Yo antes de ti jojo moyes

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pequeños placeres de la existencia en semejante lugar: caminar por la playa, comer platos desconocidos, nadar en un agua cálida y cristalina donde los peces negros miraban con timidez bajo las rocas volcánicas, o contemplar el rojo intensísimo de la puesta de sol en el horizonte. Poco a poco, los últimos meses comenzaron a desvanecerse. Para mi vergüenza, apenas pensé en Patrick. Nuestros días adquirieron una rutina. Desayunábamos juntos, los tres, en mesas suavemente protegidas del sol alrededor de la piscina. Will solía tomar macedonia, que yo le acercaba a la boca con la mano, y a veces seguía con una tortita de plátano, a medida que su apetito fue aumentando. A continuación íbamos a la playa, donde nos quedábamos (yo leía, Will escuchaba música) mientras Nathan practicaba deportes acuáticos. Will insistía en que lo intentara, pero al principio me negué. Solo quería estar cerca de él. Como no dejó de insistir, dediqué una mañana a hacer surf y piragüismo, pero prefería pasar el tiempo junto a él. De vez en cuando, si Nadil estaba por ahí y no había mucha actividad en el complejo, entre el joven y Nathan metían a Will en las cálidas aguas de la piscina más pequeña. Nathan lo sujetaba bajo la cabeza para que flotara. Will no decía gran cosa cuando lo hacían, pero se mostraba satisfecho, como si el cuerpo recuperara sensaciones hacía mucho tiempo olvidadas. El torso, tan pálido hasta entonces, adquirió un tono dorado. Las cicatrices palidecieron y comenzaron a desaparecer. Cada vez se sentía más cómodo sin camisa. A la hora de comer volvíamos a uno de los tres restaurantes del complejo. Todas las superficies del complejo estaban revestidas de baldosas, salvo unos pequeños escalones y pendientes, lo que significaba que Will se desplazaba en su silla con total autonomía. Era un logro pequeño, pero ser capaz de ir a pedir una bebida sin que lo acompañáramos suponía, más que un descanso para mí o Nathan, la momentánea eliminación de una de las frustraciones cotidianas de Will: depender por completo de otras personas. Aunque aquí no teníamos muchas razones para movernos. Estuviéramos donde estuviéramos, en la playa o junto a la piscina, o incluso en el balneario, un miembro sonriente del personal aparecía con un refresco que suponía de nuestro agrado, decorado, por lo general, con una flor rosada y aromática. Incluso tumbados en la playa, pasaba un pequeño buggy y un camarero sonriente nos ofrecía agua, zumo de frutas o una bebida más fuerte. Por las tardes, cuando más subían las temperaturas, Will volvía a su habitación y se echaba una siesta de un par de horas. Yo nadaba en la piscina o leía mi libro, tras lo cual, ya de noche, nos encontrábamos de nuevo para cenar en el restaurante que había junto a la playa. No tardé en aficionarme a los cócteles. Nadil dedujo que, si colocaba un vaso alto, con una pajita del tamaño correcto, en el portavasos de Will, Nathan y yo no necesitábamos ayudarle. Al caer la noche, los tres hablábamos de nuestras infancias y nuestras primeras parejas, de nuestros primeros trabajos y nuestras familias, de otras vacaciones que habíamos vivido, y poco a poco vi a Will renacer. Salvo que Will era diferente. Este lugar le había proporcionado una paz que no había sentido en ningún momento desde que lo conocí. —Se lo pasa bien, ¿eh? —dijo Nathan cuando se reunió conmigo en el bufé. —Sí, creo que sí. —¿Sabes? —Nathan se inclinó hacia mí, reacio a que Will notara que hablábamos de él—. Creo que el rancho y todas esas aventuras habrían estado bien. Pero, al verlo ahora, pienso que este lugar era la mejor opción. No le revelé lo que había decidido el primer día, cuando nos registramos, con un nudo en el estómago por la ansiedad, calculando ya cuántos días quedaban hasta el regreso a casa. Tenía que intentar, cada uno de esos diez días, olvidar por qué estábamos aquí: el contrato de seis meses, mi calendario cuidadosamente elaborado, todo lo que había ocurrido antes. Solo debía vivir el momento e


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