Un tal Jesús Cap. 97 - 120

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Un tal Jesús durante diez años y no sepas que el último en reírse es siempre Dios. Las escrituras lo dicen. Anás - ¡Hablas de escrituras y no sabrás escribir ni cuatro letras! ¡Ah, estos embaucadores del pueblo! Por suerte, todavía hay jueces en Israel. Sí, amiguito, te vamos a juzgar. ¿Qué? ¿No tienes miedo…? Tú que te las das de profeta, ¿te sospechas cuál será la sentencia? Jesús - La sentencia ya está dada. Anás - ¿No me digas? ¿Y cuál te imaginas que será? ¿Culpable o inocente? Jesús Culpable. Anás - ¿Tan mal te quieres, profeta? Jesús - Tan bien te conozco, Anás. A ti y a los tuyos. Pero no importa: ser culpable delante de ti es ser inocente en el juicio de Dios. Anás - ¿Y qué sabes tú del juicio de Dios, charlatán? Jesús - Lo que tú nunca has querido saber: que Dios siente náuseas ante los sacerdotes como tú que comercian con la religión y se llenan los bolsillos aprovechándose de la buena fe del pueblo. Aziel - Pero, ¿cómo te atreves? ¡Excelencia, córtele la lengua a este impertinente! Anás - Déjalo, Aziel. Son los pataleos del que se sabe acorralado. Bah, las palabras son como las plumas: el viento se las lleva. Jesús - Te equivocas, Anás. Es el viento de Dios el que va a soplar pronto y arrasará contigo y con tu casa y con todos ustedes que se llaman servidores del Dios del cielo y a quien sirven es a los reyes y a los señores de este mundo. Ustedes, pastores que se apacientan a sí mismos, que guardan silencio cuando los lobos entran y hacen presa en el rebaño y despedazan y matan. Y luego, van a sus guaridas a comer y a beber con los asesinos de las ovejas. ¡Y hasta se abrazan con ellos y salen delante de todos, a plena luz, sin ningún pudor! ¡Pastores mercenarios, se han cebado a costa de las ovejas, sí, pero no han hecho más que engordar para el día de la matanza! Anás - ¡Basta ya, maldito! ¡Cállate ya! ¡Con razón dicen que tienes siete demonios dentro! Anás se acercó a Jesús con un gesto iracundo y le escupió en la cara. Anás

- ¡Que te trague el infierno, hijo de ramera!

Detrás de él, sus colaboradores, ya sin ningún freno, se abalanzaron sobre Jesús y comenzaron a golpearlo y a insultarlo.(3) Mientras tanto, en la calle, las mujeres y nosotros estábamos ya impacientes, sin saber lo que estaba ocurriendo dentro del palacio. Pedro

- Pero, ¿es que vamos a quedarnos aquí de mirones, con los brazos cruzados? ¡Tenemos que hacer algo, caramba!

Un tal Jesús, el evangelio desde América Latina

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