El pensamiento de laizquierda comunista (1928-1961)

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Si la empresa para nosotros, es grande, debemos tener plena confianza, en que la misma bondad de nuestro evangelio revolucionario, y una férrea convicción en nuestra conciencia, realizarán el milagro de elevarnos a la altura de nuestra misión. Nuestro medio ha sido fecundo para el refinamiento del intelectualismo. La maravilla de nuestros paisajes, y cierta inclinación de causas raciales, a la contemplación que eleva el espíritu al margen del positivismo rudo de la vida, nos han facilitado una relativa penetración en el mundo de las ideas, en ese mundo donde descubriremos la farsa y las imposiciones del vivir, siempre al capricho de los amos. Si los problemas sociales, como todo lo complejo, necesitan la especialización para no fundarse únicamente en lo objetivo, por lo menos, en las regiones de la intelectualidad, se esbozan libres de prejuicios. Baste, entonces, con reconocer la pureza del principio, quien la comprenda la defiende y desenmascara, la farsa de los intereses creados. Nuestras filas, que son la fusión del trabajador con el intelectual, ya que entre nosotros, la intelectualidad es también explotada, se reforzarán, cuando los intelectuales ecuatorianos, comprendan su deber moral de defender la justicia de una inmensa mayoría, puesto que ellos como pocos deben conocer los principios y las verdades que sostenemos. Al hablar de esta necesidad, no quiero privar a los que me escuchan de unas hermosas palabras de Henri Barbosse: “Los intelectuales tienen que sentir con angustia sus ingentes responsabilidades. No es que se trate solo de subordinar por completo, la literatura y el arte a la sociología y a la política. Debemos hacer esta reserva a la grandeza de nuestro oficio: que no hay más que verdades sociales. La obligación práctica de hacer intervenir, donde haga falta, las concepciones exclusivamente positivistas, no significa que no haya otros problemas, ni que una clasificación científica pueda abrazarlo todo. Hay además los sentimientos, las pasiones, las emociones, el abismo de la dicha y el dolor íntimos; y en esto el hombre no es un elemento restringido, positivo y mensurable del conjunto, sino un mundo, un centro universal. La filosofía pura continúa con su carácter sagrado, y las necias palabras de Voltaire envilecen su memoria. Pero todo hombre, cualquiera que sea su oficio, tiene una misión cívica, y el oficio de los intelectuales, es tal, que deben ser los primeros en cumplir su misión. Si ningún hombre tiene el derecho de resignarse ante la desdicha de sus semejantes, menos lo tendrán los representantes de la inteligencia, puesto que para ella, la desdicha procede de la incomprensión y porque la fantástica asimetría del privilegio ha oprimido tanto tiempo a las generaciones, merced, a las falacias de la confusión junto con la inercia. Deben aliarse a los comunistas,

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