descifrar claves, deducir intenciones. En una palabra, porque nuestro oficial era un militar culto, inteligente y más capaz que los terroristas a quienes cegaba el odio. En una oportunidad le pregunté a Miguel si alguna vez había sentido odio por alguien. –¡Jamás! –me contestó con espontánea sinceridad–, gracias a Dios, no conozco el odio. La otra causa que puede haber influido en su duro destino es el nombre que lleva. Ser un Krassnoff es ser un símbolo de la lucha contra el comunismo. Miguel no pretendió jamás que su nombre se convirtiera en un emblema. Pero quizás, a pesar suyo, sus enemigos lo consideraron así. Tal vez haya quien piense que tantos años después y en otras latitudes el símbolo de los Krassnoff no significaba nada. No lo creo. Los comunistas –para la venganza– tienen siempre la memoria larga. Por lo demás, ya oímos a un terrorista del MIR confesar ante un tribunal, refiriéndose a Miguel: «A través de nuestras redes de información me enteré de la historia de su familia». Esto prueba que para los marxistas la historia de los Krassnoff seguía siendo un tema vigente. En todo caso, cualquiera de las dos causas que señalamos son igualmente injustas. No se puede condenar a un oficial porque derrotó al enemigo asumiendo sus responsabilidades legítimas de soldado. Ni tampoco ensañarse en él porque su familia, a su hora, asumió también con heroísmo la defensa de su patria y de sus principios. El brigadier Krassnoff es hoy un prisionero de guerra. Una de las numerosas víctimas de la perdida batalla de la paz por Chile.
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