Voz del Seminario

El amor y la caridad

en la Misión

Sem. Jesús Eduardo Aguilar Reyes

Cuando recién comenzaba mi formación en el seminario, me llenaba de mucha ilusión pensar en una de las principales motivaciones que me llevó a emprender mi camino vocacional: el envío a las Misiones. Las vivencias de sacerdotes y seminaristas que tuvieron la oportunidad de compartir la fe en tierra extranjera, sin duda me animaban a seguir poniendo el corazón en cada cosa que hiciera.

Conforme se avanza en la formación, se adquiere la experiencia que ayuda a madurar mejor las fuentes de inspiración vocacional y la generosidad en la respuesta. Esa misma experiencia y madurez, en miras por encontrar un sentido auténtico de la vocación, también ayudan a replantear cuál es el sentido y el propósito del seguimiento de Cristo a través del sacerdocio misionero.

Una de las motivaciones más importantes que he replanteado, fruto del encuentro y la oración, ha sido descubrir que la misión no es un lugar, sino una actitud. La misión es un estilo de vida. Y aunque a estas alturas de mi formación aún no he tenido la experiencia de ser enviado como misionero ad gentes, sostengo que la esencia del trabajo evangelizador radica en el anuncio de la Buena Nueva a aquellos que no conocen a Jesús, mediante obras y palabras. No se necesita abandonar la patria para iniciar el trabajo misionero. Se necesitan agentes que valoren la misión como una forma de vivir el amor y la caridad. Se necesitan misioneros que vivan la fraternidad desde sus periferias inmediatas. Allí donde los vulnerables, rechazados, enfermos y necesitados buscan experimentar la caricia del Padre misericordioso.

Si algún día Dios me concede la oportunidad de compartir la fe en el extranjero, oren por mí, Padrinos y Madrinas, para que pueda confiar y abandonarme al plan que Él tiene para mí, asumiendo el amor y la caridad en la Misión.

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