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Comisión de Publicaciones Simón Alberto Consalvi Elías Pino Iturrieta Pedro Cunill Grau Inés Quintero Germán Carrera Damas

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ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Boletín de la Academia Nacional de la Historia octubre-diciembre 2009 Caracas-Venezuela Impresión: Gráficas Franco, C.A. DEPÓSITO LEGAL: pp191203DF132 ISSN: 0254-7325


PRESENTACIÓN

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Presentación

De Julio Barroeta Lara, historiador y periodista trae este número el tercer capítulo de un libro inédito titulado El Nacional Propulsor del humanismo y la modernidad: Miguel Otero Silva. El periodismo en nivel literario y del cual forman parte Ramón J. Velásquez en sus 90 años y Arturo Uslar Pietri en sus 100 años ya publicados en los nº 357 y 362 de este boletín. Este capítulo es una biografía cultural de Otero Silva y de su obra, El Nacional. Los dos anteriores se refieren a dos exdirectores de ese diario. En la sección “Bicentenario’’ este número del Boletín contiene la Exposición sobre las prácticas y maquinaciones que condujeron La usurpación de la Corona de España y los medios utilizados por Bonaparte para ejecutarla, por don Pedro Cevallos, Primer Secretario de Estado de su Majestad Católica Fernando VII y publicada por El Times de Londres. Del historiador Emilio A. Yanes, trae asimismo este número, un escrito publicado con motivo del primer centenario (1910) con el título “Grande alarma en 1810” en el cual se transcribe un prolijo reglamento que constituye un plan de defensa con la solemnidad requerida por la usanza de la época y que fue leído en las esquinas de la ciudad y colocado luego, en grandes carteles murales en los lugares públicos. Don Mario y el Diablo, se titula el discurso de orden del académico Manuel Caballero que se publica en este número, leído el 19 de noviembre de 2009 en el homenaje conjunto que rindieron las academias de la Historia y de la Lengua a don Mario Briceño Yragorry como desagravio al acto de barbarie en su tierra natal cometido por un oscuro burócrata de esta época. Este Boletín publica además, la Conferencia Anual José Gil Fortoul de la historiadora designada por la Corporación Académica para este efecto Carole Leal, bajo el interesante título de La declaración de la Independencia absoluta de Venezuela como acción teórico-política.


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Las reseñas que trae este número comienzan con una sobre Geohistoria de la Sensibilidad en Venezuela, una contribución a conocer las maravillas de una tierra de gracia del profesor Pedro Cunill Grau, individuo de número de la Academia Nacional de la Historia. Es la continuación de la brecha abierta con su Geografía del poblamiento venezolano del siglo XIX. Los dos temas que contienen esta obra fueron diagramados y editados por la Fundación de Empresas Polar. Es otra obra monumental, es un obsequio del autor a su patria adoptiva, escribe el profesor José Alberto Olivar en esta reseña. El escritor e historiador Adolfo Rodríguez, socio correspondiente de esta Academia, escribe una reseña de la obra La guerra irregular de la Independencia del colombiano Héctor Publio Pérez Ángel, editado en Bogotá en el año 2005. El título de esta reseña, La epopeya de Casanare, refleja el significado y el papel de aquella región en la primera guerra civil de la naciente república y en las huellas que dejó. Zona insurreccional que no se da por derrotada ante la caída de la primera república, a pesar de que sería la región que mayor número de víctimas contó.


EDITORIAL

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MIGUEL OTERO SILVA El periodismo en nivel literario (*) Julio Barroeta Lara (**) “La literatura y el periodismo siempre han navegado juntos en mi sangre.” (M.O.S)

Toda la existencia de El Nacional, y con ello me refiero a su pasado, su presente y su futuro, está llena de la figura de Miguel Otero Silva. Un diario unido a su persona y a su protectora sombra. Y a su sonreído modo de ver la vida. Desde aquel 3 de agosto del 43 en que el prensista pulsa el botón de la maquinaria y pone a rodar el primer número, viva él cerca o a distancia oceánica de por medio, se le ve atado a esas páginas que a partir de entonces han de crecer al par del alma nacional y las cuales él tendrá como una de las razones esenciales de su existencia. De ello menciona: “Soy periodista de formación y mi vida ha sido el periodismo.”1 Durante mis treinta y un años en la redacción de ese diario, 1953 a 1959 y 1965 a 1990, sin contar que antes y después allí estuve publicando artículos y crónicas, lapso en el cual veo pasar gentes nobles e igual a uno que otro bicharraco, puedo decir que indistintamente les escuché, al presentárseles (*) Este es el tercer capítulo de un libro inédito del miembro correspondiente Julio Barroeta Lara titulado El Nacional propulsor del humanismo y la modernidad. Los dos anteriores titulados: Ramón J. Velásquez en sus 90 años y Arturo Uslar Pietri en sus 100 años ya fueron publicados en los Nos. 357 y 362 del Boletín de la Academia Nacional de la Historia. (**) Socio correspondiente de la Academia Nacional de la Historia. Doctor en Historia de la Universidad Central de Venezuela. 1. Miguel Otero Silva: Diario El Nacional. Caracas, 28 agosto 1988.


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algún conflicto de fondo, fuese periodístico, fuese laboral interno: “Hablaré con Miguel; o, en sus ausencias por viajes al exterior: “Si estuviera Miguel, eso no sucedería.” Para muchos fue apoyo; para otros, paño de lágrimas. En mi presencia un periodista que siempre se vio aquejado por problemas existenciales propios, internos y externos, y debido a ello no cumplía cabalmente con sus obligaciones, le habló en términos plañideros: –Miguel: me botaron. Este le responde tal hacía en esos casos: –No tengo información acerca de eso. Veré qué puedo hacer. Algo hizo. Ese periodista continuó en el diario hasta el fin de su vida, siete años después. Y por mi parte puedo referir esta experiencia personal de 1959: En Cuba cae la satrapía derechista del sargento Fulgencio Batista, cuyo sistema de mando había incubado la rebelión y el paso a un tipo de régimen de fuerza distinto, que se autodenomina revolucionario porque, según ofrece, trae un cambio en el andamiaje social: el gobierno extremo-izquierdista de Fidel Castro. Es distinto a lo que aquí denominamos revolución, ese accidente social cuyo jefe sería el caudillo populachista latinoamericano, tipificado por un Ezequiel Zamora, interesado en regresar al poder que a sus copartidarios, los liberales, le habían birlado los conservadores. Un cambio político. En igual dentro de ese tipo de buhonería política tuvimos al Mocho Hernández, éste manejado por los conservadores. Un caudillejo, porque la palabra caudillo en plenitud sólo puede cuadrarle a un José Antonio Páez o a un Joaquín Crespo, a un Antonio Guzmán Blanco, hombres de a caballo y rienda. Los demás no alcanzaron suficiente nivel, digamos por caso ese referido Mocho Hernández, un rústico de la Parroquia San Juan, Caracas, fabricante de urnas funerarias y cajones ordinarios que sin otros conocimientos puso a un lado el serrucho y los clavos al recibir la llamada de la patria y de las gallinas para el sancocho, a las cuales tan aficionados eran los alzados que según el costumbrista Francisco de Sales Pérez, del bando conservador, los vecinos al sentirlos acercarse gritaban con alarma: “¡Escondan las gallinas que por allí vienen cerca los liberales!”


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La simultaneidad de los dos acontecimientos en Cuba, correspondientes a la caída de Batista y la llegada de Fidel Castro con su empaque de caudillo y sus afanes contra el imperialismo capitalista, que tiene larga data en estos predios suramericanos, incendian la mente de cualquier joven periodista que lleve dentro la pasión de la noticia. Todo está conmocionado. Van saliendo aviones de Maiquetía en vuelo directo a La Habana. Me apresto a viajar. Es un día sábado y estoy libre de trabajo. Y aún soltero. Salgo a calmar mis inquietudes libertarias y el deseo de conocer esa Cuba por donde nos llevaron las novelas de Salgari con sus piratas, sus mujeres bellas y las barbacoas bajo los frescos palmares en compañía de abundante ron de Jamaica, que es macho y pasa su candela por las gargantas. Estamos en la turbulencia traída por el tan feliz suceso que ha sido el reciente desplome de la dictadura militarista del Gral. Marcos Pérez Jiménez. No me exigen pasaporte. Con sólo mi credencial del oficio y mi cédula de identidad se me permite subir al avión. Alegremente le digo al colega Manuel Ponte, de El Nacional, destacado en el Aeropuerto de Maiquetía, quien me ha gestionado la salida en la empresa aérea: El periodista debe estar donde está la noticia. Tengo la intención de volver al siguiente día en horas de la tarde y estar el próximo lunes en mi escritorio. Voy en guayabera como en propio turismo habanero de fin de semana. Pero “sorpresas tiene la vida”, dice allá la guaracha. Fidel Castro y sus milicias aún no han entrado en La Habana, pero ya llegaron como adelanto, y allí están gobernando, las avanzadas de su subordinado Camilo Cienfuegos, quien impone la Ley Marcial con su respectivo toque de queda a la caída del sol, toda vez que le temen a los disparos nocturnos de los francotiradores batisteros. Cierran los aeropuertos y se anuncia que ello será por tres días. Quedo varado. En tanto, mi inquietud profesional me mueve a participar en labores junto con Francisco Edmundo (Gordo) Pérez y Javier Rodríguez, periodista cubano exiliado en Venezuela por ser adversario del régimen del sargento Fulgencio Batista. Ellos han sido enviados por El Nacional a cumplir labores informativas generadas por este acontecimiento tan fuera de lo común. Abrevio: al regresar (y esto lo refiero por ser atinente a la personalidad de Miguel como director), unos individuos a los cuales por motivos higiénicos he borrado de mi memoria en un combinado de cepillo, insecticidas, poderosos antibacterianos, creolina, y desodorante del más fuerte, han aprovechado la ocasión para confeccionarme con ello un rollo y la empresa me despida. Miguel no ha regresado de Europa. Uno de los directivos me comunica la


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decisión tomada y espera mis explicaciones; mas, como me mostraba cara de amigo y nunca me convenció de que lo fuera, le dije: -Se lo explicaré a Miguel. Esperaré a que regrese. En consecuencia, tan pronto llega y le manifiesto mi situación me dice: –Permíteme enterarme qué ha sucedido, porque, sabrás, yo no estaba en el país y personalmente creo, conforme a tus explicaciones, que no hay motivo para esa resolución tan drástica como la que han tomado contigo. En la tarde me informa que hay una decisión del directorio de la empresa y no debe intervenir. A lo cual agrega: –Sin embargo, haré lo que está en mis manos. Ve a trabajar en la sección de Arte con Ratto Ciarlo mientras arreglas tu salida. Hay en ello un gesto para tomar en cuenta. Es el punto que distingue al decente del patán. La circunstancia podría ser la misma. La manera de resolverla es lo diferente. Al ser reinsertado en el diario seis años después, por invitación del fraterno colega Omar Pérez y decisión del para entonces director Ramón J. Velásquez, para cumplir otros veinticinco más en el diario, veo a Miguel Otero actuar en la misma forma con todos los periodistas. Prefiere que le tomemos por colega. Procura siempre la cordialidad. En ocasión menos lejana (1984), un grupo de periodistas estamos reunidos en el restaurante ubicado frente a El Nacional, pintoresco sitio para conversar creado por su propietario Insúa, quien, tengo entendido, era gallego y fue capitán de barco mercante por los tiempos de la Guerra Civil. Cercano a la caja registradora ostenta un sabio letrero: “Primero mis clientes que mis parientes.” Un capitán de marina lleva la brújula por delante. Y a éste, además, no le faltaba esa brújula natural que Dios puso a los gallegos. Miguel se acerca y toma una silla. De cuando en cuando forma parte de tales reuniones informales, en aquel ambiente donde hay letreritos tan espirituosos como éste, colgados en la pared por el capitán Insúa: “Si el licor perjudica tu trabajo, pues deja tu trabajo.” Alguien alude a un periodista que había trabajado en diarios de la competencia y le había sido abiertamente hostil a Miguel. Pues éste comenta, sin mencionar el nombre:


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–El, utilizando términos peyorativos, despectivos, había publicado horrores contra mí en un periódico. Un día entré a la redacción y lo vi sentado ante un escritorio. Supe que estaba adscrito como miembro regular del personal. No puedo decir que fue de mi agrado; pero ( aquí se toma una corta pausa) yo no soy persecutor de nadie. Y allí quedó. Y por mi parte allí quedaría. No podía desprenderse del ambiente comunicacional, fuere el de la poesía, la narrativa, el periodismo. Lo trajo adentro al nacer. A juicio de Guillermo Morón ello es evidente, y de modo explícito lo dirá en su libro Escritores Latinoamericanos Contemporáneos: “Miguel Otero Silva se siente, primero y principalmente, periodista. Estuvo en el oficio durante aquellos quince años de silencio, sin voz de novela y sin voz de poesía. Cierto que no hay fronteras en los géneros. Borges es cuentista, ensayista y poeta a la vez. Otero Silva afirma que no diferencia los géneros y así llama a Fiebre novela-reportaje. De tal modo que aquí hay un periodismo-novela. Se entiende, claro está que en el caso el periodismo deja de ser un género menor, que no se trata del noticiero, sino de reportaje a fondo, una dignidad que el periodismo había alcanzado sólo en el ensayo”. Miguel manifiesta ya su cercanía con las letras en las publicaciones internas de los planteles donde estudia y los compañeros con los cuales mantiene amistad. En el Liceo San José, de Los Teques, entre sus condiscípulos está Arturo Uslar Pietri, a quien le oigo decir que diariamente hacía circular versos que él, Uslar, ahora califica como intentos de poemas. Un síndrome de ese imperioso deseo de estar siempre comunicado. No exagera Miguel cuando dice que es periodista de nacimiento, de formación y su vida ha sido el periodismo. Dos años antes de crear El Nacional, en 1941, anda reunido con otros periodistas, entre ellos Víctor Simone De Lima, Pedro Beroes, Francisco J. Delgado, cuando éstos dan los primeros pasos para fundar el diario Ultimas Noticias. Son los días plenos de la Segunda Guerra Mundial a la que pronto, el 45, los aliados le dan fin cuando lanzan la devastadora bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. La conjunción de los países


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adversarios al totalitarismo detiene el proceso de triunfo del Eje nazifachista cuyo núcleo central integran Alemania, Italia, Japón. La carencia de papel para los periódicos, en grado crítico, es el mayor impedimento que enfrenta la nueva empresa Ultimas Noticias. Es material estratégico de guerra y la menguada cantidad que se obtiene del exterior está oficialmente copada por las necesidades del gobierno. Mediante una pequeña suma los noveles empresarios logran obtener alguna cantidad. ¿Y ese capital de arranque? Lo constituyen cinco mil bolívares (Bs. 5.000 de aquellos tiempos) aportados por Miguel Otero Silva. Increíble se nos hace hoy que haya sido tan pírrica suma, si no tenemos presente que entonces dicho diario inicia su circulación a cinco céntimos el ejemplar. Para entender circunstancias tan diferentes a las de ahora, valga tener en cuenta que nuestro país, aun enmarcado dentro de los neutrales, no lo será del todo, pues en grado significativo provee de petróleo emergente a los Ejércitos Aliados. Entra en el compromiso. “Sin energía no hay guerra”, me haría reflexionar al entrevistarlo para El Nacional un alto oficial francés que por estos lados pasó, rumbo a Uruguay, en donde se hallaba adscrito a una entidad de Naciones Unidas. Y la energía de la guerra moderna proviene del petróleo. Cerca de Curazao los submarinos alemanes hundirán, y así está reseñado en El Nacional, un barco petrolero venezolano. De hecho estamos insertados en esta Segunda Guerra Mundial. Todo escasea. En medicina es necesario volver un tanto a las yerbas. Azúcar no hay. Ví a una vecina endulzarle a su pequeña hija el tetero con un caramelo que por allí, en alguna parte de la despensa, le ha quedado. Especial sello imprime la sincronía histórica El Nacional, enmarcado dentro de la órbita del conflicto, sale a la luz el 3 de agosto de 1943, tiempo defiinitorio, y de allí que a todo lo ancho abra primera página con este titular estallante que anuncia de modo clamoroso la apertura del esperado “Segundo Frente”: “Mongomery inicia el asalto contra Catania”. El papel y la tinta de imprenta son material bélico. Algo de ello hace recordar las palabras del supremo maestro Simón Bolívar al expresar que “la imprenta


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es la artillería del pensamiento”. Alcanza tanta importancia la comunicación como pertrecho, que Estados Unidos crea un laboratorio de informaciones y noticias, adscrito a su sistema militar, en el mismo rango de bombas y cañones. Traigamos al caso que desde la antigüedad la información de guerra es un elemento básico en la operatividad central de los conflictos. Los pueblos antiguos entrenaban palomas mensajeras y atletas para que sirviesen de correo inmediato entre los campos de batalla y las ciudades. De allí surgió la palabra Maratón como emblema histórico en reconocimiento a que un soldado, en la guerra contra los persas, 490 a.c., corrió sin descanso días y noches desde la pequeña aldea Maratón para, en una sola jornada, informar a los atenienses que su general Milciades había vencido a los persas. Por loca es bella la loca juventud Guarda Miguel Otero Silva un concepto algo sacralizado en cuanto a la llamada Generación estudiantil del año 28, notoria por sus resistencias al régimen del Gral. Gómez y a la cual se ha unido desde cuando sólo cuenta veinte años de edad. Al parecer no acepta del todo la idea de que aquel movimiento político ha sido un ancho río que arrastró de todo, y si hubo un Rafael Vegas o un Rodolfo Quintero, un Salvador de la Plaza, nobles rocas del basalto venezolano, también otros que desertaron. Una muestra: el doctor Germán Suárez Flamerich, quien presidiría la transitoria junta dictatorial de Gobierno, como sucesor del asesinado Tte. Cnel. Carlos Delgado Chalbaud.

Que en tu recuerdo haya un nicho para compañeros y amigos ¿Cómo eran las relaciones de Miguel con el personal de un diario? Por aquello de nobleza obliga, debo tener presente que me dio demostraciones de aprecio, no obstante que nunca estuve dentro del círculo de sus allegados. Dí tu palabra y basta, es la recomendación estoica que he pretendido seguir para enfrentar la vida. Ello te abriga con una capa de dignidad. Y la dignidad como actitud interpuesta te libra de las miserias de alma que ejerzan contra ti. Es degradante ser un incondicional. Tuve con él algunos roces que bien supo tolerar. Se mostró molesto debido a unas expresiones mías ante el grupo de colegas periodistas con quienes se hallaba departiendo en una mesa del


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espacio abierto al aire del referido restaurante de Insúa. Con desparpajo yo había dicho, no sin total razón pero tal vez impropio para la oportunidad, algo así: –¿De qué le sirve a un obrero que está pegando ladrillos a diez metros de altura en ese edificio de enfrente una democracia como ésta que le recluta los hijos para llevarlos al servicio militar? Este tipo de democracia conviene a los políticos porque les permite vivir y prosperar bajo su sombra. Con muestras de desagrado, responde por los presentes: –Estoy de acuerdo sólo en parte con eso que estás diciendo; pero yo vine a echarme unos traguitos tranquilos… y no voy discutir eso ahora. En él era notorio el deseo constante de que los periodistas no le tuviesen por propietario sino por un colega más. De allí su cercanía que de modo espontáneo lo llevaba a jugar ajedrez con algunos compañeros en la propia sala de redacción, en horas propicias, entre ellos Fabricio Ojeda, Segundo Cazaliz, Pedro Juliac. Conservo en mi biblioteca su atrevido libro Un Morrocoy en el Infierno, con esta significativa, para el caso, dedicatoria: “A mi compañero de trabajo Julio Barroeta Lara”. Una mañana pasa por mi escritorio y sin más me refiere, pienso que para resarcirme por la brusquedad con que se había expresado cuando aquello de “yo vine a echarme unos traguitos tranquilos…” . –Te voy a decir algo: Oscar Palacios, ya dejando de ser director, me dijo en una ocasión: Conserva entre tus periodistas a Barroeta Lara. En otra tarde, días antes, me ha dicho: –Acabo de comentar en una reunión que si bien en tu sección has metido muy buenos articulistas, en cambio te aparece encalichada con otros que valen poco. Mas no lo dice en modo imperativo, que sería contrario a su naturaleza. Muestra él, no obstante, una sorprendente fase tímida que, al advertírsela el muy perspicaz Arístides Bastidas, y decírmelo, me costó esfuerzo creerlo, tra-


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tándose de que Miguel era de los que se puede calificar como toro toreado en siete plazas. Esas referidas críticas, abiertas al aire de la redacción, las hace como lector y periodista. En tales ocasiones habla con la autoridad de un profesional en todo el sentido de la palabra, pues igual calidad muestra en el campo de la información como el de las opiniones. Le respondo con algo que él muy bien sabe: –No todos los buenos columnistas, Miguel, escriben oportunamente y entonces avanzan aprovechones de la política, y también pavorreales de otros campos que utilizan al periódico para proyectarse. Andando el tiempo, una mañana, estando presente don Arturo Uslar Pietri, entonces director, y a quien yo asistía como coordinador de página de opinión, me dice de improviso: -–¿Sabes una cosa? Te iban a cambiar de aquí, pero Arturo se opuso. Cumplía yo mis funciones de consulta con el director Oscar Palacios Herrera, cuando Miguel critica el poco interés que en el diario se muestra por la literatura, para concluir dirigiéndose a mi de modo directo: –Y este joven es enemigo de la literatura. En su sección no se publica nada de literatura. Al ver que insiste, me veo en el trance de defenderme, pues virtualmente aquel comentario tenía sonido de acusación: –¿Cómo podría ser yo enemigo de la literatura, Miguel, si entre mis estudios, junto con los de periodismo tengo también el haber cursado en la Escuela de Letras de la UCV?. Lo dejó hasta ese punto al añadirle:

–Estudié en el mismo curso donde estuvieron su hija Mariana y Laura Otero, su sobrina. El pasado regresa y es tiempo presente El diario, con Miguel Otero en la dirección, es abierta tribuna para la generación estudiantil del año 28. Un elogio hecho a cualquiera de sus integrantes, en principio abre paso a su publicación. Rafael Vegas fue uno de los personajes por quien él mostró su mayor aprecio. Médico formado en París durante su exilio en tiempos del Gral. Juan Vicente Gómez, había fundado un colegio privado, el Santiago de León. En mi presencia Miguel dice a Bastidas, dentro el argot periodístico: –¿Por qué no le hacemos a Rafael un “palangrito” para divulgar lo bueno que es ese colegio?


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Mantiene la misma relación especial con Rodolfo Quintero y Jóvito Villalba. El propio Rómulo Betancourt es de su más firme afecto aun cuando en ocasiones no lo pareciere. Conservará respecto a él una muy singular relación simultánea de amistad y enemistad iniciada desde cuando ambos cuentan doce años de edad y son condiscípulos en la escuela primaria del pintoresco maestro Montenegro, continuada en el Liceo Caracas y durante, se podría decir, toda la vida. En los tiempos finales del régimen del Gral. Gómez, y comienzos del que presidiría el Gral. López Contreras, pasan juntos el llamado sarampión comunista y de igual modo van de la mano en aventuras como la toma del desguarnecido pequeño puesto militar de Curazao y la inmediata fracasada invasión a Venezuela jefaturada por Rafael Simón Urbina. Entre otras acciones del exilio lo une a Betancourt que escriben y publican el año 29, con prólogo de José Rafael Pocaterra, un folleto panfletario contra Juan Vicente Gómez bajo el caricaturizante título En las huellas de la pezuña, donde recogen las luchas anteriores de los estudiantes universitarios y alientan las de esos momentos. Ambos están en los floridos veintiún años. Aun conociendo bien sus respectivas obras, y eso me lo ha comentado un amigo, resultaría dificultoso llegar a saber quién de ellos escribió una parte y quién la otra. En la controversia política manejan ambos la especial retórica de la agresividad. ¿Cuál es la visión que el régimen dictatorial tiene de esas turbulencias? A sus protagonistas no los califica propiamente como muchachos descarriados. José Rafael Pocaterra, compañero de esas andanzas, escribirá en ese año 1929, con el mismo emocional tono retórico de Betancourt o Miguel Otero:

“Cúmplase sobre la piedra de este libro el augurio del destino: quede trazada por las manos de Rómulo Betancourt y de Miguel Otero Silva –héroes y mártires– pero mártires activos que fecundizan el sacrificio y no plañideras foetadas y cansadas al borde del camino ni arpías envidiosas detrás de los árboles lanzando cuchufletas estériles...”.2 Leyendo a Ramón J. Velásquez interpretamos que ese fragor verbal era propio de tales tiempos cuando él, mediante incursión psicoliteraria, explora en el acontecer surrealista donde no alcanza la historia llana, y menos el 2. En las huellas de la pezuña. Miguel Otero Silva y Rómulo Betancourt. Biblioteca Miguel Otero Silva. Los libros de El Nacional. Caracas. Prólogo de José Rafael Pocaterra. 2007.


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lenguaje corriente, para traernos lo que es posible adivinar cómo la situación era vista por el alma compleja, impenetrable casi, del general Juan Vicente Gómez: “Esos Machado y un tal Plaza y ahora los estudiantes que armaron el lío del 7 de abril y que son cabecillas de los estudiantes, un tal Villalba y un Betancourt y un Otero andan diciendo en los papeles que los generales viejos que están afuera desde el año 13 por enemigos míos son peores o igual de malos que yo”.3 Ir al compás de una nueva civilización Betancourt se separa de la Internacional Comunista para ir con los fundadores del Partido Democrático Nacional (PDN), en cuyos comienzos milita Miguel con los más concentrados ímpetus juveniles. Permanece unos cuantos años más en esa ruta de la entonces izquierda radicalizada. Funda Betancourt el partido Acción Democrática y es cuando el presidente Medina Angarita, desde la silla presidencial de Miraflores, en 1941, captando la conveniencia de despersonalizar el poder, y esa definición se lo escuché decir entonces a Alberto Weibesson Massiani, crea el Partido Democrático Venezolano (PDV) en el cual van personas con un sentido de progreso, digamos Arturo Uslar Pietri, Mariano Picón Salas, los hermanos Enrique y Alejandro García Maldonado, Julián Padrón, Ramón Díaz Sánchez, Luis Beltrán Guerrero. La decisión de Medina es de doble trascendencia histórica: una, que aquí el poder ha pasado de la monarquía a la república siempre bajo una mano centralizadora, y otra porque la tendencia del gobernante venezolano ha sido acrecentar día por día más el poder y no precisamente compartirlo; es, al contrario, apretarlo dentro del puño militarista, enemigo del raigal sistema republicano pleno, comúnmente llamado democracia. Y agreguémosle que de ese modo la decisión de Medina, no obstante ser un militar hecho en la vida de los cuarteles, va perfectamente acorde con el nuevo tiempo creado en línea universal de la lucha contra el nazi-fascismo centralizador donde se halla comprometida la nación mediante su (nada menos), aporte energético

3. Ramón J. Velásquez: Confidencias imaginarias de Juan Vicente Gómez. Décima edición. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas, 1989, p.341.


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del petróleo que mueve tanques, barcos y aviones bombarderos. En esa misma etapa de planificada distensión nacional e internacional, en su condición de Presidente legaliza, y esto arrastrando contra viento y marea las mayores tempestades y consecuencias que le vendrán después, al Partido Comunista de Venezuela. Concluida la guerra en armas contra el nazifascismo, comenzará la Guerra Fría, combustión de intriga diplomática y económica entre EE.UU y la Unión Soviética, serio conflicto sin bombas ni cañones, pero proyectado en todo el mundo por ser el enfrentamiento entre estos dos grandes bloques que virtualmente se lo reparten: uno, el encabezado por el capitalismo norteamericano, y el otro por el capitalismo de estado, el totalitario, que espera protagonizar la comunista Unión Soviética. Es el llamado capitalismo de estado. En la guerra con cañones han ido juntos, aunque no revueltos, contra la entonces otra bestia que podría devorarlos a ambos: el nacional-socialismo representado por Hitler y Mussolini a quienes se les ha unido Hiroito, emperador del Japón, bicharraco de la misma calaña. La palabra socialismo sirve igual para un roto que para un remendado. Legalizar las actividades de los comunistas, determinación trascendente de Medina, marca un paso esencial ante la gran potencia. Le ha sido necesario al presidente reformar leyes fundamentales que contenían un explícito impedimento legal: el Inciso Sexto. Es un salto hacia etapas de distensiones políticas y sociales. Tan arriesgada decisión estaba exigiéndola en prioridad el espíritu esencialmente republicano, el único que de hecho, pues constituye la rueda esencial de su sistema, que en equilibrio de los tres poderes, el ejecutivo, el legislativo y el judicial, puede garantizar la libertad de acción a cualquier corriente de opinión o credo político. Armonía de los contrarios. La expansión de los ratones urbanos es controlada por el gato, y la del gato por el perro. Ley de la naturaleza. Con tales acciones avanzadas el régimen de Medina no había considerado prudente desafiar antes a la internacionalmente poderosa derecha norteamericana, en plenitud de acción al morir el presidente Roosevelt, gente con la mano muy pesada que no derramaría lágrimas al ser efectuado contra este retoño democrático venezolano el golpe militar con orquestación civil del 18 de octubre del 45, que lo derroca, ni tampoco tiempo adelante cuando, reasentada la democracia llega, como derivación del mismo disolvente proceso, el golpe militarista


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seco, sin adornos civiles esta vez contra el gobierno de Rómulo Gallegos el 18 de noviembre de 1948. Desde otro lado, cargándole a Gallegos toda la mano, por ser el más representativo personaje de Acción Democrática, un periódico adversario toma una vieja sentencia, y le da fuerza con lenguaje popular: “Quien a hierro mata, no muere a sombrerazos”. Unas vienen a ser las conveniencias traídas por la guerra contra el avasallante nazi-fascismo que la moviliza y, otras, las originadas por el cuadre y recuadre de las potencias con acuerdo al cese de las hostilidades. Geopolítica. Es la paz. Otro tipo de guerra. Las relaciones entre los dirigentes venezolanos que hacen vida en los estratos de una izquierda civilizada, digamos la ideológica que permite la participación de ciudadanos respetables, tienen sus propios analistas. Luis Cipriano Rodríguez, de ese sector, presenta una importante observación: “En síntesis, Betancourt continúa su camino demoburgués, marcando diferencias con las organizaciones comunistas (...).4 Tales afanes dejan huella en El Nacional, que las registra para la historia. Vemos allí que con estos pasos van haciéndose mayores las grietas entre los participantes estudiantiles del 28. Progresivamente Betancourt se ha radicalizado más contra el régimen del general Medina Angarita. Si un partido de oposición no se atrinchera y a fondo echa el resto, termina derrotado. Se queda en juegos florales. Lanzando serpentinas de carnaval. Este militar a quien han enfrentando antes, y ahora preside la República, es el mismo coronel Isaías Medina Angarita, jefe de la Guarnición de Maracay, resguardo personal del Gral. Juan Vicente Gómez. A Medina, cumpliendo funciones en Caracas, le ha correspondido ser figura principalísima en la represión del movimiento unido de estudiantes y militares que el año 28 intenta la toma del Cuartel San Carlos; no obstante, al ser elegido a la presidencia, bien sabrá interpretar el espíritu de los tiempos y es cuando entra en la línea del civilismo a que por otra parte le obliga la conducta internacional de los Aliados, conjunto de naciones a las cuales Venezuela se ha sumado. La combustión humana no permite situaciones estáticas. Al llegar la Guerra Fía, el 45, desaparecerán los vínculos eventuales creados entre los Aliados y el Imperio Comunista,

4. Luis Cipriano Rodríguez: Anuario 1990, (segunda etapa). Instituto de Estudios Hispanoamericano, Facultad de Humanidades y Educación, UCV. Caracas, p.94.


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fortificado con las naciones que ha ocupado aprovechándose de las circunstancias de la guerra y que ahora, digamos de paso, se resiste a liberar; pero el agua reprimida, cumpliendo el mandato de la naturaleza, brota de la tierra por donde menos la esperan. Un fuerte rasponazo sufrirá El Nacional en esa turbulencia cuando, jefaturado por Miguel Otero Silva, y corriendo el riesgo de ser exterminado, se resiste a entrar en un anticomunismo frontal. A la oportuna política de amplitud hacia la izquierda con la cual Medina Angarita le ha dado un sacudón al país y se ha proyectado en el campo internacional, Miguel Otero se le suma y sin reservas le apoya como persona y con su periódico. Tendrá roces muy ásperos con Betancourt, jefe de Acción Democrática, que se opone al régimen mediante su parcela de dominio sobre los estratos de la calle. Es entonces A.D una organización pequeña pero vigorosa, en expansión, y con raíces auténticas en lo popular y en sectores medios, en tanto el de Medina, Partido Democrático Venezolano (PDV), presenta una semi estructura nacional aunque con mucho de parapeto burocrático. Al fundar Acción Democrática, en 1941, Betancourt ha dicho: “Nace AD como partido con vocación de poder”. Esa frase fue premonitoria. Traía un tanto de lo supuestamente dicho por Lenin y que Betancourt guardaba desde su paso por el sarampión marxista: “Al poder aunque sea a la cola de un cocodrilo”. Por ese rumbo, las relaciones entre los bandos llegan a colocarse dentro de un plano hipersensible. Viene un incidente con Gallegos, generado cuando, al comentar Miguel un acto público efectuado en el Estadio Nacional de El Paraíso, dice que le duele ver de un lado a Rafael Vegas con las fuerzas del progreso y separado en otras tribunas al maestro de ambos, don Rómulo Gallegos, compartiendo una política equivocada. Gallegos, exagerando la nota, responde a esas palabras, por nada irrespetuosas, con una frase profundamente áspera, envuelta en una retórica propia de mejor causa. Demasiado bruscas para repetirlas aquí. Gallegos, que por lo demás nada tenía del político que habría de suponérsle conforme a la posición que ocupaba, era dado a esas intemperancias. Habitualmente mantenía el ceño fruncido, con esa marcada señal que Leonardo Da Vinci denominaba la arruga de la neurastenia. Ese intercambio de palabras, debido especialmente a que Don Rómulo era frontal, de pocas pulgas, resulta espinoso, poblado de asperezas. En Miguel, consciente de ello, no le mermaría


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su afecto hacia él. Supo demostrárselo en las horas conflictivas que le vendrían y culminarían con el derrocamiento del gobierno. El día anterior, 23 de noviembre del 48, va a entrevistarlo para El Nacional en su residencia de Altamira. Frente a una pregunta, Gallegos le responde: –¿Que si hay riesgo de derrocamiento? De haber ese peligro, ¿ yo estaría, como estoy, en pantuflas? Las pantuflas no sirven para correr. La situación se mantiene caótica para los accióndemocratistas. Ocho días después, el 1º de octubre, Betancourt, quien se halla en la clandestinidad, solicita asilo en la Embajada de Colombia. Le es concedido y sale al exilio.

Incómodo amigo es Rómulo Betancourt Al alinearse Medina Angarita en ese frente internacional contra el nazifascismo, los comunistas venezolanos le han dado un aplauso que va más allá de esa circunstancia y se proyecta en su ejercicio gubernativo. El país, con Medina, entrará en una franca internacionalización de la política. Hito histórico. Se saldrá de la órbita del campanario. Como nunca otro gobernante. Dentro del temporal espíritu ruso-norteamericano, el PDV y los camaradas van hacia las elecciones municipales trenzados de la mano por la calle del centro. A tambor batiente. Mientras Miguel Otero se interna en las barriadas cumpliendo tareas para su partido y su coaligado PDV, Rómulo Betancourt va igual pero con su propia orientación socialdemócrata. Está mirando más allá de la guerra y adelantando posición en la peculiar postguerra. En ese lapso caliente que corre del año 41 al 45 nacerá El Nacional (3 de agosto del 43) y, con ello, Miguel tiene tribuna propia para desfogar su pugnacidad. Entre él y su antiguo compañero Rómulo Betancourt estallará una sonada polémica. Betancourt, también guerrero de la pluma, recurre al ataque personal e intenta descalificarle los méritos de su oposición al régimen de Juan Vicente Gómez. En el diario Ahora publica que el exilio de Miguel no ha sido de sacrificio pues, por contar con un padre adinerado, hasta se desplazaba en un lujoso Rolls Roice. El tiempo no aminora esa brecha política entre ambos. Al desplomarse la autocracia del general Pérez Jiménez y venir las elecciones ganadas a campo abierto por Betancourt al vicealmirante Larrazábal, Miguel Otero ha estado


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frontalmente unido a Larrazábal, cuyas peripecias políticas le son proyectadas por El Nacional y con el mismo entusiasmo puesto antes en la causa de Medina Angarita. En cierto modo ambas, en cuanto a lo liberal, corresponden al mismo hilo. Goza el vicealmirante de una simpatía personal y de un respeto previo que, de hecho, la ciudadanía guarda especialmente por la Marina. Será porque habitualmente no ha sido un cuerpo directamente represivo y a la vez está nimbada por un aura de libertad, tal vez debido a ese andariego viaje cotidiano y que él, navegante alerta en la proa de su barco, sabe aprovechar. Captó Espronceda el espíritu marinero en su Canción del Pirata, al decir: “Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios la libertad.(…) Mi única patria la mar”. Buenos vientos le llegan al Contralmirante para desplegar las velas. Había contado no sólo con la marina de guerra en el golpe de estado contra el dictador Pérez Jiménez sino además con la total aceptación de la Fuerza Armada, y, ahora, tiene directo poder de mando sobre sus tres componentes, más la confianza colectiva. En la calle las gentes lo llaman por su nombre de pila: Wolfgang. No obstante Betancourt, debido a no ser un improvisado en ese campo, penetra más en las masas con un mensaje para ellas de mayor sustancia: les habla más de arepas y menos de libertades, democracia y demás, para el caso, floripondios. De ese modo primario, está cerca del pueblo. Ello le resulta importante para lograr mayor identificación entre él y esa ruda masa que ha seguido a Boves y luego a Páez porque, además de ser también un seguro proveedor de alimento, monta caballos en pelo y entra con ella en las polvaredas del joropo; esa masa que propiamente hablando se inclina más a reconocer como jefe al triunfador, sea o no un héroe. Ahora, en este sistema donde la voluntad es expresada por medio del voto, si no tienes al menos un tantico de identificación con esa masa movida por emociones donde cala el fenómeno empático, pues no cuentes con ella. La masa busca que no la desprecien. Que la quieran con sus piojos. No la rigen las elevadas enseñanzas de Montesquieu o de Locke. Son perfume. Que estos caballeros duerman en sus bibliotecas. La masa tiene un grito genuino, de brote interior profundo, para indicar sus propias afinidades de grupo con el personaje al cual se une de manera entrañable mediante la empatía, el más


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fuerte, más íntimo, puro, nudo de unión entre prójimo y prójimo de los vínculos propios de la naturaleza humana. Es cuando se le oye exclamar desde sus adentros, al reconocerlo como su igual y ser al que por sus condiciones de ductor hacia el triunfo le confía su vida: ¡ese es de nuestra misma gente! De pronto, en medio de ese lenguaje de democracia y demás armonías, le aparece Rómulo Betancourt que además le habla de esbirros, de romper con el pasado, de explotadores y explotados, que algo de esa palabrería le ha quedado de sus años de activa militancia en el Partido Comunista. El Vicealmirante hace lo que puede para penetrar en tales peculiaridades de la calle. Un chofer del diario, Viccione, me ha referido que en un veloz viaje directo a Barquisimeto le lleva un discurso esbozado por Miguel Otero, uno de los amigos de su causa que le dan ese tipo de asistencias intelectuales en casos de emergencia. Tan pronto Larrazábal se coloca en el micrófono frente al ansioso público que lo espera, toma los papeles, se los muestra, los enrolla, se los guarda con calma en el bolsillo de la camisa y explica: –No voy a leerles esta “cosa”. Prefiero hablar con ustedes directamente: de corazón a corazón. Larrazábal, con muchos cantares por dentro, apoya su popularidad en estos recursos efectistas de simpatía personal. Carece de la fuerte antecedencia política de Betancourt; pero en cambio es carupanero y ya sabemos que en la costa de Oriente la alegría generada por la esperanza es traída por la generosidad salitrosa del mar. De esos mismos lados le llega el jacarandoso polo margariteño. Toca el cuatro y canta coplas que le son muy celebradas. No sé si lo haría en los actos públicos; pero la colectividad lo sabe y aprueba esa campechanería igualitaria. Está en su modo de ser. Por espiritual, que cree en la esperanza, sería que ante la pregunta comprometedora de un periodista responderá echándole mano al verso de su paisano carupanero Andrés Mata: -No hay que preocuparse más de lo necesario, recuerde, apreciado periodista, que puede el “último amor ser el primero”. Agreguemos que tiene cara de galán otoñal, factores que al público femenino tanto agradan. En cierto modo su aspecto es el de aquellos militares que en las películas de guerra creó Hollywood para contribuir a la presencia


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grata del ejército norteamericano frente a los desagradables personajes del ejército nazi. Y ahora, gracias a la gestión adeca en el movimiento del 18 de Octubre, las mujeres votan. Imposible imaginar a Betancourt tocando el cuatro acompañado con maracas y charrasca y cantándole coplas guatireñas a su río el Paicairigua. Mantiene una personalidad de estadista. Diferente será Larrazábal. Cuestión de los modos de ver la vida. Y no es desacertado suponer que si los militares derrocan al régimen del Gral. Medina y con los mismos trastos y en breve lapso al de don Rómulo Gallegos, pues Larrazábal, con sus cantares a tiempo, los habría exorcizado. Digamos, para el caso, exorcismos y cantares pero no con acompañamiento de agua bendita, guitarra y maracas sino con fusiles, porque, dicho a lo criollo, guáramo no le faltaba. Pocos no fueron los oficiales de alto grado que retiró de las Fuerzas Armadas tan pronto asume el mando de la Junta Militar, al caer la dictadura perezjimenista. Se habla de diecisiete generales y unos cuantos coroneles. Tengamos presente que por ser oriental, y los orientales tienen por alimento básico los peces, y el pez contiene abundante fósforo, era, como expresa el dicho, más alerta que vigilante de cayuco pesquero en aguas de tiburones. Si se toman en cuenta las afinidades de El Nacional con el medinismo, cuyo hilo centro-liberal podría llegar hasta el propio Larrazábal, y se le añade la ristra de directores no propiamente acaramelados con Acción Democrática, partiendo de Antonio Arraiz, continuando con Reyes Baena, Rivas Mijares y Miguel mismo, se concluirá en que sería ello suficiente, sin más, para que el sobresaturado de política Rómulo Betancourt no viese siempre a Miguel con la cordialidad que entre ambos ha debido mediar desde los años cuando juntos cursaban la gramática del pintoresco maestro Montenegro, los otros del Liceo Caracas o los preparativos para la invasión a las costas de Falcón desde Curazao, ni los tiempos iniciales del partido PDN. A Betancourt, en cuestiones de política, lo domina una pasión interior, como al beisbolista el afán de echar batazos o al boxeador puñetazos, al punto de que en alguna ocasión se le borran las diferencias entre lo que es un adversario y lo que es un enemigo. Esas perturbaciones emocionales las ha mostrado en sus bastante ásperos y frecuentes encontronazos con Miguel.

A la guerra con la pluma o con la espada Aun cuando es hombre de pluma y no de espada, Miguel Otero, entre las peripecias de esos años 20, está el referido desembarco en el contingente armado


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que entra por las costas de Falcón bajo el comando de los insurgentes Rafael Simón Urbina y Gustavo Machado, jornada de la cual nace Fiebre, su novela enmarcada dentro del realismo literario del seco marxismo absorbido en su juventud. Refiere a modo de reportaje con baño literario su experiencia en tal aventura. Resultará enemistado con Urbina quien, al no quedar como personaje muy bien parado en ese libro, le irá luego al desquite y por la misma vía de las letras, ayudado, se dice, por las manos del paisano suyo Víctor José Cedillo. En el paralelo ideológico Rómulo Betancourt corta relaciones con la Internacional Comunista poco antes de morir Juan Vicente Gómez; Miguel Otero lo hará en l950. En diversas ocasiones lo explicaría como un fatalismo: –Es que no soporto una disciplina de partido. Betancourt dejaría el asunto colgado en que aquello fue para él un pasaje atribuible a los desvaríos propios de la juventud. Oigamos a Baudelaire: ¡Oh locuras de juventud, cuanto os recuerdo y amo! Y en tanto se hace abiertamente anticomunista, Miguel Otero conserva un recatado acercamiento a ese proyecto cuya forma operativa parte de tomar el poder, centralizarlo con mano de hierro y desde arriba, con todos los controles apuñados en ambas manos hacer la revolución y consumarla. En la historia de la humanidad unos cuantos a través de siglos y siglos lo han intentado, pero nadie, ni a la buena ni a la mala, lo ha logrado de esa manera, toda vez que con todo y sus alborotos que obnubilan, lo cierto es que siempre los apoya sólo una fracción mínima de la colectividad, digamos en esos vivos útiles y esos tontos útiles que le siguen y los aprovechan y tarde o temprano fracasan frente a la consiguiente apatía y rechazo del pueblo global. Han ido contra de las leyes naturales. Diferentes han sido, y de allí su solidez, las revoluciones iniciadas y logradas con base ideológica, tal así la Inglesa, que instaló en la base el sistema republicano (1642) o la Francesa (1789) y la nuestra (1811), las tres con sus particularidades pero con iguales fines logrados. Derrocan autocracias por impulsos de la colectividad global, sectores altos y pueblo llano, y abren camino a la república. Sus armas fundamentales vienen a ser propiamente las ideas del humanismo, el más honorable cuanto sensato guía de la humanidad. Así que no confundir revolución y vulgares golpes de estado, tras de los cuales llegan las más aberrantes dictaduras, unas abiertamente descaradas y otras con máscaras del más hipócrita disimulo. No pasan de ser revueltazones al frente de las cuales hay siempre un pilluelo.


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Aquí, extendiendo los criterios, la insurgencia militar-civil del 18 de octubre del 45, llamada la Revolución de Octubre, va diferenciada porque, al actualizarnos con el mundo civilizado, trajo el avance universal que incluye el voto para la mujer y para los analfabetos antes, al parecer, no estimados en el rango de seres humanos. Al morir José Stalin en 1953, Miguel, no obstante mostrarse ya un tanto diferenciado del comunismo, escribe en El Nacional que la historia universal queda dividida en dos épocas: antes y después de Stalin. Y mientras expone a la desaparición su empresa, lo cual sus enemigos casi logran en 1962 mediante la estrategia y torva práctica de impedir que le lleguen los anuncios de la publicidad, peripecia conocida como boicot, y con ello darle remate, Betancourt explica el origen de su propio rollo izquierdista y lo sitúa en lo que generalmente es llamado el sarampión revolucionario. Digamos, algo que tiene un atenuado juvenil mea culpa que termina en ser nada cuando se lo cargamos a la cuenta de las tales locuras de juventud: –He sido consecuente con lo que fue un impulso más emocional que racional en mis primeros días juveniles..5 Digamos que si van a cobrarte algo que debes desde hace treinta o más años, quedas exento de pagarla con sólo manifestar: “eso corresponde a una locura juvenil”. Y rompes la factura. Como el borrachito descarado que dice al mesonero que le cobra los tragos:”Eso me lo anotas en una panela de hielo”. En 1962, cuando en el paseo caraqueño Los Próceres una carga de explosivos activada por control remoto casi da muerte a Betancourt, entonces ya presidente de la República, suceso en el cual muere su asistente el coronel Armas, esa mañana encontramos a Miguel, quien viene llegando al periódico. Voy con Carlos Delgado Dugarte y Antonio Guillén Peck, compañeros de estudio y colegas en la profesión. Miguel está visiblemente afectado, y así lo comentamos entre nosotros. Luce como si aquello le hubiese ocurrido a un pariente suyo muy cercano. Son las diez y media o las once de la mañana. Viene del Hospital Universitario, donde le aplican primeros auxilios al presidente Betancourt. Nos dice: 5. Otero Silva: Entrevista con Rómulo Betancourt. Diario El Nacional. Caracas, 21 febrero 1963.


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–Está mal. Y según los médicos no es tanto lo que exteriormente se le ve como lo que interiormente puede haberlo afectado la explosión. La relación simultáneamente amistosa e inamistosa sería un fuerte anillo de unión, a veces visible y a veces no pero existente, real, entre algunos de los estudiantes de la generación del 28. Digo de los auténticos y meritorios por sus aportes de valor y sacrificio, no de farsantes que por estar entonces inscritos en la Universidad aprovecharon la circunstancia para echarse un enchape de héroes. De éstos conocí a uno que otro. Hubo desagradables incidentes entre los que formaban parte de esa generación. Especialmente se conocen algunos en los cuales estuvo inserto Rómulo Betancourt, quien, con su alma de caudillo no admitía desacuerdos. De otro modo, conforme a su modo de actuar en nuestro caribero sistema socio-histórico, no sería caudillo sino pendejillo. En ocasiones, al excederse, pierde el control. En esos raptos acostumbra tomar la pipa y batirla contra el piso. Se cuenta como anécdota o simple chiste, que en una ocasión se acalora al discutir con el entonces joven dirigente de su partido Domingo Alberto Rangel, y que éste, viéndole llevarse la mano a la boca, se le adelanta: –¡Un momento: No me rompa la pipa! En esa forma de reaccionar, y ello es significativo, se advierte que la gente nueva no está ya en situación de aceptarle tales desfogues. Se abren brechas. Debido a la intensa reverberación sociopolítica está cerrándose un ciclo socio histórico. Sólo eso Ramón J. Velásquez anota, refiriéndose a un punto de esas turbulencias: “Un inesperado debate surgió en la segunda semana de diciembre entre los máximos líderes Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, cuando el fundador de AD llamó al fundador de URD,‘cadáver insepulto’, afirmando que en política no es muerto quien tiene pocos votos, sino aquél que abandona sus principios, por miedo o por interés”.6 Un hilo singular tejió la amistad de los estudiantes del 28. Eran amigos y al mismo tiempo adversarios por causa de la política. Villalba, cuando muere Betancourt, sufre un impacto emocional en el velatorio que se efectúa en el Pa-

6. Cit. Ramón J. Velásquez: Venezuela ante un espejo. Editora El Nacional. Caracas, 1981, p. 77.


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lacio Federal. En las hemerotecas vemos fotografías de cuando en emergencia lo llevan en camilla para trasladarlo urgentemente a una clínica. El Gordo Rodolfo Quintero, debido a su clara posición de comunista ideológico, y no de circunstancias, fue adversario del Betancourt gobernante; no obstante mantuvo hacia él, aunque a distancia, un verdadero afecto. Quintero, estudiante de Farmacia, respetable ciudadano, dentro de su trajinar político actuaba como representante sindical. En esos afanes del 45, año de alborotos debido al derrocamiento de Medina Angarita, le ha sido necesario ir al palacio de Miraflores a discutir con el gobierno un problema de los trabajadores a los cuales representaba. Quintero tiene su fase de humorista y, como tal, escribe en El Morrocoy Azul cubierto con el seudónimo Morrocobrero. Su primer encuentro con Betancourt en Miraflores, ya siendo éste presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, me lo refiere de esta manera: –Tan pronto Rómulo me ve llegar al salón retrocede con pasos muy menuditos, hacia la silla presidencial, hasta sentarse bien arrellanado, con majestad de gobernante. Desde allí, aludiendo a que él ha llegado al poder antes que nosotros, los comunistas, me dice en voz alta: –¡Te jodiste, Gordo, se te fue el tren! Era la misma vía de cordialidad que a Betancourt unía tanto con Miguel Otero como igual con otros, entre ellos Jóvito Villalba. Un efecto triangular. Le escuché a Villalba –referirse a Betancourt de modo afectuoso, como si éste, quien sería en ocasiones bastante agrio con él, apenas fuese un muchacho travieso de la política. Enviado a entrevistarlo en el Palacio Federal por instrucciones de Miguel, entonces director, debo esperarlo porque se halla en Miraflores. Al llegar se instala en un sillón, extrae un enorme habano del bolsillo y, al encenderlo, comenta en medio de las pestilentes humaradas: -–Estoy dejando de fumar. El médico me lo ordenó; pero éste me lo obsequió Rómulo. En cierto modo Betancourt cataliza la amistad de todo ese grupo de sus contemporáneos, no obstante las reticencias que le dominan el carácter. Es para ellos amigo y adversario al mismo tiempo. En igual estilo de su escritura va ese modo de ser. Está cumpliendo apenas los dieciocho años cuando muere Luis Enrique Mármol y, en la oportunidad, siendo un ocasional comentarista literario, a sus lectores les da un adelanto de la agresividad retórica que tendrán


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sus escritos políticos, en los cuales a veces, como en el caso, está elogiando a un amigo y de modo simultáneo está enviándole puñetazos mentales a otra persona. Digamos un boxeador que bajo la regadera practica un round de sombra para mantenerse en forma. Esta vez van sus habitualmente acres reticencias. En ese toma y dame del texto es de preguntarnos a nosotros mismos: ¿Esa por nada inocente reflexión suya, no deja en entredicho la masculinidad con espiches de algún poeta cuyo nombre no menciona? Dice: Era poeta y era hombre. Qué difícil poder decir lo mismo de todo poeta”. 7 A la verdad supe de uno de estos contemporáneos suyos que, como dicen los tachirenses,“se iba de para’tras”.

En rastrojo viejo encontrarás batatas Finalizando Betancourt su período presidencial, 1963, Miguel Otero va a Miraflores para entrevistarlo. De tal encuentro le resulta este notable cuadro costumbrista, publicado en El Nacional, en estilo que recuerda un tanto al de Sales Pérez, acriollado, y otro tanto al de Jabino, más universal. Por el tono y el tipo de evocación es posible deducir que ni las diferentes concepciones de la vida ni los habituales desplantes de su amigo, anteriores o posteriores, podrían mermarle su arraigado afecto hacia él: “El periodista conoció a Rómulo Betancourt en los bancos de la escuela, allá por el año no sé cuántos. El profesor de gramática castellana, un caballero extravagante de apellido Montenegro, hacía esfuerzos inútiles por lograr que alguno de sus discípulos le hablara del superlativo. –Usted, Quintana Quintana no sabía. –Usted, Valdivieso. Valdivieso tampoco sabía. –Usted, Juliac. Juliac miraba hacia las vigas del techo. De improviso se levantaba Betancourt de su pupitre y se lanzaba

7. Rómulo Betancourt: Revista Elite. Caracas, N° 55, octubre 1926.


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a recitar de memoria y sin tomar aliento: Blanquísimo (de blanco), utilísimo (de útil) … El profesor Montenegro, que era un poquito chiflado, la verdad sea dicha, descendía de su tarima y se volcaba en estentóreos gritos de entusiasmo: ¡Pícalo, gallo! ¡Pícalo, gallo!. Un rato más tarde, al concluir las clases, nos cruzábamos en el patio con pilares del viejo Liceo, las mismas preguntas que se cruzaban los párvulos de todas las generaciones: ¿Qué piensas tú ser cuando crezcas? Yo, ingeniero. Yo, capitán de buque. Yo, torero. Betancourt (el periodista cree recordarlo no obstante cuanto ha llovido desde entonces, aunque también es posible que la imaginación haya puesto una migaja de su parte), Betancourt, digo, respondía: –Yo, presidente de la república. Y apenas tenía doce años.8 Cuando Miguel cumple los cincuenta años de edad, Rómulo Betancourt, quien ha sido presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno del 45 al 48 y ahora diez años después anda en campaña para ganar la presidencia de la república por vía electoral, le remite al periódico un cordial telegrama que éste coloca en la “pizarra de las travesuras”. Explico: un pizarrón situado en uno de los pasillos de la redacción, en el que cualquier integrante del personal del diario, cuando así lo quisiere, allí publica con propio nombre o sin identificarse, fotos, chistes traviesos, respecto a compañeros. En este texto, aludiendo a la circunstancia de ser ambos de la misma edad, con meses de diferencia, le dice Betancourt: “Estamos, tú y yo, en el medio cupón.” Cierto. Mediaba entre ellos ochos meses apenas. Nacen en el mismo año, 1908: Betancourt el 22 de febrero y Miguel Otero el 26 de octubre. A Betancourt, en el periodo presidencial de facto, el de la Junta Revolucionaria, 1945, como en el que gana mediante elecciones libres a Larrazábal, 1958, el diario le mantiene una crítica que va en todas las gamas leves o fuertes. Son días bravos de conspiraciones militares con civiles, divisiones en Acción Democrática y está en actividad plena la entusiasta guerrilla manejada por Fidel Castro. 8. Otero Silva: Entrevista con Rómulo Betancourt, op.cit. El Nacional.


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Esos dorados años que te hacen amar la vida La vinculación de Miguel Otero a las humanidades por sus lecturas y escritos literarios, va clara en sus ejecutorias como director de El Nacional. Ha realizado estudios de ingeniería en la Universidad Central, mas no muestra especial interés en recibir el correspondiente título, como sí lo hará cuando cursa en la primera promoción de periodistas de allí egresada. Eso confirma su frase: –Mi vida ha sido el periodismo. En esos tiempos la profesión de periodista va ligada a una cierta informalidad. Algo de bohemia. Rezagos de cuando quien ejerciera el oficio debía pasar él mismo sus escritos al plomo e imprimirlos y hasta, si fuere necesario, salir a vender su periódico en la calle. Por lo regular aquellos pioneros eran poetas. Indiquemos los casos, aunque no tan extremos pues hablamos ahora del siglo XX, de Andrés Mata, fundador de El Universal; de Ramón David León, creador junto con Edmudo Suegart de La Esfera; de Angel Corao entre los pioneros en El Heraldo. Mediaba en ocasiones la bella bohemia romántica. Cambió todo eso cuando, al desarrollarse las empresas formales y su indispensable división de tareas y destrezas, necesidad a que obliga un modo de operar más complejo. Y más eficiente. Relato en alguna parte que el dueño de uno de los más importantes diarios de la capital, en alusión a esa bohemia, suelta un comentario ácido (referido) al saber que estaba constituyéndose en la Universidad Central (UCV), esto por mandato del presidente Rómulo Betancourt, la primera escuela de periodismo: –¿Para qué doctores y licenciados en periodismo? Si necesito un periodista voy al bar cercano y lo contrato. Miguel Otero Silva, poeta y periodista, no perteneció a la bohemia rochelera, característica de aquellos poetas y de aquellos periodistas. De esa romántica bohemia, sin embargo, tuvo su condición de revolucionario esencial, sin intenciones de mando. Algo de lo dicho por él mismo podría explicar ese rasgo personal cuando confiesa: “No resisto una disciplina de partido”.


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Tampoco, vimos, al concluir estudios de ingeniería se interesa por recibir el título ni por ejercer el oficio. Diferente fue con los mencionados cursos universitarios de periodismo, unidos éstos a su temperamento. Falta saber, en el caso, cómo estuvo su asistencia a clases. Igual, se inscribe como alumno regular en la Escuela de Letras UCV, en la década de los años sesenta y tantos, al cual asiste con Mariana Otero, su hija. No concluyó el año. En verdad Miguel, si rehuye las disciplinas, también las formalidades. Creo que sólo en actos de severa exigencia y, para determinadas fotografías, lleva corbata, exigencia de esos tiempos para personas de su rango. Si acaso lo hará para obtener la cédula de identidad o su libreta de pasaporte. La literatura, igual, va más de acuerdo con su descorbatado modo de ser. Está en ella desde los diecisiete años de edad, cuando lanza en la revista Elite su primer poema, Estampa, cuya musa envuelta en ingenuidades todavía escolares, permite suponer que es la estatua vaciada en bronce por Eloy Palacios, erigida en honor a la mujer indígena en la avenida Páez de El Paraíso, antes frente al Instituto Pedagógico y luego donde aún permanece dentro de un chirivital de autobuses, fritangas y un tumulto de gentes busca la vida: La india alegórica se empina como queriendo remontar el vuelo. Su desnudez perfecta cree indigna del hombre y alza su cuerpo escultural de bronce y se lo ofrenda al cielo.9 Con esa actitud alebrestada de no circunscribirse a puertas ni rejas va su literatura. Sería poeta de los que admiten la importancia de una escuela tradicional, una corriente o una moda; mas no por ello se aparta de la esencia romántica. Sin ésta, sea vanguardista o abstracta, o como se le quiera llamar, no hay poesía. Es un hilo de transparente gasa que cruza desde Homero y sin el cual hay cualquier cosa pero no poesía. Será truco intelectual. Miguel llevará siempre, de América, las influencias modernistas de Rubén Darío. Con Ruben y con Amado Nervo, aunque poetas de torres de cristal, tiene afinidades. De Rubén, será la musicalidad, la pequeña historia esbozada en cada poema y de él tomará 9. Otero Silva: Poesía Completa. Monte Avila Editores, Biblioteca Popular El Dorado. Caracas, 1972, p. 7.


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el título para su novela Cuando quiero llorar no lloro; de Amado Nervo, el de la sublime oración “era llena de gracia como el Ave María”, recibirá tonalidades líricas cercanas que él no luce dispuesto a reconocer públicamente porque –así lo entiendo–, luciría contradictorio ante su admitida ideología materialista, pero que allí están. En sus pájaros hogaño también hay trinos de antaño. Ellos le han coloreado la obra. De Rubén y de Nervo muestra afinidades provenientes de los momentos mismos en que florecen las primaveras de la vida. De Nervo se le reflejarían las auras místicas que a él, antes que a los encementados marxistas, le imprimieron afinidades emocionales de sensibilidad social aparecidas, digamos en su Niño campesino, y en su Elegía Coral a Andrés Eloy Blanco, poemas de la emoción afectiva. Este tipo de acordes no están en la vanguardia ortodoxa que va evadiendo lo sentimental para diferenciarse de las corrientes anteriores del romanticismo y el modernismo. Aspiran estos poetas nuevos a ser vistos armados con desafíos verbales a contracorriente y que alguien, de serle posible, los entienda. O si no, pues que siga feliz su camino y que le vaya bien. Oportuno es advertir que hay carpintería buena y carpintería mediocre, pero en cuanto a poesía no hay espacio para las medianías. La poesía cofre cerrado bajo siete llaves Por nada en la crónica se separa Miguel Otero de las ráfagas de lo esencial poético que coloca en la prosa siempre que le es posible y en las cuales resulta propio adivinar proyecciones airosas, emocionales, de los poetas andaluces. Algo de Antonio y Manuel Machado, algún leve chispazo de García Lorca. Lo podremos ver en su evocación a Maria Isabel de las Casas. Es otro tipo de poesía, la gentil envuelta en alegorías, esta vez en honor a la hermosura de la mujer caraqueña, donde, al igual de sus comentarios referidos a toros hay como un vago eco de ¡olé! y castañuelas, el mismo de cuando por sobre los tendidos revienta la rosa del pasodoble. Podría ir con los vanguardistas en eso de olvidar la retórica, las modas, las costumbres, ese pasado que para nada importa y ese futuro que bien se lo puede llevar el diablo si así lo desea, pero no lo fundamental del mestiere que, al no ser bien entendido, produciría literatura efectista pero no poesía. Un escultor haría una obra con hacha y no con cincel pero esas arbitrarias liberaciones tendrán límites y por nada debe suponer que sin esfuerzo mayor le será posible pasar como humana la figura de un caimán.


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Miguel Otero en todo, y por esencia, por hasta simple temperamento, ha debido tener inclinación vanguardista. De ésta lleva el atrevimiento. Cierto que no hay corrientes puras y que ellas van encabalgadas, la clásica sobre el barroco y éste en el neoclásico, y en ese orden irán sistemas y literaturas de vanguardia. Unas más y otras menos van ligándose y superponiéndose. No hay ruptura total. Pero, de sumarse a ellas, habría entrado en contradicción, dijimos, estando entonces tan abiertamente comprometido con el realismo marxista. Dentro de este cepo mental tampoco mostrará conformidad absoluta. Romperá con el comunismo, tal vimos, al no soportar, y lo confiesa, las disciplinas de partido; no obstante, constreñido por su temperamento esencial y las realidades, y aun en esa onda de no circunscribirse a puertas ni rejas, en Fiebre había caído dentro de un total realismo marxista. Lo hizo a su modo. Allí es cronista narrador o periodista que informa. Si le cayó alguna chispa de otro tipo de letras que beneficien sin alterar el propósito buscado, pues bienvenida sea. Y algo tal vez más significativo es que, si bien rechaza la disciplina de partido, lo que por nada en él es una expresión superficial, en cambio se ciñe con rigor a la preceptiva literaria, lo cual muestra el grado de sacralización en que tiene a la poesía. En su Galerón del Gallo Sambo conforma las líneas preceptivas con los requerimientos de esa parte del espíritu propenso a ser alegre, alborotado, del venezolano. De otro modo no sería galerón. El mismo denominativo, galerón, indica que no son coplas para cantárselas a una novia en la ventana. El respeto disciplinario hacia los instrumentos del mestiere le vendrían desde cuando en el liceo San José de los Teques, dirigido por su severo pariente José de Jesús Arocha, o en el Liceo Caracas que dirigía Rómulo Gallegos, había recibido las primeras normas de preceptiva literaria. Refiriéndose a unos versos humorísticos volanderos escritos por alguien en la sección a mi cargo, de crónicas y comentarios, me dice sin muchos miramientos:

–Ahí publicaste unos versos cojos y a la verdad pocas cosas molestan más que leer unos versos cojos.

Habiendo tenido por años vinculaciones con las ideas del materialismo marxista, cuyo canon es el arte para la sociedad, en su Agua y Cauce (1941) no estará ya plegado del todo a esos moldes tiránicos, como en Fiebre, ni caerá en el deleitoso arte por el arte mismo, refugio, según el código marxista, del egoísmo de la burguesía. Ya lo dijo, y eso comprenderá igual a su labor artística: “No resisto disciplinas de partidos”. Con ese criterio, será siempre un disidente.


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Se expresará como romántico si de ese modo se lo exigiere la musa. Y el tema podría llevar, ¿por qué no?, un profundo contenido revolucionario. Así, en un hermosísimo poema en el cual se percibe un retardado romanticismo, se presenta como quien tiene a la vista el compromiso simultáneo con dos amores: la revolución y la mujer: Más allá del cristal, más allá de la lluvia pasaron… o separé los ojos de los ojos de ella para verlos pasar. o escuchaba chapotear en el barro los pies descalzos. y presentía los rostros anochecidos de hambre.. (…) Mi corazón fue un péndulo entre ella y la calle… Y no sé con qué fuerza me libré de sus ojos, me zafé de sus brazos. Ella quedó nublando de lágrimas su angustia tras de la lluvia y del cristal. Pero incapaz para gritarme: -¡Espérame! –¡Yo me marcho contigo!...10 En esta página de vida queda en claro que bien ligan, contrario a lo pregonado por las teorías el totalitario realismo socialista, el arte sin cadenas y el espíritu revolucionario, el mismo conque de modo natural hubo de romper, porque sólo por un tiempo alguien resiste llevar adentro esos antagonismos, y sus cadenas y candados mentales, que dejan al alma sin luz y sin oxígeno al espíritu. No los acepta el humanismo. En los enfrentamientos antagónicos, dominan los que van más acorde con la madre naturaleza. Veamos que al mundo civilizado sólo se le ajustan, y en modo exclusivo, el mecanismo del orden republicano. El equilibrio de la selva. Miguel, desatándose del encadenamiento marxista que en Fiebre manifiesta –y a su manera–, se abre un tanto más hacia la vanguardia, pero sin soltarse de

10. Ibid. pp. 31-32.


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amadas raíces antiguas. Por algún lado le sonaría, pues lleva nombre cristiano, y no cualquiera sino el mismo de uno de los más importantes arcángeles, San Miguel, armado jefe celeste designado especialmente por el Señor para contener con su espada fulgurante a Satanás. En ese orden, magnas obras como la sublime Oración por todos, de Bello, inspirada en las Hojas de otoño, de Víctor Hugo, irán adheridas a sus juveniles acordes románticos y a las no menos profundizantes ráfagas del modernismo. Todo creador es una suma. Como lo es todo ser humano. De esas vibraciones espirituales algo queda cuando las absorbemos desde la propia infancia. Ni los tropezones materialistas podrán borrarlos jamás del todo. Le ocurrió a un amigo argentino, Liber Forti, con quien me topé hace unos cuantos años en la Capilla Sixtina, en el Vaticano. La recorríamos asombrados ante aquellas maravillas de Rafael, de Miguel Angel, cuando, en un momento dado, Líber me toma por el brazo y me suelta un brote interior que, lo digo con toda seriedad, me trajo un sabor a tango: –Ché: aquí dan ganas de arrodillarse y rezar. Pensemos cuán profundo penetra la esencia mística si tenemos en cuenta que Líber era practicante del anarquismo ideológico, y esto ya indicado en el sólo nombre, y que, con el debido respeto y afecto digo que todo argentino, de derecha o de izquierda, está bastante radicalizado. Juntos van temperamento y carácter. Muestra: Don Segundo Sombra. De ese modo Líber, y así se lo comenté, me resultaba tres veces anarquista. Fortuna unir lo que traes con lo que te va llegando La poesía de Miguel viene coloreada por una primaria esencia sentimental, bien definida en su Niño Campesino. Son tiempos en los cuales dentro de esos viejos claustros del convento colonial heredados por la Universidad, en San Francisco, los murciélagos han comenzado a escuchar voces materialistas que llegan al extremo de negar, ¡ave María purísima!, la existencia de Dios. Eso le es indispensable a un marxista que debe presentarse como un macho cuadrado, con zapatos recios de bombero y no con zapatos blancos planta de goma, de los utilizados para jugar al tennis. ¿Habría podido Fidel Castro derrotar a Fulgencio Batista y mantener la rienda en Cuba de haberse presentado con la estampa de un pisapasito tennista de zapatos blancos? Digan


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lo que digan, pero nada podrá contradecirlo, que el el traje ( hábito) hace al monje. El fusil y las blanduras no configuran la indispensable cruda estampa revolucionaria, como sí lo será la combinación del fusil y mascar tabaco en rama. Necesaria pinta. Fidel Castro, se recuadró además con una formidable barba negra y un enorme tabaco habano, que con esa estampa lo vi en una rueda de prensa, el año 59, convocada para entrevistarlo en la sede de la embajada de Cuba en Caracas. A primera vista, de fácil realización resultan las peripecias contra el imperialismo. Trae a la memoria el viejo cuento del tigre de Bengala que escapó del zoológico de Maracay. El animal estaba ya pronto a tomar calle y ser libre cuando vio al enorme toro de bronce que hizo colocar allí el Gral. Juan Vicente Gómez, quien como todo autócrata era un fundamental admirador de la fuerza bruta. Ese toro fue dotado por el escultor con un par de inmensos corajes que le cuelgan de dos tiritas. Solo que son dos tiritas de bronce. El tigre se dijo:

–¿Para qué voy salir en aventura si aquí mismito tengo por lo menos dos bien sólidos almuerzos?

Pues allí se sentó a esperar que se le cayeran al toro las dos pelotas. Y allí murió con la cara tontamente iluminada por la esperanza. En los versos cada poeta lleva su artillería En Miguel son visibles el pensamiento poético, las afinidades entre sus letras de periodista y las propiamente de narrativa literaria. Su temperamento le exige comunicarse. Aparte los floripondios. Ello también explica su prosa directa en la novela “Fiebre”. Nada de quedarse a dos aguas. Necesita desfogar sus impulsos en artículos polémicos, donde ocasionalmente le aparece una fase rústica de machete en mano. Pertenece a unas generaciones, la del 28 y la del 36, que van buscando un reconocimiento público y un sitio propio, en parte debido a los estremecimientos sociales, ideológicos y los estéticos llegados entre las humaradas de pólvora desde la Primera Guerra Mundial y su respectiva post-guerra que sólo fue preparación para la Segunda. Un mismo episodio.


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El arte ha estallado con Valery, con Picasso, con Mondrián y tantos más en letras, pintura, escultura.En ese caminar poético encuentra Miguel su ruta. Eso no habría podido sucederle antes de este descomunal conflicto que trajo miserias y crujía social junto con nuevas actitudes y modas artísticas y literarias. No crujirá el mundo en vano. El 5 de enero del trepidante año 28, al constituirse el Grupo Válvula con Arturo Uslar Pietri, Carlos Eduardo Frías, J. A. Ramos Sucre, Rafael Angel Barroeta, Joaquín Gabaldón Márquez, Pascual Venegas Filardo, José Nucete Sardi, Julio Morales Lara, Nelson Himiob, Antonio Aráiz y otros jóvenes que exploran en los espacios nuevos de la vanguardia, Miguel Otero va en pelotera con ellos, pero será tal vez porque traen por delante un lema, desafío teológico el cual, no precisamente por la chispa de humor burlesco se hace perdonar el atrevimiento: “Somos un grupo de jóvenes con fe, con esperanza y sin caridad”. Con tal desmayo zumbón dentro del campo teológico, que banaliza las virtudes teológicas, la revista surge bajo la ojeriza de las gentes formales y de instituciones tan alertas como es el clero. No remonta más allá de un primer número. Trae treinta y seis páginas de versos y prosa. Miguel va inmerso en esas mismas atmósferas de actualización literaria aunque se mantiene un tanto al margen. Ella, sin mayor contextura ideológica, corresponde a lo denominado grupismo, y así, al nacer y también fallecer después del Grupo Válvula, llegará el Grupo Viernes, el primero de los años 20 y el segundo de los 40, dos importantes intentos de nucleizar a los innucleizables jóvenes, le dedica en la despedida unos desparpajados versos de colorido nativista cuyo título, surgidos en tal ocasión y con su sello, imposible que tuvieran sentido formal: Reponso al Grupo Viernes. Allí, de modo atenuadamente socarrón, que por nada le opaca su tersura poética, como tampoco lo será el haberlo publicado en su libro de humor “Un Morrocoy en el Infierno”, va enumerando a sus participantes: “Como un sollozo de mariposas, como el vuelo imposible de las rosas, como el lucero abierto que no supo hablar de amor a la mañana en ciernes, ha muerto


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el Grupo Viernes. Se marchó como lírico turpial que renuncia al topacio de las vegas, la flor del nido y la emoción del nardo, Pascual Venegas Filardo. Alejóse cantando por entre madre selvas y perdices, Fernando Cabrices.” (…)11 (II) Grande será la distancia del Areópago a la realidad Tal se verá, Miguel Otero Silva muestra una continuidad en su persona, en sus andanzas y en su obra, de lo cual no escapa ni su santuario poético. Van sus aciertos y, humano, igual van sus desaciertos. Pero con el mismo rumbo. En el año 1928 y sus estremecedoras agitaciones estudiantiles contra el régimen del Gral. Juan Vicente Gómez, tiene Miguel Otero 20 años de edad y entra en todas las aventuras políticas que le pasan cerca. Es cuando escribe El taladro, versos de taladrante fervor marxista. En ese orden de afanes forma parte del grupo que encabezado por Rafael Simón Urbina y Gustavo Machado toma el desguarnecido puesto militar de Curazao, entonces isla del dominio holandés, adonde le ha llevado su exilio a consecuencia de la turbulenta jornada estudiantil del 28. Con estos dos jefes tan dispares de la insurgencia vendrá embarcado en la referida invasión del año 29 que entra por las costas de Falcón. En el 30 siente la llamada de la revolución universal sembrada en él por lecturas apresuradas del tristón y con exceso de enfermiza melancolía morbosa Máximo Gorki, de un

11. Otero Silva: Un morrocoy en el infierno (Responso al Grupo Viernes.) Editorial Ateneo de Caracas. Prólogo Adriano González León. Caracas, 1981, p. 75.


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Barbusse militante del internacionalismo, de un Romain Roland diferenciado caso de idealismo humanístico, digamos tres personajes de exaltada emocionalidad, cuyo efecto en cualquier joven termina, sino a impulsarlo, al menos a inclinarlo hacia no comunes actitudes. Es cuando se hace miembro del partido comunista. Va a España y de allí lo deportan a Francia. Regresa y el gobierno del Gral. López Contreras lo expulsa de Venezuela en marzo del año 37. El 31 ha publicado Fiebre, su primera novela, referida, de fondo histórico, entre cuyos personajes van Rafael Simón Urbina, jefe de la insurgencia, quien será luego su enconado enemigo personal, y Prince Lara, estudiante al que concede dimensiones heroicas. Cuenta veintitrés años de edad. A estos personajes el régimen del Gral. Gómez no los verá precisamente de la misma manera. Tampoco la crítica literaria del bando burgués muestra complacencia. Don Mariano Picón Salas, de alma burguesa y bolsillos proletarios, quien jamás encontraría bellezas ni ternuras en el realismo socialista, después de situar a Miguel como poeta y novelista combatiente de la extrema izquierda, comenta: “La marcada tendencia sectaria resta un poco de objetividad a los movidos cuadros, un tanto cargados de color de su novela “Fiebre”. Del espectáculo del mundo él recogió –según nos dice– los rostros anochecidos de hambre; las manos encallecidas de miseria, las almas curvadas de injusticia, las voces amanecidas de odio.12 Años después, en 1965, Miguel Otero habla de su modo personal de mirar la literatura. Con escasas variaciones es el mismo de cuando contaba veinte años de edad y que ahora mantiene siendo casi un cincuentenario. Ve a Don Mariano diferenciado por códigos personales de vida en los cuales va el mantener ese no menudo punto de vista respecto al arte por el arte, cuando para él, Miguel Otero Silva, sería el arte para la sociedad, concepto que mantiene archivado, pero no totalmente desechado, dentro de los alijos revolucionarios que aún le tientan. Dirá: “ Picón Salas profesaba una concepción espiritualista de la historia, en tanto que yo me guío por el materialismo dialéctico”.13

12. Picón Salas. Literatura Venezolana. México. Editorial Diana. S. A. 1940.p204. 13. Miguel Otero Silva: 8 Palabreos. Caracas, Editorial Tiempo Nuevo, 1974, p. 129.


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Los marxistas, en principio, quedan conformes conque una obra traiga un mensaje de protesta. En el credo que pregonan, el arte no vale tanto como proveedor de belleza como sí cuando es instrumento útil para la revolución. Para quemar a un enemigo cualquier leña es buena. Es una doctrina que exige pelear siempre. Y con todos los hierros. Eso de que en primer término el “arte es para recrear y mejor si es útil”, como espiritualmente, para separarlo de lo vulgar utilitario, lo clasifica Horacio en su “Epístola para los Pisones”, viene a serle a tales materialistas cuestión de segundo orden. Sin desestimar la calidad que le pudieren atribuir, ese producto social será para burgueses ociosos. Cuestión de darle a la tortilla una vuelta y suceda lo que suceda. Eso es la supuesta revolución, normalmente convertida por sus protagonistas, cuando van alentados por la venganza social y deslastrados de fines nobles, en sólo una revueltazón que a nada llega. No pasa de ser una ruidosa cohetería de fiesta patronal. De cualquier modo, en el arte de las letras, poesía o narrativa, por nada el artista debe ignorar su compromiso con el cambio social. Esta novela Fiebre, para ese gran señor que fue don Pedro Beroes, de sereno corazón revolucionario y a quien, viene al caso –y justo es interrumpir para decirlo–, debido a su especial concepto ético jamás le vimos sus alumnos utilizar la cátedra de la Escuela de Letras UCV para predicar su concepción materialista de la historia, esta novela Fiebre se halla entre las mejores de la novelística venezolana, con Las lanzas coloradas de Uslar Pietri, Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, Mene y Cumboto de Díaz Sánchez, Uno de los Venancio de García Maldonado. Ahora bien, allí no queda su valoración pues, cumpliendo con los diferentes aspectos de la propia conciencia, coloca este punto de vista: “Miguel Otero Siva, con su juvenil novela Fiebre, tal vez de escasa técnica literaria, aunque sobrada de emotiva rebeldía”.14 La invasión de las costas de Falcón desde Curazao es una peripecia que a Miguel Otero le marca la vida. Sólo basta saber que estuvo allí bajo las órdenes de Rafael Simón Urbina, general por auto nombramiento, jefe supremo de esa jornada en la cual Gustavo Machado es también general y él, Miguel Otero Silva, con sus veinte años de edad, lleva el grado de teniente. Ambos con todas

14. Pedro Beroes: Dos Ensayos. Universidad Central de Venezuela. Dirección de Cultura. Caracas, 1969, p. 81.


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sus estrellas. Le refirió Miguel a Elio Gómez Grillo que Urbina, en la retirada, pues habían fracasado, da órdenes espeluznantes: “Soldado que se canse, le quita el fusil y le pega un balazo y lo deja en el sitio”; pero Gustavo Machado por propia cuenta, con autoridad afirmada en su generalato, le da un sesgo a la orden recibida: “Si un soldado se cansa y no se esfuerza por continuar, usted a soldado y fusil se los echa al hombro y prosigue la marcha.” No es menuda la diferencia entre el hombre con sensibilidad social y un caudillo surgido de las montoneras, en las cuales la crueldad es un atributo necesario. Igual es de observar que, la verdad, nadie sigue al buenazo que entra en batalla repartiendo sonrisas o preguntándole a cada soldado que cómo están de salud su mamá y sus niños. Me refirió el historiador don Andrés Pacheco Miranda que él venía en la Revolución Libertadora, con grado de coronel, y cerca de El Consejo, Aragua, el caudillo Cipriano Castro encuentra tirado en el suelo a un soldado de la causa: –Y tú, ¿qué tienes que no estás peleando?” -Es que estoy herido, mi general. –Déjame ver, -le dice-, a tiempo de introducirle el dedo índice en una herida sangrante que le asoma en el lado izquierdo del estómago, y darle una vuelta, mientras tanto el hombre grita dominado por el dolor, le agrega: –Eso no es nada. No seas cobarde. ¡Párate y véte a la pelea! También de literatura es escuela el periodismo Desde Homero, cronista de aura mayor que enseña a diferenciar la cáscara del grano, casi no hay novelista de obra significativa que no haya pasado por los afanes de la crónica periodística. Tengamos en cuenta que la generación de Hugo, Balzac, Flaubert, Dickens, publicaron sus obras en los diarios mediante entregas semanales, y en ocasiones ejercieron en ellos el propio oficio de periodistas. Igual así, con sus variaciones, la gran generación literaria norteamericana donde van Truman Capote, Dos Passos, Scott Fitzgerald, Hemigway. De ellos Fitzgerald renegó: “No he podido desprenderme de la roña que se me pegó en el periodismo”. Distinto fue el inglés H. G. Wells, quien se sentía tan agradecido de su profesión que al discutir cuestiones de estilo con sus amigos los estelares novelistas el inglés Henry James y el polaco Joseph Conrad, les muestra su señorío al decirles, y ello enaltece al periodismo.


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“–Yo soy un periodista y no quiero jugar al artista. Sí a veces aparezco como artista es por capricho de los dioses”.15 Encontraba Wells que el relato se debilita con el exceso de pulitura y expresa que le ocurrió a Conrad, parte de cuya obra perdió autenticidad debido a los maquillajes dados por él a los escritos para lograr una literatura estética. Normalmente los hechos rebasan a la imaginación. Cuando se trata de un crimen o cualquier tragedia diferente, donde hubiese pérdida de vidas y el periodista relata lo ocurrido con detalles menudos, en ocasiones morbosos, es acusado de practicar lo que en el oficio es denominado amarillismo. Novela es novela y periodismo, la realidad pura, es periodismo. A la verdad la novela, y digo cualquier novela con la mayor carga trágica, queda por debajo de los dramas creados por la vida misma. Ello es comprobable, aun con sus crudos contenidos, digamos en la novela realista de Flaubert, o de Pérez Galdós, y hasta en la de Zolá, quien acentúa el realismo en su obra, digamos en Naná y en Germinal, que por exigencias estructurales del naturalismo llevan el obligado principio demostrativo: de tal origen tal resultado. Van de la realidad a la imaginación y no a la inversa como fue lo habitual en el romanticismo. Buenos novelistas nuestros tal vez habrían visto facilitada su tarea y nutrido sus relatos con mayor fuerza vivencial, caso de haber pasado alguna vez por el reporterismo. El mismo Gallegos hubiese resultado favorecido con una pasada por la brega del diarismo, donde a la vida se le recoge su más vital, cercano, reverberante y documentado transcurrir. ¿Acaso cualquier vida no es una novela? En el periodismo, digámoslo –utilizando la frase del filósofo, lo que es...es y lo que no es... no es. Teniendo in mente esa simplísima frase no habría recibido– críticas como la que Arturo Uslar Pietri le hace a la novela Canaima: “–Rica en descripciones, cuajada de caracteres vivos, aunque a ratos melodramática y literariamente falsa”.16

15. H. G.Wells: La lucha por la vida (páginas autobiográficas). Segunda edición. Colección Austral. Espasa Calpe Argentina, 1946, p. 209. 16. Arturo Uslar Pietri: Breve historia de la literatura hispanoamericana. Autores venezolanos. Edit. Edime. Caracas-Madrid, 1954, p.120.


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No todos los escritores han estado de acuerdo con los beneficios de haber estado en la trinchera del periodismo de calle, tal el caso, vimos, de Scott Fitzgerald. La ingratitud es un desecho anidado en el corazón humano. Creadores literarios hay, vemos, que se sienten honrados de su paso por el diarismo. Tal así Gabriel García Márquez, laureado con el Premio Nobel. Entre nosotros algunos reconocen de manera expresa tales bondades, otros, digamos Ramón Díaz Sánchez. Miguel no sólo se jactaba de ser periodista sino, es más, lo ponía en práctica y si en él no se destaca ese tipo de realismo es porque va confundido con el realismo marxista. Su novela Fiebre trae la fuerza impresa por el relato crudo de ese realismo que es instrumento de la batalla ideológica en la cual entonces él está sumergido. Manes de la política que todo lo empatuca. Con ella no siempre hay agua clara, que así ocurrirá en el referido mandato del arte para la sociedad frente del arte por el arte, discusión embarullada. De la novela Fiebre, creada sobre la carcasa de una crónica, Miguel Otero admitirá que su fondo es de reportaje. Allí él está presente con total vivencia propia, y así lo expresa cuando se refiere a que algo de sí mismo va en su personaje Vidal Rojas. Colocando de lado lo ideológico y centrado en lo particular literario, José Ramón Medina indica: “La novela “Fiebre” manifiesta de una vez la garra magistral del narrador”.17 Igual ha de ser estimable, no obstante lucir como una referencia para salir del paso y continuar siendo amigos, lo dicho por Arturo Uslar Pietri en 1954: “De tendencia revolucionaria más caracterizada es la única novela del poeta, periodista y humorista Miguel Otero Silva, “Fiebre”, relato de rebelión estudiantil y emoción marxista”.18 Esta expresión de revolucionarismo social se ve de igual modo en los primeros planos de su poesía. Pedro Díaz Seijas lo consigna en forma terminante:

17. José Ramón Medina: Ensayos y perfiles. Ministerio de Educación. Colección Vigilia. Caracas, 1969, p. 227. 18. Uslar Pietri: Op. cit., p. 141.


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“Es el más revolucionario poeta de Venezuela(…) Muchos de sus poemas son de claro matiz político”.19 Aunque literariamente más maduro, Miguel mantiene, digamos en La muerte de Honorio, la esencia realista manifestada, si se quiere al pie de la letra, en Fiebre, novela testimonial donde la utilidad revolucionaria se aparta un tanto de la literatura. Su literatura no irá en totalidad desligada de su periodismo, con todo y tener bien claros los linderos entre los dos géneros. Junto con las mencionadas novelas vendrá Oficina N° 1 en los mismos términos distantes de su Niño Campesino. Diferente será, es notorio, la sinfonía de sus versos líricos y la normal crudeza de su prosa, de la que escapan algunos fragmentos, digamos el de su evocación a la hermosa caraqueña Carmen Elena de Las Casas. Su obra tiene diferentes aspectos versátiles. Con su novela última “La Piedra que era Cristo”, cuyo fondo es una interpretación biográfica de Jesús, provoca en los lectores, lo afirma José Ratto Ciarlo, cierto asombro: “porque todos sabían que él, multiforme narrador, era un marxista dialéctico”.20 Aquí ratifica Miguel que por sobre todo, y en grado máximo, lo domina su inclinación hacia la poesía. Fue marxista sin abandonar ese fondo romántico de juventud que, se podría decir, lo llevó a suponer que por esos lados estaba la redención social. Piel y huesos de esta tierra somos Al regresar al país en esos años de juventud, y tornando a su posición de crítico social, no le será posible desligarse de su temperamento como tampoco de su raíz originaria. “Nacimos –dice Andrés Eloy Blanco en “Canto a España”– en una tierra de espíritu telúrico donde no es posible separar las andanzas del ser de las andanzas de suelo.” Ha muerto el Gral. Juan Vicente Gómez y gobierna el Gral. López Contreras, cuyo régimen, arrastrando al comienzo los arrestos

19. Pedro Díaz Seijas: Historia y antología de la literatura venezolana. Tomo 1. Caracas, Ernesto Armitano Editor, 1986, p. 247. 20. José Ratto Ciarlo: El socialismo incaico y el socialismo de los jesuitas. Fondo Editorial Buría y Fondo Editorial Antonio José de Sucre. Caracas-Barquisimeto, 1987, p. 5.


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autoritarios de la desaparecida dictadura, evoluciona y corta el cordón umbilical con lo que abre caminos hacia la instauración del sistema republicano pleno. Vendrá el período del Gral. Medina Angarita, sucesor designado por el Congreso, pues en paso forzado el autoritarismo en algo ha cedido lugar al sistema republicano. Funda Miguel, con el apoyo económico de su padre Henrique Otero Vizcarrondo, El Morrocoy Azul, experiencia exitosa que lo alienta el año 1943 –y a partir de una oportuna insinuación de don Henrique–, a la creación de El Nacional. Entre otras prendas, y sin declinar su condición de revolucionario social, podría ostentar el haber contribuido a la fundación de tres empresas exitosas: Ultimas Noticias, El Morrocoy Azul, El Nacional. Creo, y la historia lo comprueba diariamente, que al contrario de todos los marxismos mal digeridos y eructantes deslizados hacia baratos populismos, que el creador de empleos es un esencial benefactor de la humanidad. Para los explotadores de seres humanos están las leyes. Al empleo debemos el alimento nuestro y de nuestra familia y, de no haberlo, nadie dispone de fuerzas para filosofar o escribir endechas o novelas. ¿Quién, con el hambre royéndole las entrañas, podría pescar bellas musas para la imaginación? Digamos que tal ocurrió con los románticos, y en este punto no aludimos a los excelsos Goethe o Víctor Hugo, bien abastecidos burgueses, sino a quienes, por estar sumergidos en un ámbito físico menguado y su correspondiente propio estado psíquico deprimido, cayeron en tenebrosos campos de la imaginación y así, en lugar de bellas musas, les llegaban los feroces rostros de la pesadilla. Con tristezas de cuerpo no hay alegrías de alma. Huye la metáfora. Ella es delicada. Sutil gasa en la brisa. Digamos más: el Archipreste, repitiendo al maestro Aristóteles, al elucubrar su famosa conclusión puso la mantenencia en primer lugar, antes que a la fembra placentera, porque, decimos, con un estómago insubordinado ni eso puede ser placentero. Antes condicionar el ánimo. Debido a ello sería que Cervantes, reconociendo el propio mérito al realizar su obra entre los infortunios, donde la escasa alimentación estaría presente, rememora que fue escrita “donde toda incomodidad tiene su asiento”. Es decir, la creó a pesar de ello. Tal vez la hambruna bohemia, que necesariamente determina una baja en la tensión biológica del tono viril de la reproducción, fue lo que al poeta Porfirio Barba Jacob llevó lánguidamente a exclamar:


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“Hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres, que nos tienta en vano con sus carnes la mujer”. Suena como una herejía, pero una consistente sopa de res con huesos y verduras, más aún que la misma inspiración de un jardín florecido, les habría provisto de mágicos efectos caloríferos inspirativos a los poetas del decadente romanticismo lacrimoso, como igual a los desolados filósofos que nada encontraron al sumergirse a pensar en el ser y la nada y los cuales, con ese refuerzo proteínico, habrían encontrado el ser y el todo. Los aedas, igual a esos pensadores con la mano en la barbilla que, por profundos, mucho de soñadores tienen, y así los cinceló en magistral símbolo Rodin, son humanos. Comen. No son aéreos aunque admiren el volar de las mariposas azules y vayan, digámoslo aprovechando la voz de Rubén Darío, tras la libélula vaga de una vaga ilusión. Y valga traer que precisamente Rubén podría sonarnos desafinado, un contraste, si partimos de la finura de sus expresiones poéticas, como esa de su anterior cita: “Nada como pensar después de haber comido bien. Las ideas no son hijas del hambre, a pesar de todas las afirmaciones en contrario.(…) De la barriga a la cabeza existe un alambre eficaz y maravilloso”.21 ¿Quién habría de pensarlo?, decimos, es la misma mano que escribió esta finura: “La princesa está triste, la princesa está pálida. Los suspiros escapan de su boca de fresa (…)”. En el mundo natural todo, aun lo mínimo microscópico, tiene un valor específico. La princesa habría perdido esa poética languidez, precisamente su atractivo mayor, de haber seguido la recomendación proteínica que acabamos de leerle al propio Darío, su padre creador. A los poetas, como igual a los filósofos, por ser trabajadores del espíritu los agobió el hallarse de pronto inmersos en una sociedad utilitaria, circunstancia 21. Rubén Darío (en) Frases Célebres. Editorial América S.A. Panamá, 1958, p. 175.


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grave para ellos toda vez que, por inspirarlos la musa más delicada, poseen una carga mayor de sensibilidad. No eran picapedreros.Y ley de la naturaleza es que a quien no se sienta útil no se les armoniza la existencia. No lo confiesan, pero dentro de su ámbito se sentirán como flotando en el aire. Desconocen ellos mismos, y el mundo que los rodea, su propia importancia como embellecedores de la existencia. ¿Cuál es la utilidad de la poesía y de la filosofía? Al parecer –y digo sólo al parecer–, ha venido a ser ley social que sólo vale aquello que se puede contabilizar en monedas y que por esa vía el saberte útil es lo que te reconcilia con la humanidad. Y con Dios. A Sócrates su mujer, Jantipa, con todo y ser del mundo de los griegos, valorizador del espíritu cual ningún otro en la Historia, cuando lo veía sumergido en sus meditaciones le llegaba silenciosamente por detrás y le soltaba jarros de agua en la nuca; o también, sin sofismas ni primores filosóficos, le runruneaba con suavidad de musa en el oído: –Tú, al hogar, traes más honor que pan. En consecuencia, de no haber empleo, el hombre que afana –y con ello volvemos al Arcipreste–, por haber mantenencia y yuntarse con fembra placentera, dejaría incompleta por parte suya la trascendente frase. Un punto teológico a considerar es que Dios nuestro Señor , de no haber generado tales estímulos vitales, habría dejado sin continuidad a la Creación, su magna obra. Porque, sincerándonos, ¿es posible al hombre normal vivir sin condumio y sin fembras? Digo sin fembras que sean placenteras, que con ello dejo claro que no se trata de tigras urbanas. Eso de sentirse útil por nada es banal. Tan pronto es echado del Paraíso, el padre Adán se ve obligado a buscar en qué ocuparse. Olvidar al manzano que produce sin mayor esfuerzo y echarle mano al arado que con el sudor de la frente hace brotar de la madre tierra los carbohidratos y las proteínas. No suena poético pero es algo más ligado a la espiritualidad. A poco de observarlo con detenimiento entendemos porqué El Sembrador es uno de los más agradables cuadros del impresionismo y el más útil ejemplo de la pintura universal. Es un himno al trabajo rudo elevado a inspirador de arte. Adán, de ostentar sólo la falsa gloria de ser el primer ocioso, pasa en el salto a ser el primer trabajador de la Historia, figura venerable. La ociosidad, bien se ha dicho, es la madre de todos los vicios. Si se hubiese comenzado por allí, Adán no habría pensado tanto en la dorada manzana que lo fatalizó. Al ganarás el pan con el sudor de tu frente, que luce igual a una condena, le debemos el


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comienzo del progreso humano. Con ese acto queda sentado, decimos, que fue Dios el primer creador de empleos. Dignificó la vida. Para los explotadores están las leyes que han de contenerlos. Cuestión de actualizarlas. Imponer su cumplimiento. Y por lo que atañe al señor Carlos Marx, quien se sintió explotado sin haber trabajado jamás, que vaya a pelear con Dios y a reclamarle aquello de las plusvalías que –en su caso particular–, supuestamente le eran escamoteadas. Con castañuela y pasodoble llegan esos tan alegres acordes En un momento dado, a Miguel otra vez las musas le han tocado a la puerta. Le traen ese libro que le marca un lindero: Agua y Cauce. Allí, no obstante, deja en claro cierto conservatismo literario en el estilo que le preserva de ser arrastrado del todo por las turbulentas nuevas influencias. Podría cambiar formas expresivas pero no el fondo. El estilo. El parrado generador del buen vino. Por ello ha podido ser que André Maurois, enmendándole a Buffón la plana, quien dice que el estilo es el hombre, concluye en que “el estilo es el alma”. Miguel mantiene su admiración hacia los depurados Darío y Amado Nervo y la encendida fina lumbre de Julio Herrera y Reissig, lo cual une al matiz andaluz de Antonio Machado, quien lleva los esmaltes multicolores del modernismo junto con la reposada elegancia de los clásicos. Igual, a los versos de Miguel Otero, tan influenciado por la atmósfera en torno a la Guerra Civil española y el drama de sus participantes, habrá quien le haya percibido vibraciones un tanto pintureras que podrían venirle de García Lorca, quien habita dentro de su espíritu no por los lados propiamente de su poesía pero sí, es visible, a la afición a las corridas de toros, a la tragedia de su muerte, a la españolidad total. Su admiración por la influyente obra de Antonio Machado sí la deja claramente consignada cuando para El Nacional toma del poeta un fragmento de su poema Cantar, y lo publica como mancheta editorial en su primera edición, la del 3 de agosto de 1943: Caminante son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar.


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La poesía, en la vida de Miguel, es una vibración constante a la cual se ocupa él de vigilarle sus evoluciones en el tiempo. La ve como pasando a un segundo plano. En buena parte la culpa será de los poetas. Ello lo vemos tan acertado en el ámbito nacional como en el internacional, si traemos al caso que los griegos colocaban al poeta en el primer plano, antes que al hombre de guerra, y así las creaciones poéticas eran celebradas en lo más alto de una colina, los más próximo a los dioses, donde los autores recibían la corona de laurel. Admiraban a Pericles porque si bien llevaba la espada en el cinto, igual en la mente les reverberaban las gestas de su pueblo narradas para él por los cronistas épicos en el descanso de las batallas. Junto a los hombres armados con lanzas iban, en la caravana, poetas armados con liras. Mundo de fábula. Miguel, como reconvención a la sociedad actual, expresa: “El poeta llegó a ser como un caudillo espiritual de la historia y de la cultura, excelso creador cuya obra era vivida, llorada y cantada por los pueblos, desde Homero y Virgilio hasta Goethe y Víctor Hugo; o hasta Walt Whitman y Neruda, los últimos que sobrevivieron al cataclismo. Y a los poetas, a renglón seguido, les recrimina como nadie, y con autoridad, por haber contribuido ellos mismos a que fueren relegados a un segundo plano: Y uno se pregunta una vez más: ¿Adónde vamos? ¿Vamos hacia el asilamiento infranqueable de la poesía, transformada en conjunto de textos indescifrables privativamente para los propios poetas o por quienes posean las claves confidenciales de su comprensión? 22 (III) Culminación y comienzo es la fundación de El Nacional Miguel Otero ve cómo se va cerrando el viejo tiempo. Tanto el Gobierno como la oposición están buscando diversas rutas para el carromato de la política, que tiene tres o cinco ruedas. O siete. Nunca va en pares. En la 22. Otero Silva: Palabreos. Op.cit., p. 23.


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atmósfera se perciben dominantes cambios llegados con el gran sacudimiento traído por la Segunda Guerra Mundial. Ese forcejeo ideológico y político lo va llevando por la vía de crear, el año 43, el diario El Nacional. Finalmente ha encontrado el camino. Atrás quedan el comunismo primario, de kindergarten para cerebros rudos, que tanto estorban el paso a una reposada manera de concebir la revolución social, que es algo épico y a cuya profundidad no alcanzan los aventureros de alma vulgar que se tienen a sí mismos como redentores y sólo están sublimando algún inconfesablemente propio resentimiento social. Este hito, la fundación del diario, no es que le trae a Miguel un simple cambio; es que por completo le cambia la vida. Una culminación. Es el real corte producido en su juventud como divino tesoro y la madurez, tesoro palpable, no fugaz. Ha encontrado, con entusiasmo de guerrero, su artillería. Lo logra con el apoyo decidido de toda la familia, lo cual incluye, dicho en forma concreta, los dineros de su padre Henrique Otero Vizcarrondo y la firme rectoría administrativa de su hermano Alejandro Otero Silva. Es una trinidad indispensable para el triunfo: el dinero, la concepción global de Miguel y la mano administrativa de Alejandro, quien maneja la plata que tan dificultosamente llega y evita que fácilmente se vaya. Lo adivinamos armado con la sabia sentencia: si te vuelves miel te comen las hormigas. No faltan ocurrencias que perfilan esos matices de criterio predominantes en la empresa, como, digamos, en aspectos referidos a su hermano Alejandro, parte esencial en la estructura interna del diario y con una visión bastante clara respecto a todo lo concerniente al periodismo. Por caso, con motivo de un aniversario del periódico la empresa le solicita un artículo al historiador británico Arnold Toynbee, quien puntualiza sin las ternuras líricas de cuando en sus escritos habla de Shakespeare o de la sublime poesía de Shelley: “Por cada artículo yo cobro dos mil dólares”. Miguel comenta en la redacción: –Como él habla de “yo cobro”, el asunto se lo pasé a mi hermano Alejandro quien, por entender de modo cabal ese lenguaje tan directamente administrativo, logra rebajarle a setecientos esos altos dos mil que sin muchos rodeos el señor Toynbee está cobrando.


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Tampoco es que Miguel, quien estudió ingeniería, sabemos, y poco le faltó para recibir el grado, se hallaba lejos de las cifras. Juan Martínez Pozueta tenía por curiosidad de periodista ver lo que hacen con las manos los personajes cuando están en alguna reunión de directiva o siendo entrevistados por la prensa. Me refirió en qué las ocupaba, por caso, el rector de la Universidad o el empresario Eugenio Mendoza. Algunos dibujan muñecos. Pues de Miguel, y de ello el periodista Martínez Pozueta, quien conservaba muestras, me puntualiza un comentario: –Escribe sin parar.¿Letras? No. Números. ¿Cifras dispersas? Todas guardan perfectas relaciones matemáticas.

Útil el enemigo porque te mantiene alerta Entre los aciertos en mucho atribuibles a Miguel, aunque imaginamos que por supuesto participarían los demás accionistas, está la selección de un director con la capacidad y los corajes necesarios para cada momento específico del país: Arráiz, escritor de tendencias abiertamente humanísticas y dispuesto a utilizar los cambios de la modernidad; Reyes Baena, que no resbala en lo seco ni en lo mojado porque gobierna una dictadura y de mano muy pesada; Rivas Mijares, cauteloso que no confunde la luna llena con la torta de cazabe aunque se la vea redonda. Y en ese orden ha de venir cada siguiente paso. Desplomada la dictadura debido al reglamentario vacío de poder que a este tipo de régimen hoy o mañana le llega de golpe, o con el golpe que le dan sus propios militares, Miguel se encarga de la dirección hasta cuando a El Nacional se le pretende crear un gran escollo dilemático: o cambias de rumbo, o desapareces. Ocurre al asomar en el horizonte la Revolución Cubana, combinación de caciquismo arcaico y vivaracho fascismo tropicalizado. Una variación escénica, con diferencias apenas de tiempo y lugar en la perenne lucha de civilización acosada por la barbarie del capataz aventurero y sus diversos disfraces. En ese trance los anunciantes, no estando para sentarse a pensar si cantan o no cantan bonito los chirulíes, al ver que El Nacional no repudia la línea de ese proyecto castro comunista, que de triunfar los dejaría en cueros, le restringen los anuncios publicitarios. Esto es: dejar al diario sin oxígeno. El comerciante utiliza los medios publicitarios no como expansión de vanidades, pues para


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él es una simple y pelada inversión comercial cuyo destino es lograr mayores ventas. Parte, sin más, de la simple fórmula supuestamente ingenua del indio Poncho Pire de la novela Canaima: –Yo, dándote moriche canta bonito y tú dándome papelón. Los hombres de empresa, viendo aterrados lo que ya no son discusiones y alegorías sino en concreto gente armada con fusiles que ha puesto a un lado el palabreo para convertirlos de propietarios en pordioseros mediante su generosa justicia distributiva que consiste sin más en darle un arrebatón a las propiedades que ellos poseen y regalárselo a los pobres, justificado, en cualquier caso, con la neblinosa palabra revolución, que igual sirve para un roto que para un descosido. Tú siempre quedarás como un malvado explotador y el revolucionario, real o no, erguido en el pedestal iluminado del redentor que tiene un corazón de por lo menos cuarenta kilos. ¿Esa bondad para con los pobres se la deben a la Divina Providencia? No. Se la deben a la claridad que les trajo el casi bíblico profeta Carlos Marx. También, meditemos la frase conforme a la cual el hábito hace al monje. Y al torero, al boxeador. Imaginemos a un juez impartiendo justicia en traje de baño. Pues bien, de no haberse colocado Fidel Castro encima, como ratificación, esa referida personalidad que subrayaba lo que ya era, y al contrario permanecido con bien afeitada cara de estudiante universitario y guayabera manga corta de cuadritos, como fue visto en uno de sus primeros pasos por Caracas, habría quedado en sólo ser el hijo de Angel Castro, un gallego emprendedor, como todos los gallegos, que tenía en la Sierra de Oriente un fundo agrícola. Un personaje, que llegó a cargos directivos en El Nacional, refiriéndose a seguidores de Fidel que aquí lo imitaban, decía con su tono de voz muy suave pero siempre contenciosa: - Tales disfraces con barbas y chivas creen representar unos adorables Robin Hood, y conforme a lo cual también ellos están contra el imperialismo, esperan que la prensa los monte sobre pedestales heroicos. No sólo contra la viruela te han de preservar las vacunas Difícilmente habría logrado El Nacional resistir el embate de esa fuerza transnacional mancomunada con sectores de los capitalistas nacionales, si


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Miguel Otero y los accionistas, sus hermanos, no hacen un hábil repliegue táctico denominado, en lenguaje directo, el pase agachao, para mantenerse dentro de la trinchera. El entonces destino de la empresa luce imprevisible. La publicidad, origen del esencial ingreso económico, ha descendido a un diez o quince por ciento y hay quien calcule que aún más. Y la vista no lo desmentirá. Es posible comprobarlo en las hemerotecas donde se ve lo flacas que llegan a ser las ediciones de El Nacional en esos días críticos. Los empleados no deben esperar, por lo pronto, un aumento de sueldo. Es tiempo de vacas flacas. El sindicato entiende cabalmente la situación. De Miguel Otero recibe la dirección el abogado Raúl Valera, de quien se dice que está familiarizado con las letras literarias pero también, y bastante, con las letras de cambio, frase oportuna que había utilizado el costumbrista Francisco de Sales Pérez, comerciante de profesión, al ser designado Individuo de Número de la Academia a la Lengua. Las vinculaciones directas de Valera con empresas transnacionales aquietan un tanto los nervios a la parte feroz de la derecha. Es entonces Valera, por decir algo, abogado que representa en el país los intereses del magnate Nelson Rockfeller, poderoso multimillonario norteamericano de nivel mundial, relacionado con el petróleo y otros grandes negocios en Venezuela y, quien hasta por su apellido tradicional es en ese ámbito un ícono visible del capitalismo duro, detrás del cual están personajes como Fosther Dulles. Valera se encuentra ligado a la política del gobierno acción democratista, en el cual ha sido ministro y también Gobernador del Distrito Federal, conflictivo centro vital hacia donde convergen todos los asuntos del país, por ser el asiento nacional de los tres poderes del Estado. En el Gabinete presidencial tendrá rango de ministro. La presencia de Valera es esencialísima parte de la vacuna que El Nacional necesita para librarse de la fama de comunista, oportunamente utilizada en su contra, que para el caso es un sambenito. La salida de Miguel Otero ha sido algo previsto dentro de ese referido repliegue táctico. “Una retirada a tiempo no es una derrota”, es el razonamiento conque Napoleón Bonaparte justifica sus aparatosos reveses en Egipto y en Rusia. Oportuno también será decir que Napoleón tuvo el acierto de complementar esas palabras con otras menos filosóficamente conformistas, posiblemente recordando que es artillero, y de ese modo estar guiado por la rigurosidad matemática:


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–La fatalidad es el resultado de un cálculo del cual algunos factores son incógnitas. Una cara y no otra tuvo Rómulo Betancourt A propósito de ello debo referir, tomándome una breve pausa para efectuar una corrección, que una empresa me pidió que le escribiera, para publicar, una semblanza de Miguel Otero Silva. Constituyó para mí una sorpresa leer en el texto editado que la salida de Miguel de El Nacional fue debido a presiones de Rómulo Betancourt. Ahora bien, conforme a la secuencia lógica, dicha salida ocurrió a causa de las contingencias traídas por la Organización Latinoamericana Anticomunista (OLA), creada por capitalistas aterrorizados ante la insurgencia castro comunista. Lo publicado, hemos referido, contraría lo que antes, y ahora, he escrito –y de ello conservo copia en mis archivos–, respecto a la amistad que hubo entre ambos y a lo cual, con todo y sus dominantes impulsos emocionales no habría llegado Rómulo Betancourt, personaje a cuyos humanos defectos no se le puede agregar el de la hipocresía. Ni siquiera dentro de las flexibilidades de la política. Betancourt fue frontal. En principio podríamos atribuir el error a un manejo inadecuado de los textos. Así lo hice saber entonces a los editores de la importantísima, excepcional obra enciclopédica de historia, esperando que, de haber otra edición, ésta se ajuste al original que les entregué y reposa en sus archivos.

Para cada época su adecuado director Retomando el hilo del relato digo que después de Varela toma la dirección Ramón J. Velásquez, universitariamente formado en leyes, pero fundamentalmente historiador y periodista de larga obra en ambos campos, y quien aun habiendo estado eventualmente unido su destino al de Acción Democrática, pues al lado de Ruiz Pineda participa en la peligrosísima lucha clandestina contra la autocracia militarista del Gral. Marcos Pérez Jiménez, por lo cual hubo de pagar, en cobro, un carcelazo de más de tres años en un calabozo de Ciudad Bolívar, no por ello permite que el diario pase por debajo de la mesa las fallas del régimen acción democratista. Su presencia contribuye a restablecer la confianza en los anunciantes, proceso justo es decirlo, ya venía con Valera. Igual a los demás directores, Velásquez va ceñido a la línea editorial trazada por


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la directiva de la empresa, sin dejar por ello de mantener una fundamentalmente indispensable libertad del criterio. Su ejecutoria en ese sentido se podría calibrar con aquella expresión de sensatez: Ni tan poquito que no alumbre ni tanto que queme al santo. Sigue Arturo Uslar Pietri, quien aunado a sus valores intelectuales y a los prestigios de hombre público, es amigo personal de Miguel desde cuando en los años veintitantos ambos cursan bachillerato en el internado del Liceo San José, de Los Teques, cuyo fundador y director es el doctor José de Jesús Arocha, de familia emparentada con la de Henrique Otero Vizcarrondo. Ampliando una referencia anterior, colocamos esta otra en la cual Uslar rememora: –Me topé con él en los remotos y neblinosos corredores de un colegio, en donde ambos nos asomábamos a la trágica y dulce aventura de la adolescencia. Era un muchacho largo, descolgado, un poco huraño y receloso, que siempre parecía pensar en otra cosa. Esa otra cosa que estaba más allá de las lecciones, las prácticas atléticas, los juegos y los deberes, era ya la marca de la llamada a un destino de pasión creadora.23 Después de Uslar vendrá Oscar Palacios Herrera, profesor universitario (UCV) de alto rango, quien desde los quince años de edad ha mostrado su calidad intelectual a partir de un ensayo respecto a Cecilio Acosta que le merece un premio, de dimensión nacional, compartido con el entonces también estudiante Lucas Guillermo Castillo Lara. Su trabajo le es publicado con prólogo del filósofo don Domingo Casanova. De nuevo a Velásquez lo solicita El Nacional y regresa por dos años más. Entregará la dirección al poeta, ensayista de literatura, profesor universitario y hombre de leyes y de libros de poesía José Ramón Medina, quien pasa la dirección a Alberto Quirós Corradi, escritor de artículos exegéticos en los cuales dos y dos nunca son más de cuatro, ni tampoco menos, y viene a representar una forma de intelectualidad que se abre paso lentamente pero sin retrocesos desde cuando en el siglo XIX el realista positivismo propicia que los ilustrados abran los ojos y vean nuestro aterrador atraso.

23. Otero Silva: El cercado ajeno. Editorial Pensamiento Vivo. Caracas, 1961. Portada de Mateo Manaure (ver cita en Prólogo Arturo Uslar Pietri).


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En el transcurso histórico este tipo de mentalidad, desafortunadamente, nos llega con retraso. Ha sido el éxito de las naciones actualizadas a partir de la tercera parte del Siglo XVIII. Aquí nos hemos inmerso en una mentalidad que ha mirado siempre –para decirlo con la frase clásica de Ovidio–, con los ojos en la nuca. Sería lo que al humanista Cecilio Acosta lo ha llevado a enfrentar inclusive a hombres de mentalidad avanzada como Antonio Guzmán Blanco, al sonar clarinadas de alarma con su memorable declaración, la cual, contrariando para el caso los consagrados valores humanísticos, a los cuales en la oportunidad simboliza en la Gramática de Nebrija, emite su dura frase: ¿Hasta cuándo se ha de preferir el Nebrija, que da hambre, a la cartilla de las artes, que da pan, y las abstracciones del colegio a las realidades del talle? 24 Castro-fascismo con maracas y güiro En esta década de los 50 se le mueve a Venezuela el escenario internacional, de afuera hacia dentro. Han ocurrido sucesos de esos que hacen cambiar el rumbo de la historia. Con la muerte de José Stalin el pro imperio comunismo queda, por lo pronto, convertido en un león de alfombra; pero a tan trascendente circunstancia se une que el vecino comandante Fidel Castro, con recursos económicos muy mermados al no recibir más dinero de hasta su entonces tonta útil Unión Soviética, la cual a su vez lo ha utilizado como vivo útil dentro del marco de la Guerra Fría, queda puesto de lado en estos ámbitos caribeños conforme a los acuerdos de distensiones internacionales a que llegan el capitalismo tradicional y el comunismo, versión del capitalismo de Estado. Afinidades. Fidel, una variación de marxifascismo con maracas y güiro, en tales circunstancias no está en condiciones de darles más apoyo a sus acólitos venezolanos. Ahora bien, como al que supone que le falta Dios de inmediato el diablo le ofrece sus servicios, se halla en el trance de buscarse otro tonto útil. Descu-

24. Cecilio Acosta: 16 Ensayos sobre Cecilio Acosta. Ateneo Los Teques. Los Teques, estado Miranda, 1982. Citas: respectivamente Julio Barroeta Lara. (p. 35) y Virgilio Tosta (p. 201).


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bre a Ortega el de Nicaragua, y de modo simultáneo, con su ojo de alcatraz caribeño ve a larga distancia y le echa su garra veloz al bien sobado político chileno Salvador Allende. Le suelta su vaho cobero al percibirle que su lado flaco es que lo aqueja la calambrina populista y, de igual modo que a Ortega, lo empuja por el despeñadero. Para ese logro, tanto a Ortega, de muy pocas luces, como a Salvador Allende, letrado universitario, les manosea el ego uno a uno por separado en los medios de comunicación internacionales, con la citada frase magistral, más eficaz con su acento y pronunciación a lo cubano, tal vimos en la televisión: “¡Túere lo ma´grande que a dao América como roolucionario!” Palabras mágicas que no tragó Rómulo Betancourt. El ábrete sésamo de Aladino, con las cuales, de tontos útiles, Allende y Ortega le quedan automáticamente convertidos en pendejos útiles. Salvador Allende ha pasado por Venezuela en ocasión no lejana. Era senador y candidato presidencial, y en esa ocasión Miguel Otero Silva le refuta declaraciones que para El Nacional ha suministrado al periodista Federico Pacheco Soublette. Allende, quien viene a la toma de posesión del electo presidente Rómulo Gallegos, se ha desatado en elogios al gobernante de su país, González Videla, y Miguel de inmediato le sale al paso con esa otra prosa suya que en tales ocasiones de emergencia da por sobrado metáforas y ternuras: “Para el senador Allende, los campos de concentración de Pisagua, donde centenares de obreros e intelectuales revolucionarios padecen atropellos sin cuento, comen raciones inmundas y están a merced de las enfermedades y de la muerte, no son tales campos de concentración sino “traslados”.25 (IV) Y a la mujer peluche y seda Tal hemos visto hay un Miguel de trifulca totalmente diferente al Miguel de cuando debe referirse a un niño campesino. E igual de distinto será cuando 25. Otero Silva: El Nacional. 28 de agosto de 1948.


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con prosa de peluche y seda crea una postal para evocar en el diario a la bella Carmen Elena de las Casas: “Caracas era un villorrio de cien mil habitantes y la belleza de Carmen Elena cruzaba las calles ante el asombro y la admiración de todos. Tenía el cuerpo airoso de tanagra griega; tenía el cabello castaño oscuro de luz madura; tenía los ojos verdes, no verdes estallantes de esmeralda sino verdes atemperados de uva en agraz’’26 Aun siendo éste su más bello poema, tampoco aquí Miguel Otero Silva se sale del realismo conque maneja su prosa. Con atinados colores pinta ese magistral trazo de pincelada poética con el cual revive la imagen de la hermosa caraqueña, imborrable recuerdo para quienes tuvimos la fortuna de verla y el honor, además, de estrechar su mano. Me refirió Luis Alfredo López Méndez, y me sea disculpada la derivación en reconocimiento a la belleza, que estando él en París acude a una exposición de arte donde se halla Carmen Elena de las Casas. Un experto evaluador francés, que está junto a él, exclama de pronto: -¡Oh.!, ¡Oh!, ¡Oh¡. Y López Méndez, pintor y crítico de arte a quien el cuadro le parece de calidad pero no es para tanto, advierte que el hombre no está mirando al cuadro sino a la hermosa Carmen Elena, quien con una mano lo apoya en el piso. Y no hubo exageración en ello. Hace unos cuantos años, entre mis obligaciones en El Nacional se me encarga un reportaje. Asunto: el orquideólogo caraqueño Yánez, quien tiene sus viveros de la calle Negrín, de Sabana Grande, ha ganado el Premio Nacional de Conservación creado por la sociedad Venezolana de Ciencias Naturales. Estoy conversando con Yánez cuando por entre las flores más que salir brota una deslumbrante mujer a la cual más hermoseaban los años, tocada con sombrero de fina paja que medianamente la protege de este tropicalísimo bravo sol de las once de la mañana. En la mano trae una tijera de jardín y algunas pequeñas ramas con orquídeas. Me la presenta: –Esta es Carmen Elena de las Casas. Y si el francés ha quedado estremecido en aquel ambiente cerrado por cuatro paredes, cómo habría sido su impresión de haberla visto brotar con su rostro

26. Otero Silva: ‘‘Carmen Elena de las Casas fue la mujer más bella de Caracas’’. El Nacional, 29-9-76.


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rosado en un jardín florecido y con el macizo verde azuloso de la serranía de El Avila en el fondo. Ni directores títeres ni mascarones de proa El diario puede resistir los embates del boicot porque ha venido afirmando su calidad, lo cual es obra de un personal con mística que incluye, innecesario decirlo, a cada uno de sus directores, a sus periodistas del cotidiano batallar y a un seleccionado cuerpo de escritores de opinión. Utilizar sus espacios publicitarios es visiblemente rentable para los comerciantes y éstos, por ser lo esencial de su oficio, bien saben distinguir aquello que les favorece. Para nada, fuera de ese concreto aspecto, les interesa si cantan o no los chirulíes. Ya se ha disipado un tanto la fama de comunista que en lejano retardo el diario hereda de Miguel con su militancia izquierdista de años anteriores a los 50, es decir, once años atrás. A la verdad el comunismo humanitario, no el político, desde cuando socialmente nace como necesidad de supervivencia en las precarias primeras comunidades cristianas, no ha pasado de ser una fantasía. Se le teme al de origen marxista porque es una pelota envuelta por el autocratismo. Se dice, y es una falacia, que tras bambalinas Miguel interfiere mucho en la dirección del diario. Eso forma parte de una chistología nacida en una ocasión en la cual un personaje que para molestar al doctor Reyes Baena, con quien ha mantenido diferencias, lo llama “el director del periódico que dirige Miguel”. Es frecuente oírle decir entonces, si la mancheta editorial resulta graciosa: –¡Qué talentoso es Miguel! Y si ésta no le agrada, riega por lo bajito: –¡Ese director Reyes no da pie con bola! Cierto que nunca Miguel se desprende totalmente del diario, y a él acuden a efectuarle consultas; pero al delegar su autoridad en la persona rectora, incluyendo por supuesto al doctor Reyes, no interferirá ni para publicar un artículo suyo. Y esto no solamente ocurre con relación a los directores. Teniendo él urgencia


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de publicar uno en la página C-1, de cuya jefatura soy el responsable y en la ocasión él prefería por su tono festivo, me pregunta si el espacio de abrir, o sea el de arriba en el ángulo izquierdo, estaría libre al siguiente día. Le respondo que es el espacio fijo de la columna Aquí hace calor, de Aníbal Nazoa. –Entonces que sea en otra ocasión, –me dice. En cuanto a la libertad de acción de los directores, les leyó a un grupo que allí estaba esta declaración que contiene una forma de desvirtuar malentendidos y ser a la vez un pronunciamiento de principios: Este diario nunca tuvo directores títeres ni mascarones de proa. Lo hubiera atestiguado Antonio Arraiz, y hoy podrían atestiguarlo, J. F. Reyes Baena, Humberto Rivas Mijares, Miguel Otero Silva, Raúl Valera, Ramón J. Velásquez, Arturo Uslar Pietri, Oscar Palacios Herrera. Respecto a los jefes de redacción, centro piramidal de cualquier periódico, en mis totales treinta y tantos años en El Nacional, sin contar mis eventuales colaboraciones juveniles anteriores en la página A-4, sólo conocí en ese cargo a José Moradell y a Mario Delfín Becerra, disciplinados profesionales. En una recepción habida en la casa de Clara Rosa Otero Silva, copropietaria de la empresa, uno de los presentes le observa: –Bien, si aquí están todos los periodistas, ¿quién está haciendo el periódico que saldrá mañana? Clara Rosa interviene: –No hay por qué preocuparse: allá están Moradell y Mario Delfín Becerra. Con evidente aprecio, Miguel Otero trae un recuerdo para Moradell: –Un catalán que fundó, junto con mi padre, el poeta Antonio Arráiz, unos cuantos periodistas más y yo, El Nacional, hace 30 años. (...) 27 27. Otero Silva: 8 Palabreos. Op. cit., p. 94.


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Igual solía manifestar con fuerza de convicción: –Lo más importante de un periódico es el reportero. A la verdad, un periódico sin el consistente reporterismo carece de fuerza viva. Tiene sabor a rutinario boletín de ministerio. Le falta densidad. Vida. Se le siente la carencia de ese algo que sólo concede la palpitación de la vivencia. De lo que habla por sí mismo. Cuanto a los escritores de artículos Miguel Otero mantenía, con algunos, relaciones de amistad y con otros bien podría decirse que de enemistad o, en otro caso, neutras. Al crear Ramón J. Velásquez, quien ha sido uno de los directores con mayor sentido trascendente que ha tenido el diario, la sonreída página C-1 de crónicas, artículos, comentarios, inclinada a mantener un rostro amable que contrarreste las tantas amarguras, entran nuevos colaboradores, algunos con seudónimo, tales Ana Luisa Llovera y Sofía Imber, distinguidas periodistas con quienes, bien sabíamos, a Miguel no le ligaban propiamente afinidades; pero en cuanto al hecho en sí de que escribieran en el diario, jamás le oí comentar algo. Con ello mostraba su aceptación. Diferente fue respecto a uno que hacía periodismo de opinión y de quien se me franqueó: –En un artículo que publicó en otro periódico, él ofendió la memoria de mi padre. Justo es anotar que no pasa de allí con la referencia. El agravio, al parecer, queda en el pasado. Tampoco era para él cuestión de poner la otra mejilla. Es más, por esa vía de aceptaciones y exclusiones utilizaba la definitoria frase del general Eleazar López Contreras: “Mis amigos son mis amigos y mis enemigos son mis enemigos’’. Miguel, no obstante, cuida su conciencia y, así, dice tal hemos referido:

–No soy persecutor de nadie.

Su concepto en cuanto a cómo pudieran verlo a él personas, individuos, sujetos o bicharracos que no le manifiestan aprecio, lo sintetiza de un modo


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que contiene su arrogancia de estilo, en unos versos que me entrega para su publicación en la página C-1 y de los cuales reconstruyo de memoria este fragmento:

¡Los enlazo a todos por parejo y los mando a todos al carajo!

En cambio fue, como se dice, amigo de los amigos. Les dio la mano cuando bien la necesitaban, sin calcular situaciones ni refrescar agravios. Sé de un sujeto el cual, según le oí decir a Luis Esteban Rey, había sido alto funcionario de la dictadura en una de las más importantes de nuestras embajadas en Europa, desde donde colaba informes respecto a las actividades de los exiliados, y debido a ello, digo, al regresar al país andaba como ánima en pena. Lo protege de inmediato y con ello arrostra críticas agrias. En reconocimiento a esa cualidad, José Ramón Medina escribe: “Es el ejercicio de la amistad lo que mejor define el perfil humano de Miguel. Quizás parezca a quien lo trate por primera vez, hosco o desconfiado, desdeñoso o altivo, antipático o cerrado al esfuerzo de la comprensión ajena y en lo cual tiene mucho que ver su clásica falta de memoria para recordar rostros y señales de los hombres”.28 Con sus compañeros de letras, afanes periodísticos formales o humorísticos, digamos Aquiles Nazoa, su amistad fue de cercana cordialidad. Ha creado un anillo para meter en él a los amigos, aunque no los frecuentara. En cada navidad Aquiles escribía para El Nacional sus esperados aguinaldos humorísticos. Está en eso a fines del año 59. Al verlo en tales afanes, le dice Miguel en mi presencia, con la estrecha confianza que media entre ellos y precisamente a sabiendas de que Aquiles es muy escrupuloso con la propia obra: –Cuando los concluyas me los pasas. Tal vez le agregue algunos de mi cosecha. Aquiles, haciendo uno de sus rápidos esguinces, le responde: –Como son bollos y no hallacas, no me los aliñes mucho. 28. José Ramón Medina: Ensayos y perfiles. Ministerio de Educación. Colección Vigilia. Caracas, 1969, p. 227.


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Si la sonrisa conservas hasta en el infierno podrás vivir El disfrute del buen humor es una constante habitual en Miguel Otero Silva. De esa huella gran parte hay en El Nacional. Ha desbordado su gama humorística, de lo irónico a lo sarcástico, más que todo en ese Morrocoy Azul en el que utiliza diferentes seudónimos, y para el caso indiquemos entre otros enmarcados en temas y circunstancias, Mickey, Lúcilo Quelonio, Sherlock Morrow. Y en el hipismo, que fue su otro campo de expansión periodístico, firmaba “Morrocoy Sprinter”. El humorismo suyo, en ocasiones estilo guasa criolla, va más dirigido a la carcajada que a la sonrisa inducida por la ironía volteriana, y así, debido a ello, normalmente apoyado en alguien, cae dentro del costumbrismo total, como en el transcrito pasaje del maestro Montenegro. Esa particular proyección de su personalidad marca un sello en buena parte de El Nacional y de allí que en lugar de una diaria columna editorial se publicase desde el primer número esa frase breve, conocida como mancheta, género proveniente del periodismo francés, de las cuales la mejor viene a ser la que nada te afirma ni nada niega. Una matáfora. Se contrae a colocar su razonamiento mediante una leve incisión humorística, y de ese modo rechaza de hecho la manera tan tiesa, tan de magister, como son los editoriales entonces publicados por la prensa diaria. Por bien escritos que estuvieren y sustanciosos fueren sus contenidos, al no llevar firma y así ser una impersonal voz de la respectiva empresa, carecen de fuerza. El lector desea conocer el rostro de quien escribe. Está inmerso en un diálogo mudo del cual él forma parte. Si lo encuentra bueno, para elogiarlo; si malo para tomar el desquite, aunque sea in mente, por la molestia que le hubiese causado su lectura. Atinado fue adoptar esa mancheta editorial que además constituiría una expresión adecuada conforme al aura de humor que por algún lado llevase diariamente un tono bien fuere irónico, bien satírico y tal vez hasta sarcástico. El humor, vemos, está en El Nacional desde su mismo comienzo. En ocasiones hasta de modo involuntario. Eran tiempos de guerra. Su primer sistema de imprimir, una vieja maquinaria que estuvo arrumbada en Estados Unidos, vino sin “ñ” por lo cual escribió Miguel Otero aquellos versos, mencionados en primeras páginas de este trabajo, en el texto inicial Propósitos: “Era una nina párvula y risuena banado el rostro con blancor de armino y negra la mirada malaguena con un seno de amor en el corpino…” .


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Cabe decir que ese detalle sustancial, el tono de humor, no fue a cabalidad cumplido y ni siquiera las manchetas de Miguel, con todo y ser el propulsor de la idea y además reconocido humorista, pues no siempre, y esto podría decirlo cualquiera de los directores, la masa está para bollos. Sus manchetas, conforme a las exigencias de momentos en que se hace imperativo atender más al contenido que al tono, son un tanto secas, explicable porque su opinión, dicha de cualquier manera, compromete a la vez a la empresa en modo explícito. No sólo es un director; es el propietario. Su responsabilidad es doble. Así su expresión será, en ocasiones, casi seca, sin que tampoco le faltare la sal del ingenio. Pongamos la que publica el 24 de diciembre del 59, año siguiente al desplome de la dictadura del general Pérez Jiménez, verbalmente caricaturizado como Tarugo por sus opositores: “Qué bien saben una hallaca sin Estrada y una copa de vino sin Laureano en una nochebuena sin Tarugo”.29 El sentido total de la metafórica mancheta, que igual ocurre con cualquier otra expresión de arte, lo pondrán los lectores para propia satisfacción. Aunque parezca extraño escucharlo, ni la buena poesía ni la buena pintura lo dicen todo. Es ese el secreto peldaño en que ocupa la metáfora. Y por lo demás, en la mancheta, ese matiz de humor metafórico, dulce o amargo, va más acorde con la naturaleza del venezolano, inclinado a las liviandades de la guachafita, pues que a él va dirigido. Sería por esa misma razón que en la página de artículos A-4, no obstante ser muy formal, a veces tiesa, no faltaron los diarios versos de Aquiles Nazoa, tradición seguida en la sección Pg. C-1 con los de Jesús Rosas Marcano (Cirio) y Manuel Graterol (Graterolacho) y en ocasiones Francisco Salazar Martínez (Florentino). Al venezolano lo tipifican, y bastante, su tipo de humor y su tipo de música. Hace unos cuantos años, en una conferencia en Caracas a la cual asistí como redactor de Arte de El Nacional, el escritor peruano don Luis Alberto Sánchez refirió que en la música y en el tipo de humor es donde se halla lo más característico del alma de un pueblo y que por ello hasta en los acordes de la música sacra creada por los compositores de la época colonial de su país van filtrados los aires populares y, por supuesto, los tipificantes aborígenes.

29. Otero Silva: El Nacional. Mancheta 24-12-59.


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Podríamos añadir que en el caso nuestro, junto con el matiz musical, va el específico sentido del humor, de esa cuachafita, que por algún lado aflora. Es el relajillo. ¿De dónde más podría ser el joropo si no de este país nuestro que es como un trote de caballos en medio de las polvaredas? El joropo, al ser jacarandosamente humorístico, no es precisamente para escucharlo como música de fondo en una misa solemne. O en un funeral. ¿Acaso le humor no se encuentra colado de alguna manera en ese jolgorio descorbatado que es El alma llanera, de Pedro Elías Gutiérrez, o en Caballo Viejo de Simón Díaz o, atenuado, en La Cantata Criolla, de Estévez? El tono de humor, por humano, lejos de restarle seriedad al periódico, le otorga mayor autenticidad. Si se mira sin juicios previos desde el plano de la sociología, es asunto de la mayor seriedad. No hay chiste logrado si no lo apoyamos en alguna verdad. Cuando decimos con Quevedo “Erase un hombre a una nariz pegado”, pues esa nariz ha de ser notoria. Y en ese orden, debido a la autenticidad del humorismo, nada dentro de la mente llega más hondo que los rasguños de la ironía. Ello permite preguntar, continuando en elevados estratos y esperando se nos disculpe si caemos en irreverencias, ¿acaso La Divina comedia, El Quijote, Hamlet, El buscón, La montaña mágica, esas cinco magnas obras de la literatura universal habrían llegado a tales alturas sin la sonrisa interna que en sus páginas aflora? El humor se halla en los más altos niveles. En la Biblia, sabemos, habla una serpiente. Buenas humoradas también hace, vemos, Dios Nuestro Señor. Diferencias hay entre la sonrisa y la carcajada En El Nacional se acentúa de manera progresiva el convencimiento, y ello vendrá en la naturaleza misma de su director Miguel Otero Silva, de que un periódico, no por serio, debe ocultar la sonrisa. La carcajada tendida en catarata es otra cosa. Esa será para el Morrocoy Azul y el acompañamiento de la cerveza en el bar con amigos y amigotes. Por carecer de prejuicios personales y muy poco importarle las críticas de sus enemigos, porque los amarró igual a todos por parejo y los mandó adonde ya lo dijo, a Miguel no le causa poca ni mucha preocupación que cada tema se le convierta en una olla de grillos y de ese modo pudo ser atropellante al tocarlos con tan absoluto desenfado. Junto con la delicadeza de no valerse de su poder editorial para perjudicar a los humildes, tuvo el tino indispensable cuando en El


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Nacional tocó peliagudos asuntos como, digamos, la cuestión racial, tema éste de no fácil manejo, aun estando dicho que aquí, se da por sabido, la mayoría es café con leche, unos más leche que café y otros más café que leche, conforme a una frase generalizada por Laureano Vallenilla Lanz padre y la cual, es entendido y él mismo lo hizo saber, proviene de un anterior intelectual colombiano. El humorismo de Miguel Otero, y es palpable, no va tanto a causar un efecto general como sí entre el conjunto particular de sus amigos. Es condición generalizada que al ocurrírsenos un chiste a la vez lo asociamos con quién o quiénes vamos a compartirlo. No lo haremos con el fulano que pasa por la calle y menos con un enemigo. Y sí nos referimos a los pimientosos cuentos colorados, aun los de alta calidad literaria, sólo un desvergonzado los echa en rueda de familias. Para ese tipo de cuentos están el bar y los amigos de juerga. Crea el Román del Negrit Pedrit girando en torno a una pequeña órbita de sus amigos, y centrado en su fraterno Pedro Juliác, quien a su vez le replica de modo verbal con respuestas, me consta, impublicables. En el diario dirigía Juliác un suplemento dominical muy leído que luego pasó a manos de la excelente periodista Francia Natera. Esos versos están envueltos en salsa de papiamento: “Negrit Pedrit, negrit Yuliá, tú ta’ cansá”. Y en Don Bartolí replic Pedrit, romance consiguiente, se negrea también a muchísimos catires (o que lo parezcan): “El barc llegó a la Martiní. Y allí tu abuel, negro avispá, Viejo Gaspá, carabalí, botó cadé, botó bozá y echó a corré como un vená”.30 De este libro circularon diversas ediciones. En una de ellas, la del Ateneo de Caracas, leí una secuencia donde a tutilimundi se negrea, con un ritmo verbal que parte de Negrit Pedrit, negrit Juliá, tú tá cansá, y en ese orden son mencionadas hasta personas de ojos verdes. Entre éstos, en esas combinaciones rimadas del Negrit Megrit Juliá... tú tá cansá, aparece Arturo Uslá.

30. Otero Silva. Román de Negrit Pedrit: Un morrocoy en el infierno. Caracas. Edit. Ateneo de Caracas. 1981, p.78.


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Reveló Miguel Otero que en la confección de esos versos aporta sus talentos humorísticos Jesús González Cabrera, periodista y abogado, a quien sus compañeros, desde remotos tiempos juveniles apodaban el Mono González y él tanto acepta el denominativo que en El Morrocoy Azul escribe cubierto bajo el seudónimo Monococoy. Pedro Juliác se firmaba Rezongón. De Juliac dice Miguel Otero que él y González Cabrera para el caso lo eligieron como chivo expiatorio. Pedro, una de las mejores personas que he conocido, como de igual mérito sus hermanos Josefina y Víctor, estuvieron ligados con sinceridad a la izquierda. Víctor, abogado, perteneció a la generación estudiantil del año 28. Pues Pedro, respecto al Romance del Negrit Pedrit a quien su temperamento le impide quedarse con el embuchado, le comenta: –Jesús: los monos son graciosos; pero me refiero a los monos blancos.

Hablando tiempo adelante del Román del Negrit Pedrit y Replic de Don Bartolí, Miguel Otero se confiesa propulsor de la obra y a la vez como uno de sus autores, pero no lo hace buscando absolución. Escribe un diluido mea culpa, digamos en acto de sinceración que, hecho a su modo, es antes bien un retruque inculpatorio: Estos libelos en verso fueron publicados sin firma y sin pie de imprenta en épocas de la dictadura militar. La antología titulada Cincuenta años de humorismo en Venezuela, de José Rivas Rivas y Juan José Verde (Pensamiento Vivo Editores, Caracas, 1964), los incluyó y me los atribuyó íntegramente. En realidad fueron perpetrados en colaboración con Jesús González Cabrera. Más aún, González trabajo que yo me limité a completar. La intención nuestra era obvia: zaherir los rezagos de discriminación racial que aún perviven en determinados sectores de la oligarquía venezolana, recordándoles que (afortunadamente) en este país no existe raza blanca propiamente dicha sino café con leche en sus diversas gradaciones.31

31. Otero Silva: Un morrocoy en el cielo. Editorial Tiempo Nuevo. Caracas, 1972, p. 257.


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Azucarada es esa risa que diluye los prejuicios Mucho, y de modo excepcional, ha contribuido el humor periodístico a despejar el prejuicio racial, originado en las tramazones de la socioeconomía. Si los africanos dominaran al mundo argumentarían que los blancos no es que son blancos: es que son desteñidos. Y el prototipo de la belleza no sería el que tenemos impuesto en las nuevas civilizaciones conforme a los perfiles grecolatinos transmitidos en esculturas y pinturas ¿Dónde nacieron el Adán y la Eva que hoy nos llegan tan perfiladitos, blanquitos, en las estampas de los libros religiosos? Que sepamos, los rubios y castaños están en los cardinales del Norte. Basta ver cuál es el tipo de patrón estético de la belleza, por caso, que reproducen en esculturas y máscaras los incas y los aztecas, las cuales, enfrentadas a los referidos modelos clásicos, resultan feas de susto. Cristóbal Colón, en una de sus cartas para el Rey exalta la belleza del tipo indígena propio de nuestras costas del Caribe, al cual, es obvio, en el caso ha debido aplicar sus personales cartabones greco latinos. En la acertada banalización del prejuicio racial no está sólo Miguel Otero. Veamos que Aquiles Nazoa exalta con verdadero aprecio a la mujer morena en su Galerón con una negra. De igual modo desenfadado Job Pim (Francisco Pimentel), fino caballero y mejor poeta tiene su punto de vista en cuanto a este asunto y lo expresa con un humorismo elevado a la más delicada poesía. Sus versos, siempre con rasgos de captación sociológica, son muestra de hasta dónde puede llegar el beneficio de la ironía y, con más fuerte contenido, la sátira. Nada como el humorismo puede condensar, sin herir, algo tan complejo. En sus versos Job Pim deja ver con toda claridad cómo el tema está fundido dentro de la conciencia del venezolano: Morena, flor avileña, Duquesa de Galipán,” (…) “Me esquivas porque me crées blanco y aleve Don Juan que si lograrte pudiera, ¡adiós paloma!...y en paz. Pero a fe que te equivocas, y si pudiera abjurar, para obtener tus favores, nombre, rango y calidad, diera tan alto renuncio


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de mi blasón secular, que se oyera en Benavente y en su castillo condal, y de bracero contigo me iría por la ciudad galano, como quien lleva una flor en el ojal. Morena, flor avileña, ¿no me quieres escuchar? 32 Y por nada olvidemos a Leoncio Martínez (LEO), quien, con su verso llano, a propósito de una Carmen que conoció, resalta en elegante alusión este punto del color: Carmen se llamó mi madre, Carmen se llamó mi novia, y la que hoy es mi esposa se llama Carmen. Si no eres trigueña y no tienes un lunar en la mejilla, ¡quítate ese nombre niña, que te queda grande! Ese repudio al racismo es unos de los valores que nos trajo la genuina cultura española. Don Manuel Machado, grande poeta opacado un tanto por motivos políticos relacionados con los tiempos de la guerra civil que allá dividió a las familias en dos bandos, y así, por esa particularidad, la onda crítica republicana prefirió a su hermano Antonio, escribió en Adelfos esto que se podría tomar como un gallardo desafío a la exclusión por motivos raciales:

“Yo soy de aquellas gentes que a mi tierra vinieron –soy de la raza mora, vieja amiga del sol–, que todo lo ganaron y todo lo perdieron. Tengo el alma de nardo de árabe español.”33

32. Job Pim (Francisco Pimentel): Graves y agudos. Caracas. Impresores Unidos, 1940, p. 59. 33. Manuel Machado: Biblioteca Poetas españoles contemporáneos. Breve antología por Roque Esteban Scarpa. Edit. Zig-Zag. Santiago de Chile, 1944.


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Al nacer traemos nuestra propia carcajada Al humorismo de nuestro país, como particular idiosincracia, bien valdría estudiarlo con seriedad sociológica fundamentada en la historia, con lo cual estaríamos dejando de considerarlo frívolo e iríamos entrando en el campo de la ciencia. Para el caso, un origen y una praxis. ¿Por qué se introduce la cuestión racial? Habrá de ser porque es uno de los grandes temas unidos a la sangre con los cuales ha bregado en diferentes formas la humanidad toda y que a nosotros, como pueblo de mil vertientes, viene a sernos asunto a la vista. Haciendo una incursión de repaso por tales rumbos, encontramos que Cristóbal Colón, muy seriecito en sus estatuas, al llegar a la costa de Paria en 1498 se suelta de inmediato con ese humor involuntario que es decirle al Rey en otra de sus cartas aduladoras, escrita en buen castellano porque, bien establecido está, cuando era de su conveniencia dejaba de ser macarrónico: Son buenos indicios, Majestad, de que aquí estuvo el Paraíso Terrenal. Entre sus variantes beneficiosas este humorismo nuestro, por ser expresión vernácula del alma venezolana, va la cuestión racial. Somos dados a la guasa, la chacota, y la vemos en todas partes. Aquiles Nazoa refiere que él se hace humorista cuando al asistir a un velorio entra un señor grandote, de paso lento muy majestuoso, forrado en luto, y al darle un vigoroso abrazo de pésame a la viuda, el traje le hace un sonoro ¡traaasss! y se le abre por la espalda sobre la camisa blanca. Otro gran arranque histórico de nuestro humorismo, aparte del referido a Cristóbal Colón, esta vez también involuntario, llega cuando en tiempos coloniales la Corona española, posiblemente para compensar las fallas de ingresos debidas a las malas cosechas del cacao y el café, los cueros de res, logra la manera de apañar más dinero en las arcas al venderle a los criollos las llamadas gracias al sacar. Estas consisten en que los pardos, mediante pagos en vellones de oro, pasan a ser blancos nevados. A ese champú destinado a enmendarle a la naturaleza la plana, los caraqueños lo denominaron el blanqueo. En cada caso particular el cobro iba en relación a la gama del trigueñaje. Un vecino de la Parroquia Santa Rosalía, en Caracas, a quien apodaban Pizarrón, quedó en la total ruina.


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De hecho, sin más, esa peripecia es humorismo creado por la propia realidad. Luce fantástica esa práctica de comercio blanqueador si no tenemos presente que la Corona lo vendía todo, hasta el nombramiento de Capitán General y de Gobernador, cargos que arrendaba igual si se tratase de una finca ganadera. Por esa ruta ultramarina llegaron personajes como el desaforado gobernador Cañas y Merino, a quien durante una celebración carnavalesca los fuegos del trópico le incendian el volcán del sexo y a galope de caballo persigue a una joven criolla hasta caer abrazado a ella, como un solo bojote, en el rio Guaire. El señor Gobernador, en la precipitación, iba enrollado con todo su aparataje de montura y armas, demás macundales, y por supuesto claras manifestaciones irreferibles de su fogata sexual, pues el hombre, aún en el aire, iba despejándose de pantalones y demás impedimentos. Era muy expeditivo el señor gobernador Cañas y Merino. Cuestión de ganar tiempo. Chorreando agua, pero sin soltar lo conquistado, los vecinos, para aplacarle los ardores lo amarran y bajo expediente lo ponen a galopar en un barco hacia España. Falta saber cómo le iría entonces al señor Cañas y Merino con ese potencial de chivato reproductor que ha recibido de Satanás y serle agregados allá esos tan espirituosos condimentos andaluces que son el vinillo, el requiebro, la pandereta. Por esa vía de las compras de mejor sitio en el peldaño social, que comienza con el blanqueo tenemos que Juan Mijares de Solórzano, mediante los oros del cacao cambia ese su corriente nombre por el alto y sonoro “Marqués de Mijares”, distinción que por lo demás bien sabe llevar de modo digno. Con categoría. Su orientación social hacia lo alto va con rumbo cierto. Su primer hijo, marqués ya por herencia, pone de lado el título para adoptar la carrera sacerdotal, en tanto el otro sería, y esto debido al esfuerzo de estudios, el segundo rector que tuvo de la Real y Pontificia Universidad de Caracas, hoy nuestra magnífica Universidad Central, UCV. Una vez agotados los cuatro ricos, la comercialización de esas gracias al sacar cambian el precio y así el nivel de la subasta es rebajado para captar a los llamados blancos de orilla, a los isleños provenientes de las Canarias y finalmente a los pardos, es decir, el producto de ese furioso himeneo generado por esos fuegos del trópico que enloquecieron al sin par Cañas y Merino. Ser pardo entonces, escala que se clasifica desde blancos tropicales hasta más trigueños, impide cualquier ascenso social a las actividades reservadas para los blancos. Y no todos lo serían. El caraqueñísimo Eduardo Michelena, mencionado en


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la Réplica del Negrit Pedrit, me refería en la redacción de El Nacional que si le hablaban de alguien y por alguna razón le recalcaban ostentosamente que era blanco, él preguntaba: –¿Pero es blanco, blanco, blanco?¿ Aguanta los tres golpes? Encima estaban los blancos peninsulares, aunque tuviesen los ramalazos africanos dejados por los casi ocho siglos que permanecieron invadidos por los árabes, lo que se hace más notorio por los lados de Andalucía, donde brotan las más bellas y alegres morenas castañueleras. En torno a este pasaje histórico, hace unos cuantos años el diario Últimas Noticias publicó una polémica entre un supuesto árabe y un supuesto español, donde el árabe daba por ingratos a los españoles: “No han querido reconocer que estuvimos setecientos y más años en un inútil intento de civilizarlos”. Pues en esa época colonial no sólo en ser blanco quedaba la exigencia. Un hilo ligaba en cierto modo a los pardos pobres con los blancos: la hidalguía. El aspirante a tan distinguido status debía ser hidalgo, sin importar que fuese o no adinerado. Veamos que Don Quijote, máxima idealización simbólica del hidalgo, es configurado por su creador en nivel paradigmático, unido a costumbres donde la misma condición de pobreza, llevada con elegancia, le da un aporte de distinción. Muestra que es hidalgo a pesar de ser pobre, lo cual es mérito mayor: “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda”. Ese menú de la tristeza lo menciona Cervantes –pienso–, para resaltar la figura del que, por sobre todo, tiene casta. Dentro del mismo contenido, pues el ser rico lleva de hecho todas las virtudes, brota la expresión justiciera “pobre pero honrado”, donde la conjunción adversativa pero, sólo acentúa el drama del pobretón. Es la razón de las peripecias que para ello realiza. Me permito comentar por cuenta propia que la importancia del Caballero de la Triste figura está en ser pobre y sin dejar por ello de ser un caballero, que así lo distinguen a la vez el poseer esos emblemas de hidalguía que son “Adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.


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En cuanto a ese punto preciso de la nivelación social, Miguel Otero Silva, cuando un profesor de la Universidad Central le refiere que estoy haciendo acopio de datos para la tesis de mi curso de Historia, dentro de cuyo tema iba la masacrante Guerra Federal cuya buena parte del combustible utilizado en ese mayúsculo incendio lo aportan los roces socio raciales, me pregunta que por cuál motivo específico me interesa el asunto. Le respondo: –Es que considero, Miguel, que es allí, en las contradicciones insalvables de ese momento fue por donde había comenzado a hervir la paila de la Independencia. De Miranda está el episodio de la gestión, fracasada, de su familia, para que le incorporasen al Cuerpo de Cadetes Blancos, debido a que en el origen, conforme al expediente de “limpieza de sangre”, le venía un trigueñaje, y la también fracasada gestión de la familia Bolívar ante la Corona en el intento de que al joven Simón le fuese otorgado el título de Marqués de Cura y Conde de Cocorote. De modo impertinente le aparecía entre sus ancestros la tal Marín de Narváez, descendiente del conquistador español del mismo apellido y que en tales exigencias de pureza podían haber, junto con los serfardíes muy trigueños provenientes de Africa, también judíos blanquísimos del Norte. De acuerdo a lo que recojo de allá y de aquí, los pardos quedaban condenados a los oficios comunes, por lo cual a ningún blanco se le verá trayendo sobre una mula barriles de agua del río, echando martillo y lezna para confeccionar zapatos o alpargatas, remendando el empedrado de las calles o tapando huecos de goteras arriba de un riesgoso techo de tejas. Para echarles mano a la escardilla y al pico y la a pala están los esclavos y los pardos. O los blancos de orilla. Los blancos de alcurnia no fueron hechos para sudar. Las mujeres, de igual modo, reciben lo suyo. Solamente las blancas están autorizadas para usar sombrillas que las cubran del sol y llevar alfombrillas para arrodillarse en el templo, acarreo éste que además, aun siendo leve, le hacen las esclavas. De modo que las amas blancas, hasta en los sacrificios al Señor tienen sus alivios. Y en ese orden las trigueñas, por muy finas y bellas mozas que fueren, amansan el piso. En la iglesia de la parroquia Altagracia y en la de San Juan bautizan a los pardos. En la de Altagracia es bautizado Antonio Leocadio Guzmán. A ningún pardo se le permite ir armado. Así, ante la necesidad de atravesar algún lugar selvático, éstos van ya rezados y bien confesados porque si se les avalanza un tigre no les queda más alternativa que sentarse a esperar que el bicho se los coma. El tigre,


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por carecer de prejuicios raciales, no encuentra diferencias entre un bocado de blanco y uno de trigueño. El tigre no es selectivo. No es un gourmet. Otra discriminación tiene por origen una derivación geográfica. Los isleños canarios, en la diferenciación que ya les viene por ser también considerados como habitantes de las llamadas, en España, Provincias de Ultramar u Otros Reinos, están condenados, debido a ese determinismo geográfico, a no pertenecer al nivel de los peninsulares. Entre otras, quedan circunscritos a sus propios templos, los referidos de Candelaria y Capuchinos. Catedral es exclusivamente para los blancos peninsulares, previa rigurosa pesquisa de origen, que podrían ir en regreso hasta la Península y remontarse, si posible dentro de la exageración, a los ancestros celtas, iberos, eolos. Hablan los papeles. La ley prohibe a los pardos recibir grado en la universidad y si alguno se desliza en medio de las confusiones, le vienen consecuencias, tal ocurre a Juan Germán Roscio, quien jamás logrará que sus colegas coloniales lo inscriban en el Colegio de Abogados. Ello en parte podría contribuir a esclarecer el por qué de su desaforado republicanismo igualitario, toda vez que al llegarle los ecos de la Revolución Francesa se exhibe por las calles de Caracas con una roseta robesperriana en el pecho. Tan pronunciada sería su conducta libertaria que viene a ser uno de los etiquetados ocho monstruos que Monteverde remite encadenados a España el año 12. Caso singular será ese de Antonio Leocadio Guzmán, quien aparece bautizado en el templo de Altagracia, debido, es lógico suponer, a que su padre Antonio de Mata Guzmán, sargento del Rey, es originario de las Islas Canarias. Igual, Antonio Leocadio es rechazado por el origen de su sangre materna. De modo que tuvo atravesadas dos puertas tranqueras. Nadie verá en esos tiempos a un cura trigueño. A éstos los trae la Independencia y, aun con ella, tan sembrado estaba el forcejeo entre los que podríamos llamar minusvistos y bienvistos por los mantuanos que en buena parte sus retardadas chispas, decimos, catalizarían luego la Guerra Federal, cuyo himno advertía venganzas originadas por las diferencias: “¡Oligarcas temblad…!”. . Había sido tan cerrada la exclusión en tiempos coloniales que sólo músicos blancos podían sonar sus flautas y violines en la Catedral y en el mismo orden los pardos iban a mostrar sus armónicas destrezas manuales con charrascas, guitarras, tamboras y maracas y demás bullangas pero en los referidos tem-


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plos marginales, donde los escuchaba su propia gente. Debido a ello, al ser anunciadas las gracias al sacar, negocio directo y sin socios de su Majestad el Rey, que traían ascenso social, igualdad que no igualación, algunas familias –es posible–, venderían sus casas y muebles hasta quedar sentadas en el propio suelo, bajo alguna misericordiosa mata de mangos o de mamones que también son frondosas, todo para librarse de lo que en ese tiempo pre-independentista, digamos antes de llegar la República, constituye el mayor entrabamiento para el ascenso social. Virtualmente un cepo. Tal prejuicio es antagonizado como conducta por el humanismo republicano del Siglo de las Luces. Con llegar la Independencia y venir la República y sus liberaciones sociales y espirituales, más importantes aún que sacudirse a Fernando VII es, para las mujeres pardas, poder arrodillarse ante Dios en un acolchado reclinatorio y así no abominar al albañil, también pardo, que hace pisos tan recios. El participar de esas gracias cuesta 500 u 800 reales de vellón a los trigueños que va de claros a menos claros. En esa percepción, es de suponer que en algo dependerá de que el catador de colores tenga buena vista. Al joven Francisco de Miranda, el no habérsele permitido el ingreso en el Cuerpo de Cadetes Blancos, pudo habérsele fundido en la conciencia y por esa vía, y otras perturbaciones y compromisos, le ha podido llegar su proyecto inicial, que no era establecer la República grecolatina traída por ese Siglo de las Luces, y las nuevas ideas de nuestra incipiente burguesía, sino, nada menos, el de reimplantar el Imperio Incaico. No el del marginal Guaicaipuro, apenas indio de guayuco. Es motivo de averiguación para mejor detallar la figura del Precursor, deslumbrante personaje de la parte novelable de nuestra historia, saber dónde cuadra en esto el republicanismo ideológico que por poco lo deja sin cabeza la bien afilada guillotina de la Revolución Francesa, cuando en uno de sus más destacados episodios la manejan los acólitos del ciudadano Robespierre. Pues, una rectificación a esas desviaciones hará el Precursor y, con tal empeño de emoción antimonárquica, que se le pasa la mano y entonces la Corona lo apresa y sepulta de por vida en la sórdida Carraca de Cádiz. Sus restos jamás aparecieron. El rango social es tan definitorio en la vida común, que Miranda, y ello se detecta en su Diario, para mantener un nivel a pesar de su origen pobretón, viaja como un aristócrata y adopta otras actitudes distinguidas. Estaba de hecho


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descalificado por la sociedad mantuana, en tanto la monarquía gobernante lo consideraba traidor al servicio de Inglaterra. Digamos un apátrida. Agreguemos que era masón, motivo por el cual tampoco era bien acogido por la Iglesia. La figura del incanato en él tiene una incubación personal a consecuencia de ese choque de prejuicios. No sería el indio Guaicaipuro, u otro de tan bajo rango, a quien imaginaba encabezando tal gobierno. En ese trono aborigen estaría un descendiente de Manco Capac, fantasía toda (¿sería?), para levantar nubes de humo en torno a su proyecto internacionalizado de lograr el total apoyo del imperio ingles, que afanaba en ampliar sus territorios a costa de los dominios españoles, bien fuere a la brava o mediante combinaciones que hoy no entenderíamos caso de no tener presente los criterios conque las naciones manejaban entonces tales asuntos. Veamos cómo España, en un momento dado, entrega la isla Trinidad a Inglaterra en una negociación destinada a zanjar dificultades y abrirle paso a otros de sus ambiciosos proyectos. Tan sencillo como eso. Sin más, un cambalache comercial con prójimos, también hijos de Dios, adentro. Cuando Miranda se desplaza en el ámbito de tales peripecias, el Imperio Inglés está comandado por el pragmatísimo ministro lord Pitt, quien propiamente no es un manso San Francisco de Asís. A la verdad Miranda proponía un regreso a la selva Cómo sería el volcán de frustraciones que a Miranda se le ha formado por dentro, que no pensó que volver al imperio de Manco Capac marca trescientos años a partir de ese Siglo de las Luces. En esto de sentirse como un segregado por motivos socio-raciales, en mucho estaría presente el pedigree del padre, canario de nacimiento, a quien bajo ese alegato los mantuanos le han arrancado por vía judicial el uniforme de capitán del ejército que se ha hecho confeccionar a su propio gusto y medida, con el mejor buen paño, charreteras doradas y demás, para lucirlo por la Calle Real de Caracas. Las Islas Canarias, vimos, estaban dentro de ese marco que la Corona delimitaba con la fórmula España y otros reinos. Ese añadido constituía un segundo nivel discriminatorio, escalones abajo, que comprendía igual a estos rumbos americanos. Sería en una búsqueda de nivelación ante quienes pretendían disminuirlo, que Miranda firmaba como Francisco de Miranda, un aditamento al que las autoridades coloniales le afeitaban esa particular “de” prepositiva que indica referencia de origen, rango, para otra vez dejarle pelado en Francisco Miranda. Un hijo de vecino. Nivel de cochero. Cuando más.


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Ese prejuiciado mundo hace que por obligación el hijo de familia distinguida, y lo es cuando además posee solar conocido y mejor si también tierras y unos cuantos esclavos. Digamos: un señorito. De ello, por cumplir cabalmente tales requisitos es buena muestra Simón Bolívar. Sólo que además, necesariamente, debe ostentar una distinción de caballero hidalgo conforme a la tradición que en España viene desde la Edad Media. ¿La magna obra de Cervantes estaría en tan alto nivel de las letras caso de que Don Quijote hubiese sido calcado en la figura social de un barredor de calles? Lazarillo es personaje notorio de la literatura española, pero allí en ese nivel se queda. Prototipo de pobreza y picaresca. No se le reconoce suficiente calidad social para agregarle distinciones. En Las Cruzadas, con todo y tan cristianas, los caballeros van a caballo, en tanto sus prójimos pobres, también hijos de Dios, van a pie en esos mismos recorridos de kilómetros y kilómetros a través de naciones, ríos, montañas, destrozando botas los más afortunados, en tanto los míseros van a pata pelada. Los mejores maestros en humanidades, que en el caso de Bolívar fueron el Padre Andujar, Andrés Bello, Miguel José Sanz, Simón Rodríguez, refinaban a nuestros jóvenes de la nobleza criolla, o aspirantes a serlo, en el manejo del buen castellano, del griego y del latín para que leyesen e interpretasen a los clásicos en el propio verbo, y de ese modo, y sin más, aparecieran por encima de las clases menores, en tanto que otros especialistas los hacían diestros en el manejo de las armas para que, en caso de conflictos, vayan a la guerra en nivel de jefes y no de palurdos. Son costumbres asentadas en el fondo de un tipo de cultura hidalga. El paradigmático Don Quijote, recordemos, como requisito de hidalguía efectúa una vela de armas. Cuando en las calles, allá o aquí, con las diferencias del caso, a uno de esos caballeritos hidalgos algún palurdo les molesta, no desciende del coche y se entra a puñetazos arrabaleros con él; sencillamente, el joven ordena elegantemente con pocas palabras, o de modo más distinguido con sólo un gesto de la mano enguantada, que el cochero lo apalee a fondo, si no, en caso extremo –suponemos tal era el desprecio–, ellos le darían por la cabeza, cuando más, con la cacha de la espada. La hoja es noble. Sólo para matar caballeros. Ese doble sello que imprime la Universidad La hondura mayor de esas diferenciaciones socio-raciales están mostradas, como en ningún otro estrato colonial, en la Universidad. Todo en esa institu-


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ción va conformado para concederle al blanco importancia mayor frente a la gama del pardaje. Una sofisticación rigurosa precisamente para solidificar las diferencias, glorificarlas, y marcar ese ascenso social frente a quien no fuera blanco demostrado. En esa secuencia un aspirante a doctor, aparte de llenar los requisitos de sus incuestionables orígenes de tipo racial, estaba distinguido en la sociedad mantuana por las costumbres y un aparataje alegórico que al asunto le daba un aire de sacralización. Recibir un grado universitario es entonces un acontecimiento público. El graduado ha podido alcanzar ese peldaño por ser blanco, alto rango aristocrático, y es necesario anunciarlo en forma especial pues ello forma parte de un estratégico aparataje destinado a mantener la preponderancia social de un sector. Le ha sido indispensable, conforme a la ley, que el aspirante al grado no sea simplemente blanco a la vista sino probado en documentos que penetran a fondo en el origen familiar. Al recibir el título, se monta un espectáculo soberbio. De la Universidad parte un desfile a caballo que encabeza el Rector con el graduado a su derecha. Marchan por las calles principales. A los lados y atrás van los profesores formando parte del conjunto, aderezados sus caballos, y ellos todos con sus togas, sus birretes, rosetas y demás distinciones. Eso en medio de un estruendo de pífanos, timbales, tamborones, lo cual permite imaginar que calles, ventanas, portones estarían plenas de gente. Pesadísimo muerto podría ser un título nobiliario Huyéndole a las diferenciaciones raciales, tan concretamente plantadas en la base social de las costumbres, pudo haber sido que en ese afán de obligada distinción la familia Bolívar solicita de la monarquía, para el joven Simón, los títulos de Marqués de Cura y Conde de Cocorote, gracias éstas que le son negadas debido a que por cuestiones de sangre se le atraviesa el nombre de su antecesora “la Marín de Narváez,” tal así, con ese peyorativo “la” figura en la correspondencia enviaba desde Madrid a Caracas por don Carlos Palacios, el tío materno, instalado allá con la misión de agilizar esas espinosas gestiones, y quien reiteraba en sus cartas “no mencionar a la Marín de Narváez,” no obstante ser ella una persona tan apreciada en esa familia mantuana que recibirá en herencia las famosas Minas de Aroa, que a su vez poseería el Libertador y serían motivo, por cierto, de un sonado proceso tribunalicio, apenas pasada la guerra de Independencia. Ocurre que al parecer el viejo Simón Bolívar, cuyo apellido y cepa trae de los países vascos, introductor mediante privilegio real de


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la primera remesa de esclavos africanos, era un aplicado devoto de las morenas y al llegar de Africa el barco y su cargamento se reservaría una que otra de las más apetitosas para lo que ya sabemos. De cualquier modo, nuestro Simón Bolívar contará con la fortuna de haber llegado la República y no verse obligado a cargar con ese título, Conde de Cocorote, que antes bien suena como lo que hoy, en lenguaje común, denominamos un apodo, “una chapa”. No siempre tales blasones resultan livianos. A veces aplastan. En ese caso es preferible que no te distingan. Tuve un compañero de estudios al cual, por ser un tanto estirado, lo apodaban el Marqués de las Tortas. De cualquier modo eso en la fonética suena mejor que Conde de Cocorote, bueno para enchapar a un enemigo. Es oportuno decir que La Corona no parece aceptar en toda su extensión lo criterios racistas adoptados con intenciones mañosas por los encopetados habitantes de estos reinos. La mezcla en cierto modo es propiciada oficialmente como política permanente, a juzgar por estas instrucciones recibidas de la Reina Isabel a su Gobernador de las Antillas: “Procuren que algunos cristianos se casen con algunas mujeres indias, y las mujeres cristianas con algunos indios”.34 Ese “algunos y algunas, digamos esa insinuación hacia la conveniencia de un entreverado racial, que luce ligera pues una reina por nada debe sugerir sino mandar de frente, resulta muestra de que aun siendo sólo una recomendación, y no una orden, es asunto que a los reyes ocupa. Y preocupa. De todos los vínculos, el de la sangre viene a ser el único auténtico. El nudo imposible de desatar. Visto bajo cualquier ángulo, el distanciamiento social era muy hondo y concreto. Una especie de división casi zoológica entre humanos conforme a pintas raciales. Desde su exilio en Estados Unidos el depuesto Capitán General Emparam escribe a don Luis de Onis, ministro principal en España, el mismo personaje históricos de nuestros acontecimientos de 1810, y le informa de un hecho que considera inaudito, y, del modo como lo hace, permite darnos una idea de hasta dónde llegan con sus pretensiones los que esperan ser tenidos en el nivel de nobles y los que sin esperarlo mucho se auto igualan, por lo que vienen a ser los igualados. El caso de igualación lo refiere Emparam. Ocurre que un capitán de pardos:

34. Carmelo Vilda: Proceso de la Cultura en Venezuela. (1898-1830). Centro Gumilla. Caracas, p. 13.


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“se sentó al lado del orgulloso Presidente Marqués de Casa León y hubo de sufrirle más por temor que de voluntad”.35 Es punto y aparte recordar que aquí también hemos debido tener entre los arrogantes conquistadores uno que otro descendiente de esclavos blancos. Estos los tuvo el sistema esclavista romano y lo pasó a sus colonias de Europa, entre ellas Hispanía (España). En la onda socio-histórica va el humorismo de Miguel De modo que en el campo del humorismo, con su Román del Negrit Pedrit, Miguel es continuador de una onda socio histórica y ha ido con ello, sin proponérselo, a las mayores profundidades de nuestro transcurrir actual, junto con Job Pim. Se afirman en una veta humorística ya creada por la propia realidad. Aquí teníamos, y eso será definitivo hasta el final con la emancipación de los esclavos, una razón esencial de carácter económico. No era cuestión ideológica ni de por medio estaba el espíritu, digamos tontuelo, domesticado del Tio Tom, el personaje de la famosa novela norteamericana La cabaña del Tio Tom. El esclavo era la maquinaria, el buey arador de las únicas industrias conque contaban estas provincias: la agricultura, la ganadería y la minería. Y de ese modo era tratado, pues esto de los derechos humanos es conquista de una cultura todavía entonces no madurada. Lo preconizado por el Siglo de las Luces, donde se hallan esas raíces, aún quedaba en niveles intelectuales. Aéreos. La esclavitud permanecía dentro de un limbo circunscrito a lo concreto económico, sordidez donde no penetraban las luces de la espiritualidad. Tenían el denominativo mercantil de “piezas”, igual a cuando se compra o vende un caballo. Un buey arador. Valía el esclavo en razón de la fuerza de trabajo que pudiese aportar. Equivale hoy a un tractor agrícola. José María Aizpurúa en su sólidamente documentado trabajo“La Trata negrera, refiere: “A partir de los 39 años y de acuerdo a las tablas de valores de la época, los esclavos se depreciaban año a año, de modo que para el poseedor de esclavos que funcionara con inteligentes criterios económicos, era

35. Instituto de Cooperación Educativa (INCE). Caracas, 1874, p. 25.


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más conveniente salir de una “mercancía” que se estaba devaluando y poseer su equivalente en metálico para darle un rentable uso …”.36 Eduardo Arcila Farías, a quien cita el también académico Ildefonso Leal en su esclarecedor estudio La aristocracia criolla venezolana y el Código Negrero de 1789, con cuatro palabras nos coloca en el centro histórico-social de la situación: Mientras España evolucionaba hacia el liberalismo, en América había intereses que obstruían esas nuevas corrientes dirigidas a dar una participación mayor y más viva a grupos sociales más numerosos.37 Leal, refiriéndose a unos principios de hidalguía que exigían algo más que ser blanco, va más al meollo del asunto: Si la envalentonada aristocracia criolla se atrevía a tachar de “origen oscuro” a los propios blancos peninsulares, nada de extraño tiene el desdén conque miraron a los “pardos, mestizos, blancos de orilla, etc…”.38 José Gregorio Monagas el libertador de los propietarios Ahora bien, si en Miranda son notorios los afanes de justa igualación social hacia lo alto que trae acumulado por la dramática experiencia de su progenitor, en Bolívar la cuestión racial penetra en mayores profundidades, al punto de ser, por su prestigio personal, el precursor de mayor influencia en la lucha contra la esclavitud, y no sólo con palabras sino concretamente, por caso, con su decreto de Oriente, el año 16, el posterior de Ocumare de la Costa, dos decisiones que representan las primeras ejecutorias oficiales del bando republicano, a lo cual se añaden sus solicitudes al Congreso de Angostura y al Congreso de Cúcuta, que si no logra con ello la extinción de 36. José María Aizpurua: Diccionario de Historia de Venezuela. Fundación Polar. Tomo E-0. Caracas, 1988, p. 84. 37. Ildefonso Leal: Boletín Academia Nacional de la Historia. Caracas, octubre-diciembre. 2001, N° 336, pp. 27 y 28. 38. Idem.


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la esclavitud porque el estado es entonces débil frente a un orden económico dependiente casi en totalidad de la producción esclavista, sí, al menos, abre anchos espacios y caminos, y echa bases de conciencia a una correspondiente firmeza legal para que sea eliminado el abominable sistema. Bolívar, que no es de los que se quedan en palabras, da el ejemplo al liberar a los esclavos de su propiedad, los cuales ha recibido en herencia. Es de observar que el apellido Bolívar tiene sonido especial en esto de la esclavitud: don Simón de Bolívar, está entre quienes traen los primeros cargamentos de negros africanos y el descendiente Simón Bolívar viene a ser la voz más significativa ente los precursores la liberación de los descendientes. José Gregorio Monagas –no menos despótico que su hermano José Tadeo–, no emite su famoso decreto en sólo gesto humanitario. Por esa fecha, 1854, el esclavo era ya una insoportable carga social y económica para su dueño, tal hemos comentado en párafos inmediatamente anteriores. Si los viajeros Humboldt y Depons registraron en sus históricas observaciones que los esclavos ya eran entonces (comienzos del siglo XIX) un agobiante peso para el propietario pues por ley éste se hallaba obligado a mantenerlos aunque no trabajasen, atenderles a ellos y sus respectivas familias, el compromiso iba desde bautizarlos, correr con los gastos de su salud, darles vestidos, techo, protección médica y, además, regirles la conducta, pues cometían fechorías, se fugaban y presentaban serios problemas de convivencia, todo ello agravado medio siglo después (1854) con las leyes traídas por la República y sus humanismos. Ocurre que de una u otra manera la esclavitud, asunto económico en primer término, y social en el segundo, ya no encajaba en el sistema de producción. Las medidas legales tomadas en torno a la esclavitud, supuestamente muy cristianas, al fin de cuentas convenían al propietario porque hacía más durables y mansos a los esclavos. De allí las ejecutorias que al respecto venían desde la Edad Medi , con las Siete Partidas de don Alfonso el Sabio y luego con el Código Carolino Negro de Carlos IV, (1789) en cuyo trasfondo estaba la realidad económica, motor del acontecer, esa suprema fuerza contra el cual nada se puede hacer a capricho. La esclavitud fue concluyendo en un anticuado trasto social. Ya en su propuesta los mártires Pedro Gual y José María España puntualizan, evidentemente impulsados por la reciente Revolución Francesa: “queda abolida la Esclavitud como contraria a la humanidad” y los esclavos “quedan reconocidos como ciudadanos.” En 1816 Bolívar decreta en Oriente la liberación de los esclavos, circunscrito ese beneficio a los que tomaran las armas a


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favor de la causa republicana. Así, aunque resulte crudo decirlo de ese modo, y es culpa de las circunstancias y no nuestra, el esclavo pasa de ser parte de la maquinaria agrícola para ser parte de una maquinaria de guerra. Siempre un objeto de uso inmediato. Llega el momento en que para ese propietario y, de acuerdo a lo referido, le es más conveniente contratarlo como peón jornalero o medianero en las haciendas. El esclavo, de ese modo, tendría esos estímulos que antes le faltaban. Y le rendían mayor provecho a su ex amo el hacendado. Cuestión de calibrar cifras. De manera que José Gregorio Monagas, restaurador por decreto de la pena de muerte, tan dictador como su hermano José Tadeo, igualmente cubierto tras la máscara de un liberalismo populista, con su decreto del 54 viene a ser no el libertador de los esclavos, título de rango humanitario conque lo ha exornado la historia oficial, sino, dicho con toda justeza, el libertador de los propietarios. Tomemos textualmente de Alejandro de Humboldt este crudo relato, de 1799, inserto en la crónica de su famoso cuanto trascendente viaje por estos rumbos: “…y desgraciadamente la mezquindad de los amos no les procura un trato más humano a su conservación. Un habitante de Caicara, el señor V-a, (sic) había sido condenado hacía poco tiempo a cuatro años de cárcel y a 100 piastras de multa por haber, en sus arrebatos de cólera, atado por las piernas a una mujer negra a la cola de su caballo, y haberla arrastrado a galope por la sabana hasta que ella murió de dolor. Quiero recordar aquí que la Audiencia fue generalmente criticada por no haber castigado más severamente un crimen tan feroz.39 El eminente Humboldt, buen conocedor del terreno que pisa, no piensa que los dueños en general sean gente piadosa y deja el asunto en el orden de lo esencialmente pragmático, pues a renglón seguido añade: “Con todo, un reducido número de personas (las que se decían más esclarecidas y más sabias) hallaba contrario a la sana política el que se castigara a un blanco en momentos en que los negros de Santo Domingo estaban en completa insurrección”.40 39. Alejandro de Humboldt: Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente. Caracas, tomo IV, p. 388. 40. Idem.


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Al esclavo, a la verdad, la condición plena de ser humano se la vienen a conceder no los caudillos de uno y otro bando que lo veían como simple material de guerra para echarle mano en sus interminables guerras y alzamientos revueltacionarios, sino las luces de ese siglo XVIII en que se instala, por maduración de la humanidad, la institución republicana. Todos iguales ante Dios y bajo la piel Ese forcejeo de igualación, cosa muy española en otros estratos de su sociedad peninsular con el prurito de la hidalguía, y que el investigado no tuviese antecesores africanos ni, tal prescribían las leyes, de otras malas razas, denominativo donde por motivo de antagonismos religiosos iban incluidos los judíos, aquí perdió toda la gravedad que se le quiso imponer y se convirtió en juerga, buena cura en salud, por lo demás, contra el prejuicio. Y daría sus resultados. En ese orden se cuenta que el llanerazo Gral. Joaquín Crespo, siendo presidente de la república, iba en su coche por una calle de Caracas en compañía del Ministro del Tesoro. Un adversario de esos que para ellos democracia es vulgarocracia, le grita: –¡Negro y ladrón!, a lo cual Crespo se vuelve hacia el ministro: ­–Oiga: lo de negro es conmigo. Mas no todos los venezolanos han mostrado tal actitud. La exclusión social a causa de motivos raciales ascendió a niveles dramáticos porque ni aun los intelectuales uniformaron la necesaria visión humanística frente al asunto. Manuel Díaz Rodríguez, tal vez por ser empecinado esteticista en su literatura y tener tan obligantes patrones de belleza en la mente, colocará una frase que Luis Beltrán Guerrero atribuye a influencias del Conde José Arturo de Gobineau. Añadimos a ello que al prosopopéyico Gobineau, sujeto de mala catadura si lo juzgamos por la fea expresión que de él traen sus retratos, y admitimos que la expresión del rostro es espejo del alma, los historiadores modernos lo califican como inspirador del racismo. Díaz Rodríguez, propietario de haciendas en las afueras de Caracas, entre ellas donde hoy está el Parque del Este, suelta esta carga de prejuicios:


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“Muchos fenómenos de nuestra vida constitucional y política no se podrían entender sin la perfecta amoralidad negra, sin la casi siempre amoral y enrevesada alma mulata”. 41 Bienvenida esa sonrisa que genera el humorismo En el campo del humorismo travieso, y éste de alusiones a lo racial, con tanta historia y afirmación en otras trascendencias, está Miguel Otero Silva desde cuando a los dieciocho años de edad Alejandro Alfonzo Larraín, más conocido por sus caricaturas como Alfa, le publica en su revista los primeros escritos. Una tarde me hace llamar a mi casa y, como yo no estoy, me deja dicho que espera le devuelva la llamada. Lo localizo a las diez de la noche. Desea saber cómo podría comunicarse con Pedro León Zapata, poco antes ingresado a El Nacional como caricaturista en la página de opinión C-1, a mi cargo. Miguel estaba proyectando algo más que unas travesuras, muy suyas, que resultaron ser los estrafalarios versos “Las Celestiales”, en cuyo santoral él es el escribano de la obra tras del recatado nombre vasco Iñaqui de Errandonea, y Zapata, quien hace de ilustrador con su correspondiente capucha, es Fray Joseva de Escucarreta. Esta primera edición resulta un tanto clandestina, como de tanteo, sin pie de imprenta. La segunda, en 1970, ya viene autenticada por el acreditado editor José Agustín Catalá. El clero se alarma y sale al frente con las rechazantes palabras del cardenal José Humberto Quintero, Arzobispo de Caracas. Tomado al azar, uno de tales versos expresa un singular destape que, antes de la Independencia, con seguridad tanto Miguel como su también encapuchado artista ilustrador Errandonea le habrían dado sobrado gusto a la Santa Inquisición: “Cuando a las puertas del cielo se presentó San Silvestre, los demás santos dijeron: ¿Qué santo’er carajo es éste?”42

41. Cit. Luis Beltrán Guerrero. Modernismo y modernistas. Libro Menor N° 4, p. 65. Academia Nacional de la Historia. Caracas, 1978. 42. Otero Silva: Las Celestiales. Op. cit., p. 295.


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Estos versos vienen a ser los más leves. Habría quien se sintiere agraviado. Aparecen otras protestas escritas, aparte de las emitidas por el señor cardenal. Nos preguntamos, discretamente: ¿por cuál motivo un santo no ha de tener igualmente sentido del humor? Entre chanzas, Miguel enfrenta el tempestuoso ventarrón. En su desparpajado libro Un Morrocoy en el Infierno recoge rezongos y querellas nacidas en torno a su insólita publicación. Refiriéndose a cómo la prensa recibe Las Celestiales, muestra sus particulares apuntes: La grande y la pequeña prensa orquestaron el aquelarre: ¡Blasfemia! Clamó “El Universal”¡Irreverencia!, ululó “El Nacional”, ¡Sacrilegio!, chilló “La Religión”, ¡Libertinaje!, bramó “La Verdad”, ¡Indecencia!, vociferó “La República”, ¡Sensacionalismo!, se desgañitó “El Mundo’’.43 En el marco del humorismo, por corresponder a una dimensión desconocida, lo que en unos mueve a risas en otros podría provocar lo contrario al tomarse algunas de las alusiones como burla. En cada chiste hay una víctima. De nuestros escritores, Julio Garmendia es quien lleva la palma en el humorismo que no rompe vidrios; igual Rómulo Gallegos, en cuyos cuentos y novelas aparece de cuando en cuando el humor, a veces grueso como en alguno de sus cuentos de ambiente caraqueño, y a veces tan fino que no siempre se le puede percibir la envoltura de la gracia en las frases que él pesca en la vida popular, caso en el cual a los lectores involuntariamente se les viene al rostro un esbozo de sonrisa. Su personaje Poncho Pire habla en Canaima: –Yo dándote moriche canta bonito y tú dándome papelón. A ese género al que no siempre se le aprecia en sus justos términos, Amado Nervo le da la mano: “El humorismo es la sonrisa de la literatura y acaso, acaso, el más fino humorismo no hace reír; hace sonreír únicamente”. Si partimos de tan esclarecido criterio, sólo a unas cuantas grandes obras, digamos Don Quijote o La montaña mágica, en algo alcanzan esa concepción. 43. Ibidem, p. 285.


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Pero estamos hablando de periodismo, género diferenciado en el campo de las letras que exige colocarle oportunas vallas a la imaginación. En nuestro periodismo la obra de Miguel Otero en los campos del humor cubre una amplísima gama de tonalidades en la cuales provoca la risa o la sonrisa o la carcajada. Resalta Luis Pastori: “Cuando tengamos que hacer el balance de nuestros humoristas, Miguel Otero Silva habrá de tener un sitio de honor en el Presidium’’.44 Siendo ya sexagenario, no obstante sus travesuras en el campo teológico, entre sus buenos amigos Miguel tiene a los sacerdotes Mons. Jesús María Pellín, Mons. Juan Francisco Hernández, Pbro. Pedro Pablo Barnola S.J., éste su compañero en el Liceo Caracas, a quien de ese modo fraterno lo menciona, pues esos lazos vienen desde los bulliciosos espacios estudiantiles de este plantel cuando era dirigido por don Rómulo Gallegos. Es allí donde se encontraría de nuevo con Rómulo Betancourt, ya evocado por él, vimos, al referirse a la escuela de primeras letras, donde cursaron juntos bajo la atarantada guía de su pintoresco maestro Montenegro. La religión, propiamente, ha sido tema tocado con delicadeza por los escritores venezolanos; no así los sacerdotes, a los cuales en ocasiones han sido tratados de manera más que irreverente. El sacerdote como personaje forma parte de la tradición literaria del humorismo de habla hispana. Muestra clásica es el episodio del cura y el barbero de Don Quijote, por sólo citar a Cervantes y dejar a un lado a la picaresca. Veamos que dentro de los cuentos echados en velorios y fiestas, buena parte corresponden a ese aspecto terreno de la religión. Ni el mismo Dios queda fuera de tales relatos. Lo trató con finura Pedro Emilio Coll en su Las tres divinas personas. Igual, el tema luce ser un atractivo de primera mano para escritores y artistas universales. Es anécdota corrida que Miguel Angel tenía tropiezos con el cardenal que manejaba el dinero del Vaticano, pues le pichirriaba cuando el artista le solicitaba alguna cantidad para sufragar las grandes gastos que exigían la compra de materiales requeridos por la obra de la Capilla Sixtina. El artista, en acto retaliativo, lo pintó entre los condenados del Infierno. El cardenal se quejó al Papa, quien le habría dicho: –Hijo: si te hubiese metido en el Purgatorio tal vez podría sacarte, pero a esas otras profundidades no alcanza mi poder.

44. Luis Pastori. Ref.(en): Cercanía de Miguel Otero Silva. Op. cit., p. 45.


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A la verdad no siempre los religiosos quedan bien parados en los caprichos de los artistas. No es el caso de Guzmán Blanco quien, según los entendidos, en el templo de Santa Teresa, en Caracas, aparecía como uno de los doce apóstoles. Si acaso estuvo, y lo borraron, es explicable. Guzmán tenía la mano muy pesada y era prudente no hacerle jugarretas. Esto de la Religión guardaba para él características puramente terrestres, unidas a su vida como masón enfrentado a los clérigos al punto de expulsar obispos, y a ser un maniático practicante del guerrerismo político así con las armas o con la pluma. Nada espiritual había en esos afanes. El tema de los sacerdotes y el trato que reciben de los escritores emerge siempre cuando alguno de los más atrevidos toca el punto de la Religión. El presbítero Pedro Pablo Barnola, amigo de Miguel Otero desde los bancos escolares, con casta religiosa desde su nacimiento pues ostentaba los nombre de Pedro y Pablo, los dos apóstoles más característicos que acompañan a Jesús, adelanta esta frontal observación: “Es increíble el grado de estupenda ignorancia, por no decir quizá de intencionada malicia, conque tantos de nuestros novelistas y cuentistas han formado y presentado en sus obras figuras de sacerdotes. Sobre el cura (usando el término con el tono despectivo que ellos acostumbran darle) han solido llover las más odiosas o ridiculizantes apreciaciones, por decir lo menos. Y aunque en casos reales y esporádicos, determinados sacerdotes han dejado en mal lugar su nombre y su dignidad, es ciertamente injusticia envolver a todo el cuerpo sacerdotal bajo un descrédito que sólo ameritarían aquellos determinados individuos”.45 Y en ese orden, refiriéndose a La Chacra, novela de Carlos E. Villanueva publicada en 1924, el Padre Barnola expresa en forma rotunda: “Por todo lo que conocemos de novela venezolanas creemos poder afirmar que el Padre Blas es el más acertado, –tal vez el único–, personaje sacerdote de nuestra literatura de ficción”.46

45. Pedro Pablo Barnola, S.J.: Estudios crítico-literarios (2ª. serie) Lib. y Tip. La Torre. Caracas, 1953, p. 212. 46. Idem.


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Ignoramos cuál sería su criterio respecto a su fraterno Miguel Otero Silva en el asunto público de Las Celestiales, momento en que se le plantea una distonía entre el amigo y la esencial condición de sacerdote. Y aquí nada menos está el joven Romulón En la festoneada vida venezolana el humor brotado de la realidad no se diferencia en mucho de los episodios imaginarios recreados por costumbristas y criollistas, tan útiles, además, en la corrección de nuestro hábitos de vida. “Castigat ridendo mores”, definió con esa expresión latina su obra de comediógrafo Santeul. De los cultivadores de la literatura son los costumbritas quienes con mayor fuerza, por utilizar como materia prima el acontecer inmediato, dan la idea más auténtica del alma venezolana. De ese modo, pintoresco es el Rómulo Betancourt recién llegado de Guatire, si conocemos las circunstancias anecdóticas que publica en su evocador libro Nuestro Lab la siempre recordada, con veneración y afecto, educadora Lucila Manzano, ya merecedora entonces, con todo y ser bastante joven, de ser llamada Doña Lucila. Trae allí la gentil dama una semblanza histórica del liceo Andrés Bello, antes denominado liceo Caracas. Rememora que Betancourt, jovenzuelo recién llegado de su Guatire natal, hace de vigilante, denominativo correspondiente a lo que hoy es un bedel, y con funciones tan pintorescas como el sonar la campana una vez para llamar a clases y dos cuando se presentare algún funcionario del Ministerio de Educación e igualmente investigar e informar al director si ve fumando a un estudiante. Será un Sheerlock Holmes. Va todo ello más acorde si en lugar de recordar a Betancourt sólo por sus fotografías presidenciales, vemos las caladoras estampas hechas por sus caricaturistas, y especialmente una de Pedro León Zapata cuando, en sus primeros tiempos en El Nacional el artista dibuja el otro Rómulo, ese al que la guasa criolla enchapa como Romulón. Ha sido la pobreza el manantial inagotable del humorismo. Compensación filosófica. Sin ella no existiría la picaresca y sus Lazarillo y sus escuderos Marcos Obregón o sus Sancho Panza. La pobreza también tiene su sonrisa; sólo que en ocasiones es confundible por estar muy cerca de la mueca, de lo grotesco. Charles Chaplin, el inolvidable Charlot, en La Quimera del Oro, una de sus primeras películas, aparece comiéndose un zapato. Con su


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insuperable gracia mímica muestra especial deleite al chuparse, uno a uno, los clavos. El sentido del humor travieso en Miguel Otero es una constante de su espíritu, un vertedero temperamental siempre fluyendo, no atenuado ni por las vicisitudes ni por la edad. Cuando acercándose a los sesenta años, en 1965, es designado Individuo de Número de la Academia de la Lengua para ocupar el sillón vacante que ha sido de Simón Planas Suárez, no mencionará en primer término a don Miguel de Cervantes o a Jorge Manrique, a don Andrés Bello u otros adecuados a esos distinguidos predios; evocará en cambio a Rubén Darío, magna eminencia también dentro de la lengua hispana, pero esta vez para traerlo con aquella traviesa frase que alguna vez emitió y la cual, si bien graciosa no es menos irreverente: “De las Academias, ¡líbranos Señor!” Miguel justifica la expresión del maestro al manifestar por cuenta propia esta parrafada: “el hecho incuestionable es que en el recinto de las Academias tanto lo verdadero como lo falso han hallado cabida y hogar. En aciagas guaridas de iguanodontes del pensamiento, empalizadas refractarias a toda idea naciente o renaciente”.47 En contrapartida, pues no se trata de arrugarles a los académicos presentes la toga sino de poner el sello de la propia inconformidad, y a la vez no discordar con el maestro Darío hacia el cual lleva dentro, y de cuando en cuando la aflora una consolidada veneración, se remonta en la tribuna para decir: “En coyunturas trascendentales para la humanidad las Academias han significado el gimnasio de Platón y sus dudas acerca del conocimiento de las cosas, el laboratorio de Leibnitz y su principio de la razón suficiente, la biblioteca de Lemonozov y su poliformismo universitario, vale decir, instituciones plantadas en provecho de la filosofía, de la ciencia, de la cultura”.48 Ese constante disentimiento de Miguel será siempre un recurrir a sus épocas juveniles y a los amigos. Esta vez, y a lo serio, de manera formal trae al 47. Otero Silva: 8 Palabreos. Op. cit., pp. 9 y 10. 48. Ibidem, p. 18.


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recuerdo a quienes considera con más mérito que el propio suyo para estar en esa Academia: Pío Tamayo, un indio flaco y soñador; Andrés Eloy Blanco, de quien el pueblo ama con sus versos; Antonio Arráiz, el que sin ser estudiante, al llegar la algarada del 28, “se ciñó la boina azul sin esperar la venia de nadie y recitó sus versos en los jardines de este viejo convento”.49 Veamos que si en ideas sociales y políticas va del centro hacia el extremo de las ideas sociales y políticas de la izquierda revolucionaria, en poesía, nos aventuramos a decir, va del centro hacia el conservatismo. Era su santuario personal y de él disponía como a bien tuviere. Con guardianes en la puerta. (V) A buen maestro mejores discípulos Ha compartido Miguel su bachillerato entre este Liceo Caracas y el San José, de Los Teques, fundado y dirigido, dijimos, por el doctor José de Jesús Arocha, quien debido a su severidad socarronamente lo apodaban el Tigre Arocha. Esos años veinte y treinta son los más dominados por el espíritu de la post Primera Guerra Mundial, tiempos de expectativas, nubarrones, esperanzas. Y de rigor en función de freno y, consecuencialmente, de buenas costumbres. Los maestros venezolanos aun utilizan la palmeta de huequitos, redonda y gruesa del tamaño exacto de la mano, llamada de huequitos porque en su extremo, donde daba el golpe, tenía pequeños huecos que hacían función de ventosas. Los escolares, al recibir el palmetazo veían por lo menos, digamos, al diablo en traje de baño comiendo arepas. Lo digo por haber sido su víctima. Por fortuna solo una sola vez. Esta palmeta es auxiliar de esa alta pedagogía obligada que permanece hasta el año 36 respaldada por un axioma, no tan descaminado: la letra, con sangre, entra. De ese Liceo San José, que igual tuvo entonces cuartos de aislamiento, egresan hombres formales y pocos perendengues. Cuando en Los Teques acopiaba datos para esta crónica, un viejo parroquiano me relata, con algunas coloraciones que él mismo celebra intercalando risotadas vulgares:

49. Ibidem.


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–Recién fallecido el presidente Juan Vicente Gómez, fue inaugurado en la ciudad busto del doctor José de Jesús Arocha en un cruce de calles anchas (La Hoyada) que hacía de plazoleta. Era el paso obligado, porque no existía el correspondiente tramo de la vía Panamericana. Como el tránsito está atascado pregunta por el motivo de tal concurrencia. Le responden que las autoridades inauguran un busto del educador José de Jesús Arocha. El hombre se quita el sombrero y hace una singular revelación: –Yo le debo la vida, porque cuando estudiaba en su liceo, y debido a mi fallas de conducta, me metió tantas veces en sus severos cuartos de aislamiento que resulté vacunado y no pudieron matarme los calabozos de Juan Vicente Gómez. Algunos de esos compañeros del San José de Los Teques fueron invitados por Miguel a escribir en El Nacional. Citemos dos: Arturo Uslar y Manuel Rodríguez Cárdenas, quienes mucho recordaban esa disciplina de Arocha. En los comienzos del 46, junto con otros muchachos jefaturados por Germán Luna Pinto, y entre quienes recuerdo a Francisco (Paco) Mendoza Cróquer, su hermano Edgard Mendoza Cróquer, Luis José Moros Ghersi, José Rafael Bosch, Germán Rivas, Humberto Ramírez, Víctor M. Conzogno, las hermanas Aura, Elba, Celina Fiorillo, fundamos en Los Teques el Centro Cultural José de Jesús Arocha, en memoria de este ilustre ciudadano. Nuestro primer acto público fue un alegrísimo recital poético que contó con su pariente Miguel Otero Silva, Luis Pastori, Aquiles Nazoa. Me correspondió, designado por la directiva del Centro, de la cual yo formaba parte, hacer en el escenario la presentación de los invitados. Miguel, por insistente pedido de este público que a los tres poetas aplaude con alegría, recita, creo recordar, su Galerón del gallo zambo; Pastori, su fina Glosa de la renunciación: Hoy rompió sus cuerdas rojas la guitarra de mis sueños y en el gris de mis ensueños e arremansan las congojas. Anoche miré las hojas de tus cartas olorosas y como ahora las rosas han marchitado su esencia para olvidar tus querencias te mando todas tus cosas ….


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En lo de Aquiles bien lamento no memorizar el tema, pero sí tengo presente, no obstante los años transcurridos, la catarata de aplausos que junto con Miguel Otero y Luis Pastori obtendrá él en gratificación por sus versos A punta de lanza, publicados en El Nacional bajo el seudónimo Lancero. En ese Liceo San José, Miguel ha compartido espacios con los mencionados Arturo Uslar Pietri, Manuel Rodríguez Cárdenas, Félix Pifano, Miguel Silvio Sanz, éste un sambo grueso más conocido como El Negro Sanz, quien sería mano derecha del tenebroso Pedro Estrada en la Seguridad Nacional de Pérez Jiménez. Vendría la Universidad y sus afanes de política juvenil hacia la maduración. Párrafos adelante traemos la referencia que de Miguel hace su compañero de aulas Arturo Uslar Pietri, quien, dijimos, igual pasó por las manos del severo don José Jesús, que era católico en extremo. Refería Miguel que yendo una procesión por las calles de Los Teques, entre cuyos fieles acompañantes estaban por obligación los alumnos del Liceo San José en su totalidad, Miguel Silvio Sanz, quien propiamente no tenía un alma de sacristán y menos aún de monaguillo, y al que Miguel recordaba de modo especial por sus particularidades, está plantado, con el sombrero puesto, en una esquina de la calle principal, en momentos de pasar las veneradas imágenes. Al verlo el doctor Arocha en actitud tan irreverente, le ordena descubrirse porque va pasando el Santísimo Sacramento del Altar, solemnísima procesión, y el bárbaro, a tiempo de calarse hasta las orejas el sombrero, le responde con una frase cuyo contenido me veo en la obligación de suavizar y conforme al sujeto permito a la más puerca imaginación el trabajo de completarla: Me ( …) en todo es .

Si esperas ganar el juego pues echa sin más el resto La política ideológica, que no la de partidos pues no sería su intención ingresar en la burocracia, estaría instalada como centro de gravedad en la vida de Miguel Otero Silva. Su juventud, sus estudios, la misma fortuna de su familia, en ocasiones le va en ese topo a todo. Si él no la busca, pues ella lo persigue hasta encontrarlo. Así es de fatal ese sino diferenciado que a cada humano le adivinaban las culturas antiguas en la famosa rueda del destino.


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Está Miguel en sus funciones de director cuando llegan, comenzando la década de los 60, las primeras penetraciones de la marxista Revolución Cubana. Conociéndole su predisposición izquierdista, y en defensa de propios intereses, los poderosos anunciantes se cuadran para enfrentarla, lo cual no hará El Nacional. Los adversarios deducen que si la revolución, por ser marxista se basa en cambiar los estamentos económicos, pues lo propio es batirla en ese campo nada espiritual. No se trata de meditaciones, sino de extinguirle cualquier foco que voluntaria o involuntariamente pudiere favorecerla y, de paso, darle un escarmiento a quienes no la combaten, que es el caso de El Nacional. En este punto se escucha por algún lado el eco de Maquiavelo, quien como nadie, aunque siempre con aviesa intención, absorbió y predicó esa cínica sabiduría que es esencia de la vida misma: “Más duele la pérdida del patrimonio que la muerte de un pariente”. Estamos en la mundializada Guerra Fría y ahora la lucha es, de modo concreto, por acaparar los mercados. La pitanza que nos une a la selva. Elemental pragmatismo. Castro, siempre recostado porque nunca tuvo suficientes pies para estar parado por sí mismo, en esos momentos está en brazos de la Unión Soviética, propulsora de turbulencias manejadas con hilos desde el Kremlin, que entonces disponía de dólares y rublos en abundancia. Al fracasar el sistema comunista, sus nuevos gobernantes le eliminan a Castro ese pago por su servicio. Digamos le quitan la escalera y lo dejan colgado de la brocha. De inmediato Castro busca otro valepié. Capitalistas e industriales y comerciantes, cuentan para la propia defensa con un tipo de armas eficaces. Y saben utilizarlas. Desde que el mundo es mundo, ellos lo han manejado. Están jugándose algo concreto, desnudo: lo económico, aunque a ello los adversarios picarescamente le den apariencia romántica de ideología estilo Robin Hood, que en el caso sería despojar a los ricos para darles todo eso a quienes por injusticia social o por simple vagancia son pobres. Ahora bien, si la cuestión al descarnarla queda en ser sólo económica, pues por ese lado, el de la economía, es lo propio meterle un contrafuego. Es, así, la manera de dejar sin motor y sin ruedas a tal amenaza. De ese modo a El Nacional, debido a los antecedentes de Miguel Otero en el campo de la política izquierdista, y al no verle colaborar de frente contra ese borbollón castro-marxista, le organizan el referido estrangulador boicot para dejarlo sin publicidad. Digamos en prosa cantada: carro sin gasolina no camina. Son anunciantes quienes lo aplican a este órgano de prensa que para el caso es de la mayor importancia debido a


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su grande influencia en la opinión pública. Esto con la complacencia y, hasta se presume, con las asesorías de quienes en ese momento dirigen el Departamento de Estado Norteamericano. Al asunto propiamente político lo pasan a segundos planos. El arma de estos comerciantes, la realmente efectiva, es lo económico. El poder-poder. Dentro de aquella pelea simbolizada entre lo culto y lo bárbaro, Miguel, sobrestimando la fuerza espiritual del humanismo, al cual supone dominando la mente colectiva, publica esta mancheta directa que ha debido caerles como un chiste a los encuevados de la OLA que hablan de dinero, de monedas palpables y no de poemas: “En El Nacional los derechos del anunciante terminan donde comienzan los derechos del lector”.

A tiempo siempre llega la mano derecha de Dios El año 63 el diario está casi a punto de cierre debido a ese boicot publicitario. Las estimaciones indican una baja en anuncios, la cual en un momento dado alcanza entre un 80 y tal vez un 90%; es decir le va quedando, ¿será?, en apenas un 20 o un 10%. Es posible comprobarlo en las hemerotecas. Al comenzar la insurgencia marxisto-cubana, una izquierda social auténtica, no política, digamos la sensata y no aprovechona, le había dado calor a la figura de Castro, pero de él se distancia tan pronto le adivina la intención de presentarse como un Jesucristo, al cual ya le ha copiado las barbas, siendo en propiedad uno de esos tantos caciques vivarachos con afán de mando compulsados por complejos personales inconfesables, que de tiempo en tiempo cabalgan sobre nuestra subdesarrollada mente latinoamericana, con el mil veces remendado, con parches y más parches, argumento de la Revolución social. ¿Acaso tales aventuras las intentarían en Inglaterra, Francia, Suiza donde habitan pueblos cultos? Allá nadie se atreve a echarles esos cuentos donde los elefantes vuelan y hay pajaritas preñadas. Castro es una compacta combinación de mañoso caribeño y la ramazón proporcionada por el marxifascismo como ideología de emergencia. No cuenta con otra. Sus intelectuales le dieron muchas vueltas a ver por dónde insertaban a Martí en ese paquete, y por allí darle a su proyecto un contorno de categoría ideológica. No les fue posible cuadrarlo. Bien los pies o bien la cabeza les quedaban afuera, toda vez que Martí es un producto destilado del liberalismo del Siglo de las Luces, el


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mismo siglo al que le correspondió crear y afianzar la ideología liberal ante el sórdido materialismo marxista que en el ámbito universal entonces estaba dando sus primeros pasos. Los afanosos intérpretes que buscaban apoyos autoritarios no llegaron a nada, pues el poeta estuvo dentro de la misma onda de Simón Bolívar, mente generada por ese deslumbrador Siglo de las Luces, el muro mayor conque ha topado el materialismo, al cual contrarrestaron las nuevas doctrinas al colocarle, frente al autocratismo, y para siempre, un activo humanismo liberal. Valga la ocasión para referir que Marx, es bien sabido, no halló suficientes palabras para descalificar a Simón Bolívar. De modo que, de eso no se habla, por cuanto se da por sabido, que Bolívar, cierto, era un mantuano, un señorito de Caracas que nació propietario de esclavos, pero tiene el mérito mayor, y eso le honra, de que guerrea contra sus propios intereses de clase para crear la república plena que entre sus bondades nos trajo la abolición de la esclavitud y a los llamados tierrúos los elevó la categoría de ciudadanos, lo más alto en la dignificación social. A la verdad Marx, con su habladera, nada tenía que perder. Era un pelado. Su máxima obra, El Capital, es una colcha de retados que tomó de diversos autores. Aquí, la aludida izquierda marxista, revueltacionaria, no aparecerá más que al comienzo y con una figura revestida de ingenuidad. Nuestra disyuntiva fatal es, en esos momentos, venir a ser tontos útiles de los norteamericanos o tontos útiles de sus adversarios los rusos. Esa joven izquierda nuestra estuvo, a no negarlo, dispuesta al sacrificio. Se disuelve debido al escasísimo apoyo social conque cuenta la insurgencia, pues apenas luce afirmada en la disyuntiva del ¿estás con la revolución social o eres reaccionario pitiyanqui, relanzada por el sovietismo como estrategia en la Guerra Fría, y que al descifrarla queda en este hueso pelado: ¿estás con la redentora revolución marxista o estás vendido al expoliador imperialismo norteamericano? El Nacional, en medio de ese vaivén de intolerancias se ha permitido mantener un equilibrio de expresiones: mas, al no alinearse con la derecha intolerante que no admite medias tintas, ni con una izquierda de igual tinte totalitario, se colocará en la más delicada situación. En el centro del huracán. La empresa editora sufre la embestida. Oí decir que el industrial Eugenio Mendoza, buen amigo de Miguel, ofrece comprarla en algo así como catorce o quince millones de bolívares. Ello, de acuerdo al valor que entonces tiene la moneda. Comparemos: un lujoso automóvil Rolls Roice, por esos años cincuenta, cuesta sesenta y cinco mil bolívares débiles, anteriores a los hoy denominados bolívares fuertes.


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Hoy, esa suma sería poco más que céntimos. Con esta otra referencia podemos darnos una idea del valor adquisitivo que entonces tiene nuestra moneda. Estaba yo haciendo una encuesta (Foro), y esto fue por el año 63 o 64. Miguel habló con el director para que en ella se incluyese a un empresario influyente, amigo suyo, a quien solicité pero no estaba en Caracas. Había que sustituirlo por otro. Le pregunto: –Miguel: ¿ese señor es muy importante dentro del campo económico? Me responde: –Por supuesto que es importante: ¡ese hombre tiene más diez millones de bolívares! Los Otero Silva, confiando en sus lectores, a los cuales bastante les ha servido el diario, enfrentan la tempestad traída por la borrasca del boicot y con decisión mantienen su ruta por el mismo pedregoso camino hasta, y de modo airoso, sin inclinar la frente, salir adelante. En esas instancias Miguel, quien mucho de ese mismo ímpetu tiene para enfrentar los problemas (recordemos aquella frase suya que refiere a dónde enviaba él a sus enemigos) y se ha formado desde la adolescencia entre las farragosas dificultades de la política -–respecto a las cuales por nada tampoco es calumnia decir que se las buscaba–, esto del boicot empresarial sólo es para él, aun con todas sus agruras, una incidencia más en su vida. No a todo prójimo la naranja ácida le producirá dentera. Cierto: está en juego ahora el patrimonio suyo y de la familia Otero Silva en conjunto; no obstante él ni sus hermanos vacilan, pues cuando se tiene una pelea cazada con un adversario de esa naturaleza, vacilar es perderla de una vez, y, como se trata de potros bravos, pues con los potros bravos –repetimos aquí a don Segundo Sombra, –¡rebenque y espuelas! En los gremios empresariales cuenta con adversarios, unos de frente y otros muy solapados, pero igual dispone de amigos firmes, permanentes. En tal actitud suya, tan personalizada, él y el diario son una sola imagen. Es la obra de su vida la que se halla en riesgo total y está guerreando contra quienes, en actitud agresiva, por nada se muestran dispuestos a dejarle pasar ni aun el oxígeno indispensable. Miguel, y lo decimos con una frase de jugadores


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de cartas, está resteado. Esas palabras de desafío que se sustentan en la fuerza moral, a buen seguro provocarían risas a tan empecinados adversarios que en la ocasión le cobran su presente liberal y su pasado en la izquierda marxista. De ella no reniega; simplemente se aparta. Por tratarse de un ambiente de letrados ha debido ser que uno de los presentes en una de esas fugaces tertulias cultas de la redacción en las cuales él participaba, le dice, a manera de chiste, que ese constante desafío suyo se parecía, y en mucho, al de Amadis, del cual precisamente se habían hecho referencias: “¡A mí Rey Lisuante, que soy el que más te odia!” Miguel va de salida. Desde la puerta responde con tono entre serio y jocoserio: –En eso no estamos para chistes porque la pelea es peleando. Silenciar a El Nacional, una de las más influyentes tribunas de la conciencia pública, no habría sido una decisión tomada por cuatro chafarotes reunidos alrededor de una taza de café. Con antifaz. A no dudar, había toda una estrategia fríamente montada por verdaderos expertos en mañoserías. Pero el diario ha contado con el significativo nutriente así espiritual como económico de los lectores ganados con esa calidad, y tal vez más importante aún: por haber mantenido una línea editorial correcta, una siempre buena dirección y sus eficientes y solidarios periodistas. Bien se sabe que el verdadero piso de una publicación, desde cuando su primer número sale a la calle, lo constituyen sus lectores fieles: aquéllos, que con él se identifican desde ese primer momento, y éstos de ahora, que en el caso han acogido al diario como algo suyo y ni por un solo momento lo abandonan. De no haber lectores, de nada valdrá el dinero. Este no podrá fabricarlos. Ellos lo acompañan de modo pasivo pero firme. Dentro de la trinchera siempre. Con tal respaldo se puede ir a la pelea. Y así Miguel Otero Silva, extrayendo su máquina de escribir de la capotera donde le toman un descanso las rebeldías juveniles, enfrenta las nubes negras, a partir de estas palabras dichas al ser entrevistado por Gilberto Alcalá: “Al rechazar la tesis reaccionaria según la cual la orientación política y periodística de que una publicación ha de ser determinada por los


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grandes anunciantes y no por el criterio de los directivos de esa publicación, El Nacional hace armas en salvaguarda de la integridad y la decencia del periodismo venezolano”.50

50. Gilberto Alcalá: ‘‘Vicisitudes políticas y económicas’’. En El Nacional. 37 años haciendo camino. Caracas, 1980, p. 308.


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Nota de la redacción

El material que se presenta a continuación informa de las vicisitudes del apresamiento de los reyes Carlos IV y Fernando VII y demás miembros de la corte española en el año 1808, la manera como fueron arrestados, sus padecimientos en el cautiverio y la manera como tal noticia repercutió en la sociedad peninsular del momento. Es una relación que presenta Don Pedro Cevallos, Primer Secretario de Estado de la Corona, quien fue retenido junto a los reyes en su presidio en Bayona y formó parte activa del movimiento contra la ocupación francesa de España. Al salir en libertad, Cevallos continuó la lucha contra los franceses y publicó en varios idiomas esta “EXPOSICIÓN sobre LAS PRÁCTICAS Y MAQUINACIONES que condujeron LA USURPACIÓN DE LA CORONA DE ESPAÑA y Los medios utilizados por Bonaparte para ejecutarla”. Además, el personaje formó parte activa de la reconstrucción de España tras su propia guerra de independencia. Publicamos aquí, tanto la obra de Cevallos en su totalidad como algunos documentos de relevancia que forman parte del archivo de este distinguido intelectual español, quien salió en defensa literaria de la soberanía española ante la invasión francesa. Como se verá es un documento de particular relevancia para evaluar los sentimientos que albergaban los funcionarios españoles ante la prisión de los reyes y el vacío de poder que este hecho traía en consecuencia; esto permitirá, a su vez, delimitar y suponer algunas apreciaciones de la influencia que todos estos sucesos generaron posteriormente en estos territorios de la América hispana.


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Se trata de unos impresos que se encuentran encuadernados en el Archivo del general Francisco de Miranda, sección: Negociaciones, Tomo XIV, folio 137 y que se han mantenido casi desconocidos por la historiografía hasta el momento.


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EXPOSICIÓN sobre LAS PRÁCTICAS Y MAQUINACIONES que condujeron LA USURPACIÓN DE LA CORONA DE ESPAÑA y Los medios utilizados por Bonaparte para ejecutarla (*) Por Don PEDRO CEVALLOS Primer Secretario de Estado de Su Majestad Católica FERNANDO VII1

Exposición Cuando la nación ha hecho y continúa haciendo los esfuerzos más heroicos para sacudir el yugo con que se pretendía esclavizarla, todos los buenos ciudadanos deben contribuir del modo que puedan a ilustrarla sobre las verdaderas causas que la han traído hasta al estado actual, y mantenerla firmemente en el noble ardor que la anima. Manifestar a España y al mundo entero los torpes medios de que se ha servido el Emperador de los franceses para aprisionar a nuestro Rey FERNANDO VII, y avasallar a esta nación grande y generosa, es un objeto muy digno de quien, como yo, se halla en el caso de poder hacerlo, porque las circunstancias me han colocado en situación de ser testigo de los sucesos que han precedido a la

(*) (Tomado de El Times del lunes, 10 de octubre). Londres: publicado y distribuido por I. Walter, Editorial Square Blackfriars; y por J. Triphook, proveedor de libros de Su Majestad, de St. James’s Street; Sherwood, Nelly y Jones, Paternóster Maxwell y Wilson de Skinner Street; y J. Ridgway, Picadilly. 1. Archivo del General Francisco de Miranda, Academia Nacional de la Historia, Negociaciones: Tomo. XIV, folio. 137.


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catástrofe de Bayona, y me he hallado en ella. No he podido revelarlos antes por carecer de libertad, y por no haber reunido los documentos que deben acreditar mi exposición. Faltan todavía algunos que fue preciso quemar, por exigirlo así las arriesgadas circunstancias en que se podría temer todo; otros han desaparecido por diferentes combinaciones de estos días aciagos; pero los que presento son suficientes para comprobar la atroz violencia que se ha hecho a nuestro amado Rey FERNANDO VII y a toda la nación. Aunque la conducta de España con Francia desde la paz de Basilea, parte muy interesante de su historia política estos últimos tiempos, está íntimamente unida con los importantes acontecimientos de que vamos a ocuparnos en esta exposición, no hay para qué detenernos en recorrer por menor sus principales épocas. Bastará recordar lo que toda la nación y Europa entera saben, que el sistema político de España ha sido constantemente en este período conservar la amistad y la menor inteligencia con Francia, y mantener a toda costa la ruinosa alianza estipulada en 1796. Para conseguir este fin no ha habido sacrificios de ninguna especie que España no haya hecho, y como la conservación del privado Príncipe de la Paz en el alto grado de favor que gozaba al lado del Sr. Don Carlos IV dependía en gran parte de la continuación de este sistema, ha sido extremada la constancia, y exquisito el empeño en mantenerle. Escuadras, ejército, dinero, todo se sacrificaba a Francia; humillaciones y condescendencias, todo se sufría, todo se hacía para satisfacer la insaciable exigencia del gobierno francés, sin que se pensase nunca en preservar a la nación de las maquinaciones de un aliado que iba corriendo Europa como conquistador. Apenas hubo concluido el Tratado de Tilsit, en que aparentó haberse decidido en su favor el destino del universo, cuando volvió sus ojos al occidente, y resolvió la ruina de Portugal y de España, o lo que viene a ser lo mismo, apoderarse de esta vasta península, para hacer tan felices a sus habitantes como a los de Italia, Holanda, Suiza y la Confederación del Rin. Ya en esta época revolvía en su mente el Emperador algunos designios funestos a España, pues pensó en empezar a desarmarla, exigiendo un cuerpo respetable de nuestras tropas para emplear su valor en regiones remotas y en intereses ajenos. Lo consiguió sin trabajo, y quedó a su disposición un lucido y escogido ejército de dieciséis mil hombres de todas armas.


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La empresa de apoderarse de España no era tan fácil como imaginaba Napoleón: sobre todo era necesario buscar algún pretexto para poner por obra el gigantesco y atrevido plan de avasallar una nación amiga y aliada, que tantos sacrificios había hecho por Francia, y que el mismo Emperador había elogiado por su fidelidad y nobleza de carácter. Sin embargo, acostumbrado a obrar con aquella falta de delicadeza en la elección de los medios, que es propia de quien imagina que la conquista del mundo entero, la devastación de la especie humana, y el furor de las armas pueden conducir a la verdadera gloria, se propuso fomentar la discordia en la Familia Real de España por medio de su embajador en esta Corte. Este, tal vez sin estar iniciado en el gran secreto de su amo, procuró seducir al Príncipe de Asturias, ahora nuestro Rey y Señor, y le sugirió la idea de enlazarse con una Princesa parienta del Emperador. La opresión que S. A. padecía por un conjunto de circunstancias tan lamentables como notorias, y el deseo de evitar otro enlace, a que se le quería obligar violentamente con una señora de la elección de su mayor enemigo, y repugnante por este sólo respecto, le movieron a condescender con las sugerencias del Embajador, pero con la modificación de que se prestaría a ello siempre que fuese del agrado de sus augustos Padres, una vez que de este modo se aseguraría más y más la amistad y alianza entonces subsistentes entre las dos coronas. Estimulado S. A. de unas razones tan poderosas a los ojos de la política y cediendo a las instancias del Embajador, escribió en este concepto a S. M. I. A pocos días de haberse prestado nuestro amado Príncipe a escribir esta carta, aconteció la escandalosa prisión de su augusta Persona en el Real Monasterio de San Lorenzo, y el escandalosísimo decreto que se hizo rubricar al Rey, y se dirigió al Consejo de Castilla. Hay vehementes indicios para creer que la mano desconocida que hizo abortar aquella supuesta conjura, fuese algún agente francés, con el objeto de llevar adelante el plan que Napoleón se había propuesto. Por fortuna, la nación española estaba muy penetrada de su situación, tenía una justa idea de la buena índole y religiosa moralidad de su Príncipe de Asturias, y sospechó desde luego que todo era una calumnia fraguada por el Privado, con tanta absurdidad como audacia, para sacrificar el único obstáculo que entonces se oponía a sus miras.


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Verificada la prisión del Príncipe de Asturias, se sabe que el Rey Padre escribió al Emperador, sin duda a sugestión del Privado, quejándose de la conducta del embajador Beauharnois en sus relaciones clandestinas con el Príncipe de Asturias, y extrañando que el Emperador no se hubiese puesto de acuerdo con S. M. en materia de tanta trascendencia entre Soberanos. Como la prisión del Príncipe de Asturias, y sobretodo el escandalosísimo decreto fulminado contra su Real Persona, produjeron un efecto enteramente contrario al que esperaba el Privado, llegó éste a intimidarse, y creyó conveniente retroceder, y hacerse mediador para la reconciliación entre los Reyes Padres y el Hijo. A este efecto consta por el resumen de la causa de Ell Escorial, circulado por el Consejo de Orden de S. M. en 8 de abril, que forjó unas cartas e hizo las firmase en su prisión el Príncipe de Asturias, las que puestas en manos de los Reyes Padres, se supuso haber enternecido su corazón. De este modo singularísimo obtuvo el inocente Príncipe su aparente libertad. En este estado se hallaban las cosas cuando llegó al Real sitio de San Lorenzo un correo francés portador de un tratado concluido y firmado en Fontainebleau el 27 de octubre por Don Eugenio Izquierdo como plenipotenciario de S. M. C. y el mariscal Duroc en nombre del Emperador de los franceses. Su contenido y el de la convención separada son como expresan los números 1° y 2° de los documentos justificativos puestos a continuación de este escrito. Es muy digno de notarse que de ninguno de los pasos dados por Don Eugenio Izquierdo en París, como ni de su nombramiento, correspondencias, instrucciones y demás manejos se tenía la menor noticia en el ministerio de Estado de mi cargo. El fin de este tratado fue apoderarse el Emperador a muy poca costa del Reino de Portugal; tener un motivo plausible para introducir sus ejércitos en nuestra península con el objeto de dominarla a su tiempo y tomarse desde luego Toscana. El Privado adquiría por su parte Los Algarbes y El Alentejo en toda propiedad y soberanía; pero estaba pendiente la contestación del Emperador a las cartas del Rey Padre; se ignoraba absolutamente cuál sería, y esto le tenía lleno de cuidado y temores.


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Las relaciones íntimas que a la sazón tenía el Privado con el Gran Duque de Berg por el conducto de su confidente Izquierdo, le lisonjeaban algún tanto de que todo se compondría a medida de su deseo, aunque fuese necesaria la intervención de algunos millones. Pero el Privado y su confidente no conocían las verdaderas intenciones de los personajes con quienes trataban en París. En efecto, luego que el Emperador vio comprometido al Privado, y desacreditados los Reyes Padres, no quiso contestar a las cartas de S. M., con la mira de tenerlos suspensos, y quizás de infundirles terror, para que proyectasen alguna fuga, aunque entonces no tenía tomadas aún todas sus medidas para aprovecharse de ella. El Gran Duque escribió al Privado que pondría todos los medios para sostenerle; pero que el negocio era muy delicado mediando las consideraciones del extraordinario amor que se tenía en España al Príncipe de Asturias, y los respetos de una Princesa sobrina de la Emperatriz, y hallándose mezclado en el asunto el embajador Beauharnois, su pariente2. Entonces fue cuando el Privado empezó a conocer claramente lo mucho que decaía su crédito, y se creyó perdido faltándole el apoyo de su imaginado protector el Emperador de los franceses. No hubo ya medio que dejase de tentar para captarse más y más la buena voluntad del Gran Duque de Berg. Expresiones, deferencias, todo se puso en obra; y para mejor conjurar la tempestad inminente, dispuso que los Reyes Padres escribiesen directamente al Emperador, pidiéndole una sobrina suya para enlazarla con el Príncipe de Asturias. Entre tanto que esto sucedía aparentó el Emperador de los franceses estar muy disgustado de los manejos de Izquierdo, y le apartó de su lado, para cortar de este modo la comunicación directa, y hacerse más impenetrable. Verificó S. M. I. su viaje a Italia con el aparato que toda Europa sabe, y le dio tal importancia, que debía presumirse iba a fijar el destino del universo. Pero es de sospechar que en realidad no tuvo otro objeto que llamar la atención hacia aquella parte para alucinar a las gentes, mientras sus miras se dirigían a la invasión de Portugal y de España.

2. Todo esto consta en la correspondencia del Privado con el Gran Duque, arrancada por éste de la Secretaría de Estado durante su Lugartenencia.


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No llegó sin embargo a tanto este artificioso disimulo que no descubriese un artículo del tratado secreto de Fontainebleau, arrojando de Toscana a la Reina Regente y sus hijos con el mayor apresuramiento, y despojando el palacio real y todas las cajas públicas de una corte que ignoraba el tratado, y no había cometido felonía alguna. Mientras el Emperador mantenía suspensa a Europa con su viaje a Milán y Venecia, tuvo a bien responder tres cartas que le llevaba ya escritas el Rey Padre, y aseguró a S. M. no haber tenido la menor noticia de cuánto le había comunicado acerca de su hijo el Príncipe de Asturias, ni recibido jamás carta alguna de S. A.3 Sin embargo consentía S. M. I. en el propuesto enlace con una Princesa de su familia, sin duda con el objeto de entretener a los Reyes Padres, mientras hacía marchar hacia España, bajo pretextos aparentes, todas las tropas de que a la sazón podía disponer, y hacía esparcir estudiadamente la voz de que favorecía la causa del Príncipe de Asturias, procurando de este modo captarse la voluntad general de la nación española. Sobrecogidos los Reyes Padres del terror que les inspiraba la conducta del Emperador, y aún más sobrecogido el Privado, ningún obstáculo pusieron a la entrada de las tropas francesas en la península, antes bien dieron las órdenes más eficaces para que fuesen recibidas y tratadas mejor que las españolas. El Emperador, bajo pretexto de la seguridad de las mismas tropas, mandó a sus generales que de grado o por fuerza se apoderasen de las fortalezas de Pamplona, San Sebastián, Figueras y Barcelona, las únicas que podían ofrecer obstáculos a una invasión. En efecto fueron tomadas por sorpresa y engaño aunque siempre afectando sentimientos de amistad y alianza con escándalo y desconsuelo de toda la nación. Dueño ya a su parecer el Emperador de toda España y creyendo ser ya llegado el tiempo de apresurar sus medidas, juzgó conveniente escribir una carta al Rey Padre, reconviniendo a S. M. en tono agrio sobre no haberle renovado la petición de una Princesa Imperial para su hijo el Príncipe de Asturias. El 3. Cotéjese esta aserción con el contenido de la carta de S. M. I. al Rey FERNANDO (Nº 3) en que dice tener en su poder la carta que le escribió el Príncipe de Asturias a sugestión del embajador Beauharnois.


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Rey tuvo a bien responderle que ratificaba lo mismo que había dicho, y estaba pronto a que se verificase el enlace. Faltaba sin duda algún paso importante para llevar el proyecto a un grado de madurez conveniente, y el Emperador, no queriendo fiarlo a la pluma, imaginó que nadie podría ser mejor instrumento que Don Eugenio Izquierdo, a quien tenia en París muy abatido y lleno de un terror que artificiosamente le había inspirado, para que ejecutase mejor la comisión de infundirle a los Reyes Padres y al Privado. En este estado mandó el Emperador a Izquierdo que viniese a España, lo que éste ejecutó con precipitación y misterio. Según sus relaciones verbales no traía ninguna proposición por escrito ni debía llevarla y tenía la orden de no detenerse más que tres días. Así fue en efecto. Llegado a Aranjuez le condujo el Privado a la presencia de los Reyes Padres, y sus sesiones fueron tan secretas que nadie pudo penetrar el objeto de su venida. Pero a muy poco tiempo de su partida de esta Corte se empezó a descubrir la resolución de SS. MM. de abandonar la capital y la península, y trasladarse a México. El reciente ejemplar de la determinación que había tomado la familia reinante de Portugal, parecía haber llenado las miras del Emperador y es de creer que S. M. I. se prometió igual éxito en España. Pero era necesario no conocer el carácter español para dejarse lisonjear de esta esperanza. Efectivamente, apenas se divulgó la noticia de que los Reyes pensaban abandonar su residencia, lo que anunció evidentemente muchos preparativos y disposiciones, cuando el descontento y el temor se vieron pintados con viveza en los semblantes de todas las personas de la Corte y de todos los individuos de todas las clases. Esto sólo bastó para que SS. MM. hiciesen desmentir la voz y asegurasen al pueblo que no le abandonarían. Sin embargo era tal la desconfianza general, tanta la grandeza de los males que debían seguirse y tales y tantos los síntomas de la resolución de ausentarse, que todo el mundo vivía en alerta y conocía la necesidad de impedir una medida tan llena de inconvenientes. Creció el peligro, crecieron los temores del público y a la manera de una explosión inesperada sucedieron repentinamente los movimientos de Aranjuez el 17 y 19 de marzo, en los que el pueblo fue conducido por una especie de instinto de su conservación, y cuyo resultado


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fue la prisión del Privado, que sin el título de Rey había ejercido, por decirlo así, exclusivamente y por muchos años las funciones de tal. Apenas se hubo verificado esta estrepitosa caída cuando los Reyes Padres, viéndose sin el apoyo de su Favorito tomaron la inesperada y espontánea resolución a que estaban determinados algún tiempo atrás, de abdicar su corona como en efecto la abdicaron en su hijo y heredero el Príncipe de Asturias. Ignorante el Emperador de este repentino suceso, y no sospechando siquiera que los españoles fuesen capaces de semejante resolución, había mandado al Príncipe Murat que se adelantase con su ejército hacia Madrid, en la suposición de que la Familia Real estaría ya pronta en la costa para embarcarse, y que lejos de encontrar el menor obstáculo en los pueblos, le recibirían todos con los brazos abiertos como a su libertador y ángel tutelar. Suponía a la nación sumamente descontenta de su gobierno, y no concebía que sólo lo estuvieran de los abusos y mala administración. Luego que supo el Gran Duque de Berg lo acaecido en Aranjuez, dispuso adelantarse con todo su ejército a ocupar la capital del Reino, con ánimo sin duda de aprovecharse de la ocasión y tomar el partido que mejor conviniese para realizar por cualquier medio el plan de apoderarse de España. Entre tanto, la misteriosa oscuridad de los proyectos del Emperador, la proximidad de sus tropas y la ignorancia en que se estaba acerca del verdadero objeto de su venida, determinaron al Rey FERNANDO VII a tomar aquellas medidas de conciliación que parecieron a S. M. a propósito para captarse la benevolencia del Emperador. No contento con haberle dado parte de su exaltación al trono en los términos más amistosos y expresivos, nombró el Rey una Diputación de tres Grandes de España para que pasase en su Real nombre a Bayona a cumplimentar a S. M. I. y nombró asimismo otro Grande de España para que hiciese igual cumplimiento al Gran Duque de Berg, que se hallaba ya en las cercanías de Madrid. Uno de los resortes que pusieron inmediatamente en uso los agentes franceses fue asegurar al Rey y divulgar por todas partes que S. M. I. iba a llegar por momentos a esta capital. Con este motivo se dieron las disposiciones convenientes para preparar en el palacio un alojamiento correspondiente a la


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dignidad de tan augusto huésped, y el Rey escribió nuevamente al Emperador cuán agradable sería a S. M. conocerle personalmente, y poderle asegurar de palabra sus ardientes deseos de consolidar más y más la amistad y alianza que subsistían entre ambos Soberanos. El Gran Duque de Berg hizo entre tanto su entrada en Madrid a la cabeza de sus tropas. Apenas se informó del estado de las cosas, empezó a sembrar la discordia hablando artificiosamente de la abdicación de la corona hecha por el Rey Padre en favor de su Hijo en medio del tumulto de Aranjuez e indicando que mientras el Emperador no reconociese a FERNANDO VII, le era imposible a él hacer ninguna gestión de reconocimiento, y se veía precisado a tratar sólo con el Rey Padre. No dejó esta especie de producir el efecto que se proponía el Gran Duque. Noticiosos de ella los Reyes Padres aprovecharon esta circunstancia para salvar al Privado que permanecía en prisión, y en cuyo favor manifestó interesarse el Príncipe Murat, sin otro objeto que el de lisonjear a SS. MM., chocar con FERNANDO VII y sembrar de nuevo la discordia entre los Padres y el Hijo. En esta situación de cosas hizo el nuevo Rey su entrada pública en Madrid, sin más aparato ni ostentación que el numerosísimo concurso de todo el pueblo, la corte y la comarca, y los extremos de amor y lealtad, los vivas y aclamaciones del gozoso entusiasmo de todos sus vasallos: escena verdaderamente grande y tierna, en que se vio al joven Rey cual padre en medio de sus hijos, entrar en su capital como el regenerador y el ángel tutelar de la monarquía. Testigo de esta escena el Duque de Berg, lejos de abandonar su plan se propuso llevarle adelante con más empeño. El ensayo hecho con los Reyes Padres había producido el deseado efecto, pero mientras estuviese a la vista el adorado Rey que subía al trono con tan buenos auspicios, no era posible realizar el plan. Así fue necesario trabajar con todo esfuerzo en separar a FERNANDO VII de Madrid. Para conseguirlo esparcía el Gran Duque a cada instante la noticia del arribo de un nuevo correo con los avisos de la salida del Emperador de París, y de su pronta llegada a esta Corte. Primero tomó el empeño de que saliese el Señor


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Infante Don Carlos a recibir a S. M. I. en el supuesto de que apenas habría hecho S. A. dos jornadas sin encontrarle, a lo que condescendió S. M. llevado de las más puras y benéficas intenciones. Apenas hubo conseguido la salida del Señor Infante, manifestó vivísimos deseos de que el Rey hiciese lo propio y no hubo medio de que no se valiese para decidir a S. M. prometiendo que tendría este paso los resultados más felices para el Rey y para todo el Reino. Al mismo tiempo que el Gran Duque de Berg, el embajador y todos los agentes franceses trabajaban en este sentido, maniobraban por otro lado con los Reyes Padres para arrancarles una formal protesta contra la abdicación de la corona, hecha espontáneamente en favor de su Hijo y heredero legítimo con las solemnidades acostumbradas. Instado urgentemente el Rey para que saliese al encuentro del Emperador, luchaba S. M. entre la necesidad de tener con su aliado una condescendencia de que le prometían tan ventajosas resultas y el deseo de no abandonar a su leal y amado pueblo en circunstancias tan críticas. En esta espinosa situación puedo decir de mí, haber sido mi dictamen constante como Ministro del Rey que S. M. no saliese de su corte sino cuando tuviese noticia segura de que el Emperador, dentro ya de España se acercaba a Madrid; y que entonces sólo fuese a muy corta distancia para no pernoctar fuera de su Corte. S. M. sostuvo por algunos días la resolución de no salir de Madrid antes de tener avisos ciertos de que se acercaba el Emperador; y probablemente así lo habría hecho si la llegada del general Savary no hubiese añadido mucho más peso a las multiplicadas gestiones del Gran Duque y del embajador Beauharnois. Anuncióse desde luego el general Savary como enviado del Emperador, y en calidad de tal pidió una audiencia a S. M. que le fue inmediatamente concedida. En ella manifestó que venía de parte del Emperador para cumplimentar al Rey y saber de S. M. únicamente si sus sentimientos con respecto a Francia eran conformes a los del Rey su padre, en cuyo caso el Emperador prescindiría de todo lo ocurrido, no se mezclaría en nada de lo interior del Reino y reconocería desde luego a S. M. por Rey de España y de las Indias.


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Recibida por Savary una respuesta la más satisfactoria, se produjo en términos tan lisonjeros que no era posible desear más y se terminó la audiencia asegurando él por su parte que el Emperador habría ya salido de París y estaría muy cerca de Bayona con dirección a Madrid. Apenas se hubo despedido este emisario, empezó a hacer las gestiones más vivas para decidir a S. M. a que saliese al encuentro del Emperador. Aseguraba que este obsequio sería muy grato y lisonjero a S. M. I. y protestó tan positiva y repetidamente que el Emperador estaba al llegar por momentos, que fue preciso dar crédito a sus palabras. Era en efecto muy difícil el sospechar siquiera que viniese determinadamente a engañar un general enviado de un Emperador. El Rey cedió en fin a tantas instancias, a tan lisonjeras esperanzas y seguridades; el amor a sus vasallos y el ardiente deseo de hacer su felicidad poniendo fin a esta terrible crisis, triunfaron en su generoso corazón de toda repugnancia y temor. Llegó el día señalado para la salida del Rey y el general Savary aparentando el mayor celo e interés por S. M., manifestó desear el honor de acompañarle en su viaje, que podría ser lo más hasta Burgos según las noticias que decía acababa de recibir de la aproximación del Emperador. Mientras duraba esta ausencia que se suponía de poquísimos días, dejó el Rey establecida en Madrid una Junta Suprema de Gobierno compuesta de los Secretarios de Estado y presidida por su Tío el Serenísimo Señor Infante Don Antonio, para que cuidase de los negocios urgentes del gobierno. Siguió el general Savary en un coche separado hasta Burgos y como no se encontrase allí al Emperador, se empeñó con todo esfuerzo en que S. M. continuase su viaje a lo menos hasta Vitoria. Hubo entonces varios debates sobre el partido que debía tomarse, pero el artificio y la perfidia luchaban contra el honor, la inocencia y la buena fe, y en lucha tan desigual, las mismas benéficas intenciones que habían sacado al Rey de su corte, le arrastraron hasta Vitoria. Bien persuadido el general Savary de que S. M. estaba resuelto a no pasar más adelante, continuó él su viaje hasta Bayona, sin duda con el designio de informar al Emperador de todo y obtener una carta que decidiese al Rey a separarse de sus pueblos.


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Recibió S. M. en Vitoria la noticia de que el Emperador había llegado a Burdeos y se encaminaba hacia Bayona, con cuyo aviso el Señor Infante Don Carlos que esperaba en Tolosa, se adelantó a Bayona convidado por el Emperador que aún tardó algunos días en llegar. Nada particular ocurrió en Vitoria, sino que habiendo dado parte la Junta Suprema de Gobierno desde Madrid de que el Gran Duque de Berg exigía imperiosamente la libertad y entrega del Privado, S. M. no tuvo a bien acceder a la demanda haciéndolo saber a la Junta de Gobierno para que tuviese entendido que no debía entrar en contestación con el Gran Duque sobre la suerte del preso4. Entre tanto convino el general Savary con el Emperador el medio que debía ponerse en práctica para dar el último golpe; y mientras las tropas francesas que se hallaban en la inmediación de Vitoria hacían, según se supo después algunos movimientos sospechosos, se presentó en aquella ciudad con la carta del Emperador (Nº 3) para S. M. A las expresiones poco decorosas y no muy lisonjeras de esta carta añadió Savary tales y tantas protestas del interés que tomaba el Emperador por S. M. y por España, que llegó a decir: “Me dejo cortar la cabeza si al cuarto de hora de haber llegado S. M. a Bayona no le ha reconocido el Emperador por Rey de España y de las Indias Occidentales. Por sostener su empeño empezará probablemente por darle el tratamiento de Alteza, a los cinco minutos le dará Majestad y a los tres días estará todo arreglado y S. M. podrá restituirse a España inmediatamente”. Dudó no obstante el Rey del partido que debería tomar, pero deseoso de salir del empeño en que estaba ya constituido y aún más que todo de sacar a sus amados vasallos de la cruel inquietud en que se hallaban, cerró su corazón a todo temor y sus oídos a mis consejos y los de algunos otros sujetos de su comitiva, no menos que a los clamores de aquel leal pueblo y determinó trasladarse a Bayona, no pudiendo concebir su Real ánimo que un Soberano aliado suyo quisiese hospedarle para aprisionarle y para acabar 4. Todos saben que el preso fue al fin entregado a los franceses, y conducido por ellos con escolta a Bayona. Esta entrega se hizo sólo de orden de la Junta de Gobierno, cediendo a las circunstancias imperiosas, y a las perentorias amenazas del Gran Duque, como más largamente se manifiesta en el apéndice que acompaña a este escrito.


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con una dinastía, que lejos de haberle jamás ofendido, le había dado pruebas tan relevantes de amistad. Apenas puso el Rey los pies en el territorio de Francia, notó S. M. que nadie salía a recibirle, hasta que llegando a San Juan de Luz se presentó el Alcalde con toda la municipalidad: paró el coche y arengó a S. M. con las más vivas demostraciones del júbilo que le animaba por ser el primero que tenía la honra de recibir a un Rey amigo y aliado de Francia. A poco rato se encontró la Diputación de los tres Grandes de España que habían salido al encuentro, y su explicación con respecto a las intenciones del Emperador no fue la más lisonjera. Sin embargo, la proximidad a Bayona no daba ya lugar a mudar de rumbo y se continuó el viaje. Salieron al encuentro del Rey el Príncipe de Neufchatel, y el Mariscal de Palacio Duroc con una partida de la Guardia de Honor, que los bayoneses habían destinado al Emperador y convidaron a S. M. a que entrase en Bayona, donde le estaba preparado su alojamiento. Este pareció a todos y era en la realidad muy poco conforme al decoro del augusto huésped que debía ocuparle: descuido harto notable y significativo que contrastaba extraordinariamente con la magnificencia y el esmero que el Rey había empleado en el que tenía preparado a su aliado en Madrid. Suspenso estaba S. M. viendo un recibimiento tan poco esperado, cuando le avisaron que venía el Emperador a visitarle. Llegó en efecto S. M. I. acompañado de muchos generales: bajó el Rey a recibirle hasta la puerta de la calle y allí se abrazaron ambos Monarcas con demostraciones de afecto y amistad. Detúvose el Emperador un breve rato con S. M. y se despidió con nuevos abrazos. A breve tiempo vino el mariscal Duroc a convidar al Rey a comer con S. M. I. cuyos coches debían venir para conducir a S. M. al Palacio de Marrac, lo que así se verificó. Bajó el Emperador a recibir al Rey hasta el estribo del coche, le abrazó de nuevo y le condujo por la mano a su habitación. Apenas vuelto el Rey a su residencia se presentó el general Savary para comunicara S. M. que el Emperador había determinado irrevocablemente que no reinase la dinastía de Borbón en España y que en su lugar sucediese


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la suya, a cuyo efecto quería S. M. I. que el Rey renunciase por sí y por toda su familia la corona de España y de sus Indias en favor de la dinastía de Bonaparte. No es fácil pintar la sorpresa que experimentó el Real ánimo de S. M., el asombro que se apoderó de todos los sujetos más allegados a su Persona al oír semejante proposición. Aún no había descansado el Rey de las fatigas de su penoso viaje cuando el mismo hombre que le había llenado de seguridades en Madrid y en el camino, que le había arrancado de su corte y de su Reino para arreglar en Bayona puntos importantes a los dos estados y ser reconocido por S. M. I., tiene la osadía de presentarse con una proposición tan escandalosa. Al siguiente día fui llamado por el Emperador a su real palacio, donde me esperaba el Ministro de Relaciones Exteriores Mr. de Champagni para discutir las proposiciones presentadas verbalmente por el general Savary. Desde luego me quejé de la perfidia con que se procedía en tan importante negocio: expuse que el Rey mi amo había venido a Bayona fiado de las seguridades que a nombre del Emperador le había dado el general Savary estando presentes los Duques del Infantado y Don Carlos, Don Juan Escoiquiz y yo, de que S. M. I. le reconocería al momento que se verificase la entrevista de los dos Soberanos en el Palacio Imperial de Marrac: que cuando S. M. esperaba ver realizado el ofrecido reconocimiento había sido sorprendido con las citadas proposiciones y que S. M. me había autorizado para protestar contra la violencia que se hacía a su Persona no permitiéndole volver a España, y para responder a las solicitudes del Emperador categórica y terminantemente que el Rey no podía ni debía renunciar su corona a favor de otra dinastía sin faltar a lo que debía a sus vasallos y a su propia reputación; que tampoco podía hacerlo en perjuicio de los individuos de su familia, llamados en su caso por las leyes fundamentales del Reino, ni menos podía condescender en que reinase otra dinastía que sólo debería ser llamada al trono por la nación española en virtud de los derechos originarios que tiene para elegirse otra familia luego que se concluya la que actualmente reina. Insistió el Ministro de Relaciones Exteriores en la solicitud de dicha renuncia y expuso que la hecha por Carlos IV el 19 de marzo no había sido espontánea.


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Manifesté mi extrañeza de que se solicitase del Rey la renuncia de su corona al paso que se sostenía no haber sido libre la de su augusto Padre. Pudiera, dije, desentenderme de entrar en esta discusión, por no reconocer en el Emperador la menor autoridad para mezclarse en unos asuntos que son puramente domésticos y peculiares del gobierno español, siguiendo en este caso el ejemplo del gabinete de París, cuando desestimó como incompetentes las reclamaciones de S. M. el Rey Padre en favor de su aliado y primo hermano, el desgraciado Luis XVI. No obstante, todavía quise dar a la verdad y a la inocencia un testimonio que sólo ella tenía derecho a exigir de mí, y añadí que tres semanas antes del movimiento de Aranjuez el Rey Carlos IV a mi presencia y de todos los demás Ministros del Despacho había dicho a S. M. la Reina: “María Luisa nos retiraremos a una provincia, viviremos tranquilos y FERNANDO que es joven, cargará con el peso del gobierno”. Hice ver que en los días 17, 18 y 19 de marzo ninguna violencia se había hecho a S. M. para la abdicación de su corona, ni por el pueblo, conmovido únicamente por el sentimiento de que S. M. se ausentase a Sevilla, y desde allí a América, ni por parte de su hijo el Sr. Príncipe de Asturias ni por otra alguna persona, de lo que estaban bien penetrados así los ministros del cuerpo diplomático como los individuos de la Corte, pues unos y otros habían felicitado y cumplimentado al nuevo Soberano, a excepción del embajador de Francia, que pretextó no estar autorizado con las competentes instrucciones sin reparar en el ejemplo de sus colegas, que tampoco las habían recibido de sus respectivas cortes. Concluí pues manifestando por consecuencia que la renuncia del Rey Padre no había sido otra cosa que el resultado de la predilección de S. M. por la vida tranquila y privada, y de la persuasión en que estaba de que sus fuerzas, disminuidas por la edad y por los achaques, eran insuficientes para soportar la pesada carga del gobierno. Desvanecida esta impertinente objeción, me dijo el Sr. Champagni que el Emperador no podía estar seguro de España en el caso de una guerra contra las potencias del Norte, mientras que la nación española estuviese mandada por una dinastía poseída del sentimiento de ver despojada su rama primogénita de la monarquía de Francia.


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Contesté que semejantes prevenciones en un orden regular de cosas jamás prevalecen contra el interés de los estados y que la conducta política de Carlos IV desde el Tratado de Basilea era una reciente prueba de que los soberanos se desentienden de los intereses de familia cuando estos están en contradicción con los de sus Reinos: que la amistad entre España y Francia estaba apoyada en conveniencias locales y políticas: que la situación topográfica de los dos Reinos bastaba por sí sola para demostrar cuánto importaba a España vivir en buena inteligencia con Francia, único estado del continente de Europa con quien tenía relaciones directas y respetables y que por consiguiente todas las razones de la política persuadían a España que viviese en perpetua paz con Francia. ¿Qué tendría pues, repuse, que recelar el Emperador de una nación que a las reflexiones del interés une la inflexible y religiosa lealtad con que en todas épocas, en sentir de los mismos escritores franceses, ha observado su sistema federativo? Añadí que no eran menos poderosos los motivos que tenía Francia para no comprometer la buena armonía que desde el Tratado de Basilea había mantenido –con tanta ventaja suya– con España: que esta nación cuya generosidad, energía y amor a sus Reyes había pasado en proverbio, si por un principio de fidelidad había sido dócil a las arbitrariedades del despotismo, cubiertas con el velo de la Majestad, por el mismo principio desplegaría su acreditado valor cuando viese ultrajada la independencia y seguridad de su idolatrado Soberano: que si por desgracia Francia cometiese tan atroz insulto, esta potencia perdería un aliado cuyos ejércitos, fuerzas marítimas y tesoros habían contribuido en gran parte a sus triunfos: que Inglaterra, que en vano había tentado la constante buena fe del gabinete español para que se separara de Francia, aprovecharía esta coyuntura para disminuir las fuerzas de su enemiga y para aumentar las suyas con las relaciones pacíficas de una potencia, a quien auxiliaría con armas, tesoros y marina en la gloriosa empresa de defender la independencia y seguridad de su Rey y señor natural: que las débiles colonias de Francia no verían en tal caso empleadas las fuerzas marítimas de España en entorpecer las ideas de conquista de Gran Bretaña; y que el comercio de esta potencia no tendría que competir en los mercados españoles con la privilegiada concurrencia de las mercancías francesas. Además de estas consideraciones, que tienen una tendencia directa a los dos estados, presenté otras no menos poderosas y relativas a la reputación del gabinete francés. Recordé al Ministro que en 27 de octubre último se había


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firmado en Fontainebleau un tratado por el cual el Emperador garantiza la independencia é integridad de la monarquía española, tal como se hallaba en aquella época: que desde entonces ninguna causa había sobrevenido que pudiese justificar su infracción; antes bien España había continuado en añadir nuevos títulos a la confianza y al reconocimiento del Imperio francés; y que así lo había confesado S. M. I. en los elogios que había dedicado a la buena fe y constante amistad de su íntima y primera aliada. ¿Qué confianza, añadí, podrá tener Europa en sus tratados con Francia a vista de la perfidia con que se ha violado el de 27 de octubre? y ¿Cuál será su asombro al ver los medios capciosos, los halagos seductores y las falsas promesas con que S. M. I. ha confinado al Rey en la ciudad de Bayona para despojarle de una corona a la que con inexplicable júbilo de sus pueblos ha sido llamado por las leyes fundamentales del reino, mediante la espontánea abdicación de su augusto Padre? La posteridad rehusará creer que el Emperador haya podido dar un golpe tan decisivo a su reputación, cuya pérdida no deja a sus guerras otro medio de concluirlas que el estrago y la exterminación. Este era el estado de la discusión cuando el Emperador, que había escuchado la conferencia, nos mandó entrar en su inmediato despacho, donde con harta sorpresa me vi ultrajado por S. M. I. con el infame dictado de traidor sin otro fundamento que el de que habiendo sido Ministro de Carlos IV continuaba sirviendo a su hijo FERNANDO VII. También me acriminó con tono irritado porque había sostenido en una conferencia de oficio con el general Montion, que el Rey mi amo para serlo de España no necesitaba del reconocimiento del Emperador, no obstante que éste le era preciso para continuar sus relaciones con el gobierno francés. Aún manifestó S. M. I. mayor irritación de que hubiese yo dicho a un Ministro extranjero acreditado en la corte de España, que si el ejército francés ofendía la integridad y la independencia de la soberanía española, trescientos mil hombres harían conocer que no se insulta impunemente a una nación fuerte y generosa. Terminado este tratamiento tan satisfactorio en sus verdaderos motivos, como sensible por la Regia Persona de quien procedía, renovó S. M. I. con su natural aspereza la conversación sobre los puntos ya discutidos. No desconoció ni la


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firmeza de mis razones ni la solidez de los principios con que apoyé los derechos del Rey, los de su dinastía y los de la nación. No obstante su S. M. I. concluyó con decirme: “Yo tengo una política peculiar mía: Ud. debe adoptar unas ideas más francas: ser menos delicado sobre el punto de honra y no sacrificar la prosperidad de España al interés de la familia Borbón.” Desconfiado el Emperador de mi docilidad a las advertencias que se dignó hacerme cuando me despidió de su audiencia, hizo decir al Rey que para este asunto convenía otro negociador más flexible. Entre tanto que S. M. determinaba el sujeto que había de sucederme en esta negociación, se presentó al arcediano Don Juan de Escoiquiz uno de los muchos manipulantes que jugaban en esta intriga, y le persuadió a que fuese a visitar al ministro Champagne. Se presentó en efecto Escoiquiz, penetrado del mejor celo por los intereses de S. M. y obtuvo del Ministro de Relaciones Exteriores que le dictase las proposiciones que nuevamente hacia el Emperador, las que escribió dicho Señor Escoiquiz, y son literales como se contienen en el documento Nº 4. En este estado, habiéndose enterado S. M. de las circunstancias que adornaban al Excmo. Sr. Don Pedro Labrador, Ministro del Rey cerca de la Corte de Florencia y consejero honorario de Estado, le autorizó con sus plenos poderes y correspondientes instrucciones que son las del Nº 4, previniéndole que presentase aquellos al Ministro de Relaciones Exteriores: que exigiese de este la presentación de otros iguales y que las proposiciones de S. M. I. se hiciesen de un modo auténtico. Una y otra demanda fue denegada por el ministro Champagni bajo el frívolo pretexto de que “estas eran unas meras fórmulas, absolutamente inconducentes a la esencia de la negociación”. Insistió el señor Labrador sobre la importancia de uno y otro requisito singularmente en una materia de tanta trascendencia, añadiendo que sin ellos nada podía discutir y que el Rey su amo los exigía para variar, si fuese necesario, las instrucciones que le había dado, pero todo fue en vano. Sin embargo, habló el Señor Champagni sobre las últimas proposiciones del Emperador, algún tanto distintas de las presentadas por el general Savary, pero no menos irritantes y violenta y concluyó con decir al Sr. Labrador que en su mano tenía la prosperidad de España y la suya propia. Respondió este Ministro que daría parte al Rey su amo de las nuevas proposiciones. Hizo sobre ellas las reflexiones propias de su acreditado


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talento y de su inflexible celo por el servicio de S. M. y por el bien de su patria; expuso que la prosperidad de su Soberano y la de su nación estaban unidas y conformes entre sí: que a estos dos objetos había sacrificado todos sus desvelos en varios destinos, habiendo merecido en todos que el gobierno calificase su desempeño con los más lisonjeros testimonios y por último, que era tanto más cierto que tenía en su mano su propia fortuna, cuanto que cifrándola en la reputación adquirida de fiel servidor del Rey y de España, de ningún otro dependía sino de sí mismo el conservarla como una nueva prueba de rectitud incorruptible. Antes de concluir la conferencia, pregunto categóricamente el Sr. Labrador al ministro Champagni si el Rey estaba en libertad; contestó que no podía dudarse. Repuso Labrador, que en tal caso podría restituirse S. M. a sus estados; a lo cual respondió: que en punto al regreso a España era necesario que el Rey nuestro Señor se entendiese con S. M. I. y R. de palabra o por escrito. Esta respuesta, añadida a otras pruebas, no dejó duda al Rey de que su estado en Bayona era el de un verdadero arresto: no obstante para dar mayor autenticidad a la violencia que se practicaba con S. M., pasé de su Real orden una nota, que es la del Nº 5, al Ministro de Relaciones Exteriores manifestándole que el Rey estaba determinado a volver a Madrid para calmar la agitación de sus amados vasallos y proveer al despacho de los graves negocios de su Reino, asegurando que dentro de él continuaría tratando con S. M. I. sobre los negocios de recíproca utilidad. No se dió respuesta alguna a este oficio ni tuvo otro resultado que el de redoblar las precauciones y la vigilancia sobre la persona de S. M. Sin duda no era el caballero Labrador el sujeto que se buscaba pues al momento se le desechó so color de que no tenía el rango correspondiente al del Sr. Champagni y de que su carácter natural era poco deferente. Como los resortes de la diplomacia no pudieron triunfar de la firmeza del Rey ni del celo de sus representantes y de los individuos de su Real comitiva que deliberaron en junta. Presidida por S. M. sobre los intereses del Rey y de la nación, se vio el Emperador en la necesidad de mudar de medio para consumar su comenzada obra, y quiso que los Reyes Padres fuesen a Bayona para hacerles el instrumento de la opresión y desgracia de su Hijo. A este fin mandó al Gran Duque de Berg que usase de todas sus artes para que se realizase el viaje de SS. MM. a Bayona.


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Los Reyes padres exigieron que el Privado los precediese, y el Gran Duque recurrió diferentes veces a la Junta de Gobierno para obtener su libertad. La Junta carecía de facultades para hacer la entrega porque el Rey se las había coartado en este punto desde Vitoria como ya se ha dicho; pero sorprendida por las sugestiones de S. M. I. e intimidada con la amenaza de que se obtendría por una fuerza irresistible lo que no se concediese de grado, suscribió la soltura de Don Manuel Godoy, quien inmediatamente fue conducido a Bayona con escolta segura. El decreto Nº 6, de puño del Rey remitido de su Real orden al Consejo, es una prueba auténtica de la resolución de S. M. en este punto. Emprendieron los Reyes Padres su viaje con harta más celeridad de lo que permitía el lastimoso estado de la salud del Sr. Don Carlos IV, pero así lo quería la inexorable resolución del Emperador. Muy arduo era el empeño de S. M. I. Necesitaba para sus designios borrar del corazón del Rey Padre, arrancar de sus entrañas el amor por su Hijo primogénito, que la intriga más horrenda de Corte no había podido del todo extinguir. Además era preciso que estos Padres amantes y desvelados por algunos de sus hijos sustituyesen a la ternura paternal la más fría y cruel indiferencia. Para realizar sus ideas exigió Napoleón que los Reyes Padres fuesen el instrumento de la miseria, abatimiento y confinación de sus hijos, que fuesen como sus verdugos; y con asombro de la naturaleza todo lo obtuvo su poder. He probado que la renuncia del Rey Padre en Aranjuez fue espontánea y que la causa que la impulsó fue la predilección de S. M. por la vida privada. En Bayona dijo al Rey su Hijo que no quería Reinar ni volver a España. Sin embargo quiere que S. M. renuncie en su favor la corona, para hacer un presente con ella al Emperador; esto es, a un Soberano que ha sido en parte el origen de las necesidades de España, la única causa de la pérdida de nuestras escuadras, el principio de los temores y sobresaltos de la corte y de la nación, y del intentado viaje de la Familia Real a Sevilla y a América, desvanecido por la explosión del 17 de marzo. Dejo a la discreción de los Soberanos de Europa el juzgar si es posible que un Monarca amante de sus hijos, dotado de luces, penetrado de los principios de la religión y piadoso sin superstición olvide en un momento, sin estar violentado, todas sus relaciones de familia y firme el decreto de proscripción de toda su dinastía para llamar otra que no estima, antes bien detesta como atentadora a los


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tronos que pueden lisonjear su ambición. Tal vez es este el primer ejemplar que con tales circunstancias ofrece la Historia. El Rey FERNANDO VII, conducido por el respeto, preso y forzado por las circunstancias, hizo en 1 de mayo una renuncia condicional de su corona a favor de su augusto Padre, que es la del Nº 7. A este paso se siguió la carta del Rey Padre a su Hijo (Nº 8) y la prudentísima contestación del Rey hijo al Padre (Nº 9). El día 5 del mismo mes de mayo a las cuatro de la tarde fue a visitar el Emperador a los Reyes Padres y duró su conferencia hasta las cinco, hora en que fue llamado el Rey FERNANDO por su augusto Padre, para oír a presencia de la Reina y del Emperador expresiones y dictados tan denigrativos y humillantes que se niega la mano a escribirlos. Todos estaban sentados, menos el Rey FERNANDO, a quien su Padre dio la orden de hacer una renuncia absoluta so pena de ser tratado con toda su comitiva, como usurpador de la corona y conspirador contra la vida de sus Padres. S. M. hubiera arrostrado la muerte, pero no queriendo envolver en su desgracia a muchos comprendidos en la amenaza de Carlos IV, hubo de hacer otra renuncia (Nº 10) que lleva en sí los caracteres de la violencia y que de nada sirve para colorar siquiera la usurpación proyectada por el Emperador. Estas son las únicas renuncias en que he intervenido como Ministro y Secretario de Estado. De la que se dice hecha en Burdeos no he tenido el menor conocimiento, pero me consta que el Emperador en la conferencia de despedida con el Rey FERNANDO VII dijo a S. M.: “Prince, il faut opter entre la cession et la mort”.5 Por lo demás, todo el mundo sabe que el Señor Don Carlos IV renunció la corona en el Emperador al paso que se forzó al que se reputaba Príncipe de Asturias, a su hermano el Sr. Infante Don Carlos y a su tío el Señor Infante Don Antonio, a que hiciesen por su parte la renuncia de sus derechos y que el Emperador, creyéndose ya dueño de la corona de España, la traspasó a su hermano Josef Napoleón, Rey de Nápoles. Ya se ha dicho que aunque el Rey partió de su corte por pocos días, había creído S. M. conveniente autorizar una Junta presidida por el Sr. Infante Don

5. Príncipe, es forzoso elegir entre la cesión y la muerte.


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Antonio, con amplias facultades para resolver por sí y a su Real nombre todos los asuntos que no permitiesen la dilación de su consulta al Soberano. Todas las noches expedía yo un correo a esta Junta, participándola cuanto interesaba a su inteligencia y gobierno. Desde que el Rey llegó a Bayona, y que en el mismo día de su arribo se le comunicó el ambicioso y violento designio del Emperador, empecé a temer el riesgo de que fuesen interceptados los correos extraordinarios, como lo fueron en efecto. Entre las contestaciones que tuve con el ministro Champagni sobre varios incidentes a que dio lugar el arresto de los correos de gabinete, es muy notable la respuesta que aquel dio a una nota mía de reclamación, que se halla entre las piezas justificativas con el Nº 11. En estas circunstancias tomé la precaución de doblar las comunicaciones por diferentes conductos. Con este arbitrio conseguí que la Junta de gobierno no ignorase el estado de opresión y de arresto en que se hallaba el Rey. Era fácil prever que no sería respetada la libertad de la Junta, cuando a pesar de todas las ofertas y garantías del Emperador se atentó a la del mismo Rey en Bayona, y que los nobles designios de algunos de los vocales de aquella, enérgicamente manifestados, serían arrollados por la irresistible fuerza del representante del Emperador. A esta sin duda debe atribuirse el no haberse consultado a la orfandad del Reino, ni al remedio de sus consecuencias, con la erección de una Junta de Regencia en paraje seguro y libre de las bayonetas enemigas. Admirado el Rey de que la Junta no escribiese a correo seguido que había tomado tan precisa determinación, la comuniqué sin perder momento una Real orden para que ejecutase cuanto convenía al servicio del Rey y del Reino; y que al efecto usase de todas las facultades que S. M. desplegaría si se hallase dentro de sus estados”.6 No podía escribirse más claro. La seguridad de las comunicaciones se disminuía por momentos y yo no debía esperar que el Emperador respetase el sagrado de las correspondencias, después que no respetó la persona del Soberano a quien servían. La Junta no obstante creyó debía consultar a S. M. y pedirle sus

6. El correo de gabinete portador de esta Real orden fue interceptado, y en consecuencia despaché un duplicado que fue recibido por la junta; y cuya minuta es una de las que no he podido salvar.


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órdenes sobre varias medidas que le parecieron necesarias para salvar el Reino, y a este fin despachó a Bayona una persona de toda confianza y acreditado celo por el Real servicio con el encargo de transmitir al Rey verbalmente las proposiciones siguientes: Primera: si creía S. M. conveniente autorizar a la Junta para que se sustituyese en caso necesario, en la persona o personas de la misma o de fuera de ella; que S. M. nombrase o designase la Junta autorizada para ello a fin de trasladarse al paraje en que se pudiese obrar con libertad. Segunda: si era la voluntad de S. M. que se empezasen las hostilidades contra el ejército francés y en este caso cómo y cuándo debería ejecutarse. Tercera: si era asimismo la voluntad del Rey que se empezase por impedir la entrada de nuevas tropas francesas en España, cerrando los pasos de la frontera. Cuarta: si creía S. M. conducente que se convocasen las Cortes, para lo que era necesario un decreto de S. M. dirigido al Consejo Real, y en defecto de este –por ser posible que al llegar la respuesta del Rey no estuviese en libertad de obrar– a cualquiera Cancillería o Audiencia del Reino que se hallase desembarazada de las tropas francesas. Por último de qué materias deberían ocuparse las cortes. El sujeto encargado de estas proposiciones llegó a Bayona el día 4 de mayo por la noche: se me presentó inmediatamente y dándome parte de su comisión, la elevé al conocimiento de S. M. sin perder momento. Tomadas por el Rey en consideración las cuatro proposiciones de la Junta, se sirvió S. M. expedir dos Reales decretos en la mañana del siguiente día 5: uno escrito todo de su Real mano, dirigido a la Junta de Gobierno en contestación a sus proposiciones, y otro firmado por S. M. (Yo El Rey) dirigido en primer lugar al Consejo y en su defecto a cualquiera Cancillería o Audiencia del Reino que se hallase desembarazada. Estos decretos originales, encaminados por mí con toda reserva y por conducto seguro, se sabe que llegaron a manos de uno de los Ministros individuos de la Junta, que ya se halla ausente y a cuyo nombre venía el primer sobrescrito;


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pero la Junta es visto que no hizo uso alguno del que la concernía ni tampoco pasó al Consejo el que venía dirigido para él.7 Las minutas de estos dos decretos no existen en mi poder porque la crítica situación en que el Rey se hallaba en Bayona y la necesidad de evitar todo comprometimiento a S. M., me obligaron a romperlas. Sin embargo, conservo bien en la memoria y atestiguan y certifican lo mismo los tres Secretarios de S. M. oficiales de su primera Secretaría de Estado: Don Eusebio Bardaxí y Azara, Don Luis de Onis y Don Evaristo Pérez de Castro que a la sazón se hallaban a mi lado en aquella ciudad, y vieron y leyeron los dos citados decretos originales, que su tenor era en sustancia como sigue: Decía el Rey a la Junta de Gobierno, que se hallaba sin libertad, y consiguientemente imposibilitado de tomar por sí medida alguna para salvar su Persona y la monarquía; que por tanto autorizaba a la Junta en la forma más amplia para que en cuerpo o sustituyéndose en una o muchas personas que la representasen, se trasladase al paraje que creyese más conveniente: y que en nombre de S. M. y representando su misma Persona, ejerciese todas las funciones de la soberanía. Que las hostilidades deberían empezar desde el momento en que internasen a S. M. en Francia, lo que no sucedería sino por la violencia. Y por último, que en llegando ese caso, tratase la Junta de impedir del modo que pareciese más a propósito, la entrada de nuevas tropas en la península.8 En el decreto dirigido al Concejo Real y en su defecto a cualquiera Cancillería o Audiencia, decía S. M. que en la situación en que se hallaba, privado de libertad para obrar por sí, era su Real voluntad que se convocasen

7. Cuando estos dos Reales decretos llegaron a manos de la Junta ya había días que tenía por su presidente al Gran Duque de Berg; ya había pasado el aciago día 2 de mayo. El Emperador después de la partida de los Reyes Padres, arrancó precipitada e indecentemente de esta corte a todos los individuos de la Familia Real y los condujo a Bayona; pero aún restaba el paso importante de apoderarse completamente del gobierno, y para verificarlo se hizo abortar la sangrienta escena del 2 de mayo: escena de horror y de iniquidad bastante conforme a la conducta que han usado en otros países los franceses modernos para llegar a un resultado semejante. 8. Es muy de notar el perfecto acuerdo que en lo substancial ha habido entre la voluntad del Rey manifestada a la junta en su Real decreto de 5 de mayo y la determinación de sus fieles vasallos, pues hemos visto a casi todas las provincias de la monarquía levantarse a un mismo tiempo espontáneamente contra la opresión sin tener el menor antecedente de la voluntad de su Soberano.


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las cortes en el paraje que pareciese más expedito; que por de pronto se ocupasen únicamente en proporcionar los arbitrios y subsidios necesarios para atender a la defensa del reino y que quedasen permanentes para lo demás que pudiese ocurrir.9 Ya quedan manifestados los tortuosos medios de que se valió el Emperador para arrancar las renuncias de la corona de España en su favor, pero no acabó ahí el tejido de las violencias de Bonaparte. Conocía éste en medio de su ciega ambición, los vicios de que adolecían los actos de renuncia y trató de subsanarlos por medio de una asamblea que llamó nacional y que debía reunirse en Bayona.10 Hizo nombrar unos ciento cincuenta españoles de diferentes clases, estados y corporaciones, aunque sólo asistieron como noventa. Parte de ellos representando algunas ciudades, tribunales o cuerpos, llevaron unas instrucciones a manera de poderes dadas por aquellos a quienes representaban, pero absolutamente insuficientes para servir al objeto que se pretendía: los ministros del Consejo fueron sin poderes ni instrucciones algunas al arbitrio que adoptó este tribunal de acuerdo con sus comisionados, para precaver todo involuntario compromiso: los más de los diputados no tuvieron otros poderes que la simple orden de partir y muchos no pertenecían a cuerpo o clase determinada. Prometióse el Emperador de la aquiescencia de estos individuos un título con que cubrir la usurpación, pero quedó burlada su esperanza. En lugar de almas débiles y accesibles a los halagos de la ambición y del interés, encontró Ministros incorruptibles, grandes dignos de su clase y otros representantes fieles defensores del interés y del honor de su país. Unos y otros hicieron presente que era muy reducida la esfera de sus facultades, y que por ninguno de sus actos podía quedar comprometida España, cuya representación no tenían.

9. Los tres secretarios del Rey con ejercicio de decretos abajo firmandos, certificamos haber visto y leído en Bayona los dos decretos originales expedidos por S. M. El Sr. Don FERNANDO VII, en 5 de mayo de este presente año, de que se hace mención en este escrito, y ser su contenido en sustancia y en cuanto conservamos en nuestra memoria el mismo que en él se manifiesta. 10. Todos saben que esta Junta se reunía en Bayona según manifestó al público el impreso de 19 de mayo, para tratar allí de la felicidad de toda España, proponiendo todos los males que el anterior sistema le había ocasionado y las reformas y remedios más convenientes para destruirlos en toda la nación y en cada provincia en particular.


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Estas reflexiones y otras semejantes fueron graduadas de insultos en el tribunal del usurpador y lejos de detener la marcha de sus atentados, puso en movimiento todos los medios de opresión que tenía en su mano, lisonjeándose con que las victorias de una parte y las corrompidas prensas de la otra darían por fin a sus títulos el colorido de justicia que necesitaba para no ser mirado en el mundo como el turbador de la quietud general. No entro en los pormenores de lo ocurrido en este congreso: tal vez alguno de los Ministros del Consejo de Castilla, que tanto honor hicieron a la roga contentará la curiosidad del público sobre este punto interesante. No debo hablar de lo que he sufrido por mi Rey y por mi nación: por mejor decir, no he sufrido, pues todo se debe a tan sagrados respetos. Era para mí de la mayor satisfacción ver mi posada en Bayona guardada por los satélites del gobierno, a los que sucedieron los espías, que siempre abundan cuando mandan aquellos que usurpan en la historia el nombre de héroes. Mis pasos eran contados, mis visitas observadas, el espionaje, disfrazado con el velo de la compasión, se acercaba a escudriñar los secretos de mi alma; pero nada turbaba la tranquilidad de mi espíritu. Lo que no podía llevar en paciencia era verme condenado, según me constaba por avisos fidedignos, a una confinación dentro de Francia, hasta que el Emperador juzgase que mi relación de su crónica escandalosa no había de entorpecer la violenta fábrica de la nueva soberanía española. En vano molesté durante dos meses al Ministro de Relaciones Exteriores con la solicitud de volver a mi amada patria: la heroica resistencia de ésta a los esfuerzos de la usurpación, ensordecía al gobierno francés a mis reclamaciones, creyendo no sin razón, que yo intentaría inflamar el heroísmo, apellidado insurrección en los periódicos de Bayona. En tan ingratas circunstancias se me presentó un medio de evadirme de un destierro indefinido: tal fue las repetidas instancias de Josef Napoleón para que continuase sirviéndole en calidad de Ministro, a las que cedí con repugnancia y violencia pero sin perjuicio de mi derecho de abandonarle en tiempo de seguridad. Esta la encontré desde el momento que puse los pies en Madrid. Desde este instante solo pensé en proporcionarme la ocasión más pronta y oportuna de hacer mi renuncia, la que en efecto verifiqué en los términos que contiene el documento Nº 12.


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No debió ser sensible a Josef Napoleón el retiro de un Ministro que frecuentemente se oponía a sus disposiciones11 y que en el concepto de alguna de las personas que le rodeaban más inmediatamente era tan quijotesco en sus máximas, que no podía columbrar los altos designios del mayor de los héroes en favor de la regeneración de España. He presentado en esta exposición con sencillez y fidelidad la serie de los principales sucesos de esta época importante, huyendo cuidadosamente de entrar en particularidades o pormenores que fuesen ajenos de mi objeto o capaces de hacer mi narración demasiadamente prolija; he procurado poner delante de los ojos de mis lectores, bajo su verdadero punto de vista, toda la injusticia y violencia con que el gobierno francés se ha conducido contra nuestro amado Soberano y la nación entera. Queda pues probado que la renuncia del Sr. Don Carlos IV en favor de su hijo el Príncipe de Asturias no adolece de vicio alguno. En el ligero cuadro que hemos delineado de las artes pérfidas y engañosas con que el Emperador ha llegado hasta donde hemos visto, queda trazada para eterna memoria la serie de los insultos atroces que se han hecho a España y a su desgraciado Rey Don FERNANDO VII. Consterna el Emperador al señor Don Carlos IV para que huyendo a América con toda la Familia Real, abandone la península: enciende la discordia entre los Reyes Padres y el Hijo para debilitar a España dividiéndola en partidos, después de haber desacreditado a sus Reyes; arranca a FERNANDO VII de su corte con palabras mentidas y engañosas, le hace cautivo en Bayona y cuando ha visto que la virtud del joven Rey sabe resistir a sus manejos, que FERNANDO no se presta a la renuncia que se le exige, hace conducir a Bayona a los Reyes Padres con todas las restantes personas de la Familia Real, como para presentarlos a todos sin libertad ante el tribunal imperial, que era juez y parte: trabaja en desnaturalizar a los Padres y les fuerza a ser el instrumento de la opresión del Hijo: arranca de este la renuncia más ilegal y forzada que jamás se vio entre los hombres; y por una serie de renuncias amontonadas con la misma ilegalidad llega a creerse dueño de la corona de España, que transfiere a su hermano sin

11. Por ejemplo la de los juramentos, cuando llegado Josef Napoleón a Madrid se quiso obligar a todos a que le jurasen, y la del destierro del Consejo de Castilla a Bayona por su noble resistencia.


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reparar en el escándalo y sobresalto que produciría en los gabinetes de Europa la usurpación de una monarquía amiga y aliada. ¿Quién habrá pues que no conozca con evidencia que la renuncia ejecutada por FERNANDO VII en favor de su augusto Padre y la que sucesivamente se formalizó a favor del Emperador son de absoluta nulidad? ¿Quién que no vea que, aun cuando la última hubiese emanado de una voluntad libre, no por eso perjudicaría a los derechos de la dinastía de Borbón? ¿Quién que no sepa que a la extinción de ésta y por la naturaleza de la monarquía española sólo la nación puede llamar otra dinastía, o introducir la forma de gobierno que gustare? Por otra parte he hecho ver que FERNANDO VII era demasiado recto para temer que el Emperador abrigase tan atroces designios. Deseaba el Rey libertar España del gravamen de las tropas francesas; se prometía arreglar ésta y otras cosas con el Emperador y volver a su Reino con el fruto de sus desvelos por el bien de sus vasallos, y ninguna hora le parecía intempestiva para trabajar en beneficio de estos. Yo lo vi, yo puedo atestiguarlo: en su confinación nada afligía su generoso corazón sino la suerte de sus pueblos; y cuando su aparente libertad estaba en la agonía les hizo el legado más propio de su paternal cuidado; tal fue la orden para que se erigiese una regencia naturalmente reclamada desde que fue conocida su prisión y que se celebrasen cortes para determinar lo que queda indicado en su lugar. El valor y el patriotismo han armado con el mejor suceso a toda la nación en su defensa propia y la de su legítimo Soberano, sin tener la menor noticia de la voluntad de su amado FERNANDO: el patriotismo y la prudencia la unirán ahora irresistiblemente para realizar con prontitud la importantísima obra del gobierno central o de regencia, que administre el Reino en nombre de S. M. Así quedará cumplida en bien de todos la última expresión de la voluntad que el Rey se dignó manifestar el momento antes de renunciar forzadamente su corona: así, salvada la nación de tan deshecha tempestad habrá dado a la Europa un ejemplo señalado de lealtad, honor y generoso esfuerzo, que será admirado en todas las edades y en todos los países. Madrid, 1° de septiembre de 1808.

Pedro Cevallos.


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DOCUMENTOS JUSTIFICATIVOS Nº 1 Tratado secreto entre S. M. Católica y S. M. el Emperador de los franceses, por el cual las Altas Partes contratantes estipulan todo lo relativo a la suerte futura de Portugal. En Fontainebleau a 27 de octubre de 1807.

Napoleón por la gracia de Dios y la Constitución, Emperador de los franceses, Rey de Italia y Protector de la Confederación del Rin. Habiendo visto y examinado el tratado concluido, arreglado y firmado en Fontainebleau el 27 de octubre de 1807 por el general de división Miguel Duroc, gran mariscal de nuestro palacio, gran cordón de la Legión de Honor, etc., etc., en virtud de los plenos poderes que le hemos conferido a este efecto, con Don Eugenio Izquierdo de Ribera y Lezaun, consejero honorario de Estado y de Guerra de S. M. el Rey de España, igualmente autorizado con plenos poderes de su Soberano, de cuyo tratado es el tenor como sigue: S. M. el Emperador de los franceses, Rey de Italia, y protector de la Confederación del Rin, y S. M. Católica el Rey de España, queriendo arreglar de común acuerdo los intereses de los dos estados y determinar la suerte futura de Portugal de un modo que concilie la política de los dos países, han nombrado por sus Ministros plenipotenciarios, a saber: S. M. el Emperador de los franceses, Rey de Italia, y protector de la Confederación del Rin al general de división Miguel Duroc, gran mariscal de su palacio y gran cordón de la Legión de Honor; S. M. Católica el Rey de España a Don Eugenio Izquierdo de Ribera y Lezaun, Consejero honorario de Estado y de Guerra; los cuales después de haber canjeado sus plenos poderes, se han convenido en lo que sigue: I: la provincia Entre Miño y Duero, con la ciudad de Oporto, se dará en toda propiedad y soberanía a S. M. el Rey de Etruria, con el título de Rey de Lusitania Septentrional.


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II: la provincia de Alentejo y el Reino de Los Algarbes se darán en toda propiedad y soberanía al Príncipe de la Paz, para que las disfrute con el título de Príncipe de Los Algarbes. III: las provincias de Beira, Tras los Montes y la Extremadura portuguesa quedarán en depósito hasta la paz general, para disponer de ellas según las circunstancias y conforme a lo que se convenga entre las dos Altas Partes contratantes. IV: el Reino de Lusitania Septentrional será poseído por los descendientes de S. M. el Rey de Etruria hereditariamente y siguiendo las leyes de sucesión que están en uso en la familia reinante de S. M. el Rey de España. V: el principado de Los Algarbes será poseído por los descendientes del Príncipe de la Paz hereditariamente y siguiendo las leyes de sucesión que están en uso en la familia Reinante de S. M. el Rey de España. VI: en defecto de descendientes o herederos legítimos del Rey de Lusitania Septentrional o del Príncipe de Los Algarbes, estos países se darán por investidura por S. M. el Rey de España, sin que jamás puedan ser reunidos bajo una misma cabeza, o a la corona de España. VII: el Reino de Lusitania Septentrional y el Principado de Los Algarbes reconocerán por protector a S. M. Católica el Rey de España y en ningún caso los Soberanos de estos países podrán hacer ni la paz ni la guerra sin su intervención. VIII: en el caso de que las provincias de Beira, tras los Montes y la Extremadura portuguesa, tenidas en secuestro, fuesen devueltas a la paz general a la Casa de Braganza en cambio de Gibraltar, La Trinidad y otras colonias que los ingleses han conquistado sobre España y sus aliados, el nuevo Soberano de estas provincias tendría con respecto a S. M. Católica el Rey de España los mismos vínculos que el Rey de Lusitania Septentrional y el Príncipe de Los Algarbes, y serán poseídas por aquel bajo las mismas condiciones. IX: S. M. el Rey de Etruria cede en toda propiedad y soberanía el Reino de Etruria a S. M. el Emperador de los franceses, Rey de Italia.


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X: cuando se efectúe la ocupación definitiva de las provincias de Portugal, los diferentes Príncipes que deben poseerlas nombrarán de acuerdo comisarios para fijar sus límites naturales. XI: S. M. el Emperador de los franceses, Rey de Italia, sale garante a S. M. Católica el Rey de España de la posesión de sus estados del continente de Europa, situados al mediodía de los Pirineos. XII: S. M. el Emperador de los franceses, Rey de Italia, se obliga a reconocer a S. M. Católica el Rey de España como Emperador de las dos Américas cuando todo esté preparado, para que S. M. pueda tomar este título, lo que podrá ser, o bien a la paz general, o a más tardar dentro de tres años. XIII: las dos Altas Potencias contratantes se entenderán para hacer un repartimiento igual de las islas, colonias y otras propiedades ultramarinas de Portugal. XIV: el presente tratado quedará secreto; será ratificado y las ratificaciones serán canjeadas en Madrid, veinte días a más tardar después del día en que se ha firmado. Fecho en Fontainebleau a 27 de octubre de 1807. Duroc (rubricado)

Eugenio Izquierdo (rubricado)

Hemos aprobado y aprobamos el precedente tratado en todos y en cada uno de los artículos contenidos en él; declaramos que está aceptado, ratificado y confirmado, y prometemos que será observado inviolablemente. En fe de lo cual hemos dado la presente, firmada de nuestra mano, refrendada y sellada con nuestro sello imperial en Fontainebleau a 29 de octubre de 1807. Napoleón (rubricado) El Ministro de Relaciones Exteriores: Champagni (rubricado) El Ministro Secretario de Estado: Hugo Maret (rubricado)


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Nº 2 Convención secreta firmada en Fontainebleau entre S. M. el Rey de España y S. M. el Emperador de los franceses, por la cual las dos Altas Partes contratantes arreglan todo lo relativo a la ocupación de Portugal. En Fontainebleau a 27 de octubre de 1807. Napoleón por la gracia de Dios y de la Constitución, Emperador de los franceses, Rey de Italia y Protector de la Confederación del Rin. Habiendo visto y examinado la convención concluida, arreglada y firmada en Fontainebleau el 27 de octubre de 1807 por el general de división Miguel Duroc, gran mariscal de nuestro palacio y gran cordón de la Legión de Honor, en virtud de los plenos poderes que le hemos conferido a este efecto con Don Eugenio Izquierdo de Ribera y Lezaun, Consejero honorario de Estado y de Guerra de S. M. el Rey de España, igualmente autorizado con plenos poderes de su Soberano; el tenor de la cual es como sigue: S. M. el Emperador de los Franceses, Rey de Italia y Protector de la Confederación del Rin, y S. M. Católica el Rey de España, queriendo arreglar lo que es relativo a la ocupación y conquista de Portugal según se ha estipulado por el tratado firmado en este día, han nombrado a saber: S. M. el Emperador de los franceses, Rey de Italia y Protector de la Confederación del Rin, al general de división Miguel Duroc, gran mariscal de su palacio y gran cordón de la Legión de Honor; y S. M. Católica el Rey de España a Don Eugenio Izquierdo de Ribera y Lezaun, su Consejero honorario de Estado y de Guerra; los cuales después de haber canjeado sus plenos poderes, han convenido en lo que sigue: I: un cuerpo de tropas imperiales francesas de veinticinco mil hombres de infantería y de tres mil hombres de caballería entrará en España y marchará en derechura a Lisboa: se reunirá a este cuerpo otro de ocho mil hombres de infantería y de tres mil de caballería de tropas españolas con treinta piezas de artillería. II: al mismo tiempo una división de tropas españolas de diez mil hombres tomará posesión de la provincia de Entre Miño y Duero y de la ciudad de Oporto y otra división de seis mil hombres compuesta igualmente de tropas españolas, tomará posesión de la provincia de Alentejo y del Reino de Los Algarbes.


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III: las tropas francesas serán alimentadas y mantenidas por España y sus sueldos pagados por Francia durante todo el tiempo de su tránsito por España. IV: desde el momento en que las tropas combinadas hayan entrado en Portugal, las provincias de Beira, tras los Montes y la Extremadura portuguesa (que deben quedar secuestradas) serán administradas y gobernadas por el general comandante de las tropas francesas y las contribuciones que se les impondrán quedarán a beneficio de Francia. Las provincias que deben formar el Reino de Lusitania Septentrional y el Principado de Los Algarbes serán administradas y gobernadas por los generales comandantes de las divisiones españolas que entrarán en ellas, y las contribuciones que se les impondrán quedarán a beneficio de España. V: el cuerpo del centro estará bajo las órdenes del comandante de las tropas francesas y a él estarán sometidas las tropas españolas que se reúnan a aquellas: sin embargo, si el Rey de España o el Príncipe de la Paz juzgaren conveniente trasladarse a este cuerpo de ejército, el general comandante de las tropas francesas y estas mismas estarán bajo sus órdenes. VI: un nuevo cuerpo de cuarenta mil hombres de tropas francesas se reunirá en Bayona, a más tardar el 20 de noviembre próximo, para estar pronto a entrar en España para transferirse a Portugal en el caso de que los ingleses enviasen refuerzos y amenazasen atacarlo. Este nuevo cuerpo no entrará sin embargo en España hasta que las dos Altas Potencias contratantes se hayan puesto de acuerdo a este efecto. VII: la presente convención será ratificada y el canje de las ratificaciones se hará al mismo tiempo que el del tratado de este día. Fecho en Fontainebleau a 27 de octubre de 1807.

Duroc (rubricado)

Eugenio Izquierdo (rubricado)

Hemos aprobado y aprobamos la convención que precede en todos y cada uno de los artículos contenidos en ella: declaramos que está aceptada, ratificada y confirmada, y prometemos que será observada inviolablemente. En fe de lo


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cual hemos dado la presente, firmada de nuestra mano, refrendada y sellada con nuestro sello imperial en Fontainebleau a 29 de octubre de 1807. Napoleón (rubricado) El Ministro de Relaciones Exteriores: Champagne (rubricado) El Ministro secretario de Estado: Hugo Maret (rubricado)


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Nº 3 Carta de S. M. el Emperador de los franceses, Rey de Italia y Protector de la Confederación del Rin.

Hermano mío: he recibido la carta de V. A. R.: ya se habrá convencido V. A. por los papeles que ha visto del Rey su Padre del interés que siempre le he manifestado. V. A. me permitirá que en las circunstancias le hable con franqueza y lealtad. Yo esperaba, en llegando a Madrid, inclinar a mi ilustre amigo a que hiciese en sus dominios algunas reformas necesarias, y que diese alguna satisfacción a la opinión pública. La separación del Príncipe de la Paz me parecía una cosa precisa para su felicidad y la de sus pueblos. Los sucesos del Norte han retardado mi viaje: las ocurrencias de Aranjuez han sobrevenido. No me constituyo juez de lo que ha sucedido ni de la conducta del Príncipe de la Paz, pero lo que sé muy bien es que es muy peligroso para los reyes acostumbrar sus vasallos a derramar la sangre haciéndose justicia por sí mismo. Ruego a Dios que V. A. no lo experimente un día. No sería conforme al interés de España que se persiguiese a un Príncipe que se ha casado con una Princesa de la Familia Real y que tanto tiempo ha gobernado el Reino. Ya no tiene más amigos: V. A. no los tendrá tampoco si algún día llega a ser desgraciado. Los pueblos se vengan gustosos de los respetos que nos tributan. Además ¿Cómo se podría formar causa al Príncipe de la Paz sin hacerla también al Rey y a la Reina, vuestros Padres? Esta causa fomentaría el odio y las pasiones sediciosas; el resultado sería funesto para vuestra corona. V. A. R. no tiene a ella otros derechos sino los que su Madre le ha transmitido: si la causa mancha su honor, V. A. destruye sus derechos. No preste V. A. oídos a consejos débiles y pérfidos. No tiene V. A. derecho para juzgar al Príncipe de la Paz; sus delitos si se le imputan, desaparecen en los derechos del trono. Muchas veces he manifestado mi deseo de que se separase de los negocios al Príncipe de la Paz: si no he hecho más instancias, ha sido por un efecto de mi amistad por el Rey Carlos, apartando la vista de las flaquezas de su afección. ¡Oh miserable humanidad! Debilidad y error, tal es nuestra divisa. Mas todo esto se puede conciliar; que el Príncipe de la Paz sea desterrado de España y yo le ofrezco un asilo en Francia. En cuanto a la abdicación de Carlos IV, ella ha tenido efecto en el momento en que mis ejércitos ocupaban España, y a los ojos de Europa y la posteridad podría parecer que yo he enviado todas esas tropas con el sólo objeto de derribar


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del trono a mi aliado y mi amigo. Como soberano vecino debo enterarme de lo ocurrido antes de reconocer esta abdicación. Lo digo a V. A. R., a los españoles, al universo entero: si la abdicación del Rey Carlos es espontánea y no ha sido forzado a ella por la insurrección y motín sucedido en Aranjuez, yo no tengo dificultad en admitirla y en reconocer a V. A. R. como Rey de España. Deseo pues conferenciar con V. A. R. sobre este particular. La circunspección que de un mes a esta parte he guardado en este asunto debe convencer a V. A. del apoyo que hallará en mí, si jamás sucediese que facciones de cualquiera especie viniesen a inquietarle en su trono. Cuando el Rey Carlos me participó los sucesos del mes de octubre próximo pasado, me causaron el mayor sentimiento, y me lisonjeo de haber contribuido por mis insinuaciones al buen éxito del asunto de El Escorial. V. A. R. no está exento de faltas: basta para prueba la carta que me escribió y que siempre he querido olvidar. Siendo Rey sabrá cuán sagrados son los derechos del trono: cualquier paso de un Príncipe hereditario cerca de un soberano extranjero es criminal. El matrimonio de una Princesa francesa con V. A. R. le juzgo conforme a los intereses de mis pueblos, y sobre todo como una circunstancia que me uniría con nuevos vínculos a una Casa, a quien no tengo sino motivos de alabar desde que subí al trono. V. A. R. debe recelarse de las consecuencias de las emociones populares: se podrá cometer algún asesinato sobre mis soldados esparcidos, pero no conducirán sino a la ruina de España. He visto con sentimiento que se han hecho circular en Madrid unas cartas del capitán general de Cataluña, y que se ha procurado exasperar los ánimos. V. A. R. conoce todo lo interior de mi corazón: observara que me hallo combatido por varias ideas que necesitan fijarse, pero puede estar seguro de que en todo caso me conduciré con su Persona del mismo modo que lo he hecho con el Rey su Padre. Esté V. A. persuadido de mi deseo de conciliarlo todo, y de encontrar ocasiones de darle pruebas de mi afecto y perfecta estimación. Ruego a Dios que os tenga, Hermano mío, en su santa y digna guardia. En Bayona a 16 de abril de 1808. Napoleón (rubricado)


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Nº 4 Instrucciones dadas al Excelentísimo Señor Don Pedro Labrador. Excmo. Señor: V. E. está enterado de las proposiciones hechas por el general Savary en el mismo día que llegó el Rey a esta ciudad y de lo ocurrido en la conferencia en que las discutí con el Ministro de Relaciones Exteriores. Las proposiciones nuevamente hechas por este, diferentes en algo aunque no menos repugnantes, son del tenor siguiente: Primera: que ha determinado el Emperador irrevocablemente que no reine ya en España la dinastía Borbón. Segunda: que el Rey deberá ceder su derecho personal a la corona por sí y por sus hijos, si los tuviere. Tercera: que en caso que convenga en esto, se le conferirá para sí y sus descendientes la corona de Etruria con la ley Sálica. Cuarta: que el Infante Don Carlos hará la misma renuncia de sus derechos y que los tendrá a la corona de Etruria en falta de la descendencia del Rey. Quinta: que el Reino de España será poseído en adelante por uno de los hermanos del Emperador. Sexta: que sale el Emperador por garante de su integridad total y la de todas sus colonias, sin la segregación de una sola aldea. Séptima: Que sale asimismo por garante de la conservación de la religión, de las propiedades, etc. Octava: que si el Rey no acepta este tratado, se quedará sin compensación y S. M. I. lo hará ejecutar de grado o por fuerza. Novena: que si S. M. se conviene, y pide enlazarse con su sobrina, se asegurará este enlace inmediatamente que se firme el tratado. Se han discutido estas proposiciones en la junta presidida por el Rey: expuse en ella el modo de pensar que fue adoptado por V. E. y demás señores vocales


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y aprobado por S. M., que quiere se formen las instrucciones para V. E. según su tenor. V. E. sabe que promesas muy lisonjeras y seguridades las más satisfactorias dadas al Rey por el Gran Duque de Berg, por el Embajador de Francia y por el general Savary de orden del Emperador, en cuanto a que este ninguna repugnancia pondría en reconocerle como Soberano de España y que nada deseaba en perjuicio de la integridad de su Reino. Sacaron a S. M. de Madrid para obsequiar a su íntimo aliado, a quien se suponía por las noticias que dieron dichos tres sujetos dentro de España y en dirección a Madrid, donde se le había preparado un digno alojamiento. Se dilató el viaje del Emperador y S. M., seducido por nuevas seguridades dadas por el general Savary a nombre de S. M. I., continuó el suyo hasta esta ciudad. Deberá V. E. preguntar a Mr. de Champagni si el Rey se halla en plena libertad, en cuyo caso S. M. podrá volver a sus Reinos para oír al plenipotenciario que nombre el Emperador. En el caso contrario, V. E. sabe que todo acto es de notoria nulidad y por consiguiente el de que se trata no tendría otro efecto que el de menoscabar la reputación del Emperador a vista de todo el mundo, que tiene fijos los ojos sobre sus acciones y a quien consta lo que España ha hecho en favor de Francia. He manifestado a V. E. el tratado de 27 de octubre último, por el cual ha garantizado el Emperador la integridad de España en su Rey, con el título de Emperador de las dos Américas. Ninguna causa ha sobrevenido que pueda destruir tal tratado, antes bien España ha añadido nuevos títulos al reconocimiento de Francia. El Rey esta resuelto a no condescender a las solicitudes del Emperador: ni su reputación ni lo que debe a sus vasallos se lo permiten; no puede obligar a estos a que reconozcan la dinastía de Napoleón ni menos privarles del derecho que tienen a elegir otra familia soberana cuando se extinga la que actualmente Reina. No es menos repugnante al Rey admitir la compensación de la corona de Etruria, pues además de que esta tiene su legítimo Soberano a quien no debe perjudicar, S. M. está contento con la corona que le ha dado La Providencia y no quiere separarse de unos vasallos a quienes ama con ternura de padre, y de quienes ha recibido las pruebas menos equívocas del más respetuoso amor.


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Si por esta negativa el Emperador se cree autorizado a usar de los medios de la fuerza, S. M. espera que la divina Justicia, dispensadora de los tronos protegerá su buena causa y la de sus reinos. Como V. E. está penetrado de estos principios y los ha desplegado con la energía que da la justicia al hombre de probidad y de celo por su Rey y por su patria, es ocioso que yo me difunda en prolongadas instrucciones inútiles para un ministro, de cuyo patriotismo y amor a los reales intereses está el Rey bien confiado. Dios guarde a V. E. muchos años. Bayona, a 27 de abril de 1808.

Pedro Cevallos. (Para Don Pedro Gómez Labrador).


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Nº 5 Oficio pasado al Ministro de Estado del Emperador por el Señor Don Pedro Cevallos en 28 de abril de 1808. Excelentísimo Señor: aunque hasta ahora se ha contenido la agitación de ánimo en que se halla toda la nación española, porque ha visto impresos y proclamados por el Gran Duque de Berg y por todos los generales franceses que se hallan en España los sentimientos de paz, amistad y buena armonía que S. M. el Emperador de los franceses y Rey de Italia deseaba conservar con el Rey mi amo, y porque ha sabido además las seguridades que el Embajador de S. M. I. en Madrid, el Gran Duque de Berg y el general Savary dieron a S. M. del próximo arribo del Emperador a dicha villa, con cuyo motivo se determinó el Rey a salirle al encuentro hasta Burgos, para darle esta pública demostración de su afecto y del alto aprecio que hacia su augusta Persona, no puede ya responderse por más tiempo de la tranquilidad de tantos pueblos, mayormente sabiendo todos que su Rey se halla hace seis días en Bayona y no teniendo noticia alguna de su regreso a España. En tal estado no puede menos S. M. de desear la quietud de sus amados vasallos y restituirse con este objeto a su seno, para calmar su agitación y atender al grave peso de los negocios, tanto más que de lo contrario expondría a sus pueblos a males incalculables, cuya responsabilidad pesaría eternamente sobre su corazón. El Rey lo prometió así a sus pueblos del modo más solemne en fuerza de las seguridades que el Emperador dio sobre que muy en breve se restituiría a España, reconocido por S. M. I. En consecuencia me manda S. M. comunicar a V. E. estas ideas, para que se sirva hacerlas presentes a S. M. I., cuyo aplauso merecerán sin duda, sin que por esto pretenda el Rey mi amo dejar de continuar tratando en España con S. M. I. sobre los puntos que tenga por convenientes con la persona que autorice al efecto.12

12. Este oficio no fue contestado, y produjo un efecto muy contrario del que debía esperarse en un orden regular de cosas: tal fue el haberse doblado los espías de dentro y las guardias de fuera del palacio del Rey, quien sufrió por dos noches el insulto de un alguacil, que desde la puerta de la calle obligo a S. M. y al Señor Infante Don Carlos a que retrocediesen a sus alojamientos. Del primer insulto se dio queja muy enérgica: el Gobierno dio buenas palabras, manifestó mucho desagrado, pero no por eso se evitó la segunda ofensa y estas probablemente se hubieran repetido, si S. M. no se hubiera abstenido de salir por la noche de su casa.


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Nº 6 Real Decreto dirigido al Supremo Consejo de Castilla por el Señor Don FERNANDO VII.

A poco tiempo de haberse arrestado la persona del Príncipe de la Paz se hicieron frecuentes y eficaces instancias por el Gran Duque de Berg, por el Embajador de Francia y por el general Savary, a nombre del Emperador, mi íntimo aliado, para que le mandase entregar a las tropas francesas a fin de que estas le trasladasen a Francia, donde S. M. I. le mandaría juzgar por las ofensas que había recibido de dicho Príncipe de la Paz. Estas solicitudes las más veces fueron acompañadas con la amenaza de sacar, en caso de negativa, al preso por la fuerza. En Vitoria se repitieron con no menos vigor; y deseando tomar sobre el particular la determinación más conveniente, consulté al Duque del Infantado de San Carlos, a Don Juan Escoiquiz y a Don Pedro Cevallos, mi Primer Secretario de Estado. Tomó la palabra este Ministro diciendo: Señor, si diese oídos a mis sentimientos personales, desde luego propendería por la entrega de la persona del Príncipe de la Paz; pero estos sentimientos deben sofocarse, como en efecto los sofoco, cuando se trata de fijar las obligaciones en que esta V. M. de desagraviar su sagrada Persona y de administrar justicia a los vasallos ofendidos por Don Manuel Godoy. Esta obligación es esencial a la soberanía y no puede el Soberano prescindir de ella sin atropellar cuanto hay de más respetable entre los hombres. En este concepto creo debe Ud. contestarse al Emperador, enterándole al mismo tiempo de que V. M. ha ofrecido a sus augustos Padres indultar al Príncipe de la Paz de la pena de la vida, si el Consejo le condena a ella, y que el cumplimiento de esta oferta sin exceder de la autoridad que le conceden las leyes, dará V. M. al mundo una señal de magnanimidad, a sus amados Padres una prueba de su cariño y el Emperador quedará complacido al ver con cuánta sabiduría concilia V. M. los deberes de la justicia con los miramientos que reclaman sus relaciones con S. M. I. y R. Todos los demás adoptaron tan prudente dictamen; y Yo no dudé un momento en abrazarle y en proveer con arreglo a él. Lo comunico al Consejo reservadamente, así para su inteligencia y gobierno, como para que tome las medidas más activas para poner a cubierto


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de todo movimiento popular las casas y familias de los enunciados cuatro sujetos. Yo el Rey. En Bayona a 26 de abril de 1808. Al decano del Consejo.


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Nº 7 Carta del Rey nuestro Señor a su Padre el Señor Don Carlos IV.

Venerado Padre y Señor: V. M. ha convenido en que Yo no tuve la menor influencia en los movimientos de Aranjuez, dirigidos como es notorio y a V. M. consta, no a disgustarle del gobierno y del trono, sino a que se mantuviese en él y no abandonase la multitud de los que en su existencia dependían absolutamente del trono mismo. V. M. me dijo igualmente que su abdicación había sido espontánea y que aun cuando alguno me asegurase lo contrario, no lo creyese, pues jamás había firmado cosa alguna con más gusto. Ahora me dice V. M. que aunque es cierto que hizo la abdicación con toda libertad, todavía se reservó en su ánimo volver a tomar las riendas del gobierno cuando lo creyese conveniente. He preguntado en consecuencia a V. M. si quiere volver a Reinar, y V. M. me ha respondido que ni quería Reinar ni menos volver a España. No obstante me manda V. M. que renuncie en su favor la corona que me han dado las leyes fundamentales del Reino, mediante su espontánea abdicación, a un Hijo que siempre se ha distinguido por el amor, respeto y obediencia a sus Padres. Ninguna prueba que pueda calificar estas cualidades es violenta a su piedad filial, principalmente cuando el cumplimiento de mis deberes con V. M. como Hijo suyo, no están en contradicción con las relaciones que como Rey me ligan con mis amados vasallos. Para que ni estos que tienen el primer derecho a mis atenciones, queden ofendidos ni V. M. descontento de mi obediencia, estoy pronto, atendidas las circunstancias en que me hallo, a hacer la renuncia de mi corona en favor de V. M. bajo las siguientes limitaciones: Primera: que V. M. vuelva a Madrid, hasta donde le acompañaré y serviré Yo como su Hijo más respetuoso. Segunda: que en Madrid se reunirán las cortes y puesto que V. M. resiste una congregación tan numerosa, se convocarán al efecto todos los tribunales y los diputados de los reinos. Tercera: que a la vista de esta asamblea se formalizará mi renuncia, exponiendo los motivos que me conducen a ella: estos son el amor que tengo a mis vasallos y el deseo que tengo de corresponder al que me profesan, procurándoles la tranquilidad y redimiéndoles de los horrores de una guerra


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civil por medio de una renuncia dirigida a que V. M. vuelva a empuñar el cetro y a regir unos vasallos dignos de su amor y protección. Cuarta: que V. M. no llevará consigo personas que justamente se han concitado el odio de la nación. Quinta: que si V. M. como me ha dicho, ni quiere reinar ni volver a España, en tal caso yo gobernaré en su Real nombre como lugarteniente suyo. Ningún otro puede ser preferido a mí: tengo el llamamiento de las leyes, el voto de los pueblos, el amor de mis vasallos y nadie puede interesarse en su prosperidad con tanto celo, ni con tanta obligación como Yo. Contraída mi renuncia a estas limitaciones, comparecerá a los ojos de los españoles como una prueba de que prefiero el interés de su conservación a la gloria de mandarlos; y Europa me juzgará digno de mandar a unos pueblos, a cuya tranquilidad he sabido sacrificar cuanto hay de más lisonjero y seductor entre los hombres. Dios guarde la importante vida de V. M. los muchos y felices años que le pide; postrado a los Reales pies de V. M. su más amante y rendido hijo. FERNANDO VII. Bayona, 1° de mayo de 1808.


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Nº 8 Carta del Señor Don Carlos IV a su Hijo el Señor Don FERNANDO VII. Hijo mío: los consejos pérfidos de los hombres que os rodean han conducido a España a una situación crítica: sólo el Emperador puede salvarla. Desde la paz de Basilea he conocido que el primer interés de mis pueblos era inseparable de la conservación de buena inteligencia con Francia. Ningún sacrificio he omitido para obtener esta importante mira, aun cuando Francia se hallaba dirigida por gobiernos efímeros, ahogué mis inclinaciones particulares para no escuchar sino la política y el bien de mis vasallos. Cuando el Emperador hubo restablecido el orden en Francia, se disiparon grandes sobresaltos y tuve nuevos motivos para mantenerme fiel a mi sistema de alianza. Cuando Inglaterra declaró la guerra a Francia, logré felizmente ser neutro y conservar a mis pueblos los beneficios de la paz. Se apoderó después de cuatro fragatas mías y me hizo la guerra aún antes de habérsela declarado; y entonces me vi precisado a oponer la fuerza a la fuerza y las calamidades de la guerra asaltaron a mis vasallos. España rodeada de costas y que debe una gran parte de su prosperidad a sus posesiones ultramarinas, sufrió con la guerra más que cualquiera otro estado: la interrupción del comercio y todos los estragos que acarrea, afligieron a mis vasallos y cierto número de ellos tuvo la injusticia de atribuirlos a mis Ministros. Tuve al menos la felicidad de verme tranquilo por tierra, y libre de inquietud en cuanto a la integridad de mis provincias, siendo el único de los reyes de Europa que se sostenía en medio de las borrascas de estos últimos tiempos. Aún gozaría de esta tranquilidad sin los consejos que os han desviado del camino recto. Os habéis dejado seducir con demasiada facilidad por el odio que vuestra primera mujer tenía a Francia y habéis participado irreflexivamente de sus injustos resentimientos contra mis Ministros, contra vuestra Madre, y contra Mí mismo. Me creí obligado a recordar mis derechos de Padre y de Rey: os hice arrestar y hallé en vuestros papeles la prueba de vuestro delito, pero al acabar mi


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carrera, reducido al dolor de ver perecer a mi Hijo en un cadalso, me dejé llevar de mi sensibilidad al ver las lágrimas de vuestra Madre, y os perdoné. No obstante, mis vasallos estaban agitados por las prevenciones engañosas de la facción de que os habéis declarado caudillo. Desde ese instante perdí la tranquilidad de mi vida y me vi precisado a unir las penas que me causaban los males de mis vasallos a los pesares que debí a las disensiones de mi misma familia. Se calumniaban mis Ministros cerca del Emperador de los franceses, el cual creyendo que los españoles se separaban de su alianza y viendo los espíritus agitados (aún en el seno de mi familia) cubrió, bajo varios pretextos, mis estados con sus tropas. En cuanto éstas ocuparon la ribera derecha del Ebro, y que mostraban tener por objeto el mantener la comunicación con Portugal, tuve la esperanza de que no abandonaría los sentimientos de aprecio y de amistad que siempre me había dispensado, pero al ver que sus tropas se encaminaban hacia mi capital, conocí la urgencia de reunir mi ejército cerca de mi Persona, para presentarme a mi augusto Paliado como conviene al Rey de España. Hubiera yo aclarado sus dudas y arreglado mis intereses: di orden a mis tropas de salir de Portugal y de Madrid y las reuní sobre varios puntos de mi monarquía, no para abandonar a mis vasallos, sino para sostener dignamente la gloria del trono. Además, mi larga experiencia me daba a conocer que el Emperador de los franceses podía muy bien tener algún deseo conforme a sus intereses y a la política del vasto sistema del continente, pero que estuviese en contradicción con los intereses de mi casa. ¿Cuál ha sido en estas circunstancias vuestra conducta? El haber introducido el desorden en mi palacio, y amotinado el cuerpo de guardias de contra mi Persona. Vuestro Padre ha sido vuestro prisionero: mi primer Ministro, que había Yo criado y adoptado en mi familia, cubierto de sangre, fue conducido de un calabozo a otro. Habéis desdorado mis canas y las habéis despojado de una corona poseída con gloria por mis Padres, y que había conservado sin mancha. Os habéis sentado sobre mi trono y os pusisteis a la disposición del pueblo de Madrid y de tropas extranjeras, que en aquel momento entraban. Ya la conspiración de El Escorial había obtenido sus miras: los actos de mi administración eran el objeto del desprecio del público. Anciano y agobiado de enfermedades, no he podido sobrellevar esta nueva desgracia. He recurrido al Emperador de los franceses, no como un Rey al frente de sus tropas, y en medio de la pompa del trono, sino como un Rey infeliz y abandonado. He


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hallado protección y refugio en sus reales: le debo la vida, la de la Reina, y la de mi primer Ministro. He venido en fin hasta Bayona y habéis conducido este negocio de manera que todo depende de la mediación y de la protección de este gran Príncipe. El pensar en recurrir a agitaciones populares es arruinar España y conducir a las catástrofes más horrorosas a vos, a mi Reino, a mis vasallos y a mi familia. Mi corazón se ha manifestado abiertamente al Emperador: conoce todos los ultrajes que he recibido, y las violencias que se me han hecho: me ha declarado que no os reconocerá jamás como Rey, y que el enemigo de su Padre no podrá nunca inspirar confianza a los extraños. Me ha mostrado además cartas de vuestra mano, que hacen ver claramente vuestro odio a Francia. En esta situación mis derechos son claros, y mucho más mis deberes. No derramar la sangre de mis vasallos, no hacer nada al fin de mi carrera, que pueda acarrear asolamiento é incendio a España, reduciéndola a la más horrible miseria. Ciertamente que si fiel a vuestras primeras obligaciones y a los sentimientos de la naturaleza hubierais desechado los consejos pérfidos, y que constantemente sentado a mi lado para mi defensa, hubierais espejado el curso regular de la naturaleza, que debía señalar vuestro puesto dentro de pocos años, hubiera Yo pedido conciliar la política y el interés de España con el de todos. Sin duda, hace seis meses que las circunstancias han sido críticas; pero por más que lo hayan sido, aún hubiera obtenido de las disposiciones de mis vasallos, de los débiles medios que aún tenía y de la fuerza moral que hubiera adquirido, presentándome dignamente al encuentro de mi aliado, a quien nunca diera motivo alguno de queja, un arreglo que hubiera conciliado los intereses de mis vasallos con los de mi familia. Empero arrancándome la corona, habéis deshecho la vuestra, quitándola cuanto tenía de augusta y la hacía sagrada a todo el mundo; vuestra conducta conmigo, vuestras cartas interceptadas han puesto una barrera de bronce entre vos y el trono de España, y no es de vuestro interés ni de la patria el que pretendáis reinar. Guardaos de encender un fuego que causaría inevitablemente vuestra ruina completa y la desgracia de España. Yo soy Rey por el derecho de mis Padres: mi abdicación es el resultado de la fuerza y de la violencia: no tengo pues nada que recibir de vos, ni menos puedo consentir a ninguna reunión en junta: nueva necia sugerencia de los hombres sin experiencia que os acompañan.


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He Reinado para la felicidad de mis vasallos y no quiero dejarles la guerra civil, los motines, las juntas populares y la revolución. Todo debe hacerse para el pueblo y nada por él: olvidar esta máxima es hacerse cómplice de todos los delitos que le son consiguientes. Me he sacrificado toda mi vida por mis pueblos; y en la edad a que he llegado no haré nada que esté en oposición con su religión, su tranquilidad y su dicha. He Reinado para ellos: constantemente me ocuparé de ellos: olvidaré todos mis sacrificios y cuando en fin esté seguro que la religión de España, la integridad de sus provincias, su independencia y sus privilegios serán conservados, bajaré al sepulcro perdonándoos la amargura de mis últimos años. Dado en Bayona en el Palacio Imperial, llamado del Gobierno, a 2 de mayo de 1808. Carlos IV.


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Nº 9 Carta que el Señor Rey Don FERNANDO VII escribió a su augusto Padre en respuesta a la anterior. Mi venerado Padre y Señor: he recibido la carta que V. M. se ha dignado escribirme con fecha de anteayer, y trataré de responder a todos los puntos que abraza con la moderación y respeto debido a V. M. Trata V. M. en primer lugar de sincerar su conducta política con respecto a Francia desde la paz de Basilea y en verdad que no creo haya habido en España quien se haya quejado de ella: antes bien todos unánimes han alabado a V. M. por su constancia y fidelidad en los principios que había adoptado. Los míos en este particular son enteramente idénticos a los de V. M. y he dado pruebas irrefragables de ello desde el momento que V. M. abdicó en Mí la corona. La causa de El Escorial, que V. M. da a entender tuviese por origen el odio que mi mujer me había inspirado contra Francia, contra los Ministros de V. M., contra mi amada Madre, y contra V. M. mismo, si se hubiese seguido por todos los trámites legales, habría probado evidentemente lo contrario; y no obstante que Yo no tenía la menor influencia, ni más libertad que la aparente, en que estaba guardado a vista por los criados que V. M. quiso ponerme, los once consejeros elegidos por V. M. fueron unánimemente de parecer, que no había motivo de acusación y que los supuestos reos eran inocentes. V. M. habla de la desconfianza que le causaba la entrada de tantas tropas extranjeras en España, y de que si V. M. había llamado las que tenía en Portugal y reunido en Aranjuez y sus cercanías las que había en Madrid, no era para abandonar a sus vasallos, sino para sostener la gloria del trono. Permítame V. M. le haga presente, que no debía sorprenderle la entrada de unas tropas amigas y aliadas, y que bajo este concepto debían inspirar una total confianza. Permítame V. M. observarle igualmente que las órdenes comunicadas por V. M. fueron para su viaje y el de su Real familia a Sevilla: que las tropas las tenían para mantener libre aquel camino; y que no hubo una sola persona que no estuviese persuadida de que el fin de quien lo dirigía todo, era transportar a V. M. y su Real familia a América. V. M.


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mismo publicó un decreto para aquietar el ánimo de sus vasallos sobre este particular, pero como seguían embargados los carruajes y apostados los tiros, y se velan todas las disposiciones de un próximo viaje a la costa de Andalucía, la desesperación se apoderó de los ánimos y resultó el movimiento de Aranjuez. La parte que Yo tuve en él, V. M. sabe que no fue otra que ir por su mandado a salvar del furor del pueblo al objeto de su odio, porque le creía autor del viaje. Pregunte V. M. al Emperador de los franceses, y S. M. I. le dirá sin duda lo mismo que me dijo a mí en una carta que me escribió a Vitoria, a saber: que el objeto del viaje de S. M. I. y R. a Madrid era inducir a V. M. a algunas reformas, y a que separase de su lado al Príncipe de la Paz, cuya influencia era la causa de todos los males. El entusiasmo que su arresto produjo en toda la nación, es una prueba evidente de lo mismo que dijo el Emperador. Por lo demás, V. M. es buen testigo de que en medio de la fermentación de Aranjuez no se oyó una sola palabra contra V. M., ni contra persona alguna de su Real familia; antes bien aplaudieron a V. M. con las mayores demostraciones de júbilo y de fidelidad hacia su augusta Persona. Así es que la abdicación de la corona, que V. M. hizo en mi favor, sorprendió a todos y a mí mismo, porque nadie lo esperaba ni la había solicitado. V. M. mismo comunicó su abdicación a todos sus Ministros, dándome a reconocer a ellos por su Rey y Señor natural; la comunicó verbalmente al cuerpo diplomático que residía cerca de su persona, manifestándole que su determinación procedía de su espontánea voluntad, y que la tenía tomada de antemano. Esto mismo lo dijo V. M. a su muy amado hermano el Infante Don Antonio, añadiéndole que la firma que V. M. había puesto al decreto de abdicación, era la que había hecho con más satisfacción en su vida; y últimamente me dijo V. M. a mí mismo tres días después, que no creyese que la abdicación había sido involuntaria, como alguno decía, pues había sido totalmente libre y espontánea. Mi supuesto odio contra Francia, tan lejos de aparecer por ningún lado; resultará de los hechos que voy a recorrer rápidamente. Apenas abdicó V. M. la corona en mi favor, dirigí varias cartas desde Aranjuez al Emperador de los franceses, las cuales son otras tantas protestas de que mis principios con respecto a las relaciones de amistad y estrecha alianza, que


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felizmente subsistían entre ambos estados, eran los mismos que V. M. me había inspirado y había observado inviolablemente. Mi viaje a Madrid fue otra de las mayores pruebas que pude dar a S. M. I. y R. de la confianza ilimitada que me inspiraba, puesto que habiendo entrado el Príncipe Murat el día anterior en Madrid con una gran parte de su ejército, y estando la villa sin guarnición, fue lo mismo que entregarme en sus manos. A los dos días de mi residencia en la corte se me dio cuenta de la correspondencia particular de V. M. con el Emperador de los franceses y hallé que V. M. le había pedido recientemente una Princesa de su familia para enlazarla conmigo, y asegurar más de este modo la unión y estrecha alianza que reinaba entre los dos estados. Conforme enteramente con los principios y con la voluntad de V. M., escribí una carta al Emperador pidiéndole la Princesa por esposa. Envié una diputación a Bayona para que cumplimentase en mi nombre a S. M. I. y R.; hice que partiese poco después mi muy querido hermano el Infante Don Carlos para que le obsequiase en la frontera; y no contento con esto, salí Yo mismo de Madrid, en fuerza de las seguridades que me había dado el embajador de S. M. I., el Gran Duque de Berg y el general Savary, que acababa de llegar de París y me pidió una audiencia, para decirme de parte del Emperador que, S. M. I. no deseaba saber otra cosa de Mí, sino si mi sistema con respecto a Francia sería el mismo que el de V. M. en cuyo caso el Emperador me reconocería como Rey de España y, prescindiría de todo lo demás. Lleno de confianza en estas promesas, y persuadido de encontrar en el camino a S. M. I., vine hasta esta ciudad; y en el mismo día en que llegué se hicieron verbalmente proposiciones a algunos sujetos de mi comitiva, tan ajenas de lo que hasta entonces se había tratado, que ni mi honor, ni mi conciencia, ni los deberes que me impuso cuando las cortes me juraron por su Príncipe y Señor, ni los que me impuse nuevamente cuando acepté la corona, que V. M. tuvo a bien abdicar en mi favor, me han permitido acceder a ellas. No comprendo como puedan hallarse cartas mías en poder del Emperador, que prueben mi odio contra Francia, después de tantas pruebas de amistad como la he dado y no habiendo escrito Yo cosa alguna que lo indique. Posteriormente se me ha manifestado una copia de la protesta que V. M. hizo al Emperador sobre la nulidad de la abdicación; y luego que V. M. llegó a esta


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ciudad, preguntándole Yo sobre ello, me dijo V. M. que la abdicación había sido libre, aunque no para siempre. Le pregunté asimismo, por qué no me lo había dicho cuando la hizo y V. M. me respondió: porque no había querido; de lo cual se infiere que la abdicación no fue violenta, y que Yo no pude saber que V. M. pensaba en volver a tomar las riendas del gobierno. También me dijo V. M. que ni quería Reinar, ni volver a España. A pesar de esto, en la carta que tuve la honra de poner en manos de V. M., manifestaba estar dispuesto a renunciar la corona en su favor, mediante la reunión de las cortes, o en falta de éstas, de los consejos y diputados de los reinos; no porque esto lo creyese necesario para dar valor a la renuncia, sino porque lo juzgo muy conveniente, para evitar la repugnancia de esta novedad, capaz de producir choques y partidos, y para salvar todas las consideraciones debidas a la dignidad de V. M., a mi honor y a la tranquilidad de los reinos. En el caso de que V. M. no quiera Reinar por sí, Reinaré Yo en su Real nombre, o en el mío, porque a nadie corresponde sino a mí el representar su persona, teniendo como tengo, en mi favor el voto de las leyes y de los pueblos, ni es posible que otro alguno tenga tanto interés como Yo en su prosperidad. Repito a V. M. nuevamente que en tales circunstancias y bajo dichas condiciones, estaré pronto a acompañar a V. M. a España, para hacer allí mi abdicación en la referida forma; y en cuanto a lo que V. M. me ha dicho de no querer volver a España, le pido con las lagrimas en los ojos, y por cuanto hay de más sagrado en el cielo y en la tierra, que en caso de no querer con efecto reinar, no deje un país ya conocido en que podrá elegir el clima más análogo a su quebrantada salud, y en el que le aseguro podrá disfrutar mayores comodidades y tranquilidad de ánimo que en otro alguno. Ruego por último a V. M. encarecidamente, que se penetre de nuestra situación actual, y de que se trata de excluir para siempre del trono de España nuestra dinastía, substituyendo en su lugar la imperial de Francia: que esto no podemos hacerlo sin el expreso consentimiento de todos los individuos que tienen y puedan tener derecho a la corona, ni tampoco sin el mismo expreso consentimiento de la nación española, reunida en cortes y en lugar seguro; que además de esto, hallándonos en un país extraño, no habría quien se persua-


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diese que obrábamos con libertad, y esta sola consideración anularía cuanto hiciésemos y podría producir fatales consecuencias. Antes de acabar esta carta, permítame V. M. decirle que los consejeros que V. M. llama pérfidos, jamás me han aconsejado cosa que desdiga del respeto, amor y veneración que siempre he profesado y profesaré a V. M., cuya importante vida ruego a Dios conserve felices y dilatados años. A L. R. P. de V. M.,13 su más humilde Hijo, Bayona, 4 de mayo de 1808.

13. A Los Reales Pies de Vuestra Majestad.

FERNANDO VII.


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Nº 10 Carta del Rey nuestro Señor a su Padre el Señor Don Carlos IV. Venerado Padre y Señor: el 1° del corriente puse en las Reales manos de V. M. la renuncia de mi corona en su favor. He creído de mi obligación modificarla con las limitaciones convenientes al decoro de V. M., a la tranquilidad de mis reinos y a la conservación de mi honor y reputación. No sin grande sorpresa he visto la indignación que han producido en el Real ánimo de V. M. unas modificaciones dictadas por la prudencia, y reclamadas por el amor de que soy deudor a mis vasallos. Sin más motivo que este ha creído V. M. que podía ultrajarme a la presencia de mi venerada Madre y del Emperador con los títulos más humillantes; y no contento con esto exige de mí que formalice la renuncia sin límites ni condiciones, so pena de que yo y cuantos componen mi comitiva seremos tratados como reos de conspiración. En tal estado de cosas hago la renuncia que V. M. me ordena, para que vuelva el gobierno de España al estado en que se hallaba en 19 de marzo, en que V. M. hizo la abdicación espontánea de su corona en mi favor. Dios guarde la importante vida de V. M. los muchos años que le desea, postrado a L. R. P. de V. M., su más amante y rendido hijo, FERNANDO VII Bayona, 6 de mayo de 1808.


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Nº 11 Nota del Ministro de Relaciones Exteriores de Francia Mr. de Champagni, en respuesta a otra de Don Pedro Cevallos, en que se quejaba de haber sido detenido un correo de gabinete despachado de orden del Sr. Rey Don FERNANDO VII con pliegos para Madrid, y le pedía visase un pasaporte para otro. El Ministro de Relaciones Exteriores ha recibido la nota que el Sr. de Cevallos le ha hecho la honra de dirigirle quejándose del impedimento que se ha puesto a la partida de los correos de S. E. Esta medida ha sido motivada de la notificación que S. M. I. le ha encargado hacerle, de que no reconoce otro Rey sino a Carlos IV. De esto resulta por consecuencia que el Emperador no puede admitir en su territorio ningún acto o pasaporte dado en nombre de otro Rey; y por el mismo motivo que el Ministro no puede visar el nuevo pasaporte que le ha enviado el Sr. de Cevallos. Pero se apresura a prevenirle que todas las cartas que llevaba el correo que ha sido detenido, han sido entregadas a la administración francesa de correos, la cual cuidará de que se remitan a Burgos y Madrid con la mayor exactitud, y que se hará lo mismo con todas las que los españoles que están en Francia o España quieran hacer pasar, ya sea por el correo ordinario, o ya por la estafeta francesa. Todas serán trasladadas a sus destinos con una escrupulosa puntualidad y exactitud; y la correspondencia entre los dos estados, lejos de experimentar el menor atraso, adquirirá una nueva actividad. Mr. de Champagni, dirigiendo por este billete al Sr. de Cevallos este aviso, tiene la honra de asegurarle de su alta consideración.14 Bayona, 29 de abril de 1808.

14. Mientras el Emperador solicitaba del Rey que renunciase en su favor la corona, ninguna dificultad se halló en visar los pasaportes que yo daba en su real nombre; pero luego que el gobierno francés vio desvanecidas sus esperanzas, se negó a dar pase a todas las expediciones de correos.


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Nº 12 Renuncia que el señor Don Pedro Cevallos hizo de su empleo de Ministro de Relaciones Exteriores en manos de Josef Napoleón el día 28 de julio. Señor: cuando V. M. tuvo la bondad de convidarme a que continuase en el Ministerio de Negocios Extranjeros, creí que debía ofrecer a su consideración ciertas reflexiones, según las cuales ni V. M. podía tener la menor confianza en mí, ni yo la menor seguridad de la protección de V. M., puesto que me hallaba ultrajado y observado cuidadosamente por el Emperador su augusto hermano, de quien debía recelar que su influencia en el corazón de V. M. no me sería en modo alguno favorable. V. M. insistió en su resolución, diciéndome que quería tener a su lado personas bien vistas de la nación; pero como yo no deseaba más que volver a mi amada patria, lo que se me había negado en el espacio de dos meses de inútiles instancias a S. A. I. y R., me fue preciso admitir el nombramiento de V. M. para poner término a la triste separación en que me hallaba de mi familia y de mis compatriotas, salvo el derecho que nadie debe renunciar de seguir el voto de la mayor parte de la nación, siempre que esta no quisiese reconocer a V. M. por su Soberano. Después he hecho ver a V. M. que España casi unánimemente está opuesta a reconocerle por tal: si falta este título, no queda otro en virtud del cual pueda V. M. ser Soberano de estos reinos. En este estado haría yo traición a mis principios si continuase ejerciendo un ministerio aceptado en fuerza de dichas circunstancias, y no por deseo de tener influjo alguno, en el gobierno de V. M., que renuncio desde luego para irme a mi retiro, donde consagraré a mi triste patria mis votos y mis lágrimas, por los males que quisiera poder remediar para bien de una nación noble, generosa, leal y valiente.


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APÉNDICE Sobre el modo con que el Gran Duque de Berg sorprendió a la Junta de Gobierno para que le mandase entregar la persona del preso Don Manuel Godoy. Desde que el Gran Duque de Berg, Lugarteniente de los ejércitos del Emperador, puso los pies en el territorio de España, procuró con el mayor artificio esparcir la voz que venía a hacer nuestro bien, y procurar algunas reformas útiles en nuestro gobierno, dando a entender con estudio, que protegería la causa del Príncipe de Asturias y alejaría al Príncipe de la Paz, objeto del odio universal de la nación. No dejo también de verter algunas especies sobre el grande influjo que la Reina tenía en los negocios. Sabía muy bien que no era menester más para captarse la benevolencia de todos los españoles oprimidos; y como su misión era dirigida a lo que después se ha visto, es preciso convenir en que el cálculo del Emperador de los franceses, su amo, no era mal fundado. Pero como todas las cosas de este mundo están sujetas a variaciones, ocurrieron los movimientos, para siempre memorables de Aranjuez, y trastornaron todo aquel plan. Apenas los supo el Gran Duque de Berg, se propuso variar de medio, y aparentó tomar un gran interés en la suerte de Don Manuel Godoy, con quien había tenido correspondencia de la mayor intimidad, aunque no se conocían personalmente. No se ocultó a su sagacidad el gran empeño que tenían los Reyes Padres en salvar a su Favorito; y así es que empezó desde luego a hacer las gestiones más eficaces para libertarle de la prisión; pero fueron inútiles mientras permaneció en Madrid nuestro amado Rey FERNANDO VII. No por esto desmayó el Gran Duque de Berg, pues apenas supo que S. M. había llegado a Burgos, cuando renovó sus instancias para obtener lo que se había propuesto, amenazando, en caso negativo, que usaría de la fuerza que tenía a su disposición. La Junta resistió no obstante los primeros ataques, y consultó al Rey el partido que debería tomar en tan críticas circunstancias. S. M. tuvo a bien decirle lo que acababa de responder sobre el particular al mismo Emperador de los franceses, que había solicitado directamente de S. M. la libertad del preso, y es lo que sigue: El Gran Duque de Berg y el Embajador de V. M. I. y R. han hecho en diferentes ocasiones instancias verbales para obtener que Don Manuel Godoy,


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reo por crimen de estado en el Real Palacio de Villaviciosa, sea puesto a la disposición de V. M. Nada me sería más agradable que el poder acceder a su demanda; pero las consecuencias que de esta accesión pueden resultar son tan graves, que me veo en la precisión de exponerlas a la prudente consideración de V. M. Por una consecuencia de la obligación en que estoy de administrar justicia a mis pueblos, he ordenado al más respetable de los tribunales de mi Reino que juzgue según las leyes a Don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz. He prometido a mis pueblos la publicación de los resultados de un proceso, del cual depende la reparación del honor de un gran numero de mis vasallos, y la preservación de los derechos de mi corona. En toda la extensión de mis dominios no hay un solo pueblo, por pequeño que sea, que no haya elevado a mi trono sus quejas contra el preso. Todos mis vasallos han hecho extraordinarias demostraciones de alegría al momento que tuvieron la noticia del arresto de Don Manuel Godoy, y todos tienen fijos sus ojos sobre el procedimiento y decisión de su causa. V. M., tan sabio legislador como gran guerrero, podrá conocer fácilmente el peso de estas consideraciones. Mas si V. M. se interesa por la vida de Don Manuel Godoy, Yo le doy mi palabra real de que, en el caso de que, después del examen más detenido, sea condenado a la pena de muerte, Yo le indultaré de ella por consideración a la mediación de V. M. I. Dios guarde la vida de V. M. I. muchos años. FERNANDO VII. Vitoria, 18 de abril de 1808. Previne además a la Junta de Real orden con la misma fecha que si el Gran Duque de Berg renovaba sus instancias en favor de Godoy, respondiese que este negocio se trataba entre los dos Soberanos, y que dependía exclusivamente de la resolución del Rey. Y habiendo sabido S. M. que los Reyes Padres, sin duda vial informados, se habían quejado al Gran Duque del mal tratamiento que se daba en la prisión al Príncipe de la Paz, me mandó S. M., a pesar de que estaba muy seguro de la delicadeza con que procedía el Marqués de


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Castelar, que le previniese el mayor cuidado con la salud del preso, como lo hice con la misma fecha. Apenas recibió el Emperador la carta del Rey nuestro Señor, cuando, con su acostumbrada superchería abusó de ella, y escribió al Gran Duque de Berg diciéndole que el Príncipe de Asturias había puesto a su disposición al preso Manuel Godoy, mandándole que lo reclamase con energía. No fue menester más que para Murat, cuyo carácter es naturalmente violento y osado, hiciese pasar la siguiente nota a la Junta de Gobierno: Habiendo S. M. el Emperador y Rey manifestado a S. A. I. y R. el Gran Duque de Berg, que S. A. R. el Príncipe de Asturias acababa de escribirle diciendo, que le hacía dueño de la suerte del Príncipe de la Paz; S. A. me encarga en consecuencia que entere a la Junta de las intenciones del Emperador, que le reitera la orden de pedir la persona de este Príncipe, y de enviarle a Francia. Puede ser que esta determinación de S. A. R. el Príncipe de Asturias no haya llegado todavía a la Junta. En este caso se deja conocer que S. A. R. habrá esperado la respuesta de S. M. el Emperador; pero la junta comprenderá que el responder al Príncipe de Asturias sería decidir una cuestión diferente; y ya es sabido que S. M. I. no puede reconocer sino a Carlos IV. Ruego pues a la Junta se sirva tomar esta nota en consideración, y tener la bondad de instruirme sobre este asunto para dar cuenta a S. A. I., el Gran Duque de la determinación que tomaré. El gobierno y la nación española sólo hallarán en esta resolución de S. M. I. nuevas pruebas del interés que toma por España; porque alejando al Príncipe de la Paz, quiere quitar a la malevolencia los medios de creer posible que Carlos IV volviese el poder y su confianza al que debe haberla perdido para siempre; y por otra parte la Junta de Gobierno hace ciertamente justicia a la nobleza de los sentimientos de S. M. el Emperador, que no quiere abandonar a su fiel Aliado. Tengo el honor de ofrecer a la Junta la seguridad de mi alta consideración. El General y Jefe del Estado Mayor General, Augusto Belliard. Madrid, 20 de abril de 1808.


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Añadió de palabra tan atroces é inauditas amenazas, que la Junta, temerosa sin duda de que las realizase y que se comprometiese la quietud de Madrid, tuvo la debilidad de acceder a la propuesta, y mandó al Marqués de Castelar, de orden del Rey, que aquella misma noche entregase al preso; como en efecto lo hizo, no sin mucha repugnancia suya y de los demás oficiales que le custodiaban. En honor de la verdad es preciso decir que el señor Don Francisco Gil, Secretario de Estado y del despacho de Marina, y por lo mismo individuo de la Junta de gobierno, se opuso a la entrega del preso, porque el Rey no la autorizaba. No es fácil concebir como después de unos hechos tan positivos como los que van citados, procediese la Junta de gobierno a manifestar al Consejo y al público, por medio de dos gacetas extraordinarias, que la entrega del Príncipe de la Paz se había hecho de orden del Rey. Tampoco lo es como pudo la misma Junta querer subsanar su debilidad dislocando cláusulas de la correspondencia de oficio, como, por ejemplo, la que pasó al Consejo y cita este tribunal en su manifiesto folio 14 de la impresión en 4°, que dice así: Por lo respectivo al preso Don Manuel Godoy, me manda el Rey enterar a la Junta, para que haga de esta noticia el uso conveniente, que hace S. M. demasiado aprecio de los deseos que ha manifestado el Emperador de los franceses, para no complacerle, usando al mismo tiempo de generosidad en favor de un reo que ha ofendido su real Persona. A poco que sé reflexione, deberá venirse en conocimiento que en esta supuesta orden no se previene la libertad del preso, sino que el Rey estaba dispuesto a usar de generosidad con él por consideración al Emperador; y para saber qué especie de generosidad era, basta recurrir al decreto que S. M. dirigió al Consejo y que este tribunal inserta en su manifiesto al folio 15 de la misma edición. Con la misma fecha del 18 de abril previne de Real orden al Marqués de Castelar, sin embargo de que S. M. estaba muy penetrado de la equivocación que padecían los Reyes Padres, que cuidase de la salud del preso, y si al mismo tiempo hubiese mandado el Rey que la Junta de gobierno lo pusiese en libertad, habría sido ociosa y aún ridícula semejante prevención. Demás de esto, cuando la Junta de gobierno dio cuenta al Rey de las consideraciones y motivos que tuvo para poner en libertad al preso, que fueron las mismas que quedan referidas, S. M. me mandó responderle en los términos siguientes:


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El Rey queda enterado de los motivos que ha tenido la Junta de Gobierno para proceder a la entrega del preso sin orden suya. “De esta representación de la Junta y de la respuesta del Rey certifican los dos oficiales mayores de la Primera Secretaría de Estado y del Despacho de S. M., y sus secretarios con ejercicio de decretos, Don Eusebio de Bardaxí y Azara y Don Luis de Onis, por cuyas manos han pasado. He creído de mi obligación publicar estos hechos, para que toda la nación quede instruida de lo que dio lugar a la entrega de Don Manuel Godoy, atribuida falsamente a una orden de S. M., que nunca pensó faltar a la solemne palabra dada a su amado pueblo de juzgarle según las leyes; y para que con este motivo se afiance cada vez mas en el acendrado amor que justamente profesa a nuestro muy amado Rey FERNANDO VII, que Dios nos restituya cuanto antes para colmo de nuestra felicidad. Don Eusebio de Bardaxí y Azara y Don Luis de Onis, Secretarios del Rey nuestro Señor con ejercicio de decretos, y oficiales mayores de la primera Secretaría de Estado y del Despacho, certificamos ser cierta la representación de la Junta de Gobierno, y la respuesta que dio el Rey a ella, y estar concebidas en los términos que expresa en su exposición el Excmo. señor Don Pedro Cevallos, por haberlas visto, y haber pasado ambas por nuestras manos; y para que conste lo armamos en Madrid a 3 de septiembre de 1808. Don Eusebio de Bardaxí y Azara. Don Luis de Onis. N: T. XIV, f. 137.


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Grande alarma en 1810 (*) Emilio A. Yanes

Grande alarma Extraordinaria agitación reinaba entre los habitantes de Caracas, después del hecho insólito del 19 de abril de 1810. Las rápidas y sorprendentes mutaciones efectuadas en aquel día y las inciertas consecuencias que de ellas habían de derivarse despertaban, en la reciente ciudadanía, preocupaciones y temores, que se reflejaban en la Junta de Gobierno que vino a sustituir la autoridad del Capitán General, quien, ya depuesto, fue conducido a su morada, custodiado en ella por personas respetables y libremente visitado por sus amigos. Mas, como corrieron, a poco, por la ciudad, rumores de una trama reaccionaria, la consabida Junta decidió embarcar en el puerto de La Guaira, a don Vicente Emparan, don Felipe Martínez, don Vicente Basadre, don Julián Álvarez, don Vicente Anca, don José Gutiérrez, don Agustín García y don Joaquín Osorio, a todos los cuales se le pagaron los sueldos de sus empleos y los gastos personales suyos y de sus familias. Llegado que hubo Emparan a Filadelfia, publicó manifiestos y proclamas, en los cuales, hablando como si todavía fuese la primera autoridad de Venezuela, excitaba a los pueblos a la rebelión contra el nuevo Gobierno. Este, por su parte, no se cansaba de hacerles oír a sus gobernados su palabra de seguranza, paz y concordia, y en alocuciones dirigidas a los vecinos de esta ciudad les decía: “Esta Junta proclama que todos somos hermanos; que todos somos españoles americanos y todos somos caraqueños”.

(*) Publicado en BANH N° 12. Tomo III, 30 de abril de 1916. p. 193.


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Justo es mencionar que, en medio de las preocupaciones políticas que dominaban exclusivamente el espíritu público, los gobernantes se ocuparon, con loable interés, de acuerdo con el Real Consulado, en abrir los puertos al comercio libre y mejorar la agricultura, por resolución de 1° de mayo, en la Sala Capitular. Pero el aplomo y la serenidad que los encargados del Gobierno se empeñaron en ostentar, eran, a veces, perturbados por la inevitable influencia del medio social, y entonces la Junta Suprema daba manifestaciones explícitas de que se sentía poseída de las mismas inquietudes generales que se esforzaba en calmar, como en la ocasión del presente bando: “La Suprema Junta Gubernativa de Venezuela a los habitantes de esta capital: “Aunque la Patria descansa sobre la paz y confraternidad interior y sobre la amistad y estrechas relaciones que tenemos con todas las Colonias que nos rodean, sin embargo es preciso que las precauciones prudentes nos pongan a cubierto de las malignas artes de algunos infames que podrían querer sembrar el descontento y el recelo, a la sombra misma de la confianza que tiene el Gobierno en todos los ciudadanos, y nos aseguren también de cualquier invasión imprevista, que en el actual sistema de intriga, ambición e inmoralidad, que siguen algunos Gabinetes de Europa, podría tal vez prepararse contra los países que han proclamado sus derechos y los de su legítimo Rey, señor don Fernando VII. “Si la necesidad, pues, de sostener la justa causa que defendemos y que Venezuela ha proclamado a los ojos del Universo, nos obliga a tomar las armas para verificarlo, es preciso establecer un orden, en la reunión de los habitantes de esta capital, para que de esta suerte sea más útil y pueda la Patria lisonjearse de los felices resultados que debe producir un pueblo de cuarenta mil habitantes, todos resueltos a morir primero que ser esclavos de ningún Gobierno que no sea el mismo que ellos han constituido. Para establecer, pues, este orden, la Junta Suprema ha dispuesto que se publicasen los artículos siguientes: I. El Gobierno Supremo nombrará, en caso necesario, el jefe o jefes que deben tomar el mando general de las tropas y han de dirigir los movimientos del vecindario, reunido en la forma que se dirá.


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II. La señal de alarma será disparar dos cañonazos en el Cuartel Veterano, tocar la generala y seguidamente rebatidas las campanas de la Santa Iglesia Catedral y las de todas las parroquias, para que se propague en todos los extremos de la ciudad la reunión pronta de los vecinos. III. Apenas se oiga dicha señal acurrirán [sic] todas las tropas, oficiales y jefes a sus cuarteles, donde inmediatamente harán a sus cuerpos formarse y mantenerse en batalla, esperando allí las órdenes de la Junta Suprema, comunicadas por el jefe de las armas. IV. Las compañías formadas de abogados y sus pasantes, de comerciantes y dependientes, de caballería e infantería y las de agricultores se reunirán, las Primeras en la Plaza de la Palmita, con el Escuadrón de Caballería, pero independiente de este cuerpo; y las segundas y terceras, en las inmediaciones del cuartel San Carlos, en los mismos términos, esperando, formados en batalla, las órdenes superiores. V. Los estudiantes y colegiales se reunirán en el patio de sus colegios, con sus rectores y catedráticos, para lo que la Suprema Junta determine. VI. Las compañías de nobles, con sus armas y respectivos oficiales se reunirán en la Plaza Mayor, para emplearlas oportunamente, en la conservación y tranquilidad del público o en cualquiera otra comisión importante. VI. En la Plaza de la Trinidad lo ejecutarán los blancos, pardos y morenos no comprendidos en la filiación de los cuerpos reglados y se formarán frente a la Iglesia, a la parte del Este y a la parte del Sur, donde esperarán las órdenes que se le comuniquen, llevando cada individuo las armas de fuego o blancas que tenga y aquellos instrumentos de su oficio que sean cortadas y útiles para desmontar terrenos, abrir picas, etc. VIII. Siendo tan necesario, en estos casos, que haya personas instruidas en los caminos, desfiladeros, vados de ríos caudalosos y demás parajes para la marcha de las tropas, su seguridad y posiciones militares, habrá un número suficiente de guías, que se reunirán a las puertas del Jefe que mande las tropas. IX.-Los empleados en renta se reunirán en donde les prevengan sus jefes, como también los facultativos y sirvientes que el señor Intendente tenga prevenidos para los hospitales, en este lance, así en la Capital como fuera de


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ella y en donde se ponga el Cuartel General, a donde hará pasar una tercera parte, con una caja de medicinas e instrumentos precisos para tomar la primera sangre. X. No obstante; todos los que no tienen algunos de los empleos, oficios y ejercicios apuntados, como también los transeúntes, deben ocurrir a la Plaza de la Trinidad, a incorporarse con los formados, quedando exentos los médicos, cirujanos, los muy precisos expendedores de víveres de la plaza pública, los panaderos, los pulperos que no sean milicianos reglados, los bodegueros y carniceros, todos los cuales quedan libres, para el servicio público, a las órdenes del Cuerpo Municipal, formado por la Suprema Junta, el que vigilará, para que no haya abusos de estos sirvientes del público, con perjuicio del mejor servicio de la Patria. XI. Los abogados no alistados en las compañías nacionales de armas, ni comisionados, los escribanos públicos, los procuradores y demás empleados con sueldo por el Tribunal de Apelaciones, acudirán a la casa de éste. XII. Los sacerdotes y ordenados «in sacris», donde le señale el muy discreto Gobernador del Arzobispado y los seglares en sus conventos. XIII. Los dependientes asalariados por Tribunales o Iglesias se mantendrán en aquéllos y éstas. XIV. Los miembros del Cuerpo Municipal se mantendrán en la casa destinada a dicho Cuerpo, cuyo principal objeto será cuidar de los abastos para el público, adonde se reunirán las personas de distinción que no estén destinadas en ningún cuerpo, para contribuir con sus personas a la felicidad de los habitantes y que la escasez no aflija, por falta de medidas prudentes sobre la subsistencia pública tan precisa. XV. Los arrieros milicianos con las mulas sobrantes, separadas de las seis que debe dar cada uno, para el servicio de las compañías, y los que no lo sean, con todas las que tienen y mozos que necesiten para el servicio de las armas, como también los alquiladores de mulas de silla y carga, concurrirán a las plazas de Candelaria y San Lázaro, para acudir a los destinos en que sean empleados por el Cuerpo Municipal; advirtiendo que las de montar han de ir con sus aperos


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correspondientes y las de carga con mochilas, quedando advertidos sus dueños de que se les proveerá de malojo y demás que necesiten. XVI. Los esclavos estarán a los órdenes de sus amos, dentro de sus mismas casas, sin separarse de ellas hasta que el Gobierno lo ordene, que será cuando necesite de sus personas, llevando cada uno, si es posible, algún instrumento de peón, como azada, picos, barras. XV. A cada persona de cualquiera clase o calidad que sea, se previene que desde la señal de alarma no puede salir de la capital, para lo interior de la Provincia, ni causar alboroto, pues el Gobierno cuidará de la tranquilidad y seguridad personal de cada uno. Las guardias destacadas en los caminos impedirán la salida a los que no presenten sus pasaportes, que se darán, por un motivo muy legítimo, por el Cuerpo Municipal; bien entendido que si llegase el caso de que convenga franquear los caminos se publicará por bando. XVIII. Las mujeres de todas clases, los hombres menores de quince años o mayores de sesenta, que no fueren militares ni tuvieren particular comisión, se mantendrán en sus casas, para no embarazar las operaciones de las personas constituidas al servicio y fatigas de las armas, hasta pasar cuatro horas de la alarma. XIX. Se prevendrá, por los Alcaldes de barrios, a los vendedores de hachas, que las tengan enastadas, para hacer el uso pronto que convenga de ellas, en los casos que sean necesarias estas armas, presentando a éstos una lista del número que tenga cada uno, quien la presentará al Gobierno para su conocimiento, advertidos sus dueños de que puedan venderlas en este estado. XX. Todos los vecinos que tengan armas de fuego, para resguardo de sus propiedades, los monteros por aplicación o por el oficio en la caza, presentarán después de la publicación de este bando, una lista de las que posean, para conocimiento del Gobierno, que entregarán a los Alcaldes de barrios y éstos cuidarán de recoger, a la mayor brevedad, para al mismo Gobierno, por si es preciso hacer uso de ellas, en cuyo caso serán devueltas o reintegrado su valor, reservando cada individuo una parte para obrar con ella. XXI. Estando ya prevenido el método de instrucción y disciplina de las compañías Urbanas de los pueblos y de Indios flecheros, las armas que han de


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traer y el momento en que deben venir a la capital, se advierte que conforme vayan llegando se dirigirán al cuartel del Batallón Veterano, para emplearlos, según las ocurrencias y donde convenga. XXII. Como en semejantes movimientos no faltan inquietos que perturben el orden de la sociedad, con robos y otros excesos criminales, con que atacan la confianza de los vecinos, en la conmoción natural que hay en semejantes cosas, el Gobierno tomará a su cuidado evitar estos desórdenes, para lo cual se prevendrá a las patrullas, celen, persigan y arresten a los infractores, conduciéndolos a la cárcel, para castigarlos e imponerles la pena a que se hagan acreedores y por sus excesos provoquen. XXIII. Se previene que todo aquel, que por conocida malicia, infidelidad o poquedad de espíritu, faltare a lo prevenido en este bando y esparciere voces contrarias al orden y disciplina de las tropas o que puedan influir en algún desorden del pueblo, excitando su desconfianza o timidez, se le castigará con el rigor de la ley que proscribe a los ciudadanos que se hacen indignos de la consideración de su madre Patria, con semejantes acciones y palabras. Si algún ciudadano tuviere noticias importantes, sobre las fuerzas del enemigo o sus movimientos y progresos, no las comunicará ni esparcirá por el pueblo, que no siendo, en estos casos, más que un ejecutor, no tiene necesidad de saberlo, ni de inquietarse con ellas. El Gobierno es el único que debe ser sabedor y a él solo le comunicará cuanto se sepa. XXIV. Siendo el primer cuidado de la Suprema Junta la conservación individual de cada ciudadano y sus propiedades, previene a los respectivos interesados, que encajonen los caudales, alhajas de valor de las iglesias, de tribunales y escribanos y los particulares, en el concepto de que ocurriendo al Cuerpo Municipal, le franqueará, en su nombre, todos los auxilios necesarios para su exportación; pero como en tales ocasiones puede haber mucho a que atender y no ser posible al Cuerpo Municipal la facilidad de prestar sus auxilios, como lo desea la Suprema Junta, en beneficios de sus pueblos, será conveniente que cada interesado tome con oportunidad las medidas que juzgue necesarias, para cuando se les avise. XXV. El público debe tener entendido que el Cuerpo Municipal constituido para velar sobre su subsistencia está encargado de que no falten los víveres para el abasto.


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XXVI. Se advierte que todos los que quisieren poner tiendas de víveres, en los parajes donde se establezca el Cuartel General, podrán hacerlo, no siendo militares, y se les advierte que han de guardar la mayor quietud y sujetarse a las reglas y penas que se establezcan en esta parte. XXVII. Para que el público sepa adonde debe ocurrir, cuando necesite algún auxilio militar, se le advierte el haber guardias, en los parajes siguientes: Cuartel Veterano, Cuartel de Milicias, Principal, Cárcel, Pastora, Santa Rosalía, Candelaria, Corrección, San Pablo y Plazuela de Capuchinos. Estas guardias tendrán día y noche patrullas, en sus recintos, para conservar la tranquilidad y buen orden. XXVIII. Los ayudantes o edecanes de campo se darán a reconocer al público, a su tiempo, para que sean obedecidas las órdenes que comuniquen, a nombre de sus Jefes, de palabra o por escrito; lo mismo que los nombres de los comisionados, por la Suprema Junta, para expedir las licencias. De igual modo se dará noticia de los parajes en donde se sitúen las guardias y los destacamentos, para el cuido de los caminos y puestos avanzados, con todo lo demás que convenga a la inteligencia y dirección del público. XXIX. Se fijarán en las esquinas los ejemplares de este bando que se tenga por conveniente, para que el público se imponga de su contenido. XXX. No es posible persuadirse de que los nombres sagrados de Patria y Libertad dejen de exaltar los corazones de los dignos habitantes de esta Capital. Si hubiese alguno, no sólo que hiciese traición a estos objetos santos, sino que, lleno de cobardía, se ocultase y no concurriese a la defensa de una causa tan justa, será mirado como el oprobio del nombre caraqueño y el Gobierno le tratará con todo el rigor que merece un ciudadano tan execrable. XXXI. La Junta Gubernativa advierte al público que no extrañe que alguna vez se haga un alarma o ensayo, de todo cuanto va prevenido en este bando, para examinar si está bien inteligenciado de las diferentes prevenciones que en él se hacen y para corregir cualesquiera defectos que adviertan. La asistencia a estos ensayos es un deber sagrado a que ningún ciudadano puede faltar, sin hacerse criminal a los ojos de la Patria; pues el que es bastante indolente, para no cooperar a las miras del Gobierno, en estos casos, lo será mucho más, cuando ella esté verdaderamente amenazada de algún peligro.


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XXXII. La Junta ha tomado y tomará las medidas más activas y conducentes, para la defensa y conservación de esta parte de América a su augusto y desgraciado Fernando Séptimo. “Sagrado nombre, que estampado en los corazones de sus vasallos, forma la esperanza de poder algún día ofrecerle estos dominios, triunfantes de la usurpación del execrable Emperador de los Franceses, para que pueda fijar su dominación, sobre las inmutables bases de la felicidad y libertad de las Provincias de Venezuela”. Este prolijo reglamento, que constituye todo un plan de defensa formal y minuciosa, con la pompa y solemnidad requeridas por la usanza de la época, fue leído en las esquinas de la ciudad, por José Mercedes Sánchez, que servía de pregonero en tales casos, y colocado luego, en grandes carteles murales, en los lugares públicos. Eran aquellos los primeros días, llenos de incesantes vacilaciones y contrariedades, de la gran revolución que fijó definitivamente su rumbo el 5 de Julio de 1811 y, desde entonces, propende a la completa realización de sus destinos.


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Don Mario y el Diablo (*) Manuel Caballero (**)

Debo comenzar confesando que me sentí muy incómodo cuando se me encargó pronunciar estas palabras en homenaje a Mario Briceño Iragorry. En primer lugar, porque, con una indignación comprensible, se concibió éste de hoy como un desagravio al acto de barbarie cometido contra su nombre por algún oscuro burócrata de esos que tanto despreciaba Antonio Machado porque “embisten cuando les da por usar de la cabeza”. Me negué a participar en un desagravio por considerar que agravio no hubo: no insulta quien quiere sino quien puede. Se decidió entonces llamarlo “homenaje”. Acepté a falta de encontrar un mejor sustantivo. Mi reticencia se debe a que he hecho mía, y suelo citar con frecuencia, la fiera sentencia de Enrique Bernardo Núñez: ‘‘El mejor homenaje que se puede hacer a un escritor es leerlo”. Es eso pues, lo que intento hacer hoy: si para algo sirven estas palabras que sea sobre todo para incitar a la lectura de la obra de Mario Briceño Iragorry, cosa que considero necesaria no sólo por el goce estético que nos produce el “roman paladino” de su altiva prosa, ni por su aporte al rescate de nuestra memoria colectiva, sino como algo mucho más urgente, porque en ello nos va la vida: como un antídoto al veneno que en esta triste hora venezolana, sentimos invadir nuestras venas, algo que ni en nuestras peores pesadillas creímos sentir alguna vez: la vergüenza de ser venezolanos.

(*) Discurso de orden de Manuel Caballero en el homenaje conjunto de las Academias de la Histria y de la Lengua a Mario Briceño Iragorry, en el Palacio de las Academias, el 19 de noviembre de 2009. (**) Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia, Sillón letra ‘‘F’’.


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No se tome esto último como la frase de un orador que, si no logra el aplauso, busca destacarse por el escándalo. Desde siempre hemos ridiculizado el latiguillo de los politicastros de campanario –y de charreteras– que pretenden enseñar desde la escuela “el orgullo de ser venezolanos”. No: lo que debe enseñarse a nuestros niños es a desarrollar sus capacidades para que su país pueda sentirse orgulloso de ellos. Pero lo que nos lleva a gritar nuestra vergüenza es el relato de la experiencia de quien por alguna razón, debe salir del país: por el simple hecho de mostrar el pasaporte. Salimos muy contentos de la oficina donde, con celeridad y buen trato, se nos otorgó el nuevo pasaporte, único válido a partir del primero de enero próximo. Pero al hojearlo, el gozo se nos fue al pozo: cada página estaba ilustrada con el retrato de un prócer. Cosa nada objetable y, por lo demás, acaso nada original. Pero de esas figuras, apenas cuatro no eran militares: Manuelita Sáenz, Luisa Cáceres de Arismendi, Andrés Bello y Simón Rodríguez. Las dos primeras no podían serlo porque en su tiempo, los oficiales de los ejércitos eran sólo varones. Aparte de eso, ambas son, por tradición, glorificadas menos por sus méritos personales que por los de sus machos. En particular, a Manuelita Sáenz se le suele exaltar no por sus lúcidos días de conspiradora contra la monarquía española, sino por haber alegrado las locas noches de Simón Bolívar. Se le encomia pues no por haber recibido por lo primero de manos del General San Martín la “Orden de Caballeresa del Sol”, sino por haber recibido de Bolívar el mote de “Libertadora del Libertador”, un dicho cursi como lo es toda declaración de amor cuando se le aísla de su circunstancia; o sea, algo que no debería haber jamás pasado del oído de quien la recibía, no convertirla en una frase histórica. A Simón Rodríguez y a Andrés Bello se les incorpora allí por haber sido maestros de Simoncito cuando se pensaba que el único título que recibiría con el tiempo sería el de Marqués de Cocorote. Se conoce muy bien la fiera respuesta del primero: que tenía muchos y más importantes méritos que el de haber sido maestro del Libertador.


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Pero el colmo del irrespeto a un personaje histórico de su magnitud y sus méritos es la ilustración de la página dedicada a Andrés Bello: aparece allí dando la lección al joven Bolívar. Eso es ignorar que Bello es un personaje, cuando menos, de la estatura de Simón Bolívar; que los dos cánones que rigen la milenaria lengua española son las gramáticas de Nebrija y de Bello; que a la prestigiosa Universidad de Santiago de Chile se le suele apellidar desde su fundación “la Casa de Bello”; en fin, que este gran Libertador del idioma tiene muchísimos méritos, aunque ellos nada signifiquen para el primitivismo de unos gobernantes que consideran más pesado en la balanza su gran demérito: no haber portado jamás una espada. Pero ¿no estamos exagerando al dedicar tantas líneas a la simple anécdota de un pasaporte? ¿No nos estamos saliendo, justo a la entrada, del tema que nos ha convocado aquí esta mañana? En manera alguna, pues eso es tan significativo para el país como puede serlo la puerta para una casa. Porque la imagen que ofrecemos con eso a quienes nos ven desde afuera es la de un país que exalta la violencia guerrera y esconde las más preclaras manifestaciones de su inteligencia; y porque revela la ideología que se busca imponer a un país. Un país cuyo gobierno expulsa con ignominia de un corredor de Palacio el busto de Rómulo Gallegos para sustituirlo por el del “Cabito” Cipriano Castro. Un gobierno que borra de su historia a los próceres civiles del siglo XIX y execra a los del siglo XX, mientras glorifica a ingloriosos salteadores de caminos como Maisanta y permite que se le erija una estatua pública a un narcotraficante como Marulanda-Tirofijo, mientras guarda un minuto de silencio a la memoria de su cómplice “Raúl Reyes”; que simboliza sus preferencias con lo sucedido en la ciudad de Trujillo y que no se puede considerar una simple alcaldada: quitar a una biblioteca pública el nombre de Mario Briceño Iragorry para cambiarlo por el de uno de los más sanguinarios personajes de la guerra civil de independencia, Antonio Nicolás Briceño, “El Diablo”. Antes de seguir adelante, debemos aclarar que como historiadores profesionales, no acostumbramos emplear criterios morales para analizar hechos históricos. Antonio Nicolás Briceño decretó premiar con ascensos en el escalafón militar el número de cabezas de españoles cortadas y mostradas en un


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horroroso curriculum vitæ; y firmó con la sangre del español supliciado el documento donde rendía cuenta del asesinato de un honorable anciano que él mismo reconocía inocente e inofensivo; y remitía al Libertador la macabra encomienda de su cabeza cortada. Todo eso nos horroriza y asquea hoy en un país que en principio, ha recibido (si no siempre aprendido) la lección de la paz, la tolerancia e incluso de la reglamentación de la guerra desde la Convención de Ginebra. Pero en la Independencia, esa cruel guerra civil de hace dos siglos, esa era la regla y no la excepción. No se puede condenar entonces como un bárbaro desalmado a este “Diablo” si se excusa o se pretende olvidar la masacre ordenada por el Libertador de 930 españoles encarcelados en La Guaira, o algo peor, elevar a los altares del patriotismo un documento como el Decreto de Guerra a Muerte, o sea, la expresión de una voluntad genocida avant la lettre. Lo que nos horroriza pues no es que se haya borrado el nombre de la Biblioteca Pública “Mario Briceño Iragorry” sino haberlo cambiado por el de “Biblioteca Socialista Antonio Nicolás Briceño”. Hay en este acto un elemento simbólico combinado con un disparate histórico. El primero es el de haber quitado a una biblioteca el nombre de un señero hombre de letras para sustituirlo por el de un vesánico bebedor de sangre, un asesino desalmado a quien la historiografía patriótica ha pretendido hacer olvidar sus horrores sólo por ser “uno de los nuestros”; perdonar crímenes que al ser “nuestros crímenes”, casi se vuelven acciones angélicas. Lo segundo, el “disparate histórico”, tiene además mucho de eso que, de Freud acá, se suele llamar “acto fallido”: para este nuevo y revolucionario Juan el Bautista, el socialismo nada tiene que ver con la emancipación de las clases proletarias, sino que es el bienvenido sinónimo de masacre, paredón, degollina de sus adversarios “aún cuando sean inocentes”. ¡Y decir que esta gente es la misma que recitaba al caletre aquel verso del Canto General donde Neruda imaginaba “al sheriff entrando a caballo en las bibliotecas” de los Estados Unidos!


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Pero hay algo más, acaso una de las razones más poderosas para que se muestre tal aborrecimiento de Mario Briceño Iragorry: su apasionada defensa de la lengua española. Porque vivimos una de las épocas más oscuras de desprecio del lenguaje, de degradación del idioma en labios de uno de los gobernantes más parlanchines de nuestra historia; donde desde el más alto sitial de la República, se confunde el habla del común con la jerigonza escatológica y primitiva de los porteros de burdel; manifestando así ese hondo desprecio por el pueblo que exuda la oligarquía militar. Mario Briceño Iragorry, para decirlo como el Rafael Cadenas de Los cuadernos del destierro, “era de diferente linaje”. Como el español Pedro Salinas, y como el mismo Cadenas, Don Mario forma parte de la aguerrida aunque por desgracia poco poblada falange de los “defensores del idioma” (a punto, el poeta Pedro Salinas tituló El defensor un suyo libro de prosas). Nos contentaremos con citar, en apoyo a esta nuestra afirmación, sólo un ensayo de Don Mario en su libro Aviso a los navegantes. Parecía una defensa de la pureza del castellano frente a la invasión de los barbarismos, de ese pavoroso espanglish que entonces tocaba a nuestras puertas y que hoy abiertas ellas de par en par, ya casi nos ha expulsado de casa. “Motel” recordaba, es una simple contracción de “motor” y “hotel”, para designar a ese tipo de alojamiento para el cual, sin embargo, existe una buena cantidad de vocablos que pueden hacerlo en nuestra lengua, con propiedad y sin bastardías. ‘‘Parecía una defensa’’ decimos, porque lo era en principio. Pero tomada así, era una batalla perdida. Primero, porque ese es el tipo de expresión que, siguiendo la línea de menor resistencia, llega a imponerse en el habla cotidiana e incluso, a veces entra también en la lengua culta, si lo admite al fin lo que Alex Grijelmo llama “el genio del idioma”. Segundo (pero eso no podía saberlo entonces el defensor de nuestra lengua) los ‘‘moteles’’, como los ‘‘autocines»’’ han llegado a tener una importancia muy marginal. Pero lo que hace perdurable ese texto, y lo convierte en algo tan actual, es su argumentación en contra: “Los viejos vocablos miraban al hombre en sí mismo. La curiosa palabra de hoy ve el binomio carro-hombre. La máquina destruye la


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persona en el orden de la deformada cultura cosmopolita de hoy, y la lleva a su zaga. Jamás se pensó en crear un vocablo que expresase el concepto de hospedaje para hombres, caballos y mulas, cuando eran éstos los medios de transporte. Nadie ideó las voces cabaposa, cabatel, mulposa, para significar que había pienso para ambos animales. Se pensaba sólo en el hombre. Lo demás venía por añadidura”. Al historiador Briceño Iragorry se le tildó, sin que él se avergonzase, de “hispanista”, de defensor de la obra de España en nuestra cultura, de oficiante en el altar de la “leyenda dorada”. En verdad, sólo hacía lo que debería hacer todo historiador digno de tal nombre: negarse a confundir la escritura de la historia con el panfleto patriótico; despejar las brumas con que este último cubría lo que hoy es una verdad aceptada por la comunidad científica si no por el primitivismo de quienes “por ahora” nos dominan: que la confluencia de diferentes sangres, de diferentes culturas nos ha llevado a ser lo que somos hoy, y que debería ser nuestra mayor timbre de orgullo: un pueblo mestizo. Este es pues el hombre que nos lleva a unir en su evocación a los académicos de la historia y de la lengua. Porque la nobleza de su escritura ratifica lo que Mario Vargas Llosa decía alguna vez hablando del historiador peruano Raúl Porras Barrenechea: que la historiografía no forma parte de la historia de la literatura, pero hay historiadores que sí hacen parte de ella. Recordar y exaltar la obra de un humanista de la talla de Briceño Iragorry no es pues una recreación (en el doble sentido de recreo y renacimiento) de una gloria del pasado, sino una apuesta por el porvenir. Yo quiero hablar hoy de Mario Briceño Iragorry en mi condición de venezolano que recibió en su momento sus enseñanzas en la lectura de sus textos a medida que aparecían, pero además de un venezolano de hoy que tiene mucho que aprender al releerlos. Y también evocar su obra en mi condición de hombre que vivió la última dictadura del siglo veinte; y como intelectual que tiene claro que esa condición


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le impone ser la conciencia crítica de la sociedad pero en primer lugar de sí mismo, de ser el vigilante de su propia honestidad intelectual. Al decir esto, se impone primero hablar, después de evocar al Briceño Iragorry uomo di cultura, de su trayectoria política, sin evadir sus contradicciones ni sus errores, pues hacerlo sería empañar uno de sus más luminosos ejemplos, el de un hombre que fue el primero en reconocerlos, en un ejercicio autocrítico inhabitual en nuestro país, y en todas partes. Hablemos primero de su apoyo a los regímenes dictatoriales de Juan Vicente Gómez y de la Junta Militar en 1948. En el primer caso, cuando el Benemérito se hace del poder en 1908, Mario Briceño Iragorry tiene once años. Va a vivir, hasta su ingreso a la universidad, el espectáculo de un país cuyos intelectuales en primer lugar, y el resto de Venezuela después, en forma unánime hasta 1913, mayoritaria hasta 1918, van a rodear a un Juan Vicente Gómez que para ellos encarnaba la paz que Venezuela entera anhelaba desde 1810. El joven Mario sigue la huella de sus mayores, de José Gil Fortoul, de Laureano Vallenilla Lanz, de Lisandro Alvarado, de Pedro Manuel Arcaya, que con el tiempo llegaron a exhibir hasta con orgullo su condición de palafreneros del tirano. Pero también de Rufino Blanco Fombona (hasta 1911), de José Rafael Pocaterra (hasta 1918), de Rómulo Gallegos y José Antonio Ramos Sucre (hasta 1930), de Enrique Bernardo Núñez, Pedro Emilio Coll, Manuel Díaz Rodríguez. Pero al final de los años cuarenta, don Mario pareció tropezar otra vez con la misma piedra, al aceptar por poco tiempo la Embajada en Colombia que le ofreció el gobierno militar. Para nosotros, jóvenes e impetuosos opositores de la dictadura “desde el primer momento de su ser natural”, ese era un error imperdonable en un hombre que, se pensaba, había lavado con el general Medina Angarita las manchas que había dejado en su piel el gomecismo. Nuestra generación no cesaba de interrogarse en los términos en que alguna vez lo hicimos evocando a Augusto Mijares: ¿cómo era posible que hombres como Don Mario, ya sin la excusa de su juventud pudiese colaborar con un gobierno dictatorial, no supiesen hacer el fácil distingo entre democracia y dictadura?


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Atribuir todo esto a un simple ‘‘error’’ político o incluso a una contradicción insalvable entre la doctrina y la acción, lo mantendría reducido al ámbito personal y sólo serviría para concluir con generalidades como aquella de ‘‘la primera piedra’’. En verdad, ese es un problema insoluble si no se abandona el cerrado campo individual donde está sólo el hombre con su conciencia. Porque aún si fuese cosa de culpables e inocentes, la pregunta subsiste: ¿Cómo es posible que hombres cuyo democratismo ha sido demostrado una y otra vez (estoy pensando, además de Briceño Iragorry, en Guillermo Meneses, en Alberto Arvelo Torrealba) hayan colaborado (si bien es verdad que en poco número o por corto tiempo) con el gobierno militar? ¿Un simple desliz personal? La explicación a todo eso la avanzábamos hace algunos años en una reflexión sobre el 18 de octubre de 1945. Es lo que hemos llamado ‘‘la gran división’’ que enfrentó a dos tendencias democráticas, así como en el siglo XIX se habían cortado una de la otra para enfrentarse con furia cainita, liberales-liberales y liberales-conservadores. Algo parecido sucedió en los años cuarenta (del siglo veinte, como del otro) y se ahondó a partir del 18 de octubre. Allí, la dialéctica de vencedores y vencidos que se impuso después de aquella fecha, y la debilidad de la sociedad para imponer en términos reales el respeto de la disidencia, llevó a la unión heteróclita de gente (militar y civil) que en una circunstancia más normal, donde no hubiesen sido sometidos a la cruel escogencia de la espada y la pared, hubieran sido adversarios y hasta enemigos. Lo que alguna vez pudimos llegar a considerar una inconsecuencia o cuando menos un desliz, adquiere así, sin por ello obviar la responsabilidad personal, un sentido colectivo que explica mejor la tragedia de una generación. Cuya fractura, de ímpetu y modos que luego se consideró canibalescos, atrajo sobre la sociedad venezolana mayores males de los que hubiese producido un personalísimo cambio de chaqueta como tantos ha visto la petite histoire. En el caso particular de Mario Briceño Iragorry, esta acción tan condenada en su momento (entre otros por nosotros mismos) dio pie para una rectificación que a la vez se convirtió en una imperecedera lección de moral ciudadana.


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De eso nos ocuparemos al final, pero antes debemos hablar de lo que en cierta forma, formaba parte del prejuicio contra Don Mario, y que para muchos explicaba su apoyo al gomecismo: su apasionada militancia católica. Algo que para la Venezuela liberal y francmasónica que nos legó el Ilustre Americano, traducía beatería ultramontana y conservatismo extremo, casi en el límite de Joseph de Maistre y de Charles Maurras. Pero las cosas no suelen ser tan simples en historia: la militancia democrática de Mario Briceño Iragorry en el otoño de su vida, puede haber sido algo más que una respuesta inmediata a un estímulo circunstancial, y provenir del fondo de su formación cristiana. Porque para el anticlericalismo tradicional y comecuras, catolicismo quiere decir sobre todo intolerancia, misoneísmo, hogueras inquisitoriales. Pero hurgando en la historia de la vida de Mario Briceño Iragorry, me entero de que en un momento de su vida, junto con Caracciolo Parra León y Renato Esteva Ríos “entró en religión” como se dice cuando se ingresa en el clero regular. Los tres formaron en Venezuela el grupo laico de la orden de los franciscanos. Por lo general, se tiene de San Francisco de Asis una imagen de mansedumbre y es el ícono de la sociedad protectora de animales. Pero “el varón que tiene el corazón de lys”, como lo llamó Rubén Darío era mucho más que eso, y más subversivo, más peligroso, una real amenaza para el satisfecho, ventripotente, dominador establishement Católico, Apostólico y Romano y para la vieja alianza del trono y el altar. El Santo de Asís sostenía que no sólo la jerarquía, no sólo la Iglesia institucional sino la sociedad toda debía adoptar la vida pobre y humilde de Jesús y los pescadores que dejaron sus redes, barquichuelos y hasta sus vestidos y sandalias para irse a predicar descalzos la Buena Nueva. Queremos finalizar evocando un aspecto de la vida de Mario Briceño Iragorry que ha inclinado al respeto hasta a sus más encarnizados adversarios. Don Mario no sólo no vaciló en señalar sus propios errores, sino que su autocrítica no la concibió a la vieja manera hipócrita de esa doble moral que combina el rigorismo de palabra y la condenación del vecino, con la laxitud en la propia


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acción y sobre todo la autoexcusa, autocomplaciencia, autoconmiseración a que tan dados somos en América latina. Mario Briceño Iragorry nunca trató de ocultar, disimular y ni siquiera de justificar su participación en la administración gomecista. Tampoco dejó de considerar un error lo que otros no le atribuyeron como tal, empujado, obligado casi a hacerlo por la saña de sus adversarios, como fue la aceptación por breve tiempo de un cargo diplomático en el régimen militar que suplantó a Rómulo Gallegos. Su viril actitud posterior de enfrentamiento a la dictadura tuvo siempre ese hermoso espíritu de autocrítica: no quiero que los jóvenes caigan en los errores que fueron los míos. Y nada hacemos con predicarlo, si no actuamos en consecuencia. Como Fray Ejemplo es el mejor predicador, Mario Briceño Iragorry, a sus años, con su historia, sus merecimientos pero también con sus achaques, con ese corazón que tan poco lo ayudaba desde la caja de su pecho, se echó a la calle a enfrentar la dictadura. Y debió no sólo exiliarse, sino soportar también la agresión física en alguna calle española. Con eso, Don Mario dio uno de los mejores ejemplos de la conducta y la condición del intelectual. En un país donde la memoria tiende a ser tan corta, en un país donde pronto todo se perdona, en un país donde se puede ser inmoral y contar más tarde con que la unción del voto popular te lave de tus pecados, Mario Briceño Iragorry rechazó esa puerta abierta de par en par. Escogió, por el contrario, la puerta estrecha de la autocrítica. Que tampoco fue un simple complacerse en lloriqueos sobre sus errores de juventud, sino en ponerse a la cabeza de las grandes rectificaciones populares. Por eso, el recuerdo del treinta de noviembre de 1952, una de las fechas proceras de la democracia venezolana, estará siempre ligado al nombre de Mario Briceño Iragorry. El anterior debía ser el último párrafo de esta disertación. Pero de pronto nos vino a la memoria un texto de Don Mario y que no es (o no es sólo) la mala intención lo que nos lleva a pensar que es la causa de su execración por parte de quienes están contagiados de lo que en otra parte hemos llamado “la peste militar”. Lo citaremos letra por letra para cerrar estas palabras:


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Somos de la tierra que dio a Bolívar, es título que muchos creen suficiente para presentarse a la consideración del mundo. Más o menos lo mismo de quienes se creen mejores que otros diz que por descender de un conde o un marqués, sin pensar que bien pueden ser ellos unos degenerados sifilíticos o unos pobres diablos víctimas del alcoholismo.

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La declaración de la Independencia absoluta de Venezuela como acción teórico-política Carole Leal Curiel (*)

El 19 de abril de 1810 se produce en Caracas el primer establecimiento exitoso en la América hispana de una Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII1. Quince meses y catorce días después, la mayor parte de las provincias que conformaban la antigua Capitanía General de Venezuela, declararon su Independencia absoluta, el desconocimiento de Fernando VII, el de las Cortes de Cádiz y el de la suerte que siguiera la España invadida por las tropas de Napoleón Bonaparte. El 5 de julio de 1811, los diputados de las provincias unidas de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo, en nombre de Dios y “a nombre y con la voluntad y autoridad que tenemos del virtuoso pueblo de Venezuela, declaramos solemnemente al mundo que sus Provincias Unidas son, y deben ser desde hoy, de hecho y de derecho, Estados libres, soberanos e independientes y que están absueltos de toda sumisión y dependencia de la Corona de España o de los que se dicen o dijeren sus apodera-

(*) Historiadora, Directora del Instituto de Investigaciones ‘‘Bolivarium’’ USB. 1. En el sentido de que no fue derrocada como fue el caso de la Junta instalada en Quito en 10 de agosto de 1809 y su desenlace que tanta repercusión tendría para la radicalización venezolana. Sobre la Junta Suprema de Quito véanse los trabajos del profesor Demetrio Ramos, Entre el Plata y Bogotá: cuatro claves de la emancipación ecuatoriana, Madrid, Ediciones de la Cultura Hispánica, 1978; de Marie-Danielle Demélas e Yves Saint-Geours, Jerusalén y Babilonia. Religión y política en el Ecuador, 1780-1880, Quito, Corporación Editorial Nacional-Ifea, 1988; y los de Jaime E. Rodríguez O., La revolución política durante la época de la independencia. El reino de Quito (1808-1822), Quito, Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editorial Nacional, 2006; “Las primeras elecciones constitucionales en el Reino de Quito, 1809-1814 y 1821-1822” en Montalbán, Nº 34, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2001, pp. 43-75; y “La antigua provincia de Guayaquil durante la época de la independencia, 1809-1820” en Jaime Rodríguez O. (coord.), Revolución, independencia y las nuevas naciones de América, Madrid, Fundación Mapfre/Tavera, 2005, pp. 511-556.


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dos o representantes…”2. Esta fue la primera declaratoria de Independencia absoluta que se dio en el continente hispanoamericano. No poca tinta ha corrido para describir, explicar, celebrar o justificar ese acto que tuvo lugar ese 5 de Julio de 1811. No poca tinta se ha dejado correr también para establecer que la citada declaratoria fue en realidad el resultado feliz logrado gracias a la presión ejercida por el club político de la Sociedad Patriótica de Caracas, club calificado por algunos escritores del siglo xix como “el guardián de la revolución”3. Es mi propósito aquí, aprovechando esta digna ocasión y con motivo de la proximidad de las fechas bicentenarias, revisar críticamente esa afirmación. Sostengo por el contrario y contra la muy extendida tesis que señala que fue por la presión ejercida por la Sociedad Patriótica que el Congreso de 1811 declaró la Independencia absoluta, que el debate sobre la posibilidad de declararla estaba ya presente desde el mismo momento cuando se instaló y juramentó el Congreso Conservador de los Derechos de Fernando VII, el día 2 de marzo

2. “Acta de declaración de la Independencia absoluta” en Congreso Constituyente de Venezuela, 18111812, Caracas, Ediciones del Congreso de la República, 1983, tomo i, pp. 273-277. 3. La afirmación de que la declaración de la Independencia absoluta se logró por efecto de la presión ejercida sobre el Constituyente de 1811 por la Sociedad Patriótica de Caracas pasó a constituirse en un aserto común dentro de la literatura histórica desde 1840 hasta el presente tal y como se recoge en las obras de Rafael María Baralt y Ramón Díaz, Resumen de la historia de Venezuela desde el año de 1797 hasta 1830, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1841/1939; Francisco Javier Yánes, Compendio de la historia de Venezuela, Caracas, Academia Nacional de la Historia-Elite, 1840/1944; Felipe Larrazábal, Bolívar, Caracas, Ediciones Centauro, edición modificada con prólogo y notas de Rufino Blanco Fombona, 1863/1975; Juan Vicente González, “El primer Congreso de Venezuela y la Sociedad Patriótica”, publicación especial de la Revista Nacional de Cultura, Caracas, Ministerio de Educación, 1865/1954; Arístides Rojas, Los hermanos Muñoz Tébar, Caracas, Imprenta Nacional, 1889; José Gil Fortoul, Historia constitucional de Venezuela, Caracas, Ediciones Sales, tomo i, 1907/1964; Lino Duarte Level, Historia patria, Caracas, Tipografía Americana, 1911; Gabriel E. Muñoz, Monteverde: cuatro años de historia patria (1812-1816), Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1909/1987; Caracciolo Parra Pérez, Historia de la Primera República, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1939/1959; Héctor Parra Márquez, Francisco Espejo, Caracas Ediciones Presidentes de la República, 1940/1954; Francisco Encina, Bolívar y la independencia de la América española: la primera república de Venezuela. Bosquejo psicológico de Bolívar, Santiago de Chile, Editorial Nascimento, 1958; José Rafael Fortique, Vicente Salias, Maracaibo, Editorial Universitaria de La Universidad del Zulia, 1969; José Luis Salcedo-Bastardo, Historia fundamental de Venezuela, Caracas, Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Imprenta Universitaria, 1970; Guillermo Morón, Historia de Venezuela, Caracas, Ediciones Británica, tomo v, 1971, al igual que lo hace la primera edición del Diccionario de Historia de Venezuela, Caracas, Fundación Polar, tomo iii, 1988.


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de 1811. Sostengo entonces que la declaratoria de independencia absoluta fue en realidad el resultado de un debate teórico que tuvo lugar en ese Congreso para el cual la supuesta presión que ejerciera el club político de la Sociedad Patriótica de Caracas sobre el Congreso, poco o nada tuvo que ver directamente con tal decisión. Esta afirmación merece algunas aclaratorias preliminares en lo que se refiere al origen de la influencia que se le ha atribuido a esa Sociedad para lograr la declaratoria de la Independencia absoluta. Considero que se han confundido las percepciones que se tuvieron en la época sobre el “jacobinismo” de la Sociedad Patriótica con el resultado de esa declaratoria. Tal confusión tiene un doble origen: uno histórico, otro historiográfico. En cuanto al histórico, es necesario precisar a qué correspondieron en su momento las apreciaciones sobre el jacobinismo de la Sociedad Patriótica: ¿a qué se referían los agentes históricos de la época cuando acusaban de jacobinos a los miembros de la Sociedad Patriótica? La imputación de jacobinismo que, en efecto, sí se le atribuyó reiteradamente a ese club se relacionó en aquel entonces a dos tipos de juicios: 1. El primero, procedente de voceros monárquicos quienes coincidieron en señalar que la Sociedad no sólo era un “abominable club”, de origen francés, o con un número considerable de franceses entre sus miembros y con estrecha afinidad con el “club de los Jacobinos de Francia”, sino que además el propósito de ese club era alcanzar la Independencia y la libertad absolutas4. Las denuncias provenientes de los portavoces monárquico expresan lo que Elena Plaza ha llamado en algunos de sus trabajos el “miedo francés”5,

4. Véanse José Domingo Díaz, Recuerdos de la rebelión de Caracas, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1829/1961; Memorias del Regente Heredia, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1895/1986; Robert Semple, Bosquejo actual del estado de Caracas incluyendo un viaje por La Victoria y Valencia hasta Puerto Cabello, reproducido en Tres europeos de la Primera República (1808-1814), Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, Colección Viajeros y Legionarios, 1812/1974, pp. 1-89; Relación documentada sobre el origen y progreso del trastorno de las provincias de Venezuela de don Pedro de Urquinaona, Madrid, en la Imprenta Nueva, calle de la Concepción, 1820, reedición de 1917 con prólogo de Rufino Blanco Fombona, España, Editorial América, pp. 185-190; y M. Peltier en L’Ambigu ou variétés litteraires et politiques, 1812, cccxvi, p. 39. 5. Elena Plaza, “El miedo a la ilustración en la Provincia de Caracas (1790-1810)”, Anuario de Estudios Bolivarianos, Nº 1, Caracas, Instituto de Investigaciones Históricas-Bolivarium, Universidad Simón Bolívar, 1990, pp. 249-288.


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esto es, el miedo a la posibilidad del establecimiento de una república –en­ tendida ya para ese entonces como una forma de gobierno opuesta a la monárquica– y en particular al miedo de lo que significó el período del Terror de la Revolución Francesa. En ese sentido tales acusaciones son expresión de una particular interpretación que se produce en aquella época en torno al peligro que constituía la posibilidad de edificar una república, y en especial, una república siguiendo el modelo francés. Una interpretación que, por lo demás, será la que posteriormente se traslade a la historiografía del siglo pero transformada a la luz de la buena recepción que el liberalismo decimonónico hizo del modelo francés y de la necesidad de emparentar los orígenes entre ambas revoluciones. 2. El segundo juicio sobre el jacobinismo de la Sociedad Patriótica procede del ámbito republicano y se produce una vez que ya había sido declarada la Independencia absoluta. Esta segunda valoración se inscribe, a diferencia de la anterior, en el marco de dirimir las diferencias en las maneras de concebir la igualdad en una república, lo que a su vez reavivó en su momento el problema del miedo francés constituido por lo que se interpretó en aquel entonces como la peligrosa “democracia quimérica” que defendía la Sociedad 6. Durante el período de lo que constituyó nuestro primer ensayo republicano, la amenaza jacobina de la Sociedad Patriótica se presenta en dos vertientes: la de inclinación monárquica en cuyo caso el miedo es al establecimiento de una república o a la ruptura con la forma monárquica de gobierno y es ésta la que vincula el jacobinismo de la Sociedad con la supuesta presión que ella ejerciera sobre el Congreso para declarar la Independencia absoluta. La otra vertiente concierne al ámbito republicano, esto es, a la amenaza democrática que constituía la defensa de una igualdad absoluta en la república, o lo que François-Xavier Guerra llamó el “republicanismo igualitario”7. Esta segunda no guarda relación alguna con la supuesta presión de la Sociedad sobre el Congreso. Aunque ambas coexistieron de manera simultánea, fue la litera-

6. Véase sobre este debate Gaceta de Caracas de 17 de noviembre y 6 de diciembre de 1811, Caracas, edición facsímil de la Academia Nacional de la Historia, tomo ii, 1983. 7. François-Xavier Guerra, “La identidad republicana en la época de la Independencia” en G. Sánchez Gómez y M.E. Wills Obregón, Museo, memoria y nación, Bogotá, Ministerio de la Cultura, Museo Nacional de Colombia, Universidad Nacional de Colombia, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, pp. 254-283.


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tura histórica del siglo xix la que posteriormente se encargó de conectarlas y establecer una articulación ficticia entre ambas al tiempo que desdibujó la inicial connotación negativa –tanto la monárquica como republicana– del jacobinismo de la Sociedad, transformándolo en la virtud que posibilitó la Independencia8. En lo que concierne a la historiografía es sobre la base de esas dos apreciaciones que ésta fue reelaborando dos ideas centrales que han perdurado hasta el presente: la imagen de la Sociedad Patriótica como la guardiana de la revolución y la del primer Constituyente de 1811 como un congreso “débil” y “timorato”9. Esa transformación historiográfica que corre de 1840 en adelante se estructura al menos sobre tres elementos que, abusando de la paciencia de ustedes, me permitiré enumerar: 1. Primero, convierte la percepción que se tuvo en la época sobre el jacobinismo de la Sociedad, reduciendo la complejidad de las tensiones presentes en aquel período que estuvieron vinculadas a otros temores (el miedo a la república y el miedo a la igualdad absoluta) a una mera tensión entre la Sociedad y el Congreso en torno a la urgencia de la primera para declarar la Independencia absoluta en oposición a la supuesta “timidez” del Congreso para llevarla a cabo. Sobre ese contraste se construye la idea de la “presión” y la creencia de que la Independencia absoluta fue lograda gracias a ella.

8. Carole Leal Curiel, “Tensiones republicanas: De patriotas, aristócratas y demócratas. El club de la Sociedad Patriótica de Caracas” en Guillermo Palacios (coordinador), Ensayos sobre la nueva historia política de América Latina, Siglo xix, México, El Colegio de México, pp. 231-263. 9. Las diferentes elaboraciones que se han dado desde el siglo xix hasta el xx sobre la relación tensa entre el Constituyente de 1811 y la Sociedad Patriótica se fueron sedimentando sobre distintas capas interpretativas que se constituyeron de acuerdo a la siguiente secuencia: primero, la desaparición gradual de la connotación negativa del jacobinismo inicial tanto del proveniente de los voceros monárquicos como del que se originó en el ámbito de los debates republicanos; segundo, el jacobinismo, ahora connotado positivamente, se asoció a la idea de guardián de la revolución; tercero, el jacobinismo guardián se contrapuso a la debilidad intrínseca de un hombres timoratos alojados en el seno del Congreso; cuarto, se leyeron las tensiones inherentes entre la Sociedad “jacobina” y el Congreso “timorato y débil” –esto es las relativas a la manera de concebir la igualdad en la república– como un problema de las diferencias en la manera de ordenar el arreglo político de la república en torno al centralismo-federalismo; y, por último, se señaló que la Sociedad Patriótica era un club derivado de la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía que había instituido la Junta Suprema de Venezuela el 14 de agosto de 1810; sociedad por cierto que en realidad terminaría comenzando sus actividades el 23 de febrero de 1812, según lo registra la Gaceta de Caracas del 25 de febrero de 1812.


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2. Segundo, asume como supuesto, por efecto de la simplificación que se terminó haciendo con esa contraposición Sociedad-Congreso, la existencia de dos bloques sin fisuras; desconociendo, por ejemplo, que hubo miembros de la Sociedad Patriótica que no compartieron la premura con respecto a la declaratoria de la Independencia, así como hubo miembros del Congreso, que no siendo socios de la Sociedad, sí consideraron necesaria la declaratoria inmediata. 3. Y por último, desatiende y obvia la complejidad del debate que tuvo lugar en el seno del Congreso, soslayando cómo se fue fraguando la necesidad de la Independencia absoluta, la lógica argumental que llevó a ella y las resignificaciones que se produjeron en las maneras de concebir la soberanía, la libertad y la independencia política. De la evolución e implicaciones de ese debate me ocupo en adelante. ¿Cómo fue que en realidad se llegó a esa declaratoria?, ¿cuál fue la lógica de ese debate? ¿Cómo fue que buena parte de las provincias de la antigua Capitanía General de Venezuela se declararon en abierta ruptura con España, sancionando constitucionalmente una república federal, popular, representativa?, ¿cómo fue que se desarrolló el proceso de deliberación intelectual entre los 45 diputados del Constituyente de 1811, de los cuales apenas el 15% eran socios de la Sociedad Patriótica? Con estas interrogantes en mente paso a examinar cómo se desarrolló el proceso teórico, argumental y discursivo que culminó con la declaratoria de la Independencia absoluta del día 5 de julio de 1811. Para ello debe tenerse presente que lo que hasta ahora conocemos del debate sobre la Independencia son las sesiones que se trascribieron una vez que el Congreso logró subsanar la carencia de taquígrafo, lo que ocurrió hacia finales del mes de mayo de 181110; de allí que las actas in extenso que están hoy en día a nuestra disposición llevan fecha del 5 de junio en adelante. No obstante esa carencia el debate sobre la

10. Ver decreto-anuncio publicado por orden del Congreso en la Gaceta de Caracas de 14 de mayo de 1811. Por lo que, hasta prueba en contrario, lo que se puede reconstruir de ese debate parte del hecho de que el tema de la Independencia no aparece sino hasta el mes de junio. Antes de esa fecha (meses marzo, abril y mayo) sólo disponemos de un resumen de las sesiones a través del cual sólo se puede precisar que durante esos meses ya se había iniciado la discusión en torno a la Confederación, amén de detalles puntuales de organización y nombramientos. Téngase presente que hasta el Reglamento provisional de la división de poderes está extraviado.


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Independencia absoluta, tanto en el seno del Congreso como fuera de él, se había iniciado mucho antes del mes de junio de ese año. Al menos así parecen ponerlo en evidencia tres datos clave: · Primero, la idea de independencia ya está presente en la fórmula del sagrado juramento que prestaron los diputados durante la ceremonia de instalación del Congreso, el 2 de marzo de 1811, en la cual se asentó la promesa de conservar y defender los derechos de “la patria” “y los del señor Don Fernando, sin la menor relación o influjo con la de Francia; independientes de toda forma de gobierno de la Península de España; sin otra representación que la que reside en el Congreso General de Venezuela”. Asimismo el juramento comprometió a los diputados a oponerse a cualquier dominación que pretendiera ejercer “Soberanía en estos países o impedir su absoluta y legítima independencia, cuando la confederación de sus Provincias la juzgara conveniente”11. Ese juramento es en sí un indicio del desplazamiento significativo que se ha producido en la idea misma de independencia: entre los derechos de la “patria” se señala el derecho de acordar, si se juzga conveniente, la absoluta independencia, lo cual revela una radical ruptura con los argumentos que se habían esgrimido durante el año de 1810 que afirmaban la autonomía provisional del nuevo gobierno y el ejercicio interino de la soberanía de Fernando VII hasta que, en caso de que España se salvara, se restituiría a la obediencia del “gobierno constituido sobre bases legítimas” con el voto de los españoles de ambos hemisferios. · Segundo, las intervenciones de algunos diputados durante la sesión del 2 de julio de 1811 señalan las varias veces que “esa Asamblea” había tocado el tema de la declaratoria de la independencia absoluta12. · Y por último, se ha de tener presente que el famoso discurso que la Sociedad Patriótica redirigió al Congreso el 4 de julio de 1811, exigiendo la inmediata declaratoria de la independencia absoluta, había sido original-

11. “Acta de instalación del Congreso”, 2 de marzo de 1811 en Gaceta de Caracas, 5 de marzo de 1811, Caracas, edición facsímil de la Academia Nacional de la Historia, tomo ii. 12. Congreso Constituyente, 1811-1812, Caracas, Ediciones del Congreso de la República, 1982, tomo i, pp. 93-105.


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mente redactado el 29 de mayo de 181113, y si se examina su contenido puede notarse allí que los miembros de ese club político refutan, una a una, las objeciones que desde el Congreso habían venido empleándose con respecto a la posibilidad de declarar o no la Independencia absoluta, lo que nos muestra que son objeciones discutidas en el Congreso antes de esa fecha de mayo. Estos tres elementos son indicios de que el tema venía debatiéndose tanto dentro como fuera del Congreso desde marzo de 1811. ¿Cómo se llega entonces, en y desde el Congreso, a la declaratoria de la Independencia absoluta? Si se examinan los debates del constituyente que tuvieron lugar entre el 5 de junio y el 5 de julio de 1811 (que son las actas que tenemos a nuestro alcance), podremos observar que la secuencia argumental converge esencialmente sobre tres ejes temáticos: el que transcurre en torno a la división de la provincia de Caracas; el que concierne a la naturaleza del pacto o contrato político, esto es, la disputa en torno al status quo; y el relativo al problema del origen del nuevo pacto o contrato político, es decir, el referido al “derecho de regresión de los pueblos” o el derecho de la retroversión de la soberanía, que es el debate durante el cual se produjo el definitivo deslizamiento y posterior ruptura entre la compresión de la soberanía como depósito de los derechos del rey cautivo y la soberanía en propiedad de los pueblos. La cuestión sobre la división de la provincia de Caracas tal vez constituye una de las disputas más extensa de ese tiempo. Fue larga, provocó copiosas intervenciones y para darnos una dimensión numérica de su importancia y peso, dio lugar tan sólo entre el 5 y 28 de junio de 1811 a siete sesiones centradas en ese tema14. Esa polémica se inserta en el seno de la reflexión política de esa época en torno al republicanismo, dentro de la cual tuvo cabida la preocupación sobre cómo evitar la usurpación y el despotismo,

13. El Patriota de Venezuela, Nº 2, 1811 en Testimonios de la época emancipadora, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1961, pp. 313-325. 14. Congreso Constituyente, 1811-1812, op. cit., tomo i, sesiones del 5, 11, 12, 20, 25 y 27 de junio de 1811, pp. 18-86.


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tema por demás crucial, por la inevitable asociación entre el tamaño de las repúblicas y los despotismos y las formas de gobiernos que mejor aseguraran la libertad, una reflexión producto, como bien lo ha señalado Judith Shklar, de la recepción teórica del nuevo republicanismo que representó Montesquieu para el siglo xviii15. Y es justamente en el contexto de razonar sobre las formas de gobierno que mejor convenían a la libertad que se va tendiendo gradualmente hacia el virulento antimonarquismo que caracteriza al Constituyente de 1811; un antimonarquismo que concibió la república popular y representativa como la única forma posible para la convivencia en libertad, pero que introdujo tensiones en el seno de ese proceso en torno a las maneras de concebir la igualdad en la forma de gobierno republicana16. A la postura antimonarquista le fue consustancial la idea de la libertad e Independencia políticas. Lo que puso en juego esa discusión fue si la división de la provincia de Caracas era consecuencia de la Confederación o si debía tenerse la división como un requisito previo para suscribir el pacto federal. Este debate es el que mejor ilustra cómo la reflexión sobre las condiciones de ese pacto conducen hacia la Independencia absoluta, pues el tema planteó interpretaciones encontradas sobre la naturaleza del nuevo pacto y, como consecuencia de ello se planteó el problema de considerar cuál era el estatus de los pueblos que, una vez rompieran los lazos que le unían a la monarquía, debían suscribir el nuevo contrato. La discusión derivó hacia dos posturas: por un lado, quienes abogaron por considerar a los “pueblos” como “partes desprendidas de la Monarquía” que ahora pasaban a formar un nuevo Estado y por consiguiente se concibió al Congreso como una reunión compuesta de diputados de todos los pueblos para determinar la forma de gobierno que más les conviniera, esto es, los pueblos considerados como partes desprendidas de España y “dueños de sí mismos para ligarse de nuevo como quisiesen”, como en esa oportunidad abogó, por ejemplo, el diputado Fernando de Peñalver17; una concepción que 15. Judith Shklar, “Montesquieu and the new Republicanism” en G. Bock, Q. Skinner y M. Viroli (editores), Machiavelli and Republicanism, Cambridge, Cambridge University Press, 1993, pp. 265279. 16. Leal Curiel, “Tensiones republicanas…”, op. cit. 17. Congreso Constituyente, 1811-1812, op. cit., tomo i, sesión de 18 de junio de 1811, pp. 36-44.


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puso de relieve, no sólo la amenaza despótica que representaba el tamaño de la provincia de Caracas (recuérdese que ella sola tenía 24 de los 45 diputados) y por lo tanto la eventual usurpación que podría ejercer sobre el resto de las provincias a confederarse; sino también, y vinculado a lo anterior, una idea de pacto confederal o federal sustentada tanto en las experiencias históricas de las antiguas confederaciones como en la idea de las repúblicas federadas que había recuperado el “nuevo republicanismo” de Montesquieu, para el cual el tamaño de las repúblicas era el punto sustantivo de equilibrio político y garantía para conservar la libertad. La segunda postura, que fue la que prevaleció en esas sesiones, defiendió la idea de que debía preservarse el status quo preexistente, esto es, el de las provincias en tanto pueblos constituidos bajo el orden anterior y no “como una asociación en masa de pueblos inconstituidos”, pues ese estatus no sólo daba razón del principio de derecho público de las naciones –el uti posedetis juri– como canon político para el reconocimiento de la Confederación a modo de nación soberana, sino que además las provincias “al prestar juramento constitucional” habían prometido defender tanto los intereses generales de la Confederación naciente como los particulares de cada provincia, lo cual “no sería entonces conforme al principio de informidad”. Lo que subyace tras este segundo enfoque, a diferencia del anterior, es otra forma de imaginar las maneras de instituir controles al riesgo del despotismo y usurpación que nada tiene que ver con el tamaño del territorio, y en consecuencia, otra manera de pensar el arreglo federal, una más próxima al modelo de los angloamericanos del norte como bien lo ilustra la intervención que sobre ese particular punto hizo el diputado Juan Germán Roscio al abogar a favor de de las ventajas del sistema federativo “tan conocidas por la experiencia de los Estados Unidos de la América del Norte”, y señalar que aún cuando “no fue ésta la opinión de Montesquieu, también es cierto que ya otro célebre escritor moderno nos ha dicho que la corregiría si resucitase, obligado del ejemplo de los Anglo-americanos”18. Obsérvese entonces cómo el debate sobre la división de la provincia de Caracas, que había tomado el derrotero sobre la condición o estatus de los pueblos que suscribirían el nuevo pacto, condujo entonces a precisar el significado del

18. Congreso Constituyente 1811-1812, op. cit., tomo i, sesión de 20 de junio de 1811, pp. 51-65 (aquí p. 50).


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pacto. Obsérvese también cómo a través de esa polémica van emergiendo dos modos de pensar la organización de la república y cómo la deliberación sobre ella es al mismo tiempo una reflexión sobre la libertad y sobre el autogobierno como sinónimo de independencia. Y es justamente en el contexto de esa disputa en torno al status quo cuando se produjo la reflexión sobre el origen de la retroversión de la soberanía. El tema del “derecho de regresión” suscitó un acalorado debate que se expresó en dos tipos de razonamientos: la de aquellos diputados que argumentaron que había sido el presidio de Fernando vii en Bayona lo que daba origen a la ruptura de los lazos que ligaban las provincias con la monarquía y, en consecuencia, se le interpretó como el “principio de la independencia de la Nación española”, puesto que la prisión y las secuelas que de ella se derivaban contenían la renuncia por la que había quedado “acéfalo el cuerpo político” y ponía “a los pueblos en la necesidad de formar un gobierno adecuado para repeler a los enemigos y establecer su felicidad, que son los objetos de toda asociación política”. La prisión planteaba, de acuerdo a las leyes del reino –argumentó Francisco Javier Yánes en la oportunidad–, un conflicto de soberanía y en esa situación la “soberanía debía volver por un derecho de regresión al mismo pueblo”; de allí que hayan sido los efectos de ella las “que sancionaron nuestra libertad e Independencia”19. A contracorriente de esa interpretación, otros diputados entre quienes destacan Juan Germán Roscio y Francisco de Miranda, contra argumentaron que el principio de la independencia no se debía a la prisión de Fernando VII sino a “la vergonzosa abdicación de este en Bayona”, la cual “privó y debió privar de todos sus derechos a la casa de Borbón”. Fue la “perfidia” de Fernando quien vendió su casa a un tirano, la razón por la cual los pueblos de ambos hemisferios “entraron en posesión absoluta de sus derechos e independencia política”. Por lo que esa abdicación es “el principio de nuestra Independencia” y por ello tocaba exclusivamente a “este Cuerpo Soberano, constituido libre y legítimamente” darse “la forma de gobierno que debe hacernos prósperos y felices; la independencia es su fin y los poderes de los representantes indicarán el momento que deba decidirla”20.

19. Congreso Constituyente 1811-1812, op. cit., tomo i, sesión de 25 de junio de 1811, pp. 66-77. 20. Idem.


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Dos aspectos van a sellar entonces el viraje decisivo en el debate sobre la Independencia: el primero de ellos lo constituye el hecho de que las argumentaciones esgrimidas en torno al problema del origen de la ruptura de los lazos políticos –o la retroversión de la soberanía– se desvinculan del contractualismo que había predominado en las deliberaciones anteriores, supeditándose de allí en adelante al problema de la Independencia: la abdicación de Fernando vii emerge, a la luz de ese preciso intercambio que tuvo lugar entre algunos diputados, como razón suficiente y necesaria de la Independencia política. El segundo aspecto concierne al debate en sí sobre la retroversión de la soberanía, el cual a su vez sella un desplazamiento en la inflexión sobre la idea de soberanía. Ese Congreso Constituyente, que el 2 de marzo de 1811 se había juramentado como cuerpo conservador de los derechos de Fernando VII, ha venido deslizándose progresivamente de una concepción tradicional de la retroversión de la soberanía al pueblo ante la acefalía del reino la cual supone, como muy bien lo ha distinguido José María Portillo, una soberanía en depósito, hacia la idea de una soberanía en tanto atributo propio del Congreso. Entre ambas hay diferencias significativas. La primera implica la capacidad de detentar la tutela, el uso y la administración sin el derecho de alterar el ordenamiento político vigente; la segunda, supone la atribución de un nuevo sujeto político con el derecho y capacidad de constituir un nuevo ordenamiento político21. Este deslizamiento, que es argumental y semántico, se va a fijar a través de la aserción: “la Independencia no sólo de hecho sino de derecho”, es decir, la necesidad de establecer su declaratoria en atención a las convenciones jurídico-políticas disponibles en la época. La discusión posterior que tuvo lugar el 3 y 5 de julio, resumió lo que ya se venía debatiendo desde meses atrás y se concentró, por una parte, en escudriñar y refutar las dudas que aún se albergaban; y por la otra, en suscribir legalmente lo que ya era una posesión por la vía del raciocinio y la vía de los hechos, y en la admisión de la necesidad de ser independientes por derecho, esto es, para decirlo con palabras de Roscio “en no ser dependientes de ninguna nación extranjera” a fin de ser reconocidos en el orden internacional como nación soberana y así disipar el estado de ambigüedad política en el que se estaba.

21. José María Portillo, Crisis atlántica. Autonomía e independencia en la crisis de la monarquía hispana, Madrid, Fundación Carolina, Centro de Estudios Hispánicos e Iberoamericanos, Marcial Pons, 2006, pp. 53-60.


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Para finalizar sólo quiero llamar la atención de ustedes sobre la manera cómo se concatenaron esos tres ejes temáticos que he mencionado y cómo estos revelan que la declaratoria de la Independencia absoluta se inserta primero en una lógica argumental de carácter contractualista (el debate sobre la naturaleza del pacto y sus derivados, la división de la provincia de Caracas y el consecuente problema de la relación entre tamaño de la república-pacto federal, la naturaleza, alcance y significado de la representación, etc.), la cual va resbalando paulatinamente hacia otra lógica de argumentos en la que predomina la razón de la libertad y, como consecuencia de ella, la de la Independencia absoluta en el sentido empleado por Roscio: “no ser dependientes de ninguna nación extranjera”. Para este tránsito fue decisiva la lucha de interpretaciones en torno a la causa de la acefalía del reino como origen de la retroversión de la soberanía a los pueblos; interpretaciones que marcaron un nuevo rumbo en el paso que hay entre la noción de soberanía interina o como depósito a una concepción de soberanía como atributo propio del Congreso. El papel que se le ha atribuido al club de la Sociedad Patriótica en lo que se refiere a su actuación, decisiva según muchos, para el logro de la Independencia absoluta poco tuvo que ver, por no decir nada, con lo que ocurrió durante las deliberaciones del Constituyente de 1811. La declaración de la Independencia absoluta constituyó sin duda alguna una de las polémicas más importantes de aquel momento, aunque no la única. Y cierto es que esa sociabilidad política, al igual que otros clubes de su tiempo, no escapó a ese debate como tampoco a otros. Ni duda cabe que la Sociedad Patriótica tenía en mente el proyecto de la Independencia absoluta como bien lo ilustran tanto su simbólica de “inspiración” francesa (árboles de libertad, gorros frigios, transparencias, etc.) como sus escandalosos actos públicos de sistemática destrucción de las alegorías monárquicas al intentar ahogar los retratos del rey en el río Guaire, gritar “vivas a la Independencia” y “mueras a la monarquía”22. Pero es necesario precisar que no eran los únicos que la pretendían y, además, recordar que tampoco poseían las condiciones, ni políticas ni jurídicas, para su respectivo establecimiento.

22. Sobre la simbólica de la Sociedad Patriótica y sus actos públicos véase Carole Leal Curiel, “Tertulia de dos ciudades: modernismo tardío y formas de sociabilidad política en Venezuela” en François-Xavier Guerra y Annick Lempérière (coordinadores), Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos xviii-xix, México, Fondo de Cultura Económica-Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, 1998, pp. 168-195.


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Si algo revelan las sesiones del Constituyente de ese año es que a través de ellas se expresaron unas tensiones de otra naturaleza entre diversos miembros del Congreso (fuesen o no miembros de la Sociedad Patriótica); tensiones, además, que expresaron acentos e inflexiones en las interpretaciones sobre la naturaleza del contrato, la representación, la libertad, la tiranía, la república y la soberanía. Antes de terminar, y aprovechando la ocasión de la proximidad de las fechas bicentenarias, me tomo la licencia de recordar nuestra responsabilidad política, histórica, social y moral en la reflexión y revisión crítica de nuestro proceso emancipador y de la posterior consolidación del proyecto de la república de Venezuela, más en unos tiempos en que las bases de nuestra república están seriamente amenazadas. Los próceres civiles de aquel Constituyente de 1811, de la mal llamada “república aérea”, nos legaron las posibilidades de la libertad que hicieron posible la república. Nos corresponde a nosotros defenderlas y mantenerlas. Muchas gracias.ß


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Premio Nacional de Historia Francisco González Guinán Antonio García Ponce (*)

Señor Don Elías Pino Iturrieta Director de la Academia Nacional de la Historia Honorables Individuos de Número de la Academia Familiares y amigos Señoras y señores. No tengo palabras para expresar mi emoción por haber recibido el Premio Nacional de Historia ‘‘Francisco González Guinán’’ 2009. Gracias al jurado, gracias a los doctores Pino, Leal y Rodríguez Campos. Gracias a la corporación. Lo recibo con alegría, en medio de un sentimiento que me abruma y me hace despertar una cierta vacilación al creerme débil y poco facultado ante semejante e inmensa distinción. Por tal motivo, todo amago de vanidad queda al instante decapitado y sustituido por un impulso de obligación que parece superior a mis fuerzas, como es la de insistir sin fatiga en la investigación y estudio de nuestro pasado. De los 15.000, ó 17.000 años de existencia de la especie humana en el territorio hoy llamado Venezuela, y que los docentes dividen en tiempo prehispánico, tiempo colonial, tiempo y gesta de independencia y tiempo republicano desde 1830 hasta el presente, todos esos períodos atraen con fuerza al historiador. Pienso que uno de los trabajos que más influyó en el otorgamiento del premio

(*) Historiador, profesor de la UCAB.


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‘‘Francisco González Guinán’’ 2009, creo yo, fue el que redacté para conocer la Venezuela colonial, y quizás eso me impele a dedicar en el futuro lo mejor de mi tiempo a esos años en que este suelo fue el asiento de provincias de la monarquía española. El momento es propicio, aunque lleno de dificultades. Ayudan hoy a la labor histórica los progresos alcanzados en las últimas décadas. Tomo como muestra de ese nuevo aliento a cuatro autores y sus obras, a saber, Antoinette Da Prato-Perelli, nacida en Suiza y casi venezolana por adopción. Su trabajo en cuatro tomos titulado Las encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII sirve para responder a aquella exigencia que hace medio siglo expresó Miguel Acosta Saignes cuando dijo, en tono exigente, que el tema de las encomiendas era, cito, ‘‘un problema que no podrá verse como una totalidad, sino cuando existan trabajos regionales que nos permitan concluir con generalizaciones que hasta ahora han sido el motivo de muchos de los trabajos publicados, algunos de los cuales aun siendo excelentes sufren del vacío de las informaciones regionales concretas.’’. Ricardo Ignacio Castillo Hidalgo, Premio Nacional de Historia ‘‘Francisco González Guinán’’ 2003, autor de un sólido trabajo titulado Asentamiento español y articulación interétnica en Cumaná, (1560-1620), donde expone rasgos peculiares a esa región. Robert J. Ferry, de la Universidad de California, pero con muchos años de investigación en Venezuela. Su libro The Colonial Elite of Early Caracas: Formation & Crisis 1567-1767, editado por esa universidad norteamericana en 1989, merece su traducción y publicación en Venezuela, porque muestra con abundancia de datos una imagen más seria, real y completa de lo que significó el cacao y la actuación de la nobleza criolla en aquellos dos siglos, circunstancia que debe ser entendida a fondo para ubicar en sus justos términos la raíz del movimiento separatista que se inició en Caracas hace 200 años menos 4 meses y 9 días. Y, por último, Dora Dávila, cuyo libro La sociedad esclava en la Provincia de Venezuela, 1790-1800 (Solicitudes de libertad -Selección documental), se aleja del estereotipo y nos introduce en esos matices tan llamativos que surgen de las casi mil solicitudes de libertad y peticiones de cambio de dueño, litigadas por los esclavos negros, únicamente en aquel lapso de 10 años, y que reposan en los archivos de esta Academia, y que ella apenas rasguña en 61 casos.


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Para tan ingente tarea, de la que sólo hemos dado una ligera insinuación, tienen que conjugarse diversos factores. Primero, un trabajo en equipo, sobre todo imprescindible en desenmarañar los quince milenios de la etapa prehispánica, mediante el concurso de historiadores, arqueólogos, antropólogos, etnólogos, paleoantropólogos, lingüistas y hasta genetistas, pues el aporte de estos últimos mediante las técnicas de localización del ADN mitocondrial ayudan a crear mapas veraces del poblamiento antiquísimo; a lo que hay que agregar la colaboración para los siglos siguientes, de sociólogos, demógrafos, economistas y genealogistas. Segundo, librarse definitivamente del romanticismo decimonónico y del corset asfixiante de la aplicación a machamartillo de la interpretación materialista de la historia, que hace ya muchos años el gran filósofo ruso Nicolás Berdiaiev (1874-1948), fundador en 1920 de la Academia Libre de la Cultura Espiritual y encerrado un tiempo en la Lubianka y luego expulsado a perpetuidad de su país, caracterizó del modo siguiente, cito: ‘‘En la concepción del materialismo económico, el proceso histórico queda definitivamente privado de toda alma; nada posee ya un alma, un misterio íntimo, una vida misteriosa interior. Esta puesta en cuestión de lo sagrado lleva a la conclusión de que la única realidad genuina en el curso de la historia es el proceso de la producción económica material y de que las formas económicas a que da lugar constituyen la única realidad verdadera, ontológica, primaria; lo demás es sólo un derivado, un reflejo, una superestructura; la totalidad de la vida religiosa, espiritual, la totalidad del arte y de la vida humana sólo son reverberación, reflejo, no realidad genuina’’. ( Cf. El sentido de la historia). Y tercero, incorporar a nuestras investigaciones ese instrumento mágico que es la tecnología del ordenador. Los minuciosos estudios de la académica Ermila Troconis de Veracoechea sobre los censos, capellanías y obras pías, por ejemplo, pasados y ordenados por el tamiz de una base de datos, estoy seguro que desmontaría en definitiva la aseveración según la cual se sostiene que la Iglesia fue el banco y factor financiero principal de la Colonia y se la caricaturiza por medio de la clásica visión del prestamista de vientre hinchado y mirada torva. Y así, servirían también de punto de partida numerosas recopilaciones recogidas hasta ahora, como la interesante muestra de la académica Marianela Ponce sobre los juicios de residencia. En ese mismo orden de ideas, me pregunto, ¿no es posible repetir en nuestro medio los trabajos de reconstitución automática de familias de los siglos anteriores, tal como lo explican Pierre Beauchamp y colaboradores de


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la Universidad de Montreal, en artículo publicado por la revista Population en 1977? Aquí me detengo. Disculpen si la euforia de la premiación me ha puesto a divagar. Dijimos que el momento es propicio, pero no debe olvidarse que vivimos tiempos difíciles. Y si nos empeñamos en hacer algo útil, es necesario marchar contra corriente. Pero, así es la historia. Como lo dijo el gran historiador Pierre Vilar, la historia humana es una combinación entre los males que acarrea la voluntad de actuar como potencia, y la impotencia que exhiben las buenas voluntades.


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Geohistoria de la Sensibilidad en Venezuela, una contribución a conocer las maravillas de una Tierra de Gracia José Alberto Olivar (*)

Pedro Cunill Grau, individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, geógrafo por excelencia de las maravillas naturales de nuestro país, ha obsequiado a su patria adoptiva una de sus más recientes obras: Geohistoria de la Sensibilidad en Venezuela. En esta oportunidad y continuando la brecha abierta en su monumental Geografía del Poblamiento Venezolano del siglo XIX, el Dr. Cunill nos ofrece un fabuloso recorrido visual por las diferentes formas, usos y costumbres de un país lleno de contrastes y de una rica diversidad natural, rodeada de míticos placeres que deslumbraron a los navegantes castellanos. Los dos tomos de Geohistoria de la Sensibilidad en Venezuela, cuidadosamente diagramados y editados por la Fundación Empresas Polar, atrapa de inmediato el interés del lector desprevenido por la gran cantidad de grabados, mapas, fotografías e ilustraciones especialmente seleccionadas de la sección de libros raros de la Biblioteca Nacional. Con esta obra, el autor marca un nuevo hito en sus estudios al descifrar a través de la geografía de la percepción las profundas transformaciones paisajísticas ocasionadas inicialmente por los “rechazos, afectos y temores” exteriorizados por los conquistadores europeos y luego continuado por sus descendientes criollos hasta convertirse en un modo de depredación ambiental que incidió en la destrucción o agotamiento de algunos recursos naturales aquí resguardados.

(*) Profesor del Instituto Pedagógico de Caracas.


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Cunill comienza su libro preguntándose ¿Qué llamó la atención de los descubridores? ¿En realidad qué fue lo que descubrieron aquellos fatigados exploradores? En su opinión, el hombre mediterráneo, descubrió la belleza de la criatura humana en su máximo esplendor. Toca a América y queda alucinado al ver la belleza del cuerpo de quienes los recibieron, así como la fragancia que emanaba de sus poros. Se trataba del olor fresco y aromatizante de la naturaleza, nunca antes percibido con delicia por los recién llegados. Otros impactos fueron la sensualidad de sus formas y movimientos corporales. Pese a estos maravillosos descubrimientos, los castellanos llegan cargados de intolerancia y se dedican a profanar sitios sagrados para los naturales, donde depositaban las ofrendas destinadas a sus dioses. Por medio del lenguaje gestual, los invasores se enteran de la existencia de templos bañados en oro, la codicia se desenfrena y no se dan cuenta de las elevadas manifestaciones artísticas resguardas en aquellos recintos. Una de ellas sería esa especie de “Roma Pajiza” que se muestra ante sus ojos. Es el templo de Escuque. Aún así lo destruyen buscando saciar su sed de oro. Pero no todo eran piedras preciosas lo que movía el afán conquistador. En las capitulaciones suscritas entre la corona y los navegantes, aparecen instrucciones inusuales. Los monstruos también fueron objetos codiciados, para así contrastar la fealdad de aquellos con la vanidad egocentrista de la corte. De seguidas estuvo el interés por la explotación de las perlas de la ínsula de Cubagua. Reinas y reyes frecuentemente pedían al tesorero real, el envío de las mejores perlas para lucirlas ante sus súbditos e invitados especiales. Aquel torbellino de sensibilidades llega a mostrar afición por el exotismo de los animales hasta ese momento desconocidos, como por ejemplo la guacamaya con su llamativo colorido, la piel bellamente pincelada de los felinos, en fin la búsqueda de mascotas únicas en su especie. El petróleo, dios y demonio de nuestro tiempo contemporáneo, también fue objeto de atención por el conquistador. No como fuente de energía sino como elemento medicinal. “Juana la Loca, pedía barcos llenos de excremento del diablo para calmar su mal de gota” dice Cunill. Y así como este, cientos de productos medicinales procedentes de la Tierra de Gracia surcaron el Océano Atlántico para curar los males físicos de la Europa medieval.


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Las recurrentes enfermedades venéreas tuvieron como antídoto: el palo santo especialmente extraído del territorio que hoy es Venezuela. La zarzaparrilla, el guayacán, el tabaco, la vainilla, el bálsamo, eran otros de los productos fuertemente demandados en ultramar. En suma, Cunill Grau señala que más de cuatrocientos productos conformaron el primer inventario de exportaciones registradas en la historia comercial de Venezuela. Si se comparan con los modestos cuatro productos de origen chileno demandados en el exterior, rápidamente se pone en evidencia la diversidad del atractivo mercantil que tuvo Venezuela a lo largo de trescientos años de dominio colonial. Ofreciendo mucho más que cacao, añil y cueros, tal como no lo ha referido la historiografía tradicional. Una parte considerable de aquellas maravillas naturales fueron agotadas o destruidas por el instinto de superioridad cultivada por los conquistadores extranjeros. Aún así, Venezuela ha dado al mundo lo mejor de sus riquezas naturales, ofreciendo olores, gustos, bellezas, flores y frutos para el disfrute de propios y extraños, sin mezquindad y acaso con la ingenuidad que le da ser un país excepcional en medio del mundo. Por todo ello esta nueva obra llena de sensibilidad geohistórica, escrita por el Dr. Cunill Grau, calificada en los círculos literarios extranjeros como el libro más bello del mundo –no podía ser para menos– busca contribuir a potenciar el interés por la protección de nuestro patrimonio ambiental, incentivando además a los investigadores a orientar sus estudios en torno a novedosos temas relacionados con los atributos alimenticios, medicinales y aromatizantes que forman parte de la historia cultural de Venezuela. Con ello se recuperaría una gran herencia legada por viajeros, cronistas y misioneros en cuyos testimonios documentales y pictográficos reflejaron su particular percepción acerca del paraíso terrenal que entonces comenzaban a recorrer.


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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

LA EPOPEYA DE CASANARE Adolfo Rodríguez (*)

En las 300 páginas de su libro La Participación de Casanare en la Independencia 1809-1819 (Bogotá, Colombia: Panamericana Formas e Impresos S. A., 2005), Héctor Publio Pérez Ángel hace el registro de la gesta independentista en los Llanos neogranadinos. No es épica, sino cuidadoso examen de la documentación primaria con el recurso del método de investigación histórica cualitativa. Consciente de la necesidad de enfoques totalizadores, comienza HPPA por ofrecer una imagen del espacio geo-histórico, diciendo de Casanare como esa Provincia de los Llanos que, a partir de 1660, la conforman los Llanos de San Martín, con su cabecera en San Juan de los Llanos; los Llanos de Casanare con su capital en Santiago de las Atalayas y una jurisdicción que abarca el Airico de Macaguane, los Llanos del sur del Meta hasta el río Vichada y parte del territorio de Barraguán, fronterizo al río Orinoco. Base territorial de una idiosincrasia e identidad que fue decisiva en la orientación independentista y libertaria de sus habitantes. Así como un sentimiento autonomista que emana de esa fuerza social del regionalismo, cuya definición deja HPPA al historiador Javier Ocampo López. Asociación de las grandes extensiones planas “con la esencia de la libertad”, sumada a un sentido de pertenencia que los hace sentirse “dueños de nada por tener todo el Llano”. Mas el aporte de los jesuitas: “la concepción individualista de la propiedad privada” y un caudillismo local, que, para HPPA, resulta del bandolerismo generado por la represión colonial.

(*) Historiador.


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Destaca Pérez Ángel el conocimiento del medio por parte de los llaneros, su eficaz enfrentamiento al mismo así como alianza con él para oponerse a invasores. Una dinámica que Restrepo y Cachi-Ortegón (citados por el autor) señalan. Horizonte de amor y muerte al decir de Zapata Olivella. Modo de ser y actuar patentizado en ecosistema de guerrillas, que se instituye en “contra-Estado”, de acuerdo con Eduardo Pérez en su libro “La Guerra Irregular de la Independencia”. Con lo cual la región se incorpora al alzamiento insurreccional comunero de 1781 y en movimientos pre-revolucionarios hacia 1809 y 1810 con el martirologio de jóvenes apoyados por el bajo clero, hasta fraguar en escenario decisivo de la reacción contra el dominio hispano y participación en la primera guerra civil de la naciente República. Todo bajo liderazgos regionales significativos o llanerotes como les dicen a los que prefiero llamar héroes étnicos. Tales fueron Fray Ignacio Mariño, Francisco Olmedilla, Juan Nepomuceno Moreno, Ramón Nonato Pérez y Juan Galea, entre otros. Con aportes como el de Mariño logrando la incorporación de indígenas a la causa independentista. Capital insurreccional que no se arredra ante la caída de la primera república y la incruenta actuación de Morillo como “pacificador” desde 1815. De donde la resistencia llanera con Ricaurte este mismo año en Banco de Chire con “un arranque característico de la caballería llanera” y el triunfo en Mata de Miel, mas la conversión de Casanare en refugio de patriotas, uno de ellos Santander con Serviez, no obstante el deseo del presidente de la agonizante república José Fernando Madrid, de que se buscasen al sur. En Pore partidas conforman tres columnas comandadas por Santander y Serviez, Moreno y Miguel Valdez. Y deviene Casanare en “último reducto de la libertad granadina como apunta el historiador Cayo Leonidas Peñuela y primera región en desalojar al ejército realista. Explicando HPPA que el gobierno de Santa Fe impone medidas exterminadoras contra la población llanera. Política que conduce a numerosos sacrificios: “Casanare fue la Provincia que tuvo un mayor numero de victimas”. Pueblos, sementeras, hatos arrasados. Hay dispersión. Miguel Valdés exhorta a la unión y se constituye un pequeño estado bajo la dirección del pamplonés Fernando Serrano, Santan-


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der como comandante General y Urdaneta y Serviez Consejeros de Estado. Aunque persisten desavenencias entre granadinos y venezolanos, Santander renuncia y lo reemplaza José A Páez, quien disuelve aquel breve esfuerzo organizativo. Aunque ya en 1817 no hay tropas realistas en la región, explicando el historiador Eduardo Pérez Ochoa que se congregaron “todos los rebeldes irregulares en un ejército compacto que se esparció mas allá del territorio granadino”. El combate del Tocaría inaugura las acciones defensivas y definitivas de los rebeldes casanareños del Llano” con numerosas bajas del enemigo. Seguido de la derrota del realista Barreiro en abril de 1819, intentando invadir la provincia. Y Morillo es derrotado en las Queseras del Medio. Confesando al rey este general que “aquellos hombres no era una gavilla de cobardes poco numerosa como me habían informado, sino tropas organizadas que podían competir con los mejores de su majestad el rey”. HPPA menciona numerosos hechos dignos de la epopeya como el asalto a la salina de Chita por Nonato Pérez. Hechos que animan a otras provincias ante la demostración de Casanare logrando su independencia “sin ayuda de nadie”. Y Bolívar columbrando allí la esperanza de la redención granadina. Por lo cual destina a Santander hacia allá. Y emprende éste la tarea de atraerse compatriotas para la libertad de la Nueva Granada, sin que deje de expresar reticencias ante los que llama “malandrines follones venezolanos”, que incomoda a Páez. No obstante lo cual, priva el buen genio y la disposición de Santander a someterse a la jefatura de Bolívar. De lo cual resulta la organización de aquella energía casanareña, anotando HPPA que Santander “hace importantes a todos los sectores de la Provincia, comprende muy bien la idiosincrasia llanera para poder encontrar el apoyo que se necesitaba. Así va organizando además del aparato militar, un estado político y económico en la región”. Poniendo a prueba “sus capacidades de estratega militar, de jurista visionario y de administrador” acota HPPA. Santander ratifica a Moreno como gobernador designado por Páez. Pero insiste en reclamar fuerzas casanareñas que acompañan a éste, manifestando la paradoja de que “la miserable Casanare auxilie al opulento Apure”.


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Expresa el mismo Santander que su guía era la justicia como “regulador cierto”, no dejando de manifestar su lamento por “esa rivalidad que se nota entre granadinos y venezolanos en Casanare”. Y expresa su empeño en contribuir con “cuanto pueda para que olvidemos todo, y no formemos sino una sola familia, que está empeñada en ganar la independencia”. Acuña una moneda e informa a Bolívar, mientras se ocupa de captura de caballos, armamento, alimentación de la tropa, aprovechamiento de indígenas para construir cuarteles y como guías y política de austeridad, hasta el punto de que “en menos de dos meses…tenia ya diferenciado el departamento civil, el de finanzas, animando a sus funcionarios” (158) y controladas las discordias. El 18 de diciembre declara a Pore capital de la República para dirigir los negocios públicos de la federación. Y encarga a Moreno la caballería llanera. Reconocimiento de un potencial étnico que lo entusiasma y el 17 de marzo de 1818 proclama: “No soy yo, sois vosotros los que habéis realizado, dóciles, obedientes y animados de un patriotismo puro, muy poco he tenido que poner de mi parte” (158). Admiración a tal neoetnicidad que le hace decir, en sus Memorias, que “diez llaneros eran capaces de acometer a 100 soldados a pesar de la disciplina y de la moral con que este jefe (Barreiro) había inspirado a sus tropas”. Explica Pérez Ángel que por encima de “las adversidades, los habitantes de Casanare ya habían decidido hacer la guerra sin dar paso atrás… inclusive antes de llegar el mismo General Santander”. Procuró asimismo, Santander, un sitio estratégico ubicado a la orilla derecha del Meta, para un parque de reserva y la comunicación con Bolívar. La organización del ejército incluyó la preparación de Los Guías de Casanare, que integraban llaneros baquianos que dirigieron exitosamente el ejército libertador. Sobre el sistema de guerrillas advierte a Arredondo para que “en ningún extremo comprometa acción alguna con fuerzas superiores bajo la más estricta responsabilidad”.


NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

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Previsiones que le permiten anunciar el 18 de enero de 1819 a Zea, Presidente del Congreso del Gobierno de Venezuela, que “La América Latina será libre e independiente’’. Preparándose así al hostigamiento realista, que arrecia con la invasión de Barreiro. De tal modo que hasta los elementos del medio fueron previstos, dejando al paso de los invasores novillos cerreros, difíciles de capturar, amén del invierno y el sistema de guerrillas. De no permanecer en Casanare enfrentando la acometida real, y desacatar la orden del Libertador de replegarse a Mantecal, quizá Barreiro habría ocupado la zona. Respuestas de abril del 1819 determinantes para la inminente Campaña Libertadora que culmina con el Paso de los Andes y las decisivas batallas de Pantano de Vargas y Boyacá. Gracias al apoderamiento de puntos claves como La Salina, Paya y el Valle de Tenza, en manos realistas. Ese mes de abril escribe Santander a Bolívar que “La justicia exige que yo manifiesta a VE, y al mundo el interés y el entusiasmo de los habitantes de Casanare por su independencia, todos los llaneros han vencido al enemigo con fuerza, y han llegado al ejercito sin ser llamados,… Casanare es digno de la libertad pues la ha comprado a bien caro precio”. Enterado Bolívar de las exitosas operaciones le escribe: “Doy a U. las gracias por todos estos sucesos que son preliminares seguros de otros más completos y decisivos”. En proclama del 24 de mayo a los granadinos informa Santander que “la intrépida vanguardia de un poderoso ejército llanero marcha bajo mis órdenes a despedazar vuestras cadenas”. Explicará en sus Memorias que después de Pantano de Vargas “los llaneros habían arrebatado una victoria que parecía segura al enemigo. Desde aquel día las tropas realistas perdieron toda su confianza y se pudo vaticinar cual seria el éxito final de la campaña”.


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NOTAS BIBLIOGRテ:ICAS

vida de la academia

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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

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VIDA DE LA ACADEMIA (octubre, noviembre, diciembre)

· Sesión Especial de la Academia Venezolana de la Lengua, Academia Nacional de la Historia y la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, con motivo de la presentación del libro Historia de un Camino. Biografía de D. Tomás Polanco Alcántara de Rodrigo Lares Bassa. Orador de Orden D. Rafael Arráiz Lucca, Individuo de Número de la Academia de la Lengua. El 19 de octubre. Lugar: Salón de Sesiones de la Academia Venezolana de la Lengua. Hora: 4:00 p.m. · Sesión Especial de la Academia Nacional de la Historia con motivo de la Conferencia José Gil Fortoul, titulada La declaración de la Independencia absoluta de Venezuela como acción teórico-política, a cargo de la Dra. Carole Leal Curiel. El 29 de octubre. Lugar: Salón de Sesiones. Hora: 11:30 a.m. · Sesión Solemne de la Academia Nacional de la Historia y la Academia Venezolana de la Lengua, con motivo del homenaje al Dr. Mario Briceño Iragorry. Orador Dr. Manuel Caballero Individuo de Numero de la Academia Nacional de la Historia. El 19 de noviembre. Lugar: Paraninfo del Palacio de las Academias. Hora: 11:30 a.m. · El Curador del Archivo del Libertador Héctor Bencomo Barrios, presentó un informe detallado respecto a los bocetos presentados por el Instituto Postal Telegráfico de Venezuela (Ipostel), con la finalidad de elaborar la emisión filatélica alusiva a los Símbolos Patrios. El 3 de diciembre. · En Sesión Ordinaria del 03 de diciembre se procedió a la elección del nuevo Individuo de Número para ocupar el Sillón Letra “Y”, vacante por el sensible fallecimiento de Don Virgilio Tosta, resultó electa la doctora María Elena González De Lucca.


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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

· Sesión Especial de la Academia Nacional de la Historia con motivo de la entrega del Premio Nacional de Historia Francisco González Guinán 2009 al historiador Dr. Antonio García Ponce. El 10 de diciembre. Lugar: Salón de Sesiones. Hora: 11:30 a.m.


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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

ÍNDICE


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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

ÍNDICE

Presentación.............................................................................................

3

ESTUDIOS Miguel Otero Silva. El periodismo en nivel literario. Julio Barroeta Lara

7

BICENTENARIO ‘‘Exposición sobre las prácticas y maquinaciones que condujeron la usurpación de la corona de España y los medios utilizados por Bonaparte para ejecutarla. Por Don Pedro Cevallos Primer Secretario de Estado de Su Majestad Católica Fernando VII’’’.......................................................

105

Grande alarma en 1810. Emilio A. Yanes...................................................

167

CONFERENCIAS Don Mario y el Diablo. Manuel Caballero................................................

177

CONFERENCIA JOSÉ GIL FORTOUL La declaración de la Independencia absoluta de Venezuela como acción teórico-política. Carole Leal Curiel.......................................................

191

Premio Nacional de Historia Francisco González Guinán. Antonio García Ponce...................................................................................................

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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS Geohistoria de la sensibilidad en Venezuela, una contribución a conocer las maravillas de una tierra de gracia. José Alberto Olivar...........................

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La epopeya de Casanare. Adolfo Rodríguez................................................

215

VIDA DE LA ACADEMIA Vida de la Academia.................................................................................

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aviso BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Serie Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela

Distribución:

Palacio de las Academias

Bolsa a San Francisco, planta baja. Distribuidora: Telf.: 482.27.06 Librería: Telf.: 482.73.22

De venta en la Academia Nacional de la Historia, Coordinación de Publicaciones, Palacio de las Academias, Bolsa a San Francisco, Teléfono 483.59.02 y en las librerías. Vol. 54:

Descubrimiento y conquista de Venezuela. Tomo I, Estudio preliminar de Joaquín Gabaldón Márquez.

Vol. 55:

Descubrimiento y conquista de Venezuela. Tomo II. Advertencia del compi‑ lador: Joaquín Gabaldón Márquez.

Vol. 56:

Tratado de Indias y el doctor Sepúlveda. Fray Bartolomé de las Casas. Estu‑ dio preliminar de Manuel Giménez Fernández.

Vol. 57:

Elegías de varones ilustres de Indias. Juan de Castellanos. Estudio preli­minar de Isaac J. Pardo.

Vol. 58:

Venezuela en los cronistas generales de Indias, Tomo I. Estudio preliminar de Carlos Felice Cardot.

Vol. 59:

Venezuela en los cronistas generales de Indias. Tomo II.

Vol. 60:

Arca de letras y teatro universal. Juan Antonio Navarrete. Estudio pre­liminar de José Antonio Calcaño.

Vol. 61.

Libro de la razón general de la Real Hacienda del depar­tamento de Caracas. José de Limonta. Estudio preliminar de Mario Briceño Perozo.

Vol. 62:

Recopilación historial de Venezuela. Fray Pedro de Aguado. Tomo I. Es­tudio preliminar de Guillermo Morón.

Vol. 63:

Recopilación historial de Venezuela. Fray Pedro de Aguado. Tomo II.

Vol. 64:

Actas del cabildo eclesiástico de Caracas. Tomo I. (1580‑1770). Estudio pre‑ liminar de Manuel Pérez Vila.

Vol. 65:

Actas del cabildo eclesiástico de Caracas. Tomo II (1771‑1808).

Vol. 66:

Noticias Historiales de Venezuela. Fray Pedro Simón. Edición restableci­da en su texto original, por vez primera por Demetrio Ramos Pérez, con Es‑ tudio preliminar y notas. Tomo I.

Vol. 67:

Noticias Historiales de Venezuela. Fray Pedro Simón. Tomo II. Idem, tam‑ bién anotado por Demetrio Ramos Pérez.

Vol. 68:

El Orinoco ilustrado. José Gumilla. Comentario preliminar de José Nucete Sardi y Estudio bibliográfico de Demetrio Ramos Pérez.


Vol. 69:

Los primeros historiadores de las misiones capuchinas en Venezuela. Presenta‑ ción y estudios preliminares sobre cada autor de P. Buenaventura de Carro‑ cera, O.F.M.

Vol. 70:

Relaciones geográficas de Venezuela durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Es‑ tudio preliminar y notas de Antonio Arellano Moreno.

Vol. 71:

Ensayo de historia americana. Felipe Salvador Gilij. Tomo I. Traducción y estudio preliminar de Antonio Tovar.

Vol. 72:

Ensayo de historia americana. Felipe Salvador Gilij. Tomo II.

Vol. 73:

Ensayo de historia americana. Felipe Salvador Gilij. Tomo III.

Vol. 74:

Documentos para la historia de la Iglesia colonial en Venezuela. Tomo I. Es‑ tudio preliminar y selección del Padre Guillermo Figuera.

Vol. 75:

Documentos para la historia de la Iglesia colonial en Venezuela. Tomo II.

Vol. 76:

Instrucción general y particular del estado pre­sente de la provincia de Vene‑ zuela en los años de 1720 y 1721. Pedro José de Olavarriaga. Estudio pre­ liminar de Mario Briceño Perozo.

Vol. 77:

Relato de las misiones de los padres de la Compañía de Jesús en las islas y en Tierra Firme de América Meridional. P. Pierre Pellaprat, S.J. Estudio preli­ minar del Padre José del Rey.

Vol. 78:

Conversión de Píritu. P. Matías Ruiz Blanco. Tratado histórico. P. Ramón Bueno. Estudio preliminar y notas de P. Fidel de Lejarza, O.F.M.

Vol. 79:

Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía de Jesús en Vene‑ zuela. Estudio preliminar del P. José del Rey S.J.

Vol. 80:

Protocolo del siglo XVI. Estudio preliminar de Agustín Millares Carlo.

Vol. 81:

Historia de la Nueva Andalucía. Fray Antonio Caulín. Tomo I. Estudio preliminar y edición crítica de P. Pablo Ojer, S.J.

Vol. 82:

Estudio de la Nueva Andalucía. Fray Antonio Caulín. Tomo II. (Texto y Notas).

Vol. 83:

Las Misiones de Píritu. Documentos para su historia. Selección y estudio preliminar de Lino Gómez Canedo, O.F.M. Tomo I.

Vol. 84:

Las Misiones de Píritu. Documentos para su historia. Tomo II.

Vol. 85:

Historia de la provincia de la Compañía de Jesús del Nuevo Reyno de Granada en la América. P. Joseph Cassani. S.J. Estudio preliminar y anotaciones al texto del P. José del Rey, S.J.

Vol. 86:

La historia del Mundo Nuevo. M. Girolano Benzoni. Traducción y No­tas de Marisa Vannini de Gerulewicz. Estudio preliminar de León Croizat.

Vol. 87:

Documentos para la historia de la educación en Venezuela. Estudio prelimi­ nar y compilación de Ildefonso Leal.

Vol. 88‑89‑90: Misión de los capuchinos en Cumaná. Estudio preliminar y documen­ tación seleccionada por el R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M., Cap. Caracas, 1968, 3 tomos. Vol. 91:

Historia documentada de los agustinos en Venezuela durante la época colo­nial. Estudio preliminar de Fernando Campo del Pozo, Agust.


Vol. 92:

Las instituciones militares venezolanas del período hispánico en los archivos. Selección y estudio preliminar de Santiago‑Gerardo Suárez.

Vol. 93:

Documentos para la historia económica en la época colonial, viajes e infor­mes. Selección y estudio preliminar de Antonio Arellano Moreno.

Vol. 94:

Escritos Varios. José Gumilla. Selección y estudio preliminar de José del Rey, S.J.

Vol. 95:

Documentos relativos a su visita pastoral de la dió­cesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro personal. Tomo I. Estudio prelimi­nar de Lino Gómez Canedo, O.F.M.

Vol. 96:

Documentos relativos a su visita pastoral de la dió­cesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro personal. Tomo II.

Vol. 97:

Documentos relativos a su visita pastoral de la dió­cesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro de inventarios. Tomo III.

Vol. 98:

Documentos relativos a su visita pastoral de la dió­cesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro de inventarios. Tomo IV.

Vol. 99:

Documentos relativos a su visita pastoral de la dió­cesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro de Providencias. Tomo V.

Vol.100: Documentos relativos a su visita pastoral de la dió­cesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Compendio de Juan José Guzmán. Tomo VI. Vol. 101: Documentos relativos a su visita pastoral de la dió­cesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Compendio de Juan José Guzmán, Tomo VII. Vol. 102: La Gobernación de Venezuela en el siglo XVII. José Llavador Mira. Vol. 103: Documentos para el estudio de los esclavos negros en Venezuela. Selección y estudio preliminar de Ermila Troconis de Veracoechea. Vol. 104: Materiales para la historia de las artes decorativas en Venezuela. Carlos E. Duarte. Vol. 105: Las obras pías en la Iglesia colonial venezolana. Selección y estudio pre­ liminar de Ermila Troconis de Veracoechea. Vol. 106: El real consulado de Caracas (1793‑ 1810). Manuel Nunes Días. Vol. 107: El ordenamiento militar de Indias. Selección y estudio preliminar de San­ tiago‑Gerardo Suárez. Vol. 108: Crónica de la provincia franciscana de Santa Cruz de la Española y Caracas. Estudio preliminar y notas de Odilio Gómez Parente, O.F.M. Vol. 109: Trinidad, Provincia de Venezuela. Jesse A. Noel. Vol. 110: Colón descubrió América del Sur en 1494. Juan Manzano Manzano. Vol. 111: Misión de los Capuchinos en los Llanos de Caracas: Introducción y resumen histórico documentos (1657‑1699) de R.P. Fray Buenaventura de Carrocera. O.F.M. Capuchino. Tomo I. Vol. 112: Misión de los Capuchinos en los Llanos de Caracas: Documentos (1700‑1750) de R. P. Fray Buenaventura de Carrocera. O.F.M. Capu‑ chino. Tomo II.


Vol. 113: Misión de los Capuchinos en los Llanos de Caracas: Documentos (17501820) de R. P. Fray Buenaventura de Carrocera. O.F.M. Capuchino. Tomo III. Vol. 114: Población de origen europeo de Coro en la época colonial. Pedro M. Arcaya. Vol. 115: Curazao hispánico (Antagonismo flamenco-español). Carlos Felice Cardot. Vol. 116: El mito de El Dorado. Su génesis y proceso. Demetrio Ramos Pérez. Vol. 117: Seis primeros obispos de la Iglesia venezolana en la época hispánica (1532­1600). Mons. Francisco Armando Maldonado. Vol. 118: Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía de Jesús en Vene‑ zuela (Tomo II). José del Rey Fajardo, S.J. Vol. 119: Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía de Jesús en Vene‑ zuela (Tomo III). José del Rey Fajardo, S.J. Vol. 120: Hernández de Serpa y su “Hueste” de l569 con destino a la Nueva Andalucía. Jesús María G. López Ruiz. Vol. 121: La Provincia Franciscana de Santa Cruz de Caracas. Cuerpo de documentos para su historia (1513‑1837). Selección, estudio preliminar, introduc­ciones especiales, edición y notas de Lino Gómez Canedo. Vol. 122: La Provincia Franciscana de Santa Cruz de Caracas. Cuerpo de documentos para su historia. Consolidación y expansión (1593‑1696). Selección, estu­dio preliminar, introducciones especiales, edición y notas de Lino Gómez Ca‑ nedo. Vol. 123: La Provincia Franciscana de Santa Cruz de Caracas. Cuerpo de documentos para su historia. Florecimiento, crisis y extinción (1703‑1837). Selección, estudio preliminar, introducciones especiales, edición y notas de Lino Gó‑ mez Canedo. Vol. 124: El sínodo diocesano de Santiago de León de Caracas de 1687. Valoración canónica del regio placet a las constituciones sinodales indianas. Tomo I. Manuel Gutiérrez de Arce. Vol. 125: Apéndices a el sínodo diocesano de Santiago de León de Caracas de 1687. Va‑ loración canónica del regio placet a las constituciones sinodales in­dianas. Tomo II. Manuel Gutiérrez de Arce. Vol. 126:

Estudios de historia venezolana. Demetrio Ramos Pérez.

Vol. 127: Los orígenes venezolanos (Ensayo sobre la colonización española en Venezue­la). Jules Humbert. Vol. 128: Materiales para la Historia Provincial de Aragua. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 129: El Oriente venezolano a mediados del siglo XVIII, a través de la visita del Gobernador Diguja. Alfonso F. González González. Vol. 130: Juicios de Residencia en la provincia de Venezuela. I. Los Welser. Estudio pre‑ liminar de Marianela Ponce de Behrens, Diana Rengifo y Letizia Vaccari de Venturini.


Vol. 131: Fortificación y Defensa. Santiago‑Gerardo Suárez. Vol. 132: Libros y Bibliotecas en Venezuela Colonial (1633‑1767) Siglo XVII (1633‑1699). Tomo I. Ildefonso Leal. Vol. 133: Libros y Bibliotecas en Venezuela Colonial (1633‑1767). Siglo XVII (1727‑1767). Tomo II. Ildefonso Leal. Vol. 134: Las acciones militares del Gobernador Ruy Fernández de Fuenmayor (1637‑1644). Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 135: El Régimen de “Las Gracias al Sacar” en Venezuela durante el período hispá­ nico. Tomo I. Santos Rodulfo Cortés. Vol. 136: El Régimen de “Las Gracias al Sacar” en Venezuela durante el período hispá­ nico. (Documentos anexos). Tomo II. Santos Rodulfo Cortés. Vol. 137: Las Fuerzas Armadas Venezolanas en la Colonia. Santiago-Gerardo Suárez. Vol. 138: La Pedagogía Jesuítica en la Venezuela Hispánica. José del Rey Fajardo S.J. Vol. 139: Misión de los Capuchinos en Guayana. Introducción y resumen histórico. Do‑ cumentos, (1682‑1785). Tomo I. R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M. Capuchino. Vol. 140: Misión de los Capuchinos en Guayana. Documentos (1760‑1785). Tomo II. R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M. Capuchino. Vol. 141: Misión de los Capuchinos en Guayana. Documentos (1785‑1819). Tomo III. R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M. Capuchino. Vol. 142: La defensa de la integridad territorial de Guayana en tiempos de Carlos III. María Consuelo Cal Martínez. Vol. 143: Los Mercedarios y la política y social de Caracas en los siglos XVII y XVIII. Tomo I. Lucas G. Castillo Lara. Vol. 144: Los Mercedarios y la vida política y social de Caracas en los siglos XVII y XVIII. Tomo II. Lucas G. Castillo Lara. Vol. 145: Juicios de Residencia en la Provincia de Venezuela. II. Juan Pérez de Tolosa y Juan de Villegas. Recopilación y estudio preliminar de Marianela Ponce y Letizia Vaccari de Venturini. Vol. 146: Las salinas de Araya y el origen de la Armada de Barlovento. Jesús Varela Marcos. Vol. 147: Los extranjeros con carta de naturaleza de las Indias, durante la segunda mitad del siglo XVIII. Juan M. Morales Alvarez. Vol. 148: Fray Pedro de Aguado: Lengua y Etnografía. María T. Vaquero de Ramírez. Vol. 149: Descripción exacta de la Provincia de Venezuela de Joseph Luis de Cisneros. Estudio preliminar de Pedro Grases. Vol. 150: Temas de Historia Colonial Venezolana. Mario Briceño Perozo. Vol. 151: Apuntes para la Historia Colonial de Barlovento. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 152: Los comuneros de Mérida (Estudio). Tomo I, Edición conmemorativa del bicentenario del movimiento comunero.


Vol. 153: Los censos en la Iglesia Colonial Venezolana (Sistema de préstamos a interés). Tomo I. Estudio preliminar y recopilación de Ermila Troconis de Vera‑ coechea. Vol. 154: Los censos en la iglesia Colonial Venezolana (Sistema de préstamos a interés). Tomo II. Recopilación de Gladis Veracoechea y Euclides Fuguett. Vol. 155: Los censos en la iglesia Colonial Venezolana (Sistema de préstamos a interés). Tomo III. Recopilación de Euclides Fuguett. Vol. 156: Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano. Tomo I. (A‑C). Ismael Silva Montañés. Vol. 157: La ocupación alemana de Venezuela en el siglo XVI. Período llamado de los Welser (1528‑1536) de Jules Humbert. Traducción y presentación de Ro­ berto Gabaldón. Vol. 158: Historia del periodismo y de la imprenta en Venezuela. Tulio Febres Cor‑ dero G. Vol. 159: Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano. Tomo II. (CH‑K). Ismael Sil­va Montañés. Vol. 160: Juicios de Residencia en la Provincia de Venezuela. I) Don Francisco Dávila Orejón Gastón (1673‑1677). Estudio introductorio, recopilación y selec‑ ción documental de Letizia Vaccari S.M. Vol. 161: Juicios de Residencia en la Provincia de Venezuela. II) Don Francisco Dávila Orejón Gastón (1673‑1677). Estudio introductorio, recopilación y selec‑ ción documental, de Letizia Vaccari S.M. Vol. 162: Juicios de Residencia en la Provincia de Venezuela. III) Don Francisco Dávila Orejón Gastón (1673‑1677). Estudio introductorio, recopilación y selec‑ ción documental de Letizia Vaccari S.M. Vol. 163: La aventura fundacional de los isleños. Panaquire y Juan Francisco de León. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 164: Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano. Tomo III (L‑P). Ismael Silva Montañés. Vol. 165: La unidad regional. Caracas‑La Guaira‑ Valles, de 1775 a 1825. Diana Ren‑ gifo. Vol. 166: Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano. Tomo IV (Q‑Z). Ismael Silva Montañés. Vol. 167: Materiales para el estudio de las relaciones inter‑étnicas en la Guajira, siglo XVIII. Documentos y mapas de P. Josefina Moreno y Alberto Tarazona. Vol. 168: El contrabando holandés en el Caribe durante la primera mitad del siglo XVIII. Tomo I. Celestino Andrés Araúz Monfante. Vol. 169: El contrabando holandés en el Caribe durante la primera mitad del siglo XVIII. Tomo II. Celestino Andrés Araúz Monfante. Vol. 170: Guayana y el Gobernador Centurión(1766-1776). María Isabel Martínez del Campo. Vol. 171: Las Milicias: Instituciones militares hispanoamericanas. Santiago‑Gerardo Suárez.


Vol. 172: San Sebastián de los Reyes. La ciudad trashumante. Tomo I. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 173: San Sebastián de los Reyes. La ciudad raigal. Tomo II. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 174: Los Ministros de la Audiencia de Caracas (1786‑1776). Caracterización de una élite burocrática del poder español en Venezuela. Alí Enrique López Bo‑ horquez. Vol. 175: El control de la gestión administrativa en el juicio de Residencia al Gobernador Manuel González Torres de Navarra. Tomo I. Marianela Ponce. Vol. 176: El control de la gestión administrativa en el juicio de Residencia al Gobernador Manuel González Torres de Navarra. Tomo II. Marianela Ponce. Vol. 177: El control de la gestión administrativa en el juicio de Residencia al Gobernador Manuel González Torres de Navarra. Tomo III. Marianela Ponce. Vol. 178: Historia de Colombia y de Venezuela. Desde sus orígenes hasta nuestros días. Jules Humbert. Traductor Roberto Gabaldón. Vol. 179: Noticias historiales de Nueva Barcelona de Fernando del Bastardo y Loayza. Estudio preliminar y notas, de Constantino Maradei Donato. Vol. 180: La implantación del impuesto del papel Sellado en Indias. María Luisa Mar‑ tínez de Salinas. Vol. 181: Raíces pobladoras del Táchira: Táriba, Guásimos (Palmira), Capacho. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 182: Temas de Historia Colonial Venezolana. Tomo II. Mario Briceño Perozo. Vol. 183: Historia de Barinas (1577‑1800). Tomo I. Virgilio Tosta. Vol. 184: El Regente Heredia o la piedad heroica. Mario Briceño-Iragorry. Presenta‑ ción de Tomás Polanco Alcántara. Vol. 185: La esclavitud indígena en Venezuela (siglo XVI). Morella A. Jiménez G. Vol. 186: Memorias del Regente Heredia. José Francisco Heredia. Prólogo de Blas Bruni Celli. Vol. 187: La Real Audiencia de Caracas en la Historiografía Venezolana (Mate‑ riales para su estudio). Presentación y selección de Alí Enrique López Bohorquez. Vol. 188: Familias coloniales de San Carlos, Tomo I (A‑H). Diego Jorge Herrera­Vegas. Vol. 189: Familias coloniales de San Carlos, Tomo II (I‑Z). Diego Jorge HerreraVegas. Vol. 190: Lenguas indígenas e indigenismos - Italia e Iberoamérica. 1492‑1866. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 191: Evolución histórica de la cartografía en Guayana y su significación en los dere‑ chos venezolanos sobre el Esequibo. Manuel Alberto Donis Ríos.


Vol. 192: Elementos historiales del San Cristóbal Colonial. El proceso formativo. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 193: La formación del latifundio ganadero en los Llanos de Apure: 1750‑1800. Adelina C. Rodríguez Mirabal. Vol. 194: Historia de Barinas (1800‑1863). Tomo II. Virgilio Tosta. Vol. 195: La visita de Joaquín Mosquera y Figueroa a la Real Audiencia de Caracas (1804‑1809). Conflictos internos y corrupción en la administración de justi‑ cia. Teresa Albornoz de López. Vol. 196: Ideología, desarrollo e interferencias del comercio caribeño durante el siglo XVII. Rafael Cartaya A. Vol. 197: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1538‑1810). Tomo I ‑Los Fundadores: Juan Maldonado y sus compañeros (1559). Rober­to Picón‑Parra. Vol. 198: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1538‑1810). Tomo II ‑Los fundadores: Juan Rodríguez Suárez y sus compañeros (1558). Rober­to Picón‑Parra. Vol. 199: Historia de Barinas(1864‑1892). Tomo III. Virgilio Tosta. Vol. 200: Las Reales Audiencias Indianas. Fuentes y Bibliografía. Santiago-Gerardo Suárez. Vol. 201: San Cristóbal, Siglo XVII. Tiempo de aleudar. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 202: Las Encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. 1688. Tomo I (Tras‑ lado y estudio preliminar). Antoinette Da Prato‑Perelli. Vol. 203: Las Encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. 1688. Tomo II (Tras‑ lado y estudio preliminar). Antoinette Da Prato‑Perelli. Vol. 204: Las Encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. 1688. Tomo III (Tras‑ lado y estudio preliminar). Antoinette Da Prato‑Perelli. Vol. 205: Las Encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. 1688. Tomo IV (Tras‑ lado y estudio preliminar). Antoinette Da Prato‑Perelli. Vol. 206: Simón Rodríguez maestro de escuela de primeras letras. Gustavo Adolfo Ruiz. Vol. 207: Linajes calaboceños. Jesús Loreto Loreto. Vol. 208: El discurso de la fidelidad. Construcción social del espacio como símbolo del poder regio (Venezuela siglo XVIII). Carole Leal Curiel. Vol. 209: Contribución al estudio de la “aristocracia territorial” en Venezuela colonial. La familia Xerez de Aristeguieta. Siglo XVIII. Elizabeth Ladera de Diez. Vol. 210: Capacho. Un pueblo de indios en la Jurisdicción de la Villa de San Cristóbal. Inés Cecilia Ferrero Kelleroff. Vol. 211: Juan de Castellanos. Estudios de las Elegías de Varones Ilustres. Isaac J. Pardo. Vol. 212: Historia de Barinas(1893‑1910). Tomo IV. Virgilio Tosta.


Vol. 213: La Nueva Segovia de Barquisimeto. Tomo I. Nieves Avellán de Tamayo. Vol. 214: La Nueva Segovia de Barquisimeto. Tomo II. Nieves Avellán de Tamayo. Vol. 215: El Régimen de la Encomienda en Barquisimeto colonial, 1530‑1810. Reinal‑ do Rojas. Vol. 216: Crítica y descolonización. El sujeto colonial en la cultura latinoamericana. Beatriz González Stephan y Lucía Helena Costigan (Coordinadoras). Vol. 217: Sobre Gobernadores y Residencias en la Provincia de Venezuela. (Siglos XVI, XVII, XVIII). Letizia Vaccari. Vol. 218: Paleografía Práctica (su aplicación en el estudio de los documentos históricos venezolanos). Antonio José González Antías y Guillermo Durand Gonzá‑ lez. Vol. 219: Tierra, gobierno local y actividad misionera en la comunidad indígena del Oriente venezolano: La visita a la Provincia de Cumaná de don Luis de Chávez y Mendoza (1783-1784). Antonio Ignacio Laserna Gaitán. Vol. 220: Miguel José Sanz. La realidad entre el mito y la leyenda. Lenín Molina Peña‑ loza. Vol. 221: Historia de Barinas (1911‑1928). Tomo V. Virgilio Tosta. Vol. 222: Curazao y la Costa de Caracas: Introducción al estudio del contrabando en la Provincia de Venezuela en tiempos de la Compañía Guipuzcoana 1730‑1780. Ramón Aizpúrua. Vol. 223: Configuración textual de la recopilación historial de Venezuela de Pedro Ague‑ do. José María Navarro. Vol. 224: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1558­-1810). Roberto Picón Parra (Tomo III). Vol. 225: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1558­-1810). Roberto Picón Parra (Tomo IV). Vol. 226: El ordenamiento jurídico y el ejercicio del derecho de libertad de los esclavos en la provincia de Venezuela 1730-1768. Marianela Ponce. Vol. 227: Los fiscales indianos origen y evolución del Ministerio Público. Santiago-Ge‑ rardo Suárez. Vol. 228: Misiones capuchinas en Perijá. Documentos para su Historia 1682‑1819. Tomo I. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 229: Historia social de la región de Barquisimeto en el tiempo histórico colonial 1530‑1810. Reinaldo Rojas. Vol. 230: Misiones capuchinas en Perijá. Documentos para su historia 1682‑1819. Tomo II. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 231: El Teniente Justicia Mayor en la Administración colonial venezolana. Gilber‑ to Quintero. Vol. 232: En la ciudad de El Tocuyo. Tomo I. Nieves Avellán de Tamayo. Vol. 233: En la ciudad de El Tocuyo. Tomo II. Nieves Avellán de Tamayo. Vol. 234: La conspiración de Gual y España y el ideario de la Independencia. Pedro Grases.


Vol. 235: Juan Picornell y la conspiración de Gual y España. Casto Fulgencio López. Vol. 236: Aportes documentales a la historia de la arquitectura del período hispánico venezolano. Carlos F. Duarte. Vol. 237: El mayorazgo de los Cornieles. Zulay Rojo. Vol. 238: La Venezuela que conoció Juan de Castellanos (S.XVI). Marco Aurelio Vila. Vol. 239: Nuestra Señora del Rosario de Perijá. Documentos para su historia. Tomo I. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 240: Nuestra Señora del Rosario de Perijá. Documentos para su historia. Tomo II. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 241: Nuestra Señora del Rosario de Perijá. Documentos para su historia. Tomo III. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 242: Testimonios de la visita de los oficiales franceses a Venezuela en 1783. Carlos Duarte. Vol. 243: Dos pueblos del sur de Aragua: La Purísima Concepción de Camatagua y Nuestra Señora del Carmen de Cura. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 244: Conquista espiritual de Tierra Firme. Rafael Fernández Heres. Vol. 245: El Mayorazgo del Padre Aristiguieta. Primera herencia del Libertador. Juan M. Morales. Vol. 246: De la soltería a la viudez. La condición jurídica de la mujer en la provincia de Venezuela en razón de su estado civil. Estudio preliminar y selección de textos legales. Marianela Ponce. Vol. 247: Las bibliotecas jesuíticas en la Venezuela colonial. Tomo I. José del Rey Fajar‑ do, S.J. Vol. 248: Las bibliotecas jesuíticas en la Venezuela colonial. Tomo II. José del Rey Fa‑ jardo, S.J. Vol. 249: Catecismos católicos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII), Tomo I. Compilación de los textos, notas y estudio preliminar de Rafael Fernán‑ dez Heres. Vol. 250: Catecismos católicos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII), Tomo II. Compilación de los textos, notas y estudio preliminar de Rafael Fernán‑ dez Heres. Vol. 251: Catecismos católicos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII), Tomo III. Compilación de los textos, notas y estudio preliminar de Rafael Fernández Heres. Vol. 252: Aristócratas, honor y subversión en la Venezuela del Siglo XVIII. Frédérique Langue. Vol. 253: Noticia del principio y progreso del establecimiento de las misiones de gentiles en río Orinoco, por la Compañía de Jesús. Agustín de Vega. Estudio intro‑ ductorio de José del Rey Fajardo, s.j. y Daniel Barandiarán. Vol. 254: Patrimonio hispánico venezolano perdido (con un apéndice sobre el arte de la sastrería). Carlos F. Duarte.


Vol. 255: Nortemar Aragüeño. Las querencias de Azul y Oro. Noticias coloniales de Cho‑ roní, Chuao y Zepe. Tomo I. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 256: Nortemar Aragüeño. Las querencias de Azul y Oro. Noticias coloniales de Cho‑ roní, Chuao y Zepe. Tomo II. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 257: Separación matrimonial y su proceso en la época colonial. Antonietta Josefina De Rogatis Restaino. Vol. 258: Niebla en las sierras. Los aborígenes de la región centro-norte de Venezuela 1550-1625. Horacio Biord. Vol. 259: Asentamiento español y articulación interétnica en Cumaná (1560-1620). Ricardo Ignacio Castillo Hidalgo. Vol. 260: Francisco de Miranda y su ruptura con España. Manuel Hernández Gonzá‑ lez. Vol. 261: De la Ermita de Ntra. Sra. Del Pilar de Zaragoza al convento de San Francis‑ co. Edda Samudio. Vol. 262: La República de las Letras en la Venezuela Colonial (la enseñanza de las Hu‑ manidades en los colegios jesuíticos). José del Rey Fajardo s.j. Vol. 263-264: La estirpe de las Rojas. Antonio Herrera Vaillant B. Vol. 265: La artesanía colonial en Mérida (1556-1700). Luis Alberto Ramírez Mén‑ dez. Vol. 266: El Cabildo de Caracas. Período de la colonia (1568-1810). Pedro Manuel Arcaya. Vol. 267: Nuevos aportes documentales a la historia de las artes en la provincia de Vene‑ zuela (período hispánico). Carlos R. Duarte. Vol. 268: A son de caja de guerra y voz de pregonero. Los Bandos de Buen Gobierno de Mérida. Venezuela 1770-1810. Edda O. Samudio y David J. Robinson.


BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Serie Fuentes para la Historia Republicana de Venezuela

Vol. 1 y 2: Autobiografía del general José Antonio Páez. Tomos I y II Vol. 3 y 4: Archivo del general José Antonio Páez. Tomos I y II Vol. 5:

Biografía del general José Antonio Páez. R.B. Cunningham.

Vol. 6:

Resumen de la vida militar y política del “ciudadano Esclarecido”, general José Antonio Páez. Tomás Michelena.

Vol. 7:

Memorias de Carmelo Fernández.

Vol. 8:

Escenas rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela. Ramón Páez.

Vol. 9:

Memorias de un oficial de la legión Británica. Campañas y Cruceros duran‑ te la Guerra de Emancipación Hispanoamericana. Richard Vowell.

Vol. 10:

Las sabanas de Barinas. Richard Vowell.

Vol. 11:

Las estadísticas de las provincias, en la época de Páez. Recopilación y prólogo de Antonio Arellano Moreno.

Vol. 12:

Las comadres de Caracas. John G. A. Willianson.

Vol. 13:

20 discursos sobre el general José Antonio Páez.

Vol. 14:

Páez visto por cinco historiadores.

Vol. 15:

Código Civil de 28 de octubre de 1862. Estudio preliminar de Gonzalo Parra Aranguren.

Vol. 16:

La Codificación de Páez. (Códigos de Comercio, Penal, de Enjuiciamiento y Procedimiento – 1862-63).

Vol. 17:

Juicios sobre la personalidad del general José Antonio Páez.

Vol. 18:

Historia Político-Eclesiástica de Venezuela (1830-1847). Tomo I. Gustavo Ocando Yamarte.

Vol. 19:

Historia Político-Eclesiástica de Venezuela (1830-1847). Tomo II. Gustavo Ocando Yamarte.

Vol. 20:

Páez, peregrino y proscripto (1848-1851). Rafael Ramón Castellanos.

Vol. 21:

Documentos para la historia de la vida de José Antonio Páez. Compilación, selección y notas de Manuel Pinto.

Vol. 22:

Estudios y discursos sobre el general Carlos Soublette.

Vol. 23:

Soublette y la prensa de su época. Estudio preliminar y compilación de Juan Bautista Querales.

Vol. 24:

Carlos Soublette: Correspondencia. Tomo I. Recopilación, introducción y notas de Ligia Delgado y Magaly Burguera.

Vol. 25:

Carlos Soublette: Correspondencia. Tomo II. Recopilación, introducción y notas de Ligia Delgado y Magaly Burguera.


Vol. 26:

Carlos Soublette: Correspondencia. Tomo III. Recopilación, introducción y notas de Ligia Delgado y Magaly Burguera.

Vol. 27:

La oposición Liberal en Oriente (Editoriales de “El Republicano”, 18441846): Compilación, introducción y notas de Manuel Pérez Vila.

Vol. 28:

Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Tomo I. Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D.

Vol. 29:

Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Tomo II. Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D.

Vol. 30:

Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Tomo III. Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D.

Vol. 31:

Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Tomo IV. Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D.

Vol. 32:

Opúsculo histórico de la revolución, desde el año 1858 a 1859. Prólogo de Joaquín Gabaldón Márquez.

Vol. 33:

La economía americana del primer cuarto del siglo XIX, vista a través de las memorias escritas por don Vicente Basadre, último Intendente de Venezuela. Manuel Lucena Salmoral.

Vol. 34:

El café y las ciudades en los Andes Venezolanos (1870-1930). Alicia Ardao.

Vol. 35:

La diplomacia de José María Rojas / 1873-1883. William Lane Harris. Tra‑ ducción: Rodolfo Kammann Willson.

Vol. 36:

Instituciones de Comunidad (provincia de Cumaná, 1700-1828). Estudio y documentación de Magaly Burguera.

Vol. 37:

Nuevas Crónicas de Historia de Venezuela. Tomo I. Ildefonso Leal.

Vol. 38:

Nuevas Crónicas de Historia de Venezuela. Tomo II. Ildefonso Leal.

Vol. 39:

Convicciones y conversiones de un republicano: El expediente de José Félix Blanco. Carole Leal Curiel.

Vol. 40:

Las elecciones presidenciales de 1835 (La elección del Dr. José María Vargas). Eleonora Gabaldón.

Vol. 41:

El proceso de la inmigración en Venezuela. Ermila Troconis de Veracoechea.

Vol. 42:

Monteverde: Cuatro años de historia patria, 1812-1816. Tomo I. Gabriel E. Muñoz.

Vol. 43:

Monteverde: Cuatro años de historia patria, 1812-1816. Tomo II. Gabriel E. Muñoz.

Vol. 44:

Producción bibliográfica y política en la época de Guzmán Blanco (18701887). Cira Naranjo de Castillo y Carmen G. Sotillo.

Vol. 45:

Dionisio Cisneros el último realista. Oscar Palacios Herrera.

Vol. 46:

La libranza del sudor. El drama de la inmigración canaria entre 1830 y 1859. Manuel Rodríguez Campos.


Vol. 47:

El capital comercial en La Guaira y Caracas (1821-1848). Catalina Banko.

Vol. 48:

General Antonio Valero de Bernabé y su aventura de libertad: De Puerto Rico a San Sebastián. Lucas Guillermo Castillo Lara.

Vol. 49:

Los negocios de Román Delgado Chalbaud. Ruth Capriles Méndez.

Vol. 50:

El inicio del juego democrático en Venezuela: Un análisis de las elecciones 1946-1947. Clara Marina Rojas.

Vol. 51:

Los mercados exteriores de Caracas a comienzos de la Independencia. Manuel Lucena Salmoral.

Vol. 52:

Archivo del general Carlos Soublette. Tomo I. Catalogación por Naibe Burgos.

Vol. 53:

Archivo del general Carlos Soublette. Tomo II. Catalogación por Naibe Burgos.

Vol. 54:

Archivo del general Carlos Soublette. Tomo III. Catalogación por Naibe Burgos.

Vol. 55:

Las elecciones presidenciales en Venezuela del siglo XIX, 1830-1854. Alberto Navas Blanco.

Vol. 56:

Los olvidados próceres de Aragua. Lucas Guillermo Castillo Lara.

Vol. 57:

La educación venezolana bajo el signo del positivismo. Rafael Fernández Heres.

Vol. 58:

La enseñanza de la física en la Universidad Central de Venezuela, 1827-1880. Henry Leal.

Vol. 59:

Francisco Antonio Zea y su proyecto de integración Ibero-Americana. Lautaro Ovalles.

Vol. 60:

Los comerciantes financistas y sus relaciones con el gobierno guzmancista (1870-1888). Carmen Elena Flores.

Vol. 61:

Para acercarnos a don Francisco Tomás Morales Mariscal de Campo, último Capitán General en Tierra Firme y a José Tomás Boves Coronel, Primera Lan‑ za del Rey. Tomás Pérez Tenreiro.

Vol. 62:

La Iglesia Católica en tiempos de Guzmán Blanco. Herminia Cristina Mén‑ dez Sereno.

Vol. 63:

Raíces hispánicas de don Gaspar Zapata de Mendoza y su descendencia vene‑ zolana. Julio Báez Meneses.

Vol. 64:

La familia Río Branco y la fijación de las fronteras entre Venezuela y Brasil. Dos momentos definitorios en las relaciones entre Venezuela y Brasil. El tratado de límites de 1859 y la gestión del barón de Río Branco (1902-1912). Alejan‑ dro Mendible Zurita.

Vol. 65:

La educación venezolana bajo el signo de la ilustración 1770-1870. Rafael Fernández Heres.

Vol. 66:

José Antonio Páez, repertorio documental. Compilación, transcripción y estu‑ dio introductorio. Marjorie Acevedo Gómez.

Vol. 67:

La educación venezolana bajo el signo de la Escuela Nueva. Rafael Fernández Heres.


Vol. 68:

Imprenta y periodismo en el estado Barinas. Virgilio Tosta.

Vol. 69:

Los papeles de Alejo Fortique. Armando Rojas.

Vol. 70:

Personajes y sucesos venezolanos en el Archivo Secreto Vaticano. Tomo I. Reco‑ pilación y Estudio Preliminar. Lucas Guillermo Castillo.

Vol. 71:

Personajes y sucesos venezolanos en el Archivo Secreto Vaticano. Tomo II. Re‑ copilación y Estudio Preliminar. Lucas Guillermo Castillo.

Vol. 72:

Diario de navegación. Caracciolo Parra Pérez.

Vol. 73:

Antonio José de Sucre, biografía política. Inés Quintero.

Vol. 74:

Historia del pensamiento económico de Fermín Toro. Tomás Enrique Carrillo Batalla.

Vol. 75:

Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Tomo I. Lucas Guillermo Castillo Lara.

Vol. 76:

Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Tomo II. Apéndice docu‑ mental. Lucas Guillermo Castillo Lara.

Vol. 77:

Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Tomo III. Apéndice docu‑ mental. Lucas Guillermo Castillo Lara.

Vol. 78:

Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Tomo IV. Apéndice docu‑ mental. Lucas Guillermo Castillo Lara.

Vol. 79:

El Cuartel San Carlos y el Ejército de Caracas 1771-1884. Carmen Brunilde Liendo.

Vol. 80:

Hemerografía económica venezolana del siglo XIX. Tomo I. Tomás Enrique Carrillo Batalla.

Vol. 81:

Hemerografía económica venezolana del siglo XIX. Tomo II. Tomás Enrique Carrillo Batalla.

Vol. 82:

La Provincia de Guayana en la independencia de Venezuela. Tomás Surroca y De Montó.

Vol. 83:

Páez visto por los ingleses. Edgardo Mondolfi Gudat.

Vol. 84:

Tiempo de agravios. Manuel Rafael Rivero.

Vol. 85:

La obra pedagógica de Guillermo Todd. Rafael Fernández Heres.

Vol. 86:

Política, crédito e institutos financieros en Venezuela 1830-1940. Catalina Banko.

Vol. 87:

De leales monárquicos a ciudadanos republicanos. Coro 1810-1858. Elina Lovera Reyes.

Vol. 88:

Clío frente al espejo: La concepción de la historia en la historiografía venezola‑ na. 1830-1865. Lucía Raynero.

Vol. 89:

El almirantazgo republicano. Archivo de Francisco Javier Yánez. Herminia Méndez. En imprenta.


Vol. 90:

Evolución político-constitucional de Venezuela. El período fundacional 18101830. Enrique Azpúrua Ayala.

Vol. 91.

José de la Cruz Carrillo. Una vida en tres tiempos. Silvio Villegas.

Vol. 92.

Tiempos de federación en el Zulia. Construir la Nación en Venezuela. Arlene Urdaneta Quintero.

Vol. 93.

El régimen del General Eleazar López Contreras. Tomás Enrique Carillo Ba‑ talla.

Vol. 94.

Sociopolítica y censos de población en Venezuela. Del Censo ‘‘Guzmán Blanco’’ al Censo ‘‘Bolivariano’’. Miguel Bolívar Chollett.

Vol. 95.

Historia de los Frailes Dominicos en Venezuela durante los siglos XIX y XX. La Extinción y la Restauración. Fr. Oswaldo Montilla Perdomo, O. P.


BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Serie Estudios, Monografías y Ensayos

Vol. 1:

El Coloniaje, la formación societaria de nuestro continente. Edgar Gabaldón Márquez.

Vol. 2:

Páginas biográficas y críticas. Carlos Felice Cardot.

Vol. 3:

Tratados de Confirmaciones Reales. Antonio Rodríguez de León Pinelo. Es‑ tudio preliminar de Eduardo Arcila Farías.

Vol. 4:

Datos para la historia de la educación en el Oriente de Venezuela. Manuel Peñalver Gómez.

Vol. 5:

La tradición saladoide del Oriente de Venezuela. La fase cuartel. Iraida Vargas Arenas.

Vol. 6:

Las culturas formativas del Oriente de Venezuela. La Tradición Barrancas del Bajo Orinoco. Mario Sanoja Obediente.

Vol. 7:

Organizaciones políticas de 1936. Su importancia en la socialización política del venezolano. Silvia Mijares.

Vol. 8:

Estudios en antropología, sociología, historia y folclor. Miguel Acosta Saignes.

Vol. 9:

Angel S. Domínguez, escritor de nítida arcilla criolla. Luis Arturo Domínguez.

Vol. 10:

Estudios sobre las instituciones locales hispanoamericanas. Francisco Domín‑ guez Compañy.

Vol. 11:

Los Héroes y la Historia. Ramón J. Velásquez.

Vol. 12:

Ensayos sobre Historia Política de Venezuela. Amalio Belmonte Guzmán, Dimitri Briceño Reyes y Henry Urbano Taylor.

Vol. 13:

Rusia e Inglaterra en Asia Central. M. F. Martens. Traducción y estudio preliminar de Héctor Gros Espiell.

Vol. 14:

5 procesos históricos. Raúl Díaz Legórburu.

Vol. 15:

Individuos de Número. Ramón J. Velásquez.

Vol. 16:

Los presidentes de Venezuela y su actuación militar (Esbozo). Tomás Pérez Tenreiro.

Vol. 17:

Semblanzas, Testimonios y Apólogos. J.A. de Armas Chitty.

Vol. 18:

Impresiones de la América Española (1904-1906). M. de Oliveira Lima.

Vol. 19:

Obras Públicas, Fiestas y Mensajes (Un puntal del régimen gomecista). Ciro Caraballo Perichi.

Vol. 20:

Investigaciones Arqueológicas en Parmana. Los sitios de la Gruta y Ronquín. Estado Guárico, Venezuela. Iraida Vargas Arenas.


Vol. 21:

La consolidación del régimen de Juan Vicente Gómez. Yolanda Segnini.

Vol. 22:

El proyecto universitario de Andrés Bello (1843). Rafael Fernández Heres.

Vol. 23:

Guía para el estudio de la historia de Venezuela. R.J. Lovera De-Sola.

Vol. 24:

Miranda y sus circunstancias. Josefina Rodríguez de Alonso.

Vol. 25:

Michelena y José Amando Pérez. El sembrador y su sueño. Lucas Guillermo Castillo Lara.

Vol. 26:

Chejendé. Historia y canto. Emigdio Cañizales Guédez.

Vol. 27:

Los conflictos de soberanía sobre Isla de Aves. Juan Raúl Gil S.

Vol. 28:

Historia de las cárceles en Venezuela. (1600-1890). Ermila Troconis de Veracoechea.

Vol. 29:

Esbozo de las Academias. Héctor Parra Márquez.

Vol. 30:

La poesía y el derecho. Mario Briceño Perozo.

Vol. 31:

Biografía del almirante Luis Brión. Johan Hartog.

Vol. 32:

Don Pedro Gual. El estadista grancolombiano. Abel Cruz Santos.

Vol. 33:

Caracas 1883 (Centenario del natalicio del Libertador). Tomo I. Rafael Ramón Castellanos.

Vol. 34:

Caracas 1883 (Centenario del natalicio del Libertador). Tomo II. Rafael Ramón Castellanos.

Vol. 35:

Hilachas de historia patria. Manuel Rafael Rivero.

Vol. 36:

Estudio y antología de la revista Bolívar. Velia Bosch. Indices: Fernando Villarraga.

Vol. 37:

Ideas del Libertador como gobernante a través de sus escritos (1813-1821). Aurelio Ferrero Tamayo.

Vol. 38:

Zaraza, biografía de un pueblo. J.A. De Armas Chitty.

Vol. 39:

Cartel de citación (Ensayos). Juandemaro Querales.

Vol. 40:

La toponimia venezolana en las fuentes cartográficas del Archivo General de Indias. Adolfo Salazar-Quijada.

Vol. 41:

Primeros monumentos en Venezuela a Simón Bolívar. Juan Carlos Palenzuela.

Vol. 42:

El pensamiento filosófico y político de Francisco de Miranda. Antonio Egea López.

Vol. 43:

Bolívar en la historia del pensamiento económico y fiscal. Tomás Enrique Carrillo Batalla.

Vol. 44:

Chacao: un pueblo en la época de Bolívar (1768-1880). Antonio González Antías.

Vol. 45:

Médicos, cirujanos y practicantes próceres de la nacionalidad. Francisco Alejandro Vargas.

Vol. 46:

Simón Bolívar. Su pensamiento político. Enrique de Gandía.

Vol. 47:

Vivencia de un rito ayamán en las Turas. Luis Arturo Domínguez.


Vol. 48:

La Razón filosófica-jurídica de la Indepencencia. Pompeyo Ramis.

Vol. 49:

Tiempo y presencia de Bolívar en Lara. Carlos Felice Cardot.

Vol. 50:

Los papeles de Francisco de Miranda. Gloria Henríquez Uzcátegui.

Vol. 51:

La Guayana Esequiba. Los testimonios cartográficos de los geógrafos. Marco A. Osorio Jiménez

Vol. 52:

El gran majadero. R.J. Lovera De-Sola.

Vol. 53:

Aproximación al sentido de la historia de Oviedo y Baños como un hecho del Lenguaje. Susana Romero de Febres.

Vol. 54:

El diario “El Pregonero”. Su importancia en el periodismo venezolano. María Antonieta Delgado Ramírez.

Vol. 55:

Historia del Estado Trujillo. Mario Briceño Perozo.

Vol. 56:

Las eras imaginarias de Lezama Lima. Cesia Ziona Hirshbein.

Vol. 57:

La educación primaria en Caracas en la época de Bolívar. Aureo Yépez Castillo.

Vol. 58:

Contribución al estudio del ensayo en Hispanoamérica. Clara Rey de Guido.

Vol. 59:

Contribución al estudio de la historiografía literaria Hispanoamericana. Beatriz González Stephan,

Vol. 60:

Situación médico-sanitaria de Venezuela durante la época del Libertador. Alberto Sila Alvarez.

Vol. 61:

La formación de la vanguardia literaria en Venezuela (Antecedentes y documentos). Nelson Osorio T.

Vol. 62:

Muro de dudas. Tomo I. Ignacio Burk.

Vol. 63:

Muro de dudas. Tomo II. Ignacio Burk.

Vol. 64:

Rómulo Gallegos: la realidad, la ficción, el símbolo (Un estudio del momento primero de la escritura galleguiana). Rafael Fauquié Bescós.

Vol. 65:

Flor y canto. 25 años de la poesía venezolana (1958-1983). Elena Vera.

Vol. 66:

Las diabluras del Arcediano (Vida del Padre Antonio José de Sucre). Mario Fernán Romero.

Vol. 67:

La historia como elemento creador de la cultura. Mario Briceño Iragorry.

Vol. 68:

El cuento folklórico en Venezuela. Antología, clasificación y estudio. Yolanda Salas de Lecuna.

Vol. 69:

Las ganaderías en los llanos centro-occidentales venezolanos, 1910-1935. Tarcila Briceño.

Vol. 70:

La república de las Floridas, 1817-1817. Tulio Arends.

Vol. 71:

Una discusión historiográfica en torno de “Hacia la democracia”. Antonio Mieres.

Vol. 72:

Rafael Villavicencio: Del positivismo al espiritualismo. Luisa M. Poleo Pérez.

Vol. 73:

Aportes a la historia documental y crítica. Manuel Pérez Vila.


Vol. 74:

Procerato caroreño. José María Zubillaga Perera.

Vol. 75:

Los días de Cipriano Castro (Historia Venezolana del 900). Mariano Picón Salas.

Vol. 76:

Nueva historia de América. Las épocas de libertad y antilibertad desde la Independencia. Enrique de Gandía.

Vol. 77:

El enfoque geohistórico. Ramón Tovar L.

Vol. 78:

Los suburbios caraqueños del siglo XIX. Margarita López Maya.

Vol. 79:

Del antiguo al nuevo régimen en España. Alberto Gil Novales.

Vol. 80:

Anotaciones sobre el amor y el deseo. Alejandro Varderi.

Vol. 81:

Andrés Bello filósofo. Arturo Ardao.

Vol. 82:

Los paisajes geohistóricos cañeros en Venezuela. José Angel Rodríguez.

Vol. 83:

Ser y ver. Carlos Silva.

Vol. 84:

La relación hombre-vegetación en la ciudad de Caracas (Aporte de estudio de arquitectura paisajista de Caracas) Giovanna Mérola Rosciano.

Vol. 85:

El Libertador en la historia italiana: ilustración, “risorgimento”, fascismo. Alberto Filippi.

Vol. 86:

La medicina popular en Venezuela. Angelina Pollak-Eltz.

Vol. 87:

Protágoras: Naturaleza y cultura. Angel J. Cappelletti.

Vol. 88:

Filosofía de la ociosidad. Ludovico Silva.

Vol. 89:

La espada de Cervantes. Mario Briceño Perozo.

Vol. 90:

Una tribuna para los godos. El periodismo contrarrevolucionario de Miguel José Sanz y José Domingo Díaz. Julio Barroeta Lara.

Vol. 91:

La presidencia de Sucre en Bolivia. William Lee Lofstrom.

Vol. 92:

El discurso literario destinado a niños. Griselda Navas.

Vol. 93:

Etnicidad, clase y nación en la cultura política del Caribe de habla inglesa. Andrés Serbin.

Vol. 94:

Huellas en el agua (Artículos periodísticos 1933-1961). Enrique Bernardo Núñez.

Vol. 95:

La instrucción pública en el proyecto político de Guzmán Blanco: Ideas y hechos. Rafael Fernández Heres.

Vol. 96:

De revoluciones y contra-revoluciones. Carlos Pérez Jurado.

Vol. 97:

Chamanismo, mito y religión en cuatro naciones éticas de América aborigen. Ronny Velásquez.

Vol. 98:

El pedestal con grietas. Iván Petrovszky.

Vol. 99:

Escritos de Plá y Beltrán. Selección y prólogo de Juan Manuel Castañón.

Vol. 100: La ideología federal en la Convención de Valencia (1858). Tiempo y debate. Eleonora Gabaldón. Vol. 101: Vida de Don Quijote de Libertad (España en el legado del Libertador). Alberto Baeza Flores.


Vol. 102: Varia académica bolivariana. José Rodríguez IIturbe. Vol. 103: De la muerte a la vida -Testimonio de Henrique Soublette. Carmen Elena Alemán. Vol. 104: Referencia para el estudio de las ideas educativas en Venezuela. Rafael Fernández Heres. Vol. 105: Aspectos económicos de la época de Bolívar. I - La Colonia (1776-1810). Miguel A. Martínez G. Vol. 106: Aspectos económicos de la época de Bolívar. II - La República (1811-1930). Miguel A. Martínez G. Vol. 107: Doble verdad y la nariz de Cleopatra. Juan Nuño. Vol. 108: Metamorfosis de la utopía (Problemas del cambio democrático). Carlos Raúl Hernández. Vol. 109: José Gil Fortoul. (1861-1943). Los nuevos caminos de la razón. La historia como ciencia. Elena Plaza. Vol. 110: Tejer y destejer. Luis Beltrán Prieto Figueroa. Vol. 111: Conversaciones sobre un joven que fue sabio (Semblanza del Dr. Caracciolo Parra León). Tomás Polanco Alcántara. Vol. 112: La educación básica en Venezuela. Proyectos, realidad y perspectivas. Nacarid Rodríguez T. Vol. 113: Crónicas médicas de la Independencia venezolana. José Rafael Fortique. Vol. 114: Los Generales en jefe de la Independencia (Apuntes Biográficos). Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 115: Los gobiernos de facto en América Latina. 1930-1980. Krystian Complak. Vol. 116: Arte, educación y museología. Estudios y polémicas, 1948-1988. Miguel G. Arroyo C. Vol. 117: La vida perdurable (Ensayos dispersos). Tomo I. Efraín Subero. Vol. 118: La vida perdurable (Ensayos dispersos). Tomo II. Efraín Subero. Vol. 119: Notas históricas. Marcos Falcón Briceño. Vol. 120: Seis ensayos sobre estética prehispánica en Venezuela. Lelia Delgado R. Vol. 121: Reynaldo Hahn, caraqueño. Contribución a la biografía caraqueña de Reynaldo Hahn Echenagucia. Mario Milanca Guzmán. Vol. 122: De las dos orillas. Alfonso Armas Ayala. Vol. 123: Rafael Villavicencio más allá del positivismo. Rafael Fernández Heres. Vol. 124: Del tiempo heroíco. Rafael María Rosales. Vol. 125: Para la memoria venezolana. Maríanela Ponce. Vol. 126: Educación popular y formación docente de la Independencia al 23 de enero de 1958. Duilia Govea de Carpio. Vol. 127: Folklore y cultura en la península de Paria (Sucre) Venezuela. Angelina Pollak-Eltz y Cecilia Istúriz.


Vol. 128: La historia, memoria y esperanza. Armando Rojas. Vol. 129: La Guayana Esequiba. Dos etapas en la aplicación del Acuerdo de Ginebra. Rafael Sureda Delgado. Vol. 130: De hoy hacia ayer... Ricardo Azpúrua Ayala. Vol. 131: 21 Prólogos y un mismo autor. Juan Liscano. Vol. 132: Cultura y Política. Carlos Canache Mata. Vol. 133: Los actos administrativos de las personas privadas y otros temas de derecho administrativo. Carlos Felice Castillo. Vol. 134: Los procesos económicos y su perspectiva. D.F. Maza Zavala. Vol. 135: Temas lingüísticos y literarios. José María Navarro. Vol. 136: Voz de amante. Luis Miguel Isava Briceño. Vol. 137: Mariano Talavera y Garcés: una vida paradigmática. Francisco Cañizales Verde. Vol. 138: Venezuela es un invento. Homero Arellano. Vol. 139: Espejismos (Prosas dispersas). Pastor Cortés V. Vol. 140: Ildefonso Riera Aguinagalde. Ideas democristianas y luchas del escritor. Luis Oropeza Vásquez. Vol. 141: Asalto a la modernidad (López, Medina y Betancourt: del mito al hecho). Elizabeth Tinoco. Vol. 142: Para elogio y memoria. Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 143: La huella del sabio: El Municipio Foráneo Alejandro de Humboldt. Luisa Veracoechea de Castillo. Vol. 144: Pistas para quedar mirando. Fragmentos sobre arte. María Elena Ramos. Vol. 145: Miranda. Por J. G. Lavretski (Traducción de Alberto E. Olivares). Vol. 146: Un Soldado de Simón Bolívar: Carlos Luis Castelli. Máximo Mendoza Alemán. Vol. 147: Una docencia enjuiciada: La docencia superior (Bases andragógicas). Eduardo J. Zuleta R. Vol. 148: País de Latófagos (ensayos). Domingo Miliani. Vol. 149: Narradores en acción (Problemas epistemológicos, consideraciones teóricas y observaciones de campo en Venezuela). Daniel Mato. Vol. 150: David Vela: Un perfil biográfico. Julio R. Mendizábal. Vol. 151: Esa otra Historia. Miguel A. Martínez. Vol. 152: Estado y movimiento obrero en Venezuela. Dorothea Melcher. Vol. 153: Una mujer de dos siglos. Margot Boulton de Bottome. Vol. 154: La duda del escorpión: La tradición hetorodoxa de la narrativa latinoamericana. Beatriz González Stephan. Vol. 155: La palabra y discurso en Julio C. Salas. Susana Strozzi.


Vol. 156: El historicismo político. Fulvio Tessitore. Vol. 157: Clavimandora. Ludovico Silva. Vol. 158: Biografía de Juan Liscano. Nicolasa Martínez Bello, Sonia del Valle Moreno, María Auxiliadora Olivier Rauseo. Vol. 159: El régimen de tenencia de la tierra en Upata, una Villa en la Guayana venezolana. Marcos Ramón Andrade Jaramillo. Vol. 160: La Conferencia de París sobre la Banda Oriental. Víctor Sanz López. Vol. 161: Liceo Andrés Bello, un forjador de valores. Guillermo Cabrera Domínguez. Vol. 162: El paisaje del riel en Trujillo (1880-1945). José Angel Rodríguez. Vol. 163: Democracia sustantiva, democracia formal y hegemonía en Antonio Gramsci (el fenómeno del americanismo y el fordismo). Michel Mujica Ricardo. Vol. 164: Detalles galleguianos. Antonio Bastardo Casañas. Vol. 165: De Nicaragua a Cuba. Angel Sanjuan. Vol. 166: El Amor en Unamuno y sus contemporáneos. Luis Frayle Delgado. Vol. 167: La raigambre salesiana en Venezuela. Cien años de la primera siembra. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 168: Armando Zuloaga Blanco, Voces de una Caracas patricia. Ignacia Fombona de Certad. Vol. 169: Ciencia, educación y positivismo en el siglo XIX Venezolano. Luis Antonio Bigott. Vol. 170: El liceo Simón Bolívar y su promoción cincuentenaria. 1940-1945. Gonzalo Villamizar A. Vol. 171: El universo en la palabra (Lectura estético-ideológica de Abrapalabra). Catalina Gaspar. Vol. 172: Introducción a Homero. Primer Poeta de Europa. Alfonso Ortega Carmona. Vol. 173: Gremio de poetas. Mario Briceño Perozo. Vol. 174: El conocimiento sensorial en Aristóteles. Angel J. Cappelletti. Vol. 175: La Salle en Venezuela. Enrique Eyrich S. Vol. 176: Razón y empeño de unidad. Bolívar por América Latina. J.L. SalcedoBastardo. Vol. 177: Arqueología de Caracas, Escuela de Música José Angel Lamas, Vol. I. Mario Sanoja Obediente, Iraida Vargas A., Gabriel Alvarado y Milene Montilla. Vol. 178: Arqueología de Caracas, San Pablo. Teatro Municipal. Vol. II. Iraida Vargas A., Mario Sanoja Obediente, Gabriel Alvarado y Milene Montilla. Vol. 179: Ideas y mentalidades de Venezuela. Elías Pino Iturrieta. Vol. 180: El águila y el león: El presidente Benjamín Harrison y la mediación de los Estados Unidos en la controversia de límites entre Venezuea y Gran Bretaña. Edgardo Mondolfi Gudat. Vol. 181: El derecho de libertad religiosa en Venezuela. Pedro Oliveros Villa.


Vol. 182: Estudios de varia historia. José Rafael Lovera (en imprenta). Vol. 183: Convenio Venezuela-Santa Sede 1958-1964. Historia Inédita. Rafael Fernández Heres. Vol. 184: Orígenes de la pobreza en Venezuela. Ermila Troconis de Veracoechea. Vol. 185: Humanismo y educación en Venezuela (Siglo XX). Rafael Fernández Heres. Vol. 186: El proceso penal en la administración de justicia en Venezuela 1700-1821. Antonio González Antías. Vol. 187: Historia del Resguardo Marítimo de su Majestad en la Provincia de Venezuela y sus anexas (1781-1804). Eulides María Ortega Rincones. Vol. 188: 18 de octubre de 1945. Legitimidad y ruptura del hilo constitucional. Corina Yoris-Villasana. Vol. 189: Vida y Obra de Pedro Castillo(1790-1858). Roldán Esteva-Grillet. Vol. 190: La Codificación Boliviana de Andrés de Santa Cruz. Amelia Guardia. Vol. 191: De la Provincia a la Nación: El largo y difícil camino hacia la integración político-territorial de Venezuela (1525-1935). Manuel Alberto Donís Ríos. Vol. 192: Ideas y Conflictos en la Educación Venezolana. Rafael Fernández Heres.


BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Serie El Libro Menor Vol. 1: Vol. 2:

El municipio, raíz de la república. Joaquín Gabaldón Márquez. Rebeliones, motines y movimientos de masas en el siglo XVIII venezolano (1730-1781). Carlos Felice Cirdot.

Vol. 3:

El proceso de integración de Venezuela (1776-1793). Guillerrno Morón.

Vol. 4:

Modernismo y modernistas. Luis Beltrán Guerrero.

Vol. 5:

Historia de los estudios bibliográficos humanísticos latinoamericanos. Libio Cardozo.

Vol. 6:

Para la historia de la comunicación social (ensayo). Manuel Rafael Rivero.

Vol. 7:

El quijotismo de Bolívar. Armando Rojas.

Vol. 8:

Memorias y fantasías de algunas casas de Caracas. Manuel Pérez Vila.

Vol. 9:

Bolivariana. Arturo Uslar Pietri.

Vol. 10:

Familias, cabildos y vecinos de la antigua Barinas. Virgilio Tosta.

Vol. 11:

El nombre de O’Higgins en la historia de Venezuela. Nicolás Perazzo.

Vol. 12:

La respuesta de Gallegos (ensayos sobre nuestra situación cultural). Rafael To‑ más Caldera.

Vol. 13:

La República del Ecuador y el general Juan José Flores. Jorge Salvador Lara.

Vol. 14:

Estudio bibliográfico de la poesía larense. Juandemaro Querales.

Vol. 15:

Breve historia de Bulgaria. Vasil A. Vasilev.

Vol. 16:

Historia de la Universidad de San Marcos (1551-1980). Carlos Daniel Val‑ cárcel.

Vol. 17:

Perfil de Bolívar. Pedro Pablo Paredes.

Vol. 18:

De Caracas hispana y América insurgente. Manuel Al­fredo Rodríguez.

Vol. 19:

Simón Rodríguez, pensador para América. Juan David García Bacca.

Vol. 20:

La poética de Andrés Bello y sus seguidores. Lubio Cardozo.

Vol. 21:

El magisterio americano de Bolívar. Luis Beltrán Prieto Figueroa.

Vol. 22:

La historia fea de Caracas y otras historias criminológicas. Elio Gómez Grillo.

Vol. 23:

Breve historia de Rumania. Mihnea Gheorghiu, N. S. Tanasoca, Dan Brin‑ dei, Florin Constantiniu y Gheorghe Buzatu.

Vol. 24:

Ensayos a contrarreloj. René De Sola.

Vol. 25:

Andrés Bello Americano -y otras luces sobre la Independencia. J.L. SalcedoBastardo.

Vol. 26:

Viaje al interior de un cofre de cuentos (Julio Garmendia entre líneas). Julio Barroeta Lara.


Vol. 27:

Julio Garmendia y José Rafael Pocaterra. Dos modalidades del cuento en Vene‑ zuela. Italo Tedesco.

Vol. 28:

Luchas e insurrecciones en la Venezuela Colonial. Manuel Vicente Magallanes.

Vol. 29:

Panorámica de un período crucial en la historia venezolana. Estudio de los años 1840-1847. Antonio García Ponce.

Vol. 30:

El jardín de las delicias y otras prosas. Jean Nouel.

Vol. 31:

Músicos y compositores del Estado Falcón. Luis Arturo Domínguez.

Vol. 32:

Breve historia de la cartografía en Venezuela. Iván Drenikoff.

Vol. 33:

La identidad por el idioma. Augusto Germán Orihuela.

Vol. 34:

Un pentágono de luz. Tomás Polanco Alcántara.

Vol. 35:

La academia errante y tres retratos. Mario Briceño Perozo.

Vol. 36:

Tiempo de hablar. Miguel Otero Silva.

Vol. 37:

Transición (Política y realidad en Venezuela). Ramón Díaz Sánchez.

Vol 38:

Eponomía larense. Francisco Cañizales Verde.

Vol. 39:

Reescrituras. Juan Carlos Santaella.

Vol. 40:

La memoria perdida. Raúl Agudo Freites.

Vol. 41:

Carriel número cinco (Un homenaje al costumbrismo). Elisa Lerner.

Vol. 42:

Espacio disperso. Rafael Fauquié Bescos.

Vol. 43:

Lo bello / Lo feo. Antonieta Madrid.

Vol. 44:

Cronicario. Oscar Guaramato.

Vol. 45:

Ensayos temporales. Poesia y teoría social. Ludovico Silva.

Vol. 46:

Costumbre de leer. José Santos Urriola.

Vol. 47:

Cecilio Acosta, un signo en el tiempo. Manuel Ber­múdez.

Vol. 48:

Leoncio Martínez, crítico de arte (1912-1918). Juan Carlos Palenzuela.

Vol. 49:

La maldición del fraile y otras evocaciones históricas. Luis Oropeza Vásquez.

Vol. 50:

Explicación y elogio de la ciudad creadora. Pedro Francisco Lizardo.

Vol. 51:

Crónicas sobre Guayana (1946-1968). Luz Machado

Vol. 52:

“Rómulo Gallegos”. Paul Alexandru Georgescu.

Vol. 53:

Diálogos con la página. Gabriel Jiménez Emán

Vol. 54:

El poeta del fuego y otras escrituras. Mario Torrealba Lossi.

Vol. 55:

Invocaciones (notas literarias). Antonio Crespo Meléndez.

Vol. 56:

Desierto para un “Oasis”. Ana Cecilia Guerrero.

Vol. 57:

Borradores. Enrique Castellanos.

Vol. 58:

Como a nuestro parecer. Héctor Mujica.

Vol. 59:

La lengua nuestra de cada día. Iraset Páez Urdaneta.

Vol. 60:

Homenaje a Rómulo Gallegos. Guillermo Morón.


Vol. 61:

Ramón Díaz Sánchez. Elipse de una ambición de saber. Asdrúbal González.

Vol. 62:

La ciudad contigo. Pedro Pablo Paredes.

Vol. 63:

Incidencia de la colonización en el subdesarrollo de América Latina. Raúl Grien.

Vol. 64:

Lector de Poesía. José Antonio Escalona-Escalona.

Vol. 65:

Ante el bicentenario de Bolívar. El general José Antonio Páez y la memoria del Libertador. Nicolás Perazzo.

Vol. 66:

Diccionario general de la bibliografía caroreña. Alfredo Herrera Alvarez.

Vol. 67:

Breve historia de Bolivia. Valentín Abecia Baldivieso.

Vol. 68:

Breve historia de Canadá. J. C. M. Ogelsby. Traductor: Roberto Gabal‑ dón.

Vol. 69:

La lengua de Francisco de Miranda en su Diario. Francisco Belda.

Vol. 70:

Breve historia del Perú. Carlos Daniel Valcárcel.

Vol. 71:

Viaje inverso: Sacralización de la sal. María Luisa Lazzaro.

Vol. 72:

Nombres en el tiempo. José Cañizales Márquez.

Vol. 73:

Alegato contra el automóvil. Armando José Sequera.

Vol. 74:

Caballero de la libertad y otras imágenes. Carlos Sánchez Espejo.

Vol. 75:

Reflexiones ante la esfinge. Pedro Díaz Seijas.

Vol. 76:

Muro de confesiones. José Pulido.

Vol. 77: El irreprochable optimismo de Augusto Mijares. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 78:

La mujer de “El Diablo” y otros discursos. Ermila Veracoechea.

Vol 79:

Lecturas de poetas y poesía. Juan Liscano.

Vol. 80:

De letras venezolanas. Carlos Murciano.

Vol. 81:

Cuaderno de prueba y error. Ramón Escovar Salom

Vol. 82:

Ensayos. Oscar Beaujon.

Vol. 83:

Acción y pasión en los personajes de Miguel Otero Silva y otros ensayos. Alexis Márquez Rodríguez.

Vol. 84:

Revolución y crisis de la estética. Manuel Trujillo.

Vol. 85:

Lugar de crónicas. Denzil Romero.

Vol. 86:

Mérida. La ventura del San Buenaventura y la Columna. Lucas Guillermo Castillo Lara.

Vol. 87:

Frases que han hecho historia en Venezuela. Mario Briceño Perozo.

Vol. 88:

Científicos del mundo. Arístides Bastidas.

Vol. 89:

El jardín de Bermudo (Derecho, Historia, Letras). Luis Beltrán Guerrero.

Vol. 90:

Seis escritores larenses. Oscar Sambrano Urdaneta.

Vol. 91:

Campanas de palo. Luis Amengual H.

Vol. 92:

Caracas, crisol. Crónicas. Salvador Prasel.


Vol. 93:

La memoria y el olvido. Stefania Mosca.

Vol. 94:

Cuando el henchido viento. Juan Angel Mogollón.

Vol. 95:

Ideario pedagógico de Juan Francisco Reyes Baena. Pedro Rosales Medrano.

Vol. 96:

La conspiración del Cable Francés. Y otros temas de historia del periodismo. Eleazar Díaz Rangel.

Vol. 97:

El escritor y la sociedad. Y otras meditaciones. Armando Rojas.

Vol. 98:

De propios y de extraños (Crónicas, artículos y ensayos) 1978-1984. Carmen Mannarino.

Vol. 99:

Agua, silencio, memoria y Filisberto Hernández. Carol Prunhuber.

Vol. 100: Los más antiguos. Guillermo Morón. Vol. 101: Reportajes y crónicas de Carora. José Numa Rojas. Vol. 102: Jardines en el mundo. Teódulo López Meléndez. Vol. 103: Crónicas y testimonios Elio Mujica. Vol. 104: La memoria de los días. Yolanda Osuna. Vol. 105: Tradiciones y leyendas de Zaraza. Rafael López Castro. Vol. 106: Tirios, troyanos y contemporáneos. J.J. Armas Marcelo. Vol. 107: Guzmán Blanco y el arte venezolano. Roldán Esteva Grillet Vol. 108: Breve historia de lo cotidiano. Con ciertos comentarios de Guillermo Mo‑ rón. Pedro León Zapata. Vol. 109: Lectura de un cuento. Teoría y práctica del análisis del relato. Alba Lía Ba‑ rrios. Vol. 110: Fermín Toro y las doctrinas económicas del siglo XIX. José Angel Ciliberto. Vol. 111: Recuerdos de un viejo médico. Pablo Alvarez Yépez. Vol. 112: La ciudad de los lagos verdes. Roberto Montesinos Vol. 113: Once maneras de ser venezolano. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 114: Debajo de un considero me puse a considerar... Lubio Cardozo. Vol. 115: Variaciones / I. Arturo Croce. Vol. 116: Variaciones / II Arturo Croce. Vol. 117: Crónicas de la Ciudad Madre. Carlos Bujanda Yépez Vol. 118: Tu Caracas, Machu. Alfredo Armas Alfonzo. Vol. 119: Bolívar siempre. Rafael Caldera. Vol. 120: Imágenes, voces y visiones (Ensayos sobre el habla poética). Hanni Ossott. Vol. 121: Breve historia de Chile. Sergio Villalobos R. Vol. 122: Orígenes de la cultura margariteña. Jesús Manuel Subero. Vol. 123: Duendes y Ceretones. Luis Arturo Domínguez. Vol. 124. El Estado y las instituciones en Venezuela (1936-1945). Luis Ricardo Dávila.


Vol. 125: Crónicas de Apure. Julio César Sánchez Olivo. Vol. 126: La lámpara encendida (ensayos). Juan Carlos Santaella. Vol. 127: Táriba, historia y crónica. L. A. Pacheco M. Vol 128: Notas apocalípticas (Temas Contraculturales). Ennio Jiménez Emán. Vol. 129: Simbolistas y modernistas en Venezuela. Eduardo Arroyo Alvarez. Vol. 130: Relatos de mi andar viajero. Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 131: Breve historia de la Argentina. José Luis Romero. Vol. 132: La Embajada que llegó del exilio. Rafael José Neri. Vol. 133: El orgullo de leer. Manuel Caballero. Vol. 134: Vida y letra en el tiempo (Ocho Prólogos y dos dis­cursos). José Ramón Medina. Vol. 135: La pasión literaria (1959-1985). Alfredo Chacón. Vol. 136: Una Inocente historia (Con Relatos de Inocente Palacios). María Matilde Suárez. Vol. 137: El fiero (y dulce) instinto terrestre / Ejercicios y ensayos José Balza. Vol. 138: La leyenda es la poesía de la historia. Pedro Gómez Valderrama. Vol. 139: Angustia de expresar. René De Sola. Vol. 140: Todo lo contrario. Roberto Hernández Montoya. Vol. 141: Evocaciones de Cumaná, Puerto Cabello y Maracaibo. Lucas Guillermo Cas‑ tillo Lara. Vol. 142: Cantos de Sirena. Mercedes Franco. Vol. 143: La Patria y más allá. Francisco Salazar. Vol. 144: Leyendo América Latina. Poesía, ficción, cultura. J.G. Cobo Borda. Vol. 145: Historias de la noche. Otrova Gomas. Vol. 146: Salomniana. Asdrúbal González. Vol. 147: Croniquillas españolas y de mi amor por lo venezolano. José Manuel Castañón. Vol. 148: Lo pasajero y lo perdurable. Nicolás Cócaro. Vol. 149: Palabras abiertas. Rubén Loza Aguerrebere. Vol. 150: Son españoles. Guillermo Morón. Vol. 151: Historia del periodismo en el Estado Guárico. Blas Loreto Loreto. Vol. 152: Balza: el cuerpo fluvial. Milagros Mata Gil. Vol. 153: ¿Por qué escribir? (Juvenalias). Hugo Garbati Paolini. Vol. 154: Festejos (Aproximación crítica a la narrativa de Gui­llermo Morón). Juande‑ maro Querales. Vol. 155: Breve historia de Colombia. Javier Ocampo López. Vol. 156: El libro de las Notas. Eduardo Avilés Ramírez.


Vol. 157: Grabados. Rafael Arráiz Lucca. Vol. 158: Mi último delito. Crónicas de un boconés (1936-1989). Aureliano González. Vol. 159: El viento en las Lomas. Horacio Cárdenas. Vol. 160: Un libro de cristal (Otras maneras de ser venezolano). Tomás Polanco Alcán‑ tara. Vol. 161: El paisaje anterior. Bárbara Piano. Vol. 162: Sobre la unidad y la identidad latinoamericana. Angel Lombardi. Vol. 163: La gran confusión. J.J. Castellanos. Vol. 164: Bolívar y su experiencia antillana. Una etapa decisiva para su línea política. Demetrio Ramos Pérez. Vol. 165: Cristóbal Mendoza, el sabio que no muere nunca. Mario Briceño Perozo. Vol. 166: Lecturas antillanas. Michaelle Ascensio. Vol. 167: El color humano. 20 pintores venezolanos. José Abinadé. Vol. 168: Cara a cara con los periodistas. Miriam Freilich. Vol. 169: Discursos de ocasión. Felipe Montilla. Vol. 170: Crónicas de la vigilia (Notas para una poética de los ’80). Leonardo Padrón. Vol. 171: Sermones laicos. Luis Pastori. Vol. 172: Cardumen. Relatos de tierra caliente. J.A. de Armas Chitty. Vol. 173: El peor de los oficios. Gustavo Pereira. Vol. 174: Las aventuras imaginarias (Lectura intratextual de la poesía de Arnaldo Acos‑ ta Bello). Julio E. Miranda. Vol. 175: La desmemoria. Eduardo Zambrano Colmenares. Vol. 176: Pascual Venegas Filardo: Una vocación por la cultura. José Hernán Albornoz. Vol. 177: Escritores en su tinta (Entrevistas, reseñas, ensayos). Eloi Yagüe Jarque. Vol. 178: El día que Bolívar... (44 crónicas sobre temas poco conocidos, desconocidos o inéditos de la vida de Simón Bolívar). Paul Verna. Vol. 179: Vocabulario del hato. J.A. de Armas Chitty. Vol. 180: Por los callejones del viento. Leonel Vivas. Vol. 181: Rulfo y el Dios de la memoria. Abel Ibarra. Vol. 182: Boves a través de sus biógrafos. J. A. de Armas Chitty. Vol. 183: La Plaza Mayor de Mérida. Historia de un tema urbano. Christian Páez Rivadeneira. Vol. 184: Territorios del verbo. Sabas Martín. Vol. 185: El símbolo y sus enigmas. Cuatro ensayos de interpretación. Susana Benko. Vol. 186: Los pájaros de Majay. Efraín Inaudy Bolívar. Vol. 187: Blas Perozo Naveda: La insularidad de una poesía. Juan Hildemaro Querales.


Vol. 188: Breve historia del Ecuador. Alfredo Pareja Diezcanseco. Vol. 189: Orinoco, irónico y onírico. Régulo Pérez. Vol. 190: La pasión divina, la pasión inútil. Edilio Peña. Vol. 191: Cuaderno venezolano para viajar (leer) con los hijos. Ramón Guillermo Ave‑ ledo. Vol. 192: Pessoa, la respuesta de la palabra. Teódulo López Meléndez. Vol. 193: Breve historia de los pueblos árabes. Juan Bosch. Vol. 194: Pensando en voz alta. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 195: Una historia para contar. Rafael Dum. Vol. 196: La saga de los Pulido. José León Tapia. Vol. 197: San Sebastián de los Reyes y sus ilustres próceres. Lucas G. Castillo Lara. Vol. 198: Iniciación del ojo. Ensayo sobre los valores y la evolución de la pintura. Joaquín González-Joaca. Vol. 199: Notas y estudios literarios. Pascual Venegas Filardo. Vol. 200: Pueblos, aldeas y ciudades. Guillermo Morón. Vol. 201: Zoognosis: el sentido secreto de los animales en la mitología. Daniel Medvedov. Vol. 202: Los Estados Unidos y el bloqueo de 1902. Deuda externa: agresión de los nue‑ vos tiempos. Armando Rojas Sardi. Vol. 203: Mundo abierto (Crónicas dispersas). Efraín Subero. Vol. 204: El ojo que lee. R.J. Lovera De-Sola. Vol. 205: La Capilla del Calvario de Carora. Hermann González Oropeza, S.J. Vol. 206: El dios salvaje. Un ensayo sobre “El corazón de las tinieblas”. Edgardo Mon‑ dolfi. Vol. 207: Breve historia del Japón. Taraõ Sakamoto. Vol. 208: La mirada, la palabra. Rafael Fauquié. Vol. 209: José Antonio Anzoátegui. Jóvito Franco Brizuela. Vol. 210: El fin de la nostalgia. Antonio Crespo Meléndez. Vol. 211: Sin halagar al diablo, sin ofender a Dios. Ramón Gutiérrez. Vol. 212: Lecturas. Francisco Pérez Perdomo. Vol. 213: Sobre Ramón Pompilio. Alberto Alvarez Gutiérrez. Vol. 214: Anécdotas de mi tierra. Miguel Dorante López. Vol. 215: Pensar a Venezuela. Juan Liscano. Vol. 216: Crónicas irregulares. Iván Urbina Ortiz. Vol. 217: Lecturas guayanesas. Manuel Alfredo Rodríguez. Vol. 218: Conversaciones de memoria. José Luis Izaguirre Tosta. Vol. 219: El viejo sembrador. Ramón Pompilio Oropeza.


Vol. 220: Crónicas. Agustín Oropeza. Vol. 221: Para una poética de la novela “Viaje Inverso”. Haydée Parima. Vol. 222: Enseñanza de la historia e integración regional. Rafael Fernández Heres. Vol. 223: Breve historia del Caribe. Oruno D. Lara. Vol. 224: Miguel Sagarzazu, héroe y médico. Máximo Mendoza Alemán. Vol. 225: Tucacas. Desde el umbral histórico de Venezuela. Manuel Vicente Magalla‑ nes. Vol. 226: Los Cumbes. Visión panorámica de esta modalidad de rebeldía negra en las colonias americanas de España y Portugal. Edmundo Marcano Jiménez. Vol. 227: 11 Tipos. Juan Carlos Palenzuela. Vol. 228: Venezuela en la época de transición. John V. Lombardi. Vol. 229: El primer periódico de Venezuela y el panorama de la cultura en el siglo XVIII. Ildefonso Leal. Vol. 230: Los 9 de Bolívar. J.L. Salcedo-Bastardo. Vol. 231: Andrés Bello y la Historia. Mariano Picón-Salas. Vol. 232: La evolución política de Venezuela 1810-1960. Augusto Mijares. Vol. 233: Evolución de la Economía en Venezuela. Eduardo Arcila Farías. Vol. 234: Positivismo y gomecismo. Elías Pino Iturrieta. Vol. 235: Cerámica venezolanista y otros textos sobre el tema. Compilación y prólogo de José Rafael Lovera. Vol. 236: Páez y Arte Militar. Héctor Bencomo Barrios. Vol. 237: Historia territorial de la provincia de Mérida-Maracaibo (1573-1820). Ma‑ nuel Alberto Donis Ríos. Vol. 238: La curiosidad compartida. Estrategias de la descripción de la naturaleza de los historiadores antiguos y crónica de India. Mariano Nava Contreras. Vol. 239: Historia e historiadores de Venezuela en la segunda mitad del siglo XX. María Elena González Deluca Vol. 240: El diablo suelto en Carora. Memoria de un crimen. Juan Carlos Reyes.


Serie Libro Breve Vol. 231: Bello y la historia. Mariano Picón-Salas. Vol. 232: La evolución política de Venezuela (1810-1960). Augusto Mijares. Vol. 233: Evolución de la economía en Venezuela. Eduardo Arcila Farías. Vol. 234: Positivismo y Gomecismo. Elías Pino Iturrieta. Vol. 235: Cerámica venezolanista y otros textos sobre el tema. Compilación

y Prólogo de José Rafael Lovera.

Vol. 236: Páez y el arte militar. Héctor Bencomo Barrios. Vol. 237: Historia territorial de la provincia de Mérida-Maracaibo (1573-1820). Ma‑ nuel Alberto Donís Ríos. Vol. 238: La curiosidad compartida. Estrategias de la descripción de la naturaleza en los historiadores antiguos y en la Crónica de Indias. Mariano Nava Contreras. Vol. 239: Historia e historiadores de Venezuela en la segunda mitad del siglo XX. María Elena González Deluca. Vol. 240: El diablo suelto en Carora. Memoria de un crimen. Juan Carlos Reyes. Vol. 241. Las visitas pastorales de Monseñor Antonio Ramón Silva. Jesús Rondón Nucete. Vol. 242: General de armas tomar. La actividad conspirativa de Eleazar López Contreras durante el trieno (1945-1948). Edgardo Mondolfi Gudat. Vol. 243: La personalidad íntoma de Lisandro Alvarado. Janette García YépezPedro Rodríguez Rojas. Vol. 244: De trapiches a centrales azucareros en Venezuela. Siglos XIX y XX. Catalina Banko.



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