Heath joseph rebelarse vende

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REBELARSE VENDE

riamentejal capitalismo, que dependía de un ejército de dóciles trabajadores dispuestos a someterse a la disciplina materialista del sistema. Sin embargo, el susodicho sistema parecía aceptar tranquilamente esta supuesta rebeldía. Yla falta de resultados visibles perjudicaba seriamente al ideario contracultural. Al fin y al cabo, según los rebeldes contraculturales, el fallo de la izquierda tradicional era su superficialidad, porque el cambio al que aspiraba era «meramente» institucional. Los rebeldes contraculturales, en cambio, decían atacar la opresión a un nivel más profundo. Sin embargo, pese al radicalismo de sus intervenciones, no parecían conseguir ningún resultado concreto. Llegado a este punto, el movimiento contracultural podía haberse visto con el agua al cuello de no ser por una auténtica genialidad: la teoría de la «apropiación». Según este planteamiento, la «represión» impuesta por el sistema es más sutil que, por ejemplo, la Inquisición española.En un primer momento al sistema le basta con asimilar la resistencia mediante la apropiación de sus símbolos, la eliminación de su contenido «revolucionario» y la comercialización del producto resultantéxCon este bombardeo de incentivos por sustitución se consigue neutralizar la icontracultura de tal manera que el público ni siquiera llegue a conocer su origen" revolucionario.Es sólo al fallar esta apropiación inicial cuando se recurre a una represión flagrante y «la violencia inherente al sistema» queda de manifiesto. Al incorporar esta teoría de la apropiación, la contracultura se convierte en una «ideología total», en un sistema de pensamiento completamente cerrado, inmune a la falsificación, en el que cada supuesta excepción tan sólo confirma la regla. Los rebeldes contraculturales llevan muchas generaciones fabricando música «subversiva», pintura «subversiva», literatura «subversiva» y ropa «subversiva», por no hablar de las universidades abarrotadas de profesores que propagan ideas «subversivas» a sus alumnos. Curiosamente, el sistema parece aguantar bien tantísima subversión. Pero ¿cabe pensar que no sea tan opresor como lo pintan? «Ni mucho menos», contesta el rebelde contracultu-

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