Capítulo 9
sobrevaloradas se centran en un solo tema que persiste invariable durante meses o años. De todos modos, en algunos casos puede resultar extraordinariamente complicado realizar un diagnóstico diferencial con los delirios, especialmente si la idea sobrevalorada interfiere gravemente con el funcionamiento cotidiano normal del individuo. En cuanto a las ideas obsesivas, comparten con los delirios la preocupación que generan en las personas que las mantienen. Sin embargo, los individuos que presentan ideas obsesivas suelen reconocer lo absurdo de sus creencias, y suelen mantener una lucha permanente con ellas, a la vez que las experimentan como una intrusión en su conciencia, y por tanto como algo no deseado ni voluntario. En un capítulo posterior, dedicado a los trastornos obsesivo-compulsivos, se exponen con más detalle estas ideas patológicas. III. LA CLASIFICACIÓN DE LOS DELIRIOS Uno de los aspectos que más se ha trabajado en el tema de los delirios es el de su clasificación. Las aportaciones más relevantes en este sentido provienen, como era de esperar, de autores como Jaspers, Schneider o Conrad, debido probablemente a que una de las vías más utilizadas clásicamente para penetrar en la estructura psicopatológica del delirio ha sido la fenomenológica (Merino y cols., 1991). Así, los delirios se han distinguido en función de la forma que adquieren y del contenido de la experiencia que contienen. Comenzaremos por las distinciones desde el punto de vista de la forma. A. LAS DISTINCIONES DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LA FORMA
Desde el punto de vista formal, la distinción que se realiza clasifica a los delirios en delirios primarios o verdaderos y delirios secundarios. Esta división se suele atribuir a Jaspers (1913), quien a su vez recogió estas distinciones de autores como Gruhle o Wernicke. Jaspers, desde una metodología fenomenológica, planteó la existencia de dos tipos de ideas morbosas: las auténticas ideas delirantes y las ideas deliroides. La auténtica idea delirante es un fenómeno primario, y como tal tiene un carácter original, inderivable y surge autóctonamente. La idea delirante secundaria o idea deliroide surge comprensiblemente de otros procesos psíquicos, tales como la personalidad o los conflictos subyacentes del paciente. Es decir, para Jaspers, y luego también para Schneider, la distinción entre delirante y deliroide estaba en función de la incomprensibilidad o comprensibilidad, respectivamente, del delirio. Esta diferencia implica, además, un intento de explicación acerca de sus respectivos orígenes: decir que los delirios secundarios son comprensibles psicológicamente alude a que se producen como consecuencia del intento por parte del paciente de explicarse una experiencia anormal o un estado afectivo mórbido. Imaginemos que un paciente acaba de experimentar una alucinación (por ejemplo, dice que ha escuchado una voz muy profunda que le hablaba como si fuera su padre); esta experiencia suele ser, como ya se vio en
Psicopatología del pensamiento (II): los delirios
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el correspondiente capítulo, bastante extraña y anómala, por lo que es muy probable que nadie se asombre demasiado si la explicación que ese paciente nos da de ella resulta asimismo extraña y anómala (por ejemplo, puede decir que ha sido elegido por Dios para salvar al mundo). Es precisamente a esto a lo que se alude cuando se afirma que los delirios secundarios son comprensibles psicológicamente. Por su parte, los delirios primarios (o «delirios verdaderos» o «delirios autóctonos») no tienen su origen en una experiencia anómala previa. Es decir, que al examinar la historia del paciente, su estado emocional actual y su entorno cultural, no se puede delimitar claramente su origen. Como Reed (1988) señala gráficamente, la experiencia de los delirios primarios consiste básicamente en el ser inquietantemente consciente de que se ha producido un cambio en el significado del mundo y de las cosas; todo parece cambiado, diferente, y esto a su vez lleva a sentimientos terribles, difíciles de describir y más aún de explicar. Por tanto, cuando la persona intenta darle un significado, un contenido a esa experiencia, la explicación no suele ser comprensible para quienes le escuchan. Se han postulado cuatro tipos de delirios primarios (Jaspers, 1975): intuición delirante, percepción delirante, atmósfera delirante y recuerdo delirante. La intuición delirante es fenomenológicamente indistinguible de cualquier idea que nos asalte repentinamente, que nos «venga a la cabeza». El contenido de estas ideas delirantes suele ser autorreferencial y, por lo general, de gran importancia para el paciente (por ejemplo, un paciente cae en la cuenta de que las siglas de su nombre, Emilio Elosúa Albéniz de Darco, significan «Eres El Asesino de Dios»). La percepción delirante consiste en la interpretación delirante de un percepto o una percepción normal (por ejemplo, un paciente al mirar su nombre escrito en el buzón de su casa se «da cuenta» de que la policía secreta lo ha identificado como el enemigo público número uno). La atmósfera delirante consiste en la experiencia subjetiva de que el mundo ha cambiado de un modo sutil pero siniestro, inquietante y difícil o imposible de definir. Se suele acompañar de un estado de humor delirante, ya que el paciente se siente incómodo, desasosegado e incluso perplejo. Los recuerdos delirantes consisten en la reconstrucción delirante de un recuerdo real, o bien en que, de pronto, el paciente «recuerda» algo que es claramente delirante (por ejemplo, de pronto «recuerda» que es el hijo de Dios). A diferencia de lo que hemos dicho que sucede en los delirios secundarios, esto es, que surgen como intentos (psicológicamente comprensibles) por dar explicación a una experiencia extraña, en este caso sucede lo contrario: los delirios primarios se caracterizan porque una vez que irrumpen en la consciencia del individuo, éste va a explicar buena parte de todo lo que le sucede desde el delirio. Por ejemplo, de pronto «entiende» por qué su vecina le deja entrar siempre antes en el ascensor (intuición delirante), o «recuerda» de repente que hace un año vomitó después de una copiosa comida, lo que significa que alguien estaba intentando envenenarle (recuerdo delirante). Sin embargo, estas distinciones formales no han estado libres de críticas, fundamentalmente porque no es fácil hacer