El Médico - Noah Gordon

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Pero una sonrisa iluminaba el rostro de Tite y no estaba a la vista ninguno de sus secuaces. Además, observó Rob, ahora el era tres cabezas mas alto y bastante mas pesado que su antiguo enemigo. Dio una palmada en el hombro a Tony el Meón, repentinamente tan contento de verlo como si de pequeños hubiesen sido los mejores amigos del mundo. —Vayamos a una taberna y háblame de ti —propuso Anthony, pero Rob vaciló, porque solo tenía los dos peniques que le había dado el mercader Bobstock por sus malabarismos. Anthony Tite comprendió—. Invito yo. He cobrado un buen salario este último año. Era aprendiz de carpintero, le contó. a Rob en cuanto se instalaron en un rincón de una taberna cercana para beber cerveza. —En el hoyo —precisó, y Rob notó que su voz era ronca y su tez cetrina. Rob conocía ese trabajo. Un aprendiz permanecía en un pozo profundo, en cuya parte alta se colocaba un tronco. El aprendiz tiraba de un extremo de una larga sierra, y todo el día respiraba el serrín que le caía encima, mientras un carpintero subalterno se situaba en el borde del hoyo y manejaba la sierra desde arriba. —Los malos tiempos parecen haber tocado a su fin para los carpinteros —dijo Rob—. Visité la casa de la cofradía y vi a muy pocos vagando por allí. Tite asintió. —Londres crece. La ciudad ya tiene cien mil almas: la octava parte de todos los ingleses. Levantan edificios por todas partes. Es un buen momento para inscribirse como aprendiz en el gremio, pues se rumorea que en breve crearan otra Centena. Y como tu eres hijo de un carpintero... Rob movió la cabeza negativamente. —Ya he hecho un aprendizaje. Le habló de sus viajes con Barber, y se sintió gratificado al notar cierta envidia en los ojos de Anthony. Tite habló de la muerte de Samuel. —Yo he perdido a mi madre y a dos hermanos en años recientes, víctimas de la viruela, y a mi padre a causa de las fiebres. Rob asintió, con mirada sombría. —Tengo que encontrar a los que están vivos. En cualquier casa de Londres por la que paso puede estar el último hijo nacido de mi madre antes de su muerte, colocado por Richard Bukerel. —Quizá la viuda de Bukerel sepa algo.—Rob se sentó más erguido– Se ha vuelto a casar con un verdulero de nombre Buffington. Su nueva casa no esta lejos de aquí. Inmediatamente más allá de Ludgate. La casa de Buffington se hallaba en un paraje no muy distinto a aquel tan solitario, en el que el rey había construido su nueva residencia, pero estaba muy próximo a la humedad de las zonas pantanosas del Fleet, y era u refugio lleno de parches en lugar de un palacio. Detrás de la casucha había pulcros campos de coles y lechugas, rodeados por un páramo pantanoso sin drenar. Lo contempló todo por un momento, y vio a cuatro niños cochinos acarreando sacos de piedras con los que daban vueltas alrededor de los campos plagados de mosquitos, como letal patrulla contra las liebres. Encontró a la señora Buffington en la casa. Se saludaron. Ella estaba clasificando diversos productos en canastas. Los animales se comían sus beneficios, explicó en tono gruñón. —Te recuerdo a ti y a tu familia—dijo, mientras lo examinaba como si fuera una verdura selecta. Pero cuando le hizo la pregunta que lo había llevado allí, ella no recordaba que su primer marido hubiese mencionado el nombre o el paradero de la nodriza que se llevó al bebe bautizado como Roger Cole. —¿Nadie apunto su nombre? Probablemente algo notó la mujer en su mirada, porque se explicó. —Yo no se escribir. ¿Por que no preguntaste su nombre y lo escribiste tu? ¿Acaso no es tu hermano? Rob se preguntó cómo podía esperarse semejante responsabilidad de un crío en sus circunstancias, aunque sabía que en cierto sentido la mujer tenía razón. La señora Buffington le sonrió. —No seamos descorteses entre nosotros, pues hemos compartido días más duros como vecinos. Para su gran sorpresa, vio que lo estudiaba como una mujer estudia a un hombre, con ojos ansiosos. Había adelgazado por las faenas que ahora realizaba y Rob comprendió que en otros tiempos había sido hermosa. No era mayor que Editha.

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