Metas. Estado de la Educación en México 2011

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Los tratados internacionales que han sido signados por México, y que de acuerdo a la propia Constitución comparten con ella la misma jerarquía de Ley Fundamental, refrendan el postulado de que cada niño tiene derecho a una trayectoria completa en el marco de la educación básica; desde el artículo 26 de la Declaración Universal, pasando por la Observación 13.6 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, hasta llegar al artículo 28 de la Convención de los Derechos del Niño y la correspondiente Observación 1 del anexo IX, el mensaje es el mismo: todo niño tiene derecho a educación básica completa y adecuada (Calderón y Prida, 2010: 6-7). Aquí, el mundo con el que queremos compararnos es sencillamente el concierto de las naciones: son pocos, y con gobiernos deleznables, los países que no han asumido este marco elemental. Se sigue lógicamente que toda valoración global de un sistema educativo pasa por analizar en qué medida ese explícito compromiso se cumple. Es claro que situaciones de salud, de dinámica familiar y un rezago en la promoción se producen en todo arreglo escolar; algunos niños y jóvenes tendrán un retraso con respecto a sus coetáneos, retraso que sin embargo deberá atenderse y resolverse para que no se convierta en abandono y exclusión. Esas situaciones debieran ser claramente marginales, minoritarias, de manera que las grandes mayorías concluyan sus ciclos al ritmo previsto. Sin embargo, en los reportes y en el diseño institucional oficial de nuestro sistema educativo nacional se pierde de vista a los titulares del derecho, es decir, a los niños, niñas y jóvenes mismos. Los informes

gubernamentales presentan estadísticas centradas en “cobertura”, agregando el conjunto de inscritos pero sin el rigor que corresponde para identificar si se está logrando el avance natural e ininterrumpido en cada uno. En el Quinto Informe de Gobierno, correspondiente a este año, hay por lo menos el reconocimiento —en una nota al pie— de que las cifras no son propiamente la situación de los niños reales, sino que se construyen cruzando las estimaciones de población en la edad correspondiente y los registros de matrícula, con lo que se producen anomalías como coberturas mayores al cien por ciento. A pesar de la nota precautoria, al lado de la mención de cobertura en primaria de 100%, en secundaria de 95.9% y en bachillerato con 66.7% —datos, como hemos dicho, construidos en una generalización que mezcla edades— se deslizan afirmaciones maximalistas como “La ampliación de la cobertura de la educación primaria y la estabilización del crecimiento poblacional han permitido a México alcanzar la enseñanza primaria universal” o “La atención permitió que la cobertura del grupo de edad de 16 a 18 años alcanzara un 66.7%, con lo cual dos de cada tres jóvenes tienen lugar en este nivel de enseñanza [educación media superior]” (Presidencia de la República, 2010: 462). En el relato oficial se favorece una infundada tranquilidad de que todos van a la primaria y dos de cada tres jóvenes están en bachillerato. En cambio, cuando seguimos a las personas para trazar su avance regular, la panorámica es una gran sangría. Veamos, según los más precisos y recientes datos disponibles, el trayecto que tienen nuestros niños en el

Figura 1.1 Generaciones heridas: Porcentaje de la población por grado escolar y edad simple En 1º de primaria o más a los 6 años: 99.0% En 6º de primaria o más a los 11 años: 82.5% En 1º de secundaria o más a los 12 años: 77.0% En 3º de secundaria o más a los 14 años: 66.9% En 1º de ems o más a los 15 años: 49.6% En 3º de ems a los 17 años: 27.4% Fuente: Elaboración propia a partir de tabla del inee “Población y matrícula por edad simple y grado escolar de la población de

3 a 18 años (2009/2010), Nacional” con datos del formato 911 inicio de ciclo 2009/2010 sep-dgpp y Proyecciones de la población de México 2005-2050, conapo con población nacional a mitad de año para 2009. Cifras con redondeo.

Capítulo 1 El mundo no nos va a esperar

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