Batalla cultural sur 27 09

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labatallacultural SEPTIEMBRE DE 2015

EDICIÓN

NÚMERO 7

DIRECCIÓN

GENERAL ARAM AHARONIAN Y CARLOS ALBERTO VILLALBA

EDITOR

MIGUEL RUSSO

YO TE AVISÉ El segundo tomo de la antología Manifiestos políticos argentinos abarca veinte años claves para el país: 1956/1976. Dos décadas de sueños y pesadillas, de palabras y de balas. Dos décadas de lucha, ayer como hoy, entre dos modelos: la calle o el silencio. El documento primigenio del Grupo Espartaco (arte militante, la política en acción artística) que se reproduce de ese libro, es una muestra de la imprescindible actualidad que el pasado obra en el presente.


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UNA LECTURA DE LA HISTORIA El segundo tomo de la antología Manifiestos políticos, editado por los ministerios de Cultura y de Educación de la Nación, abarca dos décadas cruciales para la historia del país: 1956/1976. De la Fusiladora al golpe de Estado. La proscripción, Perón vuelve, Cooke, Frondizi, Prebisch, Mafalda, las repercusiones de la Revolución Cubana, Masetti, Walsh, Hernández Arregui, Masotta, Gelman, Urondo, el Grupo Espartaco (del cual se reproduce en estas páginas su manifiesto inaugural), Illia, Mariano Grondona y sus comunicados, la guerrilla, Onganía, la actualización doctrinaria de Perón cuando Pino Solanas era Octavio Getino, Tucumán Arde, Rosariazo, Tosco, Cordobazo, Trelew, las izquierdas, la vuelta de Perón, la dictadura. Veinte años que fueron la columna vertebral del presente, allí donde se fraguaron y amamantaron los nombres de hoy. Los documentos de esos años, reunidos de manera impecable por el equipo conformado por Diego Caramés, Mariana Casullo, Matías Farías y Roberto Pittaluga, son material de rigurosa lectura y relectura. Campo propicio para comprender qué se peleaba entonces y qué se sigue peleando en estos tiempos. Los cuatro integrantes del consejo asesor y editores de este tomo seleccionaron el material en base a tres tipos de registros: “Manifiestos (que incluyen también proclamas y discursos públicos), intervenciones intelectuales (que se expresan en discusiones, polémicas, editoriales de diarios y de revistas) y artefactos culturales (que abarcan desde pinturas e imágenes de cuadros, folletos y fotografías, hasta poemas, crónicas y cartas, pasando también por testimonios y memorias)”. Y, de manera fundamental, lo hicieron desde “una perspectiva anclada en la intervención de los sectores populares y en la confl ictividad política que ella expone, lo cual se hace particularmente visible en un dossier especialmente dedicado a las generalizadas revueltas y rebeliones populares acontecidas a lo largo de todo el país entre fi nes de los sesenta y principios de los setenta”. La antología está organizada en dos capítulos. El primero, recopila las intervenciones entre 1956-1966. El segundo, las realizadas de 1966 a 1976. Siempre poniendo “en diálogo un conjunto de documentos que conforman diferentes bloques temáticos, con la intención de que mediante ellos asomen algunas de las problemáticas más relevantes de la época, las cuales se atraviesan y se conectan de modos que no son necesariamente cronológicos”. Como no podía ser de otra manera, analizando aquellas décadas tan conflictivas como generadoras de nuevas y viejas teorías, los textos dan cuenta de este proceso de crítica y crisis pero también de redefinición de las identidades políticas que se operan en este período. Se trató de veinte años de crisis hegemónica. Y pensando el período de esa manera, como dicen los editores, “puede apreciarse a través de aquellos documentos que la evidencian en la política de los grupos dominantes para ejercer tareas dirigentes, así como también a través del fuerte y generalizado cuestionamiento a la articulación y distribución de los poderes sociales, políticos y económicos vigentes, cuestionamiento lanzado por colectivos políticos sumamente heterogéneos”. Al mismo tiempo, asumido ese cuestionamiento, la lectura del segundo tomo de Manifiestos políticos habilita “la puesta en suspenso de la credibilidad en un orden consagrado, como también una serie de preguntas en torno a los compromisos intelectuales y políticos que debían asumirse en un contexto de esta índole”. Esperada segunda parte del Manifiestos políticos 1890-1956, y necesario preámbulo del próximo tercer tomo (desde 1976 hasta la actualidad, que se espera para noviembre), este tomo agrupa también algunos “fragmentos y sostenes ideológicos de la brutal escalada represiva con que se clausura ese ciclo de crisis hegemónica, a través de un corpus que da cuenta del favor con que contó dicha escalada por parte de poderes e instituciones del Estado, sectores ampliados de partidos políticos, asociaciones empresariales y sindicales. Así, puede leerse cómo las desapariciones, asesinatos, persecuciones, torturas y atentados que se intensifican al fi nal del período que abarca esta antología, apuntaron a la desarticulación, e incluso el aniquilamiento, de las organizaciones populares surgidas entre los años ’60 y ’70”  M.R.

MANIFIESTO s evidente que en nuestro país, a excepción de algunos valores aislados, no ha surgido hasta el momento una expresión plástica trascendente, definitoria de nuestra personalidad como pueblo. Los artistas no podemos permanecer indiferentes ante este hecho, y se nos presenta con carácter imperativo la necesidad de llevar adelante un profundo estudio del origen de esta frustración. Si analizamos la obra de la mayor parte de los pintores argentinos, especialmente de aquellos que la crítica ha llevado a un primer plano, observaremos como característica común el total divorcio con nuestro medio, el plagio sistematizado, la repetición constante de viejas y nuevas fórmulas, que si en su versión original constituyeron auténticos hallazgos artísticos, al ser copiados sin un sentido creativo se convierten en huecos balbuceos de impotentes. Las causas determinantes de esta situación están en la base misma de nuestra vida económica y política, de la cual la cultura es su resultado y complemento. Una economía enajenada al capital imperialista extranjero no puede originar otra cosa que el coloniaje cultural y artístico que padecemos. La oligarquía, agente y aliada del imperialismo, controla directa o indirectamente los principales resortes de nuestra cultura, y, a través de ellos, enaltece o sume en el olvido a los artistas seleccionando únicamente a aquellos que la sirven. Constituye, además, por ser la clase más pudiente, el principal mercado comprador de obras artísticas. En virtud de los intereses que repre-

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senta se caracteriza en el plano cultural por una mentalidad extranjerizante, despreciativa de todo lo genuinamente nacional y por lo tanto popular. El resultado de todo esto es que el artista no tiene otro camino para triunfar que el de la renuncia a la libertad creadora, acomodando su producción a los gustos y exigencias de aquella clase, lo que implica su divorcio de las mayorías populares que constituyen el elemento fundamental de nuestra realidad nacional. Es así como, al dar la espalda a las necesidades y luchas del hombre latinoamericano, vacía de contenido su obra, castrándola de toda significación, pues ya no tiene nada trascendente que decir. Se limita entonces a un mero juego con los elementos plásticos, virtuosismo inexpresivo, en algunos casos de excelente técnica, pero de ninguna manera arte, ya que éste sólo es posible cuando se produce una total identificación del artista con la realidad de su medio. No se piense que esta última sea una afirmación arbitraria: constituye un problema que hace a la esencia misma del arte. En efecto, un arte nacional es la única posibilidad que existe de hacer arte. A través de las mejores obras de los más grandes artistas de la historia, percibimos ante todo, el espíritu de la sociedad que las engendró. No puede ser de otra manera, ya que el artista es un hombre y todo hombre se conforma fundamentalmente según los elementos sociales que gravitan sobre él: productor de la sociedad, al expresarse artísticamente, si lo hacen en un sentido profundo y con sinceridad, dará expresión, de un modo


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DEL GRUPO ESPARTACO inevitable, al medio que lo rodea. El ritmo del crecimiento histórico es variable para cada sociedad y esa variación es el principal elemento incidente en el origen de las nacionalidades. En consecuencia toda obra artística, por el hecho de ser una expresión social, necesariamente ha de ser también una expresión nacional. Generalizando, podría decirse que el arte surge como el resultado de una necesidad de expresión individual, que al concretarse será una expresión nacional, pues el individuo fundamentalmente es producto de la nación, y culminará finalmente, en expresión universal, ya que los problemas trascendentes del hombre son universales. El problema del surgimiento de un arte nacional en nuestro país, determina el verdadero alcance que debe tener para nosotros el término “nacional”. Unidad geográfica, idiomática y racial; historia común, problemas comunes y una solución de esos problemas que sólo será factible mediante una acción conjunta, hacen de Latinoamérica una unidad nacional perfectamente definida. La gran Nación Latinoamericana ya ha tenido en Orozco, Rivera, Tamayo, Guayasamín, Portinari, etc., fieles intérpretes que partiendo de las raíces mismas de su realidad han engendrado un arte de trascendencia universal. Este fenómeno no se ha dado en nuestro país salvo aisladas excepciones. El arte latinoamericano, considerando las características sociales y políticas de nuestro continente, ha de estar necesariamente imbuido de un contenido revolucionario, que será dado por el libre juego de los elementos plásticos en sí, prescindiendo de la anécdota desarrollada, si es que la hay. La anécdota podrá tener una importancia capital para el artista cuando aborda una temática que siente profundamente y en la cual encuentra inspiración; pero en última instancia no constituye el elemento que justifica y determina la validez intrínseca de la obra de arte, ni es de ella que emana el contenido de su trabajo. De ahí lo absurdo de cierto tipo de pintura pretendidamente revolucionaria que se limita a describir escenas de un revolucionarismo dudoso, utilizando un realismo caduco y superado. No es de extrañar entonces que por su misma inoperancia esta pintura sea tolerada, y hasta en cierto modo favorecida, por aquellos mismos que combaten toda expresión artística auténticamente nacional y revolucionaria. Es imprescindible dejar de lado todo tipo de dogmatismo en materia estéti-

ca; cada cual debe crear utilizando los elementos plásticos en la forma más acorde con su temperamento, aprovechando los últimos descubrimientos y los nuevos caminos que se van abriendo en el panorama artístico mundial y que constituyen el resultado de la evolución de la Humanidad, pero eso sí, utilizando estos nuevos elementos con un sentido creativo personal y en función de un contenido trascendente. Todo intento de creación de un arte nacional, es consecuentemente combatido por ciertos críticos al servicio de la prensa controlada por el capital imperialista. Se ha apelado a todos los recursos, desde el ataque directo, en nombre de una universalidad abstracta, hasta la rumbosa presentación de algo que, como

arte nacional, ni siquiera es arte. Se trata en verdad de refractar en el campo de la creación artística, el sometimiento económico y político de las mayorías, pero simultánea e indisociablemente, sus luchas por emanciparse. Porque en la medida en que el arte llama y despierta el inconsciente colectivo de la humanidad, pone en movimiento las más confusas aspiraciones y deseos, exalta y sublima todas las represiones a que se ve sometido el hombre moderno, es un poderoso e irresistible instrumento de liberación. El arte es el libertador por excelencia y las multitudes se reconocen en él, y su alma colectiva descarga en él sus más profundas tensiones para recobrar por su intermedio las energías y las esperanzas. De ahí que para noso-

 El arte latinoamericano, con las características sociales y políticas de nuestro continente, debe estar imbuido de un contenido revolucionario.

tros el arte sea un insustituible arma de combate, el instrumento precioso por medio del cual el artista se integra con la sociedad y la refleja, no pasiva sino activamente, no como un espejo sino como un modelador. De las manos de la nueva generación de artistas latinoamericanos habrá de salir el arte de este continente, que aún no ha realizado su unidad; quizá le esté reservado por este arte revolucionario realizarla antes en la esfera creadora como síntoma de la inevitable unificación política. Pues no sería la primera vez en la historia que el arte se anticipa a los hechos económicos o políticos; y tal vez en ello reside su grandeza. Partiendo de la realidad, la prefigura y la renueva. Estos objetivos se cumplirán mediante una doble acción: el arte, no puede ni debe estar desligado de la acción política y de la difusión militante y educadora de las obras en realización. El arte revolucionario latinoamericano debe surgir, en síntesis, como expresión monumental y pública. El pueblo que lo nutre deberá verlo en su vida cotidiana. De la pintura de caballete, como lujoso vicio solitario hay que pasar resueltamente al arte de masas, es decir, al arte 


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DANIEL CHOLAKIAN

l Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires aún está naciendo. Las siete ediciones que se completan en estos días (el cierre de ésta es el martes 29) son apenas suficientes para completar el esbozo de lo que es, pero no para definir qué camino intenta trazar y ni siquiera para saber si es un evento que trazará algún camino. De modo que todo análisis de su trayectoria y su presente es apenas transitorio y está disponible para ser objetado, refutado y aniquilado en apenas un par de años. El FILBA comenzó en Buenos Aires en 2008, y la de 2015 es su séptima edición (no se realizó en 2009). Creado por Pablo Braun, fundador de la prestigiosa y exitosa editorial (y librería) Eterna Cadencia –prestigiosa y exitosa vaya uno a saber en qué cuotas en cada caso– actualmente el festival está bajo la dirección ejecutiva de Gabriela Adamo, quien fuera hasta 2014 directora de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. De algún modo, ambos espacios físicos y simbólicos pueden ser pensados como parte de un proceso histórico global que atraviesa todos los momentos y materialidades de nuestro presente. La ola liberal conservadora que desde comienzos de los ’80 del siglo pasado desarrolló su momento hegemónico a nivel planetario, tuvo un impacto en el mundo de los libros y del campo intelectual de un modo que puede ser pensado en esta díada FILBA-Feria del Libro. La industria editorial mundial sufrió una concentración que difícilmente otras industrias globales hayan sufrido. Megacorporaciones que atraviesan las barreras idiomáticas y continentales absorbieron gran cantidad de editoriales en todo el mundo y amenazan con seguir concentrando capitales, mercados y marcas. En la Argentina, dos grandes corporaciones editoriales multinacionales son propietarias de los principales sellos, tomando en cuenta la cantidad de títulos publicados y las porciones de mercado que detentan. Este proceso no es solo parte del recorrido

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FILBANDO BAJITO

EN EL NOMBRE DEL PADRE ILBA es el acrónimo de Festival Internacional del Libro de Buenos Aires. Y se F hace, con ese nombre/marca, en Santiago de Chile y Montevideo. ¿Es acaso ese modo de nombrar una manera de establecer un régimen de jerarquía intelectual, un modo de leer, una manera de organizar el campo intelectual? ¿Por qué si es en Montevideo se llama “de Buenos Aires”? Siguiendo la idea de una elite intelectual que se recrea a sí misma después de la ronda de negocios de la era liberal conservadora, no puede dejar de repararse en el nombre, que establece una relación de dependencia entre las sedes que es solamente funcional, pero se resignifica simbólica.

nacional de la ola neoliberal, sino de un proceso mundial de concentración del capital que aún continúa vigente. En cierto modo como respuesta a la crisis de 2001 y a propósito de las particularidades de las prácticas nacionales de la lectura, emergieron en el mundo editorial vernáculo buena cantidad de pequeños emprendimientos que, con perfiles definidos, con escrituras novedosas y con catálogos de autores extranjeros no publicados, construyeron no sólo un nicho de mercado, sino también una nueva tradición editorial que fue adquiriendo un

OPINIÓN. D.Ch.

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o confieso. Vivo una tensión potente en una suerte de pertenencia a una elite en la que entré de casualidad y mi mirada sobre el mundo. Me incomoda lo bien que la paso escuchando a escritores noruegos que jamás leeré, una tarde de sol cualquiera en un lugar agradable, como si fuera parte de un grupo de elegidos que conoce las claves para un mundo feliz. Soy parte de una elite burguesa urbana intelectual, a quien las editoriales envían libros a domicilio incluso sin que los pida. Una elite que, por supuesto, nunca dice esto en primera persona. Podemos encontrarnos en una muestra con una copa de espumante o en la pileta de un hotel al amparo de la cobertura de un festival de cine. No nos reconocemos como iguales, eso es cierto. En lo personal y más allá de lo político, tengo un abdomen más prominente que los demás, varios años sobre el promedio y una evidente falta de estilo en mi forma de vestir.

Un burgués pequeño pequeño Asisto con cierta regularidad a estos eventos, comparto charlas con sus organizadores, leo una cantidad de libros que no podría comprar y tengo muchos otros guardados por meses en sus envoltorios. Me invitaron a viajar y dormí en suites de hoteles cinco estrellas. Ser periodista cultural puede ser la puerta de entrada al goce de un modo no poco envidiable. Pensando el FILBA y la cuestión del campo artístico e intelectual, no pude dejar de preguntarme qué me distingue de los demás, que puedo destinar un jueves a ver una película por la mañana y a la presentación de un libro por la tarde, como si el mundo que corre en la ciudad al lado mío fueran espectros de una vida que no me toca. ¿Qué hace que yo y no otro pueda acceder desde el placer a estos momentos de belleza?

Y, tal vez, lo más preocupante: ¿hasta dónde con mi trabajo avalo la producción y circulación de un conjunto de bienes culturales que no son accesibles de un modo igualitario, diverso y federal al conjunto del pueblo? La neurosis, entonces, sentado un mediodía de primavera con un libro en el patio de la vieja Abadía, es inevitable. La crítica cultural y su hermano bobo, el periodismo cultural, están cargados de herencias elitistas que vienen del antiguo proceso de modernización oligárquica y la mala comprensión del peronismo. Esta raíz elitista me constituye. No dudo que se puede ocupar este lugar privilegiado sosteniendo la posición personal política. Hacer periodismo como una práctica de

pensamiento crítico, como un ejercicio sistemático y metódico que no intenta acomodar las ideas a la conveniencia. Alejado del sentido común, de la repetición. Hacer periodismo desde la ética de la intervención. Trabajar con la intención de intervenir en el ámbito social para transformar las condiciones de producción de las relaciones humanas. Hacer periodismo como un ejercicio concreto de intervención honesta y sostenida en el medio en el que uno vive. Ni neutral, ni independiente ni distante. La cuestión está en el deseo, que es la piedra filosofal. El arte y la cultura convocan al deseo. El deseo como motor original. Allí está la causa de lo político: en el deseo del niño lector, el del joven militante, el del charlista y el del buen bebedor. He ahí, en el deseo alejado de todo hedonismo, la necesaria respuesta a la crisis hamletiana del ser o no ser. No está dicha la última palabra.


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conjunto de variadas identidades individuales y una identidad colectiva, al mismo tiempo que ocupó un lugar nada desdeñable en el ámbito intelectual, especialmente porteño. Aunque muchas veces lograron más prestigio que respuesta material, más elogios que libros vendidos o leídos. Lo que dejaron los ’90

Tal vez con este escenario se pueda pensar el par FILBA-Feria del Libro desde una perspectiva que va más allá de los contenidos circunstanciales. Ambos son, de uno u otro modo, lo que aquellos ’90 dejaron, material y simbólicamente. La Feria del libro es el lugar de la industria editorial antes descripta, donde el resto de los participantes son figurantes alrededor del centro ocupado por las grandes corporaciones. Allí no sólo se venden libros y autores, sino que se pone en juego una idea idílica: la fantasía de una relación casi íntima entre el autor, el comprador (porque allí el lector es siempre un comprador) y el objeto impreso. Produce, año tras año, una operación de marketing que agiganta el valor social de la lectura, y se reproduce la siempre perversa confusión entre lo popular y lo masivo. La Feria es, al menos en este momento y tal vez como no lo fue nunca, el lugar privilegiado de las nuevas corporaciones. El FILBA es, en contraposición y en línea con su origen, el lugar de cierto espacio editorial independiente, con prestigio bien ganado para un sector importante del ámbito intelectual académico, pero sin capacidad de permear hacia sectores populares. Probablemente el espacio en el cual se inscribe el FILBA carezca de una mirada popular a propósito de la literatura y de las artes en general. El FILBA, a diferencia de las viejas experiencias del campo artístico intelectual como por ejemplo el Instituto Di Tella con el que tiene algunos puntos en común posibles de rastrear, es un proyecto que no apuesta a la intervención en lo público. De este modo, los actores que proponen este evento se abstienen de toda pretensión de vanguardia. El interesante proceso editorial descripto sobre el que se organiza simbólicamente, tiene todavía por delante diversas configuraciones posibles. Sin embargo, el gesto, el rictus creativo que lo caracteriza, hace pensar que van en camino de consolidarse como una elite. Esto en el mejor de los casos. Peor aún sería que derive en la forma de onegeísmo, modelo complejo del cual difícilmente se regrese. Lo que se debe advertir en esta mirada especular entre uno y otro –aun cuando entre ellos no parece haber diálogo ni enfrentamiento– es que se puede pensar el impacto que el proceso económico que trajo consigo la desaparición del Estado, la concentración del capital, el retiro de los sectores populares de los debates y la producción artístico intelectual producto de la crisis, el devenir de un nuevo unitarismo cultural que aún cuesta quebrar, la relación privilegiada con el mundo europeo y estadounidense que se recreó en los ’90 y, especialmente, el retiro del mundo universitario al interior de los claustros, a sostener el ingreso y los cargos bajo un sistema de reproducción de honores anquilosado, productivista y ajeno a toda discusión en el espacio público. De esto, ni la Feria ni el FILBA son responsables, aun cuando sí emergentes.

Por un lado, está el espacio del capitalismo más salvaje en el mercado de la industria editorial. Por el otro, hay una elite que se reinventa a sí misma después de una doble crisis, económica e intelectual. En el medio: el vacío de las diversas formas de lo público.

Presente y futuro

Esta séptima edición se titula “Mitos del futuro próximo”, como el título de un libro de J. G. Ballard. En ese futuro puede pensarse tanto en relación con la tecnología y los nuevos formatos de escritura basados en saltos técni-

ENTRE SANTIAGO Y MONTEVIDEO l FILBA se desarrolla en San-

tiago de Chile y Montevideo al E mismo tiempo que en Buenos Aires. Carola Roa es la responsable del capítulo chileno y Claudio Burguez del uruguayo. Ambos destacan el valor de los espacios. En Santiago organizan “almuerzos donde un editor y un autor cocinan y conversan sobre literatura. El público va a colaborar en la repartición de las tareas, generando un espacio de conversación tan íntimo como solo permite la cocina. Queremos que hablen de literatura en un ámbito distendido y cercano”. A su vez, FILBA Montevideo será “una maratón para todos los públicos, geográficamente diseñada para que sea fácilmente recorrible. Las sedes están a una distancia caminable entre sí, todas en el mismo barrio, la Ciudad Vieja de Montevideo”.

Los organizadores destacan el valor del encuentro y el intercambio en esta propuesta de trabajo regional. Burguez afirmó: “‘Encuentro’ es la palabra clave. El encuentro de escritores internacionales con el público, encuentro de estos escritores con los de nuestro país y encuentro del público de la literatura consigo mismo. Los formatos y las excusas son varias, todo con entrada libre”. En el mismo sentido se expresó Roa: “Necesitamos mirarnos cara a cara. El intercambio vía mail, las lecturas digitales y la relación vía redes sociales seguirán existiendo, pero es distinto tener la oportunidad de verse después de un tiempo de contacto virtual, intercambiar libros físicos y tener la oportunidad de caminar por una ciudad que no es la propia en compañía de escritores. Esto es lo que FILBA promueve”.

HABLAR DE LO QUE SE LEE ensamos este festival de literatura como un espacio de encuentro de gente que tiene un interés en común, en este caso en la lectura, y se pasa cinco días hablando de libros y de sus formas de leer. Dado que al festival lo organiza una fundación que tiene como objetivo estimular la lectura, lo que nos mueve es que todas las personas que estén cerca del festival salgan más entusiasmados con la lectura de lo que llegaron. Al FILBA se acerca gente que es medianamente lectora y lo que queremos es ofrecerle que puedan encontrar libros distintos a los que están acostumbrados a leer. Es una fiesta de gente que le gusta leer y que va a encontrarse con escritores y con otros lectores para compartir este entusiasmo, esta pasión”, explicó Gabriela Adamo, directora ejecutiva del festival. La conversación es una de las claves

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que organiza las actividades. Según Adamo, “la conversación en torno a la lectura es la que la enriquece, la que hace entender de otro modo la lectura de un texto. Le da profundidad a una lectura. Por eso queremos que el entorno se preste a que la gente pueda quedarse. Quedarse en los talleres a la mañana, a la hora de la siesta en la biblioteca abierta tirados en el patio interno de La Abadía, en las mesas y lecturas. Nos vincula el placer. Hablar de lo que leemos. Eso es lo que queremos poner en circulación en esos días”. El futuro de la lectura, los lectores, los soportes y las escrituras es el eje elegido para este encuentro. “Estamos en medio de una revolución, por eso el énfasis puesto en la lectura y los lectores y no en los libros. Retomando el título de Ballard, Mitos del futuro

cos como también en relación con las nuevas autorías, las nuevas voces, los nuevos modos de encuentro entre la palabra literaria y su público. Pensando en la materialidad de este futuro, el poeta costarricense Luis Chaves afirma que “es evidente que existen nuevos soportes. Soportes que quienes nacimos y crecimos cuando no existían, valoramos desde otro lugar. Con éstos se dan mezclas de géneros y el resultado son géneros híbridos, géneros nuevos. Estos híbridos del presente futuro exigen un lector menos cuadrado, menos taxativo. A mí me da curiosidad dónde van a llevar a la literatura y a las artes estos nativos digitales”. Pero, para terminar, afirma: “Eso sí, escribiremos siempre de lo mismo”. Martín Kohan fue designado para abrir el festival. El título elegido para la conferencia fue “Desfiguraciones”. A partir del mismo, abordó algunas cuestiones del presente de la literatura argentina con una mirada de futuro: “Parecería que todo lo que se escribe es realista. Veo una cierta proclividad a generalizar el realismo. En cambio me propongo señalar toda otra zona de la literatura argentina contemporánea, que responde a un criterio de desfiguración: desfiguración de sí, o de la historia”. En este presente que se escribe y se lee (porque en definitiva se discute los modos de leer el presente que se inscribirán en el futuro y les darán sentidos a los días) hay otras inquietudes para el autor de Ciencias morales: “Pienso enfocarme en una discusión de la cuestión de la autofiguración autoral: de qué manera esa tendencia tiende a relegar los textos y la lectura, o bien a imponerse en los propios textos hasta convertirlos en una pura mostración de sí”. En la literatura, pero también en el cine, en la crítica, en el teatro, la construcción de un autor que precede a la obra y no un autor que surge desde el recorrido artístico, es el modo en que los ’90 se construyeron como hijos de los ’60. Tal vez esta sea una relación similar a la que sostiene el FILBA con su propia genealogía. Todavía es temprano para saberlo 

próximo, nos preguntamos cómo va a ser el lector del futuro, cómo va a ser el escritor del futuro y cómo van a circular las palabras. Sabemos que no vamos a terminar con respuestas, pero por lo menos tendremos un montón de ensayos de respuestas”. Tres sedes en ciudades latinoamericanas y muchos autores de la región participantes. Esto se explica por una vocación latinoamericana manifestada por su directora. “Nacimos de la literatura latinoamericana, es nuestro ADN. Quienes lo organizamos somos conscientes de las dificultades que tiene la circulación del libro en el continente. Es más fácil enterarte de lo que se está publicando en España o en los Estados Unidos, que de lo que se está publicando en Perú o en Colombia. Siempre fue muy difícil para la literatura latinoamericana armar un circuito interno. Un festival como éste tiene que ser un gran foro de encuentro del continente”.


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MIRAR, MIRARSE, SER MIRADO

M.R.

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l viaje que propone entrar a la sala La Gran Lámpara del Centro Cultural Kirchner es meterse de lleno en América latina. Porque la muestra que allí se expone, Aquí nos vemos, relata y hace vivir cada una de sus fiestas, de sus dolores, de su colorido, de sus pequeñas y descomunales historias. Pareciera que los ojos no van a alcanzar para verlo todo. Pero alcanzan, aunque una y otra vez el estallido de la imagen obligue a que se vuelva a determinada foto, a que la siguiente resignifique la anterior, a que el todo que se presenta sea el todo que se ve. Y más, siempre un poco más. Dice Adriana Lestido, una de las más geniales fotógrafas argentinas y curadora (junto a Juan Travnik y Gabriel Díaz) de esta muestra, a la hora de averiguar el cómo de la impresionante selección: “Lo que miramos, básicamente, es que fueran

imágenes necesarias, vitales. Hubo un recorte y, como en todo recorte, quedaron muchas cosas afuera, pero la idea fue que no se tratara de una muestra más de autores, que no fueran imágenes especulativas. Imágenes que a nosotros nos movilizaran, que estuvieran vivas. En lugar de trabajar, como se hace a veces, en concepto de muestra y recién después buscar las imágenes que se adecuen a ese concepto, hicimos al revés, partiendo de imágenes que para nosotros eran esenciales. Y tratamos que esas imágenes llamaran a las demás”. De ese modo, que contiene la simpleza de lo soberbio, se amalgamó este notable

diálogo real entre los distintos autores. Y, a la vez, logra lo que parecía un imposible. Cuenta Lestido: “Así, los autores se fueron diluyendo en la muestra. Logramos que no se tratara de una muestra de autor o de autores. Abrimos espacios a gente no tan conocida y que está trabajando mucho y muy bien. Y de los autores más consagrados seleccionamos aquellas imágenes que no eran tan conocidas por el público. De ese modo logramos que no estuviera tan presente el autor y que la muestra confluyera como un todo. Donde una cosa llevara a la otra y donde en el recorrido, la gente pudiera entrar en el mundo de la muestra”.

QUIÉNES, DÓNDE, CUÁNDO a muestra se puede visitar hasta el 15 de noviembre, con entrada libre L y gratuita, en la sala La Gran Lámpara, sexto y séptimo piso) del Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151, Ciudad de Buenos Aires), de jueves a

Son casi 300 obras de 68 fotógrafos de la región (Argentina, México, Brasil, Perú, Paraguay, Uruguay, Cuba, Colombia y Chile). Pero al momento de precisar sobre la latinoamericanidad de las fotografías expuestas, Lestido es tajante: “Si una obra es de verdad es universal. A veces parece un complejo de inferioridad eso de andar diciendo si hay una fotografía argentina o una fotografía latinoamericana, del mismo modo que tratar de determinar si hay una fotografía masculina o una fotografía femenina. Es como pensar que existe una fotografía inglesa. Absurdo. Lo verdadero trasciende regiones, géneros, nacionalidades. Creo que la fotografía latinoamericana, hecha acá, se caracteriza como algo más visceral, aunque haya fotografía hecha en otros lados que también cumple con ese requisito. Y eso fue lo que quisimos que se reflejara en la muestra: imágenes viscerales, corriéndonos del cliché de lo

domingos de 14 a 24. Hay obras de Marcelo Abud, Marcos Adandía, Nahuel Alfonso, Hugo Aveta, Valeria Bellusci, Florencia Blanco, Carlos Bosch, Marcelo Brodsky, Marcela Cabezas Hilb, Rafael Calviño, Iatâ Cannabrava, Raúl Cañibano, Eduardo Carrera, Alejandro Chaskielberg, Sub Coop, Christian Cravo, Milagros de la Torre, Facundo de Zuviría, José Diniz, Paz Errázuriz, Martín Felipe, David Fernández, Cristina Fraire, Julio Fuks, Eduardo Gil, Maya Goded, Alberto Goldenstein, Rodrigo Gómez Rovira, Luis González Palma, Pablo Guidali, Fernando Gutiérrez, Graciela Iturbide, Andrea Knight, Diego Levy, Marcos López, Paula Luttringer, Cecilia Lutufyan, Nuna Mangiante, Verónica Mastrosimone, Emiliana Miguelez, Guadalupe Miles, Daniel Muchiut, Mauricio Palos, Jorge Panchoaga, Julio Pantoja, Esteban Pastorino, Ataúlfo Pérez Aznar, Oscar Pintor, Leopoldo Plentz, Santiago Porter, Res, Cecilia Reynoso, Hector Río, Miguel Rio Branco, Rubén Romano, Jorge Sáenz, Mariela Sancari, Diego Sandstede, Alessandra Sanguinetti, Gustavo Silveti, Alfredo Srur, Lena Szankay, Sebastián Szyd, Gabriel Valansi, Cassio Vasconcellos, Dani Yako, Marcos Zimmermann, y Helen Zout. MAYA GODED. DE LA SERIE DESAPARECIDAS.

GRACIELA ITURBIDE. YUCATÁN, MÉXICO.


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JORGE SÁENZ. DE LA SERIE CLASES

RODRIGO GÓMEZ ROVIRA. DE LA SERIE COMUNIDAD QUECHUA.

que puede suscribirse a lo netamente latinoamericano. Queríamos fotografía que transmitiera, que tuviera vida y mostrara vida, sin preguntarnos más”. Y ante esa certeza, es imposible no preguntar por los entretelones de tres personas seleccionando, más allá de la valía de cada uno de los curadores. “Nos peleamos mucho al principio, pero cuando fuimos comprendiendo y aunando criterios todo salió perfecto, disfrutando del trabajo muchísimo”, dice Lestido. Y sonríe como para una foto. Producida íntegramente aquí, salvo dos casos en que las fotografías fueron prestadas por galerías, la muestra no contiene ni una sola copia ni enmarcado que no haya salido sin la supervisión de Lestido, Travnik y Díaz. Más allá del resultado que

se puede apreciar hasta el 15 de noviembre en el CCK, esa producción tiene, para Lestido, otra arista importantísima: “Esto permite la itinerancia, ya que si se tratara de obras prestadas, habría que devolverlas. Y la idea es que la muestra recorra otras provincias de la Argentina, además de que ya hay algo hablado para que pueda realizarse en Brasil y en México está moviendo cielo y tierra la gran fotógrafa Graciela Iturbide”. La celebración es doble, ya que a lo espectacular de la muestra, se suma la inauguración de la sala La Gran Lámpara. Fueron, como señala Lestido, “seis meses de trabajo con total libertad, desde el Ministerio que nos convocó hasta los autores que creyeron plenamente en nuestros criterios”. El viaje se nota y se hace notar en cada imagen 

RAFAEL CALVIÑO. LA CALLE. ESTACIÓN URUGUAY.

ALLEJANDRO CHASKIELBERG. LA CRECIENTE.

ALESSANDRA SANGUINETTI. LAS AVENTURAS DE GUILLE Y BELINDA.


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27 de septiembre al 3 de octubre de 2015

SEIS PROPUESTAS DE UN PAÍS URGENTE MIGUEL RUSSO

ueron 19 meses posteriores al estallido de diciembre de 2001. Se trató de seis manifiestos, desde el primigenio del 15 de enero de 2002 hasta el último de la segunda quincena de agosto de 2003, en los cuales un grupo (que iba creciendo de manera exponencial con el correr de los meses y las proclamas) de argentinos reaccionó contra el dolor y la rabia que generaba el colapso del país. Al frente de ese grupo estaba Mempo Giardinelli: “Cuando empezamos esto, la verdad es que ninguno de nosotros sabía qué iba a pasar. Nadie sabía nada en la Argentina 2001, era una nebulosa total. A veces pienso que ni siquiera era algo que nosotros hacíamos como un deber, sino que lo hacíamos porque había que hacer algo, una manera de combatir la inacción. Estaba tan arrinconada toda nuestra sociedad que algo había que hacer”. Hoy, aquellos seis documentos fueron publicados en conjunto bajo el título El manifiesto argentino. Historia de un desafío colectivo. Y nada mejor que su promotor, este chaqueño empecinado, creador de grandes textos y de una fundación que hace lo imposible en nombre del pensamiento y la lectura, para narrar el origen de aquella patriada: “Empezamos tímidamente, primero porque ninguno de nosotros tenía una vocación política, una militancia. Y se fue conformando, en la medida que pasaban los primeros días, una dinámica que nos permitía, por lo menos, pensar, imaginar, soñar alguna cosa que al-

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guna vez, cuando terminara de caerse todo, pudiera quedar en pie”. Sin altisonancias, conocedor de la precariedad de todo en aquel fin de año 2001, que parecía fin de todo, Giardinelli cuenta: “Lo que hay que remarcar es la modestia del intento. Era una especie de autocontención, de intercambio de pareceres. No había tanto mail, no había tanta comunicación al instante. En ese sentido, creo que, por lo menos en mi caso, no había una vocación o intención de resolver esta cuestión de relación entre intelectuales y política. De hecho, todos éramos intelectuales con una determinada posición política en la vida, éramos votantes, éramos progres. Pero al mismo tiempo ninguno tenía una aspiración de poder”. Intelectuales y política, esa juntada siempre en tensión que nace con la patria y que tuvo, en los últimos sesenta años, episodios tan tortuosos como el gobierno de Arturo Frondizi y el gobierno de la Alianza. Al respecto, dice Giardinelli: “Es que la intelectualidad que se acercó a Frondizi era de una valía enorme: Ismael y David Viñas, Noé Jitrik, Oscar Masotta. Comparado con el Darío Lopérfido de la Alianza es cruel. Del mismo modo, comparar a De la Rúa con Frondizi es hiriente. Convocante y convocados se habían desmoronado. A tal punto, que da la sensación de que la Alianza había destrozado todo ese andamiaje intelectual que había tenido en sus inicios. Por eso, yo no tuve muy presente ese acercamiento. Todo nació como una idea personal, de borradores. Ni siquiera era consciente de estar hacien-

do un movimiento intelectual interesante. Lo era, claro, porque siempre es interesante charlar entre amigos, pero nada más que eso. No había una propuesta alternativa de nada”. –¿Qué los preocupaba, entonces? –El “que se vayan todos”, bandera de las puebladas y, posteriormente, de las asambleas. Que se vayan todos estaba muy bien, pero la cosa era quién venía después, qué se hacía con esas ausencias, quién las ocuparía. Ese fue uno de los motores principales de nuestra preocupación. Ahora, mientras recuerda las reuniones, las cartas y los llamados de quienes querían adherirse, las discusiones sobre el futuro, Giardinelli no puede evitar la sorpresa ante el nuevo libro: “Casi como que nos habíamos olvidado de aquellos documentos”. Un “casi” que remite al quinto documento que en el verano de 2003 llamaba a “repudiar la trampa electoral”: “Había algunos entusiastas con Néstor Kirchner. Otros querían ir con Lilita Carrió, que era una candidata potable de entonces. Otros querían votar en blanco. Había pejotistas, había radicales. Yo tenía una posición más perdedora: era de los que quería anular el voto. Estaba en una posición muy pasional, me cagaba en todo”. Un “casi” que hace rememorar la última reunión, en agosto de 2003, ya con Kirchner como presidente: “Aunque las opiniones sobre Néstor estaban bastante divididas, en la última reunión, unas ciento cincuenta o doscientos personas, todos nos preguntábamos qué hacemos ahora. Sabíamos

que habíamos producido cosas piolas, ideas interesantes. Sabíamos que se estaban tomando en cuenta. Sabíamos que para algo habíamos servido. Pero nos preguntábamos si íbamos a terminar siendo furgones de cola del PJ o del naciente Kirchner. No confiábamos en nada ni en nadie. Y ahí se fue generando asambleariamente la disolución, para que cada uno siguiera el camino que quisiera. El colectivo había llegado a un límite, entonces hicimos el último documento, una especie de saludo a la bandera, y nos fuimos muy amigos todos”. –Al releer las firmas de los documentos, da la sensación de que “la grieta” los hubiera terminado por despedazar... –¿La grieta que inventó Lanata? Puede ser. Entonces no había grieta. A algunos de aquel grupo dejé de verlos, cada uno siguió su camino y todos nos respetamos. Tanto que, ahora que comuniqué que iba a recuperar los manifiestos en un libro, todos me dieron su consentimiento. Pero ocurre que la historia argentina es tan mezquina que siempre está bueno dejar testimonio de algo que se hizo de buena leche. Esto existió, fue parte, chiquitita, no protagónica, pero militante. Y revisando los documentos comprobé que seguían teniendo validez, más allá de que no estábamos equivocados en aquellos planteos. Hicimos una pequeña historia que ayudó a la gran historia. Y si sirvió, en materia de transparencia, en materia de ley de medios, en el tema Justicia, quiere decir que no estábamos tan errados n

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