Mentidero

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Tertulia

pretenden hacer de unos cuantos los elegidos de Dios para salvarse en ese momento, siendo que nadie conoce ni el día, ni la hora. Es considerando esa intención que se apela a la misericordia para sacar de su error a tales personas y no a la severidad con la que antaño se caracterizó a la Iglesia. Preferir la misericordia a la severidad no significa que la Iglesia tenga apertura como para tolerar los grandes errores con los que puede extraviarse el hombre, entre los cuales uno de los más frecuentes y más peligroso es el olvido sobre lo que es bueno y lo que es malo. La disolución de la diferencia entre lo bueno y lo malo reduce la elección del hombre a lo placentero y a lo doloroso, condenándolo a llevar una vida miserable en la tierra y a nunca alcanzar la felicidad que supone el Reino de los Cielos. Los límites respecto a lo bueno y lo malo sólo son visibles una vez que se tiene suficiente luz, es decir, una vez que se reconoce a Cristo como el Sol que ilumina a la Iglesia con su vida terrena, y que como guía del rebaño dejó dibujadas las huellas que la Iglesia debe seguir como peregrina. El reconocimiento de la luz verdadera se consigue mediante el recuerdo de las enseñanzas que dejó el Hijo de Dios hecho hombre. Sin

embargo, habrá que ver si con ese recuerdo basta para regresar a la Iglesia el brillo con el que debe conducir a los hombres a la salvación de su alma. Si atendemos sólo a lo que es eterno en la Iglesia fundada por Cristo, entonces un Concilio sirve como recordatorio de sus enseñanzas, pero si al tiempo que vemos lo que es eterno y santo en la Iglesia nos percatamos de lo que es perecedero, débil y por lo mismo sujeto al pecado, entonces notamos que recordar el plan divino que Dios trazó para el hombre es útil en tanto que ayuda a hacer de la Iglesia el cuerpo Santo de Cristo que ilumina con su actuar a los hombres en medio de las tinieblas de lo mundano. Los documentos del Concilio Vaticano II, en especial la constitución Lumen Gentium, pretenden hacer más accesibles para los fieles los principios de la Fe, a fin de que el mensaje del evangelio y su correcta interpretación llegue no sólo a los hombres que han nacido y crecido fuera del seno de la Iglesia, sino que también este mensaje llegue a quienes se dicen cristianos, pero no ven la senda marcada por Cristo y por ende son incapaces de seguir las huellas del maestro. Lo que los excluye de la Iglesia peregrinante y de la comunidad que ésta conforma en tanto que va

unida por el mundo es el cuerpo místico de Cristo. Hasta antes de la promulgación de constituciones como Lumen Gentium, la acción del feligrés en los asuntos eclesiales era mínima, éste se limitaba a la pasividad que se desprendía de la ignorancia respecto a lo que significa seguir las huellas de Cristo, esta pasividad dejaba en el clero el peso de la labor de la Iglesia, que no es fácil en tanto que debe apacentar al rebaño de Cristo y al mismo tiempo reinstaurar la justicia en el mundo. Considerando los retos de la vida actual, la labor evangélica es titánica y sólo mediante la unión del pueblo de Dios será posible llevarla a cabo, pero esta unión no necesariamente implica igualdad, pues el Papa y los Obispos siguen siendo los sucesores de San Pedro y los Apóstoles, y como tales son los que responden por lo que ocurre con el rebaño de Cristo. Los fieles, por su parte, siguen conformando a la grey amada, y su deber es poner sus talentos al servicio del pueblo de Dios, pero siempre dirigidos por los sucesores de los discípulos que estuvieron con Cristo durante su estancia en el mundo. Tras la realización del Concilio Vaticano II es posible ver a la Iglesia unida como un mismo pueblo. En cuanto tal, los

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