Walter riso amar o depender

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en cuando”, y así. En la vida de la relación, hay cosas que no se piden y que deben surgir natural y espontáneamente. Si no ocurren, estamos en alerta roja. Por más música y buenas intenciones que le pongamos, exigir afecto siempre deja una sensación de malestar en la boca del estómago, que después se convierte en indignación y muchas veces en depresión. No es lo mismo ejercer el derecho a la reciprocidad que implorar amor. Uno nos enriquece, el otro nos avergüenza. Una segunda forma de humillación son los comportamientos degradantes y manipulativos. Los más comunes son suplicar, arrodillarse, llorar, gritar, la automutilación y los intentos de suicidio. Obviamente, estos comportamientos suelen ser muy impactantes a los ojos de cualquier observador. Una señora no había podido separarse de su marido porque cada vez que intentaba hablarle del tema el señor entraba en crisis. El estallido histérico tomaba dos rumbos: o hacía un escándalo de padre y señor nuestro en el edificio, o al otro día se aparecía en el trabajo de ella, y delante de clientes y compañeros suplicaba de rodillas que no lo fuera a dejar. El impacto era tal que incluso algunas de las mejores amigas de la mujer se compadecían y apoyaban al desajustado señor. En otro caso de trágico desenlace, una niña de veintidós años, extremadamente celosa, amenazaba en forma constante a su novio con quitarse la vida si éste intentaba abandonarla. Cierta vez intentó tirarse de un automóvil en marcha, y en varias situaciones había buscado arrojarse por la ventana. Por desgracia un día, cegada por los celos calculó mal y se fue al vacío. Cuando este tipo de conductas ocurre, el sujeto ya está fuera de control y no es capaz de medir las consecuencias. La tercera tiene que ver con dejarse explotar. Si la persona acepta que se aprovechen de ella sin chistar, como una forma de asegurar su fuente de apego, ha entrado a los fangosos terrenos de la prostitución. En este tipo de relaciones, el usufructo no siempre debe estar relacionado con lo económico. Un señor viudo de sesenta años había adoptado el papel de Cupido motorizado con su flamante novia, los hijos de ella y su futura suegra. El papel de chofer ya casi no le dejaba tiempo para sus obligaciones, pero no era capaz de negarse. Con el tiempo, la familia también le fue endosando tareas de mensajero, las cuales terminó asumiendo con resignada vocación de mártir. Para colmo, si llegaba tarde o fallaba en alguna diligencia, la reprimenda no se hacía esperar. En una cita me confesó su temor: “No soporto la soledad…Ya no estoy tan joven… Yo sé que a veces se aprovechan de mí, pero no me importa… Unas cosas por otras… No sé qué haría si ella me deja”. La trampa era fatal y altamente masoquista: cuanto más lo utilizaban, más dependiente se volvía. Una forma muy común de humillación y especialmente lastimosa, que podría considerarse una variante de la anterior, es aceptar el maltrato con estoicismo. Los pensamientos serviles que se esconden detrás de esta forma de sumisión suelen ser dos: “Si me castigan es porque lo merezco” o “Si no me quejo y aguanto estoicamente, nunca me abandonará”. Por lo general, estas personas han sido víctimas de un lavado cerebral sistemático por parte de su pareja. Si el adicto afectivo tiene la mala suerte de caer en manos de una persona mal intencionada, literalmente puede acabar con todo rastro de voluntad. Como si se tratara de una secta, en poco tiempo el apegado acepta

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