Cujo

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preguntó qué le estaba ocurriendo... Tad ya se había pronunciado con toda claridad a este respecto. Sucedía simplemente que, de repente, no se encontraba bien. No se encontraba bien en absoluto. No era nada que pudiese identificar. Miró a su alrededor como si esperara descubrir allí la fuente de su inquietud. No la descubrió. -¿Nos vamos, mamá? -Sí -contestó ella con aire ausente. Había una pizarra para notas en la pared, junto a la nevera, y en ella garabateó lo siguiente: Tad y yo nos hemos ido al garaje de J. Camber con el Pinto. Volvemos en seguida. -¿Listo, Tad? -Claro -contestó él, sonriendo-. ¿Para quién es la nota, mamá? -Ah, podría venir Joanie con las frambuesas -dijo ella vagamente-. O tal vez Alison MacKenzie. Iba a enseñarme algunos productos Amway y Avon. -Ah. Donna le alborotó el cabello y ambos salieron juntos. El calor les azotó como un martillo envuelto en almohadas. Es probable que el muy asqueroso ni siquiera se ponga en marcha, pensó ella. Pero se puso. Eran las 3,45 de la tarde. Fueron hacia el sudeste por la carretera 117, hacia Maple Sugar Road, que se encontraba a unos ocho kilómetros de la ciudad. El Pinto se portó de manera ejemplar y, de no haber sido por los brincos y sacudidas que había dado mientras regresaban a casa tras hacer la compra, Donna se hubiera preguntado por qué había armado tanto alboroto al respecto. Pero se había producido un acceso de sacudidas, por lo que ella volvía a conducir sentada muy rígida al volante, sin superar los sesenta y cinco kilómetros, desplazándose todo lo que podía hacia la derecha cada vez que se le acercaba otro automóvil por detrás. Y había mucho tráfico por la carretera. Se había iniciado la afluencia estival de turistas y veraneantes. El Pinto no tenía aire acondicionado, motivo por el cual viajaban con las dos ventanillas abiertas. Un Continental con matrícula de Nueva York, que remolcaba una caravana gigantesca con dos monopatines en la parte de atrás, les adelantó en una curva cerrada mientras el conductor hacía sonar el claxon. La esposa del conductor, una mujer gorda con gafas de sol tipo espejo, miró a Donna y a Tad con autoritario desprecio. -¡Vete a la mierda! -gritó Donna y levantó el dedo medio en dirección a la gorda. La gorda apartó la mirada rápidamente. Tad estaba mirando a su madre con un poco de nerviosismo y Donna le dirigió una sonrisa.


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