El respeto sobre la dignidd del hombre sennett

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historia que cuenta guarda relación con la vida de los orros. Pero por las razones que dan Gehlen y Weber, le será dificil expresarse de esa manera. Por ejemplo, Erich Auerbach, conrernporáneo de Lévi-Strauss, escapó a los nazis exiliándose a Turquía. Desprovisto de libros, sin hablar turco, Auerbach mediró sobre el problema del exilio. Decidió que en su pasado alemán había demasiadas cosas que se daban por supuesras; debía haberse dado cuenta ames de qué era lo que le esperaba. Supo que en el exilio moriría como víctima, pensando obsesivamente en su vida hecha añicos. En Mimesis declara que en la sociedad moderna "el tempo del cambio exige una disposición permaneme y extremadamente dificil a la adaptación interna y a las crisis que la acompañan»." Precisamente porque el anhelo de estabilidad es una forma segura de tener problemas, una persona sólo sobrevivirá si «torna conciencia de que la base social de su existencia [... ] cambia permanentemente a través de los más variados tipos de convulsiones»." Sin embargo, cuando, rerminada la guerra, Auerbach regresó a Occidente, se sentía más extraño aún que en el momento de marcharse. Las pruebas que había experimentado en el exilio despertaban simpatÍa en sus oyentes, pero no suscitaban reflexión acerca de su propia condición. Los alemanes se aferraban a la imagen de víctimas que tenían de sí mismos; los norteamericanos, a su destino manifiesto de hacer el bien a los demás. El giro de Auerbach hacia afuera, el profundo reexamen que realizara en Turquía acerca del significado de ser europeo, parecía destinado a la intimidad de una historia privada. Tal vez, concluyó, Gehlen tuviera razón y las imágenes de idenridad sean ilusiones grupales necesarias y sustentadoras, aun cuando esas imágenes, esos entendimientos tácitos, estén condenadas a traicionar a quienes en ellas creen. En un mundo ideal, los grupos cambiarían inspirándose precisamente en las transformaciones del carácter individual que ejemplifican la curiosidad, un placer inesperado o las lecciones de sufrimientos imprevistos. Por distante que sea este ideal, un narrador puede inspirar respeto al volver a contar su

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historia. Este comportamiento expresivo es la única esperanza que tenemos de romper el poder de las imágenes grupales colectivas, del conocimiento tácito que paraliza nuestro sentido de la sociedad y de nosotros mismos.

En cierta manera, he terminado mi historia. He analizado una relación necesariamente complicada entre sociedad y carácter que podría, sólo podría, llevar a la gente a tratarse con respeto mutuo. Para que esto se produzca, habría que practicar intercambios de un tipo peculiar; habría que abandonar en cierro modo las afirmaciones tácitas y las imágenes compartidas. Y, sin embargo, mi historia no esrá acabada, porque esos elementos de carácter y estructura social se presentaron con vivacidad e incluso con violencia en la política de mi juventud y, efectivamente, en la política de mi propia familia. Así las cosas, tengo que concluir en el mismo sitio en el que empecé, es decir, con fragmentos de mi biografía personal.

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