Archivos de salem

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-No tenía intención de hacerlo -dijo Kim-. Sólo bromeaba. De hecho, no debíamos estar aquí, y sabía que yo ya estaba asustada. Ya sabes que a los chicos les gusta asustarse mutuamente. -Tengo una linterna en el coche -dijo Edward-. Voy por ella. Edward volvió con la linterna y bajó la escalera. Al llegar al suelo, levantó la vista y preguntó a Kim si iba a bajar. -¿Es preciso? -preguntó ella, medio en broma. Bajó y se quedó a su lado. -Frío, húmedo y mohoso -susurró Edward. -Bien dicho -comentó Kim-. ¿Qué vamos a hacer? El sótano era pequeño. Sólo abarcaba la zona situada debajo de la cocina. Las paredes eran de piedra con un poco de mortero. El suelo era de tierra. Una serie de recipientes con los costados de piedra o madera se alineaban contra la pared del fondo. Edward se acercó y dirigió el haz de luz hacia varios de ellos. Kim no se apartaba de su lado. -Tenías razón -dijo Edward-. Aquí se guardaba la comida. -¿Qué clase de comida podía ser? -Manzanas, maíz, harina y centeno. Quizá también productos lácteos. El tocino debían de colgarlo en la zona anexa. -Interesante -dijo Kim, sin el menor entusiasmo-. ¿Ya has visto bastante? Edward se inclinó sobre uno de los recipientes y rascó un poco de la tierra amontonada. La palpó entre sus dedos. -La tierra está húmeda -dijo-. No soy botánico, pero apuesto que sería estupenda para cultivar Claviceps purpúrea. Intrigada, Kim preguntó si sería posible demostrarlo. Edward se encogió de hombros. -Es posible -dijo-. Supongo que todo dependería de si pudieran encontrarse esporas de Claviceps. Si cogiéramos algunas muestras, se las llevaría a un amigo botánico para que les echara un vistazo. -Imagino que podríamos encontrar algún recipiente en el castillo -sugirió Kim. -Vamos a ello. Salieron de la casa antigua y se dirigieron hacia el castillo. Como el día era espléndido, fueron andando. La hierba les llegaba a la altura de las rodillas. Saltamontes y otros insectos inofensivos revoloteaban a su alrededor. -De vez en cuando, veo agua entre los árboles -observó Edward. -Es el río Danvers -dijo Kim-. Hubo un tiempo en que la propiedad llegaba al borde del agua. Cuanto más se acercaban al castillo, más impresionado se sentía Edward por el edificio. -Este lugar es aún más grande de lo que pensaba -dijo-. Si hasta tiene un foso falso. -Me dijeron que se inspiraron en el de Chambord, en Francia -dijo Kim-. Tiene forma de U, con aposentos para invitados en un ala y los criados en otra. Cruzaron el puente que salvaba el foso seco. Mientras Edward admiraba los detalles góticos de la puerta, Kim fue probando las llaves, al igual que había hecho en la casa antigua. Del llavero pendía una docena de llaves. Por fin, una abrió la puerta. Cruzaron un vestíbulo de entrada con paneles de roble y después pasaron por debajo de un arco que daba acceso al gran salón. Era una estancia de tamaño natural, con un techo de dos plantas y chimeneas góticas en cada extremo. En la pared del fondo, entre ventanales dignos de una catedral, ascendía una gran escalera. En lo alto, un rosetón bañaba la sala con una luz pálida y amarillenta. Edward soltó una carcajada que sonó como un gruñido. -Esto es increíble -dijo admirado-. No tenía ni idea de que continuaba amueblado. -No se ha tocado nada -dijo Kim. -¿Cuándo murió tu abuelo? Todo está como si alguien lo hubiera abandonado hacia los años veinte.


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