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NUEVE MIRADAS DE LOS NIÑOS SOBRE EL MUNDO

Dra. Martha Maricela Galicia Lira

Docente de doctorado en el Colegio Mexiquense de Estudios Psicopedagógicos de Zumpango

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Calle Resurrección s/n, Coatlinchán, Texcoco, Estado de México, México

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La palabra educar ha tenido una connotación significativa a lo largo de la historia, ya que implica transmitir conocimientos de una generación a otra para garantizar la supervivencia de la especie (Acosta, 2012). Al contextualizar esta acción en el ámbito pedagógico, es fundamental analizar el papel que desempeña la educación en la vida de los niños, ya que es el punto de partida para su desarrollo cognitivo, social y emocional, es decir, para convertirse en seres sentipensantes (Espinosa, 2020). No obstante, para comprender verdaderamente la experiencia educativa de los niños, es esencial prestar atención tanto al entorno escolar como al ambiente familiar y otorgar voz a sus miradas. En estas páginas, se explora el mundo a través de la mirada de nueve niños de diferentes edades que residen en entornos rurales, mientras dos de ellos viven en una zona urbano-marginal, con la intención de conocer su percepción de la escuela y cómo aplican los co- nocimientos adquiridos en su hogar; además, se resaltan los valiosos aprendizajes que las familias pueden ofrecer y que las escuelas pueden integrar en sus prácticas pedagógicas.

Inicialmente, desde la perspectiva de los niños, la escuela se presenta como un lugar emocionante repleto de descubrimientos y nuevas experiencias. Para ellos, la escuela se percibe como un espacio de juego, aprendizaje y aventura (Tonucci, 2012). Los salones de clase se transforman en escenarios donde los niños pueden explorar, experimentar, relacionarse con sus compañeros, cantar, participar en obras de teatro, cuidar de las plantas, dibujar, escribir e incluso vivir algunas de las tradiciones más representativas, como el Día de los Muertos (Fig. 1).

Los niños en edad preescolar comienzan a comprender la estructura y las rutinas escolares, lo cual les ayuda a desarrollar nociones de orden, disciplina y seguridad, contribuyendo así a su comprensión del mundo que les rodea. Además, valoran a sus maestros como figuras de apoyo, guía, compañía y cuidado, ya que los animan a descubrir sus propias capacidades y enfrentar desafíos. Como resultado, cuando regresan a casa, es común que realicen actividades de manera diferente o incluso omitan algunas, y justifiquen estos cambios citando frases como "mi maestra dijo que se hace así", "mi maestra dice que eso no se hace", " mi maestra nos contó que..." o "la maestra dice que eso es malo...". El asombro, la emoción y la motivación se despiertan en los niños. Sin embargo, se dan cuenta de que los conocimientos adquiridos en la escuela trascienden el entorno escolar. Juan y Diana consiguen lo aprendido pueda aplicarse en su vida diaria (Fig. 2); por ejemplo, utilizan sus habilidades de lectura y escritura al leer cuentos, escribir notas o hacer la lista para ir de compras. También aprovechan estos conocimientos al crear tarjetas para sus seres queridos o al expresarse a través de obras de arte. Asimismo, los conceptos matemáticos, como contar o reconocer formas, se manifiestan al organizar sus juguetes, construir una casita de juegos o colaborar en la preparación de la comida.

Además, los niños aprenden a través de la observación y la imitación. Con frecuencia, replican en casa las prácticas que han experimentado en la escuela, como establecer reglas en los juegos, organizar sus pertenencias y mostrar a sus padres lo que han aprendido, también demuestran autonomía escolar realizando sus tareas y trabajos (Fig. 3). Esto evidencia cómo la escuela puede influir en la forma en que los niños interactúan y se relacionan en su entorno familiar. Juan, por ejemplo, comenta la escuela le ha enseñado a ser ordenado. Por otro lado, Diego y Alexis mencionan que aplican lo aprendido en las actividades de limpieza y cuidado de su espacio. Diana y Daniela destacan que saben trabajar en equipo y ser responsables. Incluso Dianita, Pablo y Sharil actúan como maestros de su hermanito de 2 años.

Del mismo modo en que los niños llevan consigo los conocimientos de la escuela al hogar, las familias poseen una riqueza de saberes que pueden compartir con las escuelas. Estos aprendizajes se fundamentan en conocimientos comunitarios, valores, costumbres y tradiciones transmitidas de generación en generación. Por ejemplo, incluyen habilidades relacionadas con el cuidado de los animales, habilidades para montar a caballo y otras prácticas útiles en la vida cotidiana (Fig. 4). Un ejemplo de esto es Miguel, quien utiliza su caballo como medio de transporte, demostrando cómo estos saberes pueden ser aplicados de manera práctica en la vida diaria. A esto, se suma el hecho de que las familias aportan una diversidad de perspectivas y conocimientos culturales que enriquecen el entorno educativo.

Comparten prácticas culinarias, canciones folclóricas y conocimientos básicos de diversos oficios, entre otros aspectos (Fig. 5). Estas experiencias permiten a los niños explorar diferentes culturas y desarrollar una mentalidad abierta y respetuosa hacia la diversidad, al tiempo que estimulan la neuroplasticidad cerebral. En las comunidades rurales, acciones como la agricultura, la ganadería, el comercio, la albañilería y el arte forman parte del día a día de los niños, y constituyen un valioso acervo cultural repleto de experiencias que los impulsa a ser creativos e investigadores en la escuela.

Cabe mencionar, las familias son expertas en el cuidado y la crianza de sus hijos. Su conocimiento acerca del desarrollo emocional y las necesidades individuales de los niños puede brindar información valiosa a los educadores, permitiéndoles adaptar estrategias pedagógicas de manera más efectiva para sa- tisfacer las necesidades de cada niño, promoviendo una educación más personalizada y centrada en el bienestar integral.

Romagnoli y Cortese (2015) sostienen que las familias desempeñan un papel crucial en el aprendizaje y el rendimiento escolar de los niños al comunicarles las expectativas que se tienen de ellos, valorar sus capacidades y brindarles experiencias en entornos enriquecedores, como el campo, el mar, las calles y los museos. Además, proveen a los niños de herramientas para el aprendizaje, como libros, herramientas mecánicas, utensilios de cocina y tecnología, así como fomentan su participación en actividades deportivas y culturales, como peregrinaciones, carreras y partidos. En otras palabras, despiertan la curiosidad de los niños y los guían hacia el uso del pensamiento crítico (Ordieres et al., 2012). Estas acciones, cuando son retomadas y forta- lecidas por la escuela, potencian las habilidades y competencias de los niños (ver fig. 6).

De esta manera, podemos afirmar que la escuela y el hogar son dos pilares fundamentales en el proceso educativo. Al adoptar la perspectiva de los niños, podemos comprender cómo perciben y se relacionan con ambos entornos. Esto implica la necesidad de repensar los significados de la escuela y el hogar, tanto desde una perspectiva pedagógica como social, en una sociedad que está abierta las 24 horas del día, tanto simbólica como materialmente (Caride, 2020, p. 395).

Lo anterior involucra unirse a los procesos de transformación social, cultural, tecnológica y económica. En este sentido, se debe implementar una educación disruptiva que amplíe los horizontes de conocimiento de los niños como un derecho al servicio de sus comunidades. Es decir, garantizar acciones inclusivas y equitativas, con oportunidades de aprendizaje a través de políticas públicas en materia educativa.

Por lo tanto, reconocer la intersección entre la escuela y el hogar implica la necesidad de establecer una comunicación fluida y colaborativa entre las familias y las escuelas. Esta colaboración es esencial para integrar los conocimientos de ambos entornos, enriqueciendo así la experiencia educativa de los niños y promoviendo su desarrollo integral. Es importante comprender qué piensan, sienten y anhelan los niños en relación a su vida adulta, y buscar todos los medios posibles para ayudarlos a alcanzar sus metas y aspiraciones. Desde estas nueve miradas, estos niños fusionan los conocimientos adquiridos en la escuela con los saberes sociales y familiares, visualizándose en un futuro como adultos comprometidos con el servicio a su país y la mejora de las condiciones de vida en sus comunidades. Por ejemplo:

1. Sharil: se siente con el compromiso de ayudar a otros a cuidar su salud y piensa que siendo médico puede lograr su objetivo además de encontrar soluciones a enfermedades.

2. Pablito: le agradaría ser militar para ayudar a todos los ciudadanos del país.

3. Dianita: quiere ser maeta (maestra) porque puede hacer que los niños aprendan más cosas, quiere enseñarles otros panoramas y formas de vida.

4. Juan: anhela ser cantante y desde su voz dar alegría y acompañar a mucha gente para que sean felices.

5. Diana: le gustaría ser maestra de preescolar porque cree que enseñando a los niños desde chiquitos con mucho cariño pueden ser muy inteligentes.

6. Daniela: desea poder ayudar a encontrar respuestas en escenarios de inseguridad y trabajar en el sistema de justicia de la nación como criminóloga.

7. Diego: se plantea contribuir a mejorar la seguridad y la forma de impartir justicia y cree que como policía es posible lograrlo, “voy a arrestar a las personas que se lo merezcan y salvar gente”.

8. Miguel: aunque los estudios escolares no son su fuerte cree que los saberes comunitarios y la práctica podrán ser el medio para lograr ser jinete de caballos en carreras (jockey, yóquey o yoqui) dado su gusto por los animales, particularmente, los caballos.

9. Alexis: es sabedor que la vida real es distinta a la vida en el salón de clases. Aunque asiste a clases de formación para el trabajo, en su taller de Serigrafía, el equipo para poner en marcha un taller es costoso, por ello, está ideando trabajar en actividades de diversos oficios que le permitan reunir fondos para comprar su maquinaria y poner su negocio.

Finalmente, al reconocer y valorar la perspectiva de los niños en relación con la escuela y el hogar, es posible crear entor- nos educativos más inclusivos y participativos, que estén en sintonía con sus necesidades y experiencias. Por lo tanto, es responsabilidad de las autoridades trabajar en pro de un sistema educativo de calidad. Asimismo, las escuelas deben realizar diagnósticos adecuados para que las estrategias de los maestros puedan incorporar los conocimientos comunitarios, que son tan ricos en vivencias, sueños y deseos de todos los niños y; los padres, sumarse al trabajo de los maestros. De esta manera, se fomenta una educación que verdaderamente conecta con las realidades y aspiraciones de los niños de todas las edades.

Referencias bibliográficas

-Acosta, F. M. (2015). Educar, Enseñar, Escolarizar: el problema de la especificación en el devenir de la Pedagogía (y la transmisión). Tendencias Pedagógicas, 20, 93–105. https://revistas.uam.es/tendenciaspedagogicas/article/view/2016

-Caride, J. A. (2020). Educar y educarnos a tiempo, pedagógica y socialmente | To educate and educate ourselves in time, pedagogially and socially. Revista Española de Pedagogía, 78 (277), 395-413. doi: https://doi.org/10.22550/REP78-3-2020-03

-Espinosa, D. R. (2020). Latidos sentipensantes de un maestro como forma de resistencia a la calidad de la educación. Márgenes, Revista de Educación de la Universidad de Málaga, 1 (3), 291-313. DOI: https:// doi.org/10.24310/mgnmar.v1i3.8510

-Ordieres, A., Cárdenas Cisneros, M. E., & Macías Graue, G. (2012). Formación en el pensamiento crítico. -Romagnoli, C. & Cortese, I. (2015). ¿Cómo la familia influye en el aprendizaje y rendimiento escolar? Ficha VALORAS.

-Tonucci, Francesco. (2012). Con ojos de niño