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Historias que viajan Hubo una vez en este lugar pueblos que contaron historias. Hombres y mujeres que, en el intento por comprender la vida y la muerte, hablaron del cielo, la luna, las estrellas, el sol, los hielos eternos, las lluvias. Hombres y mujeres que, como nosotros, se enamoraban, se peleaban, tenían miedo y, cuando estaban muy contentos, celebraban la vida. Por aquel entonces, eran otras las fronteras. Muchos de los que investigaron sobre estos pueblos sostienen que cuando los españoles llegaron a América en el siglo xvi, vivían en lo que hoy es la Argentina entre quinientos mil y un millón de indígenas. Toda esta gente era mucha y diferente: mocovíes, pilagas, chanés, abipones, quechuas, aymaras, chorotes, charrúas, chulupíes, comechingones, diaguitas, guaraníes, tehuelches, selk’nam, mapuches, tobas, qom, wichis, huarpes, entre otros. Un mundo de gente. Algunos practicaban la agricultura y vivían en grandes concentraciones urbanas. Permanecían en un solo lugar y allí hacían sus casas, tenían sus hijos, plantaban, cazaban, y pasaban una vida tranquila y sedentaria. Los que eran agricultores cultivaban con riego el maíz, el zapallo, la papa, los porotos y otras cosas más en terrazas que hacían en las montañas. En cambio, los que vivían en las zonas llanas eran inquietos y curiosos. Se trasladaban buscando tierras y alimentos y no decidían donde quedarse. Iban y venían de un lado a otro. A esos se los llama nómades. De este a oeste y de norte a sur, todo el territorio estaba habitado por estos pueblos. Eran diferentes entre sí, pero tenían algo en común: a todos sin excepción les gustaba contar historias. Lo hacían alrededor del fuego, mientras trabajaban la tierra, cuando se juntaban entre amigos para