rincones, los coches empiezan a seguirlo... Él se dirige al Tíber... Tiene lugar una insurrección de los automovilistas... (a fin de cuentas los coches son fruto del trabajo humano, y destruirlos no está bien)... Convencen al flautista, que cambia de rumbo y se dirige al subsuelo. Los coches podrán circular y aparcar allá debajo, dejando las vías de superficie y las plazas a los niños, a los empleados de banco, a los verduleros... En el capítulo 21 hemos imaginado una Cenicienta en «clave interplanetaria», a Hansel y Gretel en «clave milanesa». En apariencia no debería haber límites para el número de claves. En realidad todas, o casi todas, funcionan en referencia al tiempo y al espacio. La vieja fábula, tocada en la nueva clave, nos ofrecerá sonidos inesperados. Podrá incluso tener una «moraleja», que aceptaremos si es implícita y auténtica, sin intentar nunca imponer alguna por el ejercicio de la voluntad. En una escuela media, entristecida por el efecto burocrático de un encuentro institucional con I promesi sposi (Los novios), en forma de resúmenes, dictados, copias, etc., los niños acogieron con escaso entusiasmo mi sugerimiento de transcribir la historia en clave moderna. Pero el descubrimiento casual de las reglas del juego, al comparar los lansquenetes manzonianos con los nazis, hizo que se entusiasmasen con la idea. Lucía, en la nueva clave, continuaba siendo una operadora textil lombarda. Pero la época escogida -1944, durante la ocupación naziobligaba a Renzo a apuntarse a la Resistencia, para escapar del peligro de ser deportado para trabajar en Alemania. La peste era representada por los bombardeos. El señor local, que asediaba a Lucía, no era otro que el comandante local de las «brigadas negras». Don Abbondio era siempre el mismo, eternamente suspendido entre partisanos y fascistas, entre obreros y trabajadores, entre italianos y extranjeros. El Innombrable era un rico industrial de la zona, antiguo sostenedor del régimen, que durante la ocupación hospedaba en su villa todo tipo de gente... No creo que Alessandro Manzoni, si hubiera estado presente, se hubiese ofendido por el uso que los chicos hacían de sus personajes. Tal vez incluso les habría ayudado con ciertas analogías. Y aun hubiera sugerido a Don Abbondio, las frases adecuadas al caso.