Un tal Jesús Cap. 97 - 120

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Un tal Jesús 1. En el Credo cristiano aparece esta fórmula sobre la pasión de Jesús: «Fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos». Bajar a los infiernos es una expresión que significa que Jesús murió realmente, que como todos los seres humanos se hundió en la limitación y angustia de la muerte. «Los infiernos» en el lenguaje tradicional de Israel era el «sheol», el abismo a donde iban a parar todos los humanos, tanto los buenos como los malos, al término de su vida. Era un lugar de silencio, de tristeza, donde no existía ninguna esperanza. «El infierno» fue también la cámara de torturas de la Torre Antonia. Jesús bajó también a este infierno antes de descender al infierno de la muerte. 2. Las leyes judías permitían flagelar a los acusados. Para esta tortura se usaban varas y en los tiempos de Jesús era habitual azotar en la misma sinagoga. Todos los doctores y magistrados tenían autorización para decretar esta pena. La violación, la calumnia, la transgresión de la Ley, eran motivo suficiente para sufrirla. Posteriormente, las varas se sustituyeron por un azote de tres correas. Los golpes no podían pasar de 40 y por esto, se daban ordinariamente 39. La tradición indicaba que debía azotarse 13 veces sobre el pecho desnudo y otras 13 veces sobre cada lado de la espalda. Los romanos emplearon aún más esta tortura. La utilizaban por varios motivos: para castigar la rebeldía de los esclavos, por faltas graves cometidas por los soldados en servicio militar, como tormento para arrancar confesiones a sus prisioneros y como preludio del tormento de la cruz. Entre los romanos se usaban tres tipos de flagelos. Uno llevaba tres cuerdas en las que se ensartaban pedacitos de hueso. Los otros dos tenían las cuerdas anudadas de tramo en tramo y de ellas colgaban en los extremos bolitas de plomo. Uno de estos flagelos, el de correas más numerosas y largas, fue el que se empleó con Jesús. Aunque los golpes eran sólo 39, esta tortura causaba con mucha frecuencia la muerte. En la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén se conserva una columna de las que se usaban en tiempos de Jesús para azotar a los prisioneros, similar a aquella en la que Jesús fue torturado. Es de piedra negra, gruesa y baja, con argollas a las que se amarraba el cuerpo desnudo y arqueado del prisionero. 3. Durante el proceso de condena a muerte de Jesús no fue el pueblo quien sugirió ni pidió la liberación de Barrabás, dirigente zelote a quien las autoridades buscaban por su participación en revueltas populares violentas. Queda bien claro en los evangelios que quienes pidieron a Barrabás fueron los sacerdotes y su camarilla (Marcos 15, 11; Juan 19, 6).

Un tal Jesús, el evangelio desde América Latina

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