Un tal Jesús Cap. 97 - 120

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Un tal Jesús Jesús

- Pues me verán frente a la panadería. Seguro que el César ya comió, pero yo todavía no he desayunado. Fariseo - Quieres dártelas de chistoso, Jesús de Nazaret. Pero el César de Roma no se ríe. El emperador Tiberio es quien ha ordenado el pago de estos nuevos impuestos. Jesús - ¿Y qué tengo que ver yo con ese emperador Tiberio? Escriba - ¿Que qué tienes que ver? Nuestro país está bajo el dominio de Roma. Todos los israelitas estamos bajo el dominio del César de Roma. Jesús - Estarás tú. Yo no. Yo no doblo la rodilla ante ese tal Tiberio ni ante ningún hombre. Fariseo - Tiberio es el César. Y el César es la autoridad suprema en la tierra. Jesús - Tiberio es un hombre como tú y como yo. Y la única autoridad es la del cielo. El único jefe, el único emperador es Dios. No hay otro. Y nadie en este mundo tiene derecho a llamarse rey ni padre porque hay uno solo, el de arriba, y todos los demás somos hermanos y hermanas y valemos lo mismo. Escriba - ¿Cómo puedes hablar así? Los gobiernos son puestos por Dios. Los gobernantes hacen las veces de Dios para el pueblo. Jesús - ¿No me digas? ¡Pues mira tú, lo que es los gobernantes de por acá no hacen otra cosa que abusar del pueblo y cargarnos de impuestos y más impuestos para chuparnos el poco dinero que nos queda! ¡Y después todavía tienen el descaro de llamarse bienhechores del país! Escriba - Mide tus palabras, nazareno. El que se rebela contra el César se rebela contra Dios. Jesús - Al contrario, paisano: el que se hace amigo del César se hace enemigo de Dios. No se puede servir a dos señores: ¡o con Dios o con el César!(8) Fariseo - ¡Lo que dices es casi una blasfemia! ¡Caifás, nuestro sumo sacerdote, acaba de declarar que tenemos que obedecer al César! Jesús - ¿Y en nombre de quién ha dicho eso? Fariseo - ¡En el nombre de Dios! Caifás representa a Dios en la tierra. Jesús - Di mejor en el nombre del diablo y de sus intereses. Escriba - ¿Cómo te atreves a hablar así del sumo sacerdote de Dios? Jesús - Díganle de mi parte a ese sumo sacerdote que no se puede servir a dos señores ni se puede usar la religión para adormecer al pueblo. Escriba - Ya me llenaste la copa, campesino charlatán. Te dimos un denario. ¿Vas a entregarlo como impuesto al César, o no? Jesús - A cada uno lo suyo, digo yo. A Dios lo de Dios y al demonio lo del demonio. Mira la moneda. ¿De quién es esta cara? Mírala bien... De él, de un hombre igual que tú y que yo que quiso subir al cielo y robarle el sitio a Dios. El demonio también hizo lo mismo y cayó como un rayo hacia abajo. Y así caerán todos éstos que ponen su

Un tal Jesús, el evangelio desde América Latina

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