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juego de espejos

| Del otro lado | México | Amadeo, norteño, nunca se identificó con

la Narco-cultura del norte de México. No le gustaba que el narcotráfico pintara las casas del pueblo, construyera escuelas o instalara el alumbrado público para las calles. No le gustaba que los narcotraficantes tuvieran que hacer el trabajo que el gobierno había dejado de hacer. Tampoco le gustaba la literatura que se hacía sobre esa actividad. No le gustaba la música que hablaba sobre el negocio –grupos como Exterminador o Los Originales de San Juan –, las letras le parecían bastante sosas y el ritmo excesivamente repetitivo; a él más bien le gustaba la bohemia ranchera, la música de José Alfredo Jiménez. Sol sabía que el capo podía forzarla a estar con él aun si ella no quisiese, sin embargo no hizo falta ningún tipo de forzamiento, el flechazo había sido instantáneo. No le gustaban muchas cosas del narco pero él era un narco. Desde que tenía 15 años, hace 10, Amadeo se perfilaba ya como la joven promesa del narcotráfico y una fama de capo menor le envolvía desde los 22. La fama de Amadeo no era inventada, desde muy joven se valía por sí mismo, aun a pesar del aspecto de niño enclenque que tenía. Sobrevivir a una temprana orfandad le había creado una mirada que no se amedrentaba ante los horrores del hampa.

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A los catorce años se dio cuenta de que José Alfredo cantaba una verdad básica para todo ser humano, la de que no vale nada la vida / la vida no vale nada. Si la vida no vale nada, se decía, entonces hay todo por hacer. La mística bohemia del cantautor siempre le había gustado por lo que sus ratos libres los dedicaba a las pulquerías y cantinas elegantes del pueblo. Fue en una de esas cantinas que Amadeo conoció a Sol, una cantante con vestido de Adelita que deleitaba a la audiencia con el “Deja que salga la luna” de José Alfredo. De inmediato el joven invitó a Sol a sentarse con él y acompañarle con un tequila. Es verdad que con su fama y poder él podría obligar a cualquier mujer a estar con él, también es cierto que Sol sabía que el capo podía forzarla a estar con él aun si ella no quisiese, sin embargo no hizo falta ningún tipo de forzamiento, el flechazo había sido instantáneo en ambos y al poco tiempo de conocerse sabían que no querrían separase. A la primera noche que pasaron juntos supieron que querrían casarse. A la tercera noche que pasaron juntos, antes de dormir, Sol le cantaba al oído a Amadeo “Cuando estoy entre tus brazos, siempre me pregunto yo… ” A lo que Amadeo le respondía también al oído, “¿Cuánto me debía el destino, que contigo me pagó?”. Pero fue precisamente el destino el que se apareció a los pocos meses para saldar cuentas. En una cantina, mientras cenaban, alguien intentó matarlo. El incidente no habría pasado a mayores –Amadeo había sobrevivido ya a


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