Los guaraníes
Leyenda del chajá
A
guará había sido de joven un cacique muy valiente, respetado y querido por su pueblo. Pero el tiempo había pasado y se sentía cansado y enfermo. Era Taca, su hija, quien lo ayudaba en las tareas de jefe. Desde chiquita, su padre le había enseñado a manejar el arco y la flecha, a cazar, a tomar decisiones. Taca era una mujer independiente y decidida, y como si esto fuera poco, también era hermosa. Trenzas negras larguísimas, piel cobriza, ojos grandes y brillantes. Las madres de la tribu acudían a ella cuando sus hijos estaban en peligro, las más jóvenes le pedían consejos y Taca siempre estaba dispuesta a escuchar y brindar una palabra que aliviara. Muchos jóvenes estaban enamorados de la hija del cacique y querían casarse con ella. Pero su corazón tenía dueño y nada ni nadie podía cambiar sus sentimientos. Ella había dado su palabra y cuando una guaraní daba su palabra, iba el alma en ese juramento. Ará-Naró era el novio de Taca. Se había ido a cazar a las selvas del norte y a su regreso se casarían. Los días pasaban tranquilos. Nada hacía suponer lo que estaba por venir. Una tarde, Petig, Carumbé y Pindó, tres jóvenes de la tribu, salieron como lo habían hecho tantas otras veces a buscar miel al bosque. Se separaron para encontrar más panales. Gritos desgarradores de espanto retumbaron entre los árboles. Petig había sido atacado por un yaguareté
57