Señores del Olimpo

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Javier Negrete

Señores del Olimpo

No pruebes la comida ni la bebida del inframundo, la había advertido Hermes, si no quieres quedar ligada a ese lugar. Atenea descubrió que tenía hambre y que los pescados, las frutas y los dulces repartidos por las bandejas ofrecían un aspecto tentador, pero no sentía ningún deseo de atar vínculos con la morada infernal. —Como tú quieras —le dijo Perséfone—. Ahora, dime, ¿a qué has venido? —Tal vez lo sepas ya. —Lo sospecho, pero quiero oírlo de tus labios. Habla con libertad, hermana. Atenea hizo un sucinto relato de lo que había pasado desde que Perséfone abandonara el Olimpo para regresar con su marido. Su hermanastra ni siquiera parpadeó al oír cómo Hermes había regresado con un cofre que contenía los ojos arrancados de Zeus. Por si acaso, Atenea se abstuvo de explicarle lo que había ocurrido con ellos en la enfermería de Asclepio, así como su certeza de que el rey de los dioses seguía vivo en alguna parte. —Tenía que pasar algo así —dijo Perséfone, en tono enigmático—. ¿Qué puedo hacer yo, una simple diosa? —He venido aquí para impedir que Tifón cumpla su palabra. —¿A qué palabra te refieres? —Amenazó con abrir el Tártaro y liberar a los titanes y a las demás criaturas que siguen encerradas en él. Así que quiero que me lleves hasta las puertas del Tártaro para cerciorarme de que siguen cerradas y bien custodiadas. —¿Por qué? ¿Qué me importa a mí que los horrores que alberga ese lugar se propaguen por el mundo exterior como langostas? Caligenia le ofreció una bandejita con aceitunas y anchoas en salazón. Atenea la rechazó de nuevo. —Porque eso alteraría el orden del mundo, tal como lo estableció nuestro padre Zeus. —¿Y a mí qué más me da lo que quisiera nuestro padre Zeus? Que descanse en paz en las tripas de ese monstruo, junto con los restos de su hijo. —¿Su hijo? Querrás decir tu hijo. —Has oído bien, hermana. No me digas que no sospechabas que Zeus era el padre de Zagreo. —Eso no es... no puede ser cierto. —¿No? ¿Acaso algo ha retenido alguna vez la lujuria de nuestro padre? Él se encaprichó de mí, como de tantas otras antes y después que yo. Debes ser de las pocas que se ha librado... supongo —añadió en tono malévolo—. Me poseyó en una cueva, burlando la vigilancia de mi madre. Pero el mismo día que me desfloró también me dejó embarazada, algo que no entraba en sus planes. En aquel momento

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