Alex Ryder - Pasión de una noche

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81 -dijo sonriendo y estirando los brazos-. Lo único que puedo hacer es arrojarme a tu merced. -¿Te refieres a la misma merced que demostraste conmigo y con las otras mujeres? ¿A aquellas que obtuvieron precisamente lo que se merecían, según tus propias palabras? -No estoy intentando disculparme por lo que hice... excepto por lo que te hice a ti. La respuesta que Catriona iba darle se silenció al oír aquello. Lo miró dubitativa. -Espero que no estés tratando de insultar ahora mi inteligencia contándome una excusa para tu comportamiento. ¿O es que vas a jurarme con la mano en el pecho que de pronto has comprendido tu error y que lo lamentas? -No te contaré excusas, te contaré mis razones -contestó él con gravedad-. Sólo te pido que me escuches y que me des la oportunidad de explicarme. Catriona dio un trago de vino. Lo miraba con escepticismo por encima del borde del vaso. Aquella iba a ser una buena historia, se dijo. Iba a explicarle por qué había seducido y luego abandonado a todas esas mujeres. Probablemente estaría acostumbrado a interpretar esa escena. Y probablemente también llevara en el bolsillo la «Guía para seducir e inventar excusas plausibles». Sin embargo, se dijo, ¡qué diablos!, al menos se reina un rato. -Adelante, te escucho. Los ojos de Ryan parecieron brillar de sorpresa. Luego adoptó una mirada sombría y se volvió para mirar por la ventana el cielo nocturno. Catriona lo observó con un cinismo justificado. Era mucho más fácil mentir dando la espalda y escondiendo la cara. No sabía por qué había accedido a perder el tiempo de ese modo. Ryan permaneció en silencio unos instantes interminables, mirando a las estrellas. Buscaba inspiración, de eso no cabía duda. Tenía que inventarse alguna historia que ablandase su corazón y derribase sus defensas. Bueno, se dijo, si pretendía conseguirlo, tendría que ser una verdadera obra de arte. Cuando por fin habló, lo hizo en una voz tan baja que Catriona tuvo que esforzarse por escucharlo. -Fue en una noche despejada y llena de estrellas, igual que ésta, cuando recibí una llamada telefónica de la policía... -de nuevo volvió a caer en el silencio, pero por fin se dio la vuelta y continuó-. Será mejor que empiece por el principio -añadió a modo de disculpa. Podía empezar por donde quisiera, pensó Catriona. De cualquier modo, el resultado sería el mismo. -Cuando tenía veinte años, mi madre, viuda, volvió a casarse y yo tuve un hermanastro. Malcolm sólo tenía diez. Era un gran chico. Siempre estaba riéndose y jugando con todo. Nos hicimos inseparables. Catriona gimió para sí misma. Recordaba que Madge le había contado que su


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