

Estoy armado, ¿Responda quién es? - Insistió Monsieur

-

Soy yo. - Respondió una tenue voz.

-

¿Y quién? ¿Soy yo? - Agregó nervioso el señor alcalde.

-

¿Es Ud. el señor alcalde? - Dijo la tenue vocecilla en tono de

Petit.

pregunta; aunque Alain lo comprendió como una afirmación. -

Eso ya lo sé. Ya sé, que yo soy el alcalde. ¿Pero tú, tu? -

Continuó Monsieur Petit. -

No yo a Ud. siempre lo trato de Ud. nunca de tu. - Respondió

-

¡Al cuerno como me trates! ¿Lo que quiero saber es cómo te

la voz. llamas ? ¡Maldita sombra! - Dijo Alain, ya prácticamente fuera de sus casillas. -

¡Ah! Entiendo. Ud. es el señor alcalde y aunque yo no veo

ninguna sombra. - Continuó diciendo la voz de la sombra, pero fue interrumpida por la del señor alcalde, que ya estaba hasta las mismísimas narices, gritó. -

Mira sombra de los demonios o te identificas o seguro que te

disparo. - Amenazó Monsieur Petit. -

No por favor no dispare. Soy yo su secretario, Charles

Escargot. - Aclaró finalmente la voz. -

¿Charles? Tú tenías que ser ¡Idiota! - Dijo el señor alcalde,

que no obstante, se alegró de que Escargot se encontrara en el lugar. Petit. 284

¿Y qué has venido hacer por aquí? - Preguntó Monsieur


El Precio de La Salvación

-

Le escuché a Ud. gritar en la verja de mi casa, cuando me

vestí y salí para ver lo que quería, Ud. estaba ya entrando en el ayuntamiento, le seguí, supuse que Ud. había pensado de utilizar el radio-transmisor, para intentar establecer contacto con la Prefectura de Marsella. Bajé al sótano. Pero no había nadie. - Respondió Escargot, que a veces utilizaba su cabeza para algo más, que el mero hecho de ponerse el sombrero. -

¡Claro!, Yo había subido al primer piso para controlar a los

profetas. ¡Oye! ¿Quizá no seas tan idiota? Lo del radio-transmisor era justo lo que yo. ¡Por cierto! ¿Tienes fósforos? - Dijo el señor alcalde. -

Gracias Jefe. - Respondió Escargot.

-

Gracias ¿por qué? Te he preguntado ¿si tenías fósforos? -

Agrego Alain Petit. -

No, gracias por eso de que no soy tan idiota. En cuanto a los

fósforos. No...No tengo fósforos. - Respondió Escargot. -

¡Vaya fastidio! Yo acabo de perder los míos.

Necesitamos

un poco de luz

para intentar hacer funcionar el

transmisor. - Dijo el señor alcalde. -

¡Ah! Por eso no se preocupe Jefe. Yo he traído una linterna. -

Agregó Escargot, al tiempo que la encendía. -

¿No lo podías decir antes? ¡Idiota! - Dijo El alcalde.

-

Ud. me preguntó por fósforos. - Se justificó Escargot.

-

Bueno, vamos al asunto...Tu dale a la manivela, que yo voy a

intentar comunicar. Y alumbra bien ¡Idiota! - Dijo Alain Petit. -

¡Chiusss! ¡chiussssí! - Sonó el radio-transmisor al ponerse en

marcha; Monsieur Petit giraba despacio el conmutador. De repente al señor alcalde y a su secretario, les pareció oír una lejana voz que provenía del aparato. -

¡Es una voz! - Dijo con júbilo Monsieur Petit. 285


MOISE-JARA

-

Si jefe, alguien que comunica con alguien. - Agregó

Escargot, pero la supuesta voz no duro ni medio segundo, le siguió. -

Chut....Chiiiit. .. .Chiiiiiiit. – sonó el radio transmisor.

-

¡Mierda! - Dijo el señor alcalde, pero aún no se desanimó.

-

Aquí

Vieu-Chateau. Aquí Vieu-Chateau...Esto es una

llamada de auxilio. Quiero hablar con la Prefectura de Marsella. Insistió Monsieur Petit por el micrófono del transmisor. -

Chut...Chiiiit...Chiiiiiit. - Fue la única respuesta.

El señor alcalde se desesperó una y otra vez, intentando la comunicación, pero nada, parecía que el resto de Francia, que el resto del mundo ya había dejado de existir. -

Juraría haber escuchado una voz. - Dijo Monsieur Petit.

-

La voz queda y viaja por el aire durante mucho tiempo. -

Dijo Elías, que acababa de aparecer en la estancia, como un fantasma salido de la nada; el profeta tenía en la mano derecha una especie de palo que emitía una fuerte luz. Al señor alcalde de Vieu-Chateau, se le cayó el micrófono al suelo, la pistola también; Escargot se puso blanco, ya no como papel, más bien como un muerto, muerto de hace tres o cuatro días. -

¿Te ibas a la guerra Alain? - Preguntó Elías haciendo

referencia a la Luger que se encontraba en el suelo. Por una milésima de segundo Monsieur Petit pensó en coger la pistola y dispararle al profeta. ¿A ver si era o no profeta? Pero solo fue una milésima de segundo. El cuerpo del alcalde comenzó a paralizarse consecuencia del sobresalto y del miedo, que le había provocado la inesperada aparición de Elías. Monsieur Petit bajó la cabeza, tomando la actitud del niño que ha hecho una pequeña travesura. Enoch llegó al lugar en donde se encontraba el grupo, el segundo profeta también traía en su mano un palo luminoso; su 286


El Precio de La Salvación

llegada no fue tan espectacular como la de Elías, se le pudo ver bajando por las escaleras del sótano. -

La comprobación no es ningún pecado. - Dijo tímidamente

Escargot, que intentaba justificar a su jefe. -

La comprobación no es pecado. Dudar del padre, si lo es. -

Dijo la fría voz de Enoch. -

Yo no dudé del Padre. - Dijo Monsieur Petit.

-

Dudaste de mí. Y yo soy el enviado del Padre. ¡Ay! Alain,

¿Qué voy hacer contigo? - Dijo Elías. Monsieur Petit volvió agachar la cabeza, pidiendo perdón con su gesto. Una desobediencia así a la ley, merece. - Dijo Enoch, aunque no terminó la frase; el señor alcalde comenzó a temer lo peor. -

¡Pero señores profetas! ¡Por favor! Desde que Uds. llegaron

o aparecieron en Vieu-Chateau, Monsieur

Petit les ha dado todas las

facilidades. - Dijo Escargot, interviniendo en favor del señor alcalde; el secretario pensó que un cielo sin Monsieur Petit, sería algo así como un ayuntamiento sin alcalde. -

Tú también eres culpable. - Dijo Enoch, dirigiéndose al

entrometido Escargot, que asustado, se calló ipso-facto y comenzó a pensar en un cielo sin Monsieur Petit y sin Escargot. -

Bueno, bueno, creo que te voy a dar una segunda

oportunidad; pero si fallas otra vez. Ya no habrá perdón para ti, Alain. - Dijo Elías. El señor alcalde se hincó de rodillas y comenzó a besar la mano del profeta. Escargot miró interrogativamente la escena y pensó. -

¿Y yo qué? – se dijo Escargot en silencio.

287


MOISE-JARA

-

A ti también se te dará una segunda oportunidad. - Dijo

Elías, refiriéndose al secretario, quizás, por eso de su facultad de poder leer en las mentes. -

Eso está mejor. - Se dijo Escargot.

-

Yo le defiendo a él y cuando lo perdonan, mucho besuqueo

de mano, pero el señor alcalde ni se acuerda de mí, que ingrata es la vida de secretario! Menos mal que ya pronto dejará de ser mi jefe y se convertirá en mi hermano y aunque no le guste al señor alcalde. ¡Seremos hermanos! Terminó de pensar Escargot, que depositando acto seguido su mirada en Elías, le pareció ver, como este le asentía con un signo de su cabeza. -

Ahora vayan a descansar, les espero a las cinco cuarenta y

cinco, para terminar los últimos trámites. - Dijo Elías. Cuando ya Alain Petit y Charles Escargot se encontraron solos, atravesando la place de la Liberté, de regreso hacia sus hogares, el secretario se dirigió a su jefe. -

¡Jefe! Al final se le olvido a Ud. la pistola, tirada en el suelo

del sótano. - Dijo Escargot. -

¡Cualquiera se atrevería a recogerla. ¿Quieres ir tú a

buscarla? - Respondió Monsieur Petit. -

¿Quién yo, jefe? ¡Ni loco! - Agregó Escargot.

-

Entonces, márchate a tu casa. Y gracias por todo. ¡Buenas

noches Charles! - Dijo Monsieur Petit. -

¡Buenas noches hermano! - Respondió el secretario, al

tiempo que se alejaba sin intención de volverse; seguro de que lo de hermano había provocado la ira de su jefe. Más bien Escargot esperaba oír un - ¡Buenas noches idiota! - como respuesta a su osadía, pero no sucedió así; Monsieur Petit cabizbajo y con aire derrotado, prosiguió caminando silenciosamente, en dirección a su mansión. 288


El Precio de La Salvación

XII-El alba del penúltimo día. Hacía las cinco de la madrugada Jean Paul Gassol, abrió los ojos unos instantes. -

Aún es de noche. ¿Qué día debe de ser hoy? - Pensó el

maestro y dándose media vuelta, tomo la intención de proseguir durmiendo. -

¡Jean Paul! ¿Estás bien? - Dijo una voz, proveniente de la

habitación, que se hallaba en semi-penunbras. El filósofo volvió a su posición inicial, elevó un poco la cabeza; pero en un principio no vio nada. Mas bien, todo comenzó a dar vueltas a su alrededor. Se sentía mareado, como después de una borrachera. ¡Peor aún, que después de una borrachera! ¡Pura nausea! -

¡Boooc! - Hizo Jean Paul, en un fallido intento de vomitar la

bilis, que le había subido hasta lo alto de su garganta. -

¿Te sientes mal? ¡Vida mía! - Prosiguió la voz.

-

¿Vida mía? - Repitió el maestro mentalmente; finalmente

consiguió sobreponerse a su malestar y concentrar la fuerza de su mirada, hacia el lugar de donde venía la voz. No había nadie. Ana María, abandonando su lugar y contorneando la cama, ya se encontraba a la izquierda de Jean Paul. -

¿Deseas devolver, cariño? - Otra vez la voz, ahora del lado

de su siniestra. -

¿Estaré soñando? ¿O Quizá es que estoy muerto? Ahora

recuerdo eso de los profetas. Entonces, debo estar muerto. - Pensó Jean Paul. No obstante, maquinalmente, nuestro personaje volteó su rostro hacia la izquierda. Entonces, Jean Paul vio. La imagen. La imagen del rostro de la lechera, sonrojado, agradable, joven, bello y lleno de lágrimas.

289


MOISE-JARA

-

Ahora si estoy seguro, de que esto es un sueño. - Pensó el

hombre. La lechera...era Ana María...y estaba allí en su habitación...y le estaba llamando ¡Vida y cariño! -

Seguro que es un sueño. - Se repitió.

Y tan hermoso era el rostro de Ana María, y tan bien olía el ambiente y tan bella era la escena y tanta fuerza había en la expresión de la muchacha, que Jean Paul Gassol se dijo. -

No quiero despertarme, quiero continuar soñando este sueño.

– dijo el maestro. -

Estaba tan intranquila por ti. Pero parece que ya te estás

recuperando. - Dijo Ana María, que sentándose sobre la cama, comenzó a acariciar los cabellos del loco filósofo. -

Esto es un sueño, con sensaciones reales. - Continuó

diciéndose el maestro; que por el momento, no se atrevía a hablar. No fuera que se terminara el ensueño de repente. -

¡Pero! ¿Dime algo Jean Paul. Estás bien? - Preguntó ella.

-

Si… siiii. - Respondió el maestro, pronunciando el siiiii, sin

separar mucho los labios, siempre con la fija idea de no hablar mucho. La muchacha, se acerco más hacia el hombre y lo abrazo con fuerza, al tiempo que comenzaba a sollozar. -

He tenido mucho miedo, mucho miedo ¡Amor mío! - Dijo

Ana María, que ya era incapaz de continuar disimulando sus sentimientos. A Jean Paul Gassol, eso del abrazo, también le pareció bastante real, pudo percibir el calor que despedía el cuerpo de la muchacha e incluso la suave presión de uno de sus senos, casi, casi, en la boca del maestro. Ana María, en el abrazo había llevado la cabeza del filósofo contra su pecho. Cuando la muchacha aflojo su llave unos instantes. Jean Paul Gassol, además de tomar con rapidez una buena bocanada de aire fresco; de un 290


El Precio de La Salvación

brinco se sentó en la cama; comenzaba a convencerse, de que por mucho que gesticulara, ese sueño ya no se rompería. -

¿Qué está pasando, Ana María? - Pregunto Jean Paul.

Entonces ella tomo consciencia de todo lo que había dicho y hecho, desde que el maestro de Vieu-Chateau, se había empezado a recuperar. Ana María sintió vergüenza y levantándose con rapidez de la cama, retrocedió, caminando de espaldas, hasta que su cuerpo se topo contra la pared más cercana, siempre con su mirada fija en Jean Paul. -

¡No! - Dijo el maestro, que ya se estaba arrepintiendo por

haber hablado demasiado. -

Regresa Ana María. Perdóname, estoy bastante mareado y

sobre todo, estoy muy confundido. - Agregó Jean Paul. Ella seguía silenciosa, pegada al muro de la habitación y con sus grandes ojazos puestos en el hombre. -

¡Pero, habla, dime algo! - Pidió él.

-

Tengo miedo. - Respondió ella.

-

¿De qué tienes miedo, mujer? - Continuó el maestro; que si

bien ya se atrevía a hablar normalmente, aún no se había movido en su posición de sentado sobre la cama, ¡por si las moscas! en lo referente al sueño. -

Tengo miedo de que te burles de mí. - Dijo la muchacha.

-

¿Cuándo me he burlado yo de ti? - Dijo él; que por fin se

decidió a incorporarse, acercándose hacia Ana María, que continuaba brindándole el esplendor de sus ojos. Tan cerca se colocó Jean Paul de la muchacha, que cada uno de ellos debía de respirar esperando su turno, uno después del otro, al ritmo de uno...dos...uno...dos. Y el maestro de Vieu-Chateau, no hizo esto conscientemente, ni tan siquiera con malicia, ni segundas intenciones. Solo le salió así, le salió así de la forma lo más inocente posible. 291


MOISE-JARA

Lo que en verdad le sucedía al loco filósofo, .es que en una parte de su desmesurada mente, esa parte, que los humanos llaman subconsciente; durante los dos o tres últimos años había estado naciendo una llama de interés por la personita de aquella joven, que ya se estaba convirtiendo en toda una mujer. El Jean Paul, consciente, o sea la mayor parte del resto de su mente; que tanto trabajaba en la fabricación de ideas y de pensamientos abstractos, hasta cierto punto, nada sabía de los sentimentales. No había prestado la más mínima atención a ese foco incandescente que latía en el interior de su subconsciente. Quizá, alguna rara vez manifestado, como el día que sintió celos en el café de Jean. En los instantes que estoy enfocando la escena con la cámara de la vida, el pequeño foquito, se había hecho grande de repente; el sentimiento dominaba por completo al pensamiento en la estructura atómica de Jean Paul Gassol. Es por ello, que ni él mismo, sabía a ciencia cierta lo que estaba haciendo. Al hombre todo aquello, le parecía la continuación de un maravilloso sueño. Un sueño en el que nunca soñó y si lo hizo, sinceramente en su estado consciente, no lo recordaba. Un sueño que lo hubiera o no soñado, lo cierto es que ahora, con toda la fuerza de su corazón. Si quería soñarlo. El primer rayo de luz, del penúltimo día, entró radiante y contento por la ventana que se encontraba a la izquierda de Jean Paul, a la derecha de Ana María. Estaban los dos, uno frente al otro. ¡Mejor dicho!, el uno pegado al otro; se miraban fijamente, se miraban sin palabras. Continuó la respiración...uno...dos...uno...dos. Jean Paul Gassol inclinó su cabeza, las dos bocas se encontraron. Para ella fue el primer beso de su vida; para él no. Pero casi, casi se lo pareció. 292


El Precio de La Salvación

La fuerza del sentimiento, se repite en diferentes ocasiones de la vida y con diferentes personas, ¡pero cuando de verdad es sincero!, nunca es igual. La escena duró mucho tiempo, al menos el suficiente para que la insulsa mente de Jean Paul Gassol, fuera asimilando, que todo aquello, era una realidad, en su estado de consciencia. La de Ana María, no asimiló nada, solo lo vivenció. Ya el segundo rayo de sol hacía tiempo que entraba por la ventana, el segundo...el tercero...y hasta el veintiséis mil cuatrocientos setenta y dos, cuando los dos cuerpos se distanciaron un poco el uno del otro; lo suficiente como para ya poder respirar los dos al mismo tiempo. -

¿Y ahora? - Dijo Jean Paul Gassol, que a pesar de sus casi

cincuenta años, aún era bastante novato en esas cosas. -

Espero que te casarás conmigo. - Dijo valientemente ella.

Jean Paul sintió por un instante un fuerte sentimiento de culpabilidad, tan afirmativa había sido la aseveración de Ana María. -

De todas formas estoy seguro, que las mujeres no se quedan

embarazadas por el solo hecho de besarlas, aunque los cuerpos estén muy cerquita, muy cerquita. - Se dijo el filósofo de Vieu-Chateau. -

Habrá que explicárselo a tus padres. - Respondió Jean Paul.

-

Pero ¿Te casarás conmigo? - Continuó Ana María.

Jean Paul Gassol guardo unos instantes de silencio, pudo ver todas las ilusiones y los más fantásticos deseos en el rostro de aquella muchacha de piel blanca, un poco sonrosada, que tanto le recordaba a la famosa lechera. -

Me casaré contigo. - Dijo Jean Paul, había comprendido lo

que eso significaba para Ana María, ella, lo había soñado así, lo había estado deseando durante años; el maestro lo comprendió en pocos minutos. ¡Claro! para eso era profesor y además filósofo. -

Aunque supongo de que eres consciente, que te llevo casi

treinta años. - Continuó Jean Paul Gassol. 293


MOISE-JARA

-

¡Que va! Tu solo tienes cuarenta y siete y yo ya tengo,

veintiuno. - Respondió con firmeza Ana María. -

Pero cuando tu tengas treinta, yo tendré sesenta, cuando tu

tengas cuarenta, yo tendré setenta. - Dijo Jean Paul, recordando aquella escena que vivió cerca de Solange. -

Y cuando tú tengas mil años. Los dos tendremos mil años. -

Respondió Ana María. El maestro se quedó atónito, estaba seguro que nunca en la vida, le había contado a la muchacha sobre esa frase. ¿Cómo podía ella saberlo? -

¿Dónde leíste eso de los mil años? - Preguntó intrigado el

maestro. - En ninguna parte cariño. Me acaba de venir a la mente. Respondió ella. Entonces Jean Paul pensó, que él no tenía a nadie en la otra dimensión esperándole en el camino de los mil años. El maestro se acercó otra vez hacia la muchacha y volvió a besarla. Le estaba gustando aquel sueño. Ana María regresó a su casa muy contenta; Jean Paul se mantenía discreto detrás de ella. Los dos desayunaron juntos, delante de todos los miembros de la familia Dupont, que estaban un tanto atónitos, pero no demasiado. Ya expliqué, que desde hacía unas horas, los habitantes de VieuChateau comenzaban a considerar, lo raro y extraño, como algo habitual. -

Parece que ya se encuentra Ud. mejor, ¿verdad Jean Paul? -

Preguntó Ana María-madre, que seguía la corriente del espectáculo, por primera vez, sin atreverse a decir nada. -

¡Hummm! Si Ana María, sí, ya me encuentro del todo bien. -

Respondió el maestro, que tenía en la boca, un pedazo de pan con mantequilla a medio masticar. María-madre. 294

¿Espero que mañana, será de los nuestros? - Continuó Ana


El Precio de La Salvación

-

¿Mañana de los suyos? - Dijo Jean Paul, haciendo ver que no

terminaba de comprender la pregunta; pero pensó. -

Esta, ya debe estar al corriente de lo de Ana María y yo. – se

dijo el maestro. -

¡Claro!, Jean Paul, mañana es el fin del mundo.

Me agradaría tanto, que todos los habitantes de este pueblo, ascendiéramos juntos hacia la Gloria. - Dijo Ana María- madre. -

Menos mal. - Pensó Jean Paul.

-

Aunque creo que el fin del mundo, va a ser hoy, cuando

estos se enteren de lo su hija conmigo. – terminó Jean Paul en su mente. De todas formas, el loco filósofo, lo que dijo fue. -

No comprendo esta obsesión colectiva. - Dijo Jean Paul.

-

Lo que ocurre es que Ud., no ha presenciado los milagros

que han hecho los profetas. - Continuó Ana María-madre. -

Presenciarlos, presenciarlos. La verdad es que no. Pero

parece que uno de ellos, si lo viví en carne propia. Aunque no creo que haya sido un milagro, más bien un truco de esos farsantes. - Respondió el loco filósofo, que no cedía en sus trece de continuar siendo loco filósofo. Ana María-hija, le dio una patada por debajo de la mesa a Jean Paul. -

¡Ay! - Dijo el maestro.

-

¿Que le ocurre? - Preguntó Ana María-madre.

-

Los profetas, que ya le han escuchado hablar y lo están

castigando. - Intervino Ana María-hija, al tiempo que se reía. En aquellos instantes apareció Jean Dupont, que regresaba del ayuntamiento. Jean Dupont, había ido a dar una vuelta, para percatarse de cómo se estaban desarrollando las cosas. -

Parece que nuestro maestro, ya se encuentra recuperado. -

Dijo Jean. 295


MOISE-JARA

-

Yo pienso que está más que recuperado. ¿Verdad, Jean Paul?

- Dijo Ana María-hija, que continuaba muy risueña. -

Yo también le encuentro, no sé cómo expresarlo. Diferente.

- Dijo Ana María-madre. -

Lo que sucede, es que Elías, cuando levantó la mano, lo

exorcizó, y de una, le quitó todos los demonios. - Dijo Jean Dupont. -

Bueno, ¡menos guasa, Monsieur Dupont!, que a mí, todo

esto me parece bastante serio. - Replicó el maestro de Vieu-Chateau. -

Pienso que lo mejor sería que tú y papá, hablaran ahora. -

Dijo Ana María-hija. -

¡Humm!, Claro, claro. - Dijo Jean Paul, que esta vez no tenía

nada en la boca. -

¿De qué tiene que hablarme, maestro? - Pregunto Jean

Dupont, que en el fondo, ya se lo olía de lejos. -

Bueno...El asunto es que, pero, Jean, sería mejor que

habláramos Ud. y yo, a solas en mi casa. Sí, eso es lo que creo que debemos hacer. - Dijo Jean Paul Gassol, que a pesar de ser filósofo, en esto de hablar con el padre de la novia, se quedaba tan corto, como cualquiera de los mortales. -

Está bien. ¡Vamos pues! - Respondió Jean Dupont.

-

¡Ya!..¿Así de pronto enseguida? - Balbuceo Jean Paul.

-

No dejes para mañana, lo que puedas hacer hoy. Además.

¿Quién sabe lo que pasará mañana? - Contesto Jean Dupont, nunca mejor dicha la frase. Los dos hombres pasaron por el interior de la casa de los Dupont, recorrieron los cobertizos y se encontraron en la sala-salón-despacho...etc., de la casa del maestro. -

Verás Jean, lo que tengo que decirte es que, ¡caramba!, no sé

por dónde empezar. - Dijo Jean Paul. 296


El Precio de La Salvación

-

Empiece por el principio, profesor. - Dijo Jean Dupont, que

en su interior se gozaba de ver al maestro en apuros. Después de algunos remilgos, Jean Paul Gassol, termino contándole todo a su posible, futuro suegro. -

Sé que parece un tanto extraño Jean, pero cuando he

descubierto esta mañana, el sentimiento que tu hija tiene por mí. Me he dado cuenta que yo también siento lo mismo por ella. - Termino Jean Paul. -

Mira profesor, yo no estoy en contra, la verdad es que hace

ya algún tiempo que me había dado cuenta. Además, con todo esto del fin del mundo. Lo que yo quiero de verdad, es la felicidad de mi hija. - Dijo Jean Dupont. -

Pero y si esto del fin del mundo es una patraña. Tengo casi

treinta años más que Ana María. - Dijo el maestro. -

Verás Jean Paul, esto del fin del mundo, yo creo que va en

serio; me acabo de dar una vuelta por el ayuntamiento. Desde las seis de la mañana se ha organizado una enorme cola. Todo el mundo está comprando su parcela en el cielo. De todas formas, entre tú y Ana María. ¡Que suceda lo que Dios quiera! Lo mejor para Uds. dos. - Dijo Jean Dupont. Los dos hombres se separaron; Jean Dupont se iba a encargar de hablar con su esposa al respecto. Jean Paul Gassol, quería quedarse unos instantes solo en su casa; el maestro necesitaba reflexionar en soledad, los acontecimientos se habían desarrollado a una velocidad de vértigo desde aquella mañana. Jean Dupont, le contó lo que estaba sucediendo a Ana María-madre, la cual hablo, de mujer a mujer con su hija. Al final todo quedo aclarado, nadie se opuso, ante la fuerza del enorme y sincero sentimiento de la muchacha. 297


MOISE-JARA

Ana María-hija, había vivido toda su vida, para poder llegar un día a ser la esposa de Jean Paul Gassol, eso, sí estaba escrito en el libro de los destinos. Mientras el maestro daba un par de vueltas en círculo por una de las estancias de su casa, quería centrar su pensamiento, pero le fue imposible. Finalmente decidió salir a la calle, para que le diera el aire. Jean Paul Gassol, caminó muy lentamente en dirección de la place de la Liberté; durante el trayecto, se cruzó con algunos de sus conciudadanos, a los que el maestro saludó, como era su costumbre, pero ninguno de ellos, le devolvió el saludo, más bien, se alejaban de la presencia del loco filósofo. -

¿Qué les pasará a estos pobres dementes? - Se preguntó Jean

Paul. Entonces, el maestro vio a Pascal Diderot, que disimuladamente estaba rondando por los alrededores de la casa del alcalde. -

¡Buenos días, Pascal! - Dijo Jean Paul.

-

¿Cómo se encuentra profesor? - Respondió Pascal.

-

Hombre ¿de encontrarme? Ya me encuentro bien, pero algo

raro debe pasarme, porque desde que he salido de mi casa, saludo a la gente...pero nadie me contesta el saludo. Tú, eres el primero en responderme. No, no entiendo. - Dijo el filósofo. -

Lo que ocurre profesor, es que los profetas han dicho a todo

el mundo, que Ud. es ateo. Y que no va a tener derecho a la Salvación. También han dicho que hay que vigilarle, para que no se le permita salir de su casa. Lo que sucede, es que seguramente, nadie se ha atrevido a decírselo. - Dijo Pascal Diderot. -

Estos están más locos de lo que yo pensaba. ¿Y tú, qué

opinas de todo esto Pascal? - Preguntó el maestro; que comenzó a sentir una desagradable sensación de soledad, de verdadera soledad. 298


El Precio de La Salvación

Jean Paul Gassol, había vivido la mayor parte de su vida solo, encerrado en sí mismo, con sus fantasías, con sus ideas, con su pose de filósofo incomprendido. Pero todo aquello, Jean Paul lo había hecho, porque le daba la gana, porque estaba convencido de que le era imposible explicar a aquellos pueblerinos, su teoría sobre la No existencia de dios. Pero él, a su manera apreciaba a sus conciudadanos, eran parte del decorado de su tragicomedia. Y aunque nadie le entendía, al menos hasta entonces le habían respetado, pero ahora con estos dichosos predicadores. -

La verdad profesor, es que no sé qué decir. Estoy hecho un

lío entre mi parte sentimental y mi parte racional. - Respondió Pascal, interrumpiendo las divagaciones de nuestro maestro. -

Yo también. - Pensó el filósofo, aunque no se atrevió a

confesarlo. -

Creo que voy a regresar a mi casa. - Dijo Jean Paul, que sin

darse cuenta, cortó con las intenciones de Pascal Diderot, de hablarle de su problema con Louise. El maestro de Vieu-Chateau, tomó el camino de regreso, Pascal se quedó con su propia soledad y continuó mariposeando en torno de las ventanas de la esposa del señor alcalde. En realidad el verdadero deseo de Jean Paul Gassol, no era el de regresar a su casa, sino el de ir a la casa de al lado, la de la familia Dupont. Quería saber a toda costa la opinión de Ana María-madre, quería...sin querer...pero en realidad, es lo que más quería, volver a ver el rostro de Ana María-hija; sólo hacía un corto espacio de tiempo que se había alejado de ella y ya la añoraba con todas sus fuerzas. El pico de la nariz, del maestro de Vieu-Chateau, fue lo primero que apareció por el umbral de la entrada de la residencia de los Dupont. -

¿Puedo entrar? - Preguntó tímidamente, Jean Paul Gassol. 299


MOISE-JARA

-

Pasa, pasa Jean Paul. - Dijo Ana María-hija.

-

¿Qué está pasando? - Preguntó él.

-

Papá está hablando con mamá, todo va bien; hoy mismo nos

casaremos. - Dijo ella muy segura. -

¿Qué hoy nos casaremos? y ¿Quién va a casarnos hoy? -

Dijo con asombro el filósofo. -

Papá va a hablar con Elías, estoy segura que papá lo va

arreglar todo. Ya verás, ¡vida mía!, Hoy seremos marido y mujer. - Dijo ella con toda la fuerza de su ilusión y de sus veinte años también. -

¡Pero Ana María! ¿Te das cuenta de lo que estás pidiendo? -

Increpó Jean Paul. -

¿Qué? ¿No quieres casarte conmigo? - Dijo ella, cambiando

su risueño semblante, por la sombra de una tristeza. -

Sí, quiero casarme contigo. Pero renunciar a todo, en lo que

yo he creído a lo largo de mi vida. Ana María ¡Por Dios! - Replicó Jean Paul. -

Por Dios y delante de Él, es como quiero que nos casemos.

Sí, mi amor hacia ti, tiene que servir para algo, ahora que el mundo se termina. Es para que te salves conmigo y podamos permanecer juntos por toda la Eternidad. - Agregó ella. -

¿Y si mañana no se termina el mundo? - Dijo él.

-

Aún así, lo que más deseo en esta tierra, es ser tu esposa,

respondió ella y comenzó a llorar. -

Nunca he podido soportar a las mujeres haciendo pucheros. -

Se dijo Jean Paul, mientras abrazaba a Ana María para consolarla. Ella interpreto el abrazo del hombre, como la aceptación definitiva por parte de él, de la opinión que ella tenía del problema. -

Gracias, ¡mi amor!, sabía que terminarías por comprenderlo.

- Dijo Ana María-hija. 300


El Precio de La Salvación

-

¿Qué? - Añadió Jean Paul, pero le fue imposible agregar

nada más; en aquellos momentos aparecieron Jean Dupont y su esposa; los Dupont se mostraron sonrientes hacia Jean Paul, con lo cual este, comprendió que Ana María-madre, ya se encontraba al corriente y que ella también estaba de acuerdo con los deseos de su hija. -

¿Por qué las circunstancias de la vida, nunca me dejan

expresar todo lo que siento? - Se dijo mentalmente Jean Paul. -

No te preocupes profesor. Como me llamo Jean, que yo te

consigo tu parcela en el cielo. Déjame hacer, ya lo verás. - Dijo con entusiasmo Jean Dupont. -

Esta noche, será Ud. de los nuestros, ¡querido Jean Paul! -

Dijo Ana María-madre. -

Esto es una histeria colectiva. Creo Jean Paul, que continuas

soñando. - Pensó el maestro, que en ningún momento tuvo la oportunidad de poder expresar su opinión. -

Yo voy a preparar el vestido de novia. ¿Podré utilizar el

tuyo, verdad mamá? - Dijo Ana María-hija. -

Habrá que hacerle unos pequeños arreglos, pero será rápido.

- Respondió Ana María-madre. Jean Dupont se encamino hacia el ayuntamiento, con el firme propósito de conseguir del profeta Elías, el 145 elegido para la Salvación. Ana María-madre e hija, desaparecieron en el interior de la casa, excitadas con la idea de prepararlo todo para la tarde. Jean Paul Gassol, se quedo solo en la estancia, solo y muy confuso. El hombre giro lentamente sus talones y se fue a su casa. El loco filósofo de Vieu-Chateau se dejó caer sobre su habitual sofá, instintivamente iba a servirse de la botella de aguardiente que se encontraba sobre una mesita, cerca de él. 301


MOISE-JARA

-

No Jean Paul, no sé si estás soñando o no...Pero al menos

haz un esfuerzo y no bebas en el día de tu boda, ¿de mi boda? ¿Será esto un sueño? O ¿será simplemente que me he vuelto loco? ¡Esto va demasiado deprisa! Necesito unos minutos de soledad. ¡Qué digo unos minutos! Necesito unas horas, para conseguir ver claro lo que está ocurriendo - Pensó Jean Paul, pero su deseo no se iba hacer realidad. Otro personaje apareció en su casa, el personaje que menos esperaba el maestro de Vieu-Chateau. Solange Curie pidió tímidamente permiso para poder entrar. -

¿Hay alguien en la casa? - Dijo Solange.

-

¡Solange! ¿Cómo tú por mi casa? - Preguntó Jean Paúl.

-

Esto parece un desfile de emociones. - Se dijo el filósofo.

-

Me contaron que estabas enfermo, también me dijeron que

nadie quería visitarte. - Dijo con dulzura la comadrona. -

Bueno, enfermo no sé si lo estoy, de lo que estoy casi

seguro es que me he vuelto loco o al menos me encuentro en un loco sueño. Dijo Jean Paul, con una nerviosa risita, que hasta cierto punto, podía confirmar, eso de loco. -

Quería hablar contigo Jean Paul. - Dijo Solange.

-

Ya sé lo que me vas a decir...que me una a vosotros en eso

de la salvación de todos los habitantes de Vieu-Chateau. - Dijo el maestro. -

Eso desde luego Jean Paul, desde luego. Pero no solo eso,

me ha traído a tu casa. Debo contarte algo más. - Continuó Solange. Entonces la vieja comadrona, le contó al ya maduro filósofo. Que él, había sido el único hombre, que en el transcurso de todos aquellos años, la había llegado hacer dudar. Que ella también había sentido una fuerte atracción hacia él y que a pesar de que nada se consumó en el plano físico. De todas formas aquello, era Amor. 302


El Precio de La Salvación

También le explicó, la vieja comadrona al ya maduro filósofo, que los Amores se sumaban los unos con los otros, hasta llegar a constituir un solo y único Amor Universal. Jean Paul miraba el rostro arrugado de la comadrona, pero ya no veía ninguna arruga en él, porque el maestro de Vieu-Chateau percibía solamente la inmensa belleza que se desprendía del corazón de Solange. Solange Curie, viuda de la Ferriere. -

¿Por qué me cuentas esto ahora, Solange? - Dijo Jean Paul.

-

Porque ha llegado el momento en que ya todo está

consumando. Porque sentí dentro de mí ser, que necesitabas escuchar estas palabras. En el fondo, no sé muy bien el porqué. - Dijo Solange. Entonces Jean Paul Gassol, le contó a Solange, todo lo que le estaba pasando en relación con Ana María-hija. -

Esto es el regalo que te envía el Padre, para que de una vez

por todas, dejes de luchar contra él. - Dijo Solange con gran firmeza. El filósofo y la comadrona, se abrazaron tiernamente, después ella, flotando en su pequeño y menudo cuerpo, desapareció, de la misma forma, que hacía un rato había aparecido, inesperadamente y en silencio. -

Demasiada presión sicológica para un pobre maestro como

yo. - Pensó Jean Paul, que ya comenzaba a contarse chistes a sí mismo. -

¿Te gusta el vestido? - Preguntó Ana María, que acababa de

aparecer por el acceso interior del cobertizo que daba a la casa de los Dupont; la muchacha traía en sus manos el vestido de novia que utilizó su mamá. -

Me parece encantador, casi tan encantador como tú.

-

Respondió Jean Paul, que decididamente, comenzó a renunciar a un poco de soledad, para poder pensar. -

Pues ya vuelvo. ¡Te quiero! - Dijo ella y desapareció

corriendo por donde había venido. 303


MOISE-JARA

-

Bueno Jean Paul, si de verdad esto es un sueño. Ya no vas a

resistirte más. Te vas a dejar seguir soñando. ¡Y que pase lo que Dios quiera!. ¡Pero que estoy diciendo! - Se quedó pensando, Jean Paul Gassol, el loco filosofo de Vieu-Chateau. De esta manera, se termino la historia, que produjo el alba de VieuChateau en el penúltimo día.

304


El Precio de La Salvación

XIII-La mañana del penúltimo día. Hora: Seis quince de la mañana. Una larga cola se había formado delante del ayuntamiento de VieuChateau, ahora, convertido en las oficinas de venta, de parcelas celestiales. En la planta baja de la casa consistorial, se encontraba el señor alcalde, que realizaba la función de relaciones públicas, orientando a sus conciudadanos, en los pasos a seguir, para poder obtener su certificado de Salvación. No es que Alain Petit, hubiera escogido este trabajo en especial. Lo que ocurrió, es que en la reunión mantenida a las cinco treinta; entre Elías, Enoch, Escargot y el señor alcalde. Enoch había desarrollado las funciones que cada uno iba a realizar durante aquella jornada del penúltimo día. Cuando llegaran los sedientos hijos, en busca de la gloria del padre, Monsieur Alain Petit se encargaría de recibirlos. Primero los candidatos debían pasar por una oficina, la que habitualmente

era el despacho de

Escargot, que se encontraba en la planta baja. Allí mantenían una privada conversación con el profeta Elías. Allí también era el lugar, en donde se establecía el precio a pagar. En la entrevista con Elías, cada ciudadano realizaba una especie de confesión, de este modo lavaba su alma y su bolsillo también. Los habitantes de Vieu-Chateau, pudieron comprobar que las instituciones celestiales, funcionaban a las mil maravillas. El profeta de los dorados cabellos, disponía de un expediente por cada familia del pueblo; el expediente contenía los datos completos de todos los hechos más relevantes acaecidos en sus vidas, también contenía las declaraciones de impuestos de los tres últimos años. Elías, después de determinar el monto que el solicitante debía pagar, le extendía una hoja de pago, en la que figuraba. En la parte superior 305


MOISE-JARA

izquierda. Por la Gloria del Padre, debajo...Ministerio de Hacienda Celestial. Tesorería Central. A la derecha, la fecha, luego los datos del deudor y finalmente el total a pagar... La hoja de pago, se la extendía Elías, por

triplicado. Escargot,

acompañado por la continua presencia de Enoch, se encontraba detrás de la ventanilla de Caja; allí, era donde los castillo-viejenses, debían hacer efectivo el monto indicado en la hoja de pago. Además del efectivo, se aceptaban joyas y objetos de valor. A lo que Escargot se negó rotundamente, después de consultar con Enoch, fue a recibir, cuatro gallinas y tres docenas de huevos, como parte de pago. -

No, madame Simplete. Lo siento, pero me es imposible

aceptar sus gallinas. Ya le he dicho, que el pago debe de ser en dinero, joyas u objetos de valor. - Dijo Escargot, con el rostro pegado al cristal de la ventanilla de la Caja. -

¡Pero Charles! Tú sabes bien, que yo soy una pobre viuda. -

Gimió madame Simplete. -

De viuda nada, madame Simplete, que todos sabemos que su

marido la abandono hace años y se marcho a Argelia con una de las criadas de Monsieur Petit. Nada de gallinas madame Simplete. ¡Efectivo! ¡Efectivo! - Respondió Escargot. -

Pero con esto del fin del mundo. Ya debo ser viuda. - Agregó

la campesina. -

En eso debe de tener razón, madame Simplete. - Se dijo el

secretario. -

Lo siento madame pero mis instrucciones son. - Dijo

Escargot, que comenzaba a sentir verdadera lástima por la pérdida de la señora.

306


El Precio de La Salvación

-

Aunque después de todo, Monsieur

Simplete era un

verdadero sinvergüenza. Hasta creo que le pegaba a la pobre señora. Continuó pensando Escargot, de esta forma alivió su consciencia. -

¡A ver, el siguiente! - Dijo el secretario.

Hora: Las siete de la mañana. Roger, fue el primero en llamar a la puerta de la casa de Isaac el judío. -

¡Toc! ¡Toc! - Sonaron los nudillos del hombre al golpear la

madera de la puerta. Nadie respondió. -

¡Toc! ¡Toc! ¡Toc! - Volvió a insistir Roger.

Nada, nada, nada, fue el resultado de su segundo intento. Entonces, el pelota, aspirante a secretario del ayuntamiento, se dio cuenta, que sobre el muro de la derecha de la casa del viejo usurero, había un gran anuncio que decía. ”Por favor, para llamar, sírvanse tirar de la cuerda” Efectivamente, un pedazo de cuerda, colgaba junto a la entrada de la casa. Roger obedeció, tirando de ella unas cuantas veces; aunque con una sola hubiera bastado, porque la finalidad del sistema. No era la de activar ninguna campana. Isaac hubiera necesitado el sonido de una de las campanas de Notre Dame y sin total garantía de oírlo. ¡No!. La cuerda, lo que hacía, era encender una bombilla en la estancia en que Isaac pasaba la mayor parte de su jornada; de esta forma el prestamista se percataba, de que alguien estaba llamando a la puerta... Isaac era sordo; pero no ciego, ni tampoco tonto. -

¡Buenos días! Respetable Monsieur Isaac. - Dijo Roger, a la

aparición del viejo encorvado en el umbral de la puerta, de todas formas, es como si hubiera dicho misa. Isaac no escucho nada. Una vez en el interior, Roger se esforzó todo lo que pudo en hacerle comprender a Isaac, el motivo de su visita; mientras gesticulaba haciendo 307


MOISE-JARA

extraños signos en su explicación; la bombilla se encendió otra vez en la estancia. -

Un momento. Voy abrir la puerta, alguien está llamando. Ud.

Espere aquí adentro. - Dijo el viejo. -

No se preocupe, venerable Monsieur Isaac, yo esperaré aquí

adentro. - Dijo Roger, que aún no era capaz de comprender, ¿cómo el viejo sabía, que alguien estaba llamando a la puerta? -

¿Qué hace mucho viento? Aquí en el interior no hace viento.

- Dijo Isaac, alejándose hacia la entrada de su casa. Otro respetable habitante de Vieu-Chateau, precisaba de los servicios financieros del prestamista. -

Espere aquí...siéntese en esa silla del recibidor. Estoy

ocupado, pero enseguida le atiendo Además, aquí estoy seguro, que no va Ud. a notar el viento. - Dijo Isaac al recién llegado. -

Ese Roger debe de ser un gran friolero. Yo no noto nada. -

Pensó el viejo, mientras se reunía con su primer cliente; éste viéndolo llegar, comenzó a gesticular otra vez, intentando el lenguaje de los sordo-mudos. -

Este además de friolero, es un poco corto. - Pensó Isaac,

mientras le tendía un papel y un lápiz, con el fin de que Roger, le escribiera lo que deseaba. Terminada la primera operación del día; cuando Isaac acompañaba a Roger hacia la puerta, el viejo descubrió que dos conciudadanos más, de Vieu-Chateau, se habían incorporado a la lista de espera. -

¡Qué es raro! Hay días que no viene nadie y hoy parece que

hacen cola, para conseguir mi dinero. - Se dijo Isaac, al tiempo que despedía a su primer cliente y se hacía cargo del segundo. Al cuarto cliente, viendo que la afluencia era continua, el prestamista decidió aumentar sus tasas de interés. Hora: Ocho de la mañana. 308


El Precio de La Salvación

En el ayuntamiento se hizo un receso para tomar café; desde la apertura de la oficina de venta de parcelas en el cielo, ya se habían solucionado treinta y ocho expedientes, de los cuales se efectivizaron treinta y cuatro. En el café de Jean. Claude aceptó hacer café para todo el mundo; desde la aparición de los profetas, el tabernero se negaba a vender bebidas alcohólicas a sus conciudadanos, por eso, de si era pecado lo de embriagarse. El señor alcalde y Escargot, le pidieron a Claude, que les preparara un abundante desayuno, los predicadores continuaron negándose a ingerir alimentos humanos. -

Instálate en mi despacho para desayunar Alain, estarás más

cómodo. - Dijo Elías. Escargot lo hizo en su puesto de trabajo, el secretario no se separaba un solo instante, del dinero que habían aportado los contribuyentes. Enoch permaneció todo el tiempo al lado de Escargot. -

¡Se ven bien!, Estos alimentos terrestres. - Dijo Elías,

dirigiéndose al alcalde, que con mucho apetito devoraba, una carne en su jugo, medio pollo al horno y cuatro huevos fritos. -

¿Ud. gusta? - Dijo Alain Petit.

-

Hace miles de años que no he probado comida humana. -

Dijo Elías, quizá con un poco de añoranza en su expresión. -

Coja un poco, un poco no le va hacer daño. - Insistió el

-

No Alain, gracias. - Respondió Elías.

-

¿En el cielo no se come nunca nada? - Preguntó Monsieur

-

No es necesario, la gloria del padre, cubre todas las

alcalde.

Petit. necesidades. - Respondió Elías. -

¡Ah! - Dijo el señor alcalde. 309


MOISE-JARA

Cuando Monsieur

Petit se encontraba hacia la mitad de su

pantagruélico desayuno; el profeta comenzó a examinar el expediente del señor alcalde. -

Bueno, creo que ha llegado el momento de establecer el

monto, que debes de pagar por tu salvación. - Dijo Elías. A Monsieur Petit se le atraganto un huesecito de pollo en la faringe. -

¡No es para tanto Alain! Si aún no te he dicho la cantidad. -

Dijo Elías, viendo que el señor alcalde tosía desmesuradamente y su rostro se había puesto de un rojo casi violáceo. -

¡El hueso! ¡El hueso! me ahogo. - Gimió Alain Petit.

El profeta se levanto de su asiento y le profirió una fuerte palmada en la espalda del señor alcalde, que en un convulsivo gesto, logro escupir el hueso de pollo. -

¡Gracias! - Dijo Monsieur Petit, recobrando paulatinamente

su habitual aspecto. Elías se reinstalo detrás de la mesa del escritorio y después de haber cumplimentado la hoja de pago de la familia Petit, se la extendió al señor alcalde. Alain Petit volvió a ponerse rojo, casi violeta, manteniendo la hoja entre sus regordetas manos -

¿Otro hueso? - Pregunto Elías.

-

¡Pero! yo no dispongo de esa cantidad, ni vendiendo mi casa,

ni. - Respondió el señor alcalde de Vieu-Chateau. -

Sí, dispones de esa cantidad Alain. Recuerda que otra

desobediencia a la Ley y. - Dijo Elías. -

Pero me es completamente imposible reunirlo en efectivo, ni

con todas las joyas de mi mujer, ni con algunas acciones que guardo en la casa...ni. - Dijo el señor alcalde. 310

Utiliza tus cuentas de banco. - Respondió Elías.


El Precio de La Salvación

-

¿Y para que les van a servir los cheques, después del fin del

mundo? - Dijo Monsieur Petit, que continuaba con su práctica mente de hombre de negocios. -

En el fondo, nada de lo que estamos recolectando aquí

servirá; pero Uds. los humanos, deben desprenderse de eso que tanto aman. De eso que la mayor parte de veces, aman más, que a su propio Padre que está en los Cielos. Así es como debe ser, para obtener la salvación. - Dijo Elías, adoptando una postura muy mística. -

¡Ah! - Respondió Monsieur

Petit, cuyo cerebro ya se

encontraba haciendo cálculos, para ver en qué forma conseguía reunir la astronómica cantidad, bueno, a él, le parecía astronómica. -

Creo que podré conseguirlo sin utilizar los fondos de Suiza. -

Pensó el señor alcalde, que rápidamente observó al profeta, temiendo que este, le hubiera leído en su pensamiento. Elías estaba revisando el expediente de Solange Curie y no manifestó ningún signo inquietante para el señor alcalde. -

Está distraído en otra cosa. Creo que no voy a utilizar los

fondos que tengo en Suiza. De todas formas, todo se destruirá a partir de mañana; pero si les doy un cheque de un banco suizo quizá comiencen a querer indagar ¿de dónde obtuve los fondos? Por el momento este Elías no me ha dicho nada de la operación Relámpago. Hans y yo, mantuvimos la cosa tan en secreto, es posible, que ni figure en los archivos del ministerio de hacienda celestial. – se dijo mentalmente el señor alcalde. -

No Alain, no muestres nada de lo de Suiza, ¡Por si acaso! -

Pensó con la mayor rapidez que pudo el señor alcalde, aprovechando que la atención del profeta estaba centrada en otra parte.

311


MOISE-JARA

-

Bien señor hermano Elías, voy acercarme a mi casa para

organizar lo del pago. - Dijo Monsieur Petit, que ya había abandonado la idea de terminar con su desayuno. -

Pero no tardes Alain, debemos continuar con los otros

ciudadanos del pueblo. Tu presencia es imprescindible para su información. Dijo Elías. -

No, solo lo organizo con rapidez; la cantidad se la entregaré

por la tarde. Quiero hacerlo directamente a Ud., hermano Elías y si fuera posible, en privado. No deseo que todo el pueblo y aún menos Escargot. Agregó el señor alcalde. -

Está bien, puedes hacer tu depósito en esta oficina y

directamente a mi persona. Digamos que te concedo esto, por tu calidad de alcalde de Vieu-Chateau. - Dijo Elías. Alain Petit, atravesó con la rapidez que le permitieron sus cortas piernas, la place du general De Gaulle; deseaba ver a su esposa Louise, necesitaba hablar con ella, poder cambiar impresiones sobre los acontecimientos que se veía obligado a vivir y afrontar. Cuanta falta le hacía a Monsieur Petit, la presencia de Monsieur Albert Curie; él, si hubiera sabido cómo actuar. -

¿Por qué no consulto o voy hablar con Jean Paul Gassol? -

Pensó por unos instantes el señor alcalde. -

Pero los profetas han prohibido el que alguien se comunique

con el ateo. Seguro que terminan por enterarse. Y entonces ya no habrá más perdón para mí. Intentaré conversar con Louise, ella también es estudiada, los de la Foret siempre han sido de alcurnia. - Continuaba pensando Monsieur Petit, que se encaminó hacia la parte posterior de su casa. Quería entrar por el jardín, con el objeto de pasar por su cámara de reflexión. 312


El Precio de La Salvación

Allí tenía algún dinero escondido y además, el primer mandatario de Vieu-Chateau, estaba decidido a borrar todas sus huellas de la siniestra habitación o sea a desmantelarla. -

¡Phiiisss! - Dijo una voz, cuando Alain Petit introducía su

llave en la puerta del muro del jardín. El señor alcalde se volvió, pero en un principio no fue capaz de ver a nadie, puso sus manos otra vez en la llave. -

¡Phiiisss! ¡Phiiissss! - Otra vez la voz.

-

¿Quién anda por ahí? - Preguntó Alain, que de historias de

misteriosas voces. Ya estaba hasta la coronilla. -

Soy yo, La Clotis. - Dijo la voz, la sirvienta de madame

Curie, se dejó ver, haciendo aparecer su cuerpo de detrás de la esquina del muro que delimitaba el jardín. -

¿Qué sucede? - Preguntó inquieto Alain Petit; la Clotis era

sin lugar a dudas, la última persona que el señor alcalde esperaba. Y desde luego, deseaba encontrar.... -

¡Fíjese lo que me piden los profetas! - Dijo la Clotis,

tendiéndole la hoja de pago hacia el señor alcalde. -

Bueno parece que la hacienda celestial, está bien informada

sobre los bienes de cada uno. - Respondió Monsieur Petit. -

Pero yo, antes de que pasara esto de la nevada y lo de la

llegada de los profetas; pagué por adelantado las diez últimas letras de mi televisor. El vendedor que vino a Vieu-Chateau, me propuso un buen descuento y ahora, no dispongo de toda la cantidad que me piden. Y yo creo...que también tengo derecho al cielo. No porque sea una simple sirvienta. - Dijo la Clotis. -

¿Por qué no le pides a madame Curie? - Dijo Monsieur Petit,

en un primer intento por zafarse de la situación. 313


MOISE-JARA

-

Madame Solange está completamente ida, no presta atención

a nadie; se pasa todo el tiempo encerrada en su habitación hablando sola. Esta mañana ha salido un momento, pero ha regresado al rato, para volver a encerrarse en su habitación. - Respondió la Clotis. Mientras el señor alcalde y la sirvienta de madame Curie mantenían esta interesante conversación, junto al muro del jardín de la mansión Petit. Pascal, que ya llevaba un rato, paseándose por la rué de la Victoire, siempre con la fija idea de poder ver a Louise; abandono su puesto de observación; contornó el borde de la plaza del pueblo y se dirigió hacia el jardín de los Petit. Pascal había decidido llegar hasta el apéndice secreto de la señora alcaldesa. Alain Petit vio a Pascal acercarse con paso decidido. Pascal vio a Monsieur Petit conversando con la Clotis, delante de la puerta de acceso al jardín. -

¿Cuánto necesitas? - Pregunto el señor alcalde, decidido a

terminar con aquella comprometedora situación lo más rápidamente posible. Alain Petit se metió la mano en el bolsillo y le dio a la Clotis, lo que pedía y algo más. -

¡Muchas gracias! señor alcalde. Se lo devolveré. - Dijo la

sirvienta. -

Bueno, bueno. Ahora márchate pronto para adquirir tu

parcela. - Respondió Alain Petit, que lo que realmente quería, era quitarse de encima la compañía de la muchacha. Entonces, Monsieur Petit volvió su atención hacia el lugar que había visto por última vez a Pascal. El joven apasionado, se había dado una rápida media vuelta, alejándose del lugar. 314


El Precio de La Salvación

-

¿Que hará el señor alcalde conversando con la Clotis? -

Pensó Pascal. -

¡Vaya inoportuno! ¿Qué querría éste por aquí? - Pensó

Monsieur Petit, luego dejó de pensar. Su mirada se había quedado fija en las nalgas de la Clotis; la muchacha caminaba al ritmo, de una para arriba, una para abajo, en dirección de la casa consistorial. -

¡Qué pena, que esto se acabe mañana! Y no creo que en la

residencia del cielo, se me permita montar una cámara de reflexión. - Se dijo el señor alcalde. Alain Petit, después de borrar toda huella de sus antiguos pecados; entró en su casa en busca de su esposa. Esta también era una clásica actitud de los burgueses de los años 68. Se pegaban la juerga afuera y después, en el momento de los problemas. A buscar consuelo con la pobre y sumisa esposa. Aunque en lo referente a Louise de la Foret. ¡Ni tan pobre! ¡Ni tan sumisa! ¡Pero ya estoy interviniendo con mis opiniones otra vez! ¡A callar Moise! y deja que los señores y las señoras puedan continuar viendo la película. ¿Dónde estábamos?...¡Ah!...si. El señor alcalde estaba buscando a su esposa. La encontró bajando por las escaleras y vestida prácticamente con harapos. -

¿Vas a salir Louise? - Preguntó Monsieur Petit.

-

He organizado una marcha de penitentes en la plaza del

general De Gaulle. Yo soy la presidenta. - Respondió Louise. -

¡Ah! - Dijo el señor alcalde, que se quedó con las ganas de

poder mantener una seria e intelectual conversación con su compañera. Monsieur Petit regresó a toda prisa hacia el ayuntamiento, para proseguir con las elevadas funciones que los profetas le habían encomendado. Hora: Las nueve de la mañana. 315


MOISE-JARA

A través de una de la ventanas del ayuntamiento, Monsieur Petit, pudo ver, cómo se formaba la congregación de mujeres penitentes; todas ellas con sus peores trapos. ¡Claro!, no era aquello un desfile de modas, más bien era, un desfile de almas. Sigamos, las almas y las señoras también, comenzaron a dar vueltas alrededor de la plaza. Pedían perdón. Pedían misericordia y hasta hubo una de ellas, que se atrevió a pedir autobuses de fuego con todas las comodidades. Estas siempre se mareaban cuando viajaba en autobús. Hora: Las nueve treinta de la mañana. ¡Que rápido pasa el tiempo! ¡Eh! Jean Dupont se encontraba casi en el centro de la plaza de la Liberté; dirigía sus pasos hacia la casa consistorial, con el firme propósito de conseguir una entrevista con el profeta Elías. El padre de la familia Dupont, esperaba obtener en esa entrevista, la solución del problema, entre el ateo Jean Paul y la devota Ana María-hija. Las nubes que continuaban apelotonadas en el cielo. Volvieron a separarse, otro impresionante trueno estalló con fuerza; aunque lo del trueno, ya no fue tanto espectáculo como los anteriores, los habitantes de VieuChateau, ya comenzaban a estar acostumbrados. Lo de las nubes, ¡eso sí les impresionaba! Y en esta ocasión aún fue más lejos la cosa. -

¡Estas son mis hijas bien amadas!, mañana estarán todas

conmigo en el reino de los cielos. - Dijo una potente voz. Las penitentes congregadas en la plaza, cayeron de rodillas y comenzaron a cantar el aleluya con toda la fuerza de sus corazones y de sus cuerdas vocales también. -

¡Chispas! Esto va verdaderamente en serio. - Se dijo Jean

Dupont; que por reflejo, se arrodillo unos instantes, para luego levantarse y seguir caminando, convencido de la misión que él mismo se había encomendado. 316


El Precio de La Salvación

Los ciudadanos que se encontraban aún en la cola de la Caja del ayuntamiento, comenzaron a hostigar a Escargot, con el fin de que este, se apresurara en el cobro. No estaban dispuestos a ser excluidos del viaje hacia la salvación. Jean Dupont, que en su estado natural, era simpatía pura; hablo primero con Monsieur Petit. El señor alcalde seguía fiel en su función de relaciones públicas. -

Señor alcalde, necesito hablar de urgencia con el profeta

Elías. - Dijo Jean Dupont. -

Pues toda esta cola de gente, está esperando para recibir la

nueva, mejor dicho la mala. La mala noticia de saber ¿cuánto van a tener que pagar? ¡Ji-ji-ji! - Respondió Monsieur Petit, con una estúpida risita. -

Lo mío es muy urgente, señor alcalde. ¡Haga el favor! Yo sé

que Ud. puede... Ud. es el que dirige todo aquí. ¡Hágame pasar delante de todos estos! - Pidió con gracia y elegancia, Jean Dupont. -

¡Hombre es que! Bueno, veré lo que puedo hacer. -

Respondió el señor alcalde; que eso de que era él, el que dirigía todo, le había satisfecho el ego. Cuando Jean Dupont, se encontró a solas frente al alto profeta de los cabellos dorados, sintió que lo que se había propuesto, lo iba a conseguir. -

Por los datos que tengo de ti y de tu familia, la cantidad a

pagar es. - Dijo Alias. -

Hay otro asunto más importante, del que desearía hablar

ahora con Ud., Maestro. - Le interrumpió Jean Dupont. -

Cuenta hijo, cuenta. - Dijo Elías, que pareció complacido por

lo del tratamiento de Maestro. El cabeza de la familia Dupont, comenzó por contarle al profeta, el extraordinario hecho que se había producido, entre Ana María-hija y el loco filósofo de Vieu-Chateau. 317


MOISE-JARA

De cómo Ana María había revelado sus sentimientos; de cómo había reaccionado Jean Paul...etc.…etc. Lo más detonante del asunto, fue la exposición de la brillante idea, que al respecto, tenía Jean Dupont, para sellar con un feliz final, la inesperada historia de su hija con el maestro de VieuChateau. Jean Dupont, pretendía que fuera el propio Elías, el que celebrara la boda eclesiástica en la capilla del pueblo, e indiscutiblemente que se aumentara a 145, el número de elegidos. -

Pero Jean Paul, se ha pasado toda su vida despotricando

contra el Padre. Además, no estoy seguro que el. - Dijo Elías. -

Maestro, la misma biblia dice. Que hay más regocijo en el

cielo por un pecador que se arrepienta, que por la salvación de cien justos. Además con Jean Paul aceptando su autoridad, ya nadie en el pueblo se atreverá a dudar. Incluso podríamos informar al viejo de Isaac, para que todo Vieu-Chateau, estuviera junto en el cielo. - Dijo lleno de un sano entusiasmo, Jean Dupont. -

No, a Isaac no. Eso sí que no. - Respondió Elías, que parecía

aceptar la extravagante idea de Monsieur Dupont. -

¿Estás seguro que Jean Paul, aceptará? - Pregunto una vez

más el profeta de los cabellos dorados. -

¡Conozco a mi hija!, Maestro. Y sé por experiencia lo dócil

que se vuelve, un hombre enamorado. Le aseguro que aceptará. - Respondió Jean Dupont. -

Entonces ves hijo, ves. Tu fe te ha salvado. - Agregó Elías.

-

Gracias Maestro; quedamos para las doce y media. A las

doce y media para celebrar la boda. - Dijo Jean Dupont, haciendo intención de marcharse.

318


El Precio de La Salvación

-

¡Ah! No te olvides, que tienes que regresar para el pago de y

tu parcela. Ahora voy a calcular el costo, de lo de agregar a tu familia a Jean Paul Gassol. - Dijo Elías. -

Gracias Maestro, gracias. - Dijo Jean Dupont, despidiéndose

definitivamente del predicador. Hora: Las diez de la mañana. En el instante preciso en que sonaron las diez, en el reloj del ayuntamiento de Vieu-Chateau. No sucedió nada en especial. Ni se movieron las nubes, ni se oyeron voces, ni hubo truenos. La procesión de señoras penitentes, continuaba normalmente; se estaba organizando un segundo grupo, de señores penitentes, encabezados por el pelota de Roger. Escargot acababa de cobrar la ochenta y tres hoja de pago; siete cajones de madera, rebosaban de dinero, joyas y objetos de valor. El señor alcalde se había sentado en un banco del hall del ayuntamiento, las piernas le dolían de tanto permanecer de pie. En fin, la rutina normal, de todos los penúltimos días del fin del mundo. -

¡Lo conseguí Jean Paul! ¡Lo conseguí! - Dijo Jean Dupont,

irrumpiendo con aspecto feliz en la casa del maestro. -

¿Y qué es lo que conseguiste, Jean? - Preguntó Jean Paul,

que ya no estaba dispuesto a dejarse sorprender por nada, por nada de nada. -

A las doce y media, Elías os casará, a ti y a Ana María. ¡Ah!

y también está arreglado lo de tu parcela. Ya eres de los nuestros. - Dijo Jean Dupont. -

¡A, sí! - Respondió el loco filósofo. Entonces Ana María-

hija, apareció de repente.

319


MOISE-JARA

-

Hoy es el día más feliz de mi vida. ¿No te ocurre lo mismo,

Jean Paul? - Dijo la muchacha, que efectivamente irradiaba una extraña alegría y unas inconmensurables ganas de vivir. El maestro de Vieu-Chateau la miró enternecido. ¡Era tan bella la imagen de Ana María!. ¡Tan radiante! Se parecía tanto a la lechera de los potes de leche condensada. -

Sí, ¡Tesoro!, Hoy es el día más feliz de mi vida. - Contestó

Jean Paul Gassol, que a partir de aquel momento, ya no hizo ningún esfuerzo para ir en contra de la corriente. Solo se dejó llevar. Hora: Las once de la mañana. Pascal Diderot, se incorporó al grupo masculino de los penitentes; quería aprovechar lo de las vueltas a la plaza, para intentar acercarse con disimulo hasta Louise. La

rueda

que

formaban

las

mujeres

penitentes,

ocupaba

aproximadamente la mitad de la plaza; la rueda de los hombres, la otra mitad; el monumento a los caídos por la patria, se encontraba como siempre en el medio y representaba un verdadero estorbo, para las intenciones de Pascal Diderot. Quedaba aún demasiada distancia, desde el grupo de los hombres hasta el de las mujeres. En una de las vueltas, Pascal se las ingenió, para alargar el círculo masculino, incorporando el monumento a los caídos, en el interior de la rueda de los hombres penitentes, con ello el muchacho había logrado un gran paso hacia su querida Louise; pero no era aún la solución definitiva. Por el momento, el girar de las ruedas no hacía coincidir la presencia de Louise y la de Pascal. El muchacho comenzó a empujar al penitente que se encontraba delante de él. 320


El Precio de La Salvación

-

Creo que vamos muy despacio. Esto de la penitencia debe de

ser más rápido. Pasa el mensaje a los otros. - Dijo Pascal. El penitente que le precedía empujó al que tenía delante de él y le pasó la consigna. -

¡Hay que ir más rápido! - Dijo el penitente. Poco a poco, la

posición en la que se encontraba Pascal, se iba a cada vuelta aproximando para llegar a coincidir con la de la esposa del alcalde. Cuando el muchacho, podía prever

que en la próxima vuelta,

llegaría a conseguir su propósito; un nuevo factor vino a fastidiar sus cálculos sobre la velocidad de las ruedas. Alain Petit salió del ayuntamiento y se acercó hasta su esposa, para informarla de que a las doce y media, se efectuaría la boda de Jean Paul Gassol con Ana María Dupont y que naturalmente, en su calidad de primeros mandatarios era imprescindible su presencia en la capilla. -

¿Jean Paul y Ana María? - Dijo con extrañeza Louise.

-

Si querida, Jean Paul y Ana María y parece que el maestro se

ha arrepentido de sus pecados y ha decidido optar por la salvación. - Dijo Alain Petit, que ya no albergaba ninguna duda. -

Bueno, me alegro por Jean Paul, fuimos compañeros

inseparables en nuestra niñez. ¡Me alegro por Jean Paúl! - Agregó la señora alcaldesa, con una mística mirada llena de generosidad. -

Creo que habrá que parar un rato esto de la penitencia. No

vas a asistir a la boda, vestida con estos andrajos. - Dijo el señor alcalde. La presidenta de las penitentes, congregó a sus seguidoras para anunciarles que se establecía un receso hasta las tres de la tarde. Al mismo tiempo Louise aprovechó, e informó a todo el mundo, lo de la boda de Jean Paul con Ana María. -

Fíjate ese maestro, ¡que callado se lo tenía! - Dijo una. 321


MOISE-JARA

-

¡Y la Ana María Dupont, que parecía una mosquita muerta! -

Dijo otra. -

Lo importante es que el maestro de Vieu-Chateau, se ha

arrepentido de sus pecados y se salvará con todos nosotros. - Intervino Louise. -

Sí, tiene Ud. razón señora. - Dijo la una.

-

Y es que Dios, a veces hace milagros que no se ven. - Dijo la

-

Bueno, pues cada una a su casa. Y las que quieran a las doce

otra. y media a la capilla. - Terminó la primera dama de Vieu-Chateau. La rueda de señoras penitentes se disgregó en pocos segundos; Pascal se quedó con un palmo de narices y sin poder cruzar palabra con su adorada Louise. La rueda de los hombres giraba cada vez más deprisa, la consigna aún no había recorrido todo el círculo de participantes. Pascal abandonó su lugar y salió en pos de la mujer amada; pero para mantener el disimulo, no se atrevió acercarse demasiado, el resultado fue que el muchacho, no pudo alcanzar a Louise; ésta, llegó a su casa y cerró la puerta tras ella. La consigna sobre la velocidad, recorrió por todos los penitentes masculinos, cuando llegó al sitio que ocupaba Pascal, éste, ya había abandonado su lugar. El penitente que se había encontrado detrás de Pascal, le comunico al que ahora tenía delante de él. -

Han dicho que hay que ir más deprisa. - Dijo el hombre.

-

¡Más aún! - Respondió el que antes precedía a Pascal.

-

Sí, si...Han dicho que más deprisa. Y que pases el mensaje. -

Dijo el que seguía. 322


El Precio de La Salvación

-

¡Pero es que a mí, ya me lo habían dicho! - Dijo el de

delante, al tiempo que se volvía, para descubrir que el que le estaba hablando ya no era Pascal. Una gran incógnita apareció en la mente del pueblerino. -

Que te digo que pases el mensaje, que esto va muy lento. ¡Lo

sabré yo! - Dijo el hombre que antes seguía a Pascal, que era muy tozudo y algo sabihondo. -

¡Está bien, está bien! - Dijo el que precedía, y así lo hizo. Al

cabo de un cuarto de hora, la rueda masculina hacia su penitencia a un verdadero galope. De esta manera, se termino en Vieu- Chateau, la mañana del penúltimo día.

323


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324


El Precio de La Salvación

XIV- El mediodía del penúltimo día. En la casa de la familia Dupont, todo se improvisaba a gran velocidad. Ana-María-madre preparaba la comida y al mismo tiempo iba dando las oportunas órdenes a los demás miembros del clan. -

Tu Henri, tráeme tres gallinas y dos patos. Tu Claudette,

ocúpate de la decoración de la mesa y ayuda a tu hermana. Tú Jean, cámbiame la botella de gas, que ya está vacía. - Decía Ana María-madre. Hora: Las doce en punto. La cola del ayuntamiento, ya se encontraba muy reducida, la mayor parte de los habitantes de Vieu-Chateau, habían comprado su parcela y con ello el derecho a la Salvación. Germaine Boulart llegó en el último momento y sola; hizo su trámite con rapidez, precisando que ella pagaba solamente por una persona y que deseaba su residencia lo más lejos posible de la de su ex-esposo. -

¡Uy! Aquí hay tomate. - Comentó Escargot, cuando madame

Boulart abandonó el ayuntamiento. -

¿Cómo dices Charles? - Preguntó Enoch.

-

No, nada señor hermano Enoch, cosas terrestres que

seguramente Ud. no comprendería. - Respondió Escargot. -

Yo viví en la Tierra más de trescientos años. - Agregó

-

¿Y en esa época también había historias de? - Dijo Escargot,

Enoch. llevándose la mano derecha a su frente con el índice y el penique extendidos y los demás dedos recogidos. -

¿Historias de qué? - Preguntó inocentemente Enoch.

-

Ve como no lo entiende, señor hermano Enoch. Estoy

convencido que en su época, eran aún todos santos. - Agregó Escargot. 325


MOISE-JARA

El ayuntamiento se cerró al público a las doce y siete minutos, informando a los que aún esperaban, que a las dos de la tarde, se volvería abrir para atenderles. La rueda de penitentes masculinos, que ya era una verdadera rueda de torturas, debido a la rapidez que se imponían sus participantes; se detuvo. Alguien informó sobre la boda que se iba a celebrar; los penitentes se fueron a sus casas, con la intención de cambiar sus ropas por algo más decente, para presenciar el espectáculo; de paso aprovecharon para darse una ducha,

todos

estaban

sudadísimos.

Jean Paul Gassol daba vueltas nerviosamente por el interior de su salón-despacho-comedor-etc., era indiscutible que el maestro se encontraba inquieto por lo de la cercana boda. Pero lo que realmente le estaba afectando, era que desde la mañana, mejor dicho desde el alba de ese penúltimo día. El loco filósofo de Vieu-Chateau, no había probado ni un solo trago de aguardiente. -

¿Qué te pasa maestro? ¿Pareces muy nervioso? - Dijo Jean

Dupont, que se había escapado, del trajín que su esposa imponía en la casa. -

La verdad es que me caso por primera vez. - Respondió Jean

-

¿Y quién te va acompañar al altar? - Preguntó Jean Dupont.

-

Anda pues es ¡verdad! Tú llevarás a Ana María, pero yo no

Paul.

poseo ningún familiar en Vieu-Chateau. - Dijo Jean Paul. -

¿Quizá la esposa del alcalde? - Agrego Jean Dupont.

-

¿Quién Louise? No, no creo. - Dijo el maestro.

-

Mientras te lo piensas ¿No tendrás una botella de Anisete? -

Dijo Jean Dupont. -

326

¡No me hables de bebida! - Replico Jean Paul.


El Precio de La Salvación

-

¡Tanto te has arrepentido! No si pronto te veo en la fila de

los penitentes. Un trago no hace daño. ¡Hombre! Ni tampoco es pecado. Dijo Jean Dupont, que ya deseaba comenzar a celebrar. -

Ya sé quién me acompañará al altar. - Dijo súbitamente el

maestro. -

Está bien, pero saca el Anisete. - Replico el padre de Ana

-

Solo tengo aguardiente. - Dijo Jean Paul.

-

Bueno, algo es mejor que nada; venga el aguardiente. - Dijo

María.

Jean Dupont. Los dos hombres se sentaron y se sirvieron de la botella; el maestro de Vieu-Chateau, saboreo su primera copa, como si fuera el elixir de la eterna juventud. -

¡Phachh! Es mejor el anisete que esto. Por cierto ¿Quién te

va a llevar? - Dijo Jean Dupont. -

Yo creo que la más indicada es Solange Curie. - Respondió

el loco filósofo. -

Tú, estuviste hace años. - Insinuó Jean Dupont.

-

Solo fue algo platónico. - Respondió Jean Paul.

-

Eso de platónico debe de ser griego ¿no? - Dijo Jean Dupont,

que en lo que era de cerdos, vacas y legumbres entendía bastante, pero acerca de los filósofos griegos, no tenía ni idea. -

Bueno deja de filosofar. Y ve enseguida a la casa de

Solange, para pedirle que te acompañe al altar. - Dijo Jean Dupont. -

¿Quién yo? - Dijo Jean Paul Gassol y siguió.

-

¡Claro hombre! No voy a ser yo mismo el que se lo pida, eso

quedaría feo con relación a la buena ética. Mejor vas tú. – respondió el maestro. -

Ya estás otra vez con palabras raras. - Replicó Jean Dupont. 327


MOISE-JARA

-

¿Qué palabra rara? - Preguntó el filósofo.

-

Eso que has dicho de ETICA, eso sí, que no sé lo que

significa. - Dijo Jean Dupont. -

Ética, ética. Ya lo mirarás en el diccionario. Ahora ve rápido

a la casa de Solange Curie; ya son las doce y diez. Voy a vestirme, y es mejor que no bebamos más. - Dijo Jean Paul. -

No, si ya digo yo, que te vas a. - Termino Jean Dupont y se

marchó hacia la casa de la comadrona. -

Solange Curie estuvo encantada por la petición que le

transmitió Monsieur Dupont; la comadrona prometió estar preparada a las doce y veinticinco en punto; sólo se precisaban de unos escasos cinco minutos para ir de su casa hasta la capilla. Una vez Jean Dupont se hubo marchado, Solange volvió a encerrarse en su habitación con el fin de arreglarse para el evento. -

Creo que eso de acompañar a Jean Paul al altar, si puedo y

debo hacerlo. ¿No te parece Jean Luc? - Dijo Solange hablando sola. Desde la aparición de los predicadores, la comadrona de VieuChateau se había pasado la mayor parte de su tiempo, hablándole a Jean Luc; lo extraño es que éste, nunca le había contestado; en esta ocasión tampoco lo hizo. -

¿Qué vestido me pongo, querido? ¿Este? o ¿Este otro? -

Continuó Solange en su monólogo. -

Jean Paul Gassol se estaba afeitando, Jean Dupont regresó a

la casa de su futuro yerno. -

Ya está arreglado, Solange te espera a las doce y veinticinco.

- Dijo Jean Dupont. -

¿Oye Jean, no habrá mucha gente en eso de la boda? No me

gustaría ser el hazmerreir de todo el pueblo. - Dijo el maestro. 328


El Precio de La Salvación

-

¡No que va! Será una cosa íntima. Elías, el alcalde y

nosotros. - Respondió el padre de Ana María, desconocedor de que la noticia ya había recorrido por todos los oídos de los habitantes de Vieu-Chateau. -

Voy a prepararme yo también. Procura ser puntual Jean Paul.

¡No se casa uno todos los días! - Dijo Jean Dupont, que por el camino de los cobertizos se alejó hacia su casa. Entonces Jean Paul Gassol se miró en el espejo, tenía la mitad de la cara rasurada, la otra media con jabón. -

¿Qué estás haciendo Jean Paul? ¿Eres consciente de lo que

estás aceptando, con toda esta pantomima? – se dijo el maestro. -

¿De verdad que vas a casarte de aquí a un ratito? - Pensó el

filósofo, que prosiguió pasándose nerviosamente la maquinilla por él rostro. El agua fresca del lavabo y la loción de afeitar, detuvieron por unos instantes las excitaciones nerviosas del cerebro del maestro de Vieu-Chateau. -

¡Aún estás de buen ver! Sobre todo después de afeitado. -

Pensó aún y esto fue lo último que se permitió pensar. Jean Paul se miró por última vez en el espejo; el filósofo se encontraba inmerso en una extraña corriente; ya no era dueño de sus propias decisiones. Parecía que el universo entero, se había confabulado para que las cosas sucedieran, como tenían que suceder. Los terrícolas, lo llaman a esto destino y siempre les sirve de escusa, cuando los hechos no suceden como ellos los habrían deseado; de esta manera pueden mandar las culpas, hacia un supuesto hacedor de los destinos. Como Jean Paul Gassol, se había pasado su vida, negando la existencia del hacedor de los destinos. El maestro de Vieu-Chateau, no tenía a quien culpar de sus propios actos; no obstante, el filósofo-maestro, continuo adelante con lo que él mismo definía, como una pantomima.

329


MOISE-JARA

Y es que otra de las características de los humanoides del planeta tierra. Era el hecho de pensar una cosa y hacer inmediatamente la diametralmente opuesta; luego se decían. -

No, si yo, ya lo pensé. – una voz.

-

Pero hiciste lo contrario. - Respondía la otra voz interior.

-

Hice lo contrario porqué “Algo" me forzó a ello. - Replicaba

el sujeto. De esta forma mandaba la culpa hacía el exterior y él, se quedaba tan tranquilo. Hora: Las doce y veintitrés minutos...... Jean Paul Gassol, llamaba a la puerta de la casa de Solange, lo hacía por primera vez después de veintidós años. En esos veintidós años en que el maestro de Vieu-Chateau, ya nunca más había ido a tomar café a la mansión de los Curie, con la esperanza de poder ver y hablar con Solange Curie, viuda de la Ferriere. Clotis abrió la puerta, al ver a Jean Paul plantado en la entrada, la sirvienta no dijo nada, se volvió y gritó. -

¡Madame Solange! Que, ya está aquí el novio esperándola. -

Dijo La Clotis. -

¡Empezamos bien! Con que iba a ser algo muy íntimo y

¡Hasta las sirvientas del pueblo ya están al corriente! - Pensó Jean Paul, reflejando en el rostro una pequeña sonrisa de lo más hipócrita. -

¿No quiere pasar, Monsieur Jean Paul? - Preguntó la Clotis.

-

No gracias, tenemos el tiempo justo. - Respondió el maestro,

que en realidad. Sí deseaba volver a entrar en la casa de los Curie, de volver a sentarse en aquel coqueto saloncito y hasta volver a tomar café con la Solange de hacía veintidós años; pero no lo hizo, otra vez eso de pensar una cosa y hacer otra. -

¡Ya estoy lista! - Dijo la voz de Solange, la mujer bajaba

majestuosamente por las escaleras de su casa; parecía que fuera ella la 330


El Precio de La Salvación

protagonista de aquella boda. Jean Paul, la miró, y por unos segundos la vio como solía verla antaño. Ya hemos descubierto que el frío razonador; creador del ilustre tratado sobre la No existencia de dios, en su fuero interno, era un gran sentimental y además tímido. Para Solange, Jean Paul en aquellos instantes, representaba ese hijo, que el teniente del ejército francés le había dejado en sus entrañas. Ese hijo, que desgraciadamente, nunca había podido ver la luz del sol. El mediodía del penúltimo día en Vieu-Chateau, era de un gris intenso, la humedad flotaba en el aire, las nubes continuaban apretujadas en el cielo, la intensa lluvia había disuelto parte de la nieve, pero aún quedaba cantidad de ella. Los habitantes del pueblo, en su excitación por los eventos que vivían, habían pisoteado la blanca nieve, transformándola en una masa negruzca, sucia y llena de polvo. Todo lo que rodeaba el ambiente, en el día de la boda del maestro de Vieu-Chateau, era tenue, opaco y sin color. Pero cuando Solange Curie, se colgó del brazo de Jean Paul y con toda la ilusión que la comadrona sabía poner en sus frases. -

¡Vamos hijo! - Dijo Solange Curie. Para Jean Paul Gassol, el

gris ambiental se transformo en azul claro, la masa negruzca de los suelos, se hizo blanca y pura como en la navidad; el maestro se olvido de todo y poniéndose tieso, comenzó a caminar en dirección de la capilla de VieuChateau. A medida que Jean Paul se iba acercando a la place de la Liberté, pudo descubrir la presencia de pequeños grupos de curiosos que merodeaban por el lugar. -

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! - Pensó el maestro. Cuando el filósofo, del

brazo de la comadrona, penetró en la capilla 331


MOISE-JARA

-

¡Lo sabía! ¡Lo sabía! - Se dijo Jean Paul.

El recinto se encontraba abarrotado por la casi totalidad de los ciudadanos del pueblo. Al fondo estaban Elías, con el señor alcalde y Escargot; se iban a efectuar las dos ceremonias, la civil y la eclesiástica, en la misma capilla. El

altar

estaba

adornado

con

unas

escasas

flores,

que

misteriosamente habían aportado los vecinos, las condiciones climáticas no permitían que fueran muchas. -

Ya te metiste en este lío. - Se dijo Jean Paul, deteniéndose

por unos instantes, pero el brazo de Solange tiró de él; Jean Paul no tuvo más remedio que seguir adelante. Henri llegó a la capilla con un viejo gramófono que funcionaba a manivela; el pueblo continuaba sin luz. El muchacho colocó el disco de la marcha nupcial, y comenzó a darle a la manivela. -

Ta, tan, ta tan. - Sonó el gramófono. Entonces apareció Ana

María del brazo de Jean Dupont, la muchacha, en el blanco vestido de novia, que su mamá, le había acomodado con rapidez, estaba sencilla, pero irradiaba magnificencia. La ceremonia civil fue corta. El señor alcalde les casó por los poderes que le confería la República francesa; Escargot les hizo firmar en el libro del ayuntamiento, que el secretario había traído consigo a la capilla. -

Ahora debes arrodillarte, Jean Paul. - Dijo Elías, mirándolo

con sus profundos ojos azules. Jean Paul Gassol se quedo unos instantes dubitativo; Ana María le propinó una pequeña patada; él, la miro; ella le sonrió. El maestro y filósofo de Vieu-Chateau se arrodillo. -

¡Vivan los novios! ¡Viva el maestro de Vieu-Chateau! -

Gritaban los castillo-viejenses, lanzando abundante arroz a la pareja, que ya se encontraba en la puerta de la capilla. 332


El Precio de La Salvación

-

Antes no querían hablar conmigo. Unas horas más tarde, me

vitorean. Creo que todo el mundo se ha vuelto loco. Yo también me he vuelto loco, más loco de lo que ya estaba. - Pensó Jean Paul. -

Ya eres mi esposo. - Dijo Ana María, acercando su rostro

hacia el de Jean Paul, para besarlo. -

¿Así debe ser? - Pensó él, mientras sentía la calidez de los

labios de su esposa en los suyos. -

No

puedo invitarlos a todos. La cosa ha sido tan

improvisada, solo el señor alcalde y su esposa, Ud. Solange y desde luego, si Ud. hermano Elías tuviera la bondad de aceptar. - Dijo Ana María-madre. -

Yo no puedo participar de la comida terrestre, además he

prometido estar en el ayuntamiento a las dos en punto. Aún faltan algunos que deben adquirir sus parcelas. - Respondió Elías, excusándose. Monsieur Alain Petit, hubiera aceptado gustoso, eso de comer, al señor alcalde, le agradaba bastante; pero consultó con su reloj, eran la una y media pasadas; él, también tenía la obligación de estar presente en el ayuntamiento. -

Yo tampoco puedo madame Dupont, muchas gracias. Ve tú

si quieres Louise...quizá yo pueda reunirme con vosotros al final de la tarde. Dijo el señor alcalde. -

Yo también estoy comprometida con mis penitentes, vamos

a seguir esta tarde. Muchas gracias Ana María. - Respondió Louise de la Foret. Hora: Las dos de la tarde del penúltimo día. En la casa de los Dupont se encontraban reunidos, la familia Dupont, Jean Paul y Ana María-hija, Solange Curie y Pascal Diderot, a este último, Jean Paul Gassol le había ido a buscar a su casa, donde el muchacho se encontraba en la más absoluta soledad. 333


MOISE-JARA

-

Vamos Pascal, quiero que vengas a la comida. - Dijo el

maestro. -

Pero Jean Paul, yo no soy de la familia, ni nada, que pinto

allí. - Respondió Pascal. -

Te vienes ahora mismo conmigo. - Dijo Jean Paul y

cogiendo del brazo a Pascal se lo llevo. Así penúltimo día.

334

terminó el mediodía del


El Precio de La Salvación

XV- La tarde del penúltimo día. Hora: Las dos de la tarde. Con la llegada de Pascal acompañado de Jean Paul, se considero al completo en número de comensales para la comida. Jean Dupont había confeccionado una larga mesa rectangular, con una plancha de madera y unos caballetes; Claudette la había guarnecido con un mantel blanco y algunas pocas flores que pudo encontrar. Cuatro candelabros de plata de cinco brazos cada uno y sus respectivas velas, proporcionaban la suficiente iluminación. A Jean Paul Gassol y Ana María-hija, se les había preparado un lugar de honor, en uno de los extremos del rectángulo, los demás se instalaron un poco donde quisieron. Jean Dupont, entro por la puerta que daba al jardín, con cinco botellas de champagne; debido a la falta de fluido eléctrico, Jean había hecho enfriar el champagne en el exterior. -

Hay que comenzar por el brindis de honor. Aquí vamos

hacer las cosas como es debido. - Dijo Jean Dupont. Ana María-madre apareció en la puerta de la cocina, se quitó el delantal y haciendo un gran gesto. -

Por nuestra primera hija que se casa. ¡Es la fiesta! - Dijo la

madre, al tiempo que se daba una vuelta, tipo andaluza. -

¡Qué vivan los novios! - Dijo Solange alzando su copa.

-

¿Papá, puedo beber un poco de champagne? - Preguntó

-

Bueno hijo, pero no exageres,

Henri. recuerda como te pones

cuando te emborrachas. - Respondió Jean Dupont.

335


MOISE-JARA

-

¡Pero papá!, si yo nunca me he emborrachado. - Replicó el

pequeño, que decía la pura verdad. A los niños les cuesta a veces comprender las bromas de los adultos. A los adultos generalmente les cuesta comprender a los niños; sean bromas o no. Jean Paul Gassol se levantó de su asiento y alzando su copa con solemnidad. -

Brindo por el día más feliz en la vida de Ana María, por la

familia Dupont, de la cual a partir de ahora formo parte; brindo a la salud de Solange y de Pascal, mis buenos amigos; también por todos los filósofos que han existido en la tierra. ¡Ah! y también brindo a la salud de la lechera. - Dijo el maestro. -

¿Qué es eso de la lechera? - Preguntó Ana María-hija.

-

¡Ya te lo contaré mujer...ya te lo contaré! - Respondió Jean

Paul, que se reía de su propio chiste. -

Comencemos por una buena sopa. - Dijo Ana María-madre,

que traía una gran cacerola desde la cocina; Claudette y Henri también ayudaban en el servicio; a la novia no se le permitió moverse del lado de, Jean Paul. Los comensales quedaron instalados en la forma siguiente, en la rectangular e improvisada mesa. Los novios en el extremo del rectángulo. A la derecha de Ana María, Solange y después Claudette; a la izquierda de Jean Paul, Jean Dupont seguido de Henri y finalmente Pascal; en el otro extremo del rectángulo, Ana María-madre, por eso de la comodidad de poder levantarse hacia la cocina. Hubo unos instantes de silencio durante la absorción de la sopa, que solo fue roto por algún que otro ruidito, producido en los sorbos del gallináceo líquido.

336


El Precio de La Salvación

Cuando Ana María-madre saco las bandejas portadoras de sendos patos, que olían a gloria; Jean Dupont que ya llevaba demasiado tiempo quieto en su asiento, se levantó. -

Aquí lo que hace falta es un poco de música, esto parece un

funeral y no, una boda. ¡Ayúdame! Henri! - Dijo Jean Dupont. -

La última comida de los condenados a muerte. - Dijo Pascal,

que hasta el momento había permanecido callado en su rincón y un tanto apagado. -

Alegra el ánimo, ¡hombre!, que esto es una boda. - Dijo Jean

-

No, si decía eso en broma, por lo de mañana. ¿Aunque nadie

Paul. diría que mañana? - Dijo con tristeza Pascal. -

Entonces diga, de los condenados a la vida. A la vida eterna.

- Intervino Solange. -

¡Ah! Nos olvidamos de brindar por los profetas; venga Jean

Paul, levanta tu copa por Elías y Enoch. - Dijo Jean Dupont, que ya había colocado la gramola sobre una pequeña mesita y hacía signos a Henri, para que le diera a la manivela. -

¿Quién yo? Eso sí que no. - Dijo Jean Paul Gassol, que

rápidamente recibió una patada, de su recién esposa, por debajo de la mesa. -

¡Qué no! Con patada o sin patada... ¡Qué yo no brindo por

esos! - Replicó Jean Paul, recibiendo una segunda patada para que no terminara su frase. -

¡Vamos Jean Paul! Que gracias a los profetas y a toda esta

situación, vosotros dos, habéis podido descubrir lo que sentíais el uno por el otro. ¡No seas niño caprichoso y brinda! - Dijo Solange. -

Si Jean Paul, Ud. sabe la ilusión que tenemos todos, por

partir juntos hacia la salvación. - Dijo Ana María-madre. 337


MOISE-JARA

-

Está bien...Brindo por ese Elías y ese Enoch y porque les

parta. - No terminó Jean Paul, sintió una tercera patada y comprobó que los rostros de todas las mujeres asistentes, se estiraban en un signo de desaprobación; parecía que la gracia no iba a ser bien recibida. -

Bueno, rectifico, rectifico, pero al menos que se den una

tropezadita. - Dijo Jean Paul Gassol. -

Todos rieron; Pascal pensó.

-

Una tropezadita, pero en una escalera de treinta peldaños y

cuando estén a la altura del veintinueve, para que se la peguen bien pegada! Mejor de cien peldaños, cuando estén en el noventa y nueve. - Y ahí detuvo su pensamiento Pascal, pues de haber continuado, ciertamente hubiera llegado a la torre de Babel. Con la sopa se sirvió vino blanco; con el pato burdeos. Jean Dupont continuó pasando rondas de champagne, el ambiente comenzó a caldearse. -

¡Qué vivan los novios! - Volvió a decir Solange, la

comadrona no estaba acostumbrada al consumo de bebidas alcohólicas, sus ojos comenzaron a brillarle graciosamente. Pero, se sentía tan bien. -

A lo mejor tendrás que llevarme en brazos por los peldaños

que ascienden al cielo. - Pensó Solange, refiriéndose a su amado teniente. ¡Bebe tranquila mi amor! Esta misma noche estaré contigo. - Le respondió una voz, dentro del corazón de Solange. -

¿Vendrás esta noche? - Dijo en voz alta la comadrona.

-

¿Cómo dice, madame Solange? - Preguntó Pascal.

-

¡Qué vivan los novios! - Dijo Solange Curie.

-

¡Qué vivan! - Repitieron todos.

Ana María-hija, se inclino al oído de Jean Paul, éste, pensó que su esposa le iba a besar, se puso tierno. Así, que haces más caso de Solange y de mi madre, que de mí. - Dijo Ana María-hija. 338


El Precio de La Salvación

¿Por qué dices eso? - Preguntó el maestro. -

Cuando yo te pido lo del brindis, no lo haces, cuando lo

piden ellas, enseguida. - Dijo Ana María-hija, haciendo ver que se ponía celosa. -

Ellas me lo piden con palabras. Tú me pateas. - Respondió

Jean Paul. -

Es mi forma cariñosa de pedir las cosas. - Dijo ella.

-

¡A sí! Yo te las pediré a correazos. - Dijo él.

-

¡Vaya, vaya! En la apariencia de un simple profesor de

pueblo, se encuentra escondido Jack el destripador. - Agregó Ana María sonriendo. -

Mejor el mago Merlín. - Dijo Jean Paul.

-

¿El mago Merlín? - Repitió la muchacha.

-

Verás lo que hago con la varita mágica. - Dijo Jean Paul.

-

Ya

te

estás

poniendo

sinvergüenza.

¡Mi

adorado

sinvergüenza! - Dijo Ana María-hija. Henri seguía dándole a la manivela de la gramola; el muchacho se había colocado una silla al lado de la mesita donde se encontraba el viejo aparato, también se procuro una botella de champagne, que mantenía disimulada debajo del faldón de la mesita. Henri le daba un par de vueltas a la gramola y Zas, una copa de champagne; sentía las burbujas descender por su garganta y una agradable sensación se producía en el jovencito. -

¡Eh! Novios...mucho os veo cuchichear. Ya tendréis tiempo

para eso. Y para lo otro. ¡Vamos a animar la fiesta! - Dijo Jean Dupont. Que a consecuencia de la bebida ingerida, ya comenzaba a entrar en su clásica fase de la alegría; no obstante el padre de la familia Dupont, miro hacia Ana María-madre, interrogativamente. 339


MOISE-JARA

-

No Jean, hoy no te voy hacer ningún escándalo. ¡Pero no

bebas mucho! ¡Mi amor!, sólo hasta el límite, no estaría bien, que terminaras emborrachándote ¡Eh, mi vida! - Dijo Ana María-madre. -

Ves mujer, así con dulzura, no me haces sentir tan culpable.

¡Venga pues la fiesta! Henri, pon un disco de tango. - Dijo Jean Dupont. Henri obedeció a su papá, colocó el disco y aprovechó para, Zas, otra copa, decididamente aquel brebaje de adultos, le gustaba cada vez más. -

Esto es lo mío. - Dijo Jean Paul, se levantó de la mesa para

dirigirse al baño, al tiempo que. -

Espérame un momento y sobre todo no te muevas ni bailes

con nadie. Solo un momento. - Dijo Jean Paul, dirigiéndose a su esposa. -

Ya vas hacer alguna locura. - Dijo Ana María, sonriendo y

comiéndose un trozo de pato. -

Tengo que pedirle la receta a mi madre de este pato. ¡Está

delicioso! ¡Qué estoy pensando! A partir de mañana ya no van hacer falta recetas. Es verdad lo que dice Jean Paul, ¡A veces cuesta creerlo! - Pensó la novia y continuó masticando el delicioso pato. Claudette se acercó a su hermana, la rodeó con su brazo y la apretó con fuerza. -

¡Me ahogas, Claudette! - Dijo Ana María.

-

Te quiero mucho Aní, te quiero mucho y me siento muy feliz

por ti. Aunque nunca me dijiste lo de Jean Paul. - Dijo Claudette con un par de lágrimas en los ojos. -

¡Mi pequeña hermanita! -

Exclamó Ana María-hija,

emocionada. -

¡Y que vivan los novios! - Dijo Solange, que ya iba por su

ene-copa y que lo mismo que Henri, la comadrona de Vieu-Chateau, le estaba cogiendo afición a lo de las burbujas. El tango comenzó a sonar; Jean Paul Gassol apareció en el umbral de la puerta del baño; tenía el pelo completamente liso, se lo había mojado y 340


El Precio de La Salvación

aplanado tipo argentino; un fino bigote le adornaba la parte superior del labio y se había colocado un pañuelo en torno del cuello. -

¡A ver esa mujer! Que Carlos Gardel, ya está preparado. -

Dijo el maestro comenzando a caminar con mucho estilo. -

¡Niño, dale a la manivela! - Dijo Jean Dupont y se dirigió

hacia su esposa para sacarla a bailar. -

¿Me permite este baile, señorita? - Dijo Jean Dupont,

haciendo una gran reverencia delante de Ana María- madre. -

¿Tú también eres gaucho? - Respondió la madre,

levantándose y dejándose coger por los brazos de su esposo. -

Ana María-hija, que aún estaba vestida de novia, le hizo un

nudo a la cola de su vestido y se acercó a Jean Paul. -

¿No me vas a dejar aquí sentada, Pascal. - Dijo Solange.

-

Yo la verdad, esto del tango, no tengo ni idea.

- Dijo

tímidamente Pascal. -

No te preocupes. Yo te guiaré. - Respondió Solange muy

decidida. Las tres parejas comenzaron a bailar en el trozo de la estancia en que aún quedaba algo de sitio para moverse. Jean Paul Gassol, dio un paso para aquí, un paso para allá y alrededor de la pareja de los novios, se fue formando una extraña aureola. Ana María-hija se sintió en pleno corazón de Buenos Aires, la muchacha flotaba en los brazos del maestro de Vieu-Chateau; el tiempo y el espacio cambiaron de ritmo por unos instantes. Jean Paul, le ponía tal garbo a lo que estaba haciendo, que dejó de ser filósofo y se convirtió en porteño. Los ojos del hombre la miraban, ella no conocía los pasos; él, se los iba indicando, con la suave presión de sus dedos, en la espalda, en la cintura; cada movimiento de Jean Paul, era un rito, una expresión. El mundo que les rodeaba, sus padres, todos los presentes, incluso los muebles de la sala. Todo desapareció. Ana María a solas con Jean Paul. 341


MOISE-JARA

Ambos en el extremo de un cono de luz y sonido, un cono que se proyectaba hacia las estrellas. Cuando el hombre, introdujo su pierna entre las de la mujer, para completar uno de los pasos; el amplio vestido de la novia se hizo un lío; la pareja se tambaleó por unos instantes, finalmente Jean Paul y Ana María se cayeron al suelo en un aparatoso acto, que fue más el espectáculo, que los daños. Hombre y mujer, sentados en el suelo, fueron la

risa de los

presentes. -

Te desconocía en todos estos aspectos...Siempre pensé que

eras un serio profesor, un respetable filósofo. - Dijo Ana María-hija. -

Y hasta ahora, solo has visto al gaucho argentino. Verás de

aquí a un ratito, al mago con su varita. - Respondió Jean Paul, los dos continuaron sobre el suelo, se abrazaron y se besaron largamente. Ellos seguían estando solos, dentro del cono de luz y sonido. Ana María-madre se colgó del cuello de Jean Dupont y comenzó a llorar. -

¿Qué te pasa querida? - Dijo Jean Dupont.

-

Recuerdo nuestro día de bodas. - Respondió ella entre

pucheros. -

¡Ves Pascal, como es fácil! - Dijo Solange.

-

Zas, hizo Henri y otra copa, ya había una segunda botella

debajo del faldón de la mesita de la gramola. Claudette contemplaba con dulzura la felicidad de su hermana e iba recogiendo los platos de sobre la mesa. Cuando abandoné la casa de los Dupont, eran aproximadamente, las tres y veinticinco de la tarde. Me vi obligado a regresar a mi nave y utilizar el censor alfa tres, para retroceder en el tiempo; durante toda mi filmación en la 342


El Precio de La Salvación

comida de bodas del maestro de Vieu-Chateau, se habían desarrollado otras imágenes en el pueblo, tenía que recuperarlas. Hora: Las dos y media de la tarde. Monsieur Gastón Boulart, salió de su casa para dirigirse un par de construcciones más a su derecha, la residencia de Isaac el judío. Gastón se había pasado toda la mañana escondiéndose de su esposa, fiel a las instrucciones que esta, le había dado, no aparecer delante de ella. Monsieur Boulart, además de sentir un hambre atroz, no había comido nada en todo el día; había llegado a la triste conclusión, de que después de firmar todos los documentos y traspasos de cuentas, que su colérica esposa le obligó; el enjuto caballero de derechas se encontraba sin un solo céntimo. Germaine le había dicho. ¡Quiero lo mío...y lo quiero ahora! y Germaine consideró, que lo suyo era todo. Todo lo que figuraba en esa correcta y bien ordenada contabilidad que Monsieur Boulart tenía la buena costumbre de llevar siempre al día. Esa contabilidad, que su esposa, tuvo todo el tiempo necesario de comprobar, mientras él, con el alma limpia de pecado, se deshacía de los únicos excesos que el ordenado caballero, se permitía en Vieu-Chateau, la sopa de verduras. Gastón Boulart llamó con los nudillos, a la puerta del viejo prestamista, tampoco se había dado cuenta del letrero. Isaac abrió la puerta, por casualidad estaba despidiendo a su último cliente. Monsieur Boulart se quedó sin llegar a saber nunca, el ingenioso sistema de la bombilla. -

Buenas tardes Monsieur Boulart. ¿Cómo Ud. por aquí? -

Pregunto Isaac, Gastón nunca había utilizarlo los servicios del prestamista, pero como en aquella jornada Isaac había recibido la visita de gran parte de los ciudadanos de Vieu-Chateau, el ya comenzaba a no extrañarse por nada. 343


MOISE-JARA

-

Pero no se quede ahí parado, pase, pase a mi despacho. -

Dijo Isaac, y se adelantó para indicarle el camino. -

Vera querido Isaac, necesito una suma de dinero con toda

urgencia. - Dijo Monsieur Boulart, que ya comenzaba a temer el quedarse fuera de la excursión con los autobuses de fuego. -

¿Qué necesita amigo Gastón? - Pregunto Isaac que fiel, a su

sordera no había oído nada. -

Entonces Gastón Boulart comenzó con la mímica, los gestos

y a gritar con toda la fuerza que le permitieron sus pulmones. -

Isaac le tendió un lápiz y un papel. Otro que piensa que

haciendo el mono le voy a oír. Escribe amigo, escribe ¡con lo fácil que es escribir! - Pensó el prestamista. Cuando Isaac vio la suma que le pedía el caballero de derechas. -

¿Y para qué necesita Ud. todo ese dinero? - Preguntó Isaac,

extrañado de que Gastón Boulart, necesitara de él. -

Los profetas han dicho que nadie ¿Debe informar al judío de

lo que está pasando. Por otro lado si desconoce lo que va a ocurrir mañana? ya puedes ir esperando que te devuelva el préstamo viejo usurero. - Pensó Monsieur Boulart; que en esos instantes dejaba aflorar la parte más cretina de su ser. Gastón escribió que precisaba efectuar un pago urgente y que hasta la próxima semana no iba a desplazarse a Marsella, entonces se lo devolvería. -

Y es muy urgente ese pago que debe hacer. - Insistió Isaac.

Gastón hizo un signo afirmativo con la cabeza. -

Lo que sucede es que me he quedado sin efectivo. No sé qué

ocurre pero esta mañana ha sido un verdadero desfile de clientes. ¡Déjame pensar! Además los intereses han subido una barbaridad. - Dijo el prestamista. 344


El Precio de La Salvación

Monsieur Boulart escribió. Le pagaré lo que sea, pero tengo que efectuar el pago. -

Los intereses están al cinco por ciento. - Dijo Isaac.

-

Cinco por ciento al mes, parece correcto escribió. -

Monsieur Boulart. -

No hijo, no, el cinco por ciento al día. - Aclaró, el usurero.

-

¡Asqueroso viejo! - Pensó Gastón, pero mostró una sonrisa

y asintió con la cabeza. -

Si estás de acuerdo, me tendrás que firmar un pagaré. - Dijo

Isaac. El hombre volvió a mover su cabeza, indicando su conformidad. -

¿Y cómo hago con el efectivo? - Dijo Isaac a media voz; lo

del cinco por ciento diario, era una muy fuerte tentación para el judío. -

¿Les importaría a tus acreedores, que les pagarás con luises

de oro? Claro que el monto del préstamo, me lo tendrías que devolver en la misma moneda los intereses en francos. - Dijo Isaac, que por primera vez, desde su llegada a Vieu-Chateau, se encontraba dispuesto a utilizar parte de las monedas de su cofre secreto, para que la operación no se le escapara. Gastón Boulart estuvo de acuerdo, los predicadores habían hablado de efectivo u objetos de valor. -

Entonces espera aquí y no te muevas. Sobre todo no te

muevas de ahí sentado...Ya regreso. - Dijo el prestamista, que salió de la habitación, cerrando la puerta tras él, después se aseguró de que Gastón seguía en su lugar y sin moverse. Isaac miró por el agujero de la cerradura; acto seguido, el viejo judío corrió hacia su escondite y sacó la cantidad necesaria de monedas de oro, para cubrir el monto que Monsieur Boulart le había pedido. -

Aquí tienes Gastón, firma, firma el pagaré. - Dijo Isaac, ya

de retorno con los luises de oro. 345


MOISE-JARA

-

¡Pero el pagaré está en blanco! - Exclamó Gastón.

-

Todos mis clientes firman los pagarés en blanco, nunca se

sabe a cuanto ascenderán los intereses. - Respondió Isaac, dando la sensación que su sordera había por completo desaparecido. -

Ha sido un placer de poderte servir. - Dijo Isaac,

guardándose el pagaré firmado por Gastón Boulart. -

Y para mí ha sido un placer de sacarte un préstamo, que

tendrás que ir a cobrar en el cielo. ¡Viejo estúpido! y como tú, seguro que te encontrarás en el infierno, dudo que te dejen salir. - Pensó Gastón Boulart, enviando una gran sonrisa a Isaac. Hora: Las tres y cuarto. Monsieur Gastón Boulart salió sigilosamente de la casa del prestamista y recorrió la casi totalidad de la rué de la Victoire hasta llegar a la place du General De Gaulle. Louise con su grupo de fieles comadres, habían reanudado su rueda de penitencia, los hombres se encontraban ausentes, la mayor parte de ellos agotados del maratón de la mañana. -

Buenas tardes a todos. - Dijo Monsieur Boulart, entrando

en la casa consistorial. -

Buenas tardes. - Le respondió el señor alcalde sentado en el

banco del hall con las piernas destrozadas por el esfuerzo. -

Dese prisa Monsieur Boulart que es Ud. de los últimos. -

Dijo Escargot desde la ventanilla de la Caja. -

¿Y qué es lo que debo hacer? - Pregunto el caballero de

derechas. -

Primero vaya a ese despacho y recoja su hoja de pago,

después a la ventanilla donde se encuentra Escargot. - Dijo Alain Petit sin levantarse de su asiento, indicándolo todo por gestos de sus cortos brazos. 346


El Precio de La Salvación

-

Gastón Boulart, el hermano Gastón. - Dijo Elías revisando el

expediente. -

Si señor Elías. Yo soy Gastón Boulart y siempre he votado

por el general de Gaulle, nunca me han gustado los comunistas ni los ateos. Respondió Gastón, en posición de niño bueno. -

El mismo Gastón que visita una vez al mes a la prostituta

llamada Henriette. - Agregó Elías Monsieur Boulart se quedo de una pieza, cambio su expresión de niño bueno por la de culpable, después por la de arrepentido penitente. -

Seguro que Germaine,

predicador, de la tal Henriette,

le ha venido con el cuento al

esta ¡maldita mujer! - Pensó Monsieur

Boulart, pues a hablar no se atrevía. -

No, tu esposa no me ha dicho nada al respecto, ella sólo ha

venido y ha comprado su parcela en solitario. - Agregó Elías. Monsieur Gastón Boulart, llegó a la misma conclusión que el señor alcalde en lo concerniente a la capacidad del profeta de los dorados cabellos. -

Verá señor Elías. Ya se lo dije a mi esposa. Yo me arrepiento

le juro que estoy arrepentido. - Dijo casi llorando Gastón. -

Bueno hijo, de todas formas ese pecado, hay que lavarlo. -

Dijo Elías. -

Claro, lo que sea, lo que sea. - respondió entre sollozos

Monsieur Boulart. -

De una parte te aumentaré el veinte por ciento en el costo de

tu salvación, además esta noche antes de acostarte rezarás ciento cuarenta, y cuatro padres-nuestros y sobre todo haz un acto de contrición, un diálogo con el padre que está en los cielos. - Dijo Elías. -

Hoy es mi día de pago de intereses, primero Isaac, ahora éste

me carga el veinte por ciento. ¡Vaya día! - Pensó Monsieur Boulart. -

¿Te parece mucha penitencia hijo? - Pregunto Elías. 347


MOISE-JARA

-

No, señor no. Es lo que me merezco. - Respondió Gastón

convencido que era peligroso pensar delante del profeta de los dorados cabellos. -

Un Luis de oro, tantos francos. Me sobrarán tres o cuatro

monedas después de efectuar el pago. - Pensó Monsieur Boulart, mientras cruzaba el hall del ayuntamiento en dirección de la caja; el señor alcalde seguía en su banco con aspecto agotado. Gastón Boulart, se hizo un lío con la hoja de pago, las monedas y un sucio pañuelo que tenía en el bolsillo, el resultado fue que el ordenado caballero, coloco todo en conjunto encima del mostrador de la caja. -

Escargot cogió la hoja de pago y todas las monedas de oro.

-

Creo que sobran tres o cuatro luises de oro. - Dijo Gastón al

secretario del ayuntamiento. -

Eso depende del cambio. - Respondió Escargot.

-

¿y quién determina el cambio? - Pregunto Monsieur Boulart,

que por eso de ser de derechas, estaba siempre convencido de tener la razón. -

Yo, determino el cambio, amigo Gastón y como ya son casi

las cuatro de la tarde he decidido bajarlo. - Respondió Escargot, entregándole la hoja de pago y el certificado de su parcela y quedándose con la totalidad de las monedas de oro. -

Definitivamente, hoy no es tu día de hacer negocios. - Se

dijo Monsieur Boulart abandonando la casa consistorial son el rabo entre las piernas. Hora: las cuatro de la tarde Solange con vivos colores en el rostro y colgada de un brazo de Jean Dupont y del otro de Pascal Diderot, los tres entraron por la puerta del Ayuntamiento. Monsieur Petit se levanto de su banco y acercándose al grupo. 348


El Precio de La Salvación

-

Creo que Uds. son los últimos. ¿No vino Jean Paul Gassol? -

Dijo el señor alcalde. -

Yo traje el dinero para su residencia. - Respondió Jean

-

Pues dense prisa de ver al hermano Elías, que ya cerramos. -

Dupont. Agregó el señor alcalde. Solange y Pascal entraron juntos al despacho del de los dorados cabellos, el cual hizo una excepción y los recibió a los dos a la vez; ni el joven muchacho, ni la comadrona de Vieu-Chateau tenía grandes fortunas que ocultar. -

Elías no hizo ningún comentario de lo de Pascal y Louise, la

entrevista fue corta. Cuando Solange Curie y Pascal de acercaron a la ventanilla de Escargot, Jean Dupont ya se encontraba recibiendo sus certificados y los de Jean Paul. -

Con esto se termina la operación venta de parcelas. - Dijo

Charles Escargot, al lado del secretario habían

once cajones repletos,

representaban el precio de la salvación de Vieu-Chateau y aún faltaba que Monsieur Alain Petit efectivizara su parcela; una parcela con los máximos lujos, si lo que el señor alcalde iba a recibir se correspondía con el monto que iba a tener que pagar por ello. Solange, del brazo de sus dos caballeros andantes, regreso a la fiesta de los Dupont, aún era temprano y aún quedaban unas cuantas botellas de champagne. Henri ya tenía cuatro debajo del faldón. -

¿No sé si lavar los platos o dejarlo todo así? - Dijo Ana

María-madre, que en esos momentos bailaba con Jean Paul Gassol. -

Yo de Ud. los lavaría, no sea que mañana. - Respondió el

maestro. -

No seas aguafiestas Jean Paul. - Dijo Ana María-hija 349


MOISE-JARA

-

Es verdad Jean Paul, a nosotras nos hace ilusión el hecho de

que mañana, todos juntos y eso de no morir por separado. - Replico Ana María-madre. -

De ilusión también se vive. - Dijo Jean Paul Gassol.

-

Ahí llega tu esposo, devuélveme al mío. - Dijo Ana María-

hija quitándole el sitio a su madre, junto a Jean Paul. Hora: las Cuatro y media de la tarde -

A ver me llevo dos y siete más cinco. - Decía Escargot que

afanosamente intentaba cuadrar sus cuentas. Enoch había retirado las once cajas y regreso al lado del secretario del ayuntamiento. -

¿Qué haces con tanto esmero. Charles? - Pregunto Enoch.

-

Estoy sacando las cuentas. - Respondió Escargot.

-

No hace falta hacer cuentas ya todo está terminado. - Agregó

-

¿Y mi porcentaje? - Dijo inquieto Escargot

-

¿Qué porcentaje? - Dijo Enoch sorprendido.

-

Cuando recaudo las tasas municipales siempre tengo derecho

Enoch.

al cero coma cinco por ciento de los ingresos. - Dijo Escargot. Enoch se sonrió. -

Pero Charles. ¡Mi querido Charles! ¿De qué te va a servir el

dinero a partir de mañana? - Dijo Enoch. -

Bueno con eso tengo para las colas, para cigarrillos, mis

pequeños gastos. Mi esposa no me deja tocar ni un céntimo de mi sueldo. Agregó el secretario. -

En el cielo no es necesario el dinero. - Respondió Enoch.

-

¡Ah! ¿Allí los cigarrillos y todo eso son gratis? - Dijo

Escargot. 350

Algo así querido Charles...algo así. - Dijo Enoch.


El Precio de La Salvación

-

Oiga además aquí hay algo que no cuadra, en principio

deberían ser ciento cuarenta y cuatro más Jean Paul Gassol ciento cuarenta y cinco los sujetos contribuyentes. - Dijo Escargot. -

¿Y? - Preguntó Enoch.

-

Pues que yo hago las cuentas y me salen ciento cuarenta y

siete a parte del maestro ó sea un total de ciento cuarenta y ocho. - Dijo el Secretario -

Te habrás equivocado, Charles. - Dijo Enoch.

-

No señor hermano Enoch, esta vez sí que estoy seguro,

mire…mire…mire. - Dijo con firmeza Escargot, teniendo las hojas de resumen de cálculos. -

Seguro que te habrás confundido Charles, ya ves que los

profetas nunca nos equivocamos. Y de todas formas ya te dije que nos son necesarias las cuentas. - Respondió Enoch, que cogió los papeles de Escargot y los hizo trizas. -

¡Ah!

- Dijo, por todo el secretario, que recogiendo su

bolígrafo, su lápiz y su goma de borrar, dio por terminada su jornada de trabajo en el ayuntamiento de Vieu-Chateau. -

¿Ya me puedo marchar a mi casa, señor alcalde? - Preguntó

Escargot. -

Sí, el señor hermano Enoch autoriza. - Respondió el primer

mandatario, que ya había abandonado el banco del hall, para mejor acomodarse, en un pequeño silloncito del lado de la entrada, desde ahí contemplaba a su esposa, dirigiendo a las penitentes. -

Tengo una bella mujer, lástima que ahora le dé por vestirse

con harapos. - Pensaba el señor alcalde, mientras procuraba descansar sus tullidas piernas.

351


MOISE-JARA

Charles Escargot, lanzo una última mirada al profeta Enoch, este le hizo un signo con la cabeza, el secretario comprendió que ya podía retirarse, saco su pañuelo se sonó con fuera, y se dirigió hacia su casa. Enoch desapareció discretamente ascendiendo por las escaleras que conducían al primer piso. Monsieur Alain Petit, se acerco a un pequeño cuartito que daba debajo de la escaleras, un cuarto que servía para colocar los útiles de limpieza, de allí extrajo una voluminosa maleta de viaje, haciéndola rodar sobre sus dos ruedas posteriores. El señor alcalde se presento en el despacho de Elías, el profeta se encontraba recogiendo sus últimos expedientes. -

Me permite señor hermano Elías. - Dijo el señor alcalde.

-

¿Vienes a efectuar tu pago Alain? - Dijo el de dorados

cabellos. -

Así es hermano, así es. - Respondió el alcalde, entrando en la

oficina al tiempo que tiraba la maleta. Hora: cinco de la tarde. Monsieur Alain Petit hizo un tremendo esfuerzo, quizá el más grande esfuerzo que había realizado en su vida, para levantar la maleta y colocarla sobre la mesa del escritorio; después la abrió. Y ante los ojos del profeta Elías, aparecieron fajos de dinero, dos lingotes de oro, joyas de Louise y una pequeña estatuilla de marfil de cuantioso valor. -

Creo que esta todo, si quiere lo inventariamos. - Dijo el

señor alcalde. -

No es necesario Alain, con esto te aseguras una de las

mejores posiciones en el cielo. - Dijo Elías, que cerró la maleta y la colocó en el suelo del lado en que el de encontraba.

352


El Precio de La Salvación

-

¿Alguna instrucción para mañana? - Pregunto Monsieur

Petit que se había sentado frente al profeta, apoyando sus antebrazos sobre el escritorio y con aire agotado. -

Mañana nadie debe congregarse en la plaza antes de las

nueve de la mañana; pueden estar tranquilos que hay suficientes autobuses de fuego y sitio para todos. A las diez en punto saldrán, todos ustedes con destino a la eternidad. - Dijo Elías. -

¿De todas formas supongo que tendremos la oportunidad de

vernos en el cielo? - Pregunto el señor alcalde, que ya comenzaba a sentir un cierto cariño hacia el hombre de los dorados cabellos. -

No creo que esto sea posible, al menos en los próximos dos

mil años. - Respondió Elías. -

¡A sí! ¿Y qué va Ud. hacer en los próximos dos mil años? -

Preguntó con curiosidad Monsieur Petit. -

Tengo otras misiones que cumplir en otro planeta que ahora

se encuentra en la época de Adán y Eva. - Respondió Elías. -

¡Ah! ¿Es que hay más planetas habitados? - Dijo el señor

alcalde con admiración. -

Mañana desaparecerá la tierra, el padre ya tiene otro planeta

para reemplazarla; hay que seguir con esto de las escrituras. - Dijo Elías. -

No si eso ya empiezo a entenderlo, arriba sería muy

aburrido, sino se ocuparan en cosas como estas, de ir creando y destruyendo planetas y civilizaciones. - Agregó el señor alcalde que ya comenzaba a sentirse iluminado por los misterios de la creación. -

Todo se hace por el bien de los hombres. - Dijo Elías.

-

¿Por el bien de los hombres? - Dijo Alain Petit.

-

Mira Alain ¿si te portas bien? durante los próximos

quinientos años; te recomendaré para que vengas hacer el papel de Cresus en 353


MOISE-JARA

el nuevo planeta tierra. Seguro que el papel de Cresus te quedaría como anillo al dedo. - Dijo Elías. -

Seguro señor hermano Elías. Muchas gracias. - Dijo Alain

-

Pues, si ya no tiene nada más que mandar con su permiso, le

Petit. dejo ahí la maleta. - Dijo Monsieur Petit. -

Ya puedes marcharte Alain y que el padre guie tus pasos. -

Dijo Elías lanzándole una cordial sonrisa al señor alcalde. -

¡Buenas tardes señor hermano Elías! Creo que le extrañaré. -

Dijo el señor alcalde abandonando la oficina. -

Yo también Alain, yo también te extrañare. - Dijo Elías a

media voz. -

Tengo que mirar en el diccionario de esa grandota

enciclopedia que compre y nunca he utilizado ¿quién era ese Cresus? - Pensó Alain Petit, mientras su circular y orondo cuerpo atravesaba la ya desierta plaza del general De Gaulle. El señor alcalde se encontraba extremadamente cansado; por una vez se la había jugado hasta el límite que sus fuerzas le permitieron, pero no se podía luchar contra las fuerzas celestiales. Ni el mismo Jean Paul Gassol había podido hacer frente a la ira de Jehová. Y es que cuando Jehová se enfadaba, la pelota de la tierra no era más que un minúsculo punto en el conjunto de toda su creación. Y ¡Paaammmm! una patada y a tomar viento la tierra... Se creaba otra tierra y todo arreglado. A pesar de la cierta ironía que reflejaban sus pensamientos y que era el límite de su capacidad mental en relación a los asuntos filosóficos. Monsieur Alain Petit, primer mandatario de Vieu-Chateau, sentía una amarga sensación de derrota, en alguna parte de su subconsciente, en aquel escondido lugar en donde se pierde el sentimiento y el pensar se convierte en 354


El Precio de La Salvación

razón pura, una pequeña llamita se resistía aún a negarse delante de todas estas historias de dioses y profetas; pero la evidencia, las pruebas, el don de Elías de leer en su mente... El no había sido capaz; de probar lo contrario ni a sus conciudadanos, ni a Escargot, ni tan siquiera frente a él mismo. Era la tenue luz de la llamita que le provocaba ese desasosiego de haber sido vencido. Hora: las seis de la tarde del penúltimo día. -

Vamos un momento a la fiesta de los Dupont. - Dijo Alain

Petit a su esposa. -

¿No crees que ya es muy tarde? Debemos prepararnos para

el día de mañana. - Respondió Louise. -

No hace falta llevar gran cosa querida. - Dijo el señor

-

Me refiero a prepararnos espiritualmente. - Dijo ella.

-

No creo que en el cielo se celebren bodas. – dijo Alain, y

alcalde.

prosiguió. -

Vamos mujer haz un esfuerzo y acompáñame a la última. -

Agregó Alain, que recordaba que no había comido nada en todo el día, después del desayuno que le había preparado Claude y del que finalmente dejó a la mitad. -

Y la biblia dice. - Dijo Louise.

-

A lo mejor están todos bebidos. – continuó insistiendo

-

La biblia lo que dice es que la esposa obedecerá a su esposo

Louise. y punto. - Dijo el señor alcalde, que algo había aprendido de tanto rozarse con el profeta Elías. -

Si, Alain, si lo que tu digas mi cielo. - Respondió sumisa la

primera dama de Vieu-Chateau. 355


MOISE-JARA

-

¿Por cierto sabes quién, era Cresus? - Preguntó el señor

-

Un rey de la antigüedad conocido por sus grandes riquezas. -

alcalde. Respondió su esposa. -

Hombre eso no está nada mal. Gracias hermano Elías. - Dijo

Monsieur Petit. -

¿Cómo dices cariño? - Preguntó Louise.

-

Nada, nada algo que me va a confiar Elías. – dijo él y

prosiguió. -

Pero arréglate un poco mujer no vas a ir con esos andrajos. -

Dijo Alain Petit. -

Si mi rey, me voy a poner bonita para ti. - Respondió Louise

dirigiéndose hacia su habitación para cambiarse de ropa. -

Rápido capto mi esposa mi nueva identidad, ya me está

llamando rey. - Pensó, el señor alcalde, se acercó a su escritorio y se encendió un suculento cigarro habano. Hora: las seis y media de la tarde. El señor alcalde y su esposa hicieron su aparición en el hogar de los Dupont, el ambiente se encontraba en su punto más cálido, la alegría era general. -

¿Papa, puedes darle tú un rato a la manivela? - Dijo Henri.

-

¿Qué te sucede hijo, estás cansado? - Dijo Jean Dupont.

-

No papaíto. Estoy borracho. - Respondió Henri.

-

¿Me quieres hacer una broma ¡eh! mequetrefe? - Dijo el

-

No papi de verdad que estoy como una cuba. - Insistió Henri.

padre. Jean Dupont se puso a darle vueltas a la manivela convencido de que su hijo estaba bromeando. Henri se sentó en un sillón plácidamente durmiendo la mona. 356

y se quedo


El Precio de La Salvación

-

¿Un bailecito señor alcalde? - Dijo Ana María- madre.

-

Preferiría un platito de cualquier cosa, ¿no sobró nada? -

Dijo Monsieur Alain Petit. -

Enseguida le saco un trozo de pato señor alcalde. -

Respondió la madre de la casa Dupont. -

Mejor que sean dos Ana María, mejor que sean dos. - Dijo el

señor alcalde, que se acomodó en la rectangular mesa comenzando a comerse las migas de pan que por ahí quedaban. -

Jean Paul y Ana María seguían bailando, la muchacha había

cambiado su traje de novia por un cómodo vestido que le permitía; todo tipo de piruetas en la danza. Pascal Diderot vio el cielo abierto con lo de la llegada del señor alcalde y su esposa; y la escalera de Jacob, cuando Alain Petit dejo sola a Louise en el centro de la estancia y se acomodó dispuesto a devorar, todo el pato que quedara en la casa de los Dupont. -

¿Me permite este baile señora? - Dijo Pascal, cogiendo

prácticamente a Louise por la cintura. -

Durante la obligada danza que mantuvieron la esposa del

señor alcalde y el joven enamorado; ella le contó con rapidez lo que le había dicho Elías y le rogó de que la olvidara, que su amor era imposible, que en esos momentos de verdad, todos debían arrepentirse; cuando terminó el disco, la mujer se zafó del muchacho y corrió a refugiarse al lado de su esposo. -

¡Que vivan los novios! - Dijo Solange.

Todos aplaudieron la iniciativa de la comadrona de Vieu-Chateau. Hora: Las siete de la tarde. Isaac se sentía bastante cansado, aquella había sido la jornada con más trabajo, desde su llegada a Vieu-Chateau, veinte años atrás; pero también había sido la más fructífera. 357


MOISE-JARA

Qué locura les había entrado a todos los castillo-viejenses. El viejo judío se quitó las zapatillas y cogiendo en una mano la libreta de sus cuentas, saltó a la cama, deseaba descansar lo más pronto posible. La escena que se presentó frente a la cámara de la vida, era la del anciano, con su gorro en la cabeza y sus guantes de lana, sentado en el interior de su cama, repasando sus deudores a la luz de una vela. Pero de repente la habitación se iluminó, no. No fue que la energía eléctrica había regresado a Vieu-Chateau, la luz de la estancia no procedía de ninguna bombilla, ni nada similar; era una luz que salía de la nada....del vacío. -

¡Buenas noches, Ben! - Dijo Débora, que acababa de hacer

su inesperada aparición. Pero aparición. Aparición, no su entrada. -

¡Débora! Te estuve buscando durante todos estos años. -

Dijo Bengurión Sirquella, que ahora no se encontraba en el interior de su cama, sino en el centro de la estancia, con una apariencia de treinta años más joven y vestido con un elegante traje de chaqueta cruzada, -

Todo llega Ben, nosotras también te hemos estado buscando

durante muchos años. - Respondió Débora. -

¡Eh! Vosotras. ¿Las niñas están contigo? - Preguntó

Bengurión con notable excitación. -

¡Sí mi amor! Aquí están conmigo. - Dijo la mujer; Raquel y

Ruth se materializaron al lado de su madre. -

¿Y venís para quedaros conmigo? - Preguntó Bengurión.

-

Ya no nos separaremos nunca más. - Dijo Débora.

-

Tu vendrás con nosotras papá. - Dijo Raquel.

-

¡Te hemos extrañado tanto, papaíto! - Dijo Ruth.

Todos los personajes se encontraban con el aspecto que tenían aquella terrible noche, en que la Gestapo se personó en la casa de Bengurión Sirquella para detenerle junto con su familia. 358


El Precio de La Salvación

Bengurión sintió que su corazón se inundaba de la más exquisita de felicidades, tantos años buscando a su esposa y a sus hijas; la muerte de su fiel amigó Herve en aquella sórdida avenida del campo de concentración de Teblinka. Bengurión Sirquella, recordó en pocos segundos, la larga historia de su existencia. Se vio paseando al lado del río de Lyon, vestido con su frac, su sombrero de copa y su bastón. Se vio golpeando al soldado alemán que quería rematar, a Pierre. Se vio conversando con Gunter, la expresión de los ojos del joven alemán que mato de un disparo. También se vio disparándole a Jacques el colaboracionista. -

El judío de Lyon, avanzó unos pasos y cayó en los brazos de

sus queridas mujeres; Ben sintió el calor de Débora y las fragantes caricias de Raquel y Ruth, las lágrimas le llenaron el rostro, esas lágrimas que se habían secado durante los últimos veinte años; pero ya no era un llanto de pena, era un llanto de extrema felicidad. Bengurión Sirquella volteo su rostro un momento y vio que al viejo Isaac, se le había caído el libro de cuentas de las manos. El prestamista se había quedado dormido en una extraña posición, con el cuerpo doblado hacía el lado derecho de su lecho. La vela lanzaba sus últimos halos de vida. -

¡Hasta nunca Isaac! - Dijo Bengurión Sirquella y se marchó

en compañía de su familia. De esta manera, se terminó en Vieu-Chateau, la tarde del penúltimo día.

359


MOISE-JARA

360


El Precio de La Salvación

XVI- Tercer vuelo sobre Vieu-Chateu. A bordo de mi burbuja protectora, salí de la casa de Isaac el judío, en esos mismos instantes el señor alcalde y su esposa abandonaban la casa de los Dupont. -

Muchas gracias Ana María, su pato estaba exquisito. - Dijo

-

Te deseo toda la felicitad del mundo, sabes que yo siempre te

Alain he apreciado mucho. - Dijo Louise, dirigiéndose a Jean Paul. -

Fiel compañera de juegos. - Respondió Jean Paul, abrazando

a Louise. -

¿Aún te acuerdas de aquél tiempo? - Dijo la esposa del

alcalde . -

Como no me voy a acordar, tú me seguías en todas mis locas

aventuras. - Dijo el maestro de Vieu-Chateau. -

Pascal les miraba en silencio desde un rincón de la estancia,

finalmente se dirigió a Solange -

Yo la acompañaré a su casa madame Curie. - Dijo Pascal .

-

Muchas gracias Pascal, creo que ya es hora de retirarse. -

Respondió la comadrona. -

El señor alcalde y su esposa salieron al frío de la noche, sólo

tenían que bordear la acera, pasar por delante de la casa de Jean Paul y ya se encontrarían en su hogar. Alain Petit portaba una linterna, la encendió y le fue alumbrando el camino a Louise. -

Solange fue por su abrigo; Pascal se acerco a Jean Paul, que

se encontraba solo al lado de la puerta; Jean Dupont había cargado a Henri con intención de llevarlo a la cama; Ana María madre e hija junto con Claudette se encontraban en la cocina. 361


MOISE-JARA

-

¿Tú

te hubieras podido casar con ella? - Dijo Pascal

dirigiéndose a Jean Paul, éste último desde la puerta; despedía con un cariñoso signo a Louise. -

Sólo fuimos compañeros de juegos, de juegos infantiles. -

Respondió el maestro. -

Estoy seguro que si se lo hubieras pedido, ella te hubiera

aceptado. - Agrego Pascal -

La verdad es que nunca estuvimos enamorados el uno del

otro, por eso las raras veces que nos encontramos; entre nosotros solo hay agradables recuerdos. - Dijo Jean Paul -

Debo estar un poco bebido, sin darme cuenta le estoy

tuteando. - Se excusó Pascal. -

Me parece perfecto esto de que me tutees Pascal y

permíteme que te pregunte. - Dijo Jean Paul. -

Pregunte lo que quiera profesor. - Respondió Pascal.

-

Y deja de

llamarme de Ud. Haz el favor de tutearme. -

Dijo Jean Paul. -

Es que llevo un periodo que me siento muy mal conmigo

mismo, pregunta lo que quieras profesor. - Dijo Pascal. -

¿Qué pasa entre tú y Louise? - Pregunto a boca de jarro el

maestro de Vieu-Chateau. -

¿Te has dado cuenta de algo? - Dijo Pascal inquieto de que

sus acciones de aquella tarde le hubieran delatado. -

¿Entonces estoy en lo cierto, hay algo? - Agrego Jean Paul.

-

Precisamente esta mañana te he andado buscando, necesitaba

hablar con alguien como tú. Estoy hecho un lío, qué digo un lío; estoy hecho polvo. - Respondió Pascal. -

¿Tan en serio va la cosa? ¿Pero ella te ha correspondido? -

Continuó preguntando Jean Paul, intrigado. 362


El Precio de La Salvación

-

En esos momentos apareció Solange, que ya se había puesto

su abrigo y sus guantes; Ana María-hija salió de la cocina y corrió al lado Jean Paul. -

Vamos caballerete. Siempre me consigo un guardián para

que me acompañe a la casa. - Dijo Solange con el rostro bien sonrojado y el ánimo en las burbujas del champagne. -

¿No me has añorado? He estado exactamente siete minutos

lejos de ti, - Dijo Ana María-hija colgándose del brazo de Jean Paul. -

Bueno voy acompañar a madame Curie. - Dijo Pascal que

ya no se atrevió a seguir hablando del tema con el maestro. -

Solange se acerco a Jean Paul y le abrazo, dándole un

estruendoso beso en la mejilla. -

Te deseo toda la felicidad del mundo, toda la felicidad, hijo

mío. - Dijo la comadrona de Vieu-Chateau profundamente emocionada. Después dirigiéndose a Ana María-hija, también la abrazo. -

¡Cuídamelo bien, él es como si fuera mi hijo! - Dijo Solange

a la muchacha. -

Pascal aprovecho para darle un apretón de manos a su

querido Profesor. -

Tú sí que eres un hombre de suerte, todas las mujeres te

quieren. - Dijo con cierta amargura Pascal. -

Mañana hablaremos tú y yo, tenemos que hablar en serio, tu

tranquilo te veo demasiado deprimido Pascal. Tú tranquilo, mañana hablaremos. - Dijo Jean Paul. Pascal y Solange se alejaron cogidos del brazo, la nieve aún estaba muy resbaladiza en esa noche de Vieu-Chateau; Pascal alumbraba el camino con una vela. Ana María-hija se pego al cuerpo de Jean Paul. 363


MOISE-JARA

-

¿Qué le pasa a Pascal cariño?, le veo muy triste. - Dijo Ana

María-hija. -

Lo que le pasa es que necesita una mujercita. Como la que

yo tengo ahora. - Respondió el maestro. -

No creo que en el cielo se celebren bodas. - Dijo ella.

Jean Dupont regresó al salón comedor, después de acostar a Henri. -

Podéis creer que Henri se pego los tragos. - Dijo Jean.

-

Ha salido a su padre. - Dijo Ana María-madre saliendo de la

-

Papa yo no quiero dormir sola esta noche. - Dijo Claudette,

cocina. que seguía a su madre. -

¿Queréis comer algo? Aun queda mucha comida. - Preguntó

la madre. -

Yo soy incapaz de ingerir ni un solo bocado más. - Dijo Jean

-

Yo tampoco. - Agregó Ana María-hija.

-

Propongo la última copa, la última copa los cuatro juntos. -

Paul.

Dijo Jean Dupont. -

Papá yo no quiero dormir sola. - Repitió Claudette.

-

¿Qué te pasa hija? - Pregunto Ana María-madre.

-

Hasta ahora dormía con mi hermana Ana María, supongo

que hoy ella se irá a dormir a la casa de Jean Paul. - Dijo Claudette. -

Supones bien Claudette. - Dijo el maestro.

-

Pues yo tengo miedo de dormir sola la última noche. -

Agregó Claudette. -

No te preocupes yo lo arreglare. - Dijo Jean Dupont.

-

¿Y cómo lo vas a arreglar?, vas a dormir tú en la cama de

Ana María - Dijo Ana María –madre. 364

No mujer yo lo arreglaré no tengas miedo Claudette...


El Precio de La Salvación

-

Ahora, todos juntos un brindis por los novios. - Dijo Jean

Dupont. En el último brindis, brillaron las cinco copas al reflejo de las velas del salón de la casa de los Dupont. Jean Paul y Ana María-hija salieron por la parte delantera de la casa y en pocos segundos se encontraron en la suya. -

Jean Dupont, instalo al durmiente, Henri ,en la cama que

hasta entonces había sido de Ana María-hija, después converso largo tiempo con Claudette, hasta que ésta se quedo por fin dormida; cuando Jean Dupont pudo retirarse a su habitación, Ana María-madre se había ya quedado dormida. -

¡Vaya hombre! Yo que quería rememorar nuestra noche de

bodas. - Pensó, el cabeza de la familia Dupont. -

¡Que belleza de mujer tengo!

- Se dijo Jean mientras

contemplaba el plácido dormir de su esposa; Ana María-madre estaba agotada por el extraordinario esfuerzo que había realizado en la apresurada boda. Jean Dupont se desnudó, se colocó su pijama y se apretujó al cálido cuerpo de su mujer, se quedó dormido rápidamente, la bebida ingerida durante todo aquel largo día le ayudo bastante. Pascal dejó a Solange en la puerta de su casa, cuando Clotis cerro, el muchacho se quedo un rato en la acera de la rué de la Victoire, desde el lugar en donde se encontraba, podía ver la iluminada ventana de la casa del alcalde, la ventana del cuarto de Louise. A Pascal le pareció ver la silueta de la esposa del alcalde, que se movía detrás de las cortinas; por unos instantes tuvo la esperanza de que iba a aparecer el rostro de la mujer detrás de los cristales, pero no sucedió así. Pascal se quedo plantado por más de media hora en el frío de la noche de Vieu-Chateau. 365


MOISE-JARA

-

Creo que es mejor que me vaya a la casa. - Se dijo el

muchacho, apesadumbrado por el peso de su propia soledad. La casa Diderot parecía un lúgubre castillo de la edad media, la sala comedor era un verdadero desorden. Pascal tuvo la sensación de sentir el mismo frío dentro de su hogar que en la calle. -

Esto es una porquería, todo el mundo tiene a alguien a su

lado... Louise a su esposo...Jean Paul ¡que tío con suerte!...Solo yo estoy solo en medio de esta porquería, ¡Papa, Mama! ¿Por qué me habéis dejado solo...solo...solo? - Pensó Pascal, que en un ataque de ira le dio un puñetazo a una puerta. -

¡Mamá! al menos ese familiar ruido de tus zapatillas cuando

andabas por la casa. - Gritó Pascal Diderot, que comenzó a sollozar con rabia. Gastón Boulart subió a hurtadillas las escaleras de su casa que conducían al primer piso, se acercó a la habitación, que antaño fuera la suya y la de su esposa y golpeó con suavidad en la puerta. -

¡Germaine! ¡Germaine! esta es la última noche, al menos

deja que me despida de ti. - Dijo tímidamente Monsieur Boulart. La puerta se abrió de repente, la

Germaine que apareció en el

umbral, no se parecía en nada a la Germaine que Monsieur Boulart había conocido durante sus veinte años de matrimonio, la mujer estaba graciosamente maquillada, lucía un moderno camisón y unas bonitas zapatillas encarnadas. -

¿Qué quieres cariño? - Dijo Germaine.

Gastón Boulart se la quedo mirando atónito, al enjuto caballero de derechas le dio la sensación de ver una aparición.

366

-

¿Germaine? - Dijo Gastón.

-

¿Qué pasa pimpollo, me encuentras bien? - Dijo la mujer.


El Precio de La Salvación

-

¡Germaine! - Volvió a decir Gastón.

-

¿Así es como te gusta? ¿Verdad? - Agregó ella.

Gastón Boulart sintió que todo su cuerpo se excitaba, puso ojitos de cordero degollado y se apresuró para entrar en la habitación; pero no lo consiguió; cuando quiso hacer el primer paso para consumar su idea y su deseo también, Germaine le tiró la puerta en las narices. -

Lo veras pero no lo tocaras. ¡Eunuco! De ahora en adelanta

me voy a buscar un verdadero hombre; porque tú eres un ¡Eunuco! - Dijo Germaine con tanta desenvoltura, que Monsieur Boulart se llevo la mano a sus genitales, los palpo. -

No sé porque eso de eunuco. - Se dijo, mientras efectuaba el

camino de regreso hacia el sofá de su despacho, maldiciendo su propia estampa. -

A ver, a ver, eunuco, eunuco. - Dijo Monsieur Boulart

buscando la palabra en el diccionario, pero no la encontró; lo único que hallo fue ENUCLEACIÓN. Extirpación de un órgano, de un tumor. -

¡Oh, Dios! – Dijo Monsieur Boulart, cogió su manta y se

tumbó sólito sobre el sofá. -

Gastón Boulart aquella noche tuvo las peores pesadillas de

su vida; se vio en un enorme y fantasmagórico sanatorio, donde eran internados todos los hombres que habían engañado a sus mujeres, o sea el noventa y siete por ciento del género masculino. El matriarcado había tomado el poder en Francia, después de mayo68 y la caída de Gaulle. Una mujer era la presidenta del país, además una mujer de izquierda, de la extrema izquierda comunista. En el sanatorio se convertía a todos los hombres adúlteros en eunucos; Monsieur Boulart, se vio atado de pies y manos sobre una camilla de operaciones, fue introducido en un quirófano. Germaine, era la jefe del 367


MOISE-JARA

equipo médico; su ex-esposa, se le acercaba con unas grandes tijeras en la mano. -

No a este que no le pongan anestesia, se lo haremos a lo

vivo. - Decía Germaine, que con los ojos fuera de órbita, se aproximaba...se aproximaba. -

Por favor, juro que no lo haré nunca más, pero no quiero ser

un EUNUCO. - Gritó Gastón Boulart que en esos instantes se despertó empapado de sudor. Monsieur Boulart volvió a llevarse las manos a sus genitales, todo había sido sólo un sueño; allí estaban…allí estaban. -

Quiero llegar completo al cielo. - Se dijo el caballero de

derechas que arropadito en su manta, se pasó el resto de la noche en vela. -

Que descanses querida. - Dijo Alain Petit a su esposa.

-

¿No vienes a dormir a la cama? - Preguntó Louise.

-

De todas formas ya sabes que soy incapaz de cerrar los ojos

durante toda la noche, voy a tomarme un whisky y a contar las horas hasta que amanezca. - Respondió el señor alcalde. -

Yo voy hacer una novena a la virgen. - Dijo la esposa, que

cada vez se volvía más y más devota. Alain Petit descendió a su salón-biblioteca, se preparó su bebida y se encendió un puro. -

Creo que voy a extrañar todas estas noches de insomnio,

supongo, que en el cielo, ya voy a poder dormir. Elías dijo que allí no hay ningún tipo de enfermedades, esto del insomnio es una enfermedad. ¡Cómo me duelen las piernas! Hay que reconocer que hoy he hecho más ejercicio que en toda mi vida. Aunque parece que le he caído bien al Elías. Eso que me ha propuesto de Cresus ha sido un buen detalle de su parte. Me siento, ¡verdaderamente cansado! - Pensó Monsieur costumbre se dejo caer en su sillón. 368

Petit, que como era su


El Precio de La Salvación

-

Jean Paul Gassol me ha parecido hoy más simpático que

antes; quizá por esto de su boda con Ana María. Este Jean Paul también es un hombre de suerte, se pasa la vida en contra de dios y en el último momento se cambia la chaqueta y ¡Alá! todo de su favor. Y Elías ni le pone multa, ni castigo, ni nada. La Ana María esa no está nada mal en la flor de su juventud. – Se dijo el señor alcalde. -

¡Oh...que cansado me siento! ¿Y en que iba pensando? ¡Ah

sí! Que si lo de Jeannnn Pauuulllllllll. - Terminó diciendo Alain Petit. Y Monsieur Alain Petit, el señor alcalde, el primer mandatario de Vieu-Chateau, sin él darse cuenta...se quedó dormido. Clotis ayudaba a la comadrona a subir las escaleras que la conducían a su habitación. -

La señora tendría que tomar una sopita de cebolla, eso es

bueno para la resaca. - Dijo la Clotis. -

¡Glotis! ¿No insinuarais que me encuentro bebida? - Dijo

Solange. -

No madame, pero ya verá, en un momento le preparo la sopa

de cebolla, le hará bien. - Insistió la Clotis. La sirvienta acompañó a la comadrona de Vieu-Chateau hasta el borde de su cama en donde la dejo sentada. -

Ud. no se mueva señora, que yo le preparo la sopa y vuelvo

enseguida. - Dijo la Clotis, que rauda como una gacela y eso a pesar del peso de sus abundantes nalgas, descendió por las escaleras para dirigirse a la cocina. -

No quiero sopa de cebolla, no me gusta la cebolla. - Dijo

Solange hablando sola, bueno hablando a nadie porque la Clotis ya se había marchado. -

¡Buenas noches mi amor! - Dijo la voz de Jean Luc, aunque

en esta ocasión la voz del teniente no provenía del interior del corazón de 369


MOISE-JARA

Solange, sino del exterior, de una distancia de dos metros del lugar en donde se encontraba la comadrona. -

¡Jean Luc, puedo verte! te estoy viendo vida mía. Quizá tiene

razón la Clotis, creo que me vendrá bien una sopa de cebolla. - Dijo Solange. -

Te dije que esta noche vendría a verte. - Dijo Jean Luc que

se encontraba materializado en la habitación, en un cuerpo más sutil que el habitual de los humanos, en un cuerpo hecho de plasma-astral. -

Eres

tú Jean Luc, y te estoy viendo. - Repitió Solange

levantándose de la cama y acercándose al teniente. -

Incluso puedo tocarte. - Dijo la enfermera llevando sus

manos hacía el hombre. -

Claro que puedes tocarme, ha llegado el momento de

reunirnos. - Dijo el teniente del ejército francés. -

Estás vestido con tu uniforme de gala, el mismo que llevabas

el día de nuestra boda y con la espada. ¿Tú la cogiste de la maleta? Yo la puse en la maleta para llevarla mañana conmigo. - Dijo ella. -

Mañana...hoy...todo son imágenes. - Dijo él.

-

Bueno mañana es el fin del mundo, yo compré mi parcela en

el cielo, estaba segura que tú me estarías esperando allí. - Dijo ella. -

Yo siempre he estado a tu lado, durante todos estos

cincuenta y cuatro años en que hemos vivido separados. - Dijo él. -

¡Ah! Y hoy se ha casado Jean Paul, he sentido la sensación

de que estaba casando a nuestro hijo. - Dijo ella. -

Lo sé, yo estaba contigo todo el tiempo. - Dijo él.

-

Pero yo no te he visto...ahora sí que puedo verte, ¡mi amor! y

estás joven como la mañana que te fuiste por ese camino de Vieu-Chateau. ¡Hay dios! tú te has conservado igual que entonces y yo estoy hecha una vieja. - Dijo ella. 370


El Precio de La Salvación

-

Te equivocas Solange, tú también estas igual que entonces.

¡Mírate! en el espejo. - Respondió él. La comadrona de Vieu-Chateau se acercó al espejo de su peinadora, cuál fue su asombro al verse reflejada con su apariencia de hacía cincuenta y cuatro años y dentro de su vestido de novia. Solange Curie bajó su mirada y pudo descubrir sus manos sin arrugas y el blanco reluciente de su vestido, la mujer sintió la ligereza y todas las ilusiones y proyectos de su juventud. -

¿Qué está pasando Jean Luc? - Pregunto ella.

-

Está pasando que ha llegado el día y la hora de nuestro

reencuentro. - respondió él. -

¿Entonces ya estamos en el cielo? - Pregunto ella.

-

Algo así, podemos decir que nos hallamos en el maravilloso

mundo de la magia. - Respondió él, y chasqueando sus dedos una armoniosa música comenzó a sonar. El teniente del ejército francés y la comadrona de Vieu-Chateau. comenzaron a bailar las suaves notas de un vals. La Clotis se encontraba en la cocina, preparo las cebollas y puso el caldo en un puchero encima del fuego de gas; después se dirigió a su habitación y se quito toda su ropa, para introducirse desnuda en el interior de una gran camisa de dormir, encima se puso una bata. -

Le subo la sopa de cebolla a la señora y me acuesto en un

santiamén. - Se dijo la sirvienta, regresando a su cocina. -

Esto me ha salido una delicia. - Dijo la Clotis metiendo el

dedo en la sopa y llevándoselo a la boca. Con un plato y un tazón de sopa de cebolla en la mano izquierda y una vela en la derecha, la Clotis subió despacito los peldaños que la conducían hacia la habitación de su señora, también la iban a conducir a otro lugar, pero eso la Clotis aún no lo sabía. 371


MOISE-JARA

La sirvienta se paró delante de la puerta de la habitación de madame Solange, una extraña música se oía en el interior, como la muchacha tenía sus dos manos ocupadas, empujo suavemente la puerta con la presión de una de sus nalgas. -

Madame, aquí esta su sopa de cebolla. - Dijo primero la

Clotis que por eso de empujar con la nalga, se encontraba un poco de lado con respecto al cuadro de enfoque de la habitación; cuando la Clotis enderezó su ángulo de visión, en un primer momento la sirvienta creyó estar soñando. Vio a Solange vestida de novia, bailando con un oficial del ejército francés. -

¡Señora! - Dijo la Clotis, pero nadie le respondió, la figura

del hombre parecía un tanto borrosa, algo así como la figura de un fantasma, no obstante la sirvienta pudo escuchar la música; una música que salía de ninguna parte, pero que sonaba como real. -

¡Hay Dios! - Dijo la Clotis, tiró el plato con la sopa de

cebolla y salió corriendo hacia su habitación; la sirvienta se encerró con llave por el interior, se acercó a su ropa interior y se puso con rapidez las bragas, en algún lugar había oído eso de que murieron con las bragas puestas. -

Eso era un fantasma, estoy segura que era un fantasma. -

Dijo la Clotis, que colocando tres o cuatro velas sobre su mesilla de noche, se metió con rapidez en la cama y se tapo la cabeza y todo, muerta de miedo. -

Creo que hemos asustado a la

sirvienta cariño. – dijo

Solange con dulzura. -

No te preocupes la Clotis ya se encuentra en su cama ahora. -

Respondió el. -

¿Y cómo sabes su nombre?, ella solo hace un par de años

que trabaja para mí. - Preguntó Solange. -

Digo que durante todos estos años he estado siempre aquí

contigo. - Respondió él, la pareja siguió bailando siempre el mismo vals; un vals que les fue elevando hacia los celestiales parajes en que la comadrona de 372


El Precio de La Salvación

Vieu-Chateu había soñarlo para poder pasear con su adorado teniente del ejército francés. -

¡Qué bellas imágenes Jean Luc! - Dijo ella.

-

Desde ahora solo habrán bellas imágenes para nosotros dos

¡mi amor! Te amo...te amo....te amo....te amo....con toda la fuerza de mi ser. Dijo él. El vals se hizo eterno. -

¿Quieres una copa de champagne? - Pregunto Jean Paul a su

esposa, y el hombre hizo esta pregunta por hacer alguna cosa; el maestro de Vieu-Chateau se sentía un poco tímido delante de la lechera. -

¿Cuántas mujeres has tenido en tu vida? - Preguntó ella.

-

¿Por qué me preguntas eso ahora? - Respondió él. Con otra

pregunta. -

Me gustaría conocer, vivenciar todo lo que ha sido tu vida,

yo sólo conozco un trocito...el trozo del final. - Dijo ella. -

Mi vida, no ha sido nada hasta el día de hoy. En realidad

creo que mi vida está empezando ahora. - Dijo él, que la miro con ternura. -

Tengo un poco de miedo cariño. - Confesó ella.

-

No te preocupes yo también. - Dijo él. Los dos se sonrieron.

-

Tómate una copa de champagne, primero te emborracho y

luego abuso de ti. - Dijo él -

Prefiero que abuses sin que este borracha. - Respondió ella.

-

¡A sí! - Dijo él.

-

No quiero perdérmelo, cuando me emborracho me quedo

dormida. - Agregó ella. Los dos se miraron; se miraron a la luz de dos velas que eran la única iluminación que había en la habitación. Jean Paul hizo un signo con su brazo pasándose la mano por la cabeza como alisándose el pelo, luego tatareo el tango; Ana María se rió recordando el baile de por la tarde. 373


MOISE-JARA

El se acercó a la muchacha y cogiéndola por la cintura comenzó a repetir los pasos de la danza. Ella siguió al hombre y volvió a flotar en el infinito. A medida que avanzaban en el baile; Jean Paul la iba lentamente desvistiendo, ella se dejo hacer sin ningún temor. Al final del tango, hombre y mujer estaban completamente desnudos, seguían bailando apretados el uno contra el otro. Ana María no encontró extrañeza en esto, no sentía vergüenza, no sentía miedo. -

Creo que esta noche no te pegaré con la correa. - Dijo Jean

-

¿A no? yo que me hacía ilusiones. - Respondió ella.

Paul. El comenzó a besarla, ella también le besó. Ana María iba siguiendo con todo desparpajo lo que el hombre le iba insinuando. -

Poco a poco la pareja se fue acercando a la cama, los dos

cuerpos se dejaron caer en ella, una de las velas se apagó sola. -

Y ahora viene lo de la varita mágica. - Dijo él.

La primera vez Ana María sintió un poco de dolor, se abrazó fuerte al maestro y le amó con todas sus fuerzas. La segunda vez la muchacha no sintió gran cosa, miró a Jean Paul. -

Te amo. - Dijo ella.

La tercera vez Ana María tuvo la sensación de estar bailando el tango se elevo, se elevo, y sintió al hombre con toda su capacidad de mujer. -

Jean Paul. ¡Oh! Jean Paul, Sí,si,si. - Dijo ella.

El maestro de Vieu-Chateau se dio a fondo, la lechera le recibió a fondo. Ana María dejó de ser muchacha para convertirse en mujer. La segunda vela se apagó, bueno en realidad se terminó, la habitación se quedó a oscuras. Jean Paul y Ana María continuaron jugando, ella había descubierto que a partir de la tercera vez, la cosa se ponía más y más interesante Ana María Dupont vio realizadas todas sus esperanzas, sus sueños y las ilusiones 374


El Precio de La Salvación

que había ido acumulando durante toda su vida, una vida dedicada casi por completo al sueño de llegar un día a ser, la esposa de Jean Paul Gassol. El vio desaparecer sus frustraciones, vio la belleza de la juventud; de esa juventud que ya casi se le escapaba sin prácticamente haberla vivido; también vio la ternura y el calor de encontrarse, después de tantos años, con una mujer en el lecho, después Jean Paul Gassol, ya no vio nada más porque se terminó la segunda vela, el resto lo sintió y lo olió. De esta forma terminó la última noche de Vieu-Chateau.

375


MOISE-JARA

376


El Precio de La Salvación

XVII- Lo que sucedió en Vieu-Chateau El día y la hora del fin del mundo. Hora: Las nueve de la mañana. Los habitantes de Vieu-Chateau, respetando las instrucciones de los profetas, comenzaron a llegar a la place de la Liberté. Roger iba cargado con tres maletas y un par de mantas; el aspirante a pelota, no se había enterado que en el cielo no hay invierno. Madame Simplete llegó con sus hijos y sus gallinas, ella no estaba dispuesta a abandonar a sus pobres animalitos. Algunos conciudadanos trajeron sus ollas, sus sartenes y ciertos utensilios de cocina; lo de los profetas no lo dudaban, pero no acababan de convencerse de que los cocineros del más allá, fueran superiores en condimentación a las buenas sopas que les preparaban sus esposas. Hora: Nueve y siete minutos. Llegó Monsieur Gastón Boulart con el rostro un tanto demacrado, consecuencia de la mala noche pasada. Gastón iba sin afeitar y con una sucia camisa de tres días, su esposa no le había permitido el acceso a la ropa limpia. Hora: Las nueve y quince minutos. Apareció Escargot, el secretario del ayuntamiento iba acompañado por primera vez, por su esposa y sus tres hijos; porque Charles Escargot tenía una familia completa, también estaba presente su suegra, que vivía con ellos y hasta una vieja prima lejana que se había quedado sola en la vida. Y que el bueno de Charles, había tomado a cargo. Y es que Charles Escargot a pesar de su apariencia, en el fondo era un trozo de pan. Lo que pasa es que tanto frecuentar al señor alcalde.

377


MOISE-JARA

-

¡Te estás pervirtiendo! Charles. - Le decía su esposa, que era

muy parca. -

Gracias a Monsieur Petit, pude continuar de secretario en el

ayuntamiento. - Respondía Escargot. -

Mejor dirás, que gracias a ti, el señor alcalde, llegó a ser

alcalde. - Rectificaba la esposa. Hora: nueve y veintiún minutos. Claude salió del café de Jean con su pichoncito y sus dos monstruitos, el tabernero cerró la puerta del café y lanzó la llave lo más lejos posible. -

¿Qué estás haciendo Claude? - Dijo el pichoncito, aunque

yo, sigo insistiendo que el nombre no le iba en lo más mínimo. -

Se acabó, ya nunca más serviré a nadie. - Dijo Claude.

-

Pero que es esto Claude...Te ordeno que recojas esa llave. -

Dijo la esposa del tabernero. -

Pues ya le puedes ir ordenando a tu abuela. - Dijo Claude.

-

¿Pero qué significa esto? - Agregó ella.

-

Significa que ya nos vamos hacia el cielo y que allí se

terminó tu tiranía, en el cielo todo el mundo es libre, pichón. ¡qué digo! ¡Mamut!, eso es lo que eres un ¡Mamut - Dijo el tabernero que dándose media vuelta, dejo plantada a la mujer y se encamino hacia donde ya se encontraba un buen grupo de gente. -

Espera cariño, no me dejes sola, ya voy. - Dijo la esposa,

poniendo en movimiento la enorme masa de carnes que contenía su cuerpo. Los habitantes del pueblo que se encontraban en la plaza, cuidaron de que los monstruitos se instalaran en el lugar más distante posible de donde ellos, se encontraban, todos tenían las malas experiencias de las graciosas pataditas en las espinillas que los adorables niños tenían la costumbre de propinar. 378


El Precio de La Salvación

Hora: nueve y veinticinco. Germaine, vestida con un elegante abrigo de astracán, que le había comprado a la esposa del señor alcalde, se presentó en la plaza, localizó el emplazamiento de Gastón y se coloco en el otro extremo. -

Me parece que continúa el tomate. - Dijo Escargot.

-

¿Qué estás diciendo? - Le preguntó su esposa.

-

Nada mujer cosas que tú no entenderías. - Dijo el secretario.

-

Alguna mala cosa que te ha enseñado el alcalde. - Replicó

-

Y dale con el señor alcalde...si Monsieur Alain Petit en el

ella. fondo es una excelente persona...Además hoy seremos hermanos. - Dijo Escargot. Hora: Nueve y treinta y dos minutos. Pascal Diderot con aspecto de pocos amigos cruzo la plaza y viendo que Jean Paul, ni la familia Dupont, no se hallaban presentes, se colocó al lado del monumento de los caídos por la patria. Hora: nueve y treinta y tres minutos. Apareció la Clotis, la sirvienta iba sola, no se había atrevido a subir al primer piso para despertar a Solange. -

Supongo que la señora vendrá por su propia cuenta, de todas

formas con una noche de descanso ya le habrá pasado la mona. Aunque no sé si madame haya descansado mucho con el extraño señor que la visito, y para mí que no era un hombre. Creo que era un fantasma. - Pensó la Clotis que se acercó hacia el lugar en donde se encontraba Pascal. -

¿Puedo esperar a su lado señor Pascal? - Dijo la sirvienta.

-

Claro Clotis, yo también estoy solo. - Respondió Pascal.

Hora: Nueve y treinta y siete minutos.

379


MOISE-JARA

Jean Dupont llevaba en sus brazos a Henri que aún se sentía un poco mareado, su esposa Ana María-madre y la pequeña Claudette, le acompañaban. -

¿Y Jean Paul, no viene con Uds.? - Preguntó Pascal a Jean

-

No le hemos visto esta mañana. - Respondió Ana María-

-

Espero que no se duerman. - Dijo con una irónica sonrisa

Dupont. madre. Jean Dupont. Hora: nueve y cuarenta y tres minutos. El señor alcalde y su esposa, se personaron en la plaza; Alain Petit, mostraba unos pequeños ojos, aun medio dormidos. -

Vamos Alain, nunca pensé que fuera tan difícil despertarte. -

Dijo Louise. -

No lo entiendo cariño...Llevaba años sin poder pegar ojo por

las noches. ¡Quizá, el ejercicio de ayer! - Respondió el señor alcalde, que se aproximó al lugar en donde se encontraba Escargot. -

¡Buenos días hermano! - Dijo Escargot. Monsieur Petit le

mandó una tremebunda sonrisa. -

¡Buenos días, Charles! - Dijo Alain Petit.

Hora: nueve y cincuenta minutos. Ana María-hija trajo a Jean Paul Gassol, tirándole del brazo. -

Fíjate mamá, que ¡este tonto! no quería venir. - Dijo Ana

María-hija. Jean Paul alzó los brazos y se dejó conducir por su flamante esposa. La pareja se colocó al lado de los Dupont. Pascal Diderot abandonó su lugar, cerca de los caídos por la patria, y se acercó al grupo donde se encontraba Jean Paul; pero Ana María-hija, estaba muy pegada a su marido. 380


El Precio de La Salvación

Pascal no tuvo la oportunidad de poder hablar con su amigo en ese momento. Hora: Las nueve y cincuenta y ocho minutos. Se oyó un trueno, fue un trueno normal, ni muy fuerte ni muy débil. -

¡Ya están aquí. - Dijo alguien.

Todas las cabezas se levantaron al unísono, poniendo sus miradas en las grises nubes que cubrían el cielo, aunque ahora, ya no estaban apelotonadas. Falsa alarma, nada apareció en el horizonte. Hora: Las diez de la mañana. Comenzó a caer una fina lluvia, en lo referente a los autobuses de fuego, por el momento nada. La Clotis apretó sus muslos, la sirvienta comenzó a sentir unos fuertes deseos de orinar. -

No puedo moverme de aquí si llegan los autobuses, no estoy

y se van sin mí. ¿Qué le pasará a madame Solange, que no aparece? - Pensó la sirvienta. -

Si pudiera acercarme a Louise, ¿Pero qué le diría? ¡Ay Dios,

que tormento! Que lleguen pronto y nos vayamos todos. - Pensó Pascal. -

¡Y este muchacho sigue con su resaca! ¿A quién se le ocurre

hijo? - Dijo Jean Dupont. -

Creo que sería conveniente comenzar a cantar. - Dijo Louise.

Que apoyada por su cofradía de penitentas entonaron el aleluya. Algunas mujeres se pusieron de rodillas, los hombres se dieron las manos los unos a los otros formando una larga cadena de fraternidad. Hora: las diez y diez minutos. Aparte, del hecho que continuaba lloviendo y que las nubes habían cambiado un poco de posición...Nada. Hora: las diez y veinte minutos. 381


MOISE-JARA

El señor alcalde comenzó a pasear nervioso de un lado al otro la place du General De Gaulle, con su cabeza levantada y su mirada estudiando cada uno de los pedazos libres que quedaban entre nube y nube. El pueblo seguía entonando el aleluya, las mujeres que se habían arrodillado se pusieron de pie; Gastón Boulart se puso las manos en los bolsillos y comenzó a mirar al señor alcalde en tono inquisidor. Uno de los hijos de Escargot le dijo a su mamá que tenía ganas de hacer caquita. A madame Simplete se le escapó una gallina y comenzó a perseguirla por la plaza. Germaine se abrigó con las solapas del abrigo de astracán. Ana María-madre miro interrogativamente a su marido; Jean Dupont alzo los hombros pero no dijo nada. Jean Paul Gassol rodeó con el brazo a Ana María-hija y acercando su rostro al oído de la mujer. -

Te amo, mi bella lechera. - Dijo el maestro.

-

Me tienes que decir ¿qué es esto de la lechera? – dijo Ana

-

Oye Jean Paul, los autobuses no aparecen. – continuó Ana

María. María-hija con gran inquietud y desconcierto. Hora: diez y media. -

Escargot ve al ayuntamiento y sube a mi despacho. A ver

qué averiguas de Elías y de Enoch. - Dijo el señor alcalde. -

¿Quién yo jefe? - Replicó el secretario.

-

Quién va a ser, conoces a otro Escargot. - Dijo el alcalde.

-

¿Pero yo solo jefe...yo sólito? - Continuó protestando

Escargot. -

Yo te acompañaré. - Se ofreció Pascal.

Madame Simpleta continuaba detrás de su gallina. 382


El Precio de La Salvación

La esposa de Escargot aprovechó para llevar a su hijo a su casa con el fin de que el pequeño pudiera cubrir su necesidad biológica. Algunos de los penitentes dejaron de cantar, comenzó un murmullo entre los presentes que fue derivando en cuchicheo. Louise miró interrogante mente a su esposo; Monsieur Petit se alzó de hombros. -

A ver las noticias que nos traen Pascal y Escargot. - Dijo el

señor alcalde finalmente. Hora: Las diez y cuarenta minutos. Escargot y Pascal, aparecieron por la puerta del ayuntamiento. El secretario traía en sus manos una especie de muñecos inflables, pero completamente desinflados; Pascal, los restos de unas latas de conservas de carne, fabricadas en Canadá. -

Esto es todo lo que había en su despacho señor alcalde. –

dijo Pascal. -

Ni rastro de Elías, ni de Enoch, ni de las cajas con el dinero.

- Dijo Escargot. -

Y parece que los supuestos profetas. Comieron carne en

conserva. - Agregó Pascal. El cuchicheo se convirtió en murmullo; todo el mundo dejó de cantar. Poco a poco el murmullo se fue convirtiendo en comentario, el comentario en acusación. Una parte de los presentes comenzaron a llegar a la conclusión, de que habían sido estafados, aunque aún había algunos que seguían esperando la llegada de los autobuses de fuego. Los terrícolas humanos, como ya he dicho anteriormente, siempre procuran buscar un culpable fuera de ellos mismos. Un chivo expiatorio. -

Ud. fue el que nos los presento. - Dijo Gastón Boulart,

dirigiéndose al señor alcalde. 383


MOISE-JARA

-

Ve a saber si Monsieur Petit no ha estado en combinación

con los estafadores. - Dijo una voz de entre la gente. -

¿Y ahora qué vamos hacer? - Dijo uno.

-

¡Madre de Dios! - dijo la viejecita de siempre.

-

¡Ya la tengo! - Dijo madame Simplete, que había conseguido

atrapar a la gallina. Monsieur Petit, miro nerviosamente hacia las nubes, en un desesperado último intento. Lo único que estaba presente por el momento, era un poco de agua. Seguía lloviendo. -

No se haga el desentendido, Monsieur Petit...Ud. es el

culpable. - Volvió a acusar Gastón Boulart, que ya se veía en el puesto de primer mandatario en las próximas elecciones. -

Soy un idiota, debí haberle disparado al Elías, ese. Debí

haberlo hecho. - Pensó el señor alcalde, que no llegaba a encontrar una respuesta que ofrecer a sus conciudadanos. -

¡Sí! , Que el alcalde nos devuelva nuestro dinero. - Gritó

-

El está compinchado con el Eliseo...ese ¡Seguro! - Dijo otra

-

¡Sinvergüenza! ¡Sinvergüenza! - Dijo la vox populi.

-

Pero señores Yo fui uno de los que más pagó por. - Intentó

alguien. voz.

explicar el señor alcalde. -

Nadie ha visto que pagara nada. - Dijo Gastón Boulart.

-

¿Ud. recibió el pago de Monsieur Petit? - Preguntó alguien a

Escargot. -

La verdad es que yo...no, yo no lo recibí. Lo siento jefe, pero

no se mentir. Bueno, nunca miento en las cosas importantes. - Dijo Escargot. 384

¿Hiciste el pago, Alain? - Preguntó Louise.


El Precio de La Salvación

-

¡Claro que hice el pago, mujer! La maleta que me llevé de la

casa en esa que tú pusiste tus joyas y todo. - Respondió el señor alcalde. -

Entonces hemos perdido todo. - Dijo ella.

-

Hemos perdido como los demás del pueblo. - Respondió

Alain Petit. -

¡Mentira!, Ud. fue el que planificó la estafa con el fin de

enriquecerse más de lo que ya tiene. - Dijo Gastón Boulart. -

¡Sí. Sí! Que nos pague a todos nuestro dinero. - Dijeron

algunas voces. Repentinamente apareció una piedra, salida de no se sabe dónde. La piedra fue a parar a la cara del señor alcalde de Vieu-Chateau; produciéndole un pequeño corte. Un hilo de sangre comenzó a deslizarse por el rostro de Monsieur Petit. -

¡Alain, que te han hecho! ¡Cariño, qué te han hecho! - Gritó

Louise, que rápidamente se acercó a su esposo con un pañuelo en las manos. El corazón de Pascal, sintió un afilado punzón que lo atravesaba de lado a lado. -

¡Sinvergüenza! Debes pagar tu pecado. - Dijo alguien.

-

¡Basta! Ya estoy harto de oírles. - Dijo con fuerza la voz de

Jean Paul Gassol, que se adelantó del lugar en donde permanecía al lado de Ana María y se colocó junto al señor alcalde, enfrentando a toda la muchedumbre. -

Pero este hombre es culpable. Tiene que pagar. - Dijo

-

¡Cállate eunuco! ¿Saben quién está hablando? A ver si eres

Gastón. capaz de contarles a todos los del pueblo. Tus aventuras con esa Henriette. Una vulgar prostituta. - Dijo con energía, Germaine. Gastón Boulart no se atrevió a continuar hablando. 385


MOISE-JARA

En el grupo de los que apoyaban al enjuto caballero de derechas, en contra del señor Alcalde, comenzó haber sus discrepancias. Algunos abandonaron las injurias y su idea de que Monsieur Petit, era el culpable de todo. Hora: Once de la mañana...... La Clotis ya no pudo resistir sus ganas de orinar. A pesar de que la cosa estaba de lo más interesante, la sirvienta de Solange Curie, se vio obligada a dirigirse hacia la casa de su señora, para hacer pipí. La Clotis pensaba aprovechar para despertar a la comadrona de Vieu-Chateau e informarla de todo lo que estaba ocurriendo. -

Uds. son como el populacho. Esa masa amorfa, que no sabe

utilizar la cabeza para pensar. Que no tiene opinión personal y que carece de toda dignidad. Uds. son esa misma chusma, que hace dos mil años crucifico a Jesús de Nazaret, por el solo hecho de haber dicho. Amaos los unos a los otros, como yo os he amado. - Dijo Jean Paul Gassol. -

¡Y tú, de que hablas! Si hasta ayer eras ateo. - Dijo uno.

-

Fíjate, que ahora ni estás casado con la mosquita muerta, -

Dijo una. -

¡Oiga señora! Que por lo civil, sí están casados. Y eso es lo

que vale en toda la República. - Intervino Escargot. -

Casada o no, este es el hombre que yo amo y lo que me une a

él, es mi verdadero sentimiento de amor. El es mi marido y seguirá siéndolo le parezca a Ud. bien o le parezca a Ud. mal. Dijo Ana María. -

Y ahora comprendo que toda la falsa moral de sus prejuicios,

no es otra cosa, que la aberración que fabrican sus propias mentes retorcidas. Mentes sucias que en el fondo piensan lo peor y lo disfrazan con hipócritas palabras, para hacer ver una ética que en realidad no sienten en sus corazones. – continuó la muchacha. 386


El Precio de La Salvación

-

Uds. ni creen, ni aman al padre de los cielos. Uds. se han

fabricado un dios personal, un dios que en realidad son Uds. mismos. Vieron... ¡qué digo vieron! ¡Vimos! yo también me incluyo, la puerta abierta con esos falsos predicadores que supieron explotar el miedo que está escondido en lo más profundo de nuestros corazones. Se les pagaban unos centavos. Y ya todo estaba arreglado y perdonado. - Dijo Ana María-hija, colocándose al lado de su esposo. -

¡Bien dicho! - Dijo Pascal, que se había provisto de un buen

bastón, dispuesto a enfrentar a quien quisiera dañar a sus amigos a puro bastonazo. -

Yo reconozco que también me he equivocado, por el motivo

que fuera, pero fui yo. Yo soy el responsable de mis propias decisiones, desde el momento que lo hice, debo reconocer mi propia responsabilidad. – comenzó hablando Jean Paul. -

Uds. pretenden escudar el miedo que sintieron, porque estoy

seguro que más de uno se cagó de miedo, cuando los truenos, cuando el cielo se abrió o cuando Elías levantó la mano y yo caí desmayado. Quieren buscar un culpable en el exterior, y además son tan cretinos, que pretenden que ese culpable les devuelva el dinero que Uds. perdieron por su propio miedo, miedo a la muerte, miedo al infierno, miedo a pensar, miedo a Uds. mismos.. - Dijo Jean Paul Gassol. Un absoluto silencio siguió a las palabras del maestro de VieuChateau. Ana María-hija, se abrazó a su marido. Alain Petit permanecía callado contemplando aquel grupo de gentes, Monsieur Petit había siempre ambicionado ser el hombre más rico de VieuChateau, esto le llevo un día a escuchar las palabras de Escargot y obtener la alcaldía de aquel pequeño pueblo, en las montañas de los Alpes. La alcaldía le dio el prestigio que le faltaba, al comerciante de tierras y ganados, pero no le había dado el cariño y la confianza de sus conciudadanos. 387


MOISE-JARA

El señor alcalde rodeó con su brazo la cintura de su esposa, más alto no llegaba y después de darle las gracias a Jean Paul Gassol, se alejo en compañía de Louise hacia su mansión, en el extremo izquierdo de la rué de la Victoire. La Clotis se cruzó con la pareja de primeros mandatarios, la muchacha había salido corriendo de la casa de la comadrona. -

Monsieur Jean Paul, Monsieur Jean Paul, venga corriendo,

creo que madame Solange. Está muerta. - Gritó la sirvienta. Todos corrieron hacia la casa de los Curie; Jean Paul Gassol, su esposa, Pascal y el señor alcalde, subieron por los peldaños de la escalera hasta el primer piso, el resto del pueblo esperó en el hall de la casa y en la calle. La Clotis se quedó llorando en los brazos de Ana María-madre. Jean Dupont permaneció junto a su esposa con Henri en los brazos. Jean Paul Gassol descubrió a Solange Curie, viuda de la Ferriere, tendida en la cama, dentro de su blanco vestido de novia. Los ojos de la comadrona estaban abiertos, su mirada perdida en el techo de la habitación, su pecho permanecía inmóvil, el aire ya no entraba en su cuerpo, su expresión era de gran serenidad, se podía decir que una suave sonrisa afloraba en su rostro. -

¡Solange...tú al menos lo conseguiste! - Dijo Jean Paul, que

se acercó a la enfermera y cerrándole los ojos con su mano derecha, después la besó en la frente. Ana María-hija, Pascal y el señor alcalde, contornearon el lecho de la fallecida, todos permanecieron inmóviles con sus miradas puestas en Solange. A unos dos metros más atrás de donde esta escena se desarrollaba; dos seres hechos de Luz y de Amor, se cogían de las manos. 388


El Precio de La Salvación

-

Ves Jean Luc, él, hubiera podido ser nuestro hijo. - Dijo

Solange. -

¿Quién sabe? mi amor....Quizá en otro tiempo, en otro

futuro, quizá en otro espacio. Nos volvamos a reunir todos. - Dijo el teniente. Después de establecer la capilla ardiente, todos regresaron a sus casas. Nadie se enteró que Isaac el judío, también había fallecido aquella noche. ¡Claro, como Isaac era sordo y de otra religión! Hora: La una de la tarde. Regresó la energía eléctrica a Vieu-Chateau; en las noticias de la televisión, los habitantes del pueblo pudieron ver el reportaje de la visita que realizó el general De Gaulle al general Massur, este último, comandante de las fuerzas francesas estacionadas en Alemania. Charles De Gaulle, explicó por la televisión, al pueblo francés, que él les había comprendido, aunque esto los franceses no se lo creyeron mucho. De Gaulle había dicho lo mismo cuando lo de Argelia y. Lo que también dijo el general-presidente, es que el ejército francés le apoyaba en cualquier acción que fuera necesaria para restablecer el orden en el país. Esto los franceses, se lo creyeron más, conocían bien al viejo aristócrata nacido en Lille. El movimiento de protesta y la huelga general, que se conoció en la historia como mayo-68....había terminado.

389


MOISE-JARA

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El Precio de La Salvación

XVIII--Lo que sucedió en París. El día y la hora del fin del mundo. Elías y Enoch, vestidos a la usanza del siglo veinte, descendieron de un extraño y silencioso helicóptero, que se había posado en el jardín de una gran propiedad de los alrededores de la capital francesa. Dos hombres, con uniformes de color negro muy ceñidos a sus cuerpos y con un distintivo que parecía la carátula de una gran cabeza, se ocuparon de descargar las cajas con el dinero y las joyas. Elías y Enoch arrastraban la voluminosa maleta del señor alcalde, los dos profetas hicieron una reverencia a alguien que se encontraba completamente invisible en el interior de una hamaca. -

¿Todo ha salido a la perfección? - Preguntó una voz, que

provenía del interior de la hamaca. -

Sí señor, todo ha salido como Ud. lo planeo. - Dijo Elías.

-

¡Perfecto, perfecto, jefe! - Continuo Enoch.

-

¡je—Je—Je—Je---Ji—Ji—J!! - Dijo la voz.

-

Aquí está la maleta de Alain Petit; Ud. tenía especial interés

en el pago del señor alcalde. Pago todo sin rechistar. - Dijo Elías. -

Entonces debe de tener más escondido en otro sitio. - Dijo la

voz; y de la hamaca se incorporo un hombre, bueno mejor dicho, un hombrecito. ¡Qué digo un hombrecito! Eso...era. Algo que no media más de ochenta y cinco centímetros, con una enorme cabeza completamente desproporcionada con el resto del cuerpo; el ojo derecho medio palmo más alto que el izquierdo, el rostro lleno de purulentos granos. Tenía un brazo extremadamente corto y el otro muy largo, hasta el punto que cuando Edison Noel Cafulle, el enanito cabezón, se ponía en pie y caminaba, el brazo izquierdo le iba restregando por el suelo. 391


MOISE-JARA

Edison Noel Cafulle, era el jefe de la banda que había montado la operación. Desplumaje de Vieu-Chateau. Y es que el enanito cabezón que era malo, malísimo, era tan malo, que cuando decidió seguir la carrera de la maldad y dedicarle su vida. Un día se miro al espejo y se asusto el mismo, ¡Claro que eso no fue solo por lo de malo! Lo que sucedía es que el enanito cabezón, también era feo y era tan feo que cuando recibía a sus colaboradores, Edison Noel Cafulle se veía en la obligación de maquillarse, en caso contrario nadie era capaz de poder soportar su rostro al descubierto. Pero el enanito cabezón era un genio, un genio dedicado a la maldad, pero un genio, en el curso de su vida fue diferentes personajes que el mundo conoció por sus macabras obras. Edison Noel Cafulle fue Drácula, fue el primero en descubrir que eso de chupar la sangre de las víctimas, salía más barato que comprar leche en los supermercados. También quiso ser Frankenstein, pero no dio por eso de la talla, entonces fue Nerón, Calígula y ya que estaba en eso de los romanos. Julio Cesar. Lo de Julio Cesar, lo fue poco tiempo, porque todo el mundo comenzó a llamarlo Julito. Edison dejó el papel y se marchó enojadísimo. Edison Noel Cafulle, fue el doctor, No contra James Bond, allí nuestro hombre, mejor dicho, nuestro hombrecito, aprendió todas las técnicas cinematográficas, que le permitieron los efectos escénicos de Vieu-Chateau; lo de las nubes, de los truenos, del sol y todo lo demás. Durante la época en que el enanito cabezón se dedico al cine, le ofrecieron el papel de lobo feroz, en la película “ La Caperucita Roja "; pero Edison Noel Cafulle, se comió de verdad a la caperucita durante el primer ensayo, los productores tuvieron que reemplazarle y a la caperucita también.

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El Precio de La Salvación

Después el enanito cabezón, como ya se encontraba en Hollywood, se fue a la escuela de Lhutor, el eterno enemigo de Superman, con Lhutor, nuestro personaje aprendió a ser sabio, sabio malo naturalmente. Hubo un papel cinematográfico, que Edison no fue capaz de conseguir, eso ocurrió cuando Disney rodaba

“Blanca Nieves y los siete

enanitos" Por las características del guión, habían muchas oportunidades para Edison Noel Cafulle, pero él, se empeñó que quería interpretar el de Blanca Nieves y Walt. - ¡Qué no! - y Edison. - ¡Qué sí, sí puedo! y Walt. - Si quieres, te dejo hacer de reina mala y Edison. - No, yo quiero el de Blanca Nieves. ¡O nada! Entonces Walt Disney, que a pesar de su apariencia dulce, algunas veces se enfadaba de verdad. -

¡Pues nada, Edison...nada de nada! – le respondió Walt con

firmeza. Y esto le dejó una terrible frustración a Edison Noel Cafulle, que si no fuera, porque, todo en el mundo le había predestinado para ser un terrible monstruo de la maldad. En el fondo, muy en el fondo de nuestro caballerito a él, lo que en verdad le hubiera gustado, hubiera sido nacer Blanca Nieves. Con lo que había ganado en el cine y ya diplomado por Lhutor para cometer las peores fechorías de la historia. Edison se instaló en una lujosa propiedad cerca de París, allí en su laboratorio secreto comenzó a desarrollar todas sus maldades, que iban a ser muchas. La operación desplumaje de Vieu-Chateau, era su primer golpe de importancia. Quiso empezar por el pequeño pueblo de los Alpes franceses, porque nuestro malvado aprendiz de brujo, sentía un descomunal odio hacia el lugar que había sido la cuna de su nacimiento. Edison Noel Cafulle, vio el mundo por primera vez, hacía veinticinco años en un carromato de gitanos que acampaba en las cercanías de VieuChateau. No es que Edison fuera a cien por cien gitano, sólo su madre, 393


MOISE-JARA

pertenecía a la raza de los nómadas, re corredoras de polvorientos caminos. Su padre. Ese era el problema. Su padre nunca se supo, quién fue, a lo mejor fueron varios. Era indiscutible, que había que poner mucho empeño para lograr sacar un tipo tan mal hecho y feo, como Edison Noel Cafulle, lo de malo, eso lo hizo él sólito de forma autodidacta. Un día de primavera de 1942, subió por el serpenteante camino que conduce a Vieu-Chateau, una carreta tirada por un par de borricos. La carreta iba conducida por una bella gitana, que viajaba sola. Rectifico, acompañada por tres gatos, un loro y dos serpientes. La gitana recorría los pueblos del sur-oeste de Francia; Europa se encontraba en plena guerra; Vieu-Chateau, le pareció un lugar tranquilo La mujer, vivía del espectáculo que efectuaba con sus dos serpientes; de lo que en ocasiones, lograba afanar y también de los regalos que le proporcionaban los distinguidos caballeros que la visitaban por las noches. Más de un castillo-viejense se acerco sigilosamente hasta el carromato de la viajera. Monsieur Petit desde luego; Gastón Boulart. Escargot, Monsieur Simplete y hasta en una noche de desesperación, el entonces joven, Jean Paul Gassol, el resultado fue que la gitana se quedó embarazada. ¿Pero quién era el padre? Los respetables caballeros de Vieu-Chateau, con Monsieur Petit al frente, se reunieron un día en el café de Jean y llegaron a la conclusión, que no podían permitir la presencia de gitanos cerca del pueblo, por el peligro que ello podía suponer, sobre todo un carromato habitado por una siniestra mujer. Se decidió expulsarla. La gitana les amenazó con denunciar, quién era el padre de la futura criatura que guardaba en su vientre. Los caballeros, se volvieron a reunir y decidieron que una pobre e indefensa mujer, que se encontraba en cinta y vivía sola, .mejor permitirle 394


El Precio de La Salvación

que permaneciera en Vieu-Chateau, hasta que diera a luz. ¡Claro! No dentro del pueblo, que se instalara con su carromato al lado del río. Todos los personajes implicados en la funesta acción, a excepción del joven Jean Paul Gassol, continuaron visitando a la gitana y proporcionándole lo necesario para que la mujer pudiera sobrevivir. El día de navidad de 1942, en medio de una fuerte nevada, Solange Curie, asistió a la gitana en el parto de un varón, algo especial pero varón; desde su llegada Edison ya poseía una gran cabezota, lo de los ojos mal asimétricos y un solo testículo, eso sí, bastante grande. La mamá gitana murió después del parto, para que la historia fuera más triste. Edison Noel Cafulle, fue entregado a un pastor un tanto alienado que le sirvió de padre. Y eso si que fue un acto de decisión y buen corazón por parte de Monsieur Petit, que se opuso a la idea de Monsieur Boulart. El enjuto caballero de derechas, decía que lo mejor que se podía hacer con la criatura, era ahogarlo en agua hirviendo. -

No Monsieur Boulart...no. Al fin y al cabo es un ser humano.

- Dijo Alain Petit. Escargot se acercó para mirar bien al recién nacido. No estoy completamente seguro que sea un ser humano. - Se dijo Escargot. -

Aunque eso de ahogarlo en agua hirviendo, me parece una

salvajada. - Continuó pensando Escargot. -

Le digo Monsieur

Petit, que esta criatura terminará

trayéndonos problemas. Además es muy feo. - Dijo Gastón Boulart. -

¡Qué no! Démoslo al pastor para que lo críe y que él

pequeño viva en la montaña. - Respondió Alain Petit. Finalmente así lo hicieron. El pastor le puso como nombre Edison, convencido de que el muchacho iba a ser un genio, en eso no se equivocó; Noel porque, nació el día de navidad y Cafulle porque, este era el apellido del pastor. Como 395


MOISE-JARA

Monsieur Cafulle, además de pastor era muy bruto, quiso que el muchachito aprendiera desde su tierna infancia y que aprendiera a toda rapidez. A cada error que cometía el pequeño Edison, garrotazo por aquí, garrotazo por allá; sobre todo los garrotazos que le dio en sentido vertical... eso no ayudó en nada, en el crecimiento del niñito. Cuando Edison Noel Cafulle, cumplió los diez años, el pastor también se murió, quizá del hecho de convivir con el niño que entonces aun no sabía maquillarse. El cónclave de respetables señores se volvió a reunir en secreto, se decidió que había que hacer algo por Edison, pondrían cada uno una cantidad y lo mandarían a un colegio para su educación. Lo mandaron a un reformatorio de Marsella. Era gratuito. Así Edison fue creciendo, no mucho en altura, más bien en odio; cuando tuvo diecisiete años, se escapó del reformatorio, el director se alegró, sus compañeros también; ni tan siquiera se dio parte a la policía ¡Toditos callados! No obstante, el muchacho consiguió salir adelante y aunque no poseía físico, lo compensó con lo de la cabeza, hay que reconocer que cabeza si tenía el chico. En 1968 y con la ayuda que le dieron las circunstancias de mayo-68 y la paralización de toda Francia. Edison Noel Cafulle, hizo nevar sobre Vieu-Chateau y el resto ya lo sabemos. Supongo que se ha leído Ud. la novela desde la primera página. -

Está bien tomemos una copa de champagne. - Dijo Edison a

sus dos colaboradores, que en verdad eran dos actores de teatro con poca suerte. -

Si jefe. - Dijo Elías, que se llamaba Pierrot.

-

Voy a traerlo. - Dijo Enoch, que se llamaba Diopulos y era

de origen griego. 396

¿Y cuál será el próximo golpe...Jefe? - Preguntó Pierrot.


El Precio de La Salvación

-

¡Ah! ¿Te gustaría saberlo? ¡Eh! - Respondió Edison.

-

Si jefe, me gustaría saberlo. Ya sabe Ud., que yo le admiro

mucho. - Dijo Pierrot. -

Je--Je—Je—Ji—Ji—Ji! - Pues no lo sabrás hasta que llegue

el momento. Después lo vas hablando por ahí y sale la película antes del libro. - Dijo el enanito cabezón. -

¡Pero jefe! Creo que le he demostrado mi fidelidad y mi

competencia en esto de la operación Desplumaje de Vieu-Chateau. -

Hubieron momentos verdaderamente difíciles para mí. Lo

de oficiar la boda, esto no estaba en el libreto. - Dijo Pierrot. -

¡oye Pierrot! El papel de cura te queda bien ¡eh! - Dijo

Edison Noel Cafulle. -

Gracias jefe. - Respondió Pierrot.

-

Tengo que reconocer que tanto tú, como Diópulos, habéis

hecho un buen papel. ¡Claro!. Que casi todo ha sido consecuencia de la excelente preparación de la operación por mi parte. Recuerda lo que te costó, aprenderte los nombres de los habitantes de Vieu-Chateau con las fotografías que yo te iba mostrando. - Dijo Edison. -

Pero Enoch...Digo Diopulos, nunca fue capaz de retener los

nombres. - Replicó Pierrot. -

¿Qué están hablando de mí? - Preguntó Diópulos, que se

acercaba con el champagne y tres copas en la mano. -

Pues que nunca fuiste capaz de retener los nombres de los

habitantes de Vieu-Chateau. - Repitió Pierrot. -

Pero bien te salvé de la situación, cuando lo de Jean Paul

Gassol en la plaza. ¡Por cierto jefe! ¿Qué era esa botella que apreté y salió algo que afectó al maestro? - Dijo Diópulos. -

Eso es un espray de mi invención. Un potente gas

adormecedor dijo Cafulle. 397


MOISE-JARA

-

El ejército americano ya me lo quiere comprar para utilizarlo

en Vietnam. ¡Ji-Ji! - Dijo el enanito cabezón. -

¡Vamos jefe, aváncenos algo de la próxima operación! -

Insistió Pierrot. -

Si Monsieur Cafulle, no nos deje con el agua en la boca.

Sabe que nos encanta oírle hablar. - Dijo Diópulos. -

De la próxima, no les voy a contar nada, pero ya que insisten

les explicaré algo que vamos hacer de aquí a unos cuantos años. Como he visto que Pierrot hace muy bien el papel de cura. Y como yo se que llegará haber un Papa que reinará en el Vaticano muy poco tiempo. Ese Papa será sucedido por otro, un polonés que a su vez sufrirá un atentado un trece de diciembre, día de Santa Lucía. Y como estoy viendo que esto del miedo, de las iglesias y de las religiones, es el mejor negocio que existe. Desde ahora Pierrot, te prepararás y en el momento oportuno reemplazarás al Papa, con ello tendremos acceso a toda la fortuna del Vaticano. ¡Je- Je-Je- Ji-Ji-Ji! Dijo Edison. -

¿Y cómo sabe Ud. que pasarán todas esas cosas Jefe? -

Preguntó Pierrot. -

Ese es mi secreto. Ese es mi secreto. Por eso yo soy el jefe

-

Je—Je—Je—Ji—Ji—Ji. - Dijo el enanito cabezón, que en

realidad, lo que hacía Edison Noel Cafulle, era leerse con atención todas las profecías habidas y por haber. Y el muy vivo, compraba los periódicos por adelantado. -

Es Ud. un genio, Jefe. - Dijo Diópulos.

Todos bebieron champagne, Edison Noel Cafulle lo hizo con una pajita, porque le era más cómodo y así no se estropeaba el maquillaje.

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EPILOGO En el camino de regreso a mi nave, hice una pequeña escala en VieuChateau. Ya era la tarde del último día; Monsieur Alain Petit se había refugiado en su sillón, con su whisky y su cigarro habano, contemplaba el brillo que producían unos troncos al quemarse en la chimenea. Voy a dimitir de alcalde, haré que nombren a Escargot en mi sitio, de esta forma continuaré manejando los asuntos del pueblo desde lejos. Yo me dedicaré a leerme todos los libros que tengo en la biblioteca. Si los hubiera leído antes. - Pensó el señor alcalde. Louise se encontraba en su habitación, estaba haciendo una novena a la Virgen, le había encontrado gusto, a eso de ser una mujer decente, no solo decente; una mujer devota. Lo de las novenas también era distraído y no había que darle explicaciones a nadie. -

¿Pero Germaine, que estás haciendo? - Dijo Gastón Boulart.

-

Ya lo ves, estoy bajando mis maletas. Me voy a vivir a

Marsella. - Respondió Germaine, que colocaba diferentes bultos en el hall de su casa. -

¡Mujer, quizá podríamos arreglar! - Dijo Gastón.

-

¿Arreglar? ¡Estás loco! Acabo de darme cuenta que soy una

mujer bastante rica. ¡Ah! Y ya puedes irte preparando, porque voy a vender la casa. - Dijo ella. -

¿Y dónde voy a vivir? - Preguntó Gastón.

-

Quizá puedas ir con la Henriette, esa, ¡Eunuco! - Respondió

Germaine. Solange Curie no decía nada, ni decía ni pensaba, estaba quietecita en su lecho de muerta con seis velas a su alrededor y la visita de unas cuantas 399


MOISE-JARA

viejecitas, que además de rezar por su alma. Se sentían satisfechas de no ser ellas las protagonistas del entierro. La Glotis muerta de miedo, se había ido a refugiar a la casa de Pascal Diderot; el muchacho estaba muerto de asco. Al final, la Clotis y el Pascal, encontraron un sistema para distraerse de sus sentimientos de muertos. Claude terminó encontrando la llave del café de Jean, le pidió perdón a su pichoncito y se dedicó a poner un poco de agua en las botellas de Anisete, había que recuperar la pérdida de los días en que no se vendieron bebidas alcohólicas. Jean Dupont consolaba a Ana María-madre, que se encontraba completamente deprimida, por eso de que no iban a morir toda la familia el mismo día, el matrimonio Dupont, terminó la jornada tomándose unas copitas. Ana María-madre, cambió su punto de vista, sobre lo de tomarse un trago y fumar. Estuvo por primera vez de acuerdo con su marido. Jean Paul y Ana María, hicieron el amor, a ella le fue gustando cada vez más; después de unos cuantos, la pareja se quedo dormida. Hacia las dos de la madrugada, Jean Paul, se despertó y bajo al salón-comedor-bibliotecaetc. Alrededor de las dos y media, se despertó Ana María, se encontró sola en la cama, bajó al salón-etc. -

¿Qué haces aquí solo mi amor? - Dijo ella.

Jean Paul estaba sentado en el sofá y miraba quemarse algo en la chimenea. -

Estaba pensando. - Dijo él.

-

¿Y qué pensabas? - Preguntó Ana María, sentándose al lado

de su marido y acurrucándose muy cerca de él. -

Pensaba que nada es completamente real, todo es como un

sueño. - Dijo él. 400

Como una película. - Agregó ella.


El Precio de La Salvación

-

Eso es un conjunto de imágenes que nunca se detienen. Un

conjunto de imágenes que vivimos, sin darnos cuenta que las vivimos. - Dijo Jean Paul. -

¡Oye! ¿Qué es ese papel que se está quemando? - Preguntó

Ana María. -

Es mi tratado sobre la No existencia de Dios. - Respondió

Jean Paul. La pareja se quedo mirando como el papel se retorcía por los efectos del fuego. Coloqué la película en el censor alfa tres, pulsé los botones y despegué de la Tierra. Cuando mi nave se encontraba fuera de la atmosfera terrestre, recibí un mensaje del caballero de la Hermandad Blanca. -

Moise, es conveniente que salgas lo más pronto posible de

esa zona. - Dijo Libertad. -

¿Qué ocurre? - Pregunté.

-

Se ha detectado que el sol, la estrella de ese sistema, se está

acercando a la Tierra. - Dijo el caballero. Tuve el tiempo justo de conectar la velocidad hipersónica, cuando me encontraba en el límite de Plutón. ¡Boom! Vi explotar el planeta Tierra. ¿Qué Ud. continua viviendo en la Tierra? ¡Claro!. Eso fue una de las Tierras. ¡No sabía que hay varias! ¿Quizá Ud. viva en la otra? Pero esa Tierra, le aseguro que explotó. Y si no me cree Puede Ud. darse una vuelta por los Alpes franceses, justo allí donde hacen frontera Francia, Italia y Suiza, le garantizo que le va a ser imposible encontrar ni el más mínimo rastro de Vieu-Chateau. Monsieur Petit, su esposa Louise, Monsieur y madame Boulart, Escargot. los Dupont, Jean Paul y Ana María...todos desaparecieron en el. ¡Boom!. 401


MOISE-JARA

Desde mi nave pude contemplar, un sinfín de pequeñas bolitas de fuego que se encontraban en la órbita que antes ocupara el planeta Tierra. Daba la sensación que un sinnúmero de estrellas habían caído del cielo. Entonces recordé la frase. Y el sol se puso negro como saco de pelo, y la luna entera se puso como sangre, y las estrellas del cielo cayeron a la tierra. Parece que Jehová se había salido con la suya y de una patada, fin de una civilización por aquí, ¿quizá comienzo de otra por allá? Ya nada me quedaba por hacer, sentí pena por aquella bella esfera que reflejaba colores entre verde y azul. De todas formas como Hilarión no me había dado el libreto. Tampoco es seguro que de haberlo tenido. Yo, Moise Jara hubiera sido capaz de enfrentarme sólito contra Jehová. Ahora comprendía el porqué mi jefe había insistido tanto, en que no debía intervenir. Decidí regresar a Utopía con la mayor rapidez que pude; Rowena me debía estar esperando para cenar.

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Windmills International Edition Inc. California - USA – 2012

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