presidente está dispuesto a retirarse. Va a seguir dando guerra hasta el día que se muera. Pero déjame volver a mi Antiguo Padre. El mundo se le vino encima, mi Pepa, igual que a mí, peor que a mí porque él no ambicionaba la Silla y sólo quería permanecer operando desde la sombra. Sí; porque era menos ambicioso, le dolía más perder. Era como una afrenta a su moral de la discreción, ¿ves? Tenía, gracias a su modestia, un horizonte vastísimo, tan largo como su vida de consejero indispensable, Talleyrand, Fouché y el padre Joseph Le Clerc de Tremblay, "eminencia gris" original a la vera de Richelieu. Mira nomás cómo se me regresa la memoria del joven estudiante apasionado de historia que fui. Es la mejor demostración de que ya soy otro, Josefa, soy otro, ¿me entiendes? Me siento purificado por el fuego. En fin. La invisibilidad era el don de mi padre, era su fuerza. Le ganaba la confianza de los poderosos. Pero lo volvía sacrificable cuando llegó a saberlo todo siendo nadie. Entré a la casita del Desierto de los Leones. La muchachita que le sirve al A. P estaba vestida de china poblana. —¿Cómo te llamas? —le pregunté, porque aunque le pago el salario, nunca la había visto. —Gloria Marín, para servir al patrón. Sonreí. —Ah, como la actriz. —No señor. Yo soy la actriz Gloria Marín. Y es cierto, se parecía a una de las más bellas e inquietantes mujeres del viejo cine mexicano. Gloria Marín la del pelo negro azabache, los ojos de melancolía desconfiada pero sensuales detrás de las inevitables defensas de mexicana escarmentada. El perfil, perfecto en el óvalo de un rostro de morena clara. Y esos labios de sonrisa difícil, siempre al límite de un rictus de amargura. Sumisa en apariencia, rebelde en realidad. —¿Y mi papá? —Donde siempre, señor. Mirando la tele. Noche y día. Se cruzó con donaire el rebozo sobre los pechos "turgentes", como se decía entonces, y no tuve tiempo de decirle que las antenas de televisión estaban muertas desde enero. —Ah. ¿Noche y día? —Sí, allí duerme, allí come, dice que no se puede perder un solo minuto de lo que pasa en la tele. Ah. Como el Hermano Mayor de hace años, nomás que al revés... —Yo no sé. Él dice que en cualquier momento lo pueden matar y tiene que estar listo para defenderse. —¿Quiénes quieren matarlo? —Unos malosos.
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