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Domingo 26 de agosto milenio de 2012 o 23

Cultura

Cultura

LOS INMORTALES DEL MOMENTO JOSÉ DE LA COLINA

Felisberto, pianista y escritor REMEMBRANZA DEL LITERATO uruguayo, cuya prosa sencilla,

curiosa e inquietante causó admiración en Ramón Gómez de la Serna, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez e Italo Calvino, entre otros ESPECIAL

C

uando allá por los primeros años cincuenta (en una de las desde hace décadas inexistentes “pérgolas” de las Librerías de Cristal situadas a un costado de la Alameda Central) descubrí el libro Nadie encendía las lámparas, me asombró ese título tan insólito como sugeridor. Adquirí inmediatamente el pequeño volumen y esa misma noche leí los 11 cuentos y los releí en noches subsecuentes como buscando el secreto de la magia de su autor, de quien la solapa decía que, nacido en Montevideo el 20 de octubre de 1902, había sido a la vez un virtuoso del piano y un escritor de cuentos (y una novela), había vivido entre Uruguay y Argentina, se había casado cuatro veces y había fallecido el 13 de enero de 1964. En los años veinte el talentoso y modesto artista del piano Felisberto Hernández se ganaba la vida tocando en esporádicas y provincianas salas de concierto o pianoteando música para películas silenciosas (melodramas de Francesca Bertini, filmes atléticos de Douglas Fairbanks, comedias físicas de Buster Keaton) en las salas del cine de Montevideo y Buenos Aires, mientras iba escribiendo sus libros por su cuenta y publicándolos de su bolsillo o en pequeñas editoriales heroicas (salvo Nadie encendía las lámparas, de la importante Editorial Sudamericana y de 1947). A la mitad de los años cuarenta lo descubrieron dos escritores franceses por entonces exiliados en Uruguay y Argentina: Jules Supervielle y Roger Caillois, y lo leyeron y admiraron Ramón Gómez de la Serna, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez e Italo Calvino. En México y en1983, la editorial Siglo XXI publicó sus Obras completas, que incluyen sus mejores libros: Nadie encendía las

la crítica: INTERSTICIOS

POBREZA ORQUESTADA

POR: EDUARDO RABASA

Los valores personales, cuadro de René Magritte.

lámparas, Las hortensias, Por los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido, Tierras de la memoria, La casa inundada… En los cuentos de Felisberto, a la vez poéticos y humorísticos y siempre inquietantes, cualquier hecho mínimo y lateral desliza la narración desde la común realidad al individual extrañamiento, y de allí a una leve e inquietante irrealidad. “Nadie encendía las lámparas”, quizá el más emblemático de sus relatos, trata de un escritor, ¿Felisberto mismo?, que lee un cuento en un

salón elegante y ante un público rico y culto (que resulta afantasmado en la percepción del personaje narrador). El relato casi carece de asunto y de acción, y el autor/ personaje ladea la distraída mirada hacia algunos rostros o unas palomas vistas a través de los cristales del ventanal o hacia una lateral estatua que representa a un personaje al “que ella misma [¡la estatua!] no comprendería”. Distraído u obseso, el personaje habitual de Hernández vive en cualquier zona de

ESPECIAL

E

n un concierto en Grecia durante la actual gira de Pulp, Jarvis Cocker lee una cita de Charles Darwin: “Si la miseria de los pobres no es causada por leyes naturales, sino por nuestras instituciones, grande es nuestro pecado”. Después afirma que en la actualidad la miseria de los muchos es causada por las instituciones, ante un público griego que evidentemente aplaude con fervor, para rematar diciendo: “Pues le decimos esto a las instituciones”, con el dedo medio extendido sobresaliendo de su puño cerrado, ante el delirio de la concurrencia. Y es que los griegos llevan años padeciendo en carne propia una tragedia contemporánea muy alejada de las grandes obras que legaron al mundo: sus gobiernos aplican recortes que orillan a familias enteras a la pobreza, con tal de recibir rescates que van a parar a los bolsillos de los banqueros de las propias naciones acreedoras. Solo mediante una reducción de precios y salarios, Grecia será más “competitiva” y podrá salir de la actual crisis vendiendo más barato. Lo mismo ocurre —con mayores o menores niveles de drama histérico— en el resto

la realidad común y ordinaria, pero un ocasional detalle o un mínimo suceso cotidiano o un torpe acto suyo lo sitúa bajo una luz extraña, lo traslada a una zona levemente alucinatoria del mundo tal como es y como no es. Ese frecuente yo narrativo, ¿el mismo Felisberto?, se gasta la vida en humildes empleos que desempeña con maneras torpes o ingenuamente artificiosas, como el personaje de “El cocodrilo”, un vendedor itinerante de medias de mujer que procura atraer a la esquiva clientela sentándose a llorar lágrimas “de cocodrilo” en la banca de un jardín público; o es fascinado por objetos que adquieren una espontánea otredad, una inquietante y surrealista vida propia: “Y fue en esos instantes cuando se abrió, sola, una vitrina y una mandolina cayó al suelo. Todos escuchamos atentamente el sonido de la caja armónica y de las cuerdas. Después el dueño se dio vuelta y se iba para adentro en el momento en que el mayordomo fue a recoger la mandolina; le costó decidirse a tomarla, como si desconfiara de algún embrujo; pero la pobre mandolina parecía más bien un ave disecada. Yo también me di vuelta y empecé a cruzar el corredor haciendo sonar mis pasos; era como si anduviera dentro de un instrumento”. Como la Alice de Lewis Carroll que se preguntaba cuál sería “la luz de una vela cuando está apagada”, Felisberto Hernández, con prosa sencilla y sugeridora, veía, leía y escribía el mundo a la luz de lámparas por nadie encendidas. Y hoy, a los 110 años de su entrada en el mundo, a los 48 de haberse ido del mundo, sigue titilando en esas lámparas una luz sesgada y susurrante. m

Jarvis Cocker citó a Darwin en Grecia.

de los llamados PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, España): los mercados exigen pasar por el aro de la pobreza antes de recuperar la confianza en estas naciones. Una vez que los ajustes correspondientes tengan lugar, y la base de la pirámide se ensanche para contar con más mano de obra “flexible” (es decir, dispuesta a recibir un menor salario y a renunciar a derechos laborales básicos), volverán a prestar su

dinero para enriquecerse especulando con la suerte de millones de personas de carne y hueso. Y es que, pese a programas oficiales, comisiones de la ONU y filantropía encabezada por celebridades millonarias, la pobreza no es un mal a erradicar sino un componente básico del sistema socioeconómico contemporáneo. Incluso el crecimiento de naciones tradicionalmente rezagadas, como China, India y Brasil, tiene como combustible la mano de obra barata, dispuesta a producir en condiciones deplorables. De esa forma, estas naciones se han convertido en el taller donde se producen buena parte de los bienes desechables del mundo. Por eso los eufemismos como “competitividad”, “flexibilidad” y “eficiencia” son tan necesarios para que la rueda de las enormes desigualdades pueda seguir girando. El uso a destajo de estos términos es una variante del truco comprendido por Orwell hace más de 50 años: si se eliminan las palabras para nombrar ciertas nociones, es menos probable que la gente pueda pensar en ellas. m


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