Archivos de salem

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La parte de arriba alojaría el principal laboratorio, así como una habitación protegida, con aire acondicionado, para el ordenador principal. Cada banco del laboratorio tendría su propia terminal. Para alimentar todo el equipo electrónico, se traería un gigantesco generador eléctrico. -Bien, eso es todo -dijo Edward después de terminar la inspección. Se volvió hacia el contratista y el arquitecto-. ¿Ven algún problema? -No creo -dijo Mark-. El edificio es perfecto, pero sugiero que diseñemos una entrada con una zona de recepción. -No habrá muchos visitantes -contestó Edward-, pero entiendo su propósito. Adelante con ello. ¿Qué más? -Creo que los permisos no supondrán ningún problema -dijo George. -Siempre que no hablemos de los animales -intervino Mark-. Lo mejor será callarlo. Crearía problemas que llevaría cierto tiempo solucionar. -Estoy más que satisfecho de dejar las relaciones públicas en manos de su personal, que tiene más experiencia -dijo Edward-. La verdad es que me interesa acelerar el proyecto, de modo que me gustaría aprovechar su experiencia. A tal fin, estoy dispuesto a conceder una gratificación del diez por ciento sobre tiempo, materiales y salarios. Sonrisas entusiastas y ansiosas aparecieron en los rostros de Mark y George. -¿Cuándo pueden empezar? -preguntó Edward. -De inmediato -contestaron Mark y George al unísono. -Espero que mis humildes obras no sufran las consecuencias de este proyecto más nuevo e importante -dijo Kim, que hablaba por primera vez. -No se preocupe -dijo George-. De hecho, acelerará las obras de la casa. Pondremos más gente a trabajar. Si necesitamos un fontanero o un electricista para cualquier trabajillo de sus obras, ya estarán aquí. Mientras Edward, el contratista, el arquitecto y los diversos representantes de material médico se dedicaban a esbozar los detalles del nuevo laboratorio, Kim salió de los establos. Entornó los ojos para protegerse del neblinoso pero intenso sol del mediodía. Sabía que no estaba contribuyendo a la planificación del laboratorio, así que paseó por el campo en dirección a la casa, para echar un vistazo a las obras. Cuando se acercó al edificio, observó que ya habían llenado la zanja. También reparó en que los obreros habían colocado la lápida de Elizabeth sobre la tumba, hincada en la tierra. Lo habían hecho nada más descubrirla. Entró en la casa. Comparada con los establos le pareció diminuta, pero las reformas avanzaban a un ritmo satisfactorio, sobre todo en la cocina y los cuartos de baño. Por primera vez, se la imaginó tal como sería cuando terminaran. Después de inspeccionar la casa, Kim volvió a los establos, pero no había el menor indicio de que Edward y los demás fueran a concluir pronto la improvisada conferencia. Kim los interrumpió un momento para comunicar a Edward que se iba al castillo. Él le expresó su deseo de que se lo pasara bien y volvió de nuevo a un problema relativo a la máquina de resonancia magnética. Pasar de la brillante luz del sol al tétrico interior del castillo fue como penetrar en otro mundo. Kim se detuvo y escuchó los chirridos y crujidos de la casa, que se adaptaba al calor. Por primera vez, se dio cuenta de que no podía oír el canto de los pájaros, que fuera se escuchaban con toda claridad, en especial los chillidos de las gaviotas. Después de un instante de indecisión, subió por la gran escalera. A pesar del reciente éxito en la bodega, donde había encontrado material del siglo XVII, se decidió a concederle una segunda oportunidad al desván, sobre todo porque era mucho más agradable. Lo primero que hizo fue empezar a abrir muchas ventanas para que entrara la brisa proveniente del río. Se apartó de la última ventana abierta y reparó en la presencia de montañas de libros mayores encuadernados en tela. Ocupaban todo un lado de la estancia.


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