EL GOLEM

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19 no sea más que algo así como una obra de arte anímica, sin conciencia interna..., una obra de arte que nace de lo informe, al igual que un cristal según leyes inmutables. ¿Quién sabe? ¿No podría ser que, del mismo modo que en los días de bochorno crece la tensión eléctrica hasta hacerse insoportable y formar el rayo, debido a la continua repetición de esos pensamientos, siempre iguales, que envenenan el aire, aquí en el ghetto haya una descarga repentina y súbita, una explosión anímica que sacase a la luz del día nuestro subconsciente para, al igual que allí el rayo, crear aquí un fantasma en todas y cada una de las cosas, el símbolo del alma de la masa, si se supiera entender correctamente el enigmático lenguaje de las formas? Del mismo modo que algunos fenómenos anuncian la caída del rayo, también aquí hay ciertos terribles presagios de la amenazadora aparición de ese fantasma en el reino de la realidad. El revoque de un muro al derrumbarse toma el aspecto de un hombre al caminar; y en las figuras que configura el hielo se forman rasgos de caras rígidas. La arena de los tejados parece caer de un modo distinto al normal y crea en el espectador receloso la sospecha de que es una inteligencia invisible, que se esconde temerosa de la luz, la que la arroja, e intenta misteriosamente trazar toda una serie de extraños rasgos. Si la vista descansa en un monótono enrejado o en las asperezas de la piel, se apodera de nosotros el desagradable don de ver en todas partes significativas formas premonitorias, formas que en nuestros sueños crecen hasta hacerse gigantescas. Y siempre cruza, como un hilo rojo, en todos estos esquemáticos intentos de los rebaños del pensamiento, reunidos para resquebrajar los muros de lo cotidiano, la angustiosa seguridad de que se nos arranca con premeditación y contra nuestra voluntad nuestro más verdadero y propio interior, sólo para que con ellos pueda tomar forma plástica la figura del fantasma. Cuando hace unos instantes he oído que Pernath afirmaba haberse encontrado a un hombre sin barba y con los ojos rasgados, he tenido delante de mí al Golem, tal y como lo vi entonces. Apareció ante mí como surgido del suelo. Y cierto y sordo temor de que algo inexplicable se nos acercaba me ha dominado por un momento; el mismo miedo que sentí ya una vez en mi infancia cuando las primeras manifestaciones espectrales anunciaban la sombra del Golem. Hace ya probablemente sesenta y seis años. Fue una noche en la que el prometido de mi hermana había venido de visita para fijar en familia el día de su boda. Entonces, para entretenernos, fundimos plomo. Yo estaba allí con la boca abierta y no comprendía lo que aquello significaba; en mi confusa e infantil imaginación lo relacionaba con el Golem del que había oído contar muchas cosas y me imaginé que en cualquier momento tendría que abrirse la puerta y entraría un desconocido. Mi hermana vació la cuchara con el metal líquido en el agua y se burló de mí divertida, porque lo miraba muy excitado. Mi abuelo sacó con sus manos marchitas y temblorosas el trozo de plomo y lo puso bajo la luz. Inmediatamente se apoderó de nosotros un gran nerviosismo. Hablábamos en voz alta y atropelladamente; quise llegar hasta él, pero me lo impidieron. Más tarde, cuando fui mayor, mi padre me contó que el metal fundido había formado una cabeza pequeña, pero muy clara, lisa y redonda como vaciada en un molde y de tal semejanza con los rasgos del Golem que todos se asustaron. He hablado muy a menudo de esto con el archivero Schemajah Hillel, que tiene encomendado el cuidado de todas las cosas de la sinagoga Altneus y también de esa figura de barro de la época del emperador Rodolfo. Se ha ocupado y ha estudiado mucho sobre la Cábala, y piensa que ese pedazo de tierra con miembros humanos quizás no sea nada más que un antiguo presagio, exactamente igual que en mi caso lo fue la cabeza. El desconocido que anda por ahí debe ser la figura imaginaria que el rabino medieval había pensado antes de poder revestirla de materia, y que vuelve en regulares períodos de tiempo, en la misma configuración astral bajo la que fue creada, torturada por el deseo de tener una vida material. También la mujer de Hillel, que ya ha fallecido, vio al Golem cara a cara y se sintió, al igual que yo, en un estado de catalepsia total, mientras ese misterioso ser se encontraba cerca. Ella decía que estaba firmemente convencida de que no había podido ser más que su propia alma la que, habiendo salido del cuerpo, estaba frente a ella y había mirado fijamente su rostro con los rasgos de una criatura desconocida. A pesar del terrible miedo que


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