-Ciertamente. -¿Y después? Así me parece mucho mejor. El juego da mucho más de sí si nos servimos de él para colocar al niño en situaciones agradables, para hacerle realizar empresas memorables, para presentarle un futuro de satisfacciones y compensaciones, contándoselo como una fábula. Sé bien que el futuro no será casi nunca bello como una fábula. Pero no es esto lo que cuenta. Mientras llega, es necesario que el niño haga provisión de optimismo y de fe para enfrentarse a la vida. Y además, no debemos descuidar el valor educativo de la utopía. Si no tuviésemos esperanza, a pesar de todo, en un mundo mejor, ¿de dónde sacaríamos el valor para acudir al dentista? Si el Carlitos real tiene miedo de la oscuridad, el Carlitos del cuento no lo tenía. Hacía aquello que ninguno tenía el valor de hacer. Iba allí a donde nadie tenía el valor de ir... En este tipo de historias la madre propone al niño su propia experiencia y su persona como objeto, le ayuda a encontrar su lugar entre las cosas, a afirmarse en las relaciones de las que es el centro. Para conocerse, es necesario ser capaz de imaginarse. No se trata, pues, de alentar en el niño fantasías inconsubstanciales (admitido -aunque no aceptado por los psicoanalistas- que puedan existir fantasías absolutamente vacías, no indicativas de algún contenido), sino de echarle una mano para que pueda imaginarse e imaginar el propio destino. -Carlitos era un zapatero y hacía los zapatos más bonitos del mundo. Era un ingeniero y hacía los puentes más largos, más altos, más resistentes del mundo. A los tres años, a los cinco años, éstos no son «sueños prohibidos»: son ejercicios indispensables. Las historias con el niño como protagonista, para ser más «auténticas», deben absolutamente tener su «lado» personal: se debe hacer salir al tío de aquel niño, aquella portera de aquella casa, y no otra; los escenarios deben ser, en los puntos clave, lugares que el niño pueda reconocer; las palabras deben estar cargadas de alusiones familiares. Así pues resulta inútil dar modelos. Incluso los muchachos gustan a menudo de sentirse incorporados a las historias, aunque sólo lo sean por el nombre. A menudo, yendo por las escuelas, en mi trabajo como novelista, he dado a los