Toxina

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-Sí, supongo que sí -convino Kim. Analizó la idea durante un momento, pero luego meneó la cabeza. -Para mí, escapar sería equivalente a traicionar mis principios. En nombre de Becky, prefiero llevar esto hasta las últimas consecuencias. -¿Estás seguro de que no actúas así para no tener que enfrentar su muerte? -preguntó Tracy. Respiró nerviosa. Sabía que estaba adentrándose en una zona delicada. El antiguo Kim habría reaccionado con furia. Kim se tomó su tiempo para contestar. Cuando finalmente lo hizo, su tono de voz no era el de una persona enojada. -Eso ya lo he reconocido, pero me parece que también lo hago por la memoria de Becky. En ese sentido, parte de su legado sería que otros niños no corrieran la misma suerte. Las palabras de Kim llegaron directo al corazón de Tracy. Se acercó a su ex marido y lo abrazó. Realmente parecía otro hombre. -Vamos -dijo él-, quítate el abrigo y ponte de nuevo tu ropa. Juntemos las cosas que compramos y vámonos de aquí. -¿Adonde iremos? -Primero, al hospital. Tengo que conseguir alguien que me suture la herida o, de lo contrario, me quedará toda la vida la cicatriz. Una vez que terminemos con eso, podemos ir a tu casa, si no te molesta. Creo que nos sentiremos más seguros ahí que acá. *

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-¿Quién diablos es ahora? -preguntó Bobby Bo. Acompañado de su mujer y sus dos hijos, se encontraba disfrutando de una sencilla cena de domingo consistente de bifes de lomo, papas asadas, arvejas y panecillos de maíz. El silencio que reinaba mientras el grupo familiar se hallaba muy concentrado masticando se había visto interrumpido por el carillón de la puerta principal. Bobby Bo levantó la punta de la servilleta para limpiarse la comisura de los labios. El otro extremo de la servilleta lo tenía metido dentro de la camisa, por debajo de su prominente nuez de Adán. Alzó la vista y echó una mirada al reloj. Faltaban apenas unos minutos para que dieran las siete. -¿Quieres que vaya yo, querido? -se ofreció Darlene. Darlene era la tercera mujer del magnate y madre de sus hijos más pequeños. Él tenía, además, dos hijos que asistían a la facultad de agricultura. -No, voy yo -refunfuñó Bobby Bo. Se levantó de la mesa echando la silla para atrás, levantó el mentón y se encaminó a la puerta del frente. Se preguntaba quién habría tenido el coraje de ir a llamar a la hora de 223


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