Grossman, Lev - El Codice Secreto

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—¿Cómo llega alguien a ser un inversor? —No lo sé. ¿Cómo se hace? El dejó de trabajar. Le picaba la frente y se la frotó con el dorso de la mano, el único punto limpio que quedaba. —No tienes que contármelo si no quieres. —No hay mucho que contar -dijo él-. Crecí en Maine. Mi padre era ingeniero; mi madre, diseñadora gráfica. Todavía lo es. Hizo una colección de delantales, agarradores para los pucheros y salvamanteles que se vendió bien. Tiene una manera especial de dibujar las verduras, los pimientos y las cebollas. Probablemente los has visto. »Mi padre se hizo cargo de la manufactura y la comercialización. Quizá no deberían haberse metido en negocios juntos. Me enviaron a un internado para la secundaria. Luego se separaron por alguna disputa acerca de patentes y derechos, el aspecto y el tacto. Ella estaba preparando una demanda cuando él murió de repente. Un accidente de buceo. —Lo siento. —Lo llamaron un accidente imprevisible. -Edward se aclaró la garganta. Recitado en voz alta, su propio pasado le parecía extraño-. Pero en realidad no hay nada de imprevisible en morir cuando estás pescando con arpón dentro de un tubo de lava a cien metros de profundidad, ¿verdad? -Hizo una pausa, sorprendido ante lo amarga que sonaba su voz-. Supongo que todavía me enfurece lo descuidado que era. En fin, el caso es que ella se fue a California y yo fui a Yale. Hace años que no la he visto. Cuando me gradué, supongo que sólo estaba buscando un poco de estabilidad. Una apuesta segura. La gestión de inversiones parecía la clase de apuesta más segura que puedes encontrar. La mayoría de mis amigos habían empezado a hacerlo, eso o algo similar. —Las apuestas seguras no existen -dijo Margaret. —Todo es una apuesta segura si eres el corredor de apuestas. Era una respuesta demasiado fácil. El silencio volvió a envolverlos, de algún modo todavía más profundo que antes. —Margaret -dijo Edward-, ¿todavía crees que el códice podría ser un fraude? Margaret se aclaró la garganta y contestó: -Difícilmente sería el primero de su especie. La historia está llena de ejemplos de seudoepígrafos. —¿Seudo...? —Fraudes. Estafas. Falsificaciones literarias. El Culex, supuestamente los escritos juveniles de Virgilio; «La carta de Aristeas», que era un falso relato de la composición del Antiguo Testamento; Los viajes de sir John Mandeville. Annio de Viterbo, quien pretendía ser un sacerdote babilonio; el Libro de Jasher de Jacob Ilive; la supuesta Ciudad de luz de Jacopo de Ancona. »En el siglo XVIII la gente se pirraba por la poesía de un bardo escocés del siglo m llamado Ossian. Lo llamaban el Homero celta, y ejerció una gran influencia sobre los románticos. Después de que muriese, se descubrió que nunca había existido. El hombre que afirmaba ser el traductor de Ossian, un conocido académico llamado James MacPherson, se lo había inventado todo. »Más o menos al mismo tiempo, un adolescente de Bristol que vivía en la pobreza había empezado a producir algunos poemas muy logrados que aseguraba eran la obra de un monje del siglo XV llamado Thomas Rowley. Decía que los había encontrado dentro de un viejo arcón. El muchacho se llamaba Thomas Chatterton. Naturalmente, los poemas eran falsos. Chatterton se consideraba un fracasado, y se envenenó cuando tenía diecisiete años. Keats escribió Endimión acerca de él. »Los libros no tienen que ser reales para ser ciertos. Gervase habría entendido eso. ¿Era real la obra de Rowley? Era auténtica poesía. Edward oyó el chirriar de la escalera de Margaret mientras ella la arrastraba por el suelo como un gran animal de compañía recalcitrante. —Sospecho que el Viaje terminará como lo que los bibliógrafos llaman un fantasma -dijo ella, su voz de nuevo distante-. Un libro que ha sido documentado y del que se ha dado testimonio en la literatura, pero que nunca existió realmente. Siguieron trabajando en silencio durante otra hora. Al principio Edward sentía curiosidad por cada una de las cajas que comprobaba y echaba un vistazo a los contenidos cuando éstos le


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