Señores del Olimpo

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Javier Negrete

Señores del Olimpo

reservaban para información de Gea. Ella, obedeciendo a su capricho o a su conveniencia, se las contaba a veces al propio Zeus. Así había averiguado él cómo derrotar a Cronos, o por qué no debía concebir hijos varones con Metis. La puerta del áditon se abrió chirriando. Al otro lado, entre sombras impenetrables, brillaban dos grandes brasas y se oía un ronquido lento y profundo. Zeus sabía que eran los ojos rojos y el aliento de Pitón, el dragón que vigilaba el santuario. Sus pupilas alargadas se contrajeron al ver al dios, que sintió el odio que destilaba su mirada como el roce de una piel escamosa y fría. Algún día saldrás de ahí. Y ese día haré que te salten chispas desde los dientes hasta la punta de la cola. Gea salió del áditon y acudió a saludar a su nieto, precedida por un intenso hedor a lodo y humus en descomposición. Vestía un manto oscuro y cerrado del que sólo asomaban sus manos sarmentosas. Una capucha cubría sus cabellos, si es que aún le quedaban. De cintura para abajo no tenía piernas, o así lo sospechaba Zeus, pues la anciana no caminaba, sino que se deslizaba sobre el suelo con un viscoso borboteo dejando tras de sí un rastro de barro. Era sabido que Gea no podía separarse del suelo, pues ella era la Tierra y la Tierra era ella. —Mi nieto favorito —le saludó Gea, con una voz tan rugosa y quebradiza como sus rasgos. —Abuela —contestó Zeus, agachándose para besar la mano que le tendía la diosa. Gea levantó la mirada para contemplar a Zeus, que le sacaba más de un codo de estatura. Sus ojos eran dos bolas de ámbar fosforescentes con un punto negro en el interior. —Sé a qué has venido, hijo mío —dijo, con una sonrisa desdentada. Aunque Zeus fuera su nieto, siempre se dirigía a él como hijo. —Es tu privilegio conocerlo todo —repuso Zeus, y añadió con cierto retintín—: Incluso el porvenir. —Sé que te ha surgido un competidor. —¿Es cierto que ese monstruo que se hace llamar Tifón es hijo de Cronos? —Oh, eso deberías consultárselo a él. —Cronos me sugirió que te preguntara a ti. Los ojos ambarinos se entrecerraron un instante y Zeus notó una tenue trepidación bajo sus pies. En su experiencia, eso significaba que Gea estaba consultando las memorias de la tierra que la sustentaba. —Sólo puedo decirte que el origen de la criatura llamada Tifón, es un huevo de dragón —dijo por fin. —Los dragones son tus criaturas, abuela. Tú sabes más de ellos que nadie.

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