Mientras las princesas duermen

Page 59

competir con los oscuros poderes de Millicent. —Elise —me dijo sujetándome por los brazos, y yo me sentí perdida una vez más, inducida a obedecerla por su voz autoritaria—. Debes acudir al lado de la reina. —Lo haré en cuanto os haya acompañado a vuestra alcoba. —No, esto no puede esperar. Dile que Ranolf me ha prohibido la entrada y que ella debe insistir en que yo esté presente. Soy la única que puede asegurarse de que recibe la dosis adecuada. Me deslizó el frasco entre las manos y me puso en camino. A través de las gruesas paredes de piedra reverberó un grito agudo. Era la reina Lenore quien gritaba. Casi grité con ella; la sola idea de que mi señora padeciera tanto hizo que se me formara un nudo de angustia compasiva en la garganta. La pócima que tenía en las manos aliviaría su dolor, pero si se la entregaba a la reina solo lograría provocar otro enfrentamiento aún más serio con el rey. Apesadumbrada, titubeé junto a la puerta con las palmas de las manos sudorosas. Millicent me miró con ojos penetrantes, y toda la fuerza de su atención me sacudió como un viento abrasador y me encendió el rostro, pese al frío de mitad de invierno que asolaba el castillo. —A qué esperas —dijo con frialdad. Si me hubiera mostrado un atisbo de amabilidad o de gratitud, yo habría hecho lo que me pedía. Pero me lanzó una mirada llena de desprecio, como si yo todavía estuviera salpicada de barro del campo. En un destello de clarividencia devastadora vi el motivo real de las atenciones que tenía conmigo. No me había escogido porque yo fuera más lista o más capaz que las demás criadas. No: me había inducido a creer que yo era excepcional para que la obedeciera en cualquier circunstancia. Sintiéndome humillada y traicionada, me fallaron las rodillas y, conteniendo las lágrimas que amenazaba con derramar, oculté el rostro entre las manos. Ella alzó los hombros para erguirse todo lo alta que era y, disfrutando de la ventaja que tenía sobre mí, balanceó el bastón hacia atrás y me golpeó los hombros con severa fuerza. Grité y, rodeándome el torso con los brazos, caí al suelo. —¡Maldita necia! —gritó—. ¿Cómo te atreves a desafiarme? —Una y otra vez me golpeó, y sus viles palabras me dolieron tanto como los golpes—. ¡No serías nadie sin mí! ¡Solo una criada cubierta de excrementos e indigna de dormir a los pies de la reina! Con los ojos entrecerrados fui vagamente consciente de que a mi alrededor sonaban pasos ruidosos. Los golpes cesaron y un lacayo arrancó el bastón de las manos de Millicent. Mientras me levantaba despacio del suelo con la espalda dolorida el rey apareció ante nosotras. —¿Qué es esta locura? —inquirió echando fuego por los ojos. —Debéis despedir de inmediato a esta descarada. —Señor, os lo ruego —dije en un arranque—. Me ha pedido que le lleve esto a la reina contraviniendo vuestras órdenes. Le mostré el frasco, que él me arrebató de inmediato de las manos. Lo acercó a una de las antorchas colgadas de la pared, vació el contenido con un giro de la muñeca y arrojó el frasco contra el suelo. Millicent soltó un grito entrecortado mientras rezumaba un charco verde viscoso de los fragmentos de cristal. El rey Ranolf dio un paso y se detuvo justo delante de Millicent, su orgulloso porte era el reflejo exacto del de ella. —Mi tolerancia ha llegado a su fin —le dijo, y su voz retumbó con una furia apenas controlada. Hizo un gesto al caballero que tenía al lado y le ordenó—: Thendor, acompañad a mi tía Millicent a su habitación y quedaos allí montando guardia. —Quizá deberíais consultar a vuestra esposa antes de hacer una declaración tan precipitada — murmuró Millicent. —¡La reina me obedece! —bramó el rey—. ¡En esto así como en todo! —Se volvió hacia sus hombres que aguardaban detrás de él—. ¡Lleváosla! ¡No quiero verla más!


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.