Para leer al Pato Donald

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Ariel Dorfman y Armand Matelart, Para leer al Pato Donald.

VI. EL TIEMPO DE LAS ESTATUAS MUERTAS “¿Historia? No me da ni el destello de una idea”. (Donald en una biblioteca, frente a la estantería de los libros de Historia, Dimeylandia Nº 455).

“Bueno, esto es democracia. Un millonario y un indigente girando en el mismo círculo”. (Donald a Tío Rico al caer ambos en un remolino de agua, Tío Rico Nº 106).

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, escribió Machado. Y Disney, en cambio, canta otros versitos: Caminante, sólo hay caminos, no te eches a andar. Para el gran hechicero, el mundo es un desierto de caminos ya recorridos, trajinados por robots con apariencia de animales. ¿Pero cómo es esto? ¿Acaso estas historietas no viven afiebradas, en un estado de constante ebullición? ¿Acaso la efervescencia, la chispa de la vida, el movimiento simpático, la nerviosidad eléctrica de las acciones, no constituyen el alma de Disney? En efecto, el ritmo nunca decae. Viajamos en un caleidoscopio que cambia de cuadro en cuadro. El personaje perpetuamente sin aliento y elevándose y cayéndose y más, está acompañado por los colores: en D. 445, la misma cocina de Donald en cuatro cuadros sucesivos es celeste, verde, amarilla y roja. En D. 185, el dormitorio de los sobrinos está filmado en tecnicolor: primero celeste, después amarillo, y siguen rosado, violeta, rojo y azul. La oficina, del jefe de policía (TB. 103) es celeste, verde, amarilla, rosada y roja en rápida sucesión. Donde llega al colmo este recambio de la superficie física de los objetos, es en los gorros de los sobrinos en. D. 432. El que salta la verja tiene el gorro azul, cuando cae del otro lado es rojo y finalmente, al ser raptado, se queda con el verde, que se mantiene así durante toda la acción como el elemento patético de su necesidad de ser rescatado, hasta que se reúnen nuevamente los tres sobrinos y se vuelven a intercambiar los colores. Este cambio de ambiente conservando la sustancialidad y la rigidez de las cosas, la eterna permanencia del mismo gorro que sólo gana o pierde una pintada, es el correlato de la novedad tecnológica. Todo se mueve pero nada cambia. Estas variaciones sobre el mismo tema se muestran en los viajes de los personajes, dentro o fuera de Patolandia. Con tal de moverse, se suben a cualquier cosa: es tan bueno un patín como un jet, un cohete que va a las estrellas como una bicicleta infernal. Parte de la novedad de este mundo está conseguida por la inalterable renovación de los objetos. Siempre la máquina de las ideas de cada personaje utiliza el adelanto científico extravagante para conseguir sus propósitos. En un mundo donde todos están vestidos como niños, donde la moda es la europea de principios de siglo o de pequeñas aldea de la era postfrontera de EE. UU., resalta aún más la búsqueda de EE.UU., resalta aún más la búsqueda de objetos diferentes, nuevos, jamás vistos. La facilidad con que estos surgen y desaparecen, producen la estupefacción del lector que repite así su propia experiencia con las revistas disneylandia y toda la cultura masiva. Mañana lo moderno es obsoleto. Los productos de la ciencia, los inventos de Giro Sin Tornillos, el tráfico de genialidades, son objetos de consumo inmediato, perecibles, fugaces, reemplazables. Se aprovecha de la ciencia su capacidad sensacionalista, su chismografía tecnológica. Es la sucursal que abrió el ministerio de registro de patentes en el manicomio. Cambia brillantemente la piel del mundo sin tocar el cuerpo. Es tanto un vehículo para el personaje que quiere cruzar continentes, como para el dibujante que quiere cruzar novedosamente por la historieta. Ni siquiera hay progreso: no se utilizan esos objetos sino como medios de transporte o dé variabilidad externa, y en el próximo episodio ya están olvidados. Para que 74


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Para leer al Pato Donald by martin urcuyo - Issuu