Los Miserables

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Los miserables – Víctor Hugo ¿De quién hablaba Jondrette? ¿A quién había reconocido? ¿Al señor Blanco? ¿Al padre de su Ursula? ¿Acaso Jondrette los conocía? ¿Iba Marius a tener de aquel modo brusco a inesperado todas las informaciones, sin las cuales su vida era tan obscura? ¿Iba a saber, por fin, a quién amaba? ¿Quién era aquella joven? ¿Quién era su padre? ¿Estaba a punto de iluminarse la espesa sombra que los cubría? ¿Iba a romperse el velo? ¡Ah, santo cielo! Saltó más bien que subió sobre la cómoda, y volvió a su puesto cerca del pequeño agujero del tabique. Desde allí volvió a ver el interior de la cueva de Jondrette.

VIII Uso de la moneda del señor Blanco Nada había cambiado en el aspecto de la familia, como no fuera la mujer y las hijas, que habían sacado la ropa del paquete y se habían puesto medias y camisetas de lana. Dos cobertores nuevos estaban tendidos sobre las camas. Jondrette se paseaba por el desván, de un extremo a otro, a largos pasos, y sus ojos brillaban. La mujer se atrevió a preguntarle: -Pero, ¿estás seguro? -¡Seguro! Han pasado ya ocho años, pero ¡lo reconozco! ¡Oh, sí, lo reconozco! ¡Le reconocí en seguida! ¿Tú no? -No. -¡Y, sin embargo, lo dije que pusieras atención! Pero es su estatura, su cara, apenas un poco más viejo; es el mismo tono de voz. Mejor vestido, es la única diferencia. ¡Ah, viejo misterioso del diablo, ya lo tengo! Se paró, y dijo a sus hijas: -Vosotras, salid de aquí. Las hijas se levantaron para obedecer. La madre balbuceó: -¿Con su mano mala?

LECTURA INEM

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